• "¿Sabías que puedes pedir un deseo mientras soplas un diente de león? Deberías intentarlo. ¡Es divertido! "

    No sabía si era la ambición o la curiosidad quien le había orillado a ello, pero no dejaba de girar la plantita entre sus dedos. ¿Qué sería bueno pedir? ¿Fortaleza para aprender a hablar una vez más? ¿Poder para imponerse ante los deseos de sus padres? ¿O solamente algo de felicidad? Con cada vuelta que le daba a la planta, una nueva posibilidad surgía para aplastar a la anterior y así sucesivamente, cada vez se quedaba sin opciones y su mente terminó quedando en blanco.

    « ¿Y si mejor no pido nada? ¿Y si nunca se hace realidad? Es solo una estupidez, no debería intrigarme tanto pero... ¿Qué debería pedir? »
    "¿Sabías que puedes pedir un deseo mientras soplas un diente de león? Deberías intentarlo. ¡Es divertido! " No sabía si era la ambición o la curiosidad quien le había orillado a ello, pero no dejaba de girar la plantita entre sus dedos. ¿Qué sería bueno pedir? ¿Fortaleza para aprender a hablar una vez más? ¿Poder para imponerse ante los deseos de sus padres? ¿O solamente algo de felicidad? Con cada vuelta que le daba a la planta, una nueva posibilidad surgía para aplastar a la anterior y así sucesivamente, cada vez se quedaba sin opciones y su mente terminó quedando en blanco. « ¿Y si mejor no pido nada? ¿Y si nunca se hace realidad? Es solo una estupidez, no debería intrigarme tanto pero... ¿Qué debería pedir? »
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  • — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta?

    Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo.

    « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. »

    — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban.

    « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo.

    — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará.

    Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello.

    « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena.

    — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar?

    Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido.

    « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
    — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta? Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo. « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. » — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban. « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo. — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará. Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello. « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena. — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar? Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido. « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
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  • .
    Cho abrió la puerta de la enorme casa, sintiendo cómo el eco del cerrojo resonaba en el vacío. Un silencio profundo la recibió, denso pero familiar. Se quitó los zapatos junto a la entrada, empujándolos con el pie hacia un rincón del mueble zapatero. Sus pasos descalzos resonaron ligeros en el suelo de mármol mientras recorría el pasillo iluminado con luces cálidas.

    La sala estaba impecable, como siempre. No había rastros de vida reciente: los cojines perfectamente colocados en el sofá, ni una taza en la mesa, ni el sonido de risas o de la televisión encendida. La ausencia era evidente.

    Dejó caer su mochila sobre el sillón más cercano, dejándose hundir en la suavidad del cuero mientras suspiraba. Su padre debía haber salido con su esposa y el niño. Era típico de él organizar cenas espontáneas para pasar tiempo con ellos, aunque rara vez le preguntaba si quería unirse.

    "Supongo que no le pasó por la cabeza invitarme…" murmuró, encogiéndose de hombros. No estaba molesta, al menos no mucho. Había aprendido a no esperar demasiado de estas dinámicas familiares. Su madrastra siempre parecía incómoda cuando Cho estaba cerca, y su medio hermano, aunque simpático, era un niño pequeño que solía cansarla rápido.

    Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina, el espacio más amplio y frío de la casa. Abrió el refrigerador, revisando el contenido sin mucho entusiasmo. Sobras de alguna cena anterior, ensaladas perfectamente ordenadas en recipientes de vidrio, pero nada que realmente se le antojara. Cerró la puerta con un golpe suave y apoyó la frente contra ella, exhalando un largo suspiro.

    Después de un momento de contemplación, sacó su teléfono y abrió la app de comida a domicilio. Era más sencillo pedir algo con la tarjeta que su papá le había dado para evitar que le estuviera pidiendo dinero a cada rato. Elegir entre tantas opciones fue el único dilema. Finalmente, decidió por una hamburguesa doble con papas y un batido de chocolate. Algo reconfortante y lleno de calorías, justo lo que necesitaba esa noche.

    Mientras esperaba su pedido, subió a su habitación en el segundo piso, dejando el eco de sus pasos en la escalera de madera. Cerró la puerta detrás de ella y encendió las luces, observando su espacio. A diferencia del resto de la casa, su habitación tenía vida: pósters en las paredes, libros apilados en el escritorio, y una manta desordenada sobre la cama.

