♪ En todo el cielo, quien más brilla eres tú,
Tal vez por eso yo aún hoy busco tu luz.
Y si esta noche estás lejos,
Juntos hay que alzar las manos
Hacia el cielo, que el mismo siempre es
Para los dos ♪
«¿Como que no se entiende de quién estoy hablando, Sr. Quack?»
Diana observó a su compañero de orquesta, el peluche al lado suyo. Como si el interte rostro del juguete estuviese haciendo muecas que solamente ella podía ver, en la cara de Diana se pintó la indignación.
«¡Por supuesto que se entiende! Hablo de una estrella, que desaparece gracias a la rotación de la Tierra con el paso de las estaciones. Es una canción sobre aceptar la pérdida cuando... ¿Eh? ¿Las estrellas no hacen eso, dice? ¡Claro que lo hacen, pato ignorante! ¡Se lo voy a demostrar!»
Se puso de pie, levantó al juguete, y lo llevó consigo a un estante de libros de astronomía. no podía permitirse tener un pato que no supiera sobre estrellas.
[ BGM: https://youtu.be/mzT3aCSmkBY ]
♪ En todo el cielo, quien más brilla eres tú,
Tal vez por eso yo aún hoy busco tu luz.
Y si esta noche estás lejos,
Juntos hay que alzar las manos
Hacia el cielo, que el mismo siempre es
Para los dos ♪
«¿Como que no se entiende de quién estoy hablando, Sr. Quack?»
Diana observó a su compañero de orquesta, el peluche al lado suyo. Como si el interte rostro del juguete estuviese haciendo muecas que solamente ella podía ver, en la cara de Diana se pintó la indignación.
«¡Por supuesto que se entiende! Hablo de una estrella, que desaparece gracias a la rotación de la Tierra con el paso de las estaciones. Es una canción sobre aceptar la pérdida cuando... ¿Eh? ¿Las estrellas no hacen eso, dice? ¡Claro que lo hacen, pato ignorante! ¡Se lo voy a demostrar!»
Se puso de pie, levantó al juguete, y lo llevó consigo a un estante de libros de astronomía. no podía permitirse tener un pato que no supiera sobre estrellas.
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ㅤㅤㅤㅤㅤ Raza: Humano
ㅤㅤㅤㅤㅤ Fandom: OC
ㅤㅤㅤㅤㅤ Ex jugador y seguridad
¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo.
Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!
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El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
El eclipse se abre como una herida en el cielo.
Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.
Un Phyros.
Un habitante del sol.
Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.
Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”
Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.
No tengo tiempo de responder.
Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.
Arc no confía en mí.
Y por primera vez… no puedo culparla.
Helior Prime alza una mano.
Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.
Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.
Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.
La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.
Siento a Arc desvanecerse.
Su calor deja de rodearme.
Y mi cuerpo queda expuesto.
Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.
El primero me atraviesa el costado.
El segundo me perfora el pecho.
El tercero se dirige directo a mi cabeza—
Pero Jennifer lo intercepta.
Por milímetros.
Mi madre se gira.
Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:
Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”
El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.
Helior Prime responde convocando a los suyos.
Los Phyros emergen como estrellas furiosas.
La guerra estalla.
Sol contra Caos.
Luz absoluta contra noche viva.
Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…
Una voz se abre paso dentro de mí.
Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”
Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.
Jennifer siente cómo me rehago.
Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.
Deslizo la hoja.
El mundo se silencia.
Extiendo la katana y corto el aire.
Pero no corto aire.
Corto el tejido del espacio mismo.
El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.
Jennifer se coloca a mi lado.
Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.
Juntas, trazamos un segundo corte.
Esta vez no solo se abre el espacio.
Se abre el tiempo.
El eclipse se divide.
La luz se pliega.
La oscuridad se hunde en sí misma.
Y de pronto…
Nada.
Blanco absoluto.
Silencio total.
Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.
Solo Veythra, latiendo en mis manos…
y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Akane volvió.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Akane volvió.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
La luz le caía justo encima, suavizando su expresión mientras jugaba con un mechón de su cabello. Aquella noche había salido con amigas y había bebido más de la cuenta, pero no lo suficiente como para perder el control: solo lo justo para que se le aflojara la lengua y volverla sincera de lo habitual.
