• ¡Hola!
    Buenos días a todos, lindas personas. En especial a ti que lees esto 🫰🏻
    Hoy quiero decir algo especial. Estuve pensando en que hay muchas personas interesadas en hacer rol. Creo que eso es bueno, pero como soy algo leenta respondiendo, ¿Qué les parece si me hablan de sus personajes y el tipo de rol que les gusta hacer?
    Así podemos avanzar a pesar de mi ausencia. Aunque sea un caracol pelirroja voy a responder a todos los interesados. Tal vez no hoy o mañana, pero confío en que no tardaré un mes

    *Risas*

    Además de que tengo que mencionar otras cosas. Me he encontrado con gente muy amable y respetuosa. Tengo que decir que ese tipo de personas me gustan mucho 🫰🏻 aunque también me he encontrado con otras que al parecer creen que soy una especie de mujer fácil o un objeto de placer...

    *Sonrisa nerviosa*

    Siendo honesta, leer mensajes con intensiones de seducirme me impactó un poco, pero después me dió algo de risa. No pretendo burlarme de nadie, pero la impresión que tuve me resultó cómica porque de la nada hubo quienes aparecieron presumiendo sus atributos como si fuera una especie de anzuelo para pescar, atributos que por sentido común pueden ser algo exagerados...


    Como he dicho, no quiero que piensen que me estoy burlando, pero si soy sincera, aún no he decidido si haré rol de ese tipo, así es que... Por favor no se muestren tan desesperados por tener algo de afecto femenino, y no vengan a mí con esa actitud de querer hacerme acoso sexual.

    *Suspira*


    Aunque no todo es tan negativo. Me ha agradado la determinación de esas personas de saber lo que quieren e ir directo por ello. Porque llegaron con propuestas, con invitaciones, listos para entrar en acción. Por eso, dado que mis respuestas son lentas, pensé en la propuesta que hice al principio: háblame sobre tu personaje y sobre el tipo de rol que te agrada para que podamos avanzar. Incluso si quieres puedes proponerme alguna trama para desarrollar en rol. Pero eso sí, no voy a aceptar cosas subidas de tono sólo porque crees que puedes abusar de mí.

    *Sonrisa amable*

    Bueno querido lector, eso es todo lo que tengo que decir por ahora. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer mis palabras, porque me ha tomado un tiempo escribir esto también a mí.
    Saber que soy escuchada y entendida me dará la satisfacción de comprobar que el tiempo invertido en esta publicación valió la pena.
    Muchas gracias a todos por todo. Cuídense mucho, y que tengan un día excelente hoy 🫰🏻
    ¡Hola! Buenos días a todos, lindas personas. En especial a ti que lees esto 🥰🫰🏻❣️ Hoy quiero decir algo especial. Estuve pensando en que hay muchas personas interesadas en hacer rol. Creo que eso es bueno, pero como soy algo leenta respondiendo, ¿Qué les parece si me hablan de sus personajes y el tipo de rol que les gusta hacer? Así podemos avanzar a pesar de mi ausencia. Aunque sea un caracol pelirroja voy a responder a todos los interesados. Tal vez no hoy o mañana, pero confío en que no tardaré un mes 😅 *Risas* Además de que tengo que mencionar otras cosas. Me he encontrado con gente muy amable y respetuosa. Tengo que decir que ese tipo de personas me gustan mucho 🫰🏻❣️ aunque también me he encontrado con otras que al parecer creen que soy una especie de mujer fácil o un objeto de placer... *Sonrisa nerviosa* Siendo honesta, leer mensajes con intensiones de seducirme me impactó un poco, pero después me dió algo de risa. No pretendo burlarme de nadie, pero la impresión que tuve me resultó cómica porque de la nada hubo quienes aparecieron presumiendo sus atributos como si fuera una especie de anzuelo para pescar, atributos que por sentido común pueden ser algo exagerados... :STK-20: :STK-70: Como he dicho, no quiero que piensen que me estoy burlando, pero si soy sincera, aún no he decidido si haré rol de ese tipo, así es que... Por favor no se muestren tan desesperados por tener algo de afecto femenino, y no vengan a mí con esa actitud de querer hacerme acoso sexual. *Suspira* :STK-95: Aunque no todo es tan negativo. Me ha agradado la determinación de esas personas de saber lo que quieren e ir directo por ello. Porque llegaron con propuestas, con invitaciones, listos para entrar en acción. Por eso, dado que mis respuestas son lentas, pensé en la propuesta que hice al principio: háblame sobre tu personaje y sobre el tipo de rol que te agrada para que podamos avanzar. Incluso si quieres puedes proponerme alguna trama para desarrollar en rol. Pero eso sí, no voy a aceptar cosas subidas de tono sólo porque crees que puedes abusar de mí. *Sonrisa amable* Bueno querido lector, eso es todo lo que tengo que decir por ahora. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer mis palabras, porque me ha tomado un tiempo escribir esto también a mí. Saber que soy escuchada y entendida me dará la satisfacción de comprobar que el tiempo invertido en esta publicación valió la pena. Muchas gracias a todos por todo. Cuídense mucho, y que tengan un día excelente hoy 🫰🏻❣️
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  • – ¿Que significa cumpleaños?

