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    La noche en que nació la Espada de Elune

    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

    Yuna despierta, débil, confusa, pero viva.
    La abrazo y el templo suspira aliviado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche en que nació la Espada de Elune El Yokai apenas respira. Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren. Akane tensa su poder. Y yo… Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí. No es un pensamiento. No es una voz. Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos. Veythra: —Corta el viento. Corta el hilo. Su lamento… es tu filo. Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene. Y entonces aparece: **La katana. Veythra. La Espada de Elune.** Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana. El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo. Mi visión cambia. El templo, Akane, el Yokai… Todo se disuelve. Y ante mí se abre un universo hecho de hilos: miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas. Uno brilla más que los demás. Un hilo rojizo y tenso. Y va directo al Yokai. Tomo aire. Torpe, inexperta. Pero guiada por algo que no soy yo. **Deslizo a Veythra. Corto.** El sonido no es un corte. Es una implosión. Un estallido invertido que devora todo ruido. El mundo queda en silencio absoluto un instante. La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel. Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura. ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura. El Yokai queda anclado. Expuesto. Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino. Y entonces… **El cielo se rompe. Un dragón desciende.** Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar. Sus alas eclipsan la luna roja. Su rugido hace vibrar la llanura entera. Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos… **Shein Williams Ishtar. Nuestro ancestro.** Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano. En un solo movimiento, elegante y mortal, rebana la cabeza del Yokai. La máscara cae. El cuerpo se disuelve en cenizas negras. El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein. —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo— Este Yokai era escurridizo incluso para mí. --- La loba que escucha la luna En la Tierra, muy lejos de nosotras, Ryu observa la luna llena teñida de sangre. La brisa le eriza el pelaje. La pupila se le dilata. Y aúlla. No sólo por la luna. No sólo por mí. Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa. --- El arma huérfana Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra. Fría. Hambrienta. Shein se la tiende a Akane. Ella la observa… y retira la mano. —No. Esta cosa… no debe ser mía. La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar. Sin dueño. Sin nombre. Yuna despierta, débil, confusa, pero viva. La abrazo y el templo suspira aliviado.
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    La noche en que nació la Espada de Elune

    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


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    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


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    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
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    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

    Yuna despierta, débil, confusa, pero viva.
    La abrazo y el templo suspira aliviado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche en que nació la Espada de Elune El Yokai apenas respira. Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren. Akane tensa su poder. Y yo… Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí. No es un pensamiento. No es una voz. Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos. Veythra: —Corta el viento. Corta el hilo. Su lamento… es tu filo. Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene. Y entonces aparece: **La katana. Veythra. La Espada de Elune.** Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana. El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo. Mi visión cambia. El templo, Akane, el Yokai… Todo se disuelve. Y ante mí se abre un universo hecho de hilos: miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas. Uno brilla más que los demás. Un hilo rojizo y tenso. Y va directo al Yokai. Tomo aire. Torpe, inexperta. Pero guiada por algo que no soy yo. **Deslizo a Veythra. Corto.** El sonido no es un corte. Es una implosión. Un estallido invertido que devora todo ruido. El mundo queda en silencio absoluto un instante. La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel. Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura. ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura. El Yokai queda anclado. Expuesto. Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino. Y entonces… **El cielo se rompe. Un dragón desciende.** Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar. Sus alas eclipsan la luna roja. Su rugido hace vibrar la llanura entera. Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos… **Shein Williams Ishtar. Nuestro ancestro.** Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano. En un solo movimiento, elegante y mortal, rebana la cabeza del Yokai. La máscara cae. El cuerpo se disuelve en cenizas negras. El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein. —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo— Este Yokai era escurridizo incluso para mí. --- La loba que escucha la luna En la Tierra, muy lejos de nosotras, Ryu observa la luna llena teñida de sangre. La brisa le eriza el pelaje. La pupila se le dilata. Y aúlla. No sólo por la luna. No sólo por mí. Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa. --- El arma huérfana Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra. Fría. Hambrienta. Shein se la tiende a Akane. Ella la observa… y retira la mano. —No. Esta cosa… no debe ser mía. La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar. Sin dueño. Sin nombre. Yuna despierta, débil, confusa, pero viva. La abrazo y el templo suspira aliviado.
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  • ¿Qué pasa? Sé que miras mi paleta y te imaginas otras cosas, pervertido.
    ¿Qué pasa? Sé que miras mi paleta y te imaginas otras cosas, pervertido.
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  • Shiori Novella Mococo Abyssgard

    *Mucho tiempo atrás… Antes de que el grupo Advent se hiciese conocer entre los dioses*

    *Las antorchas apenas respiraban luz entre los pasillos húmedos. El olor a piedra vieja, óxido y magia antigua llenaba el aire.*

    *El sonido metálico de los barrotes cerrándose todavía retumba en mis oídos. Me aferro al brazo de Mococo mi hermana, mi otra mitad mientras la empujan dentro conmigo. No entiendo por qué estamos aquí… solo sé que hay un sello extraño brillando en las paredes, como si quisiera tragarse todo lo vivo.*

    *Me arrodillo junto a ella y pego la oreja al suelo, escuchando pasos lejanos… otras respiraciones… otras presencias.*

    -Mococo… *susurro, intentando que mi voz no tiemble*

    - No te sueltes de mí, ¿sí? No importa qué pase… yo te protegeré.

    *Al otro lado del pasillo, distingo el eco de otras puertas de hierro cerrándose. No puedo verlas claramente, pero puedo sentirlas… otras chicas, otras almas atrapadas igual que nosotras. Sus energías chocan con la nuestra, desconocidas, revueltas, tan confundidas como nosotras.*

    *Las cadenas mágicas en nuestra celda brillan un instante. Instintivamente rodeo a Mococo con mis brazos.*

    -…¿Hola? *me atrevo a decir, en voz baja, hacia la oscuridad*

    - ¿Alguien más… está ahí?

