• recuerdo con tanto aprecio como un artista tan popular de españa... un dia de mi cumpleaños... me alegro el dia con este regalo maravilloso de mi persona je... es un retrato que me obsequio desde hace tanto... lo conservo como nunca y jamas pienso perderlo... lo he atesorado demasiado
    recuerdo con tanto aprecio como un artista tan popular de españa... un dia de mi cumpleaños... me alegro el dia con este regalo maravilloso de mi persona je... es un retrato que me obsequio desde hace tanto... lo conservo como nunca y jamas pienso perderlo... lo he atesorado demasiado
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    Soy una mujer versátil que esta preparada para los mundos que vienen espero que sepan que podré a dactar a vosotros pero veremos si se adaptan a mi.

    Asi que me gusta la música como la poesía si un día leer o escuchan una música que tanto me guste no es porque mi corazón sienta si no porque así me expreso. Así soy así mi alma dentro del multiverso llamado ficrol rol OFF
    Soy una mujer versátil que esta preparada para los mundos que vienen espero que sepan que podré a dactar a vosotros pero veremos si se adaptan a mi. Asi que me gusta la música como la poesía si un día leer o escuchan una música que tanto me guste no es porque mi corazón sienta si no porque así me expreso. Así soy así mi alma dentro del multiverso llamado ficrol rol OFF
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  • Cap: 02.

    Por el rabillo del ojo pudo notar la enormidad de la estructura, una presencia que se erguía hasta el cielo con arrogancia. Tan imponente como una montaña, pero de superficie lisa y desprovista de color. Era negra como el azabache, igual que el plumaje de la bestia que le ruge desde los pies del árbol, una amenaza gutural que filtra su potencia por debajo de la piel y hace temblar los huesos del muchacho.

    Respira con fuerza, y ni siquiera así logra escucharse a si mismo por culpa del animal, e intenta regular la respiración, mientras siente el corazón a pocos latidos de salirse por la garganta. Tenía miedo a tal grado que aún siente el dolor de las heridas, esas que cerraron hace ya largo rato y cuya única prueba de existencia eran las grandes manchas rojizas contrastando con su sudorosa piel blanca.

    El tronco del árbol es quien ahora sufre el frenesí de la bestia de ojos rojos, quien toma distancia y corre en furia ciega para saltar con la intención de atrapar a su víctima. Las garras de sus patas, largas y filosas, arañan profundamente el grosor de la corteza, haciéndola sangrar savia con cada salto fallido.

    La curiosidad, junto con la ingenuidad, lo arrastraron hasta tal momento; caminó, indefinidamente, hasta dar con un denso bosquejo, cuyos árboles entrelazan sus ramas cual sistema nervioso. Entre tronco y tronco logró distinguir un borrón azulado, veloz, la primera cosa en movimiento que ha visto en días, y eso fue suficiente para atraer su atención tal como los noctuidos en la noche que persiguen el fuego. La bestia de ojos rojos fue su fuego, las heridas quemaduras y el miedo la cicatriz.

    Entre rugidos avanzó el día, el sol amenazó con esconderse, las sombras ganaron fuerza e indicaron que pronto la noche caería sobre el bosque. La bestia se fue, pero su presencia quedó tan marcada como los zarpazos en el tronco. Él seguía sin bajar, un poco por inseguridad, pero tenía la mirada perdida en las estrellas, buscando la respuesta a la única pregunta que tenía lugar en su cabeza: "¿Por qué me odian?".

    Era doloroso. Injusto e irritante. Pero, esa insistencia con mirarlo, le hizo pensar que algo esperaban de él, alguna expectativa silenciosa que cumplir. Solo debía descubrir cuál era o, tal vez, debía llegar al firmamento y cuestionarlas, confrontarlas directamente.

    Esa noche hubo viento, uno feroz e indómito. Las ramas se estremecían con cada ráfaga, un peligro potencial de ser arrancadas. Él tuvo que aferrarse al árbol, tal fue la fuerza usada que sus negras uñas estaban clavadas en la corteza. No era algo natural, sino un fenómeno producido por aquella arrogante estructura.