    ...

    – Cumple... Años...

    ...

    – Cumple

    Siente como brota el algoritmo de la deducción al analizar silenciosamente las palabras juntas, separadas, a la inversa y al revés

    Mientras contempla el río en movimiento y un momento de revelación llega a materializarse.

    – Oh, unidad 44 entiende.
    – ¿Que significa cumpleaños? ... – Cumple... Años... ... – Cumple Siente como brota el algoritmo de la deducción al analizar silenciosamente las palabras juntas, separadas, a la inversa y al revés Mientras contempla el río en movimiento y un momento de revelación llega a materializarse. – Oh, unidad 44 entiende.
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    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.

    Tsukumo Sana Espacio Aikaterine Ouro Hakos Baelz Jenny Queen Orc
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono. El aire huele a magia lunar y a expectación rota. En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte. Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer. Entonces lo veo: El hilo rojo. Un hilo que une almas condenadas a encontrarse. El suyo y el mío. Sonrío, fascinada. Me dejo caer del balcón en caída libre. El viento corta mi piel y mis huesos vibran. Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes. Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra. En un suspiro estoy frente a ella. A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino. Jennifer ya sabía. Claro que sabía. La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender. Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía. Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial: “Buscas en el lugar equivocado.” Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita: —Jennifer… Mi reina… Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire. —¿Qué sería de mí con tu cuerpo? Yo sé lo que buscas. Lo he visto. Tú y yo… somos iguales. Incompletas. Vacías por dentro. Mitades rotas del mismo eclipse. Podríamos completarnos… Si entregáramos nuestra vida. —Pero eso no sucederá. El Caos reclama. Y no devuelve. Por eso… hermana… Debes morir. No le doy tiempo a respirar. Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad: soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó. Mi patada atraviesa su esencia. Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece. Casi. Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura. Demasiado rápida. Demasiado fuerte. Demasiado Reina. Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar. Entonces comienza la batalla. La verdadera. --- Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo. Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre. Una de sus manos me agarra del cuello. Otra atraviesa mi costado. La tercera desgarra mis alas. La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer. Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros. Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas. Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto. Intento devolverle un golpe: Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel… pero ella solo sonríe. Jennifer retrocede un paso y con un simple gesto me deshace las costillas como si fueran polvo estelar. Caigo al suelo. Ya no tengo cuerpo. Solo… un contenedor fallido. La humedad del mundo se siente lejana. El olor de la magia, aún más. De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice: Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado. Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos. Vienen a reclamar lo que es suyo: mi cuerpo, mi tiempo, mi existencia prestada. Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía, Hakos Baelz, la Ratona del Caos, tiembla, llorando, sabedora de que este final no la complace… pero tampoco puede detenerlo. --- Jennifer me mira. Me estudia. Me reconoce. Ella sabe qué soy. Sabe de quién soy. Y sabe que no debería existir. Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable— hace algo que jamás ha hecho. Se rompe. Arranca un fragmento de su propio ser. Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido. La primera división real de su amor. Y lo coloca en mi pecho. En el cuerpo marchito que ya no debería moverse. —Vive —susurra. —Pero no para mí. Para lo que aún no has sido. Para lo que tendrás que ser. El caos se agita. La luna tiembla. Mis grietas se llenan de luz. Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada. Por su hermana no nacida. Por mí. Por Veythra. Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío. Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla. [blaze_titanium_scorpion_916] [Mercenary1x] [flare_white_mouse_589] [queen_0]
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
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    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer

    —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono.
    El aire huele a magia lunar y a expectación rota.