    *Mi garganta se aprieta. No sé si deseo una respuesta… o si temo escucharla.*
    [specter_copper_horse_768] [haze_peridot_bat_137] *Mucho tiempo atrás… Antes de que el grupo Advent se hiciese conocer entre los dioses* *Las antorchas apenas respiraban luz entre los pasillos húmedos. El olor a piedra vieja, óxido y magia antigua llenaba el aire.* *El sonido metálico de los barrotes cerrándose todavía retumba en mis oídos. Me aferro al brazo de Mococo mi hermana, mi otra mitad mientras la empujan dentro conmigo. No entiendo por qué estamos aquí… solo sé que hay un sello extraño brillando en las paredes, como si quisiera tragarse todo lo vivo.* *Me arrodillo junto a ella y pego la oreja al suelo, escuchando pasos lejanos… otras respiraciones… otras presencias.* -Mococo… *susurro, intentando que mi voz no tiemble* - No te sueltes de mí, ¿sí? No importa qué pase… yo te protegeré. *Al otro lado del pasillo, distingo el eco de otras puertas de hierro cerrándose. No puedo verlas claramente, pero puedo sentirlas… otras chicas, otras almas atrapadas igual que nosotras. Sus energías chocan con la nuestra, desconocidas, revueltas, tan confundidas como nosotras.* *Las cadenas mágicas en nuestra celda brillan un instante. Instintivamente rodeo a Mococo con mis brazos.* -…¿Hola? *me atrevo a decir, en voz baja, hacia la oscuridad* - ¿Alguien más… está ahí? *Mi garganta se aprieta. No sé si deseo una respuesta… o si temo escucharla.*
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  • Unas hablan de justicia, otras de defender lo que creen y otras más de libertad, pero todo es falso. En realidad todas quieren lo mismo aunque lo escondan detrás de discuros nobles y palabras bonitas, lo único que todas quieren realmente es control, todas quieren imponer lo que piensan sobre los demás, ninguna de ellas está dispuesta a escucharme por más que me desgarre la garganta gritando.

    La única verdad siempre fue ella... la única verdad siempre fue el caos. Me doy cuenta ahora.
    Unas hablan de justicia, otras de defender lo que creen y otras más de libertad, pero todo es falso. En realidad todas quieren lo mismo aunque lo escondan detrás de discuros nobles y palabras bonitas, lo único que todas quieren realmente es control, todas quieren imponer lo que piensan sobre los demás, ninguna de ellas está dispuesta a escucharme por más que me desgarre la garganta gritando. La única verdad siempre fue ella... la única verdad siempre fue el caos. Me doy cuenta ahora.
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  • VIII. Augusta Vindelicorum
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.

    Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.

    Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.

    En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.

    Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte.

    En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso.

    —Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.

    En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.

    Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil.

    Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa.

    —Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.

    La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.

    Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.

    En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.

    Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.

    Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.

    —La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.

    La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño.

    Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.

    Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.

    Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.

    Tan estúpidamente infantil.

    —¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.

    Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión.

    Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.

    «Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.

    Estaba comportándose inapropiadamente.
    Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive. Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol. Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor. En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte. Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte. En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso. —Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador. En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa. Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil. Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa. —Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas. La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia. Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo. En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado. Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla. Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz. —La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación. La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño. Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry. Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París. Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar. Tan estúpidamente infantil. —¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca. Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión. Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado. «Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza. Estaba comportándose inapropiadamente.
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  • -Escena de rol con ℭ𝔞𝔦𝔫 -

    "Entre los colmillos y la pared"

    ¿Otro día de mierda? Por supuesto. ¿Iba a buscar un bar en cuanto terminase de trabajar y tomase una ducha? Sin dudarlo.

    Ya empezaba a volverse una rutina salir a beber, siendo lógicamente algo nocivo. ¿A caso no veía que no existía tanta diferencia entre la politoxicomanía que sufría su madre y los principios de alcoholismo por su parte? Sí, era plenamente consciente de ello pero aún así no encontraba otra forma de despejarse y olvidarse de todo por un rato. Soltarse y dejar atrás su problemática vida familiar, entre otras cosas.

    Así lo hizo. La jornada finalizó, puso rumbo a su pequeño, pero bien limpio y ordenado, apartamento y tomó una ducha tranquilo.
    No era alguien dado a arreglarse, al menos no sin un motivo. Tampoco es que tuviera opción a comprar buenas ropas o cosas más finas y elegantes. Casi siempre vestía ropa cómoda en tonos grises, blancos, marrones o verdes. Pero lo cierto era que esos tonos y esas prendas le sentaban muy bien, no había necesidad de ofuscarse por ello.

    Cenó un poco antes de salir y empezó a deambular por las calles. Originalmente el plan era ir a uno de los locales que solía frecuentar, pero esa noche se sentía atrevido. Siguió vagando sin rumbo fijo hasta que encontrase algún sitio que no conociera y que le llamase la atención. Difícil, pues estaba casi seguro de haber entrado en todos los locales de la zona.
    O eso pensó.
    Dio con un lugar de aspecto un tanto oscuro pero con un toque pseudo elegante. No parecía haber portero guardando la entrada, extraño. Tampoco se filtraba música al exterior por lo que contaba con buen aislamiento, seguro.

    Después de meditarlo un minuto, se decidió a entrar. Por alguna extraña razón había algo en el ambiente que le desagradaba. Algo totalmente ilógico ya que nunca había estado allí como para sentir rechazo. ¿Qué era?... Un olor a... No tenía ni idea de a qué, pero sentía como le erizaba el bello de la nuca.
    Decidió ignorar la sensación y se dirigió directamente a la barra a pedir un Long island icetea.