    De pronto el firmamento brilló menos. Algo lo estaba opacando, una luz morada que provenía de la tierra. La estructura brillaba, sus caras estaban iluminadas con líneas que fueron talladas en forma de cuadrados incompletos. Perduró horas, hasta que expulsó algo desde la punta: una figura alargada, estrecha tal vez, que surcó los cielos sin tener que recurrir a un par de alas.
    Cap: 02. Por el rabillo del ojo pudo notar la enormidad de la estructura, una presencia que se erguía hasta el cielo con arrogancia. Tan imponente como una montaña, pero de superficie lisa y desprovista de color. Era negra como el azabache, igual que el plumaje de la bestia que le ruge desde los pies del árbol, una amenaza gutural que filtra su potencia por debajo de la piel y hace temblar los huesos del muchacho. Respira con fuerza, y ni siquiera así logra escucharse a si mismo por culpa del animal, e intenta regular la respiración, mientras siente el corazón a pocos latidos de salirse por la garganta. Tenía miedo a tal grado que aún siente el dolor de las heridas, esas que cerraron hace ya largo rato y cuya única prueba de existencia eran las grandes manchas rojizas contrastando con su sudorosa piel blanca. El tronco del árbol es quien ahora sufre el frenesí de la bestia de ojos rojos, quien toma distancia y corre en furia ciega para saltar con la intención de atrapar a su víctima. Las garras de sus patas, largas y filosas, arañan profundamente el grosor de la corteza, haciéndola sangrar savia con cada salto fallido. La curiosidad, junto con la ingenuidad, lo arrastraron hasta tal momento; caminó, indefinidamente, hasta dar con un denso bosquejo, cuyos árboles entrelazan sus ramas cual sistema nervioso. Entre tronco y tronco logró distinguir un borrón azulado, veloz, la primera cosa en movimiento que ha visto en días, y eso fue suficiente para atraer su atención tal como los noctuidos en la noche que persiguen el fuego. La bestia de ojos rojos fue su fuego, las heridas quemaduras y el miedo la cicatriz. Entre rugidos avanzó el día, el sol amenazó con esconderse, las sombras ganaron fuerza e indicaron que pronto la noche caería sobre el bosque. La bestia se fue, pero su presencia quedó tan marcada como los zarpazos en el tronco. Él seguía sin bajar, un poco por inseguridad, pero tenía la mirada perdida en las estrellas, buscando la respuesta a la única pregunta que tenía lugar en su cabeza: "¿Por qué me odian?". Era doloroso. Injusto e irritante. Pero, esa insistencia con mirarlo, le hizo pensar que algo esperaban de él, alguna expectativa silenciosa que cumplir. Solo debía descubrir cuál era o, tal vez, debía llegar al firmamento y cuestionarlas, confrontarlas directamente. Esa noche hubo viento, uno feroz e indómito. Las ramas se estremecían con cada ráfaga, un peligro potencial de ser arrancadas. Él tuvo que aferrarse al árbol, tal fue la fuerza usada que sus negras uñas estaban clavadas en la corteza. No era algo natural, sino un fenómeno producido por aquella arrogante estructura. De pronto el firmamento brilló menos. Algo lo estaba opacando, una luz morada que provenía de la tierra. La estructura brillaba, sus caras estaban iluminadas con líneas que fueron talladas en forma de cuadrados incompletos. Perduró horas, hasta que expulsó algo desde la punta: una figura alargada, estrecha tal vez, que surcó los cielos sin tener que recurrir a un par de alas.
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  • #Demon
    • 𝓗𝓪𝓲 𝓨𝓾𝓮


    Las nubes grises amenazaban con enviar un torrencial de agua en pocos minutos. Aunque el día estaba claro, pero frío. Hai Yue, mejor conocido como "Lord demon", uno de los príncipes del inframundo y que pocos conocían, pues pertenecía a las sombras y a la solemnidad. Se detuvo a observar con antelación el paisaje frente suyo, pues estaba en un valle cuyo alrededor estaba rodeado de montañas. Pocas personas transitaban por ese lugar de la tierra.

