• Aqui casual entrenando con mi waifu 𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫 Jiji, no te enojes hija Albedo Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar , asi entrenamos nosotras

    https://www.youtube.com/watch?
    v=XnJvH737S94&ab_channel=LulaMoon
    Aqui casual entrenando con mi waifu [Ayane_Ishtar] Jiji, no te enojes hija [Albedo1] , asi entrenamos nosotras https://www.youtube.com/watch? v=XnJvH737S94&ab_channel=LulaMoon
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  • — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta?

    Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo.

    « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. »

    — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban.

    « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo.

    — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará.

    Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello.

    « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena.

    — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar?

    Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido.

    « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
    — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta? Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo. « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. » — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban. « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo. — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará. Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello. « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena. — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar? Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido. « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
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  • Skylar, Skylar Jarsson

    Hoy quiero dedicarte unas palabras porque eres alguien que siempre tendrá un lugar especial en mi vida. Desde el día que te conocí —por un simple mechero de 1 dólar, quién lo diría— no me imaginaba que esa pequeña coincidencia nos llevaría hasta aquí.

    No se trata de idealizarte ni de hacer cumplidos exagerados, sino de reconocer algo real: contigo he encontrado una conexión distinta, sincera. Siempre estuviste ahí, demostrándome que a veces, en las cosas más simples, como ese mechero, empiezan las historias que realmente importan.

    Gracias por cada momento compartido, por ser quien eres y por darle un significado único a lo que construimos juntos. Quizás nunca terminen las casualidades que nos unieron, y me alegra que así sea. Muchas felicidades, Sky.

    Con aprecio, tu persona especial,
    Gervont. <3

    Skylar, [SkylarJarsson] Hoy quiero dedicarte unas palabras porque eres alguien que siempre tendrá un lugar especial en mi vida. Desde el día que te conocí —por un simple mechero de 1 dólar, quién lo diría— no me imaginaba que esa pequeña coincidencia nos llevaría hasta aquí. No se trata de idealizarte ni de hacer cumplidos exagerados, sino de reconocer algo real: contigo he encontrado una conexión distinta, sincera. Siempre estuviste ahí, demostrándome que a veces, en las cosas más simples, como ese mechero, empiezan las historias que realmente importan. Gracias por cada momento compartido, por ser quien eres y por darle un significado único a lo que construimos juntos. Quizás nunca terminen las casualidades que nos unieron, y me alegra que así sea. Muchas felicidades, Sky. Con aprecio, tu persona especial, Gervont. <3
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  • •●♡ - Lo que para ti es casualidad para mi es una profesia - ♡●•
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    no se me da bien socializar ni de casualidad.
    no se me da bien socializar ni de casualidad.
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  • “ 𝐑𝐞𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐨 𝐡𝐚𝐛𝐞𝐫 𝐭𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨 𝐮𝐧 𝐜𝐨𝐧𝐞𝐣𝐨 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐭𝐮 … ¿𝐃𝐞𝐛𝐞𝐫í𝐚 𝐞𝐬𝐜𝐨𝐧𝐝𝐞𝐫𝐭𝐞? ”







    Su primera mascota fue un conejo blanco. Para un niño de apenas ocho años, aquel animal era el regalo perfecto, el símbolo de una inocencia que aún no había aprendido a temer. Pero también sería la última.

    No entendía del todo a su madre; a menudo, sus ojos lo atravesaban con odio, desprecio y asco. Sin embargo, en la soledad de la noche, lejos de miradas ajenas, ella dejaba dulces y pequeños obsequios acompañados de notas cariñosas.

    En esas notas, le aseguraba que lo amaba, pero que su afecto debía mantenerse en secreto. Decía que era un "juego" y que, al final, habría una gran recompensa. El pequeño niño rubio se aferraba a esas palabras como un náufrago a una tabla, ignorando la confusión que su joven corazón albergaba. Porque, aunque lo emocionaban los gestos de su madre, le dolía la frialdad que mostraba ante los demás. Su padre tampoco era un refugio; lo obligaba a cumplir órdenes que él no entendía ni quería ejecutar.

    Ojalá hubiera sabido que, aquellas notas, nunca fueron escritas por su madre, sino, por su cuidadora Camile.

    Fue una tarde cuando su madre tomo el conejo, se lo arrebato de sus brazos. Antes de que pudiera reaccionar, vio cómo el animal era lanzado al patio, directo al territorio de los perros.

    Los gritos desesperados del niño llenaron el aire. Intentó correr tras Bianca, pero un tirón fuerte en su brazo lo detuvo. Sus pequeños ojos dorados miraron a su madre buscando alguna clase de explicación. Pero en cambio ella lo alzó como si fuera un muñeco de trapo y, sosteniéndolo con fuerza, lo obligó a mirar.

    —No apartes la vista — Las palabras de ella eran frías mientras lo forzaba a presenciar cómo los perros se abalanzaban sobre el pequeño cuerpo del conejo.

    El pequeño niño sollozaba, retorciéndose en un intento inútil por liberarse. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras su voz se quebraba en súplicas. Pero su madre no cedió, sujetándolo con fuerza para que viera el cruel espectáculo hasta el final.

    Cuando los perros se dispersaron, lo dejaron acercarse. Con las manos temblorosas, recogió lo que quedaba de Bianca. Su pequeño cuerpo temblaba, incapaz de articular palabra. Solo el temblor de su labio inferior hablaba de su terror y de la angustia que lo ahogaba.

    Desde lejos, su padre observaba la escena con indiferencia, pero pronto una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios.
    La familia Conti había construido su legado sobre la frialdad, sobre una indiferencia brutal hacia los lazos de sangre. En sus ojos, endurecer la mente de un niño no era cruel; era necesario. Y Alessandro, apenas consciente de lo que significaba llevar ese apellido, estaba a punto de descubrirlo.

    . . .