    ¿Era cosa suya o sentía varas miradas sobre él? ¿Qué le pasaba a la gente de ese club? Era cierto que por su aspecto, andrógino, de piel nívea, largo cabello castaño claro y ojos con heterocromía, solía llamar la atención allí donde iba. Pero esas miradas... Se sentían distintas. ¿Por qué sus sentidos se mantenían en alerta, con la guardia tan en alto?

    -Oye. ¿No me vas a preparar la copa? Tampoco es que te haya pedido nada raro.- Le recriminó al barman, el cual también lo observaba de forma extraña.

    Poco sabía Ren dónde había ido a parar.
    -Escena de rol con [F1rstTraitor] - "Entre los colmillos y la pared" ¿Otro día de mierda? Por supuesto. ¿Iba a buscar un bar en cuanto terminase de trabajar y tomase una ducha? Sin dudarlo. Ya empezaba a volverse una rutina salir a beber, siendo lógicamente algo nocivo. ¿A caso no veía que no existía tanta diferencia entre la politoxicomanía que sufría su madre y los principios de alcoholismo por su parte? Sí, era plenamente consciente de ello pero aún así no encontraba otra forma de despejarse y olvidarse de todo por un rato. Soltarse y dejar atrás su problemática vida familiar, entre otras cosas. Así lo hizo. La jornada finalizó, puso rumbo a su pequeño, pero bien limpio y ordenado, apartamento y tomó una ducha tranquilo. No era alguien dado a arreglarse, al menos no sin un motivo. Tampoco es que tuviera opción a comprar buenas ropas o cosas más finas y elegantes. Casi siempre vestía ropa cómoda en tonos grises, blancos, marrones o verdes. Pero lo cierto era que esos tonos y esas prendas le sentaban muy bien, no había necesidad de ofuscarse por ello. Cenó un poco antes de salir y empezó a deambular por las calles. Originalmente el plan era ir a uno de los locales que solía frecuentar, pero esa noche se sentía atrevido. Siguió vagando sin rumbo fijo hasta que encontrase algún sitio que no conociera y que le llamase la atención. Difícil, pues estaba casi seguro de haber entrado en todos los locales de la zona. O eso pensó. Dio con un lugar de aspecto un tanto oscuro pero con un toque pseudo elegante. No parecía haber portero guardando la entrada, extraño. Tampoco se filtraba música al exterior por lo que contaba con buen aislamiento, seguro. Después de meditarlo un minuto, se decidió a entrar. Por alguna extraña razón había algo en el ambiente que le desagradaba. Algo totalmente ilógico ya que nunca había estado allí como para sentir rechazo. ¿Qué era?... Un olor a... No tenía ni idea de a qué, pero sentía como le erizaba el bello de la nuca. Decidió ignorar la sensación y se dirigió directamente a la barra a pedir un Long island icetea. ¿Era cosa suya o sentía varas miradas sobre él? ¿Qué le pasaba a la gente de ese club? Era cierto que por su aspecto, andrógino, de piel nívea, largo cabello castaño claro y ojos con heterocromía, solía llamar la atención allí donde iba. Pero esas miradas... Se sentían distintas. ¿Por qué sus sentidos se mantenían en alerta, con la guardia tan en alto? -Oye. ¿No me vas a preparar la copa? Tampoco es que te haya pedido nada raro.- Le recriminó al barman, el cual también lo observaba de forma extraña. Poco sabía Ren dónde había ido a parar.
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    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La noche que casi me pierdo

    Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado.
    Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo.
    El caos perfecto para desaparecer dentro de él.

    Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar.
    Y lo es.

    Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice:

    Ryu:
    —Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo.

    Y tiene razón.
    Nos miran, sí.
    Pero nadie se acerca.
    Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso.

    Entramos al garito.
    Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente.
    Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman.
    Un gesto simple que funciona como llave.

    En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas.
    Deja dos jarras delante de nosotras.
    Pegajosas.
    Turbias.
    Frías.

    Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta.
    Yo la imito.

    El alcohol me golpea como un puñetazo.
    Asqueroso… pero refrescante.
    Hace calor, demasiado.

    Hablamos.
    O mejor dicho: yo hablo, ella escucha.
    Le cuento del jardín de sombras.
    De la oscuridad.
    De Akane.
    De mi miedo.
    De mi deseo de volver a verla.
    De que no sé cómo hacerlo sin romperme.

    Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa.
    Firmadas: SIMON.

    Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro:

    Ryu:
    —Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre.

    Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza.
    Sigo bebiendo.
    Y bebiendo.
    Y bebiendo.

    El mundo se vuelve pesado.
    Mi corazón, más.

    Ryu se levanta.

    Ryu:
    —Ahora vuelvo. No tardo.

    Pero cuando vuelve…

    Yo ya no estoy.

    Su respiración se corta.
    Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal.

    Ellos retroceden.

    Moteros:
    —No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto!

    El color huye del rostro de Ryu.

    Ryu:
    —¿Mi moto?...

    Sale disparada fuera.

    Ahí estoy.
    En el suelo.
    Tambaleándome.
    La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza.

    Ryu me mira.
    No grita.
    No ruge.

    Ryu:
    —¿Estás herida?

    Solo eso.

    Comprueba mis rasguños.
    Suspira.
    Luego se vuelve hacia su moto…
    Esa moto que claramente amaba.
    La mira con un dolor silencioso.
    Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma.

    Ryu:
    —…será mejor que nos vayamos.

    Pide un taxi.
    Me lleva a su apartamento.
    En silencio.

    Al entrar me ofrece café.
    Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa.
    Exagerada.
    Provocadora.
    Herida.

    Ryu se sienta delante.
    Me observa.
    Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella.

    El ambiente cambia.
    Se vuelve espeso, lento, cargado.

    No sé quién se inclinó primero.
    Tal vez las dos.
    Quizás fue inevitable.

    El helado termina en nuestras bocas.
    Se derrite entre nuestros labios.
    El beso es tierno y hambriento a la vez.
    El mundo desaparece.
    La ropa cae.
    Las manos arden.

