• -Ohita häntä, hän on täällä vain nähdäkseen, että sopimus on täysin voimassa... nyt... kerroitko minulle mitä halusit?

    En su mano había un pergamino, un pergamino hecho de piel con unas letras en un idioma que pocos conocían, pero que, al leerse, sin importar el idioma se entendía claramente, era un contrato de ceder el derecho de toda pertenencia del contratante al finalizar su vida. A cambio, tendría el poder de conseguir CASI lo que fuese.

    Tras un momento, se dio una ligera palmada en la frente, riendo un poco, y tras ese pequeño ademan de su propia torpeza, volvió a hablar con aquella persona.

    -Perdona mis modales, hablaré en un idioma que si puedas entender…. Decía que ignores al ser que se encuentra atrás de mí, el solo está aquí para ver que el contrato sea completamente valido... ahora... me decías ¿qué es lo que querías?
    -Ohita häntä, hän on täällä vain nähdäkseen, että sopimus on täysin voimassa... nyt... kerroitko minulle mitä halusit? En su mano había un pergamino, un pergamino hecho de piel con unas letras en un idioma que pocos conocían, pero que, al leerse, sin importar el idioma se entendía claramente, era un contrato de ceder el derecho de toda pertenencia del contratante al finalizar su vida. A cambio, tendría el poder de conseguir CASI lo que fuese. Tras un momento, se dio una ligera palmada en la frente, riendo un poco, y tras ese pequeño ademan de su propia torpeza, volvió a hablar con aquella persona. -Perdona mis modales, hablaré en un idioma que si puedas entender…. Decía que ignores al ser que se encuentra atrás de mí, el solo está aquí para ver que el contrato sea completamente valido... ahora... me decías ¿qué es lo que querías?
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Había viajado a otro país con el fin de hacer algunos negocios y contratos con el/la gobernante de allí. Recordaba aquel lugar con cariño, puesto que de pequeño ya había estado ahí con sus fallecidos padres.

    ‎—Wao... Este lugar está muy cambiado y al mismo tiempo igual que antes. Creo que además de hacer negocios me tomaré unos días de vacaciones aquí. —Soltó una carcajada mientras levantaba las gafas que traía puestas.

    ‎—Arzu, camina rápido, no tengo todo el día. Recuerda que después tendrás que ir a buscar mi carruaje, traje algunos regalos para el/la actual gobernador/a y no quiero que se echen a perder. —Le ordenó a su sirviente sin siquiera mirarlo antes de continuar caminando.
    Había viajado a otro país con el fin de hacer algunos negocios y contratos con el/la gobernante de allí. Recordaba aquel lugar con cariño, puesto que de pequeño ya había estado ahí con sus fallecidos padres. ‎ ‎—Wao... Este lugar está muy cambiado y al mismo tiempo igual que antes. Creo que además de hacer negocios me tomaré unos días de vacaciones aquí. —Soltó una carcajada mientras levantaba las gafas que traía puestas. ‎ ‎—Arzu, camina rápido, no tengo todo el día. Recuerda que después tendrás que ir a buscar mi carruaje, traje algunos regalos para el/la actual gobernador/a y no quiero que se echen a perder. —Le ordenó a su sirviente sin siquiera mirarlo antes de continuar caminando.
    Me gusta
    Me enjaja
    Me encocora
    Me emputece
    7
    85 turnos 0 maullidos
  • Nadie puede infringir un contrato conmigo. Jxjxjxjx. Dado que estás tan dispuesto para morir, ¿tienes algunas últimas palabras?

    #Seductivesunday
    Nadie puede infringir un contrato conmigo. Jxjxjxjx. Dado que estás tan dispuesto para morir, ¿tienes algunas últimas palabras? #Seductivesunday
    Me gusta
    Me shockea
    Me encocora
    Me endiabla
    9
    16 turnos 0 maullidos
  • Estaba tumbada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, el portátil sobre las piernas. Las costillas todavía me molestaban cada vez que cambiaba de postura, pero no era nada comparado con lo que había pasado. Angela me tenía prácticamente secuestrada en la habitación, no me dejaba ni poner un pie en la cocina.