    El lugar era lúgubre, saturado por los gritos desesperados de personas y las órdenes ásperas de otros. Ryan fijó la vista en la pared de piedra caliza frente a él, manchada de sangre y salpicada de trozos de carne. Su espalda descansaba contra la superficie fría mientras tarareaba una canción, indiferente al caos que lo rodeaba. Su ropa estaba desgarrada y cubierta de suciedad; las heridas en sus piernas palpitaban y una quemadura fresca en su espalda le recordaba lo mal que había terminado el intento de escape.


    Lentamente, sus ojos ámbar se posaron en el cadáver de un hombre corpulento, tendido en un charco de sangre con la cabeza hecha pedazos. A su lado, un martillo, el arma usada para dejarlo sin vida. Una sonrisa torcida apareció en sus labios. Ese hombre no era otro que el primer ex-prometido de su compañera. Había tantos secretos que ella había ocultado, sorpresitas que terminó descubriendo.

    Killman había atacado sin previo aviso, rompiendo el tratado con su padre. Aunque fue su culpa, era su intención después de todo. Solo basto decirle que "Vanya es muy bonita, tanto que la hice mi novia" "Oye, ¿Te gustaria ser el padrino de bodas?" y ese bastardo perdio la cabeza por completo. Obviamente todo era mentira, ella no era nada mas que su amiga, pero sabia donde golpear para que un hombre perdiera la cabeza. Golpear su orgullo. "Ella si se quiere casar conmigo, al menos podremos tener hijos bonitos ¿No lo crees?"

    Volvio a reir al solo recordar aquello. Risa que no duro mucho.

    — Creo que ya vienen por nosotros —murmuró al escuchar pasos apresurados acercándose.

    Su tono tranquilo y sereno tenía algo profundamente inquietante.

    — Nos van a llevar a una de las propiedades de Fabrizio —añadió.

    Esperó, pero no obtuvo respuesta. Su mirada se desvió hacia su compañera, quien yacía inmóvil a su lado. Ryan tomó su mano, notándola helada, sin vida. Sin embargo, no parecía alarmado. Solo tenía que esperar unos minutos.

    — Será mejor que despiertes. Te cargaría, pero mi espalda aún duele. La quemadura sigue latiendo, y tengo suerte de que mis pulmones no hayan explotado.

    Hizo una pausa, sus labios curvándose en una sonrisa casi divertida, no pudo evitar reír un poco.

    — Tenemos que volver con los chicos. Kiev y Rubí estarán molestos si seguimos aquí. Vayamos con Fabrizio y, una vez recompuestos, busquemos cómo volver a huir.

    Le dio unas suaves palmaditas en la mejilla. En ese momento, la puerta metálica se abrió de golpe. La luz de las linternas lo obligó a cerrar los ojos un instante mientras se acostumbraba al resplandor. Unos hombres armados entraron, soltando suspiros de alivio al ver que el hijo de su jefe seguía con vida. Fue entonces cuando el cuerpo de su compañera comenzó a moverse.

    . . .

    La mansión de los Conti permanecía oculta tras un extenso bosque, con altos muros que separaban la naturaleza salvaje de la fría opulencia de la propiedad. Era un lugar diseñado tanto para proteger como para encerrar.

    Estaba en el jardín, bebiendo té mientras miraba las murallas. La pelinegra estaba en una de las habitaciones.

    — Esto me trae recuerdos... —murmuró con una sonrisa —. Cuando tenía doce años, mi madre me lanzó a los lobos para matarme. Mi padre lo sabía y decidió usarlo como una lección.

    Bebió un sorbo de té antes de añadir con tono casual.

    — Así que la usé de carnada y corrí de vuelta mientras ellos se la comían. Lindos recuerdos.

    Sonrió aunque no pudo evitar reír ante lo recordado, la servidumbre permanecía inmóvil, escuchando la retorcida historia. Ryan volteo a mirarlos unos segundos, antes de volver su mirada en su zapato, habia un conejito ahi. No dijo nada, pero si le parecio curioso. — ¿Bianca? — Sabia que no era ella, pero era tan idéntica, bueno, era un simple conejo blanco.