    En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte.
    Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer.
    Entonces lo veo:

    El hilo rojo.
    Un hilo que une almas condenadas a encontrarse.
    El suyo y el mío.
    Sonrío, fascinada.

    Me dejo caer del balcón en caída libre.
    El viento corta mi piel y mis huesos vibran.
    Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes.
    Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra.

    En un suspiro estoy frente a ella.
    A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino.

    Jennifer ya sabía.
    Claro que sabía.
    La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender.
    Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía.

    Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial:

    “Buscas en el lugar equivocado.”

    Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita:

    —Jennifer… Mi reina…

    Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire.

    —¿Qué sería de mí con tu cuerpo?
    Yo sé lo que buscas. Lo he visto.
    Tú y yo… somos iguales.
    Incompletas. Vacías por dentro.
    Mitades rotas del mismo eclipse.

    Podríamos completarnos…
    Si entregáramos nuestra vida.

    —Pero eso no sucederá.
    El Caos reclama.
    Y no devuelve.

    Por eso… hermana…
    Debes morir.

    No le doy tiempo a respirar.

    Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad:
    soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó.

    Mi patada atraviesa su esencia.
    Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece.
    Casi.

    Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura.
    Demasiado rápida.
    Demasiado fuerte.
    Demasiado Reina.

    Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar.

    Entonces comienza la batalla.
    La verdadera.


    ---


    Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo.
    Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre.

    Una de sus manos me agarra del cuello.
    Otra atraviesa mi costado.
    La tercera desgarra mis alas.
    La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer.

    Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros.
    Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas.
    Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto.

    Intento devolverle un golpe:
    Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel…
    pero ella solo sonríe.

    Jennifer retrocede un paso
    y con un simple gesto
    me deshace las costillas como si fueran polvo estelar.

    Caigo al suelo.
    Ya no tengo cuerpo.
    Solo… un contenedor fallido.

    La humedad del mundo se siente lejana.
    El olor de la magia, aún más.

    De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice:

    Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado.
    Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos.

    Vienen a reclamar lo que es suyo:
    mi cuerpo,
    mi tiempo,
    mi existencia prestada.

    Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía,
    Hakos Baelz, la Ratona del Caos,
    tiembla, llorando,
    sabedora de que este final no la complace…
    pero tampoco puede detenerlo.


    ---



    Jennifer me mira.
    Me estudia.
    Me reconoce.

    Ella sabe qué soy.
    Sabe de quién soy.
    Y sabe que no debería existir.

    Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable—
    hace algo que jamás ha hecho.

    Se rompe.

    Arranca un fragmento de su propio ser.
    Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido.
    La primera división real de su amor.

    Y lo coloca en mi pecho.
    En el cuerpo marchito que ya no debería moverse.

    —Vive —susurra.
    —Pero no para mí.
    Para lo que aún no has sido.
    Para lo que tendrás que ser.

    El caos se agita.
    La luna tiembla.
    Mis grietas se llenan de luz.

    Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada.

    Por su hermana no nacida.
    Por mí.
    Por Veythra.

    Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío.

    Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
    La salida de Veythra del castillo y el combate con Jennifer —Sin mirar atrás, camino hacia el balcón del salón del trono. El aire huele a magia lunar y a expectación rota. En el jardín, Ayane permanece quieta, mirando el horizonte. Su silueta, quieta como un presagio, está orientada justo hacia donde yo siento el tirón invisible de Jennifer. Entonces lo veo: El hilo rojo. Un hilo que une almas condenadas a encontrarse. El suyo y el mío. Sonrío, fascinada. Me dejo caer del balcón en caída libre. El viento corta mi piel y mis huesos vibran. Mis escápulas se abren como heridas antiguas… y de ellas emergen dos alas negras, con fragmentos de luna incrustados como astillas brillantes. Un solo aleteo —un latigazo de caos— hace temblar la tierra. En un suspiro estoy frente a ella. A miles de decenas de kilómetros del castillo, de todo… menos del destino. Jennifer ya sabía. Claro que sabía. La Reina del Caos siente antes que piensa; adivina antes que preguntar; devora antes que entender. Antes de que pronuncie palabra alguna, su mente intenta hundirse en la mía. Pero solo escucha una frase en Tharésh’Kael, un golpe seco de significado primordial: “Buscas en el lugar equivocado.” Elevo la cabeza, dejo que mis colmillos asomen, y le hablo por primera vez en la lengua maldita: —Jennifer… Mi reina… Mis labios se abren en una carcajada que parece romper el aire. —¿Qué sería de mí con tu cuerpo? Yo sé lo que buscas. Lo he visto. Tú y yo… somos iguales. Incompletas. Vacías por dentro. Mitades rotas del mismo eclipse. Podríamos completarnos… Si entregáramos nuestra vida. —Pero eso no sucederá. El Caos reclama. Y no devuelve. Por eso… hermana… Debes morir. No le doy tiempo a respirar. Mi primer golpe la toma desprevenida, justo cuando asimila la verdad: soy la hija no nacida de Selin y Oz, Veythra, el eco imposible que jamás llegó al mundo… y aun así llegó. Mi patada atraviesa su esencia. Siento su alma separarse de su cuerpo durante un instante, un caparazón vacío que casi me pertenece. Casi. Pero Jennifer vuelve a entrar en su cuerpo como un relámpago de voluntad pura. Demasiado rápida. Demasiado fuerte. Demasiado Reina. Mi cuerpo, que no es del todo mío, empieza a fallar. Entonces comienza la batalla. La verdadera. --- Jennifer se lanza sobre mí con una velocidad que desarma al tiempo. Su sombra se divide en cuatro, cada una con un gesto distinto: juicio, furia, misericordia, hambre. Una de sus manos me agarra del cuello. Otra atraviesa mi costado. La tercera desgarra mis alas. La cuarta me acaricia el rostro… como si lamentara lo que debe hacer. Mi cuerpo chisporrotea, desgarrándose en pétalos oscuros. Mis piernas se hunden en la tierra como raíces muertas. Cada movimiento mío es más lento, más torpe, más roto. Intento devolverle un golpe: Lunas estallan a mi alrededor, fragmentos plateados se clavan en su piel… pero ella solo sonríe. Jennifer retrocede un paso y con un simple gesto me deshace las costillas como si fueran polvo estelar. Caigo al suelo. Ya no tengo cuerpo. Solo… un contenedor fallido. La humedad del mundo se siente lejana. El olor de la magia, aún más. De pie junto a mí, dos figuras emergen de un vórtice: Aikaterine, con su mirada de tiempo afilado. Tsukumo Sana, gigante, maternal, con tristeza en los ojos. Vienen a reclamar lo que es suyo: mi cuerpo, mi tiempo, mi existencia prestada. Y allí, medio oculta detrás de un cometa de energía, Hakos Baelz, la Ratona del Caos, tiembla, llorando, sabedora de que este final no la complace… pero tampoco puede detenerlo. --- Jennifer me mira. Me estudia. Me reconoce. Ella sabe qué soy. Sabe de quién soy. Y sabe que no debería existir. Aun así, la Reina del Caos —la devoradora, la temida, la indomable— hace algo que jamás ha hecho. Se rompe. Arranca un fragmento de su propio ser. Un pedazo de corazón, palpitante y prohibido. La primera división real de su amor. Y lo coloca en mi pecho. En el cuerpo marchito que ya no debería moverse. —Vive —susurra. —Pero no para mí. Para lo que aún no has sido. Para lo que tendrás que ser. El caos se agita. La luna tiembla. Mis grietas se llenan de luz. Jennifer, por primera vez, entrega algo sin exigir nada. Por su hermana no nacida. Por mí. Por Veythra. Mi cuerpo de restablece y mi tiempo también, sin pedir permiso. Tsukumo y Aikaterine desaparecen con un gesto de aprobación casi a regañadientes. Hakos Baelz simplemente observa a sus hijas, las flores, las herederas del Caos y el Vacío. Jennifer me da la espalda antes de que pueda recomponerme y levantarme, desapareciendo en la niebla.
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    La frustración me quema por dentro.

