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    Vengo a este lugar que me dió tantas sonrisas una última vez para anunciar algo que llevo pensando durante varios días, no ha sido fácil para nada, pero creo que será lo mejor para mí

    Antes de que acabe el año 2025, al 99.9% abandonaré este lugar para siempre, y antes de que se asusten, no significa que Miko se vaya a hacer /kill a sí misma XD, simplemente ya es una señorita bastante más ocupada y deberá mudarse a otra ciudad para continuar trabajando.

    Esto no es una despedida aún, Miko tendrá un último "last dance" antes de que de esta historia llegue a su final
    Gracias por leer, de verdad, os amo ~♥♥


    PD: les gustaría vez el disfraz que llevó Miko este Halloween?? ^^
    Vengo a este lugar que me dió tantas sonrisas una última vez para anunciar algo que llevo pensando durante varios días, no ha sido fácil para nada, pero creo que será lo mejor para mí Antes de que acabe el año 2025, al 99.9% abandonaré este lugar para siempre, y antes de que se asusten, no significa que Miko se vaya a hacer /kill a sí misma XD, simplemente ya es una señorita bastante más ocupada y deberá mudarse a otra ciudad para continuar trabajando. Esto no es una despedida aún, Miko tendrá un último "last dance" antes de que de esta historia llegue a su final Gracias por leer, de verdad, os amo ~♥♥ PD: les gustaría vez el disfraz que llevó Miko este Halloween?? ^^
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  • ── Hoy se cumple un año de aquella forzada despedida.
    De aquel dolor que me quebró para jamas volver a ser la misma.
    Nada peor que haberme forzado a no sentir....a arrancarte a la fuerza de el lugar donde yo quería que estuvieras.

    Ha pasado un año.
    Y aun en las estrellas busco una señal. ──
    ── Hoy se cumple un año de aquella forzada despedida. De aquel dolor que me quebró para jamas volver a ser la misma. Nada peor que haberme forzado a no sentir....a arrancarte a la fuerza de el lugar donde yo quería que estuvieras. Ha pasado un año. Y aun en las estrellas busco una señal. ──
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  • Sí debía de ser sincera, le hubiera gustado poder posponer por mucho más tiempo todo aquello y no precisamente por que le doliera o no quisiera dar ese paso, finalmente, era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo. Pero el tener que verbalizarlo, enfrentarse a él y a su opinión... No era fácil.

    Llevaba la correa de Artto en la mano, después de terminar de sacar y limpiar toda su madriguera, la peliverde había dado un último paseo con él. Cuando por fin le retiró el collar improvisado y quedó sin correa, el bichejo tardó un momento en entender que pasaba. Fue una despedida corta, el lagarto se perdió rápidamente entre las dunas.

    Nelliel se dijo que tenía que asegurarse que no le pasaría nada, simple excusa para no tener que regresar todavía al palacio. Ya no tenía nada más que hacer ahí. Hueco Mundo ya no significaba nada para ella, ni tampoco sentía ya conexión con aquella arena. Era momento de dejarlo todo atrás.

    MIentras sus pasos se dirigían de nuevo a Las Noches, el peso que se había ido en cuanto tomó la decisión de irse poco a poco se fue instalando de nuevo, aunque esta vez, reconocía la diferencia; no era cansancio, era miedo. Le tenía un temor atroz a lo que tenía que hacer. En Hueco Mundo nunca había terminado de sentirse aceptada, incluso cuando no conocía más, sin embargo, admitía que lo más parecido que había tenido a un momento de felicidad había sido con el peliazul.

    Inspiró hondo, una vez parada frente a la puerta de su habitación. Sí, Huco Mundo ya no era su hogar y ya no significaba nada, pero él seguía siendo su compañero, por más distancia que pusieran, por más que su relación se haya fracturado. Tocó un par de veces la puerta, tragando saliva.

    — ¿Grimmjow?

    Grimmjow Jaegerjaquez
    Sí debía de ser sincera, le hubiera gustado poder posponer por mucho más tiempo todo aquello y no precisamente por que le doliera o no quisiera dar ese paso, finalmente, era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo. Pero el tener que verbalizarlo, enfrentarse a él y a su opinión... No era fácil. Llevaba la correa de Artto en la mano, después de terminar de sacar y limpiar toda su madriguera, la peliverde había dado un último paseo con él. Cuando por fin le retiró el collar improvisado y quedó sin correa, el bichejo tardó un momento en entender que pasaba. Fue una despedida corta, el lagarto se perdió rápidamente entre las dunas. Nelliel se dijo que tenía que asegurarse que no le pasaría nada, simple excusa para no tener que regresar todavía al palacio. Ya no tenía nada más que hacer ahí. Hueco Mundo ya no significaba nada para ella, ni tampoco sentía ya conexión con aquella arena. Era momento de dejarlo todo atrás. MIentras sus pasos se dirigían de nuevo a Las Noches, el peso que se había ido en cuanto tomó la decisión de irse poco a poco se fue instalando de nuevo, aunque esta vez, reconocía la diferencia; no era cansancio, era miedo. Le tenía un temor atroz a lo que tenía que hacer. En Hueco Mundo nunca había terminado de sentirse aceptada, incluso cuando no conocía más, sin embargo, admitía que lo más parecido que había tenido a un momento de felicidad había sido con el peliazul. Inspiró hondo, una vez parada frente a la puerta de su habitación. Sí, Huco Mundo ya no era su hogar y ya no significaba nada, pero él seguía siendo su compañero, por más distancia que pusieran, por más que su relación se haya fracturado. Tocó un par de veces la puerta, tragando saliva. — ¿Grimmjow? [6espada]
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  • Si algún día la brisa me lleve lejos,
    si el alba me reclame en su canto de despedida,
    no me busques en los templos ni en los altares.
    Búscame en Harmonía.