    “ 𝐑𝐞𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐨 𝐡𝐚𝐛𝐞𝐫 𝐭𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨 𝐮𝐧 𝐜𝐨𝐧𝐞𝐣𝐨 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐭𝐮 … ¿𝐃𝐞𝐛𝐞𝐫í𝐚 𝐞𝐬𝐜𝐨𝐧𝐝𝐞𝐫𝐭𝐞? ” Su primera mascota fue un conejo blanco. Para un niño de apenas ocho años, aquel animal era el regalo perfecto, el símbolo de una inocencia que aún no había aprendido a temer. Pero también sería la última. No entendía del todo a su madre; a menudo, sus ojos lo atravesaban con odio, desprecio y asco. Sin embargo, en la soledad de la noche, lejos de miradas ajenas, ella dejaba dulces y pequeños obsequios acompañados de notas cariñosas. En esas notas, le aseguraba que lo amaba, pero que su afecto debía mantenerse en secreto. Decía que era un "juego" y que, al final, habría una gran recompensa. El pequeño niño rubio se aferraba a esas palabras como un náufrago a una tabla, ignorando la confusión que su joven corazón albergaba. Porque, aunque lo emocionaban los gestos de su madre, le dolía la frialdad que mostraba ante los demás. Su padre tampoco era un refugio; lo obligaba a cumplir órdenes que él no entendía ni quería ejecutar. Ojalá hubiera sabido que, aquellas notas, nunca fueron escritas por su madre, sino, por su cuidadora Camile. Fue una tarde cuando su madre tomo el conejo, se lo arrebato de sus brazos. Antes de que pudiera reaccionar, vio cómo el animal era lanzado al patio, directo al territorio de los perros. Los gritos desesperados del niño llenaron el aire. Intentó correr tras Bianca, pero un tirón fuerte en su brazo lo detuvo. Sus pequeños ojos dorados miraron a su madre buscando alguna clase de explicación. Pero en cambio ella lo alzó como si fuera un muñeco de trapo y, sosteniéndolo con fuerza, lo obligó a mirar. —No apartes la vista — Las palabras de ella eran frías mientras lo forzaba a presenciar cómo los perros se abalanzaban sobre el pequeño cuerpo del conejo. El pequeño niño sollozaba, retorciéndose en un intento inútil por liberarse. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras su voz se quebraba en súplicas. Pero su madre no cedió, sujetándolo con fuerza para que viera el cruel espectáculo hasta el final. Cuando los perros se dispersaron, lo dejaron acercarse. Con las manos temblorosas, recogió lo que quedaba de Bianca. Su pequeño cuerpo temblaba, incapaz de articular palabra. Solo el temblor de su labio inferior hablaba de su terror y de la angustia que lo ahogaba. Desde lejos, su padre observaba la escena con indiferencia, pero pronto una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios. La familia Conti había construido su legado sobre la frialdad, sobre una indiferencia brutal hacia los lazos de sangre. En sus ojos, endurecer la mente de un niño no era cruel; era necesario. Y Alessandro, apenas consciente de lo que significaba llevar ese apellido, estaba a punto de descubrirlo. . . . El lugar era lúgubre, saturado por los gritos desesperados de personas y las órdenes ásperas de otros. Ryan fijó la vista en la pared de piedra caliza frente a él, manchada de sangre y salpicada de trozos de carne. Su espalda descansaba contra la superficie fría mientras tarareaba una canción, indiferente al caos que lo rodeaba. Su ropa estaba desgarrada y cubierta de suciedad; las heridas en sus piernas palpitaban y una quemadura fresca en su espalda le recordaba lo mal que había terminado el intento de escape. Lentamente, sus ojos ámbar se posaron en el cadáver de un hombre corpulento, tendido en un charco de sangre con la cabeza hecha pedazos. A su lado, un martillo, el arma usada para dejarlo sin vida. Una sonrisa torcida apareció en sus labios. Ese hombre no era otro que el primer ex-prometido de su compañera. Había tantos secretos que ella había ocultado, sorpresitas que terminó descubriendo. Killman había atacado sin previo aviso, rompiendo el tratado con su padre. Aunque fue su culpa, era su intención después de todo. Solo basto decirle que "Vanya es muy bonita, tanto que la hice mi novia" "Oye, ¿Te gustaria ser el padrino de bodas?" y ese bastardo perdio la cabeza por completo. Obviamente todo era mentira, ella no era nada mas que su amiga, pero sabia donde golpear para que un hombre perdiera la cabeza. Golpear su orgullo. "Ella si se quiere casar conmigo, al menos podremos tener hijos bonitos ¿No lo crees?" Volvio a reir al solo recordar aquello. Risa que no duro mucho. — Creo que ya vienen por nosotros —murmuró al escuchar pasos apresurados acercándose. Su tono tranquilo y sereno tenía algo profundamente inquietante. — Nos van a llevar a una de las propiedades de Fabrizio —añadió. Esperó, pero no obtuvo respuesta. Su mirada se desvió hacia su compañera, quien yacía inmóvil a su lado. Ryan tomó su mano, notándola helada, sin vida. Sin embargo, no parecía alarmado. Solo tenía que esperar unos minutos. — Será mejor que despiertes. Te cargaría, pero mi espalda aún duele. La quemadura sigue latiendo, y tengo suerte de que mis pulmones no hayan explotado. Hizo una pausa, sus labios curvándose en una sonrisa casi divertida, no pudo evitar reír un poco. — Tenemos que volver con los chicos. Kiev y Rubí estarán molestos si seguimos aquí. Vayamos con Fabrizio y, una vez recompuestos, busquemos cómo volver a huir. Le dio unas suaves palmaditas en la mejilla. En ese momento, la puerta metálica se abrió de golpe. La luz de las linternas lo obligó a cerrar los ojos un instante mientras se acostumbraba al resplandor. Unos hombres armados entraron, soltando suspiros de alivio al ver que el hijo de su jefe seguía con vida. Fue entonces cuando el cuerpo de su compañera comenzó a moverse. . . . La mansión de los Conti permanecía oculta tras un extenso bosque, con altos muros que separaban la naturaleza salvaje de la fría opulencia de la propiedad. Era un lugar diseñado tanto para proteger como para encerrar. Estaba en el jardín, bebiendo té mientras miraba las murallas. La pelinegra estaba en una de las habitaciones. — Esto me trae recuerdos... —murmuró con una sonrisa —. Cuando tenía doce años, mi madre me lanzó a los lobos para matarme. Mi padre lo sabía y decidió usarlo como una lección. Bebió un sorbo de té antes de añadir con tono casual. — Así que la usé de carnada y corrí de vuelta mientras ellos se la comían. Lindos recuerdos. Sonrió aunque no pudo evitar reír ante lo recordado, la servidumbre permanecía inmóvil, escuchando la retorcida historia. Ryan volteo a mirarlos unos segundos, antes de volver su mirada en su zapato, habia un conejito ahi. No dijo nada, pero si le parecio curioso. — ¿Bianca? — Sabia que no era ella, pero era tan idéntica, bueno, era un simple conejo blanco.
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  • Me pregunto si tengo admiradores por aquí. Es pura casualidad.
    🤔 Me pregunto si tengo admiradores por aquí. Es pura casualidad.
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  • Cena incomoda y controlada
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    Era una noche tranquila en el restaurante, el ambiente cálido con luces suaves que iluminaban los pequeños detalles de la decoración. Agatha se encontraba sentada en una mesa elegante, ajustando con sutileza su colgante favorito, un regalo de su madre que, sin saberlo, albergaba una pequeña cámara instalada por Ryo, su leal guardaespaldas. Aunque Agatha nunca había hablado de estas citas, sus amigas habían insistido en organizarla, y algo en su interior le decía que había sido una mala idea no haberle mencionado nada a Ryo. "Solo será una cena", pensaba, intentando calmar su conciencia.

    Un mes de planes para hacer algo distinto, algo "divertido", y sus amigas lo habían convencido. Lo que Agatha no sabía era que Ryo había decidido ser cauteloso y no dejarla ir sin estar cerca de alguna forma, aunque no se lo hubiera dicho.

