• El olor del cuero mezclado con tabaco caro aún impregnaba el aire del camarín. Las luces alrededor del espejo chispeaban como si presintieran algo, ya no era solo un show, sino una tormenta.

    Lia se encontraba sentada en el borde de la silla, el codo apoyado sobre su rodilla, sosteniendo entre los dedos una bala. Era liviana. Demasiado liviana para todo el peso que traía con ella.
    En el costado pulido del metal, sus iniciales estaban grabadas con precisión sobre la supercie.

    L.A.R.B

    Una firma.
    Una advertencia.
    Una promesa.

    La rosa blanca había quedado sobre el tocador, marchita antes de tiempo por el aire caliente del lugar. Ese perfume un aroma sutil a ruina y memoria, seguía anclado en el ambiente como una cuerda atada al pasado.

    No necesitaba preguntar quién la había dejado. Estaba segura que era él.

    Su mente regresó, sin quererlo, a un apartamento en Moscú, a las ventanas cubiertas por cortinas pesadas. Había escapado de él… o eso había creído. Pero los fantasmas que huelen a pólvora y Versace nunca mueren del todo.

    Un golpe seco la sacó del trance.

    —Lia —la voz de su mánager era apenas un susurro desesperado tras la puerta entreabierta— Hay alguien en el balcón de VIP… está armado. Seguridad no puede acercarse. Dicen que es... alguien tuyo.

    Lia se puso de pie, la bala aún en su mano. Su cuerpo reaccionaba con el mismo ritmo de siempre, movimientos agiles, mirada seria, respiración medida. Pero por dentro, el hielo corría por sus venas.

    —No es mío —Corrigió mirando a su mánager— Nunca lo fue.

    Tomó la chaqueta de cuero, la ajustó como una armadura, como si de esa forma se daba el valor necesario. Esa noche, el escenario no era solo para posar. Era un campo minado con luces de neón. Cruzó el pasillo entre bastidores con paso firme. La música al otro lado de la cortina negra se alzaba como una ola a punto de romper. Los flashes la esperaban. Las cámaras, los gritos, los aplausos…todo parecía tan ajeno a todo el tormento de su cabeza.

    Sin más subió al escenario y lo vio. Desde el balcón, rodeado de sombras y escoltas con rostros de piedra, la miraba como si nunca la hubiese dejado ir. Como si no supiera distinguir entre obsesión y amor. Vestía de negro, con un vaso en la mano y una sonrisa torcida que conocía demasiado bien.

    Ella alzó el micrófono. Su voz, serena, casi suave, resonó por todo el club...

    —A veces, el pasado vuelve. A veces, con flores. A veces... con balas- Y entonces, sin romper la mirada con él, dejó caer la bala al suelo. El sonido metálico rebotó contra la tarima.
    Seco. Definitivo.

    Y él ya no sonrió esta vez.