    Ella es mi reflejo más puro,
    mi flor nacida entre tus guerras y mis suspiros.
    En sus ojos verdes habita mi ternura,
    en su sonrisa, mi risa que alguna vez calmó tu furia.

    Tú, que fuiste mi sombra protectora,
    mi fuego que no quemaba,
    mi silencio que hablaba más que mil versos,
    sabrás que no me he ido del todo.

    Porque cada vez que la mires,
    verás mis gestos danzando en su rostro,
    mi voz escondida en su risa,
    mi amor latiendo en su pecho.

    Ella es el puente entre tu acero y mi espuma,
    la tregua que tejimos sin palabras,
    la canción que nunca se apaga.

    Y tú, Ares,
    guárdala como guardaste mis secretos,
    ámala como me amaste:
    con esa fuerza que solo tú sabes volver ternura.

    Cuando el mundo se torne gris,
    cuando el eco de mi nombre se diluya,
    recuerda:
    yo fui, yo soy, yo seré…
    en ella.

    Con todo lo que fui,
    con todo lo que aún soy en ti,
    —Afrodita
    Si algún día la brisa me lleve lejos, si el alba me reclame en su canto de despedida, no me busques en los templos ni en los altares. Búscame en Harmonía. Ella es mi reflejo más puro, mi flor nacida entre tus guerras y mis suspiros. En sus ojos verdes habita mi ternura, en su sonrisa, mi risa que alguna vez calmó tu furia. Tú, que fuiste mi sombra protectora, mi fuego que no quemaba, mi silencio que hablaba más que mil versos, sabrás que no me he ido del todo. Porque cada vez que la mires, verás mis gestos danzando en su rostro, mi voz escondida en su risa, mi amor latiendo en su pecho. Ella es el puente entre tu acero y mi espuma, la tregua que tejimos sin palabras, la canción que nunca se apaga. Y tú, Ares, guárdala como guardaste mis secretos, ámala como me amaste: con esa fuerza que solo tú sabes volver ternura. Cuando el mundo se torne gris, cuando el eco de mi nombre se diluya, recuerda: yo fui, yo soy, yo seré… en ella. Con todo lo que fui, con todo lo que aún soy en ti, —Afrodita
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  • Odisea
    Fandom Los Bridgerton
    Categoría Original
    Este sábado se va a celebrar en el hogar familiar una fiesta de despedida para Francesca y Jhon van a regresar a Escocia, pensé que se quedarían una temporada larga esta vez, quién si alarga su estancia es Michael, el primo de mi cuñado Jhon.

    Estuvo al principio de su llegada viviendo en casa era temporal hasta que la vivienda que tienen dos calles más adelante estuviera preparada para su estancia, ahora la usa más Michael que Jhon, algo completamente comprensible.

    Connor Fife
    Este sábado se va a celebrar en el hogar familiar una fiesta de despedida para Francesca y Jhon van a regresar a Escocia, pensé que se quedarían una temporada larga esta vez, quién si alarga su estancia es Michael, el primo de mi cuñado Jhon. Estuvo al principio de su llegada viviendo en casa era temporal hasta que la vivienda que tienen dos calles más adelante estuviera preparada para su estancia, ahora la usa más Michael que Jhon, algo completamente comprensible. [Mr_Fife]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Terminado
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    Aviso que haré la despedida de Robin..
    Ya que tengo planeado un cambio de personaje..
    Espero vernos en esta nueva etapa.
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  • 𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝

    Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago.

    Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa.

    Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana.

    El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron.

    No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación.

    Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa.

    ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad?

    Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad.

    ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos.

    La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar.

    Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo.

    ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa?

    Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación.

    ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas.

    No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de…

    ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso.

    Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana.

    Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos.

    ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí.

    ¿A qué no era el mejor actor de todo el set?

    Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella.

    Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas.

    Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados.

    Ella recordaba a su familia de Dardania.
    𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘 🍃 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝 Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago. Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa. Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana. El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron. No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación. Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa. ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad? Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad. ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos. La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar. Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo. ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa? Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación. ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas. No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de… ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso. Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana. Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos. ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí. ¿A qué no era el mejor actor de todo el set? Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella. Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas. Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados. Ella recordaba a su familia de Dardania.
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  • —Conocí a un hombre una vez, humilde, servil; tan ignorante como feliz, pues es el desconocimiento de este mundo lo que nos resguarda de su cruda realidad.

