• -Vaya ..vaya que peculiar lugar he llegado , lleno de rarezas que se ven interesantes, me preguntó si ..alguien puede servir de alimento , no ... alastor acabas de llegar, mantén un perfil bajo , solo sonríe , posiblemente encontremos algo interesante ..

    El demonio sonrió de lado a lado ,observando a las personas pasar ,interesado por todo lo que ve al rededor

    -Vaya ..vaya que peculiar lugar he llegado , lleno de rarezas que se ven interesantes, me preguntó si ..alguien puede servir de alimento , no ... alastor acabas de llegar, mantén un perfil bajo , solo sonríe , posiblemente encontremos algo interesante .. El demonio sonrió de lado a lado ,observando a las personas pasar ,interesado por todo lo que ve al rededor
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  • El sol brillaba intenso en el cielo azul, bañándolo con su cálida luz.

    Los pétalos bailaban a un ritmo suave, orquestado por el viento primaveral, y esparciendo su perfume dulce por todo el jardín.

    En el espacio resonaban los ladridos de Sebastián, creando un eco cada vez más cercano.

    De repente, el canino emergió de los arbustos con una rama en la boca.

    Ciel soltó una risa cantarina y feliz.

    —¡Buen perro! —lo felicitó con un par de palmaditas en la cabeza.

    Le sacudió las hojas que se le habían pegado en el pelaje durante su búsqueda, y tomando la rama, la volvió a lanzar con todas sus fuerzas lo más lejos posible.

    —¡Ve a por ella! —ordenó con firmeza, obligándose a contener una sonrisa para que el perro lo tomara en serio.

    Obedeciendo la orden de su pequeño amo, el perro negro volvió a correr, metiéndose nuevamente por los arbustos y yendo más allá del límite de los árboles del bosque que bordeaba la mansión.

    Pero Ciel no pudo seguir prestándole atención, porque unos pasos detrás suyo revelaron la abrupta aparición de sus padres.

    —Ciel —lo llamó su madre con una sonrisa hermosa.

    Ella era hermosa.

    La luz caía sobre ella y parecía etérea.

    —Es hora de entrar —le dijo amorosamente, dándole una caricia en la cabeza.

    Su padre asintió, su sonrisa era sutil pero igual de afectuosa.

    —Ven —añadió él, ofreciéndole la mano.

    Ciel sonrió y alargó la propia, sus manos a punto de tocarse...

    Pero abrió los ojos.

    Parpadeó con pesadez, despertando lentamente, los rostros de sus padres perdiéndose en los rincones más recónditos de su mente.

    Había estado soñando sobre tiempos felices otra vez.

    —¿Undertaker? —preguntó, su propia voz sintiéndose débil como su cuerpo.

    De todas formas Ciel intentó sentarse, lográndolo con dificultad.

    Luego, mirando la habitación e identificándola como su dormitorio, miró hacia el sepulturero, quien se encontraba sobre aquella máquina que lograba mantener a Ciel nutrido de su alimento.

    Sin ella, no sería posible que este cuerpo pudiera 'ser'.

    —Conde —dijo él suavemente—, vuelva a dormir.

    No quería.

    Pero terminó cerrando los ojos.

    Hundiéndose nuevamente en el mar de sueños.