    "¿Qué se supone que debería hacer ahora?. ¿Correr?". Los flashes la segaban un poco, tanto así como cuando volvió su vista al balcón, él ya no estaba...eso solo significaba una cosa. PELIGRO!
    El olor del cuero mezclado con tabaco caro aún impregnaba el aire del camarín. Las luces alrededor del espejo chispeaban como si presintieran algo, ya no era solo un show, sino una tormenta. Lia se encontraba sentada en el borde de la silla, el codo apoyado sobre su rodilla, sosteniendo entre los dedos una bala. Era liviana. Demasiado liviana para todo el peso que traía con ella. En el costado pulido del metal, sus iniciales estaban grabadas con precisión sobre la supercie. L.A.R.B Una firma. Una advertencia. Una promesa. La rosa blanca había quedado sobre el tocador, marchita antes de tiempo por el aire caliente del lugar. Ese perfume un aroma sutil a ruina y memoria, seguía anclado en el ambiente como una cuerda atada al pasado. No necesitaba preguntar quién la había dejado. Estaba segura que era él. Su mente regresó, sin quererlo, a un apartamento en Moscú, a las ventanas cubiertas por cortinas pesadas. Había escapado de él… o eso había creído. Pero los fantasmas que huelen a pólvora y Versace nunca mueren del todo. Un golpe seco la sacó del trance. —Lia —la voz de su mánager era apenas un susurro desesperado tras la puerta entreabierta— Hay alguien en el balcón de VIP… está armado. Seguridad no puede acercarse. Dicen que es... alguien tuyo. Lia se puso de pie, la bala aún en su mano. Su cuerpo reaccionaba con el mismo ritmo de siempre, movimientos agiles, mirada seria, respiración medida. Pero por dentro, el hielo corría por sus venas. —No es mío —Corrigió mirando a su mánager— Nunca lo fue. Tomó la chaqueta de cuero, la ajustó como una armadura, como si de esa forma se daba el valor necesario. Esa noche, el escenario no era solo para posar. Era un campo minado con luces de neón. Cruzó el pasillo entre bastidores con paso firme. La música al otro lado de la cortina negra se alzaba como una ola a punto de romper. Los flashes la esperaban. Las cámaras, los gritos, los aplausos…todo parecía tan ajeno a todo el tormento de su cabeza. Sin más subió al escenario y lo vio. Desde el balcón, rodeado de sombras y escoltas con rostros de piedra, la miraba como si nunca la hubiese dejado ir. Como si no supiera distinguir entre obsesión y amor. Vestía de negro, con un vaso en la mano y una sonrisa torcida que conocía demasiado bien. Ella alzó el micrófono. Su voz, serena, casi suave, resonó por todo el club... —A veces, el pasado vuelve. A veces, con flores. A veces... con balas- Y entonces, sin romper la mirada con él, dejó caer la bala al suelo. El sonido metálico rebotó contra la tarima. Seco. Definitivo. Y él ya no sonrió esta vez. "¿Qué se supone que debería hacer ahora?. ¿Correr?". Los flashes la segaban un poco, tanto así como cuando volvió su vista al balcón, él ya no estaba...eso solo significaba una cosa. PELIGRO!
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  • "Cenizas de Medianoche"

    La habitación estaba apenas iluminada por las luces bajas del atardecer, filtrándose entre las cortinas como si no quisieran molestarla. Luna yacía sobre la cama, el torso levemente incorporado, los dedos jugando con los collares de metal y cuero que colgaban de su cuello. El aire era denso, no por el calor, sino por lo que no se decía: los pensamientos que danzaban en su cabeza como humo sin salida.

    No esperaba visitas. Y si llegaban, no se molestaría en cambiar su expresión: esa mezcla de desafío y cansancio tan típica en ella, como si llevara siglos sin dormir aunque su piel pareciera de porcelana. Una belleza que no buscaba ser admirada, sino entendida… o al menos soportada.

    Pasó la lengua por sus labios mientras observaba el techo, sin verlo realmente. El corazón latía lento, pero firme. El caos dentro de ella estaba quieto, como un mar antes de la tormenta.

    Una vibración leve sobre la mesa de noche interrumpió el silencio. Miró el celular sin mover un músculo más que sus ojos. Un nombre en la pantalla. Lo leyó. No respondió.

    Se incorporó solo un poco más, lo suficiente para encender un cigarro —aunque no lo encendió— y se quedó con él entre los dedos, como si fuera un recuerdo más que no tenía intenciones de quemar.

    —Hoy no... —murmuró para sí, apenas audible, pero lo suficientemente fuerte para que su reflejo, desde el espejo del fondo, lo escuchara.