    Se dejó caer sobre el colchón, agarrando su tablet para ponerse al día con la serie que había dejado a medias. Aunque la casa era enorme, se sentía cómoda en la burbuja que había creado en su habitación. No necesitaba más esa noche.

    Cuando el timbre sonó, bajó corriendo las escaleras, casi tropezando en el último peldaño. Firmó el recibo y tomó la bolsa con la comida, agradeciendo al repartidor antes de cerrar la puerta. Regresó a su habitación con su botín, dispuesta a disfrutar de su pequeña cena para uno mientras el resto de la casa seguía vacía.

    Al menos, en ese enorme espacio que a veces se sentía demasiado grande para ella, había aprendido a encontrar consuelo en su soledad.

    . Cho abrió la puerta de la enorme casa, sintiendo cómo el eco del cerrojo resonaba en el vacío. Un silencio profundo la recibió, denso pero familiar. Se quitó los zapatos junto a la entrada, empujándolos con el pie hacia un rincón del mueble zapatero. Sus pasos descalzos resonaron ligeros en el suelo de mármol mientras recorría el pasillo iluminado con luces cálidas. La sala estaba impecable, como siempre. No había rastros de vida reciente: los cojines perfectamente colocados en el sofá, ni una taza en la mesa, ni el sonido de risas o de la televisión encendida. La ausencia era evidente. Dejó caer su mochila sobre el sillón más cercano, dejándose hundir en la suavidad del cuero mientras suspiraba. Su padre debía haber salido con su esposa y el niño. Era típico de él organizar cenas espontáneas para pasar tiempo con ellos, aunque rara vez le preguntaba si quería unirse. "Supongo que no le pasó por la cabeza invitarme…" murmuró, encogiéndose de hombros. No estaba molesta, al menos no mucho. Había aprendido a no esperar demasiado de estas dinámicas familiares. Su madrastra siempre parecía incómoda cuando Cho estaba cerca, y su medio hermano, aunque simpático, era un niño pequeño que solía cansarla rápido. Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina, el espacio más amplio y frío de la casa. Abrió el refrigerador, revisando el contenido sin mucho entusiasmo. Sobras de alguna cena anterior, ensaladas perfectamente ordenadas en recipientes de vidrio, pero nada que realmente se le antojara. Cerró la puerta con un golpe suave y apoyó la frente contra ella, exhalando un largo suspiro. Después de un momento de contemplación, sacó su teléfono y abrió la app de comida a domicilio. Era más sencillo pedir algo con la tarjeta que su papá le había dado para evitar que le estuviera pidiendo dinero a cada rato. Elegir entre tantas opciones fue el único dilema. Finalmente, decidió por una hamburguesa doble con papas y un batido de chocolate. Algo reconfortante y lleno de calorías, justo lo que necesitaba esa noche. Mientras esperaba su pedido, subió a su habitación en el segundo piso, dejando el eco de sus pasos en la escalera de madera. Cerró la puerta detrás de ella y encendió las luces, observando su espacio. A diferencia del resto de la casa, su habitación tenía vida: pósters en las paredes, libros apilados en el escritorio, y una manta desordenada sobre la cama. Se dejó caer sobre el colchón, agarrando su tablet para ponerse al día con la serie que había dejado a medias. Aunque la casa era enorme, se sentía cómoda en la burbuja que había creado en su habitación. No necesitaba más esa noche. Cuando el timbre sonó, bajó corriendo las escaleras, casi tropezando en el último peldaño. Firmó el recibo y tomó la bolsa con la comida, agradeciendo al repartidor antes de cerrar la puerta. Regresó a su habitación con su botín, dispuesta a disfrutar de su pequeña cena para uno mientras el resto de la casa seguía vacía. Al menos, en ese enorme espacio que a veces se sentía demasiado grande para ella, había aprendido a encontrar consuelo en su soledad.
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  • Carmina estaba acurrucada en su sillón favorito, envuelta en una manta mientras la lluvia golpeaba suavemente la ventana. En una mano sostenía su celular y en la otra un chocolate caliente que comenzaba a enfriarse. Decidió usar la tranquila noche para buscar algo especial para la fiesta de fin de año a la que sus amigos la habían arrastrado.

