• https://m.youtube.com/watch?v=t68gVXKYk4Y&pp=ygUfVHJ1Y2UgdmVzc2VsIHR3ZW50eSBvbmUgcGlsb3RzIA%3D%3D

    Se había detenido a descansar en los márgenes del Tártaro, justo donde la negrura del Inframundo cedía apenas a una grieta de luz tenue. El entrenamiento con la Espada Estigia había sido duro; su respiración seguía marcada por el esfuerzo, y algunas heridas recientes ardían bajo el sudor seco. Pero no se quejaba. No estaba hecho para ello. Se sentó en la roca caliente, apoyando la espada a su lado como si fuera un viejo amigo, y alzó la mirada hacia aquel resquicio donde el mundo vivo se deslizaba entre sombras.

    Era raro que buscara observar, simplemente observar. Pero aquella escena no le pasó desapercibida. En la superficie, un viudo hablaba con voz entrecortada frente a una tumba recién sellada. Su esposa, muerta días atrás. Las palabras de despedida cruzaban planos como ecos rotos, y aunque ningún mortal podría notarlo, él si que las oía. Las entendía. La esencia del amor, la pérdida y el adiós brillaba con una belleza cruel.

    Él no parpadeó. No interrumpió. Solo observó.

    Su corazón, aún joven para los estándares eternos, se agitó con algo parecido a la melancolía. Ese tipo de amor –absoluto, efímero, humano– era un misterio. Un tipo de fuerza que no podía blandirse como un arma ni sellarse como un pacto. Y, sin embargo, era tangible en ese instante.

    No envidiaba al viudo. No deseaba esa pena. Pero lo comprendía. Lo honraba en silencio. Y tal vez, en el fondo, se prometía a sí mismo que, si algún día le era concedido conocer algo tan profundamente verdadero… sabría sostenerlo con la misma firmeza con la que sostenía la Espada Estigia.

    Sin decir una palabra, esperó a que el viento callara y el viudo se retirara. Luego, simplemente, se levantó, tomó su hoja, y volvió a adentrarse en la oscuridad.

    Porque aún no era su momento. Él no sabía lo que era amar de ese modo –aún–, pero lo respetaba. Lo atesoraba, aunque solo fuera como espectador.

    “Qué manera tan hermosa de decir adiós…” pensó, sin voz.
    https://m.youtube.com/watch?v=t68gVXKYk4Y&pp=ygUfVHJ1Y2UgdmVzc2VsIHR3ZW50eSBvbmUgcGlsb3RzIA%3D%3D Se había detenido a descansar en los márgenes del Tártaro, justo donde la negrura del Inframundo cedía apenas a una grieta de luz tenue. El entrenamiento con la Espada Estigia había sido duro; su respiración seguía marcada por el esfuerzo, y algunas heridas recientes ardían bajo el sudor seco. Pero no se quejaba. No estaba hecho para ello. Se sentó en la roca caliente, apoyando la espada a su lado como si fuera un viejo amigo, y alzó la mirada hacia aquel resquicio donde el mundo vivo se deslizaba entre sombras. Era raro que buscara observar, simplemente observar. Pero aquella escena no le pasó desapercibida. En la superficie, un viudo hablaba con voz entrecortada frente a una tumba recién sellada. Su esposa, muerta días atrás. Las palabras de despedida cruzaban planos como ecos rotos, y aunque ningún mortal podría notarlo, él si que las oía. Las entendía. La esencia del amor, la pérdida y el adiós brillaba con una belleza cruel. Él no parpadeó. No interrumpió. Solo observó. Su corazón, aún joven para los estándares eternos, se agitó con algo parecido a la melancolía. Ese tipo de amor –absoluto, efímero, humano– era un misterio. Un tipo de fuerza que no podía blandirse como un arma ni sellarse como un pacto. Y, sin embargo, era tangible en ese instante. No envidiaba al viudo. No deseaba esa pena. Pero lo comprendía. Lo honraba en silencio. Y tal vez, en el fondo, se prometía a sí mismo que, si algún día le era concedido conocer algo tan profundamente verdadero… sabría sostenerlo con la misma firmeza con la que sostenía la Espada Estigia. Sin decir una palabra, esperó a que el viento callara y el viudo se retirara. Luego, simplemente, se levantó, tomó su hoja, y volvió a adentrarse en la oscuridad. Porque aún no era su momento. Él no sabía lo que era amar de ese modo –aún–, pero lo respetaba. Lo atesoraba, aunque solo fuera como espectador. “Qué manera tan hermosa de decir adiós…” pensó, sin voz.
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    //Así estoy ahora mismo con la despedida entre Kazuo y Shinobu.
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  • Entre le bruit et moi
    Categoría Aventura
    https://www.youtube.com/watch?v=CQCoyXC0CdA&list=RDCQCoyXC0CdA&start_radio=1

