La lluvia caía suave sobre el tejado oxidado del viejo vagón donde la Puercoespín Roja se había refugiado aquella noche. Las gotas golpeaban el metal con ritmo tranquilo, cómo si el cielo tocara una melodía de campanas de viento para ella.
Dentro del vagón, la Roedora estaba sentada con las piernas cruzadas.
La lluvia siguió sonando, pero dentro del vagón, el aire estaba tibio.
Dentro del vagón, la Roedora estaba sentada con las piernas cruzadas.
La lluvia siguió sonando, pero dentro del vagón, el aire estaba tibio.
La lluvia caía suave sobre el tejado oxidado del viejo vagón donde la Puercoespín Roja se había refugiado aquella noche. Las gotas golpeaban el metal con ritmo tranquilo, cómo si el cielo tocara una melodía de campanas de viento para ella.
Dentro del vagón, la Roedora estaba sentada con las piernas cruzadas.
La lluvia siguió sonando, pero dentro del vagón, el aire estaba tibio.