    Una sonrisa dibujándose en su rostro dormido.
    El sol brillaba intenso en el cielo azul, bañándolo con su cálida luz. Los pétalos bailaban a un ritmo suave, orquestado por el viento primaveral, y esparciendo su perfume dulce por todo el jardín. En el espacio resonaban los ladridos de Sebastián, creando un eco cada vez más cercano. De repente, el canino emergió de los arbustos con una rama en la boca. Ciel soltó una risa cantarina y feliz. —¡Buen perro! —lo felicitó con un par de palmaditas en la cabeza. Le sacudió las hojas que se le habían pegado en el pelaje durante su búsqueda, y tomando la rama, la volvió a lanzar con todas sus fuerzas lo más lejos posible. —¡Ve a por ella! —ordenó con firmeza, obligándose a contener una sonrisa para que el perro lo tomara en serio. Obedeciendo la orden de su pequeño amo, el perro negro volvió a correr, metiéndose nuevamente por los arbustos y yendo más allá del límite de los árboles del bosque que bordeaba la mansión. Pero Ciel no pudo seguir prestándole atención, porque unos pasos detrás suyo revelaron la abrupta aparición de sus padres. —Ciel —lo llamó su madre con una sonrisa hermosa. Ella era hermosa. La luz caía sobre ella y parecía etérea. —Es hora de entrar —le dijo amorosamente, dándole una caricia en la cabeza. Su padre asintió, su sonrisa era sutil pero igual de afectuosa. —Ven —añadió él, ofreciéndole la mano. Ciel sonrió y alargó la propia, sus manos a punto de tocarse... Pero abrió los ojos. Parpadeó con pesadez, despertando lentamente, los rostros de sus padres perdiéndose en los rincones más recónditos de su mente. Había estado soñando sobre tiempos felices otra vez. —¿Undertaker? —preguntó, su propia voz sintiéndose débil como su cuerpo. De todas formas Ciel intentó sentarse, lográndolo con dificultad. Luego, mirando la habitación e identificándola como su dormitorio, miró hacia el sepulturero, quien se encontraba sobre aquella máquina que lograba mantener a Ciel nutrido de su alimento. Sin ella, no sería posible que este cuerpo pudiera 'ser'. —Conde —dijo él suavemente—, vuelva a dormir. No quería. Pero terminó cerrando los ojos. Hundiéndose nuevamente en el mar de sueños. Una sonrisa dibujándose en su rostro dormido.
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  • ⸺ Tendida y dormida entre caricias nocturnas
    vi a mi amor inclinarse sobre mi triste lecho,
    pálida como el fruto y la hoja del lirio más oscuro,
    rasa, despojada y sombría, con el cuello desnudo, listo para ser mordido,
    demasiado blanca para el rubor y demasiado ardiente para estar inmaculada,
    pero del color perfecto, ausente de blanco y rojo.
    Y sus labios se entreabrieron tiernamente, y dijo
    —en una sola palabra— placer.

    Y toda su cara era miel para mi boca,
    y todo su cuerpo era alimento para mis ojos;
    Sus largos y aéreos brazos y sus manos más ardientes que el fuego
    sus extremidades palpitando, el olor de su cabello austral,
    sus pies ligeros y brillantes, sus muslos elásticos y generosos
    y los brillantes párpados daban deseo a mi alma.⸺

    Algernon Charles Swinburne (1837-1909)
    ⸺ Tendida y dormida entre caricias nocturnas vi a mi amor inclinarse sobre mi triste lecho, pálida como el fruto y la hoja del lirio más oscuro, rasa, despojada y sombría, con el cuello desnudo, listo para ser mordido, demasiado blanca para el rubor y demasiado ardiente para estar inmaculada, pero del color perfecto, ausente de blanco y rojo. Y sus labios se entreabrieron tiernamente, y dijo —en una sola palabra— placer. Y toda su cara era miel para mi boca, y todo su cuerpo era alimento para mis ojos; Sus largos y aéreos brazos y sus manos más ardientes que el fuego sus extremidades palpitando, el olor de su cabello austral, sus pies ligeros y brillantes, sus muslos elásticos y generosos y los brillantes párpados daban deseo a mi alma.⸺ Algernon Charles Swinburne (1837-1909)
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  • Observa la espesura del manto nocturno, la luz de la luna iluminando sutilmente su rostro y cabello. Se encamina para buscar sangre fresca.

    ⸻Ya es de noche... Debería conseguir alimento, ¿En dónde podría conseguirlo?.
    Observa la espesura del manto nocturno, la luz de la luna iluminando sutilmente su rostro y cabello. Se encamina para buscar sangre fresca. ⸻Ya es de noche... Debería conseguir alimento, ¿En dónde podría conseguirlo?.
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  • Reflejo, Manantial Escarchado

    Fondo musical: https://www.youtube.com/watch?v=prsjaKLq53k

    Espero, en este reciente pasado. Mis principios afines captan hebras, palabras calmadas que derriten la mantequilla de un miedo celestial que se cala en el interior de mis huesos.

    Crisálidas. Ingenio de amatista. Famosa. Como una duquesa imperial cual simple carroza reducida bajo el solariego espejismo. Anuncio vivo. Emperador de peligros, sobre tus hombros descanso. Imponente. Belleza, apariencia más allá de lo físico. Ofrecido en matrimonio, como una nobiliaria familia. Firmeza.

