𝟏𝟎 𝐩.𝐦. - 𝐌𝐨𝐬𝐜𝐮́ 𝐑𝐮𝐬𝐢𝐚 ────────
La jornada laboral en la vieja biblioteca había sido agotadora.
Eran aproximadamente las 10 p.m., y el frío de la apagada Rusia se hacía cada vez más agobiante.
Homi, ya acostumbrada al bajo clima, decidió dar un pequeño paseo bajo las casi inexistentes estrellas.
Las calles estaban apenas habitadas; algún que otro borracho salía de los bares y caminaba sin rumbo, perdidos de la vida, o al menos eso parecía.
Homi no podía evitar compararse con ellos: al igual que aquellos, ahí estaba ella, caminando simplemente porque era lo que debía hacer. ¿Pero hacia dónde debía ir? ¿Cuál era su camino?
Homi era una joven animada la mayor parte del tiempo; sin embargo, no podía evitar notar su aburrida rutina: despertar, comer, trabajar y ganar un salario deprimente, el cual aceptaba con tal de poder comprarle sus respectivas croquetas a su anciano gato negro, llamado “Drácula”.
El dinero y sus ánimos apenas alcanzaban.
Necesitaba emoción, vivir una vida “loca”, como la de los libros juveniles que tanto alquilaban las adolescentes.
La bibliotecaria hizo una parada en la tienda de 24 horas, compró un atado de cigarrillos, una lata de cerveza y se dirigió a su lugar favorito: el edificio abandonado que ni siquiera la atención de las autoridades recibía.
Allí había un pequeño balcón cuya altura permitía ver un edificio siempre iluminado, quizás la única luz en aquella ciudad oscura y derrotada.
Encendió uno de los cigarrillos que había comprado y apoyó los codos en el sucio borde del balcón.
Observó el edificio, como le era costumbre, mientras esperaba que, por arte de magia, aquella rutina pobre llegara a su fin.
Esa noche no esperaba milagros, pero estaba segura de algo: si la vida tenía guardada alguna sorpresa, más le valía darse prisa, antes de que ella terminara convirtiéndose en otro fantasma más de esa ciudad congelada.
La jornada laboral en la vieja biblioteca había sido agotadora.
Eran aproximadamente las 10 p.m., y el frío de la apagada Rusia se hacía cada vez más agobiante.
Homi, ya acostumbrada al bajo clima, decidió dar un pequeño paseo bajo las casi inexistentes estrellas.
Las calles estaban apenas habitadas; algún que otro borracho salía de los bares y caminaba sin rumbo, perdidos de la vida, o al menos eso parecía.
Homi no podía evitar compararse con ellos: al igual que aquellos, ahí estaba ella, caminando simplemente porque era lo que debía hacer. ¿Pero hacia dónde debía ir? ¿Cuál era su camino?
Homi era una joven animada la mayor parte del tiempo; sin embargo, no podía evitar notar su aburrida rutina: despertar, comer, trabajar y ganar un salario deprimente, el cual aceptaba con tal de poder comprarle sus respectivas croquetas a su anciano gato negro, llamado “Drácula”.
El dinero y sus ánimos apenas alcanzaban.
Necesitaba emoción, vivir una vida “loca”, como la de los libros juveniles que tanto alquilaban las adolescentes.
La bibliotecaria hizo una parada en la tienda de 24 horas, compró un atado de cigarrillos, una lata de cerveza y se dirigió a su lugar favorito: el edificio abandonado que ni siquiera la atención de las autoridades recibía.
Allí había un pequeño balcón cuya altura permitía ver un edificio siempre iluminado, quizás la única luz en aquella ciudad oscura y derrotada.
Encendió uno de los cigarrillos que había comprado y apoyó los codos en el sucio borde del balcón.
Observó el edificio, como le era costumbre, mientras esperaba que, por arte de magia, aquella rutina pobre llegara a su fin.
Esa noche no esperaba milagros, pero estaba segura de algo: si la vida tenía guardada alguna sorpresa, más le valía darse prisa, antes de que ella terminara convirtiéndose en otro fantasma más de esa ciudad congelada.
𝟏𝟎 𝐩.𝐦. - 𝐌𝐨𝐬𝐜𝐮́ 𝐑𝐮𝐬𝐢𝐚 ────────
La jornada laboral en la vieja biblioteca había sido agotadora.
Eran aproximadamente las 10 p.m., y el frío de la apagada Rusia se hacía cada vez más agobiante.
Homi, ya acostumbrada al bajo clima, decidió dar un pequeño paseo bajo las casi inexistentes estrellas.
Las calles estaban apenas habitadas; algún que otro borracho salía de los bares y caminaba sin rumbo, perdidos de la vida, o al menos eso parecía.
Homi no podía evitar compararse con ellos: al igual que aquellos, ahí estaba ella, caminando simplemente porque era lo que debía hacer. ¿Pero hacia dónde debía ir? ¿Cuál era su camino?
Homi era una joven animada la mayor parte del tiempo; sin embargo, no podía evitar notar su aburrida rutina: despertar, comer, trabajar y ganar un salario deprimente, el cual aceptaba con tal de poder comprarle sus respectivas croquetas a su anciano gato negro, llamado “Drácula”.
El dinero y sus ánimos apenas alcanzaban.
Necesitaba emoción, vivir una vida “loca”, como la de los libros juveniles que tanto alquilaban las adolescentes.
La bibliotecaria hizo una parada en la tienda de 24 horas, compró un atado de cigarrillos, una lata de cerveza y se dirigió a su lugar favorito: el edificio abandonado que ni siquiera la atención de las autoridades recibía.
Allí había un pequeño balcón cuya altura permitía ver un edificio siempre iluminado, quizás la única luz en aquella ciudad oscura y derrotada.
Encendió uno de los cigarrillos que había comprado y apoyó los codos en el sucio borde del balcón.
Observó el edificio, como le era costumbre, mientras esperaba que, por arte de magia, aquella rutina pobre llegara a su fin.
Esa noche no esperaba milagros, pero estaba segura de algo: si la vida tenía guardada alguna sorpresa, más le valía darse prisa, antes de que ella terminara convirtiéndose en otro fantasma más de esa ciudad congelada.