    Soltó un suspiro suave mientras conservaba una expresión siniestra en su rostro.

    — La santidad.. no es nada más que el reflejo ignorante del deseo humano. ¿Como puede un humano convertirse en Santo? Sólo los Santos pueden ser dioses. Entonces, ¿Como un humano puede ser un dios? La vida a veces es tan.. ridícula.


    #Demon • 𝓗𝓪𝓲 𝓨𝓾𝓮 Las nubes grises amenazaban con enviar un torrencial de agua en pocos minutos. Aunque el día estaba claro, pero frío. Hai Yue, mejor conocido como "Lord demon", uno de los príncipes del inframundo y que pocos conocían, pues pertenecía a las sombras y a la solemnidad. Se detuvo a observar con antelación el paisaje frente suyo, pues estaba en un valle cuyo alrededor estaba rodeado de montañas. Pocas personas transitaban por ese lugar de la tierra. Soltó un suspiro suave mientras conservaba una expresión siniestra en su rostro. — La santidad.. no es nada más que el reflejo ignorante del deseo humano. ¿Como puede un humano convertirse en Santo? Sólo los Santos pueden ser dioses. Entonces, ¿Como un humano puede ser un dios? La vida a veces es tan.. ridícula.
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  • Aikaterine Ouro

    *La puerta del santuario se abrió sola, con un chirrido suave que pareciera invitar… o advertir. Dentro, el aire era frío, pesado, casi palpable. Entre las sombras, una figura se alzó con calma. Mori Calliope estaba sentada en lo alto de una escalera desgastada, una pierna sobre la otra, mirando hacia la entrada como si hubiera estado esperando exactamente ese momento.

    Una calavera flotaba perezosamente sobre su mano, girando despacio. Sus ojos rojos brillaron apenas vio la silueta que cruzó el umbral.

    Mori Calliope ladeó la cabeza, su sonrisa lenta, afilada, más curiosa que amable.*

    -Vaya… *murmuró la segadora, su voz resonando como eco entre los pilares*. Así que finalmente decidiste venir.

    *La calavera cayó en su mano y Calli se levantó, dejando que su capa negra se deslizara detrás de ella con un susurro casi vivo.*

    -Aikaterine Ouro… ¿qué asunto trae a alguien como tú hasta mi puerta?

    *La neblina afuera se cerró, como si ya no hubiera retorno.*

    [Mercenary1x] *La puerta del santuario se abrió sola, con un chirrido suave que pareciera invitar… o advertir. Dentro, el aire era frío, pesado, casi palpable. Entre las sombras, una figura se alzó con calma. Mori Calliope estaba sentada en lo alto de una escalera desgastada, una pierna sobre la otra, mirando hacia la entrada como si hubiera estado esperando exactamente ese momento. Una calavera flotaba perezosamente sobre su mano, girando despacio. Sus ojos rojos brillaron apenas vio la silueta que cruzó el umbral. Mori Calliope ladeó la cabeza, su sonrisa lenta, afilada, más curiosa que amable.* -Vaya… *murmuró la segadora, su voz resonando como eco entre los pilares*. Así que finalmente decidiste venir. *La calavera cayó en su mano y Calli se levantó, dejando que su capa negra se deslizara detrás de ella con un susurro casi vivo.* -Aikaterine Ouro… ¿qué asunto trae a alguien como tú hasta mi puerta? *La neblina afuera se cerró, como si ya no hubiera retorno.*
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  • The Shadow Beast - Revelations of the Past
    Fandom Original/The Ancient Magus' Bride.
    Categoría Suspenso
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Londres, 6 de Diciembre, 2025.