    Calma.

    Respiro una promesa rota.

    Reemplazo tu voz. Áspero sollozo. Sabes quién soy. Valiente intriga. Emisario enamorado que segregas regalos, pus con aroma a vainilla. Venidera mil veces, desde una deshonra, horrorizado por el compromiso, desapareces, indócil, sereno, a la distancia.

    Terrenal venia, una tormenta de este espacio de claroscuros pintan mensajes escritos en el silencio proceder de tus mejillas. Celda de humedad sonrosada, batalla que en solitaria arma abre al pesado sueño de cielo líquido. Una tierna noche que reflexiona, en tu fidelidad.

    Desesperado rezo.

    Sesga con tus manos, la fascinante frustración, esa rabia que mana como una rosa cargada de espinas. Promesa rota.

    Sin alimento, te resistes al aislamiento. Expresas ternura, bebes el cáliz. Ese bálsamo para tu alma. Responde a mis oraciones.

    Conmueves la fe de mis palabras. No comprendes mi fragilidad.

    Oración. Oración. Labras historias. Mitos. Leyendas.
    Oración. Oración. Labras historias. Mitos. Leyendas.
    Oración. Oración. Labras historias. Mitos. Leyendas.

    Esta es una oración a tu bendición. Oficial del cielo.
    Reflejo, Manantial Escarchado Fondo musical: https://www.youtube.com/watch?v=prsjaKLq53k Espero, en este reciente pasado. Mis principios afines captan hebras, palabras calmadas que derriten la mantequilla de un miedo celestial que se cala en el interior de mis huesos. Crisálidas. Ingenio de amatista. Famosa. Como una duquesa imperial cual simple carroza reducida bajo el solariego espejismo. Anuncio vivo. Emperador de peligros, sobre tus hombros descanso. Imponente. Belleza, apariencia más allá de lo físico. Ofrecido en matrimonio, como una nobiliaria familia. Firmeza. Calma. Respiro una promesa rota. Reemplazo tu voz. Áspero sollozo. Sabes quién soy. Valiente intriga. Emisario enamorado que segregas regalos, pus con aroma a vainilla. Venidera mil veces, desde una deshonra, horrorizado por el compromiso, desapareces, indócil, sereno, a la distancia. Terrenal venia, una tormenta de este espacio de claroscuros pintan mensajes escritos en el silencio proceder de tus mejillas. Celda de humedad sonrosada, batalla que en solitaria arma abre al pesado sueño de cielo líquido. Una tierna noche que reflexiona, en tu fidelidad. Desesperado rezo. Sesga con tus manos, la fascinante frustración, esa rabia que mana como una rosa cargada de espinas. Promesa rota. Sin alimento, te resistes al aislamiento. Expresas ternura, bebes el cáliz. Ese bálsamo para tu alma. Responde a mis oraciones. Conmueves la fe de mis palabras. No comprendes mi fragilidad. Oración. Oración. Labras historias. Mitos. Leyendas. Oración. Oración. Labras historias. Mitos. Leyendas. Oración. Oración. Labras historias. Mitos. Leyendas. Esta es una oración a tu bendición. Oficial del cielo.
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  • " Memorias de un Zorro"

    Los humanos no merecían su simpatía. Todo lo que los relacionaba directamente con ellos le causaba dolor y aversión. No sería capaz de olvidar ninguna de las lágrimas derramadas por lo que estos le dieron y al mismo tiempo le arrebataron. Veía a los humanos como seres de usar, para después desechar, sin formar ningún vínculo afectivo más allá del divertimento o el sexo.

    ¿Cómo podría verlo de otra forma?. Estos lo arrancaron de su bosque, le dieron una familia que amar para después, esos mismos seres, segar sus vidas ante la impotencia del zorro, como si el valor de estas quedasen en la nada, como la ceniza de un tronco consumido por las llamas. No deseaba volver a involucrarse con vidas tan efímeras y frágiles, vidas que solo le causarían dolor y pesadumbre. O al menos así pensaba él, hasta aquel ocaso de otoño, donde el bosque estaba tenido de mandarina, limón y granate.