    De repente, el hombre llegó: Sebastian, alto, con una sonrisa arrogante y el aire de alguien que siempre se cree el centro de atención. Su paso firme resonó al acercarse, y Agatha se sintió instantáneamente incómoda.

    —Agatha —dijo con un tono altanero, extendiendo la mano—. Encantado de verte por fin fuera de tus... quehaceres domésticos. Me imaginaba que ser ama de llaves no te dejaría tanto tiempo libre.

    Agatha forzó una sonrisa, el corazón latiendo más rápido de lo que le gustaría admitir. Había algo en su tono que la hizo sentir algo pequeña.

    —Encantada, Sebastian —respondió, estrechando su mano brevemente y, a pesar de la sensación de incomodidad, haciendo todo lo posible por mantener la calma.

    Se sentaron, y él comenzó a hablar sin cesar sobre sus logros y las fiestas en las que había estado, como si quisiera demostrarle que su vida era mucho más interesante que la de ella. Agatha trató de no sentirse abrumada. Ella no tenía mucho que compartir sobre grandes fiestas o viajes lujosos, solo su tranquila vida de trabajo en casa y su pequeño círculo de amigos.

    Mientras el camarero servía el vino, él comenzó a hablar más sobre sí mismo, con una sonrisa burlona.

    —Siempre he pensado que las mujeres que trabajan en la casa son bastante... limitadas —comentó, tomando un sorbo de su copa, mirando a Agatha con una mezcla de curiosidad y desdén—. Aunque, claro, debe ser interesante ver cómo se pueden organizar tantas cosas al mismo tiempo. ¿No te resulta aburrido? ¿Todo el tiempo con las mismas rutinas?

    Agatha sintió una leve punzada de incomodidad, pero decidió mantener la calma. La pequeña mentira que se había dicho a sí misma se reafirmó: "Solo es una cena."

    —Bueno, mi trabajo tiene sus retos —respondió, procurando no sonar defensiva. Miró la copa de vino antes de dar un sorbo, sintiendo la presión de mantener una conversación normal a pesar de la creciente incomodidad.

    —Sí, claro —dijo él, levantando una ceja con una sonrisa presuntuosa—. Pero, en serio, ¿cómo te las arreglas para no aburrirte? Debe ser una vida monótona, ¿no? —Se recostó en la silla, observándola con esa mirada superior que parecía evaluar cada palabra que ella decía—. ¿Algún pasatiempo interesante fuera de limpiar?

    El comentario le golpeó, y Agatha sintió un leve calor en sus mejillas. Sin embargo, no quería que él notara lo que realmente pensaba.

    —No todo es tan... limitado, como lo ves. Los pequeños detalles tienen su valor —respondió con suavidad, pero sin perder el control.

    —¿Pequeños detalles? —se rió él, negando con la cabeza de forma despectiva—. No sé, Agatha, parece que has invertido tu vida en una ocupación... algo mediocre. No puedo imaginarme perdiendo el tiempo con algo tan trivial.

    El tono de Sebastian comenzó a volverse más directo, casi desafiante. Agatha, aunque algo alterada por sus palabras, trató de mantenerse serena. La incomodidad se intensificaba con cada palabra.

    —¿Sabes? A veces me pregunto qué pasaría si fueras un poco más... abierta con tus... pasatiempos. Tal vez una vida menos... reservada podría ser más... satisfactoria.

    La cercanía de su mirada la hizo sentir aún más incómoda. La inclinación hacia ella no era casual, y Agatha empezó a percibir que él no solo estaba hablando de su trabajo, sino también de su vida personal.

    —Creo que prefiero disfrutar de las cosas sencillas —respondió con voz firme, sin saber cómo defenderse sin sonar arrogante, mientras intentaba alejar su silla un poco.

    —¿Sencillas? —insistió él, acercándose un poco más, su tono volviéndose más atrevido—. Agatha, por favor, no te pongas tan... recatada. Estoy seguro de que hay mucho más en ti que un trabajo aburrido y tu vida en esta... casa. Tal vez me equivoqué contigo.

    De repente, ella sintió que el ambiente se volvía pesado, como si no pudiera respirar correctamente. El tono de él, su mirada invasiva, todo eso la hacía sentir vulnerable. Agatha tenía la sensación de que algo no iba bien, pero no quería ser grosera ni levantar sospechas. Aunque en el fondo deseaba poder salir corriendo, se obligó a mantenerse en su lugar.

    El peso del colgante sobre su cuello comenzó a sentirse cada vez más pesado, pero no lo pensó mucho. De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que la cámara dentro de él estaba transmitiendo en vivo a Ryo, quien observaba la escena con creciente preocupación desde su posición cercana en otro lugar.

    Agatha, forzando una sonrisa, trató de poner fin a la velada de la manera más educada posible.

    —Creo que es mejor que dejemos esto aquí, Sebastian —dijo, poniendo su copa con delicadeza sobre la mesa. La incomodidad se notaba claramente en su rostro.

    Sebastian frunció el ceño, desconcertado por su repentina frialdad.

    —¿Qué? ¿Ya te vas? Pero si apenas hemos comenzado.

    Agatha se levantó lentamente, evitando su mirada. Su corazón latía más rápido que nunca.

    —Creo que me ha dado suficiente... compañía por esta noche —respondió, sus palabras saliendo con una firmeza que no sentía realmente. Necesitaba irse, y lo sabía.

    Un silencio incómodo se apoderó de la mesa mientras ella se retiraba, deseando no haber tenido que lidiar con esta situación. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía identificar exactamente qué. La sensación de que algo la observaba, como si estuviera siendo vigilada, la hizo sentirse aún más incómoda.

    Cuando salió del restaurante, la pequeña mentira que se decía a sí misma resonaba una vez más: "Solo era una cena."

    Agatha se levantó de la mesa con rapidez, su corazón latiendo más fuerte de lo que había imaginado. Sin mirarlo directamente, comenzó a caminar hacia la salida, intentando mantener la compostura. La incomodidad de la conversación, la presión de sus palabras y la actitud invasiva de Sebastian la habían dejado agotada, y solo deseaba llegar a su coche, alejarse de esa situación.