    Pero en el fondo de mi alma…
    Surge un pensamiento que me quema.

    Akane.

    Lo haré para hacerle daño.
    Para que no vuelva a irse.
    Para que no me deje sola otra vez…

    Y entonces—

    Lili:
    —¡No!…
    N-no puedo…
    Perdóname…

    Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol.
    Pero cuando me oye…
    Su expresión se rompe.

    Se muerde su propio brazo.
    Fuerte.
    Hasta sangrar.
    Para detenerse.
    Para no perder el control.

    Respira.
    Vuelve a ser ella.
    La loba que cuida antes de devorar.

    Ryu: (suave, rota un poco)
    —Voy a traerte una manta…
    Descansa, cachorrita.
    Te hace falta.

    Me hago pequeña.
    Una bolita.
    Hundida en mi propia culpa.
    Sintiendo que soy basura.

    Pero Ryu me cubre con la manta igualmente.
    Sin tocarme.
    Sin juzgarme.
    Sin marcharse.

    Solo…
    se queda.

    Aunque no me crea digna de ello.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche que casi me pierdo Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado. Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo. El caos perfecto para desaparecer dentro de él. Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar. Y lo es. Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice: Ryu: —Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo. Y tiene razón. Nos miran, sí. Pero nadie se acerca. Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso. Entramos al garito. Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente. Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman. Un gesto simple que funciona como llave. En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas. Deja dos jarras delante de nosotras. Pegajosas. Turbias. Frías. Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta. Yo la imito. El alcohol me golpea como un puñetazo. Asqueroso… pero refrescante. Hace calor, demasiado. Hablamos. O mejor dicho: yo hablo, ella escucha. Le cuento del jardín de sombras. De la oscuridad. De Akane. De mi miedo. De mi deseo de volver a verla. De que no sé cómo hacerlo sin romperme. Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa. Firmadas: SIMON. Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro: Ryu: —Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre. Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza. Sigo bebiendo. Y bebiendo. Y bebiendo. El mundo se vuelve pesado. Mi corazón, más. Ryu se levanta. Ryu: —Ahora vuelvo. No tardo. Pero cuando vuelve… Yo ya no estoy. Su respiración se corta. Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal. Ellos retroceden. Moteros: —No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto! El color huye del rostro de Ryu. Ryu: —¿Mi moto?... Sale disparada fuera. Ahí estoy. En el suelo. Tambaleándome. La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza. Ryu me mira. No grita. No ruge. Ryu: —¿Estás herida? Solo eso. Comprueba mis rasguños. Suspira. Luego se vuelve hacia su moto… Esa moto que claramente amaba. La mira con un dolor silencioso. Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma. Ryu: —…será mejor que nos vayamos. Pide un taxi. Me lleva a su apartamento. En silencio. Al entrar me ofrece café. Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa. Exagerada. Provocadora. Herida. Ryu se sienta delante. Me observa. Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella. El ambiente cambia. Se vuelve espeso, lento, cargado. No sé quién se inclinó primero. Tal vez las dos. Quizás fue inevitable. El helado termina en nuestras bocas. Se derrite entre nuestros labios. El beso es tierno y hambriento a la vez. El mundo desaparece. La ropa cae. Las manos arden. Pero en el fondo de mi alma… Surge un pensamiento que me quema. Akane. Lo haré para hacerle daño. Para que no vuelva a irse. Para que no me deje sola otra vez… Y entonces— Lili: —¡No!… N-no puedo… Perdóname… Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol. Pero cuando me oye… Su expresión se rompe. Se muerde su propio brazo. Fuerte. Hasta sangrar. Para detenerse. Para no perder el control. Respira. Vuelve a ser ella. La loba que cuida antes de devorar. Ryu: (suave, rota un poco) —Voy a traerte una manta… Descansa, cachorrita. Te hace falta. Me hago pequeña. Una bolita. Hundida en mi propia culpa. Sintiendo que soy basura. Pero Ryu me cubre con la manta igualmente. Sin tocarme. Sin juzgarme. Sin marcharse. Solo… se queda. Aunque no me crea digna de ello.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
    Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin
    //Gracias por tanto.

    La noche que casi me pierdo

    Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado.
    Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo.
    El caos perfecto para desaparecer dentro de él.

    Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar.
    Y lo es.

    Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice:

    Ryu:
    —Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo.

    Y tiene razón.
    Nos miran, sí.
    Pero nadie se acerca.
    Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso.

    Entramos al garito.
    Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente.
    Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman.
    Un gesto simple que funciona como llave.

    En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas.
    Deja dos jarras delante de nosotras.
    Pegajosas.
    Turbias.
    Frías.

    Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta.
    Yo la imito.

    El alcohol me golpea como un puñetazo.
    Asqueroso… pero refrescante.
    Hace calor, demasiado.

    Hablamos.
    O mejor dicho: yo hablo, ella escucha.
    Le cuento del jardín de sombras.
    De la oscuridad.
    De Akane.
    De mi miedo.
    De mi deseo de volver a verla.
    De que no sé cómo hacerlo sin romperme.

    Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa.
    Firmadas: SIMON.

    Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro:

    Ryu:
    —Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre.

    Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza.
    Sigo bebiendo.
    Y bebiendo.
    Y bebiendo.

    El mundo se vuelve pesado.
    Mi corazón, más.

    Ryu se levanta.

    Ryu:
    —Ahora vuelvo. No tardo.

    Pero cuando vuelve…

    Yo ya no estoy.

    Su respiración se corta.
    Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal.

    Ellos retroceden.

    Moteros:
    —No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto!

    El color huye del rostro de Ryu.

    Ryu:
    —¿Mi moto?...

    Sale disparada fuera.

    Ahí estoy.
    En el suelo.
    Tambaleándome.
    La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza.

    Ryu me mira.
    No grita.
    No ruge.

    Ryu:
    —¿Estás herida?

    Solo eso.