    No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo.

    Sasha no se levanta de su trono.
    Pero el aire se vuelve pesado.
    Su sola presencia impone orden.
    Respiro.

    El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta.

    De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo.
    La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba.

    —Ishtarin…

    Suelto la flor.
    Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce.

    Entonces su instinto despierta.
    El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos.

    Río.
    No por burla.
    Por certeza.

    Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo.
    El cuchillo cambia.

    La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo:
    Ishtarin.

    Sasha lo comprende.
    Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido.
    Asiento.

    Entonces la siento.
    Lejos. Clara. Real.

    —Jennifer Queen—

    No hay clones. No hay ecos. Ella.
    Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí.
    Pero yo sí.

    El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío.

    No con dulzura.
    Con malicia.

    Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime.
    En menos de un segundo, estoy allí.

    Frente a Jennifer.
    Y ella…
    parecía estar esperándome.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La frustración me quema por dentro. No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo. Sasha no se levanta de su trono. Pero el aire se vuelve pesado. Su sola presencia impone orden. Respiro. El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta. De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo. La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba. —Ishtarin… Suelto la flor. Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce. Entonces su instinto despierta. El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos. Río. No por burla. Por certeza. Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo. El cuchillo cambia. La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo: Ishtarin. Sasha lo comprende. Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido. Asiento. Entonces la siento. Lejos. Clara. Real. —Jennifer Queen— No hay clones. No hay ecos. Ella. Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí. Pero yo sí. El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío. No con dulzura. Con malicia. Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime. En menos de un segundo, estoy allí. Frente a Jennifer. Y ella… parecía estar esperándome.
    La frustración me quema por dentro.

    No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo.

    Sasha no se levanta de su trono.
    Pero el aire se vuelve pesado.
    Su sola presencia impone orden.
    Respiro.

    El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta.

    De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo.
    La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba.

    —Ishtarin…

    Suelto la flor.
    Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce.

    Entonces su instinto despierta.
    El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos.

    Río.
    No por burla.
    Por certeza.

    Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo.
    El cuchillo cambia.

    La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo:
    Ishtarin.

    Sasha lo comprende.
    Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido.
    Asiento.

    Entonces la siento.
    Lejos. Clara. Real.

    —Jennifer Queen—

    No hay clones. No hay ecos. Ella.
    Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí.
    Pero yo sí.

    El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío.

    No con dulzura.
    Con malicia.

    Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime.
    En menos de un segundo, estoy allí.

    Frente a Jennifer.
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    Sasha no se levanta de su trono.
    Pero el aire se vuelve pesado.
    Su sola presencia impone orden.
    Respiro.

    El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta.

    De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo.
    La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba.

    —Ishtarin…

    Suelto la flor.
    Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce.

    Entonces su instinto despierta.
    El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos.

    Río.
    No por burla.
    Por certeza.

    Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo.
    El cuchillo cambia.

    La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo:
    Ishtarin.

    Sasha lo comprende.
    Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido.
    Asiento.

    Entonces la siento.
    Lejos. Clara. Real.

    —Jennifer Queen—

    No hay clones. No hay ecos. Ella.
    Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí.
    Pero yo sí.

    El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío.

    No con dulzura.
    Con malicia.

    Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime.
    En menos de un segundo, estoy allí.