    Pero antes de que pudiera llegar al umbral de la puerta, escuchó sus pasos detrás de ella. Sebastian la había seguido.

    —¡Agatha! —llamó con tono alto, casi desafiante, mientras se acercaba rápidamente. —¿Ya te vas? ¿A dónde crees que vas tan pronto? La noche apenas ha comenzado, y ni siquiera has probado el plato principal. No puedes irte así.

    Agatha detuvo su paso en seco, sintiendo la presión de su presencia detrás de ella. Giró lentamente, intentando mostrar calma, aunque su estómago estaba revuelto.

    —Creo que ya he tenido suficiente —dijo, su voz más firme de lo que se sentía. Mantuvo la mirada baja, evitando que él pudiera ver la ansiedad que empezaba a brotar.

    Sebastian sonrió, pero no con la amabilidad que había pretendido al principio. Era una sonrisa burlona, llena de presunción.

    —¿De verdad crees que puedes irte así, sin más? No me hagas esto, Agatha. Sé que tú y yo podemos... disfrutar mucho más de esta noche. Lo que no te he mostrado aún puede interesarte, créeme. Hay tantas cosas que podríamos compartir.

    El tono con el que lo decía era tan insistente que Agatha sintió una corriente fría recorrer su espalda. Se estaba acercando más de lo que debería, demasiado cerca.

    —Te lo agradezco, pero... no estoy interesada —respondió, casi sin aliento, con la voz temblando un poco. La sensación de incomodidad se transformaba rápidamente en algo más angustiante, un nudo en su estómago que le impedía moverse con total libertad.

    Sebastian, sin embargo, no parecía dispuesto a rendirse. Dio un paso más hacia ella, tocando levemente su brazo con una mano.

    —Es solo una cena, Agatha. No te hagas la difícil.

    Pero Agatha, asustada y repentinamente decidida, retrocedió un paso, alejándose de su toque. La última chispa de su cordura se encendió en ese instante.

    —Déjame ir, Sebastian. No quiero seguir con esto —dijo con firmeza, sin dejar que su miedo la dominara completamente. La puerta del restaurante estaba tan cerca, y con ella, la oportunidad de escapar de esa situación incómoda.

    Sin embargo, antes de que pudiera dar otro paso, escuchó la puerta abrirse rápidamente. El sonido de unos pasos firmes acercándose la hizo girarse, y en ese momento vio a un hombre, su figura imponente y el rostro tan tranquilo como peligroso, salir del restaurante. Un escalofrío recorrió su espalda al reconocer la postura firme y segura de quien se acercaba, pero no estaba segura de quién era.

    Sebastian se detuvo al instante al ver la mirada penetrante del hombre, que lo observaba con calma, como si evaluara la situación. No hubo palabras, pero el aire cambió, y la tensión entre los tres se palpaba. El desconocido se mantuvo en silencio, simplemente de pie a un lado de Agatha, vigilando a Sebastian con una quietud que no dejaba lugar a dudas.

    Sebastian, incómodo, miró al hombre una vez más, luego a Agatha, y finalmente, dio un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición. Con una última mirada cargada de frustración, dio media vuelta y se alejó rápidamente, sin decir una palabra.

    Agatha permaneció en silencio, el alivio llegando en oleadas mientras veía cómo Sebastian se alejaba. El hombre que había intervenido no se movió, pero Agatha sintió su presencia como una barrera protectora entre ella y la amenaza que había sido la cita.