    Ella estaba sentada en el suelo, a pocos metros, con una carpeta llena de papeles y el móvil en altavoz. Revisaba contratos y números de uno de sus negocios, seria y concentrada. El contraste me arrancó una media sonrisa: yo buscando flores y vestidos, ella hablando de márgenes y proveedores.

    —¿Te has dado cuenta de que esto parece al revés? —dije, alzando la mirada para mirarla. Tenía el ceño fruncido, mordía la tapa de un bolígrafo mientras pasaba hojas.

    —¿El qué? —preguntó sin apartar la vista de sus notas.

    —Que tú llevas la parte seria y yo la romántica —respondí, levantando un poco el portátil para enseñarle una foto de un salón decorado con luces cálidas y mesas largas—. Nunca me imaginé a mí misma pensando en estas cosas.

    Angela levantó la mirada apenas un segundo y me observó en silencio. Ese brillo en sus ojos, como si la idea de verme ocupada en algo tan “normal” le conmoviera, me atravesó.

    —Pues a mí me gusta —dijo finalmente, con una voz más suave de lo que esperaba.

    Sentí un nudo en la garganta. Cerré el portátil con calma y lo dejé a un lado, extendiendo una mano hacia ella.

    —Ven un momento, deja los papeles.

    Angela dudó, pero se levantó y se acercó a la cama. La jalé suavemente hasta que quedó sentada a mi lado, y apoyé mi frente en la suya, queriendo tener un momento para nosotras.

    Angela Di Trapani
    Estaba tumbada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero, el portátil sobre las piernas. Las costillas todavía me molestaban cada vez que cambiaba de postura, pero no era nada comparado con lo que había pasado. Angela me tenía prácticamente secuestrada en la habitación, no me dejaba ni poner un pie en la cocina. Ella estaba sentada en el suelo, a pocos metros, con una carpeta llena de papeles y el móvil en altavoz. Revisaba contratos y números de uno de sus negocios, seria y concentrada. El contraste me arrancó una media sonrisa: yo buscando flores y vestidos, ella hablando de márgenes y proveedores. —¿Te has dado cuenta de que esto parece al revés? —dije, alzando la mirada para mirarla. Tenía el ceño fruncido, mordía la tapa de un bolígrafo mientras pasaba hojas. —¿El qué? —preguntó sin apartar la vista de sus notas. —Que tú llevas la parte seria y yo la romántica —respondí, levantando un poco el portátil para enseñarle una foto de un salón decorado con luces cálidas y mesas largas—. Nunca me imaginé a mí misma pensando en estas cosas. Angela levantó la mirada apenas un segundo y me observó en silencio. Ese brillo en sus ojos, como si la idea de verme ocupada en algo tan “normal” le conmoviera, me atravesó. —Pues a mí me gusta —dijo finalmente, con una voz más suave de lo que esperaba. Sentí un nudo en la garganta. Cerré el portátil con calma y lo dejé a un lado, extendiendo una mano hacia ella. —Ven un momento, deja los papeles. Angela dudó, pero se levantó y se acercó a la cama. La jalé suavemente hasta que quedó sentada a mi lado, y apoyé mi frente en la suya, queriendo tener un momento para nosotras. [haze_orange_shark_766]
    Me gusta
    1
    28 turnos 0 maullidos
  • Había desplegado sobre el suelo húmedo los documentos del nuevo contrato. Sus dedos enguantados pasaban las páginas con precisión militar: fotografías borrosas, un mapa del muelle, registros de movimientos nocturnos. Y allí, entre informes aparentemente técnicos, el nombre que la había inquietado la noche anterior. Otra vez. Connor Rowan.

    Cerró los ojos un segundo, aspirando el humo de su cigarro como si fuera aire suficiente para mantener la calma. Sabía que ese nombre era una herida abierta, pero también una trampa.

    El muelle estaba casi desierto a esas horas. Isla Rowan avanzaba entre las sombras con una calma calculada, la capucha negra ocultándole gran parte del rostro.