    Frente a Jennifer.
    Y ella…
    parecía estar esperándome.
    La frustración me quema por dentro. No saber cómo hablar, no poder explicarme, me enciende la sangre. Golpeo el suelo con fuerza y la piedra se resquebraja, abriéndose una pequeña grieta lunar. No es destrucción: es desgarro. La luz plateada palpita desde el interior como un latido antiguo. Sasha no se levanta de su trono. Pero el aire se vuelve pesado. Su sola presencia impone orden. Respiro. El temblor cesa. Mi cuerpo se aquieta. De la grieta surge algo imposible: una flor de luna. No hecha de materia, sino de espíritu. Pálida, etérea, ajena a este mundo. La arranco del suelo y clavo la mirada en la loba. —Ishtarin… Suelto la flor. Danza en el aire como si supiera adónde ir. Se detiene frente a Ryu. Por un instante, ella se queda sin aliento. Sus ojos brillan, reflejando algo que no recuerda pero reconoce. Entonces su instinto despierta. El cuchillo de obsidiana corta la flor en dos. Río. No por burla. Por certeza. Como si el propio Caos ya conociera el destino de cada hilo. El cuchillo cambia. La obsidiana se tiñe de plateado lunar, y en el filo aparece una palabra grabada como un juramento antiguo: Ishtarin. Sasha lo comprende. Comprende mi petición. Comprende también que mi existencia aquí es un riesgo, y que mi ser debe abandonar este plano cuanto antes. Acepta ayudarme con una condición clara: cuando consiga un cuerpo estable, me marcharé por donde he venido. Asiento. Entonces la siento. Lejos. Clara. Real. —Jennifer Queen— No hay clones. No hay ecos. Ella. Me acerco al balcón. En el patio, Ayane mira el horizonte en la misma dirección. Aún no se conocen. Ni siquiera sabe por qué su mirada se ha detenido ahí. Pero yo sí. El recuerdo de Lili cruza mi mente y sonrío. No con dulzura. Con malicia. Mis alas se despliegan y el aire se rompe bajo mi impulso. El mundo se comprime. En menos de un segundo, estoy allí. Frente a Jennifer. Y ella… parecía estar esperándome.
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    Cruzo el patio sin prisa.

    El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia.

    Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre.

    Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre.

    El hogar me habla.
    Y me acepta.
    Sasha lo siente.

    No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca.
    Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio.

    A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo.

    Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba.

    Ryu.

    Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo.

    Al verla, algo profundo se activa.
    Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia.
    Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla.

    —Ishtarin.

    El aire cambia.
    Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí:
    Tharésh’Kael
    y los fragmentos emocionales del idioma de Lili.

    Pero no necesito entenderla para entender su ira.
    Así que obedezco a mi manera.
    Inco una rodilla.
    El gesto no es sumisión. Es reconocimiento.

    —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome.

    Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma.
    Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia.

    —Magia Ishtar.
    La luz del castillo responde otra vez.
    No más fuerte.
    Más cercana.

    Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
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    Cruzo el patio sin prisa.

    El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia.

    Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre.

    Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre.

    El hogar me habla.
    Y me acepta.
    Sasha lo siente.

    No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca.
    Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio.

    A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo.

    Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba.

    Ryu.

    Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo.

    Al verla, algo profundo se activa.
    Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia.
    Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla.

    —Ishtarin.

    El aire cambia.
    Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí:
    Tharésh’Kael
    y los fragmentos emocionales del idioma de Lili.

    Pero no necesito entenderla para entender su ira.
    Así que obedezco a mi manera.
    Inco una rodilla.
    El gesto no es sumisión. Es reconocimiento.

    —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome.

    Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma.
    Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia.

    —Magia Ishtar.
    La luz del castillo responde otra vez.
    No más fuerte.
    Más cercana.

    Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
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    Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre.

    Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre.

    El hogar me habla.
    Y me acepta.
    Sasha lo siente.

    No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca.
    Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio.

    A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo.

    Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba.

    Ryu.

    Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo.

    Al verla, algo profundo se activa.
    Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia.
    Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla.

    —Ishtarin.

    El aire cambia.
    Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí:
    Tharésh’Kael
    y los fragmentos emocionales del idioma de Lili.

    Pero no necesito entenderla para entender su ira.
    Así que obedezco a mi manera.
    Inco una rodilla.
    El gesto no es sumisión. Es reconocimiento.