    Deslizó su dedo por la pantalla, revisando vestidos brillantes, ajustados y llenos de lentejuelas. Demasiado exagerado. Esto parece una bola de disco. ¿Quién se pondría algo tan corto en diciembre? pensaba mientras descartaba una opción tras otra.

    En su distracción, un toque mal calculado la llevó a otra sección de la tienda. Carmina frunció el ceño al ver que la pantalla se llenó de pequeños mamelucos pastel, gorritos con orejitas y zapatitos diminutos.

    —¿Ropa para bebés? ¿Cómo terminé aquí? —murmuró, lista para retroceder. Pero entonces sus ojos se posaron en un enterizo blanco con un bordado de conejo, y algo dentro de ella se detuvo. Contra todo pronóstico, amplió la imagen. ¿Cómo pueden hacer algo tan adorable?

    Sin darse cuenta, empezó a explorar más opciones. Había vestidos con volantes, bufanditas diminutas y hasta unas botitas que parecían hechas para muñecos. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios mientras su mente empezaba a divagar.

    De pronto, se imaginó sosteniendo a un bebé con ojos brillantes y una risita contagiosa, envuelto en una manta de lana. Visualizó pequeñas manos aferrándose a su dedo, y una vocecita que algún día podría llamarla “mamá”.

    Carmina se sobresaltó, sacudiendo la cabeza como si quisiera borrar aquella imagen. —¡Por Dios! Ni novio tengo, ¿qué voy a andar pensando en bebés? —dijo en voz alta, riéndose de sí misma mientras un leve rubor teñía sus mejillas.

    Aun así, no pudo evitar deslizar un poco más, mirando los zapatitos y los gorritos con una mezcla de ternura y desconcierto. Había algo reconfortante en imaginar un futuro que hasta ahora nunca se había planteado seriamente.

    Finalmente, cerró la sección y volvió a los vestidos para la fiesta de fin de año, pero su mente no dejaba de volver al pequeño mameluco de conejo. Esa noche, antes de dormir, se sorprendió sonriendo ante la idea de que, quizá, algún día, ese pensamiento no sería tan descabellado como parecía ahora.

    Carmina estaba acurrucada en su sillón favorito, envuelta en una manta mientras la lluvia golpeaba suavemente la ventana. En una mano sostenía su celular y en la otra un chocolate caliente que comenzaba a enfriarse. Decidió usar la tranquila noche para buscar algo especial para la fiesta de fin de año a la que sus amigos la habían arrastrado. Deslizó su dedo por la pantalla, revisando vestidos brillantes, ajustados y llenos de lentejuelas. Demasiado exagerado. Esto parece una bola de disco. ¿Quién se pondría algo tan corto en diciembre? pensaba mientras descartaba una opción tras otra. En su distracción, un toque mal calculado la llevó a otra sección de la tienda. Carmina frunció el ceño al ver que la pantalla se llenó de pequeños mamelucos pastel, gorritos con orejitas y zapatitos diminutos. —¿Ropa para bebés? ¿Cómo terminé aquí? —murmuró, lista para retroceder. Pero entonces sus ojos se posaron en un enterizo blanco con un bordado de conejo, y algo dentro de ella se detuvo. Contra todo pronóstico, amplió la imagen. ¿Cómo pueden hacer algo tan adorable? Sin darse cuenta, empezó a explorar más opciones. Había vestidos con volantes, bufanditas diminutas y hasta unas botitas que parecían hechas para muñecos. Una sonrisa involuntaria apareció en sus labios mientras su mente empezaba a divagar. De pronto, se imaginó sosteniendo a un bebé con ojos brillantes y una risita contagiosa, envuelto en una manta de lana. Visualizó pequeñas manos aferrándose a su dedo, y una vocecita que algún día podría llamarla “mamá”. Carmina se sobresaltó, sacudiendo la cabeza como si quisiera borrar aquella imagen. —¡Por Dios! Ni novio tengo, ¿qué voy a andar pensando en bebés? —dijo en voz alta, riéndose de sí misma mientras un leve rubor teñía sus mejillas. Aun así, no pudo evitar deslizar un poco más, mirando los zapatitos y los gorritos con una mezcla de ternura y desconcierto. Había algo reconfortante en imaginar un futuro que hasta ahora nunca se había planteado seriamente. Finalmente, cerró la sección y volvió a los vestidos para la fiesta de fin de año, pero su mente no dejaba de volver al pequeño mameluco de conejo. Esa noche, antes de dormir, se sorprendió sonriendo ante la idea de que, quizá, algún día, ese pensamiento no sería tan descabellado como parecía ahora.
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  • —Paul no le quedaban opciones,tuvo que vender su cuerpo para poder comprar velas y tiza para dibujar un pentagrama y recargar su magia—

    —El servicio cuesta 150 dolares la hora,luego hablamos de los diferentes servicios que le puedo ofrecer señora...