    Ignorante, mas no por decisión propia, mi amigo era analfabeta. En cierto punto de su vida, se le dio la decisión de elegir entre estudiar o trabajar, y él eligió le segundo, volviéndose siervo de una acaudalada dama de edad avanzada.

    Los años pasaron, y él se mantuvo ahí. Sin deseos de cambiar, muchos lo catalogaróian como conformista, un ser sin afán de crecer, de superarse y expandir sus horizontes. Pero así era feliz, y feliz era la mujer con su compañía.

    Así pues, años pasaron, y en su lecho de muerte, ella preguntó a su más fiel compañero si había algo que quisiera, un regalo de despedida. Sencillo como siempre, lo único que se le ocurrió pedir fue la receta de las galletas de jengibre, secreto familiar.

    Claro, cualquiera en su situación hubiese pedido riquezas, joyas, ser incluído en la herencia, pero ya dejamos en claro que no hablamos de cualquier persona, ¿cierto? Pues bien, la anciana murió, y este amigo mío empezó a hacer galletas, ¿pues qué más podía hacer?

    Galletas de jengibre que pronto comenzó a vender, pues descubrió que tenía un don para la cocina. En lo que pareció un cerrar de ojos, pasó de vender en las calles a tener su propia repostería, después varias de ellas, y finalmente, ser dueño de fábricas enteras. Todo con la misma receta de esas galletas de jengibre.

    Y un día, hablando del tema, le exclamé: "¡Mira todo lo que has logrado, y sin saber leer! ¿Te imaginas dónde estarías si supieses leer?"

    "Si supiese leer, amigo mío", respondió. "Seguiría siendo un siervo".
    —Conocí a un hombre una vez, humilde, servil; tan ignorante como feliz, pues es el desconocimiento de este mundo lo que nos resguarda de su cruda realidad. Ignorante, mas no por decisión propia, mi amigo era analfabeta. En cierto punto de su vida, se le dio la decisión de elegir entre estudiar o trabajar, y él eligió le segundo, volviéndose siervo de una acaudalada dama de edad avanzada. Los años pasaron, y él se mantuvo ahí. Sin deseos de cambiar, muchos lo catalogaróian como conformista, un ser sin afán de crecer, de superarse y expandir sus horizontes. Pero así era feliz, y feliz era la mujer con su compañía. Así pues, años pasaron, y en su lecho de muerte, ella preguntó a su más fiel compañero si había algo que quisiera, un regalo de despedida. Sencillo como siempre, lo único que se le ocurrió pedir fue la receta de las galletas de jengibre, secreto familiar. Claro, cualquiera en su situación hubiese pedido riquezas, joyas, ser incluído en la herencia, pero ya dejamos en claro que no hablamos de cualquier persona, ¿cierto? Pues bien, la anciana murió, y este amigo mío empezó a hacer galletas, ¿pues qué más podía hacer? Galletas de jengibre que pronto comenzó a vender, pues descubrió que tenía un don para la cocina. En lo que pareció un cerrar de ojos, pasó de vender en las calles a tener su propia repostería, después varias de ellas, y finalmente, ser dueño de fábricas enteras. Todo con la misma receta de esas galletas de jengibre. Y un día, hablando del tema, le exclamé: "¡Mira todo lo que has logrado, y sin saber leer! ¿Te imaginas dónde estarías si supieses leer?" "Si supiese leer, amigo mío", respondió. "Seguiría siendo un siervo".
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  • 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania.

    ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses.

    La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer.

    Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas.

    Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora.

    Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto.

    Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, era imponente, feroz, imposible de ignorar. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea.

    Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha.

    Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas.

    El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar.

    La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio.

    La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar.

    ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros.

    Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó.

    ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo.

    El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba.

    Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar.

    En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza.

    Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo.

    Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades.

    Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque.

    En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire.

    La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises.

    Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir.

    Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo.

    ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte?

    Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque.

    Ese día, la corte estaba en silencio.

    ────Sí... me... me gustaría que te quedaras.

    Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal.

    Eneas. Su pequeño Eneas.

    Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises.

    Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió.

    Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises.

    La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban.

    Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir.

    Afro sonrió.

    Tenía esperanza.
    𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒 🌸 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania. ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses. La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer. Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora. Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto. Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, era imponente, feroz, imposible de ignorar. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea. Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha. Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas. El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar. La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio. La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar. ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros. Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó. ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo. El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba. Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar. En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza. Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo. Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades. Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque. En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire. La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises. Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir. Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo. ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte? Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque. Ese día, la corte estaba en silencio. ────Sí... me... me gustaría que te quedaras. Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal. Eneas. Su pequeño Eneas. Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises. Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió. Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises. La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban. Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir. Afro sonrió. Tenía esperanza.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    La user esta chipi culpa de la historia de Amphoreus, saber la muerte de los herederos de crisor, lo que hicieron y las despedidas de sus almas... Me llegaron..
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