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    Un regalo, las imágenes con caratulas de un video de mago rey de lucy...
    Espero y te gusten :v

    Cambio y fuera..
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  • Al recibir el ramo de tulipanes, supo inmediatamente quien lo habia enviado, y una sonrisa provocada las mariposas que sentía en el estómago, afloró en sus labios.

    Así que se esforzó por escribir una nota que hacer llegar al super:

    "𝐒𝐎𝐋𝐃𝐈𝐄𝐑⋆𝐁𝐎𝐘 me parece muy justo. Los tulipanes son preciosos. Eres increíble"

    Después entregó la nota al mensajero que enviaba avisos de una zona a otra de aquel campamento.
    Al recibir el ramo de tulipanes, supo inmediatamente quien lo habia enviado, y una sonrisa provocada las mariposas que sentía en el estómago, afloró en sus labios. Así que se esforzó por escribir una nota que hacer llegar al super: "[D0NTUSEDRUGS] me parece muy justo. Los tulipanes son preciosos. Eres increíble" Después entregó la nota al mensajero que enviaba avisos de una zona a otra de aquel campamento.
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  • Hay un viejo refrán familiar que dice:

    "El camino más rápido al corazón de una persona es el estómago"...

    O bueno, algo así... Tienes hambre?~♥

    #SeductiveSunday
    Hay un viejo refrán familiar que dice: "El camino más rápido al corazón de una persona es el estómago"... O bueno, algo así... Tienes hambre?~♥ #SeductiveSunday
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  • 𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa.

    Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo.

    ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida.

    Y que también él estaba considerando los contras.

    Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos.

    ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees?

    El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría.

    Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable.

    ────¿Frigia de nuevo?

    ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca.

    ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás?

    ────Claro, seguro.

    Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató.

    ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve.

    Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro.

    ────Lo sé.

    ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo.

    ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo.

    ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte?

    ────No. Nunca.

    ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará.

    ────Anquises... –rogó ella, exasperante.

    ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas.

    Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre».

    Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían.

    El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno.

    ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos.

    Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma.

    ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo.

    Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos.

    ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro...

    Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas.

    ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo.

    Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla?

    Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores.

    Suspiró.

    Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones.

    Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría.


    Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe.

    ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá.

    ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh?

    ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio.

    Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería.

    Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal.

    Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
    𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 🌺 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa. Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo. ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida. Y que también él estaba considerando los contras. Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos. ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees? El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría. Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable. ────¿Frigia de nuevo? ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca. ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás? ────Claro, seguro. Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató. ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve. Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro. ────Lo sé. ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo. ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo. ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte? ────No. Nunca. ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará. ────Anquises... –rogó ella, exasperante. ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas. Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre». Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían. El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno. ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos. Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma. ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo. Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos. ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro... Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas. ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo. Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla? Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores. Suspiró. Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones. Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría. Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe. ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá. ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh? ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio. Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería. Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal. Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
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  • El fin del mundo
    Fandom OC Original
    Categoría Original
    𝕯𝖊𝖗𝖆𝖓 𝕳𝖊𝖑𝖑

    Como rara vez pasaba, la alarma nunca sonó, y la mañana la tomó por sorpresa como quien despierta en una ciudad que ha decidido moverse sin avisarle. Lilian se tuvo que incorporar de un salto, el cabello rubio desordenado en un halo que apenas contenía con los dedos, y dejó la taza a medio terminar sobre la mesita y salió de su apartamento con la chaqueta aún desabrochada, una manga por dentro de una prisa que parecía tener su propia cadencia. Toronto respiraba frío y concreto; el pavimento olía a lluvia reciente y a gasolina, y los edificios levantaban ojos de vidrio que la miraban pasar. Corrió bajando las escaleras a prisa saludando solo a la vieja Lauren que como siempre le dijo “buenos días lili” y ella tan amable aunque con prisas respondido “buenos días señora Lau” aunque parecía tonto, la vieja Lau era su mejor amiga en el edificio, ambas igual de solas, una vez en el suelo corrió como quien huye de un recuerdo, sin mirar atrás, con la certeza inexplicable de que si se detenía el día la alcanzaría.

