• Nuevos caminos ante nosotros
    Fandom Hellaverse/Crossover
    Categoría Otros
    ℝ𝕠𝕝 𝕡𝕣𝕚𝕧𝕒𝕕𝕠 𝕔𝕠𝕟: Eren Jaeger




    La conversación que tuvieron en aquel momento había seguido haciendo mella en su mente, parecía haber una nueva oportunidad de comenzar, de guiar todo a un punto distinto a la destrucción de todo y, aún con algo tan incierto y pequeño, quería intentarlo.

    Terminaba de arreglarse para su salida con Eren, habiendo quedado de acuerdo en ir juntos a recorrer el infierno, en buscar nuevas formas de mejorarlo. No sería sencillo pero estaba dispuesto ahora que le devolvió cierta esperanza.

    Saliendo del palacio, esperaba calmo en la entrada principal, observando alrededor, sin saber si llegaría de nuevo como ese gigantesco titán o en su aspecto más humano pero, curiosamente, ansioso por verlo tras algunos días.
    ℝ𝕠𝕝 𝕡𝕣𝕚𝕧𝕒𝕕𝕠 𝕔𝕠𝕟: [Rumb1ing] La conversación que tuvieron en aquel momento había seguido haciendo mella en su mente, parecía haber una nueva oportunidad de comenzar, de guiar todo a un punto distinto a la destrucción de todo y, aún con algo tan incierto y pequeño, quería intentarlo. Terminaba de arreglarse para su salida con Eren, habiendo quedado de acuerdo en ir juntos a recorrer el infierno, en buscar nuevas formas de mejorarlo. No sería sencillo pero estaba dispuesto ahora que le devolvió cierta esperanza. Saliendo del palacio, esperaba calmo en la entrada principal, observando alrededor, sin saber si llegaría de nuevo como ese gigantesco titán o en su aspecto más humano pero, curiosamente, ansioso por verlo tras algunos días.
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    Grupal
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  • ༒𝐋𝐄𝐓 𝐌𝐄 𝐂𝐀𝐓𝐂𝐇 𝐘𝐎𝐔༒



    ── 𝐓ú 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭á 𝐚𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐫𝐨.


    Las puertas del bar se abrieron con violencia y la nieve irrumpió como un látigo gélido que apagó la música de golpe. El murmullo alegre se quebró en un silencio abrupto cuando cuatro hombres entraron. Altos, cubiertos por largos abrigos negros, botas que retumbaban sobre la madera vieja. No hacía falta que pronunciaran palabra: la multitud comprendió de inmediato a qué clase de depredadores estaba mirando.

    "Hay un bastardo que me debe algo."

    Los clientes se replegaron hacia las paredes, intentando desaparecer bajo la penumbra. El humo de los cigarrillos quedó suspendido en el aire, detenido como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Solo una figura permaneció imperturbable, sentado con esa arrogancia propia de quienes creen que jamás podrán ser tocados.

    El Ministro de Defensa de Rusia.

    Canoso, con traje impecable y un vaso de vodka aún húmedo en la mano, alzó la mirada hacia los intrusos. No había miedo en sus ojos, sino fastidio, como si la escena fuera una ofensa menor a su autoridad.

    — Ministro. Vendrá con nosotros — anunció uno de los hombres, su voz grave, un eco oscuro que llenó la sala con un peso insoportable.

    "Se encuentra en San Petersburgo. Localícenlo y tráiganmelo aquí."

    Los guardaespaldas del político apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Una mano buscó la chaqueta, pero el disparo llegó antes. Un estampido seco. Después otro, y otro. El aire se llenó de pólvora y sangre. Los cuerpos se desplomaron sin remedio, muñecos rotos que ya no respondían a nadie.

    El Ministro golpeó la mesa con furia, su voz retumbó entre las paredes cargadas de humo:

    — ¿Quién diablos son ustedes? ¿¡Saben quién soy?!