    Porque Luna no estaba sola. Nunca lo estaba. Solo había aprendido a vivir con los fantasmas que ella misma se fabricaba.
    "Cenizas de Medianoche" La habitación estaba apenas iluminada por las luces bajas del atardecer, filtrándose entre las cortinas como si no quisieran molestarla. Luna yacía sobre la cama, el torso levemente incorporado, los dedos jugando con los collares de metal y cuero que colgaban de su cuello. El aire era denso, no por el calor, sino por lo que no se decía: los pensamientos que danzaban en su cabeza como humo sin salida. No esperaba visitas. Y si llegaban, no se molestaría en cambiar su expresión: esa mezcla de desafío y cansancio tan típica en ella, como si llevara siglos sin dormir aunque su piel pareciera de porcelana. Una belleza que no buscaba ser admirada, sino entendida… o al menos soportada. Pasó la lengua por sus labios mientras observaba el techo, sin verlo realmente. El corazón latía lento, pero firme. El caos dentro de ella estaba quieto, como un mar antes de la tormenta. Una vibración leve sobre la mesa de noche interrumpió el silencio. Miró el celular sin mover un músculo más que sus ojos. Un nombre en la pantalla. Lo leyó. No respondió. Se incorporó solo un poco más, lo suficiente para encender un cigarro —aunque no lo encendió— y se quedó con él entre los dedos, como si fuera un recuerdo más que no tenía intenciones de quemar. —Hoy no... —murmuró para sí, apenas audible, pero lo suficientemente fuerte para que su reflejo, desde el espejo del fondo, lo escuchara. Porque Luna no estaba sola. Nunca lo estaba. Solo había aprendido a vivir con los fantasmas que ella misma se fabricaba.
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  • Once Upon a Siren
    Fandom OC
    Categoría Original
    Gin Katsuragi

    Aquella noche parecía estar perfectamente acompañada por el sonido de las hojas mecidas por el viento que entonaban una melodía triste como si la misma naturaleza pudiera percibir lo que pasaba por su mente y su corazón. Miyabi abrió los ojos lentamente notando que el sudor frío que solía cubrir su frente al despertar no estaba.

    Por primera vez en tanto tiempo la pesadilla repetitiva no había venido a buscarla. La aldea devorada por las llamas, las voces ahogadas por el humo, la soledad gritando en su pecho se habían desvanecido en un silencio inusualmente pacífico. Sí, era la primera vez que amanecía sin dolor o miedo y solo podía atribuírselo a Gin.

    Su primer encuentro había sido tan improbable y violento en sus inicios, ella había intentado matarlo al confundirlo con un miembro del fenix negro. Él, en lugar de atacar de vuelta se había transformado en algo que desafiaba toda lógica acogiéndola a pesar de sus amenazas, entendiendo sus motivos y sobretodo su dolor.

    "¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, alguien pudiera convertirse en un refugio?" Pensó cuando sus ojos se pasearon por el rostro pacífico de Gin quién parecia descansar tranquilo a su lado. Sabía que aunque él no pudiera leer su mente, de alguna extraña manera podía percibir lo que sentía. La luz de las velas de la habitación comenzaba a extinguirse aunque la luna brindara suficiente luz para notar los detalles en el rostro del hombre que tenía al lado.

    Miyabi se sentó cerca a la ventana abrazando sus rodillas contra el pecho con los ojos clavados en la cicatriz que brillaba en su muñeca con un tenue fulgor azulado. La marca de su misión. Un recordatorio vivo de lo que era y de lo que tenía que hacer.

    Las voces susurraban en los bordes de su conciencia, lejanas pero insistentes: "Aún no ha terminado. No puedes permitirte sentir." Pero ya era demasiado tarde. Su corazón latía con una fuerza que no conocía desde antes de perderlo todo. Cada vez que Gin estaba cerca, sentía que algo dentro de ella se encendía, algo que había enterrado con los restos de su pasado.
    "¿Qué soy para ti, Gin?"

    La pregunta había quedado flotando entre ellos como algo que no se había atrevido a preguntar en voz alta aunque lo sabía y temía a la respuesta tanto como a las sombras que la seguían. Aquellas que no conocían el descanso.

    Por mucho que él prometiera protegerla, una parte de ella sabía que la batalla aún no había terminado y algo que él no sabia era que tal vez la verdadera lucha de Miyabi no era contra los fantasmas del pasado sino contra el miedo a vivir, a no ser merecedora a lo que se le fue negado al resto de su aldea.