    Se detuvo detrás de un contenedor y observó. A unos metros, dos hombres armados vigilaban la entrada de un almacén iluminado con luces fluorescentes. Nada fuera de lo común. Pero Isla no se fiaba. Había aprendido que lo evidente rara vez era lo importante.

    Sacó un pequeño visor térmico y lo enfocó hacia el edificio. En el interior, al menos seis figuras más, distribuidas como si esperaran algo… o a alguien. Y entre las cajas, volvió a aparecer ese sello en un documento apilado sobre una mesa metálica: Rowan Industries.

    Isla apretó la mandíbula, sin apartar la mirada. No era casualidad. Nada en su vida lo había sido.

    Guardó el visor y ajustó la pistola en la funda bajo su chaqueta. No necesitaba un plan maestro; su cuerpo se movía por instinto, como siempre. Se deslizó hacia otro ángulo, subiendo a la escalera lateral de un contenedor oxidado para ganar perspectiva. Desde allí, el muelle entero parecía un tablero de ajedrez donde las piezas no sabían que ya estaban condenadas.
    Había desplegado sobre el suelo húmedo los documentos del nuevo contrato. Sus dedos enguantados pasaban las páginas con precisión militar: fotografías borrosas, un mapa del muelle, registros de movimientos nocturnos. Y allí, entre informes aparentemente técnicos, el nombre que la había inquietado la noche anterior. Otra vez. Connor Rowan. Cerró los ojos un segundo, aspirando el humo de su cigarro como si fuera aire suficiente para mantener la calma. Sabía que ese nombre era una herida abierta, pero también una trampa. El muelle estaba casi desierto a esas horas. Isla Rowan avanzaba entre las sombras con una calma calculada, la capucha negra ocultándole gran parte del rostro. Se detuvo detrás de un contenedor y observó. A unos metros, dos hombres armados vigilaban la entrada de un almacén iluminado con luces fluorescentes. Nada fuera de lo común. Pero Isla no se fiaba. Había aprendido que lo evidente rara vez era lo importante. Sacó un pequeño visor térmico y lo enfocó hacia el edificio. En el interior, al menos seis figuras más, distribuidas como si esperaran algo… o a alguien. Y entre las cajas, volvió a aparecer ese sello en un documento apilado sobre una mesa metálica: Rowan Industries. Isla apretó la mandíbula, sin apartar la mirada. No era casualidad. Nada en su vida lo había sido. Guardó el visor y ajustó la pistola en la funda bajo su chaqueta. No necesitaba un plan maestro; su cuerpo se movía por instinto, como siempre. Se deslizó hacia otro ángulo, subiendo a la escalera lateral de un contenedor oxidado para ganar perspectiva. Desde allí, el muelle entero parecía un tablero de ajedrez donde las piezas no sabían que ya estaban condenadas.
    Me gusta
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • ──── 𝐎𝐑𝐈𝐆𝐄𝐍 ────

    𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐍𝐀𝐌𝐄 𝐖𝐈𝐋𝐋 𝐁𝐄 : 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐠𝐨 | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟓]

    Solo yacía allí, con la mirada cabizbaja, un dolor insoportable de cabeza y la sangre seca cubriendo gran parte de esta. Era un don nadie en ése entonces, un desconocido por esos lares pero curiosamente esa organización sabía quién era él realmente.

    Sentado; ahora en el despacho de la oficina de Sergei. Solo esperaba una sentencia más y que fuera esta la muerte. Cerró sus ojos unos momentos, sintiéndose en paz unos segundos hasta que escuchó unos pasos acercándose y un fuerte golpe contra el escritorio que lo hizo reaccionar de momento y verlo fijamente. Era el mismo Sergei, con una hoja en mano.

    Santiago no entendía nada, pero sabía que no debía estar en ese sitio ni entablando una conversación con aquél perpetrador cuál este solo se dignó a agarrar el pulgar de su mano cuál yacía cubierto de su propia sangre y colocarlo en la aquella hoja : Un contrato de terminos y condiciones. Donde ahora, yacía pactada con la sangre del ángel caído.

    𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘛𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘢𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘮í 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘴𝘦𝘳á 𝘵𝘶 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘭 𝘥í𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱𝘢𝘳 𝘺 𝘵𝘳𝘢𝘪𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘳𝘮𝘦. 𝘛𝘦 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘳á𝘴 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘦 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢 𝘵𝘶 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥. ──── Volvió a sus pasos para colocar el papel en un portafolio y así guardarlo en su escritorio. Solo mantenía su mirada firme en el argentino para luego mostrar una sonrisa mostrando su carencia de empatía y bondad.

    𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘔𝘶𝘺 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰, 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘤𝘵𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘶𝘯𝘵𝘰 𝟣 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢 : 𝘗𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘢𝘥𝘦𝘤𝘶𝘢𝘥𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘮í. 𝘘𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘳 𝘵𝘶 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘺 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦. . . 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳 𝘦𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘦𝘴. ────

    El ángel caído, ahora renombrado Santiago, solo se mantuvo en silencio unos segundos. Ni había podido leer aquél contrato, ni sus condiciones ni términos. Solo fue obligado a hacer un pacto de sangre en su momento más vulnerable.

    Trato de recordar su pasado; el dolor las torturas, el miedo, el abuso, la tristeza, la soledad. Nunca conoció aquello que se llamaba : 𝐅𝐄𝐋𝐈𝐂𝐈𝐃𝐀𝐃.

    Un nudo en la garganta se le formó en aquél entonces hasta que pudo expresar palabras con las pocas fuerzas que aún le quedaban.

    ──── 𝘠𝘰. . . 𝘊𝘢í 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰, 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰𝘴. 𝘍𝘶í 𝘦𝘹𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘰 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘦𝘳 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘔𝘦 𝘢𝘳𝘳𝘰𝘫ó 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘣𝘢𝘴𝘶𝘳𝘢 𝘴𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘢𝘴𝘦 𝘺 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘯𝘴𝘤𝘶𝘳𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘦𝘯𝘴𝘰 𝘮𝘪𝘴 𝘢𝘭𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘣𝘳𝘢𝘯𝘵𝘢𝘳𝘰𝘯. ──── Levantó su camisa mostrando una gran cicatriz superficial en el area superior de su hombro y costado abdominal.

    ──── 𝘔𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘮𝘱𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘦𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 𝘯𝘰𝘵𝘰 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢. 𝘛𝘰𝘥𝘰𝘴 é𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘢ñ𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘰𝘯𝘥𝘪ó 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘶𝘯 𝘮𝘢𝘳𝘨𝘪𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘣𝘢 𝘢𝘭 𝘮𝘦𝘯𝘰𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥. . . 𝘔𝘦 𝘢𝘭𝘪𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢, 𝘱𝘦𝘯𝘴é 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘪𝘵𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘪𝘯𝘮𝘰𝘳𝘵𝘢𝘭. 𝘌𝘴𝘢 𝘦𝘴 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘭𝘥𝘪𝘤𝘪ó𝘯. ────

    ──── ❝ ¡𝐂ó𝐦𝐨 𝐜𝐚í𝐬𝐭𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨, 𝐨𝐡 𝐋𝐮𝐜𝐞𝐫𝐨, 𝐡𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚ñ𝐚𝐧𝐚! 𝐂𝐨𝐫𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐟𝐮𝐢𝐬𝐭𝐞 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐭ú 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐛𝐢𝐥𝐢𝐭𝐚𝐛𝐚𝐬 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬. ❞ ──── 𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 (𝟏𝟒:𝟏𝟐)

    Refutó con estas últimas palabras mientras sus ojos carmesí se encontraban con los de Sergei cuál escuchaba atentamente su historia.