    Un puñetazo brutal lo arrancó de su asiento. Cayó al suelo como cualquier hombre, los brazos torcidos y sujetos por una fuerza que lo reducía a prisionero. La indignación lo ahogaba, pero sus palabras se perdían en gruñidos confusos, apenas reconocibles como ruso entre los golpes y el miedo.

    "Dejen limpio el lugar. Ningún cabo suelto. San Petersburgo no es un sitio que deba ser provocado… no todavía."

    La sentencia cayó como un cuchillo. Nadie dentro del bar tuvo oportunidad de escapar. Dos de los hombres bloquearon la salida, fríos y calculadores, mientras los otros arrojaban botellas incendiarias contra las vigas y cortinas. El fuego se expandió como una bestia hambrienta, devorando madera, vidrio y carne por igual. Los gritos se alzaron, desesperados, mientras las ventanas comenzaban a ennegrecerse.

    Arrastrado hacia la calle, el Ministro alcanzó a girar la cabeza. Sus ojos vidriosos reflejaron las siluetas atrapadas detrás de los cristales, los cuerpos forcejeando inútilmente contra un destino sellado. La nieve seguía cayendo con suavidad, indiferente al infierno que ardía a sus pies.

    . . .

    En Moscú, Kiev observaba un reloj antiguo en la palma de su mano. El metal ennegrecido llevaba la marca del tiempo, un recuerdo de su padre que cuando joven le parecía un tesoro inalcanzable. Ahora, sin embargo, lo contemplaba con frialdad, como si cada tic tac fuera simplemente un recordatorio de que el pasado no tiene valor en el presente.

    Lo dejó sobre el escritorio. Frente a él, los papeles estaban desplegados como piezas de ajedrez: informes, fotografías, nombres. Uno brillaba más que el resto: Ayla Klein.

    Su mirada recorrió con calma cada hoja, hasta que un detalle detuvo el movimiento de sus ojos. En una foto, un cruce de miradas. No era nada para la mayoría, pero para él era suficiente: Ryan. Esa cercanía con la alemana no era un accidente. Lo había encontrado, el error, la grieta. El talón de Aquiles.

    Una sonrisa lenta torció sus labios, apenas un gesto que nunca llegaba a suavizar su expresión. Isha había hecho bien su trabajo, aunque debía vigilarla para que no dejara más cenizas tras de sí.

    Al lado de esa carpeta, otra. El árbol completo de los Di Vincenzo: territorios, hermanos, aliados, hasta empleados insignificantes. El primer nombre resaltaba inevitable: Elisabetta. Curioso, irónico quizá, que dos mujeres tan distintas compartieran un destino tan contradictorio.

    ¿De qué le servían esas piezas? Mucho. No como aliadas, sino como puntos débiles. Todo dependía de cómo se moviera la partida, de qué tan cerca estuviera su hermano de convertirse en una molestia. Las mafias solo conocían un lenguaje: el interés propio. Y si alguien se interponía en el suyo, el problema sería inevitable.

    Un ruido lo sacó de su concentración. El cachorro mordía su pata, jugando como si el mundo no fuera más que un terreno blando para hincar los dientes. Kiev lo observó un instante.

    — Sigues siendo tan pequeño… — murmuró, ¿Cuántas veces había pisado su diminuta cola y recibido, a cambio, mordidas furiosas en el pantalón antes de que el animal huyera llorando? La cuenta lo había perdido, por eso mismo tuvo que colocarle ese "cosa" para cubrirla hasta buscar algo más viable.