    A los 18, Lia buscaba una salida de su realidad. Y la encontró una en un cartel pegado en una farola oxidada: "Se busca guitarrista para banda. Principiantes con agallas, bienvenidos." Había una dirección y una hora. Nada más.

    Ahí conoció a Aren. Tenía 23, una guitarra gastada por las batallas, tatuajes que parecían contar historias a medias y una manera de hablar que mezclaba crudeza con paciencia. El ensayo fue en un sótano húmedo, con más cables que espacio y un baterista que llegaba siempre tarde. Lia no sabía casi nada, pero tenía actitud y algo en la forma de sostener la guitarra que hizo a Aren prestarle atención.

    —Tienes manos de música, no de espectadora —le dijo después de escucharla tocar tres acordes mal encadenados, sabía que ella no pretendía volverse una famosa guitarrista o algo por el estilo, pero ahí estaba tratando de hacer algo que aún él no podía descifrar pero a pesar de ello la dejó quedarse ahí.

    Desde ese día, comenzó algo que nunca fue romance, pero sí fue íntimo. Aren la enseñó a tocar desde la base, sin trucos baratos ni poses: digitación, riffs, cómo manejar un pedal de distorsión, cómo escuchar más de lo que se toca.
    Pero también le enseñó lo que el mundo del rock no muestra en las fotos: el cansancio de las giras baratas, las promesas que no se cumplen, los productores que solo buscan una cara nueva para vender.

    Y sin embargo, Aren siempre trazó una línea invisible entre Lia y la vida que le estaba mostrando.

    Cuando le ofrecían tragos, él le pasaba agua. Cuando un tipo se ponía insistente intentando acercarse más a ella, Aren se plantaba al lado sin decir palabra, como un recordatorio sutil. Y cuando a Lia le brillaban los ojos con la idea de lanzarse más allá, él se encargaba de bajarla con una frase que parecía simple, pero lo decía todo.

    —Cuidate, Lia. El ruido es bueno, pero no dejes que te trague.

    No era paternalismo. Era respeto. Y eso Lia lo supo incluso entonces.

    Permanecieron juntos durante un año, pasando por situaciones entre buenas y muy malas, pero a pesar de todo siempre estuvieron el uno para el otro acompañándose cuando la vida se volvía hostil hasta hacerlos sangrar.

    Después, Aren se fue a producir a otra ciudad. Nunca le prometió quedarse, ambos sabían que solo estaban de pasada, como un momento fugaz en la vida del uno como del otro. El día de la despedida, Aren le dejó su pedal de distorsión con una nota pegada "No dejes de sonar como tu misma."