    Kazuo caminaba de forma tranquila en el único lugar donde sentía que pertenecía; su amado bosque. Este nunca le había traicionado, no como el resto del mundo lo había hecho. Era por esta razón por la que el zorro pasaba sus días recorriendo este de punta a punta. La extensión de su arboleda, el olor a tierra y pino, el sonido del crujir de las hojas bajo sus patas; todo aquello se había convertido en un bálsamo que calmaba su amargo dolor.

    Pero aquel atardecer sería diferente. El viento traía consigo un aroma a madera quemada. Aquello por lo general no era algo extraño, había pequeños poblados esparcidos por la zona. Pero aquel olor era más intenso que el de unos simples alumbres en casas familiares. ¿Seria que su bosque estaba siendo arrasado nuevamente?. Comenzó a avanzar, en dirección donde él olor a madera quemada se hacía más intenso. Pero a medida que sus zancadas se fueron acelerando, otro olor se alojó en su hocico, dejándole un regusto metálico alojándose en la parte trasera de su lengua; sangre.

    El zorro era rápido; este apenas una estela plateada entre los arboles para ojos mortales. A pesar de su tamaño, aquel imponente animal de tres colas, se movía entre los arboles como el agua que se colaba entre las rocas de un río montañoso, de forma rápida y fluida.

    Olía a muerte, y finalmente, llegó al origen de aquel desagradable aroma. Era un poblado de gente humilde, campesinos que apenas sobrevivían el día a día con lo que sacaban de la tierra. Pero ese día sus vidas habían dado un giro de ciento ochenta grados. Un grupo numeroso se bandidos estaba arrasando con las vidas de aquellas familias, saqueando y asediando todo a su paso. Kazuo , con su mirada afilada entre la maleza, observaba la escena con inquietante parsimonia.

    No era su problema. A él y a su familia nadie les ayudó, tampoco lloraron su muerte. Cuando este explicó, en el poblado donde comerciaban, que su familia había sido asesinada; no obtuvo ningún tipo de apoyo ajeno, más allá de un simple pésame. Era como si aquello fuera lo normal y cada uno tenia que ocuparse de sus propios problemas. Kazuo tuvo que enterrarlos en soledad, con la angustia de ver sus cuerpos destrozados cruelmente.

    Este estaba apunto de irse cuando escucho el llanto de un bebé. Giró su cabeza, alzó sus orejas zorrunas y clavó su mirada zafiro en una madre siendo arrastrada por la melena, sacándola de lo que una vez fue su hogar, mientras esta se aferraba a la criatura que tenía entre sus brazos. Aquel niño tendría apenas semanas de haber nacido.

    Aquello parecía haber captado la atención del zorro, quién a base de sufrimiento, había endurecido su corazón. Sin embargo, aquello le provocó una grieta en su bien forjada coraza.

    Aquella madre, desesperada, sacaba fuerzas de donde fuera, resistiéndose para que su retoño no fuera arrancado de sus brazos.


    ~ Haced conmigo lo que queráis, pero mi hijo no. Dejarlo vivir, no me importa mi vida, pero a él no…~ Decía aquella madre con una desesperación que calaba incluso dentro del frío Kitsune.

    Inevitablemente Kazuo recordó a sus madres. Como cuando nació, está daba todo de ella para poder tenerlo, como a pesar de ser diferente a sus hermanos y el más débil, se encargó de que no le faltase alimento. Como su madre Reina, incluso sin conocerle, lo rescató junto con su padre de aquel estanque en mitad de la nada, arriesgando sus vidas al detenerse de su huída de la guerra para recogerlo.

    Aquella mujer estaba peleando como una jabata para evitar un final funesto para su hijo.

    Finalmente, aquellos mercenarios, lograban arrancarle a su hijo de los brazos, mientras algunos de estos la sujetaban y comenzaron a rasgar sus ropas de forma brusca, una señal inequívoca de lo que venía a continuación para ella. La mujer dejó de luchar, estaba dispuesta a todo por tal de que su hijo no sufriera la suerte que le esperaba a ella, dejando su cuerpo como pago por su vida. Aunque aquello no le garantizaba que su hijo viviera, ella estaba dispuesta a todo, a agarrarse a esa mínima esperanza.

    Ahí estaba, el amor incondicional de una madre. Algo tan puro y honesto, que difícilmente podría ser superado por algo más.