    ──── ¿𝘏𝘢𝘴 𝘭𝘦í𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘣𝘪𝘣𝘭𝘪𝘢? 𝘌𝘯 é𝘴𝘦 𝘷𝘦𝘳𝘴í𝘤𝘶𝘭𝘰, 𝘴𝘰𝘺 𝘺𝘰 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘤𝘢𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰. 𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘶𝘯 𝘴𝘦𝘳 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘦𝘳𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘪𝘥𝘦𝘯𝘵𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘯 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘰𝘮𝘱𝘪𝘥𝘢. ────
    ──── 𝐎𝐑𝐈𝐆𝐄𝐍 ──── 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐍𝐀𝐌𝐄 𝐖𝐈𝐋𝐋 𝐁𝐄 : 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐠𝐨 | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟓] Solo yacía allí, con la mirada cabizbaja, un dolor insoportable de cabeza y la sangre seca cubriendo gran parte de esta. Era un don nadie en ése entonces, un desconocido por esos lares pero curiosamente esa organización sabía quién era él realmente. Sentado; ahora en el despacho de la oficina de Sergei. Solo esperaba una sentencia más y que fuera esta la muerte. Cerró sus ojos unos momentos, sintiéndose en paz unos segundos hasta que escuchó unos pasos acercándose y un fuerte golpe contra el escritorio que lo hizo reaccionar de momento y verlo fijamente. Era el mismo Sergei, con una hoja en mano. Santiago no entendía nada, pero sabía que no debía estar en ese sitio ni entablando una conversación con aquél perpetrador cuál este solo se dignó a agarrar el pulgar de su mano cuál yacía cubierto de su propia sangre y colocarlo en la aquella hoja : Un contrato de terminos y condiciones. Donde ahora, yacía pactada con la sangre del ángel caído. 𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘛𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘢𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘮í 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘴𝘦𝘳á 𝘵𝘶 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘭 𝘥í𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱𝘢𝘳 𝘺 𝘵𝘳𝘢𝘪𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘳𝘮𝘦. 𝘛𝘦 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘳á𝘴 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘦 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢 𝘵𝘶 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥. ──── Volvió a sus pasos para colocar el papel en un portafolio y así guardarlo en su escritorio. Solo mantenía su mirada firme en el argentino para luego mostrar una sonrisa mostrando su carencia de empatía y bondad. 𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘔𝘶𝘺 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰, 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘤𝘵𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘶𝘯𝘵𝘰 𝟣 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢 : 𝘗𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘢𝘥𝘦𝘤𝘶𝘢𝘥𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘮í. 𝘘𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘳 𝘵𝘶 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘺 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦. . . 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳 𝘦𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘦𝘴. ──── El ángel caído, ahora renombrado Santiago, solo se mantuvo en silencio unos segundos. Ni había podido leer aquél contrato, ni sus condiciones ni términos. Solo fue obligado a hacer un pacto de sangre en su momento más vulnerable. Trato de recordar su pasado; el dolor las torturas, el miedo, el abuso, la tristeza, la soledad. Nunca conoció aquello que se llamaba : 𝐅𝐄𝐋𝐈𝐂𝐈𝐃𝐀𝐃. Un nudo en la garganta se le formó en aquél entonces hasta que pudo expresar palabras con las pocas fuerzas que aún le quedaban. ──── 𝘠𝘰. . . 𝘊𝘢í 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰, 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰𝘴. 𝘍𝘶í 𝘦𝘹𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘰 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘦𝘳 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘔𝘦 𝘢𝘳𝘳𝘰𝘫ó 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘣𝘢𝘴𝘶𝘳𝘢 𝘴𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘢𝘴𝘦 𝘺 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘯𝘴𝘤𝘶𝘳𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘦𝘯𝘴𝘰 𝘮𝘪𝘴 𝘢𝘭𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘣𝘳𝘢𝘯𝘵𝘢𝘳𝘰𝘯. ──── Levantó su camisa mostrando una gran cicatriz superficial en el area superior de su hombro y costado abdominal. ──── 𝘔𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘮𝘱𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘦𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 𝘯𝘰𝘵𝘰 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢. 𝘛𝘰𝘥𝘰𝘴 é𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘢ñ𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘰𝘯𝘥𝘪ó 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘶𝘯 𝘮𝘢𝘳𝘨𝘪𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘣𝘢 𝘢𝘭 𝘮𝘦𝘯𝘰𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥. . . 𝘔𝘦 𝘢𝘭𝘪𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢, 𝘱𝘦𝘯𝘴é 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘪𝘵𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘪𝘯𝘮𝘰𝘳𝘵𝘢𝘭. 𝘌𝘴𝘢 𝘦𝘴 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘭𝘥𝘪𝘤𝘪ó𝘯. ──── ──── ❝ ¡𝐂ó𝐦𝐨 𝐜𝐚í𝐬𝐭𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨, 𝐨𝐡 𝐋𝐮𝐜𝐞𝐫𝐨, 𝐡𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚ñ𝐚𝐧𝐚! 𝐂𝐨𝐫𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐟𝐮𝐢𝐬𝐭𝐞 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐭ú 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐛𝐢𝐥𝐢𝐭𝐚𝐛𝐚𝐬 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬. ❞ ──── 𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 (𝟏𝟒:𝟏𝟐) Refutó con estas últimas palabras mientras sus ojos carmesí se encontraban con los de Sergei cuál escuchaba atentamente su historia. ──── ¿𝘏𝘢𝘴 𝘭𝘦í𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘣𝘪𝘣𝘭𝘪𝘢? 𝘌𝘯 é𝘴𝘦 𝘷𝘦𝘳𝘴í𝘤𝘶𝘭𝘰, 𝘴𝘰𝘺 𝘺𝘰 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘤𝘢𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰. 𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘶𝘯 𝘴𝘦𝘳 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘦𝘳𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘪𝘥𝘦𝘯𝘵𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘯 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘰𝘮𝘱𝘪𝘥𝘢. ────
    Me shockea
    Me gusta
    Me encocora
    Me entristece
    Me endiabla
    15
    1 turno 0 maullidos
  • "Es hora de trabajar, encargarme de unos empresarios deudores de mi jefe, no puedo permitir que sigan sin pagar, por las buenas o por las malas, o las peores."