    Esa noche, mientras el cielo comenzaba a teñirse de estrellas, Miyabi se levantó en silencio; sus manos parecían cobrar posesión de aquella pluma que Gin había dejado sobre el escritorio escribiendo algo que sólo él comprendería, una referencia al lugar que había dado inicio a todo, el primer encuentro en alguna otra vida que habia generado aquella chispa entre ellos y una promesa rota de su parte que no pensaba volver a romper. Quería estar con Gin para siempre y para éso tenía que llevarlo con ella a descubrir aquello que le impedía sentir profundamente con todo el corazón.

    La marea parecía más fuerte que la última vez que estuvo en ese lugar. El sonido del viento y de las olas golpeando el muelle era lo único que la acompañaban, la cicatriz en su muñeca parecía haberse calmado producto en parte de aquel alejamiento, como si fuera una recompensa a estar sola. Sabia que Gin llegaría pronto, podía sentirlo en su corazón por lo que sólo se dedicó a esperar mientras miles de burbujas se formaban en el infinito océano frente a ella.
    [Katsuragi01] Aquella noche parecía estar perfectamente acompañada por el sonido de las hojas mecidas por el viento que entonaban una melodía triste como si la misma naturaleza pudiera percibir lo que pasaba por su mente y su corazón. Miyabi abrió los ojos lentamente notando que el sudor frío que solía cubrir su frente al despertar no estaba. Por primera vez en tanto tiempo la pesadilla repetitiva no había venido a buscarla. La aldea devorada por las llamas, las voces ahogadas por el humo, la soledad gritando en su pecho se habían desvanecido en un silencio inusualmente pacífico. Sí, era la primera vez que amanecía sin dolor o miedo y solo podía atribuírselo a Gin. Su primer encuentro había sido tan improbable y violento en sus inicios, ella había intentado matarlo al confundirlo con un miembro del fenix negro. Él, en lugar de atacar de vuelta se había transformado en algo que desafiaba toda lógica acogiéndola a pesar de sus amenazas, entendiendo sus motivos y sobretodo su dolor. "¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, alguien pudiera convertirse en un refugio?" Pensó cuando sus ojos se pasearon por el rostro pacífico de Gin quién parecia descansar tranquilo a su lado. Sabía que aunque él no pudiera leer su mente, de alguna extraña manera podía percibir lo que sentía. La luz de las velas de la habitación comenzaba a extinguirse aunque la luna brindara suficiente luz para notar los detalles en el rostro del hombre que tenía al lado. Miyabi se sentó cerca a la ventana abrazando sus rodillas contra el pecho con los ojos clavados en la cicatriz que brillaba en su muñeca con un tenue fulgor azulado. La marca de su misión. Un recordatorio vivo de lo que era y de lo que tenía que hacer. Las voces susurraban en los bordes de su conciencia, lejanas pero insistentes: "Aún no ha terminado. No puedes permitirte sentir." Pero ya era demasiado tarde. Su corazón latía con una fuerza que no conocía desde antes de perderlo todo. Cada vez que Gin estaba cerca, sentía que algo dentro de ella se encendía, algo que había enterrado con los restos de su pasado. "¿Qué soy para ti, Gin?" La pregunta había quedado flotando entre ellos como algo que no se había atrevido a preguntar en voz alta aunque lo sabía y temía a la respuesta tanto como a las sombras que la seguían. Aquellas que no conocían el descanso. Por mucho que él prometiera protegerla, una parte de ella sabía que la batalla aún no había terminado y algo que él no sabia era que tal vez la verdadera lucha de Miyabi no era contra los fantasmas del pasado sino contra el miedo a vivir, a no ser merecedora a lo que se le fue negado al resto de su aldea. Esa noche, mientras el cielo comenzaba a teñirse de estrellas, Miyabi se levantó en silencio; sus manos parecían cobrar posesión de aquella pluma que Gin había dejado sobre el escritorio escribiendo algo que sólo él comprendería, una referencia al lugar que había dado inicio a todo, el primer encuentro en alguna otra vida que habia generado aquella chispa entre ellos y una promesa rota de su parte que no pensaba volver a romper. Quería estar con Gin para siempre y para éso tenía que llevarlo con ella a descubrir aquello que le impedía sentir profundamente con todo el corazón. La marea parecía más fuerte que la última vez que estuvo en ese lugar. El sonido del viento y de las olas golpeando el muelle era lo único que la acompañaban, la cicatriz en su muñeca parecía haberse calmado producto en parte de aquel alejamiento, como si fuera una recompensa a estar sola. Sabia que Gin llegaría pronto, podía sentirlo en su corazón por lo que sólo se dedicó a esperar mientras miles de burbujas se formaban en el infinito océano frente a ella.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
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    Estado
    Disponible
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  • No todos los fantasmas viven en casas abandonadas… algunos caminan como si nunca hubieran prometido quedarse
    No todos los fantasmas viven en casas abandonadas… algunos caminan como si nunca hubieran prometido quedarse
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  • La Niñez Maldita de Luna

    Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.

    Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.

    Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.

    Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:

    Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.

    Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.

    Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.

    Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:

    “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
    Una humana, para ser rechazada por los hombres.
    Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
    Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”

    Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.

    A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.

    Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:

    En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.

    En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.

    Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.

    Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.

    Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.

    Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
    Sino por justicia.

    La Niñez Maldita de Luna Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales. Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación. Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir. Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano: Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos. Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija. Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición. Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte: “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades: Una humana, para ser rechazada por los hombres. Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás. Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.” Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos. A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían. Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso: En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones. En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos. Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida. Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad. Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron. Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor. Sino por justicia.
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  • “Donde mueren las voces”

    Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=QHnwDuzR1wg&list=RDQHnwDuzR1wg&start_radio=1

    Nysarra tenía nueve años y ojos demasiado cansados para su edad. No porque supiera mucho, sino porque veía más de lo que debía. Los otros niños en el campamento decían que estaba loca, que hablaba sola, que tenía pesadillas a gritos.
    Solo su hermano mayor, Elian, le creía.
    Elian le había dado un pequeño aparato de metal, como un walkie-talkie sin antena.
    —Si te pasa algo... algo de verdad, aprieta este botón. Yo vendré. Siempre — Y él lo hacía. Siempre.

    Pero la noche del tercer viernes, los muertos no susurraban... gritaban.

    Nysarra temblaba en su litera mientras las sombras se estiraban por las paredes. Aquello no era como los otros fantasmas. No se lamentaba ni pedía ayuda. Este ser quería algo. Sentía su hambre. Cuando vio cómo la forma oscura se materializaba frente a su cama, con ojos como carbones ardientes y dedos que goteaban sombra líquida, no pensó. Corrió. Descalza, con los pies helados, se internó en el bosque, tropezando con raíces y ramas. La criatura venía tras ella, siempre detrás, sin hacer ruido pero llenándolo todo. En medio de su huida, sus dedos se cerraron alrededor del aparato de Elian. Lo apretó.

    Y él vino.

    Apareció con linterna en mano, gritando su nombre entre la oscuridad.
    —¡Nia! ¿Dónde estás?- Ella corrió hacia su voz, pero el suelo era barro resbaloso y la orilla del río estaba cerca.

    Un mal paso.
    Un grito.
    Agua helada.

    El mundo giró. Nysarra apenas sabía flotar. Gritó. Tragó agua. Brazos fuertes la tomaron.

    Elian.

    Entre la corriente, logró empujarla hacia una rama. Ella se sostuvo, temblando, llorando.

    —¡Sube! —le gritó entre sollozos.
    —La rama no aguanta a los dos —respondió él. Le sonrió. Como siempre. Como si no tuviera miedo. Y se soltó.
    —¡¡Elian!!- Gritó Nyssa desesperada.
    —Te amo, Nia. Nunca olvides eso- Su cuerpo fue arrastrado por el agua. Nysarra bajó como pudo, rodando por barro, raíces, ramas. Sangraba, tenía raspones en el rostro y piernas, pero no se detuvo. Lo encontró flotando cerca de la orilla, inmóvil, con los ojos cerrados. Lo arrastró fuera del río, con manos temblorosas.
    —Vamos, Elian. Ya, despierta... -Le apretó el pecho. Le sopló aire. Lloró sobre él. Pero su hermano ya no estaba. El campamento despertó con su llanto. La encontraron abrazada al cuerpo. Y entonces comenzaron los murmullos.