    ⠀⠀La penumbra lucha contra la luz en aquel bosque, se filtra a través de la copa de aquellos árboles, indemnes ante el frío, inmutables tras el paso del tiempo. Así como él, una figura mítica que transitaba la oscuridad con una melena blanca luminiscente, lo más notable del escenario.

    ⠀⠀Su destino, su camino, su vida. Todo era un misterio, su propósito no tenía igual, en su callosa mano, sostenía un envase con una bebida caliente, parecía una infusión, una propia de su gente. Perfecta para estos climas fríos y húmedos, propios del norte.

    ⠀⠀El miedo lo rechazaba, un pie avanzaba con el otro con firmeza. Aun consciente de que algo, o alguien, acechaba en ese bosque rodeado de fuerzas que los humanos lucharon por olvidar.
    ⠀⠀Refugiándose en sus casas, abrazando la tecnología de la modernidad, el internet y las comodidades. Dioses, espíritus olvidados... y demonios, probablemente miraban con rencor a la existencia humana que transitaba.

    ⠀⠀Pero... algo les impedía atacar: miedo. Era plausible al solo verlo, invisible a ojos comunes, un torrente de energía vital que nacía y se perdía en la inmensidad de la bóveda celeste. Mantenían su distancia, y por eso permanecerían existentes en este plano.

    ⠀⠀⸻Tch⸻ Chasqueó su lengua, el camino se veía difuso. Tal vez estaba perdido, consultar el mapa era inútil y su celular no tenía señal. Los fae temían de su presencia y se alejaban de él, esto sería molesto.
    ⠀⠀Rumores lo habían atraído a este sitio, de una bestia, un nacimiento de sangre y sombra que acechaba este bosque. Pero tras una intensa búsqueda de una noche, no vio nada más que hojas y ecos de espíritus acorbardados.

    ⠀⠀Insatisfecho, hasta frustrado, intentó retomar el camino por donde vino, pero en la inmensidad del paisaje de verdes pálidos, ya no encontraba cómo llegar. Probablemente el conjuro de algún ser molesto, no se recordaba tan torpe como para olvidar pautas de orientación básica.
    ⠀⠀Su caminar lo llevó a un páramo, donde los árboles se apartaban cautelosamente. En su centro, una figura que gran porte, mantas negras lo cubrían, podía vislumbrar cabellos rubios lacios cayendo tras su nuca, unos ojos color esmeralda y un porte de etiqueta. ¿Un tipo así, recolectando flores en este sitio? La energía de este prado era extraña también.

    ⠀⠀⸻Hey⸻ Invadió aquel páramo, sacudiendo su esencia con cada paso. ⸻¿Qué es este lugar?⸻ Interrogó, sin mediar más palabras. Su mirada yacía puesta y severa en el ajeno, unos zafiros luminiscentes.