    Comprueba mis rasguños.
    Suspira.
    Luego se vuelve hacia su moto…
    Esa moto que claramente amaba.
    La mira con un dolor silencioso.
    Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma.

    Ryu:
    —…será mejor que nos vayamos.

    Pide un taxi.
    Me lleva a su apartamento.
    En silencio.

    Al entrar me ofrece café.
    Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa.
    Exagerada.
    Provocadora.
    Herida.

    Ryu se sienta delante.
    Me observa.
    Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella.

    El ambiente cambia.
    Se vuelve espeso, lento, cargado.

    No sé quién se inclinó primero.
    Tal vez las dos.
    Quizás fue inevitable.

    El helado termina en nuestras bocas.
    Se derrite entre nuestros labios.
    El beso es tierno y hambriento a la vez.
    El mundo desaparece.
    La ropa cae.
    Las manos arden.

    Pero en el fondo de mi alma…
    Surge un pensamiento que me quema.

    Akane.

    Lo haré para hacerle daño.
    Para que no vuelva a irse.
    Para que no me deje sola otra vez…

    Y entonces—

    Lili:
    —¡No!…
    N-no puedo…
    Perdóname…

    Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol.
    Pero cuando me oye…
    Su expresión se rompe.

    Se muerde su propio brazo.
    Fuerte.
    Hasta sangrar.
    Para detenerse.
    Para no perder el control.

    Respira.
    Vuelve a ser ella.
    La loba que cuida antes de devorar.

    Ryu: (suave, rota un poco)
    —Voy a traerte una manta…
    Descansa, cachorrita.
    Te hace falta.

    Me hago pequeña.
    Una bolita.
    Hundida en mi propia culpa.
    Sintiendo que soy basura.

    Pero Ryu me cubre con la manta igualmente.
    Sin tocarme.
    Sin juzgarme.
    Sin marcharse.

    Solo…
    se queda.

    Aunque no me crea digna de ello.
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    //Gracias por tanto.

    La noche que casi me pierdo

    Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado.
    Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo.
    El caos perfecto para desaparecer dentro de él.

    Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar.
    Y lo es.

    Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice:

    Ryu:
    —Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo.

    Y tiene razón.
    Nos miran, sí.
    Pero nadie se acerca.
    Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso.

    Entramos al garito.
    Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente.
    Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman.
    Un gesto simple que funciona como llave.

    En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas.
    Deja dos jarras delante de nosotras.
    Pegajosas.
    Turbias.
    Frías.

    Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta.
    Yo la imito.

    El alcohol me golpea como un puñetazo.
    Asqueroso… pero refrescante.
    Hace calor, demasiado.

    Hablamos.
    O mejor dicho: yo hablo, ella escucha.
    Le cuento del jardín de sombras.
    De la oscuridad.
    De Akane.
    De mi miedo.
    De mi deseo de volver a verla.
    De que no sé cómo hacerlo sin romperme.

    Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa.
    Firmadas: SIMON.

    Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro:

    Ryu:
    —Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre.

    Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza.
    Sigo bebiendo.
    Y bebiendo.
    Y bebiendo.

    El mundo se vuelve pesado.
    Mi corazón, más.

    Ryu se levanta.

    Ryu:
    —Ahora vuelvo. No tardo.

    Pero cuando vuelve…

    Yo ya no estoy.

    Su respiración se corta.
    Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal.

    Ellos retroceden.

    Moteros:
    —No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto!

    El color huye del rostro de Ryu.

    Ryu:
    —¿Mi moto?...

    Sale disparada fuera.

    Ahí estoy.
    En el suelo.
    Tambaleándome.
    La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza.

    Ryu me mira.
    No grita.
    No ruge.

    Ryu:
    —¿Estás herida?

    Solo eso.

    Comprueba mis rasguños.
    Suspira.
    Luego se vuelve hacia su moto…
    Esa moto que claramente amaba.
    La mira con un dolor silencioso.
    Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma.

    Ryu:
    —…será mejor que nos vayamos.

    Pide un taxi.
    Me lleva a su apartamento.
    En silencio.

    Al entrar me ofrece café.
    Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa.
    Exagerada.
    Provocadora.
    Herida.

    Ryu se sienta delante.
    Me observa.
    Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella.

    El ambiente cambia.
    Se vuelve espeso, lento, cargado.

    No sé quién se inclinó primero.
    Tal vez las dos.
    Quizás fue inevitable.

    El helado termina en nuestras bocas.
    Se derrite entre nuestros labios.
    El beso es tierno y hambriento a la vez.
    El mundo desaparece.
    La ropa cae.
    Las manos arden.

    Pero en el fondo de mi alma…
    Surge un pensamiento que me quema.

    Akane.

    Lo haré para hacerle daño.
    Para que no vuelva a irse.
    Para que no me deje sola otra vez…

    Y entonces—

    Lili:
    —¡No!…
    N-no puedo…
    Perdóname…

    Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol.
    Pero cuando me oye…
    Su expresión se rompe.

    Se muerde su propio brazo.
    Fuerte.
    Hasta sangrar.
    Para detenerse.
    Para no perder el control.

    Respira.
    Vuelve a ser ella.
    La loba que cuida antes de devorar.

    Ryu: (suave, rota un poco)
    —Voy a traerte una manta…
    Descansa, cachorrita.
    Te hace falta.

    Me hago pequeña.
    Una bolita.
    Hundida en mi propia culpa.
    Sintiendo que soy basura.

    Pero Ryu me cubre con la manta igualmente.
    Sin tocarme.
    Sin juzgarme.
    Sin marcharse.

    Solo…
    se queda.