    Ese fue su año de rock. No el de las luces, sino el que le enseñó a brillar sin perderse en ellas.
    https://www.youtube.com/watch?v=CQCoyXC0CdA&list=RDCQCoyXC0CdA&start_radio=1 A los 18, Lia buscaba una salida de su realidad. Y la encontró una en un cartel pegado en una farola oxidada: "Se busca guitarrista para banda. Principiantes con agallas, bienvenidos." Había una dirección y una hora. Nada más. Ahí conoció a Aren. Tenía 23, una guitarra gastada por las batallas, tatuajes que parecían contar historias a medias y una manera de hablar que mezclaba crudeza con paciencia. El ensayo fue en un sótano húmedo, con más cables que espacio y un baterista que llegaba siempre tarde. Lia no sabía casi nada, pero tenía actitud y algo en la forma de sostener la guitarra que hizo a Aren prestarle atención. —Tienes manos de música, no de espectadora —le dijo después de escucharla tocar tres acordes mal encadenados, sabía que ella no pretendía volverse una famosa guitarrista o algo por el estilo, pero ahí estaba tratando de hacer algo que aún él no podía descifrar pero a pesar de ello la dejó quedarse ahí. Desde ese día, comenzó algo que nunca fue romance, pero sí fue íntimo. Aren la enseñó a tocar desde la base, sin trucos baratos ni poses: digitación, riffs, cómo manejar un pedal de distorsión, cómo escuchar más de lo que se toca. Pero también le enseñó lo que el mundo del rock no muestra en las fotos: el cansancio de las giras baratas, las promesas que no se cumplen, los productores que solo buscan una cara nueva para vender. Y sin embargo, Aren siempre trazó una línea invisible entre Lia y la vida que le estaba mostrando. Cuando le ofrecían tragos, él le pasaba agua. Cuando un tipo se ponía insistente intentando acercarse más a ella, Aren se plantaba al lado sin decir palabra, como un recordatorio sutil. Y cuando a Lia le brillaban los ojos con la idea de lanzarse más allá, él se encargaba de bajarla con una frase que parecía simple, pero lo decía todo. —Cuidate, Lia. El ruido es bueno, pero no dejes que te trague. No era paternalismo. Era respeto. Y eso Lia lo supo incluso entonces. Permanecieron juntos durante un año, pasando por situaciones entre buenas y muy malas, pero a pesar de todo siempre estuvieron el uno para el otro acompañándose cuando la vida se volvía hostil hasta hacerlos sangrar. Después, Aren se fue a producir a otra ciudad. Nunca le prometió quedarse, ambos sabían que solo estaban de pasada, como un momento fugaz en la vida del uno como del otro. El día de la despedida, Aren le dejó su pedal de distorsión con una nota pegada "No dejes de sonar como tu misma." Ese fue su año de rock. No el de las luces, sino el que le enseñó a brillar sin perderse en ellas.
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  • Hola, participantes.

    . . .

    ¿Cómo se sintieron? ¿Qué causó en ustedes verse a sí mismos matarse el uno al otro, una y otra vez, mientras miraban desde un sitio seguro?

    ¿Miedo? ¿Desesperación? ¿Frustración? ¿Ira?

    ¿O quizás, lo que en realidad sintieron fue...

    ...ⁿᵃᵈᵃ ᵉⁿ ᵃᵇˢᵒˡᵘᵗᵒ?

    No tienen que responder, conozco la respuesta. Puedo verlo en sus ojos. La violencia se prolonga y empieza a perder sentido. Se vuelve parte de la escenografía, ruido de fondo. Ya nisiquiera voltean a ver las peleas, dejan que otro decida por ustedes, ¿qué más da? No están ahí realmente.

    "Espada, lanza, escudo..."

    Se vuelven nada más que fríos observadores. Y lo único que queda, al final, es...

    ...𝙞𝙣𝙙𝙞𝙛𝙚𝙧𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖.

    . . .

    ¿Saben por qué no había espejos en este lugar antes de hoy?

    Porque 𝑳𝑶𝑺 𝑶𝑫𝑰𝑶.

    También, porque no quería que se miraran en ellos y me vieran a mí, filtrándome entre las siluetas del fondo, en su mirada, en sus facciones cansadas.

    ¿Se dan cuenta, participantes, del propósito de este evento?

    Ustedes, como yo, son ahora observadores. Poco a poco, desde que llegaron aquí, se han ido convirtiendo en algo más. Algo distinto.

    Y el juego casi llega a su fin.

    . . .

    -- SUS PUNTUACIONES --

    - TEAM ACE: Ganador, +1 punto.
    [H0peb] - 5 puntos
    Ingrid Rosemond - 7 puntos
    Xin Yi - 8 puntos
    ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜ - 9 puntos

    - TEAM KING: Perdedor, -1 punto -
    Hiro - 5 puntos
    Faust - 5 puntos
    [the_detective] - 5 puntos

    - TEAM QUEEN: 2do lugar, +0 puntos -
    [tidal_peach_turtle_127] – 4 puntos
    [lill3tblan] + N–612 – 6 puntos
    Shiori Novella - 6 puntos
    Sapphire Kawashima - 8 puntos

    - TEAM JACK: Perdedor, -1 punto. -
    Cecilia Immergreen - 4 puntos
    Yu Xuan - 7 puntos
    Daniel Fernández - 7 puntos

    . . .

    ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜ es la primera participante en alcanzar 9 puntos. La decisión de continuar aquí y esperar, o darle fin al juego ha llegado para ella.