    El autobús al centro no era más que una línea entre su vida de mañanas y sus horas de tarde: el pequeño restaurante familiar en el corazón del centro —las mesas con mantel a cuadros, la cocina que olía a pan recién hecho y sopa de pollo— la esperaba para sostenerla con su ritmo sencillo, solo pedir ordenes, hacer sonreír a niños y tal vez escuchar uno que otro chisme.

    A mitad de cuadra, dando una vuelta choco aprisa con alguien, su cuerpo claramente cayo a el suelo, pero el tiempo no aguardaba
    -Lo siento.. perdona- Su bufanda junto a su celular ambos cayeron, pero apenas se dio cuenta, simplemente tomo rápido su bufanda de cuadros con solo un objetivo, no perder el autobús, olvidado por completo su celular en el suelo junto al desconocido, gracias a sus ágiles piernas logro subir sin notar el peso que había dejado atrás. En su cabeza ya repetía sonrisas, nombres de clientes, el orden de la mesa tres. El conductor le dio un gesto corto, la ciudad desfiló y ella tomo asiento, respirando finalmente por poder llegar a el trabajo, No fue hasta que las luces del restaurante —esas lámparas que parecían pequeñas lunas de consumo— la saludaron con su cálida indiferencia que sintió el hueco. Buscó el teléfono en el bolsillo con la misma delicadeza con la que abre un libro por la página correcta, y el frío de la ausencia le golpeó en el estómago.

    Miró el autobús irse esperando que le devolviera lo que le había quitado. El teléfono no apareció. Un murmullo sin nombre se paseó por su garganta —molesto, urgente— pero lo tragó. Había una regla antigua que sostenía: perder cosas casi nunca era tan peligroso como perder el control en público.

    Se permitió, apenas un segundo, la imagen de su teléfono tumbado en la acera, la pantalla encendida con notificaciones ajenas; la posibilidad de que un desconocido lo hubiera recogido y curioseara sus mensajes —esas líneas íntimas donde, por la noche, vaciaba todo lo que la existencia le negaba— la dejó con la piel de gallina. Su escritura, sus borradores sin guardar, las confesiones dirigidas a personajes que solo existían para ella; todo eso podía estar en manos ajenas. La idea le ardió como un hierro caliente.