    —A el no le gustaba hacer esas cosas,pero necesitaba dinero de alguna forma—
    —Paul no le quedaban opciones,tuvo que vender su cuerpo para poder comprar velas y tiza para dibujar un pentagrama y recargar su magia— —El servicio cuesta 150 dolares la hora,luego hablamos de los diferentes servicios que le puedo ofrecer señora... —A el no le gustaba hacer esas cosas,pero necesitaba dinero de alguna forma—
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  • //Holaaa. Mucho gusto. Recién volví a la plataforma ya que he entrado de vacaciones. Sin problema estoy disponible, se pueden dirigir hacia mi como Blaye 🫶. Manejo diversos ocs. Tantos como femeninos y Masculinos (los masculinos suelo usarlos como Bottoms en el BL) Aquí dejo una idea de la sig trama con sus opciones. ^^

    Matrimonio---> options: Matrimonio forzado/relación toxica/BL/GL/Hetero/ omegaverse/Romance/Drama.

    La música retumbaba en el bar, y la multitud de personas bailaba y reía. Akiko, con su cabello despeinado y su maquillaje corrido, se reía y bailaba con sus amigas, sin preocuparse por nada.

    De repente, la puerta del bar se abrió y un hombre alto y serio entró en el local. Sus ojos escaneaban la multitud, buscando a alguien. Akiko no se dio cuenta de su presencia, demasiado ocupada en divertirse.

    "___________" se abrió paso entre la multitud, su mirada fija en Akiko. Finalmente, la encontró y se dirigió hacia ella. Akiko, que había estado bailando, se detuvo y lo miró con sorpresa.

    "¿Qué haces aquí?", preguntó Akiko, tratando de mantener la calma.

    Su esposo no respondió, simplemente se acercó a ella y le puso su saco sobre los hombros. Akiko se sorprendió al sentir el peso del saco sobre ella, pero luego se dio cuenta de que su esposo estaba tratando de cubrir su vestido, que se había subido un poco durante la noche.

    "Vamos", dijo su esposo, tomándola del brazo y guiándola hacia la salida. "Es hora de ir a casa".

    Akiko se rió y se apoyó en su esposo, que la ayudó a salir del bar y la guió hacia el coche.
    //Holaaa. Mucho gusto. Recién volví a la plataforma ya que he entrado de vacaciones. Sin problema estoy disponible, se pueden dirigir hacia mi como Blaye 🫶. Manejo diversos ocs. Tantos como femeninos y Masculinos (los masculinos suelo usarlos como Bottoms en el BL) Aquí dejo una idea de la sig trama con sus opciones. ^^ Matrimonio---> options: Matrimonio forzado/relación toxica/BL/GL/Hetero/ omegaverse/Romance/Drama. La música retumbaba en el bar, y la multitud de personas bailaba y reía. Akiko, con su cabello despeinado y su maquillaje corrido, se reía y bailaba con sus amigas, sin preocuparse por nada. De repente, la puerta del bar se abrió y un hombre alto y serio entró en el local. Sus ojos escaneaban la multitud, buscando a alguien. Akiko no se dio cuenta de su presencia, demasiado ocupada en divertirse. "___________" se abrió paso entre la multitud, su mirada fija en Akiko. Finalmente, la encontró y se dirigió hacia ella. Akiko, que había estado bailando, se detuvo y lo miró con sorpresa. "¿Qué haces aquí?", preguntó Akiko, tratando de mantener la calma. Su esposo no respondió, simplemente se acercó a ella y le puso su saco sobre los hombros. Akiko se sorprendió al sentir el peso del saco sobre ella, pero luego se dio cuenta de que su esposo estaba tratando de cubrir su vestido, que se había subido un poco durante la noche. "Vamos", dijo su esposo, tomándola del brazo y guiándola hacia la salida. "Es hora de ir a casa". Akiko se rió y se apoyó en su esposo, que la ayudó a salir del bar y la guió hacia el coche.
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  • — Era una obra de arte. Esa belleza, el simulacro perfecto de la bruja que yo había visto a la luz de las velas en la capilla, no necesitaba opciones no conjuros para apoyar si causa. Era un ser perfecto e íntimamente magnífico.—
    — Era una obra de arte. Esa belleza, el simulacro perfecto de la bruja que yo había visto a la luz de las velas en la capilla, no necesitaba opciones no conjuros para apoyar si causa. Era un ser perfecto e íntimamente magnífico.—
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  • Era un día común en la escuela, y Shoko estaba más que lista para una pausa bien merecida. Había sobrevivido a un sinfín de quejas de estudiantes sobre rasguños "mortales" y "heridas letales" que no eran más que cortes superficiales. Todo lo que quería era un café frío de la máquina expendedora cerca de la enfermería.