    El reloj volvió a marcar el segundo, tic, tac. Fue cuando se dio cuenta que debía moverse. Se levantó, tomó la camisa que descansaba sobre la silla. Había asuntos que atender, y pronto, el hombre que le debía algo estaría frente a él.
    ༒𝐋𝐄𝐓 𝐌𝐄 𝐂𝐀𝐓𝐂𝐇 𝐘𝐎𝐔༒ ── 𝐓ú 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭á 𝐚𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐫𝐨. Las puertas del bar se abrieron con violencia y la nieve irrumpió como un látigo gélido que apagó la música de golpe. El murmullo alegre se quebró en un silencio abrupto cuando cuatro hombres entraron. Altos, cubiertos por largos abrigos negros, botas que retumbaban sobre la madera vieja. No hacía falta que pronunciaran palabra: la multitud comprendió de inmediato a qué clase de depredadores estaba mirando. "Hay un bastardo que me debe algo." Los clientes se replegaron hacia las paredes, intentando desaparecer bajo la penumbra. El humo de los cigarrillos quedó suspendido en el aire, detenido como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Solo una figura permaneció imperturbable, sentado con esa arrogancia propia de quienes creen que jamás podrán ser tocados. El Ministro de Defensa de Rusia. Canoso, con traje impecable y un vaso de vodka aún húmedo en la mano, alzó la mirada hacia los intrusos. No había miedo en sus ojos, sino fastidio, como si la escena fuera una ofensa menor a su autoridad. — Ministro. Vendrá con nosotros — anunció uno de los hombres, su voz grave, un eco oscuro que llenó la sala con un peso insoportable. "Se encuentra en San Petersburgo. Localícenlo y tráiganmelo aquí." Los guardaespaldas del político apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Una mano buscó la chaqueta, pero el disparo llegó antes. Un estampido seco. Después otro, y otro. El aire se llenó de pólvora y sangre. Los cuerpos se desplomaron sin remedio, muñecos rotos que ya no respondían a nadie. El Ministro golpeó la mesa con furia, su voz retumbó entre las paredes cargadas de humo: — ¿Quién diablos son ustedes? ¿¡Saben quién soy?! Un puñetazo brutal lo arrancó de su asiento. Cayó al suelo como cualquier hombre, los brazos torcidos y sujetos por una fuerza que lo reducía a prisionero. La indignación lo ahogaba, pero sus palabras se perdían en gruñidos confusos, apenas reconocibles como ruso entre los golpes y el miedo. "Dejen limpio el lugar. Ningún cabo suelto. San Petersburgo no es un sitio que deba ser provocado… no todavía." La sentencia cayó como un cuchillo. Nadie dentro del bar tuvo oportunidad de escapar. Dos de los hombres bloquearon la salida, fríos y calculadores, mientras los otros arrojaban botellas incendiarias contra las vigas y cortinas. El fuego se expandió como una bestia hambrienta, devorando madera, vidrio y carne por igual. Los gritos se alzaron, desesperados, mientras las ventanas comenzaban a ennegrecerse. Arrastrado hacia la calle, el Ministro alcanzó a girar la cabeza. Sus ojos vidriosos reflejaron las siluetas atrapadas detrás de los cristales, los cuerpos forcejeando inútilmente contra un destino sellado. La nieve seguía cayendo con suavidad, indiferente al infierno que ardía a sus pies. . . . En Moscú, Kiev observaba un reloj antiguo en la palma de su mano. El metal ennegrecido llevaba la marca del tiempo, un recuerdo de su padre que cuando joven le parecía un tesoro inalcanzable. Ahora, sin embargo, lo contemplaba con frialdad, como si cada tic tac fuera simplemente un recordatorio de que el pasado no tiene valor en el presente. Lo dejó sobre el escritorio. Frente a él, los papeles estaban desplegados como piezas de ajedrez: informes, fotografías, nombres. Uno brillaba más que el resto: Ayla Klein. Su mirada recorrió con calma cada hoja, hasta que un detalle detuvo el movimiento de sus ojos. En una foto, un cruce de miradas. No era nada para la mayoría, pero para él era suficiente: Ryan. Esa cercanía con la alemana no era un accidente. Lo había encontrado, el error, la grieta. El talón de Aquiles. Una sonrisa lenta torció sus labios, apenas un gesto que nunca llegaba a suavizar su expresión. Isha había hecho bien su trabajo, aunque debía vigilarla para que no dejara más cenizas tras de sí. Al lado de esa carpeta, otra. El árbol completo de los Di Vincenzo: territorios, hermanos, aliados, hasta empleados insignificantes. El primer nombre resaltaba inevitable: Elisabetta. Curioso, irónico quizá, que dos mujeres tan distintas compartieran un destino tan contradictorio. ¿De qué le servían esas piezas? Mucho. No como aliadas, sino como puntos débiles. Todo dependía de cómo se moviera la partida, de qué tan cerca estuviera su hermano de convertirse en una molestia. Las mafias solo conocían un lenguaje: el interés propio. Y si alguien se interponía en el suyo, el problema sería inevitable. Un ruido lo sacó de su concentración. El cachorro mordía su pata, jugando como si el mundo no fuera más que un terreno blando para hincar los dientes. Kiev lo observó un instante. — Sigues siendo tan pequeño… — murmuró, ¿Cuántas veces había pisado su diminuta cola y recibido, a cambio, mordidas furiosas en el pantalón antes de que el animal huyera llorando? La cuenta lo había perdido, por eso mismo tuvo que colocarle ese "cosa" para cubrirla hasta buscar algo más viable. El reloj volvió a marcar el segundo, tic, tac. Fue cuando se dio cuenta que debía moverse. Se levantó, tomó la camisa que descansaba sobre la silla. Había asuntos que atender, y pronto, el hombre que le debía algo estaría frente a él.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Las vacaciones acabaron, pero me han mandado a la mierda con una gripa horrible. Es lo malo de vivir en el infierno... Si no muero de fiebre, quiero pensar que vendré mañana. Lo siento, a veces la vida me odia.
    Las vacaciones acabaron, pero me han mandado a la mierda con una gripa horrible. Es lo malo de vivir en el infierno... Si no muero de fiebre, quiero pensar que vendré mañana. Lo siento, a veces la vida me odia.
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  • • CARTA A CALEB •
    06 / 09 / ¿?

