Ryuna Takahari
“¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido?”
Las búsquedas de google no arrojaban el resultado que hubiera querido, así que probó con los de bing. Siguió con los de duckduckgo, y luego con los de ecosia. Luego utilizó otra vez google, pero usando operadores de búsqueda (¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido? after:2018 +“consejos” -“antidepresivos” -“acudir a un especialista”). Nuevamente, los resultados no le daban la satisfacción que le hubiera gustado. Entonces sintió que una mano “amiga” le tomaba del hombro. —¡Iso~! No puedes escaquearte de tu trabajo así, ¿cierto?
—¡Lo… lo siento!
—Es broma… ¿Te encuentras bien?
—Ajá… —¿Lo había visto buscando esas cosas? Esperaba que no fuera el caso. —Hacía unas búsquedas para un cliente, sólo eso.
Notó que fruncía el ceño, como si quisiera decir algo más y no se viera capaz. Algo mucho más directo de lo que estaba a punto de decir.
—¿Y no te parece hablar directamente con nuestros clientes? Necesito que vaya un representante de Apolión, y somos cuatro. Tú, yo, Ryan y Rashid. Digo, puede ir uno de los tres Rs, pero estoy pensando que te interesaría salir del cubículo.
Oh, sí, lo había visto, y era una indirecta muy directa. Algunas de las páginas de autoayuda que había encontrado sugerían tomar un poco de sol, y además, la intención era lo que contaba, así que se limitó a encogerse de hombros. —Puedo hacerlo.
—¡Claro, chico! Si tú tienes una facilidad para hablarles… —le dio unas palmaditas en la espalda —. Va, alegra esa cara. Cerramos en unos minutos. Y mañana te presentarás en el restaurante indio ese que hay cerca del aeropuerto, el Al-Fateh, a las doce del mediodía. ¿Vale? Muy bien. —No le dejaba tiempo de reacción antes de mover su silla hacia atrás y, de manera muy invasiva, cerrar todas las pestañas de google. —Uy, ¿no tenías una cita esta semana? Espero no arruinártela. Estarás unas horas.
—¿Cita…? —lo miró confuso. ¿Espiaba sus conversaciones privadas? Pero incluso entonces… —No, no, y tampoco tengo nada mañana.
Unas palmadas más. —¡No digas eso, que lo que tú eres es un Don Juan! Va, que mañana quiero que te presentes de gala también. Los clientes son como las mujeres: hay que… —se mordió la lengua al recordar que Isidro era feminista —¡...Hay que tratarlos con todo el respeto y decoro del mundo! Y por eso vas a ir bien vestidito. ¡Va, que ya te puedes ir!
-----
Al llegar al restaurante (bien vestido con el traje que el dinero constante le permitía comprarse, como si aquello se tratara de impresionar a una chica), no pudo evitar preguntarse algo. “Un momento, Al-Fateh es un nombre árabe, no indio”. Pero daba absolutamente igual. Incluso después de haberlo pensado al recibir las primeras indicaciones, Isidro había aprendido a agachar la cabeza y no decir nada. Le interesaba no molestar a Razvan - estabilidad laboral ante todo, le había dicho su amiga, y ahora interiorizaba sus palabras.
Igualmente, los clientes debían estar por ahí, ¿no? Y ahora temía que no fueran a tomarse a un representante de diecinueve años en serio. Razvan era joven, como el resto de fundadores (a los que ahora parecía haberse unido él de forma semi-permanente), pero al menos ellos eran la mente pensante de la compañía. Bueno, unos más que otros…
A él sí que le faltaba mente pensante para ciertas cosas; en su espera, abrió una petaca de whisky y se la llevó a los labios, bebiendo aquel delicioso néctar. Tras pasar unos largos segundos, se limpió los labios con el dorso de la muñeca.
Ya no era suficiente. Nada lo era, pero ante todo, el alcohol se quedaba corto tras un año sin pelear borracho. O ebrio. “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido…?”
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“¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido?”
Las búsquedas de google no arrojaban el resultado que hubiera querido, así que probó con los de bing. Siguió con los de duckduckgo, y luego con los de ecosia. Luego utilizó otra vez google, pero usando operadores de búsqueda (¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido? after:2018 +“consejos” -“antidepresivos” -“acudir a un especialista”). Nuevamente, los resultados no le daban la satisfacción que le hubiera gustado. Entonces sintió que una mano “amiga” le tomaba del hombro. —¡Iso~! No puedes escaquearte de tu trabajo así, ¿cierto?
—¡Lo… lo siento!
—Es broma… ¿Te encuentras bien?
—Ajá… —¿Lo había visto buscando esas cosas? Esperaba que no fuera el caso. —Hacía unas búsquedas para un cliente, sólo eso.
Notó que fruncía el ceño, como si quisiera decir algo más y no se viera capaz. Algo mucho más directo de lo que estaba a punto de decir.
—¿Y no te parece hablar directamente con nuestros clientes? Necesito que vaya un representante de Apolión, y somos cuatro. Tú, yo, Ryan y Rashid. Digo, puede ir uno de los tres Rs, pero estoy pensando que te interesaría salir del cubículo.
Oh, sí, lo había visto, y era una indirecta muy directa. Algunas de las páginas de autoayuda que había encontrado sugerían tomar un poco de sol, y además, la intención era lo que contaba, así que se limitó a encogerse de hombros. —Puedo hacerlo.
—¡Claro, chico! Si tú tienes una facilidad para hablarles… —le dio unas palmaditas en la espalda —. Va, alegra esa cara. Cerramos en unos minutos. Y mañana te presentarás en el restaurante indio ese que hay cerca del aeropuerto, el Al-Fateh, a las doce del mediodía. ¿Vale? Muy bien. —No le dejaba tiempo de reacción antes de mover su silla hacia atrás y, de manera muy invasiva, cerrar todas las pestañas de google. —Uy, ¿no tenías una cita esta semana? Espero no arruinártela. Estarás unas horas.
—¿Cita…? —lo miró confuso. ¿Espiaba sus conversaciones privadas? Pero incluso entonces… —No, no, y tampoco tengo nada mañana.
Unas palmadas más. —¡No digas eso, que lo que tú eres es un Don Juan! Va, que mañana quiero que te presentes de gala también. Los clientes son como las mujeres: hay que… —se mordió la lengua al recordar que Isidro era feminista —¡...Hay que tratarlos con todo el respeto y decoro del mundo! Y por eso vas a ir bien vestidito. ¡Va, que ya te puedes ir!
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Al llegar al restaurante (bien vestido con el traje que el dinero constante le permitía comprarse, como si aquello se tratara de impresionar a una chica), no pudo evitar preguntarse algo. “Un momento, Al-Fateh es un nombre árabe, no indio”. Pero daba absolutamente igual. Incluso después de haberlo pensado al recibir las primeras indicaciones, Isidro había aprendido a agachar la cabeza y no decir nada. Le interesaba no molestar a Razvan - estabilidad laboral ante todo, le había dicho su amiga, y ahora interiorizaba sus palabras.
Igualmente, los clientes debían estar por ahí, ¿no? Y ahora temía que no fueran a tomarse a un representante de diecinueve años en serio. Razvan era joven, como el resto de fundadores (a los que ahora parecía haberse unido él de forma semi-permanente), pero al menos ellos eran la mente pensante de la compañía. Bueno, unos más que otros…
A él sí que le faltaba mente pensante para ciertas cosas; en su espera, abrió una petaca de whisky y se la llevó a los labios, bebiendo aquel delicioso néctar. Tras pasar unos largos segundos, se limpió los labios con el dorso de la muñeca.
Ya no era suficiente. Nada lo era, pero ante todo, el alcohol se quedaba corto tras un año sin pelear borracho. O ebrio. “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido…?”