    Con su cigarrillo apagado en los labios y unas monedas en la mano, se dirigió al imponente artefacto, que, según los rumores, tenía una tendencia a "tragarse" el dinero de los estudiantes.

    —No me decepciones —le dijo a la máquina, como si fuera un compañero de trabajo que ya había arruinado demasiadas cosas.

    Insertó las monedas y pulsó el botón para su café frío favorito. La máquina zumbó, parpadeó... y nada salió. Shoko la miró fijamente, evaluando la situación como si se tratara de una cirugía de alto riesgo.

    —Ah, ¿así vamos a jugar? —murmuró, encendiendo el cigarrillo para calmarse mientras observaba el panel de botones.

    Volvió a presionar. Esta vez con más fuerza. El zumbido aumentó, pero el café seguía sin aparecer. Shoko soltó el humo con un suspiro cansado y dio un paso atrás, evaluando sus opciones.

    Plan A: Presionar todos los botones. Lo hizo, y lo único que consiguió fue un ruido preocupante y más luces parpadeantes.
    Plan B: Golpear la máquina. Dio un leve empujón con la cadera, y luego un golpe con el puño. Nada.
    Plan C: Llamar a alguien para que la ayudara. Pero, claro, no iba a darle esa satisfacción a nadie.

    —Está bien. Si quieres guerra, tendrás guerra.

    Con una determinación poco común, Shoko dejó su cigarrillo a un lado y se arremangó. Intentó inclinar la máquina hacia adelante, pero esta se tambaleó y cayó de golpe hacia atrás. El ruido resonó en toda la escuela.

    La puerta del pasillo se abrió de golpe, y un par de estudiantes asomaron la cabeza.

    —¿Doctora Ieiri? ¿Está bien? —preguntó uno, con una mezcla de curiosidad y miedo.

    —Perfectamente —respondió Shoko, sacudiéndose el polvo de las manos mientras encendía otro cigarrillo—. Ahora, largo de aquí. —

    Los estudiantes desaparecieron al instante, y Shoko volvió a mirar a la máquina, que yacía en el suelo con una leve inclinación. Fue entonces cuando vio su victoria: el café frío rodó lentamente fuera de la ranura, como un soldado derrotado que entregaba sus armas.

    Shoko lo recogió, dio un sorbo y suspiró con satisfacción.

    —Sabía que ganaría, pero tenía que hacerte sufrir.

    Dejó la máquina en el suelo y volvió a la enfermería como si nada hubiera pasado. Desde ese día, nadie se atrevió a tocar la máquina expendedora sin antes asegurarse de que Shoko no estuviera cerca.

