* El Templo de la Santa.
El camino hacia el templo del norte es largo y silencioso. Oz avanza con paso firme, la mirada clavada en el horizonte. A su lado, Onix camina sin quejarse, con los ojos atentos y el corazón encendido por la misma llama de venganza que lo impulsa.
El bosque se abre ante ellos, revelando una estructura majestuosa: el Templo de la Santa de Yue., el aire vibra con una energía antigua, casi sagrada. Pero Oz no se detiene a admirar, el busca respuestas.
Al llegar a las puertas, dos guardianes Elunai bloquean el paso. Sus armaduras brillan con luz plateada, y sus ojos reflejan desconfianza.
—No puedes entrar.— Dice uno de ellos, con voz cortante. —Has profanado el templo del oeste. La conexión con Yue se ha perdido. Tu presencia aquí es una amenaza.
Oz no se inmuta. —Ese templo estaba corrupto —responde con firmeza. —Sacrificaban niños elfos en nombre de los nuevos dioses. No podía permitirlo.
—¡Mentiras! — Interrumpe el otro guardián. —Tú sellaste tu poder al casarte con Señorita Selin. Era el pacto. Y ahora lo has roto... Has usado tu fuerza para destruir un santuario... Eso es traición.
Onix da un paso adelante, pero Oz la detiene con un gesto. No necesita que lo defiendan.
—¿Traición?— Dice, con voz grave. —¿Y qué hay de los niños que encontré en las catacumbas? ¿De los cuerpos mutilados? ¿De los gritos que aún resuenan en mis sueños?
Los guardianes no responden.
—Vengo a hablar con la Santa.— Continúa Oz. —Ella crió a Selin. Si hay alguien que puede entender lo que está ocurriendo, es ella. Y quizás… quizás sepa dónde está mi hija.
Los guardianes se miran entre sí. La tensión se espesa como niebla. Finalmente, uno de ellos habla:
—La Santa está en meditación. No puede ser interrumpida por alguien que ha roto el pacto.
Oz aprieta los puños. Su poder palpita bajo la piel, como una tormenta contenida pero no lo desata, no aún.
—Entonces dile.— Dice, con voz baja pero cortante. —Que Oz, el padre del caos, ha venido. Que busca a su hija. Que ha visto el templo de Yue corrompido. Y que si ella no lo escucha… el caos no se detendrá.
Los guardianes vacilan. Onix lo observa con admiración silenciosa. Por primera vez, ve en Oz no solo al guerrero, sino al padre. Al hombre que está dispuesto a desafiar dioses por amor.
Uno de los guardianes se retira hacia el interior del templo. El otro permanece firme, pero ya no habla. Oz no se mueve, solo espera. Porque sabe que si la Santa aún recuerda a Selin… no lo ignorará.
* El Desafío en el Templo de Yue.
Oz permanece inmóvil, como una montaña que no puede ser movida. La lluvia golpea las piedras del templo, y los guardianes, aunque saben que enfrentarlo podría traer consecuencias fatales, insisten en que se marche.
—¡No eres bienvenido aquí!— Grita uno de ellos, con la espada temblando en su mano.
El rostro de Oz se endurece. Su furia ya no puede contenerse. El poder que había sellado durante años comienza a emanar como un río desbordado. El suelo tiembla, las columnas del templo crujen, y hasta Onix retrocede un paso, nerviosa.
La niña da un pequeño salto cuando Oz, con voz atronadora, grita: ¡ARCYELLE VELTHARYS! ¡Si alguna vez sentiste amor por Selin, sal de tu escondite!
El eco de su voz sacude el santuario. Los guardianes, aterrados, levantan sus espadas contra él, aunque saben que es inútil.
Entonces, una voz clara y solemne atraviesa el estruendo: ¡Detente, Oz! ¡Basta! No eres bienvenido en este templo sagrado. Márchate.
Es la voz de la Santa, Arcyelle Veltharys.
Pero Oz ya no escucha razones. Su poder estalla como un trueno. Con un gesto, los guardianes son lanzados por los aires, sus cuerpos golpean las columnas y caen inconscientes. El silencio se rompe solo por el crujido de las piedras y el latido del poder desatado.
*La Ira del Caos.