    ~ Dioses, proteger a mí hijo, solo pido eso. Que mi suerte y la suya se hagan una para él. Que mi alma sirva de tributo para que él esté bien.~ Decía esta mientras veía como su retoño se pasaba de un mercenario a otro de forma brusca.

    Una plegaría... Una plegaría frente a un mensajero de Inari. Eso, sumado a la grieta que se habría formado en el caparazón alrededor del corazón del zorro, fue el detonante para que este se moviera por puro instinto.

    El Kitsune, en toda su majestuosa forma, salió de entre la maleza, gruñendo y enseñando su hilera de dientes, afilados como cuchillos de cerámica. A aquellos infelices apenas les dio tiempo de reaccionar; en un abrir y cerrar de ojos, él zorro, tan grande como un caballo, se abalanzaba sobre estos, uno por uno. Acabando con cada una de sus vidas de forma certera.

    En medio del alboroto, la madre se zafó de sus actores para ir en busca de su hijo, quién lo tenía uno de aquellos desgraciados. Cuando esta se acercó al mercenario, este sin compasión Katana en mano, atravesó su estómago con una estocada firme. Esta, a pesar de la herida infligida, tomo a su criatura de los brazos de aquel sin corazón. En cuanto este retira su arma, la joven madre cae de espaldas al suelo en un charco de sangre, pero sin soltar en ningún momento a su más preciado tesoro, su hijo.

    A Kazuo no le había dado tiempo a detener aquel deleznable acto. Este, con la misma furia con la que vengó a su familia se abalanzó sobre aquel individuo. Sus temibles fauces sujetaron la cabeza del contrario, quien gritaba de puro miedo ante la impotencia de su tráfico final. De un tirón, Kazuo decapitó a aquel mala sangre, lanzando su cabeza varios metros de donde se encontraban.

    Este estaba furibundo, el fuego recorría la sangre de sus venas, en oleadas de rabia y heridas abiertas. Solo el llanto de aquella frágil criatura lo trajo de vuelta al presente. Este se voltea y camina en dirección a esa madre, la cual se desangraba sin opción a salvación.

    Con cada paso del zorro, su cuerpo iba mutando con llamas color zafiro. La estela de estas daban paso a un Kazuo con aspecto humano, con una vestimenta desgastada, pero de un blanco puro, ahora tintada por la sangre derramada. Su melena plateada enmarcaban aquel rostro casi angelical, parecía alguien que solo podía ser soñado o contado en leyendas.

    Este llega donde la mujer, quién aún estaba viva, pero su respiración era lenta y errática, arrodillándose a su lado. Kazuo aún no tenía el suficiente poder para curar una herida como aquella, no sin que la vida de este peligrase, compartiendo ambos un funesto destino. La mujer clavaba su mirada avellana en los ojos lapislázuli del zorro.

    ~ Hijo de la luna…~ Digo con voz casi inaudible aquella mujer.

    Esta arrastraba su mano hasta tomar la de Kazuo, y con un esfuerzo tremebundo, lo guía hasta que la mano de él descansara sobre su bebé. El Kitsune abría sus ojos sorprendido; aquella mujer lo había visto masacrar sin esfuerzo ni compasión a aquellos hombres, y aún así dejaba que la mano de un demonio descansara sobre lo más valioso para ella, su hijo.

    La mano libre de Kazuo se alzó hasta alcanzar el rostro de aquella madre, quién parecía tranquila estando al borde de la muerte. Aquellos indeseables habían gritado y suplicado por si vida, habían tenido miedo de su destino final. Sin embargo, aquella joven que rondaba la veintena, estaba en total calma.

    “Hijo de la Luna”. Este había nacido una noche bañada por la luna llena y bendecido por la gracia de una diosa. Aquella mujer había depositado su esperanza y confianza en él sin dudarlo, una confianza y una esperanza que él había perdido por completo en él y en la humanidad. Pero aquel acontecimiento cambiaría totalmente la perspectiva de Kazuo, de como miraba el mundo después de la muerte de su familia.

    El mundo aún tenía bondad que ofrecer, y él también podría darle bondad al mundo; tal y como sus madres quería que hiciera.
    Fue entonces cuando los ojos de aquella joven se apagaron, perdiendo el brillo de la vida en un último suspiro. Kazuo, con sumo cuidado, toma el tesoro más preciado de aquella joven. En cuanto el niño estuvo en sus brazos, este dejó de llorar, clavando esos mismos ojos avellana en la mirada del zorro.