    Se que te prometí volver pronto, lo siento Caleb. Tuve que tomar una decisión.

    Encontré una pista, una de las grandes, estoy un paso mas cerca de encontrarlo. Se que dije eso la vez pasada pero es verdad. El problema es... debo salir de la ciudad. Encontré un brujo en el mercado de las sombras, un tipo de esos que siempre ayudan si les pagas bien, invertí la mayoría de nuestros ahorros y conseguí que abriera un portal hacia Kansas. No quise dejarte atrás, se que odias a la vieja Bailey, pero no será por mucho tiempo, resiste por mi y por nuestra meta, definitivamente acabare con el, aun así tenga que ir al mismo infierno, te lo prometo.
    • CARTA A CALEB • 06 / 09 / ¿? Se que te prometí volver pronto, lo siento Caleb. Tuve que tomar una decisión. Encontré una pista, una de las grandes, estoy un paso mas cerca de encontrarlo. Se que dije eso la vez pasada pero es verdad. El problema es... debo salir de la ciudad. Encontré un brujo en el mercado de las sombras, un tipo de esos que siempre ayudan si les pagas bien, invertí la mayoría de nuestros ahorros y conseguí que abriera un portal hacia Kansas. No quise dejarte atrás, se que odias a la vieja Bailey, pero no será por mucho tiempo, resiste por mi y por nuestra meta, definitivamente acabare con el, aun así tenga que ir al mismo infierno, te lo prometo.
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  • No soy quien arde bajo los rayos del sol, si no quien arde bajo las llamas del infierno.