    Elías Ainsworth
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Londres, 6 de Diciembre, 2025. ⠀ ⠀⠀La penumbra lucha contra la luz en aquel bosque, se filtra a través de la copa de aquellos árboles, indemnes ante el frío, inmutables tras el paso del tiempo. Así como él, una figura mítica que transitaba la oscuridad con una melena blanca luminiscente, lo más notable del escenario. ⠀⠀Su destino, su camino, su vida. Todo era un misterio, su propósito no tenía igual, en su callosa mano, sostenía un envase con una bebida caliente, parecía una infusión, una propia de su gente. Perfecta para estos climas fríos y húmedos, propios del norte. ⠀⠀El miedo lo rechazaba, un pie avanzaba con el otro con firmeza. Aun consciente de que algo, o alguien, acechaba en ese bosque rodeado de fuerzas que los humanos lucharon por olvidar. ⠀⠀Refugiándose en sus casas, abrazando la tecnología de la modernidad, el internet y las comodidades. Dioses, espíritus olvidados... y demonios, probablemente miraban con rencor a la existencia humana que transitaba. ⠀⠀Pero... algo les impedía atacar: miedo. Era plausible al solo verlo, invisible a ojos comunes, un torrente de energía vital que nacía y se perdía en la inmensidad de la bóveda celeste. Mantenían su distancia, y por eso permanecerían existentes en este plano. ⠀⠀⸻Tch⸻ Chasqueó su lengua, el camino se veía difuso. Tal vez estaba perdido, consultar el mapa era inútil y su celular no tenía señal. Los fae temían de su presencia y se alejaban de él, esto sería molesto. ⠀⠀Rumores lo habían atraído a este sitio, de una bestia, un nacimiento de sangre y sombra que acechaba este bosque. Pero tras una intensa búsqueda de una noche, no vio nada más que hojas y ecos de espíritus acorbardados. ⠀⠀Insatisfecho, hasta frustrado, intentó retomar el camino por donde vino, pero en la inmensidad del paisaje de verdes pálidos, ya no encontraba cómo llegar. Probablemente el conjuro de algún ser molesto, no se recordaba tan torpe como para olvidar pautas de orientación básica. ⠀⠀Su caminar lo llevó a un páramo, donde los árboles se apartaban cautelosamente. En su centro, una figura que gran porte, mantas negras lo cubrían, podía vislumbrar cabellos rubios lacios cayendo tras su nuca, unos ojos color esmeralda y un porte de etiqueta. ¿Un tipo así, recolectando flores en este sitio? La energía de este prado era extraña también. ⠀⠀⸻Hey⸻ Invadió aquel páramo, sacudiendo su esencia con cada paso. ⸻¿Qué es este lugar?⸻ Interrogó, sin mediar más palabras. Su mirada yacía puesta y severa en el ajeno, unos zafiros luminiscentes. ⠀ [Elias_Ainsworth]
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  • ♥ ¡Hola! Mi nombre es Nokia (sí, como la marca de celulares, antes de que te pongas a preguntar), y es un placer conocerte. ¿Has visto a un pequeño Agumon por aquí? Salió corriendo y lo perdí de vista... ¿No sabes qué es eso? Es como un pequeñito dinosaurio... ¡No, no estoy loca!
    ♥ ¡Hola! Mi nombre es Nokia (sí, como la marca de celulares, antes de que te pongas a preguntar), y es un placer conocerte. ¿Has visto a un pequeño Agumon por aquí? Salió corriendo y lo perdí de vista... ¿No sabes qué es eso? Es como un pequeñito dinosaurio... ¡No, no estoy loca!
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  • 𝐌𝐚𝐠𝐢𝐜𝐨𝐧𝐠𝐫𝐞𝐬𝐨 𝐔́𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐒𝐨𝐜𝐢𝐞𝐝𝐚𝐝 𝐀𝐦𝐞𝐫𝐢𝐜𝐚𝐧𝐚.
    Fandom Harry Potter
    Categoría Romance
    STARTER PARA ───── 𝑸𝑼𝑬𝑬𝑵𝑰𝑬 𝐆𝐎𝐋𝐃𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍


    Edificio Woolworth.
    Nueva York, Estados Unidos de América.

    El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios.

    La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo?

    El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible.

    Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas.

    Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio.

    Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él.

    Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas.

    —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA.
    —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo.
    —¿Permiso de varitas?

    Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más.

    De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita.

    Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar.

    Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes.

    —Caballero.
    Abraxas se detuvo en seco, girándose.
    —La Oficina del permiso de varitas está por aquí.

    No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó.

    Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido.

    Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento?

    —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo.

    Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa.

    —Sí.
    —Está en el lugar indicado. Venga conmigo.

    ¿Contigo?

    Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble.

    —Por favor, siéntese.

    Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar.

    —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá…
    —No voy a darle mi varita.

    Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello?