    Kazuo se encargó de darle una sepultura digna a su madre. Y de buscar una familia de ese mismo poblado que se encargara de cuidarlo y contar la historia de como su madre dio la vida por él. Esos días posteriores Kazuo ayudó a reconstruir el poblado, enterrar a los seres queridos y ayudar diligentemente en todo lo que podía, tal y como su madre y su padre les habían enseñado.

    Es ahí cuando el zorro empezaría su más sagrada tarea. Llevar las plegarias puras a oídos de su diosa madre.

    En un monte, donde el bosque era dueño en toda su extensión. El zorro, decidió construir un templo, con sus propias manos y su propio esfuerzo. Un templo que sería un tributo a su familia, y un hogar para aquellos que necesitaran de su gracia. Es así como el monte Inari llegaría a bautizarse, y donde el templo Aihara se alzaría en la medianía camino a su cima.





    " Memorias de un Zorro" Los humanos no merecían su simpatía. Todo lo que los relacionaba directamente con ellos le causaba dolor y aversión. No sería capaz de olvidar ninguna de las lágrimas derramadas por lo que estos le dieron y al mismo tiempo le arrebataron. Veía a los humanos como seres de usar, para después desechar, sin formar ningún vínculo afectivo más allá del divertimento o el sexo. ¿Cómo podría verlo de otra forma?. Estos lo arrancaron de su bosque, le dieron una familia que amar para después, esos mismos seres, segar sus vidas ante la impotencia del zorro, como si el valor de estas quedasen en la nada, como la ceniza de un tronco consumido por las llamas. No deseaba volver a involucrarse con vidas tan efímeras y frágiles, vidas que solo le causarían dolor y pesadumbre. O al menos así pensaba él, hasta aquel ocaso de otoño, donde el bosque estaba tenido de mandarina, limón y granate. Kazuo caminaba de forma tranquila en el único lugar donde sentía que pertenecía; su amado bosque. Este nunca le había traicionado, no como el resto del mundo lo había hecho. Era por esta razón por la que el zorro pasaba sus días recorriendo este de punta a punta. La extensión de su arboleda, el olor a tierra y pino, el sonido del crujir de las hojas bajo sus patas; todo aquello se había convertido en un bálsamo que calmaba su amargo dolor. Pero aquel atardecer sería diferente. El viento traía consigo un aroma a madera quemada. Aquello por lo general no era algo extraño, había pequeños poblados esparcidos por la zona. Pero aquel olor era más intenso que el de unos simples alumbres en casas familiares. ¿Seria que su bosque estaba siendo arrasado nuevamente?. Comenzó a avanzar, en dirección donde él olor a madera quemada se hacía más intenso. Pero a medida que sus zancadas se fueron acelerando, otro olor se alojó en su hocico, dejándole un regusto metálico alojándose en la parte trasera de su lengua; sangre. El zorro era rápido; este apenas una estela plateada entre los arboles para ojos mortales. A pesar de su tamaño, aquel imponente animal de tres colas, se movía entre los arboles como el agua que se colaba entre las rocas de un río montañoso, de forma rápida y fluida. Olía a muerte, y finalmente, llegó al origen de aquel desagradable aroma. Era un poblado de gente humilde, campesinos que apenas sobrevivían el día a día con lo que sacaban de la tierra. Pero ese día sus vidas habían dado un giro de ciento ochenta grados. Un grupo numeroso se bandidos estaba arrasando con las vidas de aquellas familias, saqueando y asediando todo a su paso. Kazuo , con su mirada afilada entre la maleza, observaba la escena con inquietante parsimonia. No era su problema. A él y a su familia nadie les ayudó, tampoco lloraron su muerte. Cuando este explicó, en el poblado donde comerciaban, que su familia había sido asesinada; no obtuvo ningún tipo de apoyo ajeno, más allá de un simple pésame. Era como si aquello fuera lo normal y cada uno tenia que ocuparse de sus propios problemas. Kazuo tuvo que enterrarlos en soledad, con la angustia de ver sus cuerpos destrozados cruelmente. Este estaba apunto de irse cuando escucho el llanto de un bebé. Giró su cabeza, alzó sus orejas zorrunas y clavó su mirada zafiro en una madre siendo