    Renjiro cerró el aula con calma, como si nada pesara en sus hombros. Sus estudiantes pensaban que era un hombre brillante, un académico apasionado por su oficio. Nadie sospechaba que debajo de esa fachada impecable se escondía el otro rostro, el que se activaba cuando caía la noche.

    El primer destino fue un despacho privado, donde tres empresarios nerviosos lo esperaban. La mesa estaba cubierta de documentos, contratos que no habían cumplido, promesas vacías. Renjiro se sentó frente a ellos, sacando un pañuelo para limpiar las lentes de sus gafas.
    —He sido claro antes —susurró, su voz tranquila, como si recitara un verso—. Mi jefe no aprecia las demoras.

    Uno intentó justificar el retraso, pero antes de que terminara, el sonido metálico de una navaja plegándose rompió la tensión. Renjiro no levantó la voz, no necesitó amenazar. Bastó un gesto sutil, un movimiento casi elegante… y el silencio volvió a reinar, teñido de un rojo discreto que manchaba los papeles.

    Más tarde, en un estacionamiento subterráneo, el escenario fue distinto. Allí no hubo palabras ni advertencias. Solo un eco de pasos, un susurro en la oscuridad y el golpe sordo de un cuerpo desplomándose. Renjiro trabajaba con precisión quirúrgica: rápido, eficiente, sin alardes. Cuando terminó, apenas una mancha de sangre se deslizó por su guante, que limpió con el mismo pañuelo blanco que antes había usado para sus gafas.

    La noche cerró con él de regreso en su oficina de profesor. Encendió la lámpara, sacó un cuaderno y corrigió un ensayo como si la sangre aún fresca en su memoria fuese solo tinta derramada sobre un papel.