    "Es su culpa."
    "Esa niña está maldita."
    "¿No decía que hablaba con los muertos?"

    Nyssara solo calló. Desde ese día evitaba hablar de Elian. No porque lo hubiera olvidado, sino porque pronunciar su nombre dolía más que el silencio. En sueños, él seguía apareciendo. Nunca hablaba. A veces estaba de pie bajo el agua, con la linterna encendida en la mano, aún goteando río. Otras, aparecía en la rama rota, justo antes de soltarse, con esa sonrisa suya que parecía perdonarlo todo. Y a veces… solo estaba allí, de pie junto a su cama, empapado y temblando, con los ojos llenos de amor y pena.

    El aparato que Elian le había dado aún descansaba bajo su almohada. Lo apretaba cada noche, sabiendo que no volvería a responder. Y sin embargo, parte de ella no dejaba de esperar. Dejó de llorar en voz alta. Se guardó el dolor como un secreto sucio, como si haber sobrevivido fuera un castigo que debía pagar en silencio.

    Dejó de ser la misma. La poca esperanza que alguna vez había habitado en su pecho se desvaneció. Ya no soñaba con días mejores, ni buscaba consuelo. Solo existía. Su familia también cambió. Su madre apenas la miraba, como si temiera lo que vería en sus ojos. Su padre hablaba con distancia, como si las palabras se volvieran espinas en su garganta. Nadie lo decía, pero todos la juzgaban. Como si su dolor fuera menos válido. Como si su existencia fuera una culpa.
    “Donde mueren las voces” Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=QHnwDuzR1wg&list=RDQHnwDuzR1wg&start_radio=1 Nysarra tenía nueve años y ojos demasiado cansados para su edad. No porque supiera mucho, sino porque veía más de lo que debía. Los otros niños en el campamento decían que estaba loca, que hablaba sola, que tenía pesadillas a gritos. Solo su hermano mayor, Elian, le creía. Elian le había dado un pequeño aparato de metal, como un walkie-talkie sin antena. —Si te pasa algo... algo de verdad, aprieta este botón. Yo vendré. Siempre — Y él lo hacía. Siempre. Pero la noche del tercer viernes, los muertos no susurraban... gritaban. Nysarra temblaba en su litera mientras las sombras se estiraban por las paredes. Aquello no era como los otros fantasmas. No se lamentaba ni pedía ayuda. Este ser quería algo. Sentía su hambre. Cuando vio cómo la forma oscura se materializaba frente a su cama, con ojos como carbones ardientes y dedos que goteaban sombra líquida, no pensó. Corrió. Descalza, con los pies helados, se internó en el bosque, tropezando con raíces y ramas. La criatura venía tras ella, siempre detrás, sin hacer ruido pero llenándolo todo. En medio de su huida, sus dedos se cerraron alrededor del aparato de Elian. Lo apretó. Y él vino. Apareció con linterna en mano, gritando su nombre entre la oscuridad. —¡Nia! ¿Dónde estás?- Ella corrió hacia su voz, pero el suelo era barro resbaloso y la orilla del río estaba cerca. Un mal paso. Un grito. Agua helada. El mundo giró. Nysarra apenas sabía flotar. Gritó. Tragó agua. Brazos fuertes la tomaron. Elian. Entre la corriente, logró empujarla hacia una rama. Ella se sostuvo, temblando, llorando. —¡Sube! —le gritó entre sollozos. —La rama no aguanta a los dos —respondió él. Le sonrió. Como siempre. Como si no tuviera miedo. Y se soltó. —¡¡Elian!!- Gritó Nyssa desesperada. —Te amo, Nia. Nunca olvides eso- Su cuerpo fue arrastrado por el agua. Nysarra bajó como pudo, rodando por barro, raíces, ramas. Sangraba, tenía raspones en el rostro y piernas, pero no se detuvo. Lo encontró flotando cerca de la orilla, inmóvil, con los ojos cerrados. Lo arrastró fuera del río, con manos temblorosas. —Vamos, Elian. Ya, despierta... -Le apretó el pecho. Le sopló aire. Lloró sobre él. Pero su hermano ya no estaba. El campamento despertó con su llanto. La encontraron abrazada al cuerpo. Y entonces comenzaron los murmullos. "Es su culpa." "Esa niña está maldita." "¿No decía que hablaba con los muertos?" Nyssara solo calló. Desde ese día evitaba hablar de Elian. No porque lo hubiera olvidado, sino porque pronunciar su nombre dolía más que el silencio. En sueños, él seguía apareciendo. Nunca hablaba. A veces estaba de pie bajo el agua, con la linterna encendida en la mano, aún goteando río. Otras, aparecía en la rama rota, justo antes de soltarse, con esa sonrisa suya que parecía perdonarlo todo. Y a veces… solo estaba allí, de pie junto a su cama, empapado y temblando, con los ojos llenos de amor y pena. El aparato que Elian le había dado aún descansaba bajo su almohada. Lo apretaba cada noche, sabiendo que no volvería a responder. Y sin embargo, parte de ella no dejaba de esperar. Dejó de llorar en voz alta. Se guardó el dolor como un secreto sucio, como si haber sobrevivido fuera un castigo que debía pagar en silencio. Dejó de ser la misma. La poca esperanza que alguna vez había habitado en su pecho se desvaneció. Ya no soñaba con días mejores, ni buscaba consuelo. Solo existía. Su familia también cambió. Su madre apenas la miraba, como si temiera lo que vería en sus ojos. Su padre hablaba con distancia, como si las palabras se volvieran espinas en su garganta. Nadie lo decía, pero todos la juzgaban. Como si su dolor fuera menos válido. Como si su existencia fuera una culpa.
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  • Los humanos y los fantasmas siguen caminos distintos. No pueden estar enamorado. Cuanto más ame un humano a un fantasma más rápido morirá.
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  • ──── Dime pequeña criatura como es que terminaste en mi santuario....