    Era un día común en la escuela, y Shoko estaba más que lista para una pausa bien merecida. Había sobrevivido a un sinfín de quejas de estudiantes sobre rasguños "mortales" y "heridas letales" que no eran más que cortes superficiales. Todo lo que quería era un café frío de la máquina expendedora cerca de la enfermería. Con su cigarrillo apagado en los labios y unas monedas en la mano, se dirigió al imponente artefacto, que, según los rumores, tenía una tendencia a "tragarse" el dinero de los estudiantes. —No me decepciones —le dijo a la máquina, como si fuera un compañero de trabajo que ya había arruinado demasiadas cosas. Insertó las monedas y pulsó el botón para su café frío favorito. La máquina zumbó, parpadeó... y nada salió. Shoko la miró fijamente, evaluando la situación como si se tratara de una cirugía de alto riesgo. —Ah, ¿así vamos a jugar? —murmuró, encendiendo el cigarrillo para calmarse mientras observaba el panel de botones. Volvió a presionar. Esta vez con más fuerza. El zumbido aumentó, pero el café seguía sin aparecer. Shoko soltó el humo con un suspiro cansado y dio un paso atrás, evaluando sus opciones. Plan A: Presionar todos los botones. Lo hizo, y lo único que consiguió fue un ruido preocupante y más luces parpadeantes. Plan B: Golpear la máquina. Dio un leve empujón con la cadera, y luego un golpe con el puño. Nada. Plan C: Llamar a alguien para que la ayudara. Pero, claro, no iba a darle esa satisfacción a nadie. —Está bien. Si quieres guerra, tendrás guerra. Con una determinación poco común, Shoko dejó su cigarrillo a un lado y se arremangó. Intentó inclinar la máquina hacia adelante, pero esta se tambaleó y cayó de golpe hacia atrás. El ruido resonó en toda la escuela. La puerta del pasillo se abrió de golpe, y un par de estudiantes asomaron la cabeza. —¿Doctora Ieiri? ¿Está bien? —preguntó uno, con una mezcla de curiosidad y miedo. —Perfectamente —respondió Shoko, sacudiéndose el polvo de las manos mientras encendía otro cigarrillo—. Ahora, largo de aquí. — Los estudiantes desaparecieron al instante, y Shoko volvió a mirar a la máquina, que yacía en el suelo con una leve inclinación. Fue entonces cuando vio su victoria: el café frío rodó lentamente fuera de la ranura, como un soldado derrotado que entregaba sus armas. Shoko lo recogió, dio un sorbo y suspiró con satisfacción. —Sabía que ganaría, pero tenía que hacerte sufrir. Dejó la máquina en el suelo y volvió a la enfermería como si nada hubiera pasado. Desde ese día, nadie se atrevió a tocar la máquina expendedora sin antes asegurarse de que Shoko no estuviera cerca.
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  • — No me siento muy convencida en muchos aspectos, no me gusta sentirme insegura, tampoco me gusta que no me den opciones.... En este momento, solo pienso en abandonar todo....
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  • ❝ ── 𝑨 𝒔𝒊𝒍𝒆𝒏𝒕 𝒏𝒊𝒈𝒉𝒕 ❞




    Un suspiro cargado de cansancio se deslizó de sus labios mientras abotonaba la camisa blanca que había elegido para esa noche. El tejido ligero caía suavemente sobre su piel, dejando los dos últimos botones desabrochados, como si incluso el pequeño esfuerzo de cerrarlos fuera innecesario.

    Llevó las manos hacia su cuello, con movimientos lentos apartando su cabello ondulado de un rojo vibrante para dejarlo caer libremente sobre su espalda. Había sido un día largo, pero había valido la pena; la reunión con esa Italiana había salido mucho mejor de lo que esperaba, y ahora solo buscaba un momento de paz en su propio espacio.

    Su mirada vagó por el departamento, un lugar que llamaba "hogar" por comodidad, pero que en realidad siempre había sentido más como un refugio temporal más que nada en dónde podía descansar. Sus pasos, descalzos y casi inaudibles, la llevaron hacia la ventana, en dónde observo la ciudad bajo sus pies que se extendía como un mapa vacío, sin personas presentes.

    Al llegar, apoyó los antebrazos en el marco y dejó caer su mentón sobre ellos. Sus ojos vagaron hacia el cielo oscuro, buscando algo que ni siquiera ella sabía. De un momento a otro, sintió como un viento helado se filtraba poco a poco sobre sus piernas, muslos y luego por debajo de la camisa, llegando hasta sus pechos. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero ni eso hizo que se apartará de ahí, era terca.

    Últimamente había estado sintiéndose muy agotada, probablemente debido al trabajo que tenia. Aunque, en realidad más que nada terminaba apoyando en la mafia a la que trabajaba debido a su puesto, en realidad habia deseado salir de aquel trabajo muy "legal" hacia ya mucho tiempo, pero no tenia opciones, solo estaba ahi con un objetivo en claro, eso, y porque básicamente tenia un contrato que debia cumplir. Aunque intento escapar varias veces, siempre fue encontrada, de hecho, fue tantas las veces que lo intento que más parecía un juego "Del gato y del ratón" para sus compañeros de trabajo. Un juego que terminaba perdiendo y del cual se rindió hace ya mucho tiempo.