    Para Renjiro, la muerte era un lenguaje. Y él, un académico que lo dominaba en silencio.
    "Es hora de trabajar, encargarme de unos empresarios deudores de mi jefe, no puedo permitir que sigan sin pagar, por las buenas o por las malas, o las peores." Renjiro cerró el aula con calma, como si nada pesara en sus hombros. Sus estudiantes pensaban que era un hombre brillante, un académico apasionado por su oficio. Nadie sospechaba que debajo de esa fachada impecable se escondía el otro rostro, el que se activaba cuando caía la noche. El primer destino fue un despacho privado, donde tres empresarios nerviosos lo esperaban. La mesa estaba cubierta de documentos, contratos que no habían cumplido, promesas vacías. Renjiro se sentó frente a ellos, sacando un pañuelo para limpiar las lentes de sus gafas. —He sido claro antes —susurró, su voz tranquila, como si recitara un verso—. Mi jefe no aprecia las demoras. Uno intentó justificar el retraso, pero antes de que terminara, el sonido metálico de una navaja plegándose rompió la tensión. Renjiro no levantó la voz, no necesitó amenazar. Bastó un gesto sutil, un movimiento casi elegante… y el silencio volvió a reinar, teñido de un rojo discreto que manchaba los papeles. Más tarde, en un estacionamiento subterráneo, el escenario fue distinto. Allí no hubo palabras ni advertencias. Solo un eco de pasos, un susurro en la oscuridad y el golpe sordo de un cuerpo desplomándose. Renjiro trabajaba con precisión quirúrgica: rápido, eficiente, sin alardes. Cuando terminó, apenas una mancha de sangre se deslizó por su guante, que limpió con el mismo pañuelo blanco que antes había usado para sus gafas. La noche cerró con él de regreso en su oficina de profesor. Encendió la lámpara, sacó un cuaderno y corrigió un ensayo como si la sangre aún fresca en su memoria fuese solo tinta derramada sobre un papel. Para Renjiro, la muerte era un lenguaje. Y él, un académico que lo dominaba en silencio.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • La sala estaba llena de humo y murmullos apagados. Isla Rowan permanecía en un rincón, con la chaqueta negra ajustada al cuerpo y los brazos cruzados. Frente a ella, hombres de trajes oscuros discutían contratos, entregas y pagos, sin percibir que ella no estaba allí para negociar. Solo escuchaba, calculaba, anotaba mentalmente cada dato que pudiera ser útil más adelante.

    El contrato que le habían dejado sobre la mesa parecía ordinario: un objetivo, un lugar, una fecha. Pero había algo extraño en los documentos que hizo que sus ojos azules se estrecharan: un nombre conocido. No era una casualidad, y tampoco un error. Guardó la carpeta bajo la chaqueta y se levantó con la misma calma silenciosa que la caracterizaba.

    Cuando salió del edificio, la lluvia recién comenzaba a humedecer las calles. Sus botas negras resonaban contra el pavimento mientras avanzaba entre el neón y los charcos. No miraba a nadie, no saludaba, no percibía los gritos ni los coches que pasaban. Para cualquier transeúnte era solo una sombra más entre luces y humo.

    Sin embargo, la forma en que sus ojos se movían, midiendo cada reflejo y cada esquina, el ritmo seguro de su paso y el silencio absoluto que la rodeaba, dejaban claro que ella no era alguien a quien ignorar. Cualquier persona con ojos suficientes podría notar que Isla Rowan no estaba sola, aunque estuviera sola.

    Y en ese instante, cualquier figura que quisiera acercarse, seguir o simplemente observarla tenía toda la libertad de hacerlo… pero el riesgo de cruzarse con ella sería suyo, no de ella.
    La sala estaba llena de humo y murmullos apagados. Isla Rowan permanecía en un rincón, con la chaqueta negra ajustada al cuerpo y los brazos cruzados. Frente a ella, hombres de trajes oscuros discutían contratos, entregas y pagos, sin percibir que ella no estaba allí para negociar. Solo escuchaba, calculaba, anotaba mentalmente cada dato que pudiera ser útil más adelante. El contrato que le habían dejado sobre la mesa parecía ordinario: un objetivo, un lugar, una fecha. Pero había algo extraño en los documentos que hizo que sus ojos azules se estrecharan: un nombre conocido. No era una casualidad, y tampoco un error. Guardó la carpeta bajo la chaqueta y se levantó con la misma calma silenciosa que la caracterizaba. Cuando salió del edificio, la lluvia recién comenzaba a humedecer las calles. Sus botas negras resonaban contra el pavimento mientras avanzaba entre el neón y los charcos. No miraba a nadie, no saludaba, no percibía los gritos ni los coches que pasaban. Para cualquier transeúnte era solo una sombra más entre luces y humo. Sin embargo, la forma en que sus ojos se movían, midiendo cada reflejo y cada esquina, el ritmo seguro de su paso y el silencio absoluto que la rodeaba, dejaban claro que ella no era alguien a quien ignorar. Cualquier persona con ojos suficientes podría notar que Isla Rowan no estaba sola, aunque estuviera sola. Y en ese instante, cualquier figura que quisiera acercarse, seguir o simplemente observarla tenía toda la libertad de hacerlo… pero el riesgo de cruzarse con ella sería suyo, no de ella.
    0 turnos 0 maullidos
  • Un simple contrato por roles, hay tennos capaces de aisla partes de la realidad en una burbuja del vacio y tennos que van a limpiar las amenazas encerradas, Hayden vaga por los pasillos del hospital impresionado que nadie, absolutamente nadie muestra señales de infestación, solo yacen en el suelo, sometidos en un profundo sueño.