    Respiró, respiró otra vez. La profesionalidad la abrazó como un viejo abrigo: sonrisa pulida, paso controlado, saludos precisos, un aura cálida que decía que todo estaba perfecto, cuando internamente grita y se desesperaba, muchos podrían decir que exageraban cuando los jóvenes decían que el celular era su todo, en el caso de Lilian, con una mala memoria y plena confianza en que jamas perdería su celular, si, era fin del mundo
    [nova_navy_mouse_914] Como rara vez pasaba, la alarma nunca sonó, y la mañana la tomó por sorpresa como quien despierta en una ciudad que ha decidido moverse sin avisarle. Lilian se tuvo que incorporar de un salto, el cabello rubio desordenado en un halo que apenas contenía con los dedos, y dejó la taza a medio terminar sobre la mesita y salió de su apartamento con la chaqueta aún desabrochada, una manga por dentro de una prisa que parecía tener su propia cadencia. Toronto respiraba frío y concreto; el pavimento olía a lluvia reciente y a gasolina, y los edificios levantaban ojos de vidrio que la miraban pasar. Corrió bajando las escaleras a prisa saludando solo a la vieja Lauren que como siempre le dijo “buenos días lili” y ella tan amable aunque con prisas respondido “buenos días señora Lau” aunque parecía tonto, la vieja Lau era su mejor amiga en el edificio, ambas igual de solas, una vez en el suelo corrió como quien huye de un recuerdo, sin mirar atrás, con la certeza inexplicable de que si se detenía el día la alcanzaría. El autobús al centro no era más que una línea entre su vida de mañanas y sus horas de tarde: el pequeño restaurante familiar en el corazón del centro —las mesas con mantel a cuadros, la cocina que olía a pan recién hecho y sopa de pollo— la esperaba para sostenerla con su ritmo sencillo, solo pedir ordenes, hacer sonreír a niños y tal vez escuchar uno que otro chisme. A mitad de cuadra, dando una vuelta choco aprisa con alguien, su cuerpo claramente cayo a el suelo, pero el tiempo no aguardaba -Lo siento.. perdona- Su bufanda junto a su celular ambos cayeron, pero apenas se dio cuenta, simplemente tomo rápido su bufanda de cuadros con solo un objetivo, no perder el autobús, olvidado por completo su celular en el suelo junto al desconocido, gracias a sus ágiles piernas logro subir sin notar el peso que había dejado atrás. En su cabeza ya repetía sonrisas, nombres de clientes, el orden de la mesa tres. El conductor le dio un gesto corto, la ciudad desfiló y ella tomo asiento, respirando finalmente por poder llegar a el trabajo, No fue hasta que las luces del restaurante —esas lámparas que parecían pequeñas lunas de consumo— la saludaron con su cálida indiferencia que sintió el hueco. Buscó el teléfono en el bolsillo con la misma delicadeza con la que abre un libro por la página correcta, y el frío de la ausencia le golpeó en el estómago. Miró el autobús irse esperando que le devolviera lo que le había quitado. El teléfono no apareció. Un murmullo sin nombre se paseó por su garganta —molesto, urgente— pero lo tragó. Había una regla antigua que sostenía: perder cosas casi nunca era tan peligroso como perder el control en público. Se permitió, apenas un segundo, la imagen de su teléfono tumbado en la acera, la pantalla encendida con notificaciones ajenas; la posibilidad de que un desconocido lo hubiera recogido y curioseara sus mensajes —esas líneas íntimas donde, por la noche, vaciaba todo lo que la existencia le negaba— la dejó con la piel de gallina. Su escritura, sus borradores sin guardar, las confesiones dirigidas a personajes que solo existían para ella; todo eso podía estar en manos ajenas. La idea le ardió como un hierro caliente. Respiró, respiró otra vez. La profesionalidad la abrazó como un viejo abrigo: sonrisa pulida, paso controlado, saludos precisos, un aura cálida que decía que todo estaba perfecto, cuando internamente grita y se desesperaba, muchos podrían decir que exageraban cuando los jóvenes decían que el celular era su todo, en el caso de Lilian, con una mala memoria y plena confianza en que jamas perdería su celular, si, era fin del mundo
    Tipo
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    Estado
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  • La importancia de hacer amigos e influir en las personas
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    Categoría Fantasía


    ㅤㅤㅤㅤ ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤ˹ Emmeline Bletchley


    ㅤㅤㅤㅤㅤNo había pasado mucho tiempo esa noche antes de que obtuvieran una respuesta via lechuza del parte del tal Billy, se conoce que se había entusiasmado al recibir una carta de Emmeline y se había meado de la emoción al recibir noticias de su exnovia… Vale, eso era lo que Acheron queria imaginar. Pero fuere como fuere, Billy había respondido y estaba dispuesto a hablar con Emmeline de lo que ella quisiera y ayudarla en lo que pudiera.

    -Qué servicial -había mascullado Acheron entre dientes mientras se entretenía recogiendo los restos de la cena.

    Pero, por mucho que le tocara las narices la predisposición de Billy, lo cierto era que jugaba en su favor. Estaban un pasito -pequeño sí, pero algo era algo- más cerca de descubrir qué era lo que estaba pasando. Y, con un poco de suerte, encontrar a Florean. Eso era todo lo que importaba a Acheron en ese momento. No podía dejar de pensar y de sentir, que todo aquello era su culpa… necesitaba limpiar su conciencia… Porque si era capaz de encontrar a Bones con vida no seria tan mala persona, ¿verdad?
    Emmeline insistió en qué Acheron pasara la noche en el apartamento, asi que el mago decidió que el sofá seria su mejor amigo aquella noche. Había dormido en lugares tan deplorables y cuestionables que aquel sofá le pareció el lugar más confortable del mundo.