    Después de unos momentos, el hombre hizo un leve gesto hacia ella, indicando que podía irse. Agatha, aún con el corazón acelerado, asintió con una mirada agradecida. Sin palabras, comenzó a caminar hacia la salida, y él la siguió de cerca, manteniendo su paso tranquilo y seguro.
    Era una noche tranquila en el restaurante, el ambiente cálido con luces suaves que iluminaban los pequeños detalles de la decoración. Agatha se encontraba sentada en una mesa elegante, ajustando con sutileza su colgante favorito, un regalo de su madre que, sin saberlo, albergaba una pequeña cámara instalada por Ryo, su leal guardaespaldas. Aunque Agatha nunca había hablado de estas citas, sus amigas habían insistido en organizarla, y algo en su interior le decía que había sido una mala idea no haberle mencionado nada a Ryo. "Solo será una cena", pensaba, intentando calmar su conciencia. Un mes de planes para hacer algo distinto, algo "divertido", y sus amigas lo habían convencido. Lo que Agatha no sabía era que Ryo había decidido ser cauteloso y no dejarla ir sin estar cerca de alguna forma, aunque no se lo hubiera dicho. De repente, el hombre llegó: Sebastian, alto, con una sonrisa arrogante y el aire de alguien que siempre se cree el centro de atención. Su paso firme resonó al acercarse, y Agatha se sintió instantáneamente incómoda. —Agatha —dijo con un tono altanero, extendiendo la mano—. Encantado de verte por fin fuera de tus... quehaceres domésticos. Me imaginaba que ser ama de llaves no te dejaría tanto tiempo libre. Agatha forzó una sonrisa, el corazón latiendo más rápido de lo que le gustaría admitir. Había algo en su tono que la hizo sentir algo pequeña. —Encantada, Sebastian —respondió, estrechando su mano brevemente y, a pesar de la sensación de incomodidad, haciendo todo lo posible por mantener la calma. Se sentaron, y él comenzó a hablar sin cesar sobre sus logros y las fiestas en las que había estado, como si quisiera demostrarle que su vida era mucho más interesante que la de ella. Agatha trató de no sentirse abrumada. Ella no tenía mucho que compartir sobre grandes fiestas o viajes lujosos, solo su tranquila vida de trabajo en casa y su pequeño círculo de amigos. Mientras el camarero servía el vino, él comenzó a hablar más sobre sí mismo, con una sonrisa burlona. —Siempre he pensado que las mujeres que trabajan en la casa son bastante... limitadas —comentó, tomando un sorbo de su copa, mirando a Agatha con una mezcla de curiosidad y desdén—. Aunque, claro, debe ser interesante ver cómo se pueden organizar tantas cosas al mismo tiempo. ¿No te resulta aburrido? ¿Todo el tiempo con las mismas rutinas? Agatha sintió una leve punzada de incomodidad, pero decidió mantener la calma. La pequeña mentira que se había dicho a sí misma se reafirmó: "Solo es una cena." —Bueno, mi trabajo tiene sus retos —respondió, procurando no sonar defensiva. Miró la copa de vino antes de dar un sorbo, sintiendo la presión de mantener una conversación normal a pesar de la creciente incomodidad. —Sí, claro —dijo él, levantando una ceja con una sonrisa presuntuosa—. Pero, en serio, ¿cómo te las arreglas para no aburrirte? Debe ser una vida monótona, ¿no? —Se recostó en la silla, observándola con esa mirada superior que parecía evaluar cada palabra que ella decía—. ¿Algún pasatiempo interesante fuera de limpiar? El comentario le golpeó, y Agatha sintió un leve calor en sus mejillas. Sin embargo, no quería que él notara lo que realmente pensaba. —No todo es tan... limitado, como lo ves. Los pequeños detalles tienen su valor —respondió con suavidad, pero sin perder el control. —¿Pequeños detalles? —se rió él, negando con la cabeza de forma despectiva—. No sé, Agatha, parece que has invertido tu vida en una ocupación... algo mediocre. No puedo imaginarme perdiendo el tiempo con algo tan trivial. El tono de Sebastian comenzó a volverse más directo, casi desafiante. Agatha, aunque algo alterada por sus palabras, trató de mantenerse serena. La incomodidad se intensificaba con cada palabra. —¿Sabes? A veces me pregunto qué pasaría si fueras un poco más... abierta con tus... pasatiempos. Tal vez una vida menos... reservada podría ser más... satisfactoria. La cercanía de su mirada la hizo sentir aún más incómoda. La inclinación hacia ella no era casual, y Agatha empezó a percibir que él no solo estaba hablando de su trabajo, sino también de su vida personal. —Creo que prefiero disfrutar de las cosas sencillas —respondió con voz firme, sin saber cómo defenderse sin sonar arrogante, mientras intentaba alejar su silla un poco. —¿Sencillas? —insistió él, acercándose un poco más, su tono volviéndose más atrevido—. Agatha, por favor, no te pongas tan... recatada. Estoy seguro de que hay mucho más en ti que un trabajo aburrido y tu vida en esta... casa. Tal vez me equivoqué contigo. De repente, ella sintió que el ambiente se volvía pesado, como si no pudiera respirar correctamente. El tono de él, su mirada invasiva, todo eso la hacía sentir vulnerable. Agatha tenía la sensación de que algo no iba bien, pero no quería ser grosera ni levantar sospechas. Aunque en el fondo deseaba poder salir corriendo, se obligó a mantenerse en su lugar. El peso del colgante sobre su cuello comenzó a sentirse cada vez más pesado, pero no lo pensó mucho. De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que la cámara dentro de él estaba transmitiendo en vivo a Ryo, quien observaba la escena con creciente preocupación desde su posición cercana en otro lugar. Agatha, forzando una sonrisa, trató de poner fin a la velada de la manera más educada posible. —Creo que es mejor que dejemos esto aquí, Sebastian —dijo, poniendo su copa con delicadeza sobre la mesa. La incomodidad se notaba claramente en su rostro. Sebastian frunció el ceño, desconcertado por su repentina frialdad. —¿Qué? ¿Ya te vas? Pero si apenas hemos comenzado. Agatha se levantó lentamente, evitando su mirada. Su corazón latía más rápido que nunca. —Creo que me ha dado suficiente... compañía por esta noche —respondió, sus palabras saliendo con una firmeza que no sentía realmente. Necesitaba irse, y lo sabía. Un silencio incómodo se apoderó de la mesa mientras ella se retiraba, deseando no haber tenido que lidiar con esta situación. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía identificar exactamente qué. La sensación de que algo la observaba, como si estuviera siendo vigilada, la hizo sentirse aún más incómoda. Cuando salió del restaurante, la pequeña mentira que se decía a sí misma resonaba una vez más: "Solo era una cena." Agatha se levantó de la mesa con rapidez, su corazón latiendo más fuerte de lo que había imaginado. Sin mirarlo directamente, comenzó a caminar hacia la salida, intentando mantener la compostura. La incomodidad de la conversación, la presión de sus palabras y la actitud invasiva de Sebastian la habían dejado agotada, y solo deseaba llegar a su coche, alejarse de esa situación. Pero antes de que pudiera llegar al umbral de la puerta, escuchó sus pasos detrás de ella. Sebastian la había seguido. —¡Agatha! —llamó con tono alto, casi desafiante, mientras se acercaba rápidamente. —¿Ya te vas? ¿A dónde crees que vas tan pronto? La noche apenas ha comenzado, y ni siquiera has probado el plato principal. No puedes irte así. Agatha detuvo su paso en seco, sintiendo la presión de su presencia detrás de ella. Giró lentamente, intentando mostrar calma, aunque su estómago estaba revuelto. —Creo que ya he tenido suficiente —dijo, su voz más firme de lo que se sentía. Mantuvo la mirada baja, evitando que él pudiera ver la ansiedad que empezaba a brotar. Sebastian sonrió, pero no con la amabilidad que había pretendido al principio. Era una sonrisa burlona, llena de presunción. —¿De verdad crees que puedes irte así, sin más? No me hagas esto, Agatha. Sé que tú y yo podemos... disfrutar mucho más de esta noche. Lo que no te he mostrado aún puede interesarte, créeme. Hay tantas cosas que podríamos compartir. El tono con el que lo decía era tan insistente que Agatha sintió una corriente fría recorrer su espalda. Se estaba acercando más de lo que debería, demasiado cerca. —Te lo agradezco, pero... no estoy interesada —respondió, casi sin aliento, con la voz temblando un poco. La sensación de incomodidad se transformaba rápidamente en algo más angustiante, un nudo en su estómago que le impedía moverse con total libertad. Sebastian, sin embargo, no parecía dispuesto a rendirse. Dio un paso más hacia ella, tocando levemente su brazo con una mano. —Es solo una cena, Agatha. No te hagas la difícil. Pero Agatha, asustada y repentinamente decidida, retrocedió un paso, alejándose de su toque. La última chispa de su cordura se encendió en ese instante. —Déjame ir, Sebastian. No quiero seguir con esto —dijo con firmeza, sin dejar que su miedo la dominara completamente. La puerta del restaurante estaba tan cerca, y con ella, la oportunidad de escapar de esa situación incómoda. Sin embargo, antes de que pudiera dar otro paso, escuchó la puerta abrirse rápidamente. El sonido de unos pasos firmes acercándose la hizo girarse, y en ese momento vio a un hombre, su figura imponente y el rostro tan tranquilo como peligroso, salir del restaurante. Un escalofrío recorrió su espalda al reconocer la postura firme y segura de quien se acercaba, pero no estaba segura de quién era. Sebastian se detuvo al instante al ver la mirada penetrante del hombre, que lo observaba con calma, como si evaluara la situación. No hubo palabras, pero el aire cambió, y la tensión entre los tres se palpaba. El desconocido se mantuvo en silencio, simplemente de pie a un lado de Agatha, vigilando a Sebastian con una quietud que no dejaba lugar a dudas. Sebastian, incómodo, miró al hombre una vez más, luego a Agatha, y finalmente, dio un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición. Con una última mirada cargada de frustración, dio media vuelta y se alejó rápidamente, sin decir una palabra. Agatha permaneció en silencio, el alivio llegando en oleadas mientras veía cómo Sebastian se alejaba. El hombre que había intervenido no se movió, pero Agatha sintió su presencia como una barrera protectora entre ella y la amenaza que había sido la cita. Después de unos momentos, el hombre hizo un leve gesto hacia ella, indicando que podía irse. Agatha, aún con el corazón acelerado, asintió con una mirada agradecida. Sin palabras, comenzó a caminar hacia la salida, y él la siguió de cerca, manteniendo su paso tranquilo y seguro.
    Tipo
    Grupal
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    Estado
    Disponible
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  • —El jardín era amplio, impecable, y bañado por la suave luz del mediodía. Las mesas estaban dispuestas con una perfección casi obsesiva, adornadas con flores frescas y vajilla de porcelana que reflejaba el brillo del sol. El evento parecía sacado de una revista de lujo.

