Nico habia decidido salir al bar con sus amigos.
El bar no estaba tan lleno como otros dias, pero el murmullo constante, la música de fondo y las luces cálidas lo hacían sentirse más vivo de lo normal. Nico estaba apoyado contra la barra, con una bebida en la mano, escuchando las historias de siempre de sus amigos. Reía por lo bajo, mirando de vez en cuando hacia la entrada, como si esperara algo más interesante que el humo de cigarro y el alcohol barato.
Entonces lo escuchó.
—¿Qué dijiste, imbécil? —gritó una voz cerca de la esquina.
Nico giró el rostro. Uno de sus amigos, el más explosivo del grupo, estaba cara a cara con dos tipos que claramente buscaban problemas. Nico dejó el vaso sobre la barra sin pensarlo.
Se acercó, manos alzadas, tranquilo.
—Ey, tranquilos... No vale la pena —dijo con su tono suave, esa calma que muchas veces desarmaba situaciones. Pero esta vez no funcionó.
Uno de los tipos empujó a el amigo de Nico con fuerza, y Nico instintivamente se metió en medio, sujetando al agresor del brazo.
—Ya estuvo, ¿sí? Nadie necesita salir de aquí jodido por una estupidez.
—¿Y tú quién te crees? —le dijo el otro, con un empujón seco al pecho.
Nico retrocedió un paso, pero no bajó la mirada. Su mandíbula se tensó. El ambiente se volvió denso.
—Estoy tratando de evitar que te saquen cargando. Eso soy.
Pero el primer golpe vino sin aviso. Un puñetazo cruzado le dio en la mejilla, y sintió el ardor al instante. Apenas si reaccionó cuando el amigo de Nico respondió con un derechazo al segundo tipo. Entonces fue inevitable.
Un breve caos. Nico no era un experto en peleas, pero no se iba a quedar sin defenderse. Empujó al tipo que lo había golpeado y le metió un puñetazo directo al estómago. Recibió un puñetazo en el estomago. Todo fue rápido, torpe, sin técnica, pero lleno de rabia contenida.
Al final, los de seguridad llegaron y separaron todo. Uno de los tipos acabó en el suelo, y Nico con el labio partido y el pómulo ardiendo.
Ya afuera, el grupo caminaba entre risas nerviosas por la acera húmeda.
—¿Estás bien? —preguntó su amigo.
Nico se tocó la cara, sintió el ardor en la mandíbula y soltó una risa nasal.
—Seguro va a doler mañana…
Y justo ahí, como si nada, sonrió.
Esa sonrisa torcida, medio orgullosa y medio resignada. Los faroles de la calle iluminaban su rostro lastimado.
Nico habia decidido salir al bar con sus amigos.
El bar no estaba tan lleno como otros dias, pero el murmullo constante, la música de fondo y las luces cálidas lo hacían sentirse más vivo de lo normal. Nico estaba apoyado contra la barra, con una bebida en la mano, escuchando las historias de siempre de sus amigos. Reía por lo bajo, mirando de vez en cuando hacia la entrada, como si esperara algo más interesante que el humo de cigarro y el alcohol barato.
Entonces lo escuchó.
—¿Qué dijiste, imbécil? —gritó una voz cerca de la esquina.
Nico giró el rostro. Uno de sus amigos, el más explosivo del grupo, estaba cara a cara con dos tipos que claramente buscaban problemas. Nico dejó el vaso sobre la barra sin pensarlo.
Se acercó, manos alzadas, tranquilo.
—Ey, tranquilos... No vale la pena —dijo con su tono suave, esa calma que muchas veces desarmaba situaciones. Pero esta vez no funcionó.
Uno de los tipos empujó a el amigo de Nico con fuerza, y Nico instintivamente se metió en medio, sujetando al agresor del brazo.
—Ya estuvo, ¿sí? Nadie necesita salir de aquí jodido por una estupidez.
—¿Y tú quién te crees? —le dijo el otro, con un empujón seco al pecho.
Nico retrocedió un paso, pero no bajó la mirada. Su mandíbula se tensó. El ambiente se volvió denso.
—Estoy tratando de evitar que te saquen cargando. Eso soy.
Pero el primer golpe vino sin aviso. Un puñetazo cruzado le dio en la mejilla, y sintió el ardor al instante. Apenas si reaccionó cuando el amigo de Nico respondió con un derechazo al segundo tipo. Entonces fue inevitable.
Un breve caos. Nico no era un experto en peleas, pero no se iba a quedar sin defenderse. Empujó al tipo que lo había golpeado y le metió un puñetazo directo al estómago. Recibió un puñetazo en el estomago. Todo fue rápido, torpe, sin técnica, pero lleno de rabia contenida.
Al final, los de seguridad llegaron y separaron todo. Uno de los tipos acabó en el suelo, y Nico con el labio partido y el pómulo ardiendo.
Ya afuera, el grupo caminaba entre risas nerviosas por la acera húmeda.
—¿Estás bien? —preguntó su amigo.
Nico se tocó la cara, sintió el ardor en la mandíbula y soltó una risa nasal.
—Seguro va a doler mañana…
Y justo ahí, como si nada, sonrió.
Esa sonrisa torcida, medio orgullosa y medio resignada. Los faroles de la calle iluminaban su rostro lastimado.