    Podría acostumbrarse demasiado rapido a ese tipo de vida, estaba claro. Sobre todo cuando se despertaba con el olor del café recién hecho y un monton de bolsas de papel de una tienda cercana llenas de ropa esperando por él.

    -¿Me… has comprado ropa? ¿Y desayuno? -preguntó mientras avanzaba por el salón hasta la isla de la cocina- Vaya, el que podría acostumbrarse a esto soy yo -dijo mientras ya husmeaba dentro de una de aquellas bolsas de papel y sacaba unos pantalones de pinza de color oscuro- Oh, vaya, me va a tocar ser el mago pimpollo -bromeó y luego le dedicó un guiño divertido- Era una broma, gracias Emmeline… Te prometo que haré el papel de novio perfecto. Puedo ser tremendamente educado cuando quiero.

    Más le valía. No por nada había recibido una educación familiar de lo más esmerada…

    >> -¡Caramba! -exclamó Acheron desde el interior del dormitorio de Emmeline mientras la joven aguardaba en el salón, expectante. Dejó ir un silbido mientras se miraba en el espejo. Hacia mucho tiempo que había decidido prescindir de aquella clase de ropa, pero había que admitir que le sentaba como un guante. Y Emmeline tenía muy buen ojo con la ropa, al menos para elegir aquel traje de chaqueta y pantalón de color gris oscuro de rayas diplomáticas, con chaleco a juego y una corbata satinada de color negro- Voy a pedirte que me elijas la ropa cada día de mi vida. Si te hubiera tenido como estilista mi vida hubiera sido mucho menos penosa, estoy seguro… -rio el mago mientras salía del cuarto de Emmeline.

    Tenía la vista baja mientras guardaba la varita en el bolsillo interno de la chaqueta destinado para esta.

    -¿Y bien? ¿Qué te parece? Bueno, ya sé que lo has elegido tú, pero… Creo que me queda estupendamente -dijo alzando la mirada y guardando su mano diestra en el bolsillo del pantalón.


    >> En vista de que Acheron no era funcionario del Ministerio de Magia, Emmeline y él tuvieron que usar la puerta para las visitas que, honestamente Acheron prefirió mucho más que la entrada oficial. Cuando Emmeline le contó en qué consistía esa otra entrada, el mago se sintió agradecido de no tener que meterse en un retrete… Además, esa cabina de teléfono era mucho más comoda que el baño público del metro de Londres. Por lo que no iba a poner pegas a pesar del poco espacio que podían compartir Emmeline y él ahí dentro. Se colocó en la solaba la insignia de visitante que Emmeline le proporcionó y aguardó pacientemente hasta que aquel ascensor mágico llegó hasta el Atrio del Ministerio de Magia donde Acheron puso en marcha su plan “novio perfecto”.

    Acomodándose la chaqueta y abotonándola, bajó de la cabina observando el amplio pasillo ante él, sin dejarse sorprender por las personas que iban y venían haciendo sus vidas de un lado a otro. Le dedicó una rápida mirada a la estatua dorada del centro del Atrio y luego se giró hacia Emmeline tendiéndole una mano para ayudarla a descender.

    -Siempre es un placer viajar en cabina contigo -bromeó el mago con una sonrisita curvada en sus labios antes de emprender la marcha con Emmeline- Te sigo -dijo con más seguridad de la que en realidad sentía, porque la verdad era que estar en aquel lugar acojonaba a cualquiera.