    La chica observaba desde la sombra de un limonero mientras los invitados se congregaban alrededor de la larga mesa principal. Conversaciones llenas de risas educadas y comentarios sobre la última tendencia en la bolsa de valores llenaban el aire. Ella había llegado temprano, como siempre, ayudando a supervisar los detalles finales. No era su trabajo, pero alguien tenía que hacerlo.

    —¿Estás disfrutando? —preguntó él, apareciendo a su lado con dos copas de vino. Su sonrisa era tan encantadora como siempre, pero ella la veía cada vez más como una máscara.

    —Claro —mintió, aceptando la copa y fingiendo un interés que ya no sentía.

    Él no pareció notar la falsedad en su respuesta. Dio un sorbo a su copa y giró su atención al grupo más cercano, donde un par de empresarios discutían sobre mercados emergentes. Ella sabía lo que vendría después: él se deslizaría entre las conversaciones, tejiendo su red de contactos y cerrando acuerdos disfrazados de charlas casuales.

    Desde fuera, todo parecía una simple reunión social. Pero para ella, las reuniones de mediodía tenían una cualidad distinta a las fiestas nocturnas. Durante la noche, al menos, había algo de desenfreno y diversión. Durante el día, las transacciones eran más evidentes. Aquí se trazaban líneas invisibles de poder y se intercambiaban promesas con sonrisas calculadas.

    Mientras los platos principales se servían y la charla se hacía más animada, él desapareció, como era habitual. Probablemente en el estudio, con una puerta cerrada y un selecto grupo de personas que no estaban allí por casualidad.

    Ella miró su plato, el filet mignon perfectamente cocinado, y sintió que apenas podía probarlo. ¿Qué estaba haciendo allí realmente?

    Levantándose con un gesto discreto, se escabulló hacia la casa. La fiesta seguiría sin ella. Nadie notaría su ausencia, ni siquiera él, demasiado ocupado cerrando tratos para percatarse de que la chica que lo había acompañado a tantas de estas reuniones ya no estaba dispuesta a ser solo parte del decorado.—