    Una vida "normal" es lo único que hubiera deseado, pero la vida actual era su realidad, una muy y terriblemente mala. Sus pensamientos seguían vagando, no paro hasta que sintió algo suave y caliente en su pierna, bajo la mirada notando la presencia de su pequeña minina y su cola sobre esta.

    — Hanna, ven aquí ... — Pronunció suavemente y con una sonrisa delicada, la tomó entre sus brazos y fue hacia el sofá para acomodarse, se hecho apenas pudo, dejando que su gata se enrollara como caracol sobre sus piernas desnudas, apoyó su cabeza en el antebrazo del sillón mientras aun mantenia su mirada sobre la ventana y luego sobre la mesita de la sala en dónde se hallaba una cartera blanca, en donde se encontraba cierto papel con un nombre y número telefónico, que le había entregado Elisabetta para comunicarse con una mujer para sacarle información. Si que estos días iban a ser movidos, aunque ahora simplemente se relajaría.

    ❝ ── 𝑨 𝒔𝒊𝒍𝒆𝒏𝒕 𝒏𝒊𝒈𝒉𝒕 ❞ Un suspiro cargado de cansancio se deslizó de sus labios mientras abotonaba la camisa blanca que había elegido para esa noche. El tejido ligero caía suavemente sobre su piel, dejando los dos últimos botones desabrochados, como si incluso el pequeño esfuerzo de cerrarlos fuera innecesario. Llevó las manos hacia su cuello, con movimientos lentos apartando su cabello ondulado de un rojo vibrante para dejarlo caer libremente sobre su espalda. Había sido un día largo, pero había valido la pena; la reunión con esa Italiana había salido mucho mejor de lo que esperaba, y ahora solo buscaba un momento de paz en su propio espacio. Su mirada vagó por el departamento, un lugar que llamaba "hogar" por comodidad, pero que en realidad siempre había sentido más como un refugio temporal más que nada en dónde podía descansar. Sus pasos, descalzos y casi inaudibles, la llevaron hacia la ventana, en dónde observo la ciudad bajo sus pies que se extendía como un mapa vacío, sin personas presentes. Al llegar, apoyó los antebrazos en el marco y dejó caer su mentón sobre ellos. Sus ojos vagaron hacia el cielo oscuro, buscando algo que ni siquiera ella sabía. De un momento a otro, sintió como un viento helado se filtraba poco a poco sobre sus piernas, muslos y luego por debajo de la camisa, llegando hasta sus pechos. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero ni eso hizo que se apartará de ahí, era terca. Últimamente había estado sintiéndose muy agotada, probablemente debido al trabajo que tenia. Aunque, en realidad más que nada terminaba apoyando en la mafia a la que trabajaba debido a su puesto, en realidad habia deseado salir de aquel trabajo muy "legal" hacia ya mucho tiempo, pero no tenia opciones, solo estaba ahi con un objetivo en claro, eso, y porque básicamente tenia un contrato que debia cumplir. Aunque intento escapar varias veces, siempre fue encontrada, de hecho, fue tantas las veces que lo intento que más parecía un juego "Del gato y del ratón" para sus compañeros de trabajo. Un juego que terminaba perdiendo y del cual se rindió hace ya mucho tiempo. Una vida "normal" es lo único que hubiera deseado, pero la vida actual era su realidad, una muy y terriblemente mala. Sus pensamientos seguían vagando, no paro hasta que sintió algo suave y caliente en su pierna, bajo la mirada notando la presencia de su pequeña minina y su cola sobre esta. — Hanna, ven aquí ... — Pronunció suavemente y con una sonrisa delicada, la tomó entre sus brazos y fue hacia el sofá para acomodarse, se hecho apenas pudo, dejando que su gata se enrollara como caracol sobre sus piernas desnudas, apoyó su cabeza en el antebrazo del sillón mientras aun mantenia su mirada sobre la ventana y luego sobre la mesita de la sala en dónde se hallaba una cartera blanca, en donde se encontraba cierto papel con un nombre y número telefónico, que le había entregado Elisabetta para comunicarse con una mujer para sacarle información. Si que estos días iban a ser movidos, aunque ahora simplemente se relajaría.
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