    Aunque no me crea digna de ello.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 [Ryu] //Gracias por tanto. La noche que casi me pierdo Llegamos a una zona industrial donde el aire huele a gasolina, óxido y pecado. Los moteros se agolpan como sombras vivas, tatuajes brillando bajo luces rojas y violetas, risas roncas, cadenas, humo. El caos perfecto para desaparecer dentro de él. Ryu avanza como si fuera la alfa del lugar. Y lo es. Parkea la moto en un hueco improvisado, apaga el motor de un golpe seco y dice: Ryu: —Deja el casco aquí. Nadie se va a atrever a tocarlo. Y tiene razón. Nos miran, sí. Pero nadie se acerca. Un par levantan la mano a modo de saludo respetuoso. Entramos al garito. Rock alto, olor a cerveza derramada y metal caliente. Ryu solo levanta dos dedos hacia el barman. Un gesto simple que funciona como llave. En segundos, un tipo enorme desaloja una mesa ocupada entre gritos y casi patadas. Deja dos jarras delante de nosotras. Pegajosas. Turbias. Frías. Ryu bebe como si necesitara apagar un incendio en la garganta. Yo la imito. El alcohol me golpea como un puñetazo. Asqueroso… pero refrescante. Hace calor, demasiado. Hablamos. O mejor dicho: yo hablo, ella escucha. Le cuento del jardín de sombras. De la oscuridad. De Akane. De mi miedo. De mi deseo de volver a verla. De que no sé cómo hacerlo sin romperme. Mientras tanto, varias notas dobladas llegan a la mesa. Firmadas: SIMON. Ryu me confiesa, con la naturalidad de alguien que ya está rota por dentro: Ryu: —Es mi contacto. Encargos… cuestiones de sangre. Me pierdo en mis palabras y en mi tristeza. Sigo bebiendo. Y bebiendo. Y bebiendo. El mundo se vuelve pesado. Mi corazón, más. Ryu se levanta. Ryu: —Ahora vuelvo. No tardo. Pero cuando vuelve… Yo ya no estoy. Su respiración se corta. Pregunta a los primeros que encuentra, su tono gélido, amenazante, letal. Ellos retroceden. Moteros: —No sabemos nada… ¡quizá fue la loca de la moto! El color huye del rostro de Ryu. Ryu: —¿Mi moto?... Sale disparada fuera. Ahí estoy. En el suelo. Tambaleándome. La preciosa moto negra de Ryu hecha un amasijo de metal y vergüenza. Ryu me mira. No grita. No ruge. Ryu: —¿Estás herida? Solo eso. Comprueba mis rasguños. Suspira. Luego se vuelve hacia su moto… Esa moto que claramente amaba. La mira con un dolor silencioso. Un enfado que se convierte en un latigazo hacia sí misma. Ryu: —…será mejor que nos vayamos. Pide un taxi. Me lleva a su apartamento. En silencio. Al entrar me ofrece café. Yo, borracha perdida, voy directa al congelador, saco un helado y me dejo caer en su sofá, riéndome mientras lo lamo de forma indecorosa. Exagerada. Provocadora. Herida. Ryu se sienta delante. Me observa. Y yo sigo lamiendo el helado sin apartar los ojos de ella. El ambiente cambia. Se vuelve espeso, lento, cargado. No sé quién se inclinó primero. Tal vez las dos. Quizás fue inevitable. El helado termina en nuestras bocas. Se derrite entre nuestros labios. El beso es tierno y hambriento a la vez. El mundo desaparece. La ropa cae. Las manos arden. Pero en el fondo de mi alma… Surge un pensamiento que me quema. Akane. Lo haré para hacerle daño. Para que no vuelva a irse. Para que no me deje sola otra vez… Y entonces— Lili: —¡No!… N-no puedo… Perdóname… Ryu tiene las pupilas dilatadas por deseo y alcohol. Pero cuando me oye… Su expresión se rompe. Se muerde su propio brazo. Fuerte. Hasta sangrar. Para detenerse. Para no perder el control. Respira. Vuelve a ser ella. La loba que cuida antes de devorar. Ryu: (suave, rota un poco) —Voy a traerte una manta… Descansa, cachorrita. Te hace falta. Me hago pequeña. Una bolita. Hundida en mi propia culpa. Sintiendo que soy basura. Pero Ryu me cubre con la manta igualmente. Sin tocarme. Sin juzgarme. Sin marcharse. Solo… se queda. Aunque no me crea digna de ello.
    Me encocora
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  • "Día de caza, es bueno volver a casa..."
    Fandom The Walking Dead
    Categoría Acción
    ㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤ" Hogᥲr ᥒo ᥱs ᥙᥒ ᥣᥙgᥲr,
    ㅤㅤㅤㅤsoᥒ ᥣᥲs ρᥱrsoᥒᥲs qᥙᥱ tᥱ ιmρortᥲᥒ"
    ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤ˹ 𝑨𝘼𝑹𝙊𝑵 ᴬᵁ



    ㅤㅤㅤㅤㅤNo había imaginado, cuando sus pasos la llevaban de un lado a otro con Miko, Connie, Kelly, Luke y Bernie, que algún día encontraría un lugar donde establecerse realmente. Un lugar fuerte, un lugar lleno de buenas personas que los acogieron y los trataron como familia desde que los conocieron. Nunca imaginó que otras personas le importarían tanto como aquellos compañeros de viaje con los que había compartido años de andanzas, peleas y combates. Había tenido que recorrer muchos kilómetros pero ahora, cada mañana que despertaba en Hilltop, se sentía… en casa.

    Las cosas en la colonia funcionaban. Poco a poco. Tras la caída del Reino había muchas más bocas que alimentar y las heladas del invierno habían destruido gran parte de las cosechas. La comida guardada en el almacén no duraría eternamente, por lo que las raciones se habían reducido considerablemente. Además, con las fronteras limitadas por culpa de Alpha y sus normas restrictivas cada vez costaba más encontrar caza con la que alimentar a tantas personas. Por suerte, no estaban solos. Contaban con ayuda de Alejandría y de Oceanside. Un par de carros de cada comunidad llegaban al menos una vez al mes para ayudar. A cambio, Hilltop proporcionaba armas, clavos, artículos de herrería, todo lo que Alden y Earl pudieran construir y manufacturar. Afilaban armas, cuchillos, fabricaban herraduras. Y todo esto era enviado a ambas comunidades al menos una vez al mes.