    #Buenfindesemana
    No soy quien arde bajo los rayos del sol, si no quien arde bajo las llamas del infierno. #Buenfindesemana
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  • Nunca fue muy dado a cuidar su aspecto físico. La guerra y el hecho de que su tiempo era escaso para todo lo que debía hacer, nunca se lo permitió. Sin embargo, ahora que ya nada de eso tenía importancia, ahora que ya pasó el retumbar y ahora, no era más que un esclavo en la coordenada... ¿Por qué no? Seguro que a Lucifer le hacía ilusión, aunque fuera para algo tan trivial como sencillamente dar un paseo por el infierno. Puestos a probar cosas que nunca escogió para tratar de hacer algún cambio ¿Por qué no?
    Nunca fue muy dado a cuidar su aspecto físico. La guerra y el hecho de que su tiempo era escaso para todo lo que debía hacer, nunca se lo permitió. Sin embargo, ahora que ya nada de eso tenía importancia, ahora que ya pasó el retumbar y ahora, no era más que un esclavo en la coordenada... ¿Por qué no? Seguro que a Lucifer le hacía ilusión, aunque fuera para algo tan trivial como sencillamente dar un paseo por el infierno. Puestos a probar cosas que nunca escogió para tratar de hacer algún cambio ¿Por qué no?
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  • Aquel día había quedado de acuerdo con Eren para ir a pasear por la ciudad.
    Volver a recorrer el infierno, reconocer su reino y cada uno de los anillos tras años de ausencia, sin duda sería el comienzo para forjar un cambio, no sólo con el sueño que su hija parecía haber abandonado de un momento a otro, si no por su propio interés de ver algo mejor.

    Terminado de arreglarse, se miró al espejo un momento, considerando si debería o no cortar su cabello a esas alturas, ya bastantes días pasó en esa nueva apariencia.

    —Uhm...
    Aquel día había quedado de acuerdo con Eren para ir a pasear por la ciudad. Volver a recorrer el infierno, reconocer su reino y cada uno de los anillos tras años de ausencia, sin duda sería el comienzo para forjar un cambio, no sólo con el sueño que su hija parecía haber abandonado de un momento a otro, si no por su propio interés de ver algo mejor. Terminado de arreglarse, se miró al espejo un momento, considerando si debería o no cortar su cabello a esas alturas, ya bastantes días pasó en esa nueva apariencia. —Uhm...
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  • No nací para esto. Me hicieron así.

    Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo.

    Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta.

    A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas.

    A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte.

    A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti.

    Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más.

    Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre.

    ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos.

    Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva.

    ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí.

    No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
    No nací para esto. Me hicieron así. Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo. Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta. A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas. A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte. A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti. Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más. Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre. ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos. Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva. ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí. No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
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  • -No le importaba si tiene que volver del mismo infierno, el Inglés siempre encontrará una manera de regresar sin importar que.-
    -No le importaba si tiene que volver del mismo infierno, el Inglés siempre encontrará una manera de regresar sin importar que.-
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  • Si aquel ser que se hace llamar lucifer realmente existe ¡Que haga presencia! ¿O es que me teme tanto que no sale de su habitación del pánico?
    Jajaja
    Criatura patética ¿Se supone que es el rey de este pozo de miseria? O quizás ya lo mate entre esos demonios que se hacían llamar overlords

    -el demonio radiofónico transmitía por todas las señales de radio del infierno. Deseaba saber si aquel ser llamado lucifer realmente existía pues desde que llegó al infierno no a tenido ni rastros de la familia real y mucho menos de lucifer -
    Si aquel ser que se hace llamar lucifer realmente existe ¡Que haga presencia! ¿O es que me teme tanto que no sale de su habitación del pánico? Jajaja Criatura patética ¿Se supone que es el rey de este pozo de miseria? O quizás ya lo mate entre esos demonios que se hacían llamar overlords -el demonio radiofónico transmitía por todas las señales de radio del infierno. Deseaba saber si aquel ser llamado lucifer realmente existía pues desde que llegó al infierno no a tenido ni rastros de la familia real y mucho menos de lucifer -
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