Su estancia en la playa no fue únicamente por trabajo, también disfrutó del sol y la playa, de los atardeceres y el mar. Sentir el agua salada sobre su piel, refrescándola, adormeciéndola; sentir cómo el agua la abrazaba de la misma manera que Isabelle lo hacía antaño.
Quedarse tumbada sobre las tranquilas aguas marinas, sintiendo el salitre del océano secándose en sus labios, como un beso secreto entre las aguas abismales y la profesional. Pisar la arena mojada, sintiendo el ir y venir de las olas sobre sus pies, hundiéndose a cada roce de las cálidas aguas haciéndole cosquillas en los tobillos.
Su piel agradecía el calor del sol; su mirada, del color del mar, los atardeceres; su nariz, el roce salvaje —pero suave al mismo tiempo— de la brisa marina; su gusto, su lengua, retozaba del sabor salitroso del océano; y sus oídos, taponados por el silencio, podía jugar que oía cantar a las sirenas en el fondo del mar, atrayéndola a su territorio, pero sus pies continuaban anclados en tierra.
¿Qué más podía hacer en las horas muertas de su trabajo, cuando no era Dandelion, sino la simple y solitaria Tahara Roth? Dibujar, dejarse llevar por el arte y por el amor al mar, como los marineros varados en tierra. Como Ana esperando a Miguel en aquella famosa canción española. Esperar y esperar, dejando que sus manos recordasen el suave roce de las olas sobre su piel; recordando el escozor de la sal sobre sus heridas todavía abiertas, recordándole que todavía estaba viva, que era humana, después de todo. Que aunque estuviera poseída por la mismísima ira, ella correspondía al nombre de Tahara Roth, una chica con un profundo amor por el arte que se vio obligada a escapar y convertirse en aquello para lo que estaba destinada a ser.
#3D #Personajes3D #Comunidad3D Su estancia en la playa no fue únicamente por trabajo, también disfrutó del sol y la playa, de los atardeceres y el mar. Sentir el agua salada sobre su piel, refrescándola, adormeciéndola; sentir cómo el agua la abrazaba de la misma manera que Isabelle lo hacía antaño.
Quedarse tumbada sobre las tranquilas aguas marinas, sintiendo el salitre del océano secándose en sus labios, como un beso secreto entre las aguas abismales y la profesional. Pisar la arena mojada, sintiendo el ir y venir de las olas sobre sus pies, hundiéndose a cada roce de las cálidas aguas haciéndole cosquillas en los tobillos.
Su piel agradecía el calor del sol; su mirada, del color del mar, los atardeceres; su nariz, el roce salvaje —pero suave al mismo tiempo— de la brisa marina; su gusto, su lengua, retozaba del sabor salitroso del océano; y sus oídos, taponados por el silencio, podía jugar que oía cantar a las sirenas en el fondo del mar, atrayéndola a su territorio, pero sus pies continuaban anclados en tierra.
¿Qué más podía hacer en las horas muertas de su trabajo, cuando no era Dandelion, sino la simple y solitaria Tahara Roth? Dibujar, dejarse llevar por el arte y por el amor al mar, como los marineros varados en tierra. Como Ana esperando a Miguel en aquella famosa canción española. Esperar y esperar, dejando que sus manos recordasen el suave roce de las olas sobre su piel; recordando el escozor de la sal sobre sus heridas todavía abiertas, recordándole que todavía estaba viva, que era humana, después de todo. Que aunque estuviera poseída por la mismísima ira, ella correspondía al nombre de Tahara Roth, una chica con un profundo amor por el arte que se vio obligada a escapar y convertirse en aquello para lo que estaba destinada a ser.
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