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    —El jardín era amplio, impecable, y bañado por la suave luz del mediodía. Las mesas estaban dispuestas con una perfección casi obsesiva, adornadas con flores frescas y vajilla de porcelana que reflejaba el brillo del sol. El evento parecía sacado de una revista de lujo. La chica observaba desde la sombra de un limonero mientras los invitados se congregaban alrededor de la larga mesa principal. Conversaciones llenas de risas educadas y comentarios sobre la última tendencia en la bolsa de valores llenaban el aire. Ella había llegado temprano, como siempre, ayudando a supervisar los detalles finales. No era su trabajo, pero alguien tenía que hacerlo. —¿Estás disfrutando? —preguntó él, apareciendo a su lado con dos copas de vino. Su sonrisa era tan encantadora como siempre, pero ella la veía cada vez más como una máscara. —Claro —mintió, aceptando la copa y fingiendo un interés que ya no sentía. Él no pareció notar la falsedad en su respuesta. Dio un sorbo a su copa y giró su atención al grupo más cercano, donde un par de empresarios discutían sobre mercados emergentes. Ella sabía lo que vendría después: él se deslizaría entre las conversaciones, tejiendo su red de contactos y cerrando acuerdos disfrazados de charlas casuales. Desde fuera, todo parecía una simple reunión social. Pero para ella, las reuniones de mediodía tenían una cualidad distinta a las fiestas nocturnas. Durante la noche, al menos, había algo de desenfreno y diversión. Durante el día, las transacciones eran más evidentes. Aquí se trazaban líneas invisibles de poder y se intercambiaban promesas con sonrisas calculadas. Mientras los platos principales se servían y la charla se hacía más animada, él desapareció, como era habitual. Probablemente en el estudio, con una puerta cerrada y un selecto grupo de personas que no estaban allí por casualidad. Ella miró su plato, el filet mignon perfectamente cocinado, y sintió que apenas podía probarlo. ¿Qué estaba haciendo allí realmente? Levantándose con un gesto discreto, se escabulló hacia la casa. La fiesta seguiría sin ella. Nadie notaría su ausencia, ni siquiera él, demasiado ocupado cerrando tratos para percatarse de que la chica que lo había acompañado a tantas de estas reuniones ya no estaba dispuesta a ser solo parte del decorado.— #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • Another Sick
    Fandom Cualquiera.
    Categoría Otros
    Noche de pecados, noche de excesos, noche de vicios. La ciudad presenta un cielo nocturno carente del brillo de las estrellas, parcialmente nublado y sin luna. El viento recorre sus calles, infiltrándose en sus deplorables callejones y propagando su peste a cada rincón que aún pueda considerarse puro. En su largo y ancho, hay fiestas, pero nos centraremos en una en particular, preocupantemente alejada de la mano de Dios, oculta de la cuestionable libertad de la sociedad, donde hay paredes con oídos que lo escuchan todo y bocas que impiden el escape de cualquier ruido. Allí, en el subterráneo abandonado, gente de todas las clases sociales, desde la baja hasta la alta, se reúne en busca de sentirse genuinamente libres, huyendo de la monotonía que los rodea.

    Quien te invita es el destino mismo, la casualidad de haber seguido a alguien más o de tener una amistad dudosa que asiste a ese tipo de fiestas. Ahí adentro ocurre de todo, desde lo sorprendente hasta lo preocupante. Es un espectáculo de luces, destellos por todos lados y de todos los colores, música a todo volumen que mueve los huesos, junto con olores variados que solo hacen que el evento pueda describirse con una palabra: psicodélico.

    Máquinas de humo, parlantes gigantes, barra de bebidas e incluso un extraño carrito donde la gente consigue bolsitas rebosantes de yerba y polvo blanquecino. Desentona con el lugar, pero nadie parece quejarse.

    Que no te sorprenda sentir una que otra mano traviesa, pues allí se pierde el sentido de lo común. Que no te parezca raro encontrar parejas de todo tipo, totalmente cariñosos, pues allí aprenden a olvidar el concepto de la vergüenza.

    En pleno apogeo, rodeados de personas eufóricas, dos hombres intercambian golpes a diestra y siniestra, con notable torpeza, en un intento de vencer al otro. Uno de ellos destaca por sus tatuajes, por esas cruces negras que rodean sus brazos, y su mirada de brillantes faros dorados. El público los alienta, gritan como simios amantes de la violencia, los encierran en un círculo de muerte.

    Fue un mano a mano, hasta que alguien del público consideró que era buena idea armar a uno de los peleadores con una botella de vidrio vacía. El de los ojos de oro no alcanzó a reaccionar, no tuvo tiempo para esquivar el botellazo que le dieron en toda la cabeza. Pero, en contra de todo pronóstico, se mantuvo de pie, con casi que una docena de fragmentos de vidrio incrustados en su rostro que fue lentamente adornado con el rojo carmesí de su propia sangre.
    Noche de pecados, noche de excesos, noche de vicios. La ciudad presenta un cielo nocturno carente del brillo de las estrellas, parcialmente nublado y sin luna. El viento recorre sus calles, infiltrándose en sus deplorables callejones y propagando su peste a cada rincón que aún pueda considerarse puro. En su largo y ancho, hay fiestas, pero nos centraremos en una en particular, preocupantemente alejada de la mano de Dios, oculta de la cuestionable libertad de la sociedad, donde hay paredes con oídos que lo escuchan todo y bocas que impiden el escape de cualquier ruido. Allí, en el subterráneo abandonado, gente de todas las clases sociales, desde la baja hasta la alta, se reúne en busca de sentirse genuinamente libres, huyendo de la monotonía que los rodea. Quien te invita es el destino mismo, la casualidad de haber seguido a alguien más o de tener una amistad dudosa que asiste a ese tipo de fiestas. Ahí adentro ocurre de todo, desde lo sorprendente hasta lo preocupante. Es un espectáculo de luces, destellos por todos lados y de todos los colores, música a todo volumen que mueve los huesos, junto con olores variados que solo hacen que el evento pueda describirse con una palabra: psicodélico. Máquinas de humo, parlantes gigantes, barra de bebidas e incluso un extraño carrito donde la gente consigue bolsitas rebosantes de yerba y polvo blanquecino. Desentona con el lugar, pero nadie parece quejarse. Que no te sorprenda sentir una que otra mano traviesa, pues allí se pierde el sentido de lo común. Que no te parezca raro encontrar parejas de todo tipo, totalmente cariñosos, pues allí aprenden a olvidar el concepto de la vergüenza. En pleno apogeo, rodeados de personas eufóricas, dos hombres intercambian golpes a diestra y siniestra, con notable torpeza, en un intento de vencer al otro. Uno de ellos destaca por sus tatuajes, por esas cruces negras que rodean sus brazos, y su mirada de brillantes faros dorados. El público los alienta, gritan como simios amantes de la violencia, los encierran en un círculo de muerte. Fue un mano a mano, hasta que alguien del público consideró que era buena idea armar a uno de los peleadores con una botella de vidrio vacía. El de los ojos de oro no alcanzó a reaccionar, no tuvo tiempo para esquivar el botellazo que le dieron en toda la cabeza. Pero, en contra de todo pronóstico, se mantuvo de pie, con casi que una docena de fragmentos de vidrio incrustados en su rostro que fue lentamente adornado con el rojo carmesí de su propia sangre.
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