    —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome.

    Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma.
    Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia.

    —Magia Ishtar.
    La luz del castillo responde otra vez.
    No más fuerte.
    Más cercana.

    Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
    Cruzo el patio sin prisa. El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia. Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre. Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre. El hogar me habla. Y me acepta. Sasha lo siente. No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca. Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio. A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo. Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba. Ryu. Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo. Al verla, algo profundo se activa. Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia. Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla. —Ishtarin. El aire cambia. Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí: Tharésh’Kael y los fragmentos emocionales del idioma de Lili. Pero no necesito entenderla para entender su ira. Así que obedezco a mi manera. Inco una rodilla. El gesto no es sumisión. Es reconocimiento. —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome. Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma. Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia. —Magia Ishtar. La luz del castillo responde otra vez. No más fuerte. Más cercana. Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
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    Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento.

    Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada.

    Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca.
    El general palidece.

    —¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido.

    Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden:
    —¡Matad a las intrusas!

    Ladeo la cabeza, genuinamente confundida.
    No llego a moverme.

    Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad.
    Silencio.

    Miro a la elfa.
    Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue.

    Cuando entramos, la atmósfera cambia.
    Allí nos espera un clon de Jennifer.
    No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer.

    La elfa se gira hacia mí.

    —Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso.

    La miro.

    —No sigo órdenes —respondo—.
    Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder.

    El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad.
    La elfa no duda más.
    Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella.

    Una presencia.
    No tiene forma definida, pero habla.
    —Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte.

    La elfa se endereza.
    Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía.

    Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo.

    —Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo.
    Este ente aceptó.
    Pero no por mí.

    Clava su mirada en la mía.

    —Lo hizo para estar cerca de ti.
    Y de Jennifer.

    El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio.
    Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota.
    La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe.

    El ente ya no está.
    Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles.
    Exhalo despacio.

    —Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo.
    Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención.

    Mi tiempo.
    Tan preciado.
    Tan escaso.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento. Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada. Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca. El general palidece. —¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido. Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden: —¡Matad a las intrusas! Ladeo la cabeza, genuinamente confundida. No llego a moverme. Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad. Silencio. Miro a la elfa. Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue. Cuando entramos, la atmósfera cambia. Allí nos espera un clon de Jennifer. No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer. La elfa se gira hacia mí. —Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso. La miro. —No sigo órdenes —respondo—. Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder. El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad. La elfa no duda más. Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella. Una presencia. No tiene forma definida, pero habla. —Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte. La elfa se endereza. Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía. Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo. —Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo. Este ente aceptó. Pero no por mí. Clava su mirada en la mía. —Lo hizo para estar cerca de ti. Y de Jennifer. El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio. Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota. La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe. El ente ya no está. Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles. Exhalo despacio. —Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo. Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención. Mi tiempo. Tan preciado. Tan escaso.
    Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento.

    Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada.

    Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca.
    El general palidece.

    —¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido.

    Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden:
    —¡Matad a las intrusas!

    Ladeo la cabeza, genuinamente confundida.
    No llego a moverme.

    Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad.
    Silencio.

    Miro a la elfa.
    Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue.

    Cuando entramos, la atmósfera cambia.
    Allí nos espera un clon de Jennifer.
    No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer.

    La elfa se gira hacia mí.

    —Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso.

    La miro.

    —No sigo órdenes —respondo—.
    Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder.

    El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad.
    La elfa no duda más.
    Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella.

    Una presencia.
    No tiene forma definida, pero habla.
    —Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte.

    La elfa se endereza.
    Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía.

    Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo.

    —Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo.
    Este ente aceptó.
    Pero no por mí.

    Clava su mirada en la mía.

    —Lo hizo para estar cerca de ti.
    Y de Jennifer.

    El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio.
    Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota.
    La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe.

    El ente ya no está.
    Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles.
    Exhalo despacio.

    —Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo.
    Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención.

    Mi tiempo.
    Tan preciado.
    Tan escaso.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento.

    Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada.

    Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca.
    El general palidece.

    —¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido.

    Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden:
    —¡Matad a las intrusas!