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    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #NuevoStarter #HarryPotter
    ㅤ ㅤ ㅤㅤㅤㅤ ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤ˹ [3mmlineB] ㅤㅤㅤㅤㅤNo había pasado mucho tiempo esa noche antes de que obtuvieran una respuesta via lechuza del parte del tal Billy, se conoce que se había entusiasmado al recibir una carta de Emmeline y se había meado de la emoción al recibir noticias de su exnovia… Vale, eso era lo que Acheron queria imaginar. Pero fuere como fuere, Billy había respondido y estaba dispuesto a hablar con Emmeline de lo que ella quisiera y ayudarla en lo que pudiera. -Qué servicial -había mascullado Acheron entre dientes mientras se entretenía recogiendo los restos de la cena. Pero, por mucho que le tocara las narices la predisposición de Billy, lo cierto era que jugaba en su favor. Estaban un pasito -pequeño sí, pero algo era algo- más cerca de descubrir qué era lo que estaba pasando. Y, con un poco de suerte, encontrar a Florean. Eso era todo lo que importaba a Acheron en ese momento. No podía dejar de pensar y de sentir, que todo aquello era su culpa… necesitaba limpiar su conciencia… Porque si era capaz de encontrar a Bones con vida no seria tan mala persona, ¿verdad? Emmeline insistió en qué Acheron pasara la noche en el apartamento, asi que el mago decidió que el sofá seria su mejor amigo aquella noche. Había dormido en lugares tan deplorables y cuestionables que aquel sofá le pareció el lugar más confortable del mundo. Podría acostumbrarse demasiado rapido a ese tipo de vida, estaba claro. Sobre todo cuando se despertaba con el olor del café recién hecho y un monton de bolsas de papel de una tienda cercana llenas de ropa esperando por él. -¿Me… has comprado ropa? ¿Y desayuno? -preguntó mientras avanzaba por el salón hasta la isla de la cocina- Vaya, el que podría acostumbrarse a esto soy yo -dijo mientras ya husmeaba dentro de una de aquellas bolsas de papel y sacaba unos pantalones de pinza de color oscuro- Oh, vaya, me va a tocar ser el mago pimpollo -bromeó y luego le dedicó un guiño divertido- Era una broma, gracias Emmeline… Te prometo que haré el papel de novio perfecto. Puedo ser tremendamente educado cuando quiero. Más le valía. No por nada había recibido una educación familiar de lo más esmerada… >> -¡Caramba! -exclamó Acheron desde el interior del dormitorio de Emmeline mientras la joven aguardaba en el salón, expectante. Dejó ir un silbido mientras se miraba en el espejo. Hacia mucho tiempo que había decidido prescindir de aquella clase de ropa, pero había que admitir que le sentaba como un guante. Y Emmeline tenía muy buen ojo con la ropa, al menos para elegir aquel traje de chaqueta y pantalón de color gris oscuro de rayas diplomáticas, con chaleco a juego y una corbata satinada de color negro- Voy a pedirte que me elijas la ropa cada día de mi vida. Si te hubiera tenido como estilista mi vida hubiera sido mucho menos penosa, estoy seguro… -rio el mago mientras salía del cuarto de Emmeline. Tenía la vista baja mientras guardaba la varita en el bolsillo interno de la chaqueta destinado para esta. -¿Y bien? ¿Qué te parece? Bueno, ya sé que lo has elegido tú, pero… Creo que me queda estupendamente -dijo alzando la mirada y guardando su mano diestra en el bolsillo del pantalón. >> En vista de que Acheron no era funcionario del Ministerio de Magia, Emmeline y él tuvieron que usar la puerta para las visitas que, honestamente Acheron prefirió mucho más que la entrada oficial. Cuando Emmeline le contó en qué consistía esa otra entrada, el mago se sintió agradecido de no tener que meterse en un retrete… Además, esa cabina de teléfono era mucho más comoda que el baño público del metro de Londres. Por lo que no iba a poner pegas a pesar del poco espacio que podían compartir Emmeline y él ahí dentro. Se colocó en la solaba la insignia de visitante que Emmeline le proporcionó y aguardó pacientemente hasta que aquel ascensor mágico llegó hasta el Atrio del Ministerio de Magia donde Acheron puso en marcha su plan “novio perfecto”. Acomodándose la chaqueta y abotonándola, bajó de la cabina observando el amplio pasillo ante él, sin dejarse sorprender por las personas que iban y venían haciendo sus vidas de un lado a otro. Le dedicó una rápida mirada a la estatua dorada del centro del Atrio y luego se giró hacia Emmeline tendiéndole una mano para ayudarla a descender. -Siempre es un placer viajar en cabina contigo -bromeó el mago con una sonrisita curvada en sus labios antes de emprender la marcha con Emmeline- Te sigo -dijo con más seguridad de la que en realidad sentía, porque la verdad era que estar en aquel lugar acojonaba a cualquiera. ㅤ# #Personajes3D #3D #Comunidad3D #NuevoStarter #HarryPotter
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  • Llegó el día de la revisión conjunta, jamás nos arreglamos para poder salir rumbo al hospital aproveché de darte un detalle por lo que te compré flores y algo dulce para el camino.