    La pérdida de los seres queridos tras la feria en El Reino aun creaba una enorme brecha de ausencia, el ambiente era… extraño. Enid, Tara, Tammy Rose, DJ… cada uno de esos nombres era un hueco enorme en las mesas a la hora de comer, en las conversaciones, en los corazones. Todos en la colonia sobre la colina intentaban sobreponerse a la tristeza, esa que todavia perduraba. Y, para huir de ese ambiente y cambiar de aires, Magna había decidido unirse a la comitiva que llevaría un par de carros a Alejandría. Miko no estaba demasiado contenta con aquella decisión por parte de Magna, había mucho que arreglar en Hilltop, decía.
    -Si no salgo de aquí, al menos un par de dias, me pegaré un tiro, Miko…- expresó Magna mientras preparaba una mochila como improvisado equipaje.

    -Buena suerte, no tenemos balas, ¿recuerdas? -le dijo la morena mientras Magna ya cerraba y aseguraba las hebillas de la mochila.

    Magna, por su parte, rodó los ojos y giró el rostro para mirar a su novia.

    -Te prometo que volveré antes de que tengas tiempo de echarme de menos… Además, tendrás la cama para ti sola. Yo probablemente tenga que compartir cuarto con Judith -bromeó Magna.

    Miko sonrió, le había hecho gracia el comentario.

    -Por suerte te entiendes bien con los niños… -respondió mientras llevaba una mano a la mejilla de Magna- Una semana, es el máximo de tiempo que te doy. Si no vuelves antes, saldré para traerte de la oreja.

    Magna negó con la cabeza y se acercó a besar a la morena.

    -Me tendrás aquí en menos tiempo, prometido.



    ㅤㅤㅤ▬▬▬ Un día después la comitiva de Hilltop formada por Ezekiel, Marco, Cal, Magna, Luke y Marlene llegaba a las puertas de Alejandría donde Scott les abrió la puerta, saludándolos efusivamente, contento de verlos de nuevo. Aun recordaba la primera vez que atravesó las puertas de aquella comunidad. Habían peleado con los muertos durante todo un día, estaban exhaustos y Miko herida cuando Judith los encontró. Una inevitable sonrisa de divertida nostalgia asomó a sus labios casi visualizando aquel día. Las miradas incomodas, el Consejo, Michonne y su propia terquedad que casi les cuesta la expulsión. Ahora podía reírse de aquello con las personas implicadas. Ahora eran familia. Nombres que antes eran desconocidos como Aaron, Gabriel, Michonne, Laura, Siddiq o Judith, ahora simbolizaban hogar. Un lugar al que volver y saber que serias recibido con los brazos abiertos.

    Saludaron rápidamente a Scott sin descender de los carros antes de que estos pasaran hasta el interior de la comunidad. Los alejandrinos que trabajaban en huertos, carpintería o herrería se detenían a mirarlos al pasar y los saludaban con camaradería desde sus puestos de trabajo. Definitivamente aquello era un poco de paz en mitad de todo el caos del mundo exterior… Un oasis.

    Antes de descender del carro, Magna divisó a Aaron, Judith y Gracie acercándose a los carros. Las dos niñas corrían entusiasmadas hacia los carros y Aaron los saludaba con su mano diestra.

    -¡Hola, Magna! -saludó Judith con entusiasmo cuando los pies de la pelirroja pisaron el suelo. Inmediatamente la niña se abrazó a su cintura.

    -¡Jud! ¡Caramba! Cada día estás más alta -respondió Magna rodeando a Judith con un brazo- Hola, Gracie -saludó a la niña rubia parada delante de ella- Os he traído un regalo recién recogido de Hilltop.

    Judith se apartó y Magna internó una mano en una de las cestas para sacar algunos melocotones. Dio uno a cada niña, y aquel regalo fue respondido en forma de agradecimientos entusiasmados y abrazos.

    -Ahora, ayudad a Luke a bajar las cajas. ¿Creéis que podréis? -preguntó Magna.

    -¡Si! -respondió Judith.

    -¡Vamos, Jud! -exclamó Gracie y ambas corrieron al final del carro.

    Magna alzó la mirada hacia Aaron.

    -Para ti también hay regalo, papá -sonrió ella lanzándole suavemente un melocotón y acercándose luego a abrazarle. Tuvo que ponerse de puntillas para poder llegar a su cuello ya que Aaron era un tío enorme- Hola -sonrió- Earl quiere que os diga que estas son sus últimas herraduras…-informó al separarse- No habrá herraduras nuevas hasta que encontremos más chatarra. Alden queria salir hoy a aquel centro comercial cerca de la autopista… -se percató entonces de que en su prótesis zurda llevaba su lucero del alba, así que lo señaló con una mano- ¿Vas a salir? ¿Quieres que te acompañe? Quizás podemos encontrar algo de caza…