    Ladeo la cabeza, genuinamente confundida.
    No llego a moverme.

    Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad.
    Silencio.

    Miro a la elfa.
    Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue.

    Cuando entramos, la atmósfera cambia.
    Allí nos espera un clon de Jennifer.
    No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer.

    La elfa se gira hacia mí.

    —Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso.

    La miro.

    —No sigo órdenes —respondo—.
    Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder.

    El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad.
    La elfa no duda más.
    Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella.

    Una presencia.
    No tiene forma definida, pero habla.
    —Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte.

    La elfa se endereza.
    Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía.

    Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo.

    —Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo.
    Este ente aceptó.
    Pero no por mí.

    Clava su mirada en la mía.

    —Lo hizo para estar cerca de ti.
    Y de Jennifer.

    El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio.
    Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota.
    La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe.

    El ente ya no está.
    Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles.
    Exhalo despacio.

    —Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo.
    Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención.

    Mi tiempo.
    Tan preciado.
    Tan escaso.
    Inclino apenas la mano… y la magia responde antes que el pensamiento. Mi aura se expande como una grieta invisible y, de pronto, la espía es revelada. Una elfa. Alta, delgada, con rasgos que no encajan del todo en este tiempo. Su piel parece haber sido tocada por algo que no debería haberla rozado nunca. El general palidece. —¡Una espía de Jennifer! —grita, con un miedo demasiado inmediato para ser fingido. Golpea un mecanismo oculto en la pared. La piedra se abre con un gemido antiguo y, sin mirar atrás, huye por el pasadizo secreto mientras ruge la orden: —¡Matad a las intrusas! Ladeo la cabeza, genuinamente confundida. No llego a moverme. Las sombras de los soldados se alargan, se despegan de sus pies como animales obedientes y, en un único gesto mío, se levantan y los atraviesan. No hay gritos largos. No hay lucha. Solo cuerpos cayendo, ensartados por su propia oscuridad. Silencio. Miro a la elfa. Hay algo en ella que no encaja. Algo que tira de mí como una astilla en la mente. Le hago un gesto mínimo con la cabeza y avanzo hacia la sala interior. Ella me sigue. Cuando entramos, la atmósfera cambia. Allí nos espera un clon de Jennifer. No perfecto. No completo. Una existencia forzada, sostenida por hechicería torpe y miedo. Al verla, algo en mi pecho se tensa. En ese reflejo deformado veo… mi propio cuerpo. Mi propia lucha. Dos errores del tiempo intentando no desaparecer. La elfa se gira hacia mí. —Puedes matarla —dice, con una calma que no le pertenece—. Te doy permiso. La miro. —No sigo órdenes —respondo—. Y no mato aquello cuya existencia nunca debió suceder. El clon me observa. No con odio. Con hambre de realidad. La elfa no duda más. Cruza la distancia y le degüella la garganta con un movimiento limpio. El cuerpo cae, deshaciéndose como una marioneta sin hilos… y entonces algo sale de ella. Una presencia. No tiene forma definida, pero habla. —Te devuelvo tu tiempo —susurra hacia la elfa—. Lo justo para vengarte. La elfa se endereza. Y por primera vez… es ella. No la máscara. No la espía. Me mira mientras camina hacia el general, que ha regresado demasiado tarde, creyéndose a salvo. —Pedí ayuda —dice—. Para vengar mi muerte… y la de mi grupo. Este ente aceptó. Pero no por mí. Clava su mirada en la mía. —Lo hizo para estar cerca de ti. Y de Jennifer. El general apenas tiene tiempo de suplicar. La elfa lo mata sin ceremonia. Sin gloria. Sin alivio. Cuando el cuerpo cae, el tiempo prestado se agota. La elfa verdadera se desploma también. Sin vida. Sin historia que continúe. El ente ya no está. Me quedo sola en la sala, rodeada de cadáveres, ecos rotos y decisiones inútiles. Exhalo despacio. —Al final… —murmuro— todo esto ha sido una pérdida de tiempo. Miro mis manos. Siento el cuerpo vibrar, inestable, reclamando atención. Mi tiempo. Tan preciado. Tan escaso.
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