    La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
    STARTER PARA [L3GEREMENS] Edificio Woolworth. Nueva York, Estados Unidos de América. El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios. La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo? El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible. Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas. Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio. Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él. Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas. —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA. —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo. —¿Permiso de varitas? Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más. De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita. Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar. Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes. —Caballero. Abraxas se detuvo en seco, girándose. —La Oficina del permiso de varitas está por aquí. No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó. Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido. Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento? —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo. Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa. —Sí. —Está en el lugar indicado. Venga conmigo. ¿Contigo? Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble. —Por favor, siéntese. Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar. —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá… —No voy a darle mi varita. Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello? La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
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  • Aurora siempre sintió que el mundo intentaba hacerla odiar su propio cuerpo. Desde niña, le susurraron que la perfección era sin marcas, sin imperfecciones, sin nada que interrumpiera aquella imagen inmaculada que los ojos ajenos parecían esperar. Pero Aurora, a pesar de cada comentario pesado, de cada mirada insistente, nunca pudo ni quiso someterse a esa idea estricta. En su piel, ella llevaba historias vivas, una geografía personal en forma de tatuajes y cicatrices, que para otros podían ser defectos, pero para ella eran medallas de su propia existencia.

    Sus tatuajes, especialmente, no eran solo dibujos sobre la piel; eran mapas de su alma. Cada línea y color había sido elegida con intención, marcas profundas que hablaban de sus luchas, sus sueños y sus triunfos. A veces, en la quietud de la noche, se sentaba frente al espejo y recorría con los ojos esos símbolos que formaban parte de su identidad. En lugar de esconderlos, los mostraban con orgullo porque representaban capítulos difíciles que había superado, decisiones valientes y momentos de celebración.

    No todo fue fácil. Hubo momentos (como ahora) en que el espejo le devolvía una imagen dura y la voz interior se tornaba crítica, alimentada por el ruido externo. Pero cada vez que sentía esa sombra de inseguridad, se detenía a recordar que su cuerpo no era el enemigo. Más bien, era un lienzo lleno de enseñanzas, una historia escrita con tinta indeleble que ningún juicio podría borrar.

    Aurora adoraba cada aspecto de sí mismo: la textura de su piel, las formas únicas, las curvas que otros podrían llamar imperfecciones. Ella entendía que amarse era radical y revolucionario porque elegía mirarse con amor cuando la cultura le decía lo contrario. En esa elección constante, encontraba su libertad y su poder.
    Aurora siempre sintió que el mundo intentaba hacerla odiar su propio cuerpo. Desde niña, le susurraron que la perfección era sin marcas, sin imperfecciones, sin nada que interrumpiera aquella imagen inmaculada que los ojos ajenos parecían esperar. Pero Aurora, a pesar de cada comentario pesado, de cada mirada insistente, nunca pudo ni quiso someterse a esa idea estricta. En su piel, ella llevaba historias vivas, una geografía personal en forma de tatuajes y cicatrices, que para otros podían ser defectos, pero para ella eran medallas de su propia existencia. Sus tatuajes, especialmente, no eran solo dibujos sobre la piel; eran mapas de su alma. Cada línea y color había sido elegida con intención, marcas profundas que hablaban de sus luchas, sus sueños y sus triunfos. A veces, en la quietud de la noche, se sentaba frente al espejo y recorría con los ojos esos símbolos que formaban parte de su identidad. En lugar de esconderlos, los mostraban con orgullo porque representaban capítulos difíciles que había superado, decisiones valientes y momentos de celebración. No todo fue fácil. Hubo momentos (como ahora) en que el espejo le devolvía una imagen dura y la voz interior se tornaba crítica, alimentada por el ruido externo. Pero cada vez que sentía esa sombra de inseguridad, se detenía a recordar que su cuerpo no era el enemigo. Más bien, era un lienzo lleno de enseñanzas, una historia escrita con tinta indeleble que ningún juicio podría borrar. Aurora adoraba cada aspecto de sí mismo: la textura de su piel, las formas únicas, las curvas que otros podrían llamar imperfecciones. Ella entendía que amarse era radical y revolucionario porque elegía mirarse con amor cuando la cultura le decía lo contrario. En esa elección constante, encontraba su libertad y su poder.
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  • —Tómenme una foto, así como que no me doy cuenta. —se puso su vestuario navideño para empezar con las festividades -(?)
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