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #TheWalkingDead

    psd: psd 53 by tuschen
    ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ" Hogᥲr ᥒo ᥱs ᥙᥒ ᥣᥙgᥲr, ㅤㅤㅤㅤsoᥒ ᥣᥲs ρᥱrsoᥒᥲs qᥙᥱ tᥱ ιmρortᥲᥒ" ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤ˹ [AAR0N] ㅤㅤㅤㅤㅤNo había imaginado, cuando sus pasos la llevaban de un lado a otro con Miko, Connie, Kelly, Luke y Bernie, que algún día encontraría un lugar donde establecerse realmente. Un lugar fuerte, un lugar lleno de buenas personas que los acogieron y los trataron como familia desde que los conocieron. Nunca imaginó que otras personas le importarían tanto como aquellos compañeros de viaje con los que había compartido años de andanzas, peleas y combates. Había tenido que recorrer muchos kilómetros pero ahora, cada mañana que despertaba en Hilltop, se sentía… en casa. Las cosas en la colonia funcionaban. Poco a poco. Tras la caída del Reino había muchas más bocas que alimentar y las heladas del invierno habían destruido gran parte de las cosechas. La comida guardada en el almacén no duraría eternamente, por lo que las raciones se habían reducido considerablemente. Además, con las fronteras limitadas por culpa de Alpha y sus normas restrictivas cada vez costaba más encontrar caza con la que alimentar a tantas personas. Por suerte, no estaban solos. Contaban con ayuda de Alejandría y de Oceanside. Un par de carros de cada comunidad llegaban al menos una vez al mes para ayudar. A cambio, Hilltop proporcionaba armas, clavos, artículos de herrería, todo lo que Alden y Earl pudieran construir y manufacturar. Afilaban armas, cuchillos, fabricaban herraduras. Y todo esto era enviado a ambas comunidades al menos una vez al mes. La pérdida de los seres queridos tras la feria en El Reino aun creaba una enorme brecha de ausencia, el ambiente era… extraño. Enid, Tara, Tammy Rose, DJ… cada uno de esos nombres era un hueco enorme en las mesas a la hora de comer, en las conversaciones, en los corazones. Todos en la colonia sobre la colina intentaban sobreponerse a la tristeza, esa que todavia perduraba. Y, para huir de ese ambiente y cambiar de aires, Magna había decidido unirse a la comitiva que llevaría un par de carros a Alejandría. Miko no estaba demasiado contenta con aquella decisión por parte de Magna, había mucho que arreglar en Hilltop, decía. -Si no salgo de aquí, al menos un par de dias, me pegaré un tiro, Miko…- expresó Magna mientras preparaba una mochila como improvisado equipaje. -Buena suerte, no tenemos balas, ¿recuerdas? -le dijo la morena mientras Magna ya cerraba y aseguraba las hebillas de la mochila. Magna, por su parte, rodó los ojos y giró el rostro para mirar a su novia. -Te prometo que volveré antes de que tengas tiempo de echarme de menos… Además, tendrás la cama para ti sola. Yo probablemente tenga que compartir cuarto con Judith -bromeó Magna. Miko sonrió, le había hecho gracia el comentario. -Por suerte te entiendes bien con los niños… -respondió mientras llevaba una mano a la mejilla de Magna- Una semana, es el máximo de tiempo que te doy. Si no vuelves antes, saldré para traerte de la oreja. Magna negó con la cabeza y se acercó a besar a la morena. -Me tendrás aquí en menos tiempo, prometido. ㅤㅤㅤ▬▬▬ Un día después la comitiva de Hilltop formada por Ezekiel, Marco, Cal, Magna, Luke y Marlene llegaba a las puertas de Alejandría donde Scott les abrió la puerta, saludándolos efusivamente, contento de verlos de nuevo. Aun recordaba la primera vez que atravesó las puertas de aquella comunidad. Habían peleado con los muertos durante todo un día, estaban exhaustos y Miko herida cuando Judith los encontró. Una inevitable sonrisa de divertida nostalgia asomó a sus labios casi visualizando aquel día. Las miradas incomodas, el Consejo, Michonne y su propia terquedad que casi les cuesta la expulsión. Ahora podía reírse de aquello con las personas implicadas. Ahora eran familia. Nombres que antes eran desconocidos como Aaron, Gabriel, Michonne, Laura, Siddiq o Judith, ahora simbolizaban hogar. Un lugar al que volver y saber que serias recibido con los brazos abiertos. Saludaron rápidamente a Scott sin descender de los carros antes de que estos pasaran hasta el interior de la comunidad. Los alejandrinos que trabajaban en huertos, carpintería o herrería se detenían a mirarlos al pasar y los saludaban con camaradería desde sus puestos de trabajo. Definitivamente aquello era un poco de paz en mitad de todo el caos del mundo exterior… Un oasis. Antes de descender del carro, Magna divisó a Aaron, Judith y Gracie acercándose a los carros. Las dos niñas corrían entusiasmadas hacia los carros y Aaron los saludaba con su mano diestra. -¡Hola, Magna! -saludó Judith con entusiasmo cuando los pies de la pelirroja pisaron el suelo. Inmediatamente la niña se abrazó a su cintura. -¡Jud! ¡Caramba! Cada día estás más alta -respondió Magna rodeando a Judith con un brazo- Hola, Gracie -saludó a la niña rubia parada delante de ella- Os he traído un regalo recién recogido de Hilltop. Judith se apartó y Magna internó una mano en una de las cestas para sacar algunos melocotones. Dio uno a cada niña, y aquel regalo fue respondido en forma de agradecimientos entusiasmados y abrazos. -Ahora, ayudad a Luke a bajar las cajas. ¿Creéis que podréis? -preguntó Magna. -¡Si! -respondió Judith. -¡Vamos, Jud! -exclamó Gracie y ambas corrieron al final del carro. Magna alzó la mirada hacia Aaron. -Para ti también hay regalo, papá -sonrió ella lanzándole suavemente un melocotón y acercándose luego a abrazarle. Tuvo que ponerse de puntillas para poder llegar a su cuello ya que Aaron era un tío enorme- Hola -sonrió- Earl quiere que os diga que estas son sus últimas herraduras…-informó al separarse- No habrá herraduras nuevas hasta que encontremos más chatarra. Alden queria salir hoy a aquel centro comercial cerca de la autopista… -se percató entonces de que en su prótesis zurda llevaba su lucero del alba, así que lo señaló con una mano- ¿Vas a salir? ¿Quieres que te acompañe? Quizás podemos encontrar algo de caza… #Personajes3D #3D #Comunidad3D #TheWalkingDead psd: psd 53 by tuschen ㅤ
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