Axel Koroved Ekaterina Smirnova Dr Sniffles Stuart ᴬⁿᵗᵉᵃᵗᵉʳ
El puerto huele a sal vieja, gasóleo y metal caliente.
De esos lugares donde los barcos no preguntan por qué, solo cuándo.
He alquilado un navío militar retirado del servicio activo.
Demasiado grande para una excursión. Demasiado armado para un viaje turístico. Lo he pagado con dinero que, técnicamente, no debería existir: regalos robados en Navidad junto a mi hija 001. El espíritu festivo tiene usos más prácticos de lo que la gente cree.
El casco del barco lleva cicatrices reales. No decorativas.
Eso me tranquiliza.
Extiendo el mapa infantil sobre una caja de suministros, sujetándolo con una llave inglesa para que el viento no lo doble. Los colores siguen siendo absurdamente vivos bajo la luz gris del amanecer. Barcos sonrientes. Pulpos felices. Un camino de puntos rojos que parece burlarse de cualquiera con estudios.
No me burlo.
La profesora Faust lo cotejó durante semanas. Cartografía antigua, corrientes imposibles, rutas descartadas por “fenómenos no reproducibles”. Cuando terminó, solo dijo una cosa:
—Si ese mapa pertenece al mundo real… el único lugar donde puede existir es el Triángulo de las Bermudas.
No lo dijo con miedo.
Lo dijo con respeto.
Guardo el mapa con cuidado, como si pudiera escucharme. El barco responde con un crujido grave, casi impaciente. En el muelle, las gaviotas observan demasiado quietas. El mar está calmado, pero no es una calma honesta: es la de algo que espera.
Reviso el cargamento.
Combustible. Provisiones. Equipo de navegación. Armamento justo para no parecer una amenaza… y suficiente para no ser una víctima.
Levanto la vista hacia el puerto y hablo, clara, sin elevar la voz:
—No prometo tesoros.
—No prometo seguridad.
—Prometo una historia que nadie más se atrevería a comprobar.
El barco está listo.
El mapa también.
Y el mar…
el mar ya sabe que vamos hacia él.
El Dr. Sniffles nos espera a bordo.
El puerto huele a sal vieja, gasóleo y metal caliente.
De esos lugares donde los barcos no preguntan por qué, solo cuándo.
He alquilado un navío militar retirado del servicio activo.
Demasiado grande para una excursión. Demasiado armado para un viaje turístico. Lo he pagado con dinero que, técnicamente, no debería existir: regalos robados en Navidad junto a mi hija 001. El espíritu festivo tiene usos más prácticos de lo que la gente cree.
El casco del barco lleva cicatrices reales. No decorativas.
Eso me tranquiliza.
Extiendo el mapa infantil sobre una caja de suministros, sujetándolo con una llave inglesa para que el viento no lo doble. Los colores siguen siendo absurdamente vivos bajo la luz gris del amanecer. Barcos sonrientes. Pulpos felices. Un camino de puntos rojos que parece burlarse de cualquiera con estudios.
No me burlo.
La profesora Faust lo cotejó durante semanas. Cartografía antigua, corrientes imposibles, rutas descartadas por “fenómenos no reproducibles”. Cuando terminó, solo dijo una cosa:
—Si ese mapa pertenece al mundo real… el único lugar donde puede existir es el Triángulo de las Bermudas.
No lo dijo con miedo.
Lo dijo con respeto.
Guardo el mapa con cuidado, como si pudiera escucharme. El barco responde con un crujido grave, casi impaciente. En el muelle, las gaviotas observan demasiado quietas. El mar está calmado, pero no es una calma honesta: es la de algo que espera.
Reviso el cargamento.
Combustible. Provisiones. Equipo de navegación. Armamento justo para no parecer una amenaza… y suficiente para no ser una víctima.
Levanto la vista hacia el puerto y hablo, clara, sin elevar la voz:
—No prometo tesoros.
—No prometo seguridad.
—Prometo una historia que nadie más se atrevería a comprobar.
El barco está listo.
El mapa también.
Y el mar…
el mar ya sabe que vamos hacia él.
El Dr. Sniffles nos espera a bordo.
[Akly_5] [soviet_experiment] [Sn1ffles]
El puerto huele a sal vieja, gasóleo y metal caliente.
De esos lugares donde los barcos no preguntan por qué, solo cuándo.
He alquilado un navío militar retirado del servicio activo.
Demasiado grande para una excursión. Demasiado armado para un viaje turístico. Lo he pagado con dinero que, técnicamente, no debería existir: regalos robados en Navidad junto a mi hija 001. El espíritu festivo tiene usos más prácticos de lo que la gente cree.
El casco del barco lleva cicatrices reales. No decorativas.
Eso me tranquiliza.
Extiendo el mapa infantil sobre una caja de suministros, sujetándolo con una llave inglesa para que el viento no lo doble. Los colores siguen siendo absurdamente vivos bajo la luz gris del amanecer. Barcos sonrientes. Pulpos felices. Un camino de puntos rojos que parece burlarse de cualquiera con estudios.
No me burlo.
La profesora Faust lo cotejó durante semanas. Cartografía antigua, corrientes imposibles, rutas descartadas por “fenómenos no reproducibles”. Cuando terminó, solo dijo una cosa:
—Si ese mapa pertenece al mundo real… el único lugar donde puede existir es el Triángulo de las Bermudas.
No lo dijo con miedo.
Lo dijo con respeto.
Guardo el mapa con cuidado, como si pudiera escucharme. El barco responde con un crujido grave, casi impaciente. En el muelle, las gaviotas observan demasiado quietas. El mar está calmado, pero no es una calma honesta: es la de algo que espera.
Reviso el cargamento.
Combustible. Provisiones. Equipo de navegación. Armamento justo para no parecer una amenaza… y suficiente para no ser una víctima.
Levanto la vista hacia el puerto y hablo, clara, sin elevar la voz:
—No prometo tesoros.
—No prometo seguridad.
—Prometo una historia que nadie más se atrevería a comprobar.
El barco está listo.
El mapa también.
Y el mar…
el mar ya sabe que vamos hacia él.
El Dr. Sniffles nos espera a bordo.