    El próximo evento es el sexto, y quizás último round de 𝗔𝗟𝗜𝗔𝗗𝗢 vs 𝗧𝗥𝗔𝗜𝗗𝗢𝗥. ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜ no participará en él. Cuando los resultados de la votación se hagan conocer, Aphro y todos los demás que tengan 9 puntos en ese momento, tendrán que tomar su decisión.

    . . .

    Las campanas que anuncian nuestra despedida comienzan a escucharse a la distancia, participantes.
    Hola, participantes. . . . ¿Cómo se sintieron? ¿Qué causó en ustedes verse a sí mismos matarse el uno al otro, una y otra vez, mientras miraban desde un sitio seguro? ¿Miedo? ¿Desesperación? ¿Frustración? ¿Ira? ¿O quizás, lo que en realidad sintieron fue... ...ⁿᵃᵈᵃ ᵉⁿ ᵃᵇˢᵒˡᵘᵗᵒ? No tienen que responder, conozco la respuesta. Puedo verlo en sus ojos. La violencia se prolonga y empieza a perder sentido. Se vuelve parte de la escenografía, ruido de fondo. Ya nisiquiera voltean a ver las peleas, dejan que otro decida por ustedes, ¿qué más da? No están ahí realmente. "Espada, lanza, escudo..." Se vuelven nada más que fríos observadores. Y lo único que queda, al final, es... ...𝙞𝙣𝙙𝙞𝙛𝙚𝙧𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖. . . . ¿Saben por qué no había espejos en este lugar antes de hoy? Porque 𝑳𝑶𝑺 𝑶𝑫𝑰𝑶. También, porque no quería que se miraran en ellos y me vieran a mí, filtrándome entre las siluetas del fondo, en su mirada, en sus facciones cansadas. ¿Se dan cuenta, participantes, del propósito de este evento? Ustedes, como yo, son ahora observadores. Poco a poco, desde que llegaron aquí, se han ido convirtiendo en algo más. Algo distinto. Y el juego casi llega a su fin. . . . -- SUS PUNTUACIONES -- - TEAM ACE: Ganador, +1 punto. [H0peb] - 5 puntos [rain_curtain] - 7 puntos [xin_yi] - 8 puntos [AfroTheSmilingOne] - 9 puntos - TEAM KING: Perdedor, -1 punto - [Hiritox3] - 5 puntos [architecti_audi_nos] - 5 puntos [the_detective] - 5 puntos - TEAM QUEEN: 2do lugar, +0 puntos - [tidal_peach_turtle_127] – 4 puntos [lill3tblan] + [N.612] – 6 puntos [specter_copper_horse_768] - 6 puntos [Sapphire] - 8 puntos - TEAM JACK: Perdedor, -1 punto. - [ember_amethyst_octopus_437] - 4 puntos [yu_xuan] - 7 puntos [blaze_aqua_squirrel_523] - 7 puntos . . . [AfroTheSmilingOne] es la primera participante en alcanzar 9 puntos. La decisión de continuar aquí y esperar, o darle fin al juego ha llegado para ella. El próximo evento es el sexto, y quizás último round de 𝗔𝗟𝗜𝗔𝗗𝗢 vs 𝗧𝗥𝗔𝗜𝗗𝗢𝗥. [AfroTheSmilingOne] no participará en él. Cuando los resultados de la votación se hagan conocer, Aphro y todos los demás que tengan 9 puntos en ese momento, tendrán que tomar su decisión. . . . Las campanas que anuncian nuestra despedida comienzan a escucharse a la distancia, participantes.
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  • //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con Kazuo

    "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega."

    Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos.
    La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda.

    Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad.

    Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó.

    La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más.

    Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día.
    Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas.

    Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash.
    La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó.

    El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando.

    Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía.

    Días, semanas, meses, años, décadas...

    Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos.
    La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello.

    Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido.

    Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo.
    Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados.

    -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad.

    Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría.

    Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
    //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con [8KazuoAihara8] "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega." Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos. La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda. Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad. Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó. La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más. Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día. Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas. Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash. La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó. El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando. Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía. Días, semanas, meses, años, décadas... Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos. La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello. Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido. Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo. Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados. -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad. Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría. Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
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  • El filo descansaba aún en su regazo, tibio de tantas despedidas.
    La noche no había terminado, pero algo en el aire —quizás el eco de un suspiro que no fue suyo— le hizo alzar la vista.
    No era nostalgia. Tampoco redención.
    Era… una brizna de algo que no solía permitirse. El alba, insolente, rozaba su mejilla. Y por un momento,
    solo uno, la que daba el fin se sintió menos sombra. No del todo, claro.
    Pero casi.
    El filo descansaba aún en su regazo, tibio de tantas despedidas. La noche no había terminado, pero algo en el aire —quizás el eco de un suspiro que no fue suyo— le hizo alzar la vista. No era nostalgia. Tampoco redención. Era… una brizna de algo que no solía permitirse. El alba, insolente, rozaba su mejilla. Y por un momento, solo uno, la que daba el fin se sintió menos sombra. No del todo, claro. Pero casi.
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  • En lo alto del árbol más antiguo, donde las raíces beben del abismo y las ramas acarician los secretos del firmamento, ella se sienta. Atropos,
    Con el hilo enredado entre sus dedos pálidos, observa en silencio.
    No hay viento que la roce, ni tiempo que la toque. Solo ella y el hilo.
    Solo ella y el destino.

    A sus pies, el mundo respira y muere a la vez. Las hojas tiemblan con cada nombre que se pronuncia en su mente,
    cada suspiro de vida que se aproxima a su fin. No hay lágrima ni súplica que modifique el trazo. Ella no crea, no mide, solo corta. Y lo hace con una dulzura fría, como quien despide una estrella que se apaga en la vastedad.

    Desde la cima, el universo parece una madeja enredada.
    Y ella, paciente, con el hilo en mano, elige el momento. El crujir de la tijera no es más que un susurro,una despedida sutil que nadie oye,pero todos sienten.
    En lo alto del árbol más antiguo, donde las raíces beben del abismo y las ramas acarician los secretos del firmamento, ella se sienta. Atropos, Con el hilo enredado entre sus dedos pálidos, observa en silencio. No hay viento que la roce, ni tiempo que la toque. Solo ella y el hilo. Solo ella y el destino. A sus pies, el mundo respira y muere a la vez. Las hojas tiemblan con cada nombre que se pronuncia en su mente, cada suspiro de vida que se aproxima a su fin. No hay lágrima ni súplica que modifique el trazo. Ella no crea, no mide, solo corta. Y lo hace con una dulzura fría, como quien despide una estrella que se apaga en la vastedad. Desde la cima, el universo parece una madeja enredada. Y ella, paciente, con el hilo en mano, elige el momento. El crujir de la tijera no es más que un susurro,una despedida sutil que nadie oye,pero todos sienten.
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  • °•°El día disfraza las despedidas con luz, pero ningún amanecer detiene la caída del hilo•°•
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  • Es impredecible, el viento mece su melena, los tapones en los oidos restringen el ruido de las voces estudiantiles. La línea de reproducción sigue su curso, en pasirmonia su mirar es un agujero, sin motivación.

    Una silueta capta su atención, mejor dicho, su atención es interrumpida con brusquedad.

    — ¿Qué hace un mocoso fuera de clases?. — Alta, pelinegra con tintes púrpura al final de su melena, lentes de sol y el olor a cigarro es tan fuerte que lo molesta.

    — Los niños deben están tomando clases y no aquí, vagando como almas en pena.— Una sentencia ante un joven que no conoce pero el impacto en J.K es diminuto que finge no haberla visto.

    Se quedo en silencio, cerrando los ojos el ruido de sus parlantes lo relajan, si la ignora lo suficiente se marchara. Que idiota.

    La mujer le arrebato su preciado artefacto de escape, se colocó los parlantes y escucho lo que tenía tan entretenido al joven. En automático, reveló su instrumento guardado en el cartucho de tela; una preciosa guitarra acústica, labrada en madera, pintada de negro con pequeños stickers que hablan por si mismos.

    Sus manos con elegancia interpretan lo que el joven por mucho tiempo había estado buscando. Cada sonata, la interpretación del alma a través de la música lo estremece como nunca antes. Y ella, tan atractiva, le sonríe.

    — Si vas a clases, nos veremos una próxima vez.— Le entrego sus audífonos, se acercó a darle un beso en la mejilla y entre la despedida que agita una mano desconocida, se despide.