    Primer piso limpio, segundo piso limpio, así sucesivamente, Chroma esperaba comenzar una masacre en cada piso hasta llegar con la mente enjambre, sin embargo, desde el cuerpo de Chroma, todos los pacientes y personal médico no huelen a infestación, excepto uno, que no ha aparecido.

    "Sinceramente, me está perturbando más con cada paso que avanzo, limpio, demasiado limpio."

    Finalmente, Chroma confirma la fuente del aroma sale por una ventana y usa sus saltos-balas como sus maniobras acrobáticas para llegar a la azotea y aterrizar sobre sus pies con un Glaive preparada.

    Chroma solo gruñe ante lo que puede ser una miserable trampa de la infestación, el huésped, una niña, perfectamente saludable, Hayden decide calmarse un poco ante una posible situación inusual de rehénes, sin embargo, El warframe lo sabe por instinto, es la infestada.

    No puede hablar pero detrás de ella sobre el hombros izquierdo emerge una planta que mueve sus labios y emite una voz con una frase clara.

    - M-Me curó, me ha susurrado a lo que has venido, antes de que termines conmigo, quería decirle a alguien, que ahora sé lo que se siente estar sana.

    Chroma solo presiona la glaive resaltando el filo del disco arrojadizo para terminar el trabajo.

    "Ahora lo entiendo, esa planta, inusual sin duda, un arma convertida en una cura dócil, una maldición incontrolable a una bendición piadosa."
    Un simple contrato por roles, hay tennos capaces de aisla partes de la realidad en una burbuja del vacio y tennos que van a limpiar las amenazas encerradas, Hayden vaga por los pasillos del hospital impresionado que nadie, absolutamente nadie muestra señales de infestación, solo yacen en el suelo, sometidos en un profundo sueño. Primer piso limpio, segundo piso limpio, así sucesivamente, Chroma esperaba comenzar una masacre en cada piso hasta llegar con la mente enjambre, sin embargo, desde el cuerpo de Chroma, todos los pacientes y personal médico no huelen a infestación, excepto uno, que no ha aparecido. "Sinceramente, me está perturbando más con cada paso que avanzo, limpio, demasiado limpio." Finalmente, Chroma confirma la fuente del aroma sale por una ventana y usa sus saltos-balas como sus maniobras acrobáticas para llegar a la azotea y aterrizar sobre sus pies con un Glaive preparada. Chroma solo gruñe ante lo que puede ser una miserable trampa de la infestación, el huésped, una niña, perfectamente saludable, Hayden decide calmarse un poco ante una posible situación inusual de rehénes, sin embargo, El warframe lo sabe por instinto, es la infestada. No puede hablar pero detrás de ella sobre el hombros izquierdo emerge una planta que mueve sus labios y emite una voz con una frase clara. - M-Me curó, me ha susurrado a lo que has venido, antes de que termines conmigo, quería decirle a alguien, que ahora sé lo que se siente estar sana. Chroma solo presiona la glaive resaltando el filo del disco arrojadizo para terminar el trabajo. "Ahora lo entiendo, esa planta, inusual sin duda, un arma convertida en una cura dócil, una maldición incontrolable a una bendición piadosa."
    0 turnos 0 maullidos
  • No nací para esto. Me hicieron así.

    Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo.

    Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta.

    A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas.

    A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte.

    A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti.

    Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más.

    Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre.

    ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos.

    Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva.

    ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí.

    No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
    No nací para esto. Me hicieron así. Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo. Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta. A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas. A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte. A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti. Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más. Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre. ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos. Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva. ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí. No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
    Me gusta
    Me encocora
    4
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados