En un laboratorio frío y saturado de humo azulado, las luces parpadeaban como si la estructura misma estuviese al borde del colapso. Cables colgaban del techo y las paredes metálicas vibraban levemente con el pulso inestable de una energía contenida apenas por un campo protector. En el centro de aquel desastre científico, flotando sobre un pedestal de acero roto y ruinas de tecnología arcana, resplandecía la Eliesfera.
Una joya esférica, de un azul profundo con vetas doradas que parecían latir, como un corazón. Wakfu puro. Antiguo. Primordial. Tan denso que el aire alrededor se deformaba, como si el tiempo mismo estuviese conteniendo la respiración.
—¡No lo toques! —gritó uno de los científicos, con bata manchada y los ojos inyectados por semanas sin dormir—. ¡Aún estamos estudiando cómo descomponer su núcleo energético!
Nival, de pie frente a ellos con su capucha lanzando sombras sobre sus ojos marrones, ladeó la cabeza y sonrió… aunque era una sonrisa vacía, cortante.
—Oh, ¿"descomponer su núcleo"? Qué fascinante. Debo decir, me impresiona cómo pueden decir eso sin que se les queme la lengua de blasfemia.
—Es un recurso energético. Ni siquiera saben cómo usarlo. ¡Pero nosotros sí!
—Claro, claro —interrumpió Nival con fingido entusiasmo, acercándose al pedestal—. "Ellos no lo entienden", "nosotros sí", "por el bien del conocimiento"… he oído ese discurso antes. Siempre termina igual: con una explosión o con un cementerio.
El aire se tensó. Algunos guardias tecnológicos activaron sus armas. Pero Nival solo extendió la mano.
—¿Sabes qué? —añadió, bajando la voz—. Esto no les pertenece. Nunca les perteneció.
—¡Y tú quién demonios eres para decidir eso!
Nival giró levemente el rostro, sin perder la sonrisa.
—Soy el hijo de quienes la crearon.
En un parpadeo, el portal se abrió bajo sus pies: un círculo giratorio con inscripciones arcanas que tragó parte del piso y a dos de los guardias que no reaccionaron a tiempo. Nival desapareció un instante… y reapareció del otro lado del campo de contención.
Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, su mano ya estaba sobre la Eliesfera.
La energía lo recorrió como un rayo, levantando su capa y haciendo que su cabello flotara brevemente. Una onda de Wakfu pura llenó el cuarto, apagando luces y cortando toda maquinaria. El objeto flotó, resonando con él.
Y entonces la esfera se apagó… como si se durmiera.
Nival la tomó y la guardó con suavidad bajo su capa.
—No volverán a tocarla —dijo con voz firme.
Uno de los científicos, en desesperación, trató de correr hacia él. Nival simplemente levantó un dedo y otro portal se abrió, lanzando al hombre de regreso al otro lado de la habitación.
Mientras el caos se desataba, Nival ya caminaba hacia su salida.
—Gracias por cuidar lo que nunca fue suyo. Una lástima que no les dé tiempo de anotar esta parte en sus informes —musitó al pasar junto a los destrozos.
Y desapareció entre un remolino azulado, llevándose la Eliesfera con él.
Una reliquia de su pueblo. Un fragmento de lo que fueron.
Y ahora, un nuevo juramento: protegerla… hasta el fin de sus días.
En un laboratorio frío y saturado de humo azulado, las luces parpadeaban como si la estructura misma estuviese al borde del colapso. Cables colgaban del techo y las paredes metálicas vibraban levemente con el pulso inestable de una energía contenida apenas por un campo protector. En el centro de aquel desastre científico, flotando sobre un pedestal de acero roto y ruinas de tecnología arcana, resplandecía la Eliesfera.
Una joya esférica, de un azul profundo con vetas doradas que parecían latir, como un corazón. Wakfu puro. Antiguo. Primordial. Tan denso que el aire alrededor se deformaba, como si el tiempo mismo estuviese conteniendo la respiración.
—¡No lo toques! —gritó uno de los científicos, con bata manchada y los ojos inyectados por semanas sin dormir—. ¡Aún estamos estudiando cómo descomponer su núcleo energético!
Nival, de pie frente a ellos con su capucha lanzando sombras sobre sus ojos marrones, ladeó la cabeza y sonrió… aunque era una sonrisa vacía, cortante.
—Oh, ¿"descomponer su núcleo"? Qué fascinante. Debo decir, me impresiona cómo pueden decir eso sin que se les queme la lengua de blasfemia.
—Es un recurso energético. Ni siquiera saben cómo usarlo. ¡Pero nosotros sí!
—Claro, claro —interrumpió Nival con fingido entusiasmo, acercándose al pedestal—. "Ellos no lo entienden", "nosotros sí", "por el bien del conocimiento"… he oído ese discurso antes. Siempre termina igual: con una explosión o con un cementerio.
El aire se tensó. Algunos guardias tecnológicos activaron sus armas. Pero Nival solo extendió la mano.
—¿Sabes qué? —añadió, bajando la voz—. Esto no les pertenece. Nunca les perteneció.
—¡Y tú quién demonios eres para decidir eso!
Nival giró levemente el rostro, sin perder la sonrisa.
—Soy el hijo de quienes la crearon.
En un parpadeo, el portal se abrió bajo sus pies: un círculo giratorio con inscripciones arcanas que tragó parte del piso y a dos de los guardias que no reaccionaron a tiempo. Nival desapareció un instante… y reapareció del otro lado del campo de contención.
Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, su mano ya estaba sobre la Eliesfera.
La energía lo recorrió como un rayo, levantando su capa y haciendo que su cabello flotara brevemente. Una onda de Wakfu pura llenó el cuarto, apagando luces y cortando toda maquinaria. El objeto flotó, resonando con él.
Y entonces la esfera se apagó… como si se durmiera.
Nival la tomó y la guardó con suavidad bajo su capa.
—No volverán a tocarla —dijo con voz firme.
Uno de los científicos, en desesperación, trató de correr hacia él. Nival simplemente levantó un dedo y otro portal se abrió, lanzando al hombre de regreso al otro lado de la habitación.
Mientras el caos se desataba, Nival ya caminaba hacia su salida.
—Gracias por cuidar lo que nunca fue suyo. Una lástima que no les dé tiempo de anotar esta parte en sus informes —musitó al pasar junto a los destrozos.
Y desapareció entre un remolino azulado, llevándose la Eliesfera con él.
Una reliquia de su pueblo. Un fragmento de lo que fueron.
Y ahora, un nuevo juramento: protegerla… hasta el fin de sus días.