arrastrada por la melena, sacándola de lo que una vez fue su hogar, mientras esta se aferraba a la criatura que tenía entre sus brazos. Aquel niño tendría apenas semanas de haber nacido. Aquello parecía haber captado la atención del zorro, quién a base de sufrimiento, había endurecido su corazón. Sin embargo, aquello le provocó una grieta en su bien forjada coraza. Aquella madre, desesperada, sacaba fuerzas de donde fuera, resistiéndose para que su retoño no fuera arrancado de sus brazos. ~ Haced conmigo lo que queráis, pero mi hijo no. Dejarlo vivir, no me importa mi vida, pero a él no…~ Decía aquella madre con una desesperación que calaba incluso dentro del frío Kitsune. Inevitablemente Kazuo recordó a sus madres. Como cuando nació, está daba todo de ella para poder tenerlo, como a pesar de ser diferente a sus hermanos y el más débil, se encargó de que no le faltase alimento. Como su madre Reina, incluso sin conocerle, lo rescató junto con su padre de aquel estanque en mitad de la nada, arriesgando sus vidas al detenerse de su huída de la guerra para recogerlo. Aquella mujer estaba peleando como una jabata para evitar un final funesto para su hijo. Finalmente, aquellos mercenarios, lograban arrancarle a su hijo de los brazos, mientras algunos de estos la sujetaban y comenzaron a rasgar sus ropas de forma brusca, una señal inequívoca de lo que venía a continuación para ella. La mujer dejó de luchar, estaba dispuesta a todo por tal de que su hijo no sufriera la suerte que le esperaba a ella, dejando su cuerpo como pago por su vida. Aunque aquello no le garantizaba que su hijo viviera, ella estaba dispuesta a todo, a agarrarse a esa mínima esperanza. Ahí estaba, el amor incondicional de una madre. Algo tan puro y honesto, que difícilmente podría ser superado por algo más. ~ Dioses, proteger a mí hijo, solo pido eso. Que mi suerte y la suya se hagan una para él. Que mi alma sirva de tributo para que él esté bien.~ Decía esta mientras veía como su retoño se pasaba de un mercenario a otro de forma brusca. Una plegaría... Una plegaría frente a un mensajero de Inari. Eso, sumado a la grieta que se habría formado en el caparazón alrededor del corazón del zorro, fue el detonante para que este se moviera por puro instinto. El Kitsune, en toda su majestuosa forma, salió de entre la maleza, gruñendo y enseñando su hilera de dientes, afilados como cuchillos de cerámica. A aquellos infelices apenas les dio tiempo de reaccionar; en un abrir y cerrar de ojos, él zorro, tan grande como un caballo, se abalanzaba sobre estos, uno por uno. Acabando con cada una de sus vidas de forma certera. En medio del alboroto, la madre se zafó de sus actores para ir en busca de su hijo, quién lo tenía uno de aquellos desgraciados. Cuando esta se acercó al mercenario, este sin compasión Katana en mano, atravesó su estómago con una estocada firme. Esta, a pesar de la herida infligida, tomo a su criatura de los brazos de aquel sin corazón. En cuanto este retira su arma, la joven madre cae de espaldas al suelo en un charco de sangre, pero sin soltar en ningún momento a su más preciado tesoro, su hijo. A Kazuo no le había dado tiempo a detener aquel deleznable acto. Este, con la misma furia con la que vengó a su familia se abalanzó sobre aquel individuo. Sus temibles fauces sujetaron la cabeza del contrario, quien gritaba de puro miedo ante la impotencia de su tráfico final. De un tirón, Kazuo decapitó a aquel mala sangre, lanzando su cabeza varios metros de donde se encontraban. Este estaba furibundo, el fuego recorría la sangre de sus venas, en oleadas de rabia y heridas abiertas. Solo el llanto de aquella frágil criatura lo trajo de vuelta al presente. Este se voltea y camina en dirección a esa madre, la cual se desangraba sin opción a salvación. Con cada paso del zorro, su cuerpo iba mutando con llamas color zafiro. La estela de estas daban paso a un Kazuo con aspecto humano, con una vestimenta desgastada, pero de un blanco puro, ahora tintada por la sangre derramada. Su melena plateada enmarcaban aquel rostro casi angelical, parecía alguien que solo podía ser soñado o contado en leyendas. Este