    Dijo la diosa luciendo su cabello completamente negro característico de su oscuridad.

    ──── Que buscas aquí donde los locos morán y los fantasmas nacen...



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  • — ¡Somos fantasmas, criaturas de la noche destinadas a alimentar los temores de los hombres, y no demonios delirantes! —
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  • #LunesTriste

    ⸻ Esto no es café... Es... Es un insulto disfrazado de desayuno, una lágrima tímida de grano perdido en agua tibia, ¡una herejía líquida! Yo que desperté con la fe puesta en una taza que me abrigara las entrañas y me entibiara el alma, y me dan esta sopa triste de aroma engañoso, este beso sin lengua, este abrazo sin cuerpo, este "te quiero, PERO"; ¡me han servido la versión diluida de mis ganas de vivir! ¿Cómo se supone que vea el futuro en las estrellas, interprete los suspiros de los árboles o me entienda con los fantasmas de las tostadas si no tengo cafeína suficiente para sostener mi sistema nervioso? ¡Esto no es café, es un poema mal impreso! Es el alma de un espresso que murió sin ser amado. Ay... Mis ojos serán ríos...
    #LunesTriste ⸻ Esto no es café... Es... Es un insulto disfrazado de desayuno, una lágrima tímida de grano perdido en agua tibia, ¡una herejía líquida! Yo que desperté con la fe puesta en una taza que me abrigara las entrañas y me entibiara el alma, y me dan esta sopa triste de aroma engañoso, este beso sin lengua, este abrazo sin cuerpo, este "te quiero, PERO"; ¡me han servido la versión diluida de mis ganas de vivir! ¿Cómo se supone que vea el futuro en las estrellas, interprete los suspiros de los árboles o me entienda con los fantasmas de las tostadas si no tengo cafeína suficiente para sostener mi sistema nervioso? ¡Esto no es café, es un poema mal impreso! Es el alma de un espresso que murió sin ser amado. Ay... Mis ojos serán ríos...
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