    Todo el auto era silencioso pero relativamente sin tensión hablábamos de cosas triviales cosas muy puntuales y lo necesario hasta llegar al hospital donde nos irían por fin cómo proceder contigo y exactamente que me estaba pasando a mí ya íbamos con el riesgo de que gracias a los residuos que todavía yacían en tu cuerpo puedas quedar en cinta pero no estábamos al tanto de nada hasta hoy.


    — Hola doctora buenos días, venimos por una lista extensa de citas


    Dije con una pequeña sonrisa tomando tu mano y ella nos pasó a hacer absolutamente todo, los resultados de mi prometida estarían en algunos minutos y nos los daría una enfermera y a mí me atendieron aparte y dieron con un resultado que las alarmó pero a mí no.


    — La señorita Angela a padecido de un encogimiento del estómago lo cual puede indicar un mínimo de 20 días sin comer, sus resultados sanguíneos están por los suelos y debemos internar la para estabilizar su sistema


    Dijo la doctora titular en ese momento y yo solo accedí yendo a dónde me decían y a las horas llegó tu resultado del eco y de la prueba.


    — Señorita Alessia, está sanando muy bien de sus heridas y el desgarre pero no sé que tan gratificante sea para usted está noticia, su resultado es...


    Alessia Leone

    (Puede decidir usted el resultado de esa prueba)
    Llegó el día de la revisión conjunta, jamás nos arreglamos para poder salir rumbo al hospital aproveché de darte un detalle por lo que te compré flores y algo dulce para el camino. Todo el auto era silencioso pero relativamente sin tensión hablábamos de cosas triviales cosas muy puntuales y lo necesario hasta llegar al hospital donde nos irían por fin cómo proceder contigo y exactamente que me estaba pasando a mí ya íbamos con el riesgo de que gracias a los residuos que todavía yacían en tu cuerpo puedas quedar en cinta pero no estábamos al tanto de nada hasta hoy. — Hola doctora buenos días, venimos por una lista extensa de citas Dije con una pequeña sonrisa tomando tu mano y ella nos pasó a hacer absolutamente todo, los resultados de mi prometida estarían en algunos minutos y nos los daría una enfermera y a mí me atendieron aparte y dieron con un resultado que las alarmó pero a mí no. — La señorita Angela a padecido de un encogimiento del estómago lo cual puede indicar un mínimo de 20 días sin comer, sus resultados sanguíneos están por los suelos y debemos internar la para estabilizar su sistema Dijo la doctora titular en ese momento y yo solo accedí yendo a dónde me decían y a las horas llegó tu resultado del eco y de la prueba. — Señorita Alessia, está sanando muy bien de sus heridas y el desgarre pero no sé que tan gratificante sea para usted está noticia, su resultado es... [eclipse_silver_bat_642] (Puede decidir usted el resultado de esa prueba)
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  • E-eh!! Una persona viva... S-se bienvenido a esta tierra válida... Necesitarás un buen estómago por aquí... O tal vez... Puedes servir para llenar el mío... Hace mucho tiempo no cómo...
    E-eh!! Una persona viva... S-se bienvenido a esta tierra válida... Necesitarás un buen estómago por aquí... O tal vez... Puedes servir para llenar el mío... Hace mucho tiempo no cómo...
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  • Gracias, Mitsuri .... ya tenia hambre y con estomago vasio no puedo ir a la misiones.
    Gracias, Mitsuri .... ya tenia hambre y con estomago vasio no puedo ir a la misiones.
    Me encocora
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  • Dejare esto asi pueden
    Para que puedan comer
    No se , puede comenzar el dia con el estomago vasio.
    Dejare esto asi pueden Para que puedan comer No se , puede comenzar el dia con el estomago vasio.
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