Oz avanza con paso firme, cada movimiento cargado de furia contenida. La Santa lo observa desde el umbral del templo, envuelta en un resplandor lunar. Pero pronto siente algo extraño: el poder de Oz invade el entorno, como una marea oscura que se expande sin límites.
Su pecho se oprime, la respiración se le corta, es como si el aire mismo se negara a obedecerla. De inmediato, Arcyelle levanta las manos y conjura una barrera luminosa, un muro de energía lunar que debería detener cualquier fuerza profana. El resplandor plateado se extiende frente a ella, sólido y puro.
Pero Oz no se detiene. Con un solo paso, atraviesa la barrera. No la destruye con violencia, ni la rompe con un golpe. La atraviesa como si la luz no pudiera tocarlo, como si el caos mismo fuera inmune a la pureza de Yue.
El impacto no daña a Oz, pero revela algo más profundo. La barrera, al intentar contenerlo, expone la verdadera forma de su ira.
Su cuerpo cambia. El joven de rasgos élficos se expande, su figura se vuelve más grande, más imponente. Sus músculos se tensan, su piel se oscurece, y sus facciones se transforman en algo más salvaje. Sus colmillos asoman, sus orejas puntiagudas se alargan, y su mirada arde con un fuego indomable.
Oz ya no parece un elfo joven. Ahora es un ser más cercano a un orco, un avatar del caos, un guerrero que ha dejado atrás toda contención.
Onix retrocede, con los ojos abiertos de par en par. Nunca había visto algo así. Arcyelle siente el peso de su presencia como si el mundo entero se inclinara hacia él. Su voz tiembla, pero aún intenta mantener la calma:
—Oz… tu ira te consume. Este no es el hombre que Selin amó.
Oz la mira con una penetrante intensidad, su voz grave resonando como un trueno:
—No soy el hombre que Selin amó… soy el caos que los dioses despertaron. Y si tú sabes lo que le hicieron… entonces dame las respuestas que busco. Porque en comparación con las atrocidades que cometieron en el templo… mi furia es misericordia.
El silencio se vuelve insoportable. La Santa siente que el caos ha tomado forma frente a ella, y que cualquier palabra que pronuncie podría decidir el destino de todos los templos de Yue.
* El Templo de la Santa.
El camino hacia el templo del norte es largo y silencioso. Oz avanza con paso firme, la mirada clavada en el horizonte. A su lado, Onix camina sin quejarse, con los ojos atentos y el corazón encendido por la misma llama de venganza que lo impulsa.
El bosque se abre ante ellos, revelando una estructura majestuosa: el Templo de la Santa de Yue., el aire vibra con una energía antigua, casi sagrada. Pero Oz no se detiene a admirar, el busca respuestas.
Al llegar a las puertas, dos guardianes Elunai bloquean el paso. Sus armaduras brillan con luz plateada, y sus ojos reflejan desconfianza.
—No puedes entrar.— Dice uno de ellos, con voz cortante. —Has profanado el templo del oeste. La conexión con Yue se ha perdido. Tu presencia aquí es una amenaza.
Oz no se inmuta. —Ese templo estaba corrupto —responde con firmeza. —Sacrificaban niños elfos en nombre de los nuevos dioses. No podía permitirlo.
—¡Mentiras! — Interrumpe el otro guardián. —Tú sellaste tu poder al casarte con Señorita Selin. Era el pacto. Y ahora lo has roto... Has usado tu fuerza para destruir un santuario... Eso es traición.
Onix da un paso adelante, pero Oz la detiene con un gesto. No necesita que lo defiendan.
—¿Traición?— Dice, con voz grave. —¿Y qué hay de los niños que encontré en las catacumbas? ¿De los cuerpos mutilados? ¿De los gritos que aún resuenan en mis sueños?
Los guardianes no responden.
—Vengo a hablar con la Santa.— Continúa Oz. —Ella crió a Selin. Si hay alguien que puede entender lo que está ocurriendo, es ella. Y quizás… quizás sepa dónde está mi hija.
Los guardianes se miran entre sí. La tensión se espesa como niebla. Finalmente, uno de ellos habla:
—La Santa está en meditación. No puede ser interrumpida por alguien que ha roto el pacto.
Oz aprieta los puños. Su poder palpita bajo la piel, como una tormenta contenida pero no lo desata, no aún.