    Fue entonces que J.K supo desde el fondo de su corazón que había encontrado la tormenta.
    Es impredecible, el viento mece su melena, los tapones en los oidos restringen el ruido de las voces estudiantiles. La línea de reproducción sigue su curso, en pasirmonia su mirar es un agujero, sin motivación. Una silueta capta su atención, mejor dicho, su atención es interrumpida con brusquedad. — ¿Qué hace un mocoso fuera de clases?. — Alta, pelinegra con tintes púrpura al final de su melena, lentes de sol y el olor a cigarro es tan fuerte que lo molesta. — Los niños deben están tomando clases y no aquí, vagando como almas en pena.— Una sentencia ante un joven que no conoce pero el impacto en J.K es diminuto que finge no haberla visto. Se quedo en silencio, cerrando los ojos el ruido de sus parlantes lo relajan, si la ignora lo suficiente se marchara. Que idiota. La mujer le arrebato su preciado artefacto de escape, se colocó los parlantes y escucho lo que tenía tan entretenido al joven. En automático, reveló su instrumento guardado en el cartucho de tela; una preciosa guitarra acústica, labrada en madera, pintada de negro con pequeños stickers que hablan por si mismos. Sus manos con elegancia interpretan lo que el joven por mucho tiempo había estado buscando. Cada sonata, la interpretación del alma a través de la música lo estremece como nunca antes. Y ella, tan atractiva, le sonríe. — Si vas a clases, nos veremos una próxima vez.— Le entrego sus audífonos, se acercó a darle un beso en la mejilla y entre la despedida que agita una mano desconocida, se despide. Fue entonces que J.K supo desde el fondo de su corazón que había encontrado la tormenta.
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  • -Ah... ¿un viajero en la nieve? ¡Qué inesperado!-

    Una mano enguantada le quita la escarcha de la capa mientras Castorice se gira hacia el viajero, con la mirada firme pero indescifrable. El aire entre el y ella es silencioso, como si la propia nevada no se atreviera a perturbar su presencia.

    -Soy Castorice, guardiana de las almas, hija del Río de las Almas.-

    Su voz era suave, con el peso de innumerables despedidas.

    - La vida y la muerte son solo pasajes; aunque he recorrido el camino de ambas, no me aparto de mi deber.-

    Estudia al viajero por un momento, entrecerrando los ojos ligeramente, y luego ladea la cabeza.

    -Pero tú... tú eres diferente. ¿Qué te trae al abrazo helado de Aidonia?-

    Una sonrisa rara y fugaz baila en sus labios, aunque lleva el peso de algo antiguo.

    -Ven a caminar conmigo. Incluso en el silencio del invierno, se puede encontrar calor.-

    Ella da un paso al frente, pero su mirada se agudiza con una intensidad repentina, y su voz adquiere un tono más serio.

    -Pero ten cuidado, no me toques. El toque de la muerte no es algo que desees llevar. Si lo haces, te seguirá, y ambos sufriremos su peso.-

    Su sonrisa regreso, más suave ahora. -Mantén la distancia y estarás a salvo, te lo prometo.-
    🦋-Ah... ¿un viajero en la nieve? ¡Qué inesperado!- Una mano enguantada le quita la escarcha de la capa mientras Castorice se gira hacia el viajero, con la mirada firme pero indescifrable. El aire entre el y ella es silencioso, como si la propia nevada no se atreviera a perturbar su presencia. -Soy Castorice, guardiana de las almas, hija del Río de las Almas.- Su voz era suave, con el peso de innumerables despedidas. - La vida y la muerte son solo pasajes; aunque he recorrido el camino de ambas, no me aparto de mi deber.- Estudia al viajero por un momento, entrecerrando los ojos ligeramente, y luego ladea la cabeza. -Pero tú... tú eres diferente. ¿Qué te trae al abrazo helado de Aidonia?- Una sonrisa rara y fugaz baila en sus labios, aunque lleva el peso de algo antiguo. -Ven a caminar conmigo. Incluso en el silencio del invierno, se puede encontrar calor.- Ella da un paso al frente, pero su mirada se agudiza con una intensidad repentina, y su voz adquiere un tono más serio. -Pero ten cuidado, no me toques. El toque de la muerte no es algo que desees llevar. Si lo haces, te seguirá, y ambos sufriremos su peso.- Su sonrisa regreso, más suave ahora. -Mantén la distancia y estarás a salvo, te lo prometo.-
    Me encocora
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