—¿Sabes?... —te hablo de pronto, mirándote a los ojos entrecerrados de risa.— A veces no sé si eres demasiado serio...o simplemente te haces el difícil conmigo.
Se acercó un poquito más, apoyándose en tu hombro como si fuera lo más natural del mundo y soltó un suave bostezo.
—No me molesta, al contrario... —añadió, con esa sonrisa que solo usaba cuando quería jugar. —Me gustas así, me entretiene más de lo que debería.
Parecía que solo quería molestarte, saber si podía ver un mínimo sonrojo en tus mejillas y aunque parecía solo una broma, la mitad no lo era tanto.
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La luz le caía justo encima, suavizando su expresión mientras jugaba con un mechón de su cabello. Aquella noche había salido con amigas y había bebido más de la cuenta, pero no lo suficiente como para perder el control: solo lo justo para que se le aflojara la lengua y volverla sincera de lo habitual.
—¿Sabes?... —te hablo de pronto, mirándote a los ojos entrecerrados de risa.— A veces no sé si eres demasiado serio...o simplemente te haces el difícil conmigo.
Se acercó un poquito más, apoyándose en tu hombro como si fuera lo más natural del mundo y soltó un suave bostezo.
—No me molesta, al contrario... —añadió, con esa sonrisa que solo usaba cuando quería jugar. —Me gustas así, me entretiene más de lo que debería.
Parecía que solo quería molestarte, saber si podía ver un mínimo sonrojo en tus mejillas y aunque parecía solo una broma, la mitad no lo era tanto.
¡Suerte! ¡Lo tengo! ¡La suerte y el azar siempre fueron la respuesta a todos nuestros problemas, así es como protegeremos a nuestros bebés, en el manto de lo impredecible!
Ahora... sólo necesito un sujeto de prueba para mi pequeñita teoría, alguien con una suerte muy peculiar, que sea catastróficamente mala unos días y divinamente buena en otros...
¡Suerte! ¡Lo tengo! ¡La suerte y el azar siempre fueron la respuesta a todos nuestros problemas, así es como protegeremos a nuestros bebés, en el manto de lo impredecible!
Ahora... sólo necesito un sujeto de prueba para mi pequeñita teoría, alguien con una suerte muy peculiar, que sea catastróficamente mala unos días y divinamente buena en otros...
-La muerte… siempre está ahí, ¿huh? *susurra mientras deja caer la mirada hacia la piruleta que gira entre sus dedos*. A veces me pregunto si la gente le teme por lo que es… o por lo que imaginan que podría ser.
*Hace una pequeña sonrisa ladeada.*
-Yo la conozco mejor que nadie… y aún así, nunca deja de sorprenderme. No es un final… es más bien una transición. Un recordatorio de que nada dura para siempre, ni siquiera yo.
*Aspira suavemente, pensativa.*
-Supongo que por eso sigo aquí… caminando entre lo vivo y lo muerto. Y preguntándome qué forma tomará mi propio fin cuando llegue.
*Sus ojos brillan un poco, entre melancolía y desafío.*
-Pero hasta entonces… seguiré bailando con la muerte como si fuera una vieja amiga. Porque lo es. Y porque… al final, siempre gana.
-La muerte… siempre está ahí, ¿huh? *susurra mientras deja caer la mirada hacia la piruleta que gira entre sus dedos*. A veces me pregunto si la gente le teme por lo que es… o por lo que imaginan que podría ser.
*Hace una pequeña sonrisa ladeada.*
-Yo la conozco mejor que nadie… y aún así, nunca deja de sorprenderme. No es un final… es más bien una transición. Un recordatorio de que nada dura para siempre, ni siquiera yo.
*Aspira suavemente, pensativa.*
-Supongo que por eso sigo aquí… caminando entre lo vivo y lo muerto. Y preguntándome qué forma tomará mi propio fin cuando llegue.
*Sus ojos brillan un poco, entre melancolía y desafío.*
-Pero hasta entonces… seguiré bailando con la muerte como si fuera una vieja amiga. Porque lo es. Y porque… al final, siempre gana.