—Entonces dile.— Dice, con voz baja pero cortante. —Que Oz, el padre del caos, ha venido. Que busca a su hija. Que ha visto el templo de Yue corrompido. Y que si ella no lo escucha… el caos no se detendrá.
Los guardianes vacilan. Onix lo observa con admiración silenciosa. Por primera vez, ve en Oz no solo al guerrero, sino al padre. Al hombre que está dispuesto a desafiar dioses por amor.
Uno de los guardianes se retira hacia el interior del templo. El otro permanece firme, pero ya no habla. Oz no se mueve, solo espera. Porque sabe que si la Santa aún recuerda a Selin… no lo ignorará.
* El Desafío en el Templo de Yue.
Oz permanece inmóvil, como una montaña que no puede ser movida. La lluvia golpea las piedras del templo, y los guardianes, aunque saben que enfrentarlo podría traer consecuencias fatales, insisten en que se marche.
—¡No eres bienvenido aquí!— Grita uno de ellos, con la espada temblando en su mano.
El rostro de Oz se endurece. Su furia ya no puede contenerse. El poder que había sellado durante años comienza a emanar como un río desbordado. El suelo tiembla, las columnas del templo crujen, y hasta Onix retrocede un paso, nerviosa.
La niña da un pequeño salto cuando Oz, con voz atronadora, grita: ¡ARCYELLE VELTHARYS! ¡Si alguna vez sentiste amor por Selin, sal de tu escondite!
El eco de su voz sacude el santuario. Los guardianes, aterrados, levantan sus espadas contra él, aunque saben que es inútil.
Entonces, una voz clara y solemne atraviesa el estruendo: ¡Detente, Oz! ¡Basta! No eres bienvenido en este templo sagrado. Márchate.
Es la voz de la Santa, Arcyelle Veltharys.
Pero Oz ya no escucha razones. Su poder estalla como un trueno. Con un gesto, los guardianes son lanzados por los aires, sus cuerpos golpean las columnas y caen inconscientes. El silencio se rompe solo por el crujido de las piedras y el latido del poder desatado.
*La Ira del Caos.
Oz avanza con paso firme, cada movimiento cargado de furia contenida. La Santa lo observa desde el umbral del templo, envuelta en un resplandor lunar. Pero pronto siente algo extraño: el poder de Oz invade el entorno, como una marea oscura que se expande sin límites.
Su pecho se oprime, la respiración se le corta, es como si el aire mismo se negara a obedecerla. De inmediato, Arcyelle levanta las manos y conjura una barrera luminosa, un muro de energía lunar que debería detener cualquier fuerza profana. El resplandor plateado se extiende frente a ella, sólido y puro.
Pero Oz no se detiene. Con un solo paso, atraviesa la barrera. No la destruye con violencia, ni la rompe con un golpe. La atraviesa como si la luz no pudiera tocarlo, como si el caos mismo fuera inmune a la pureza de Yue.
El impacto no daña a Oz, pero revela algo más profundo. La barrera, al intentar contenerlo, expone la verdadera forma de su ira.
Su cuerpo cambia. El joven de rasgos élficos se expande, su figura se vuelve más grande, más imponente. Sus músculos se tensan, su piel se oscurece, y sus facciones se transforman en algo más salvaje. Sus colmillos asoman, sus orejas puntiagudas se alargan, y su mirada arde con un fuego indomable.
Oz ya no parece un elfo joven. Ahora es un ser más cercano a un orco, un avatar del caos, un guerrero que ha dejado atrás toda contención.
Onix retrocede, con los ojos abiertos de par en par. Nunca había visto algo así. Arcyelle siente el peso de su presencia como si el mundo entero se inclinara hacia él. Su voz tiembla, pero aún intenta mantener la calma:
—Oz… tu ira te consume. Este no es el hombre que Selin amó.
Oz la mira con una penetrante intensidad, su voz grave resonando como un trueno:
—No soy el hombre que Selin amó… soy el caos que los dioses despertaron. Y si tú sabes lo que le hicieron… entonces dame las respuestas que busco. Porque en comparación con las atrocidades que cometieron en el templo… mi furia es misericordia.
El silencio se vuelve insoportable. La Santa siente que el caos ha tomado forma frente a ella, y que cualquier palabra que pronuncie podría decidir el destino de todos los templos de Yue.