llega donde la mujer, quién aún estaba viva, pero su respiración era lenta y errática, arrodillándose a su lado. Kazuo aún no tenía el suficiente poder para curar una herida como aquella, no sin que la vida de este peligrase, compartiendo ambos un funesto destino. La mujer clavaba su mirada avellana en los ojos lapislázuli del zorro. ~ Hijo de la luna…~ Digo con voz casi inaudible aquella mujer. Esta arrastraba su mano hasta tomar la de Kazuo, y con un esfuerzo tremebundo, lo guía hasta que la mano de él descansara sobre su bebé. El Kitsune abría sus ojos sorprendido; aquella mujer lo había visto masacrar sin esfuerzo ni compasión a aquellos hombres, y aún así dejaba que la mano de un demonio descansara sobre lo más valioso para ella, su hijo. La mano libre de Kazuo se alzó hasta alcanzar el rostro de aquella madre, quién parecía tranquila estando al borde de la muerte. Aquellos indeseables habían gritado y suplicado por si vida, habían tenido miedo de su destino final. Sin embargo, aquella joven que rondaba la veintena, estaba en total calma. “Hijo de la Luna”. Este había nacido una noche bañada por la luna llena y bendecido por la gracia de una diosa. Aquella mujer había depositado su esperanza y confianza en él sin dudarlo, una confianza y una esperanza que él había perdido por completo en él y en la humanidad. Pero aquel acontecimiento cambiaría totalmente la perspectiva de Kazuo, de como miraba el mundo después de la muerte de su familia. El mundo aún tenía bondad que ofrecer, y él también podría darle bondad al mundo; tal y como sus madres quería que hiciera. Fue entonces cuando los ojos de aquella joven se apagaron, perdiendo el brillo de la vida en un último suspiro. Kazuo, con sumo cuidado, toma el tesoro más preciado de aquella joven. En cuanto el niño estuvo en sus brazos, este dejó de llorar, clavando esos mismos ojos avellana en la mirada del zorro. Kazuo se encargó de darle una sepultura digna a su madre. Y de buscar una familia de ese mismo poblado que se encargara de cuidarlo y contar la historia de como su madre dio la vida por él. Esos días posteriores Kazuo ayudó a reconstruir el poblado, enterrar a los seres queridos y ayudar diligentemente en todo lo que podía, tal y como su madre y su padre les habían enseñado. Es ahí cuando el zorro empezaría su más sagrada tarea. Llevar las plegarias puras a oídos de su diosa madre. En un monte, donde el bosque era dueño en toda su extensión. El zorro, decidió construir un templo, con sus propias manos y su propio esfuerzo. Un templo que sería un tributo a su familia, y un hogar para aquellos que necesitaran de su gracia. Es así como el monte Inari llegaría a bautizarse, y donde el templo Aihara se alzaría en la medianía camino a su cima.
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  • El canto de los pájaros se colaba por la ventana entreabierta del despacho, acompañando al conde Phantomhive en sus deberes matutinos.

    El susodicho deslizaba la pluma rápidamente sobre el papel en blanco, redactando una carta con cuidadosa precisión, con trazos prolijos y caligrafía delicada y hermosa. Con movimiento parsimonioso, levantó la pluma para mojar la punta en el tintero, luego, continuó escribiendo.

    Pero de repente, su mano comenzó a temblar. Ciel intentó controlarlo, pero fue en vano: su mano se movió bruscamente y la carta, tan hermosamente escrita hasta el momento, se vio arruinada por un horrible trazo diagonal en medio de la hoja.

    —Tch.

    Arqueó una ceja, e irritado, lanzó la pluma sobre el escritorio sin ningún cuidado. Tomó la carta arruinada, arrugándola hasta convertirla en un bollo que lanzó también hacia el escritorio de mala gana.

    Luego, se miró las manos, sus palmas abiertas y aparentemente normales.

    —Este cuerpo...

    Necesitaba "alimento" nuevamente.
    El canto de los pájaros se colaba por la ventana entreabierta del despacho, acompañando al conde Phantomhive en sus deberes matutinos. El susodicho deslizaba la pluma rápidamente sobre el papel en blanco, redactando una carta con cuidadosa precisión, con trazos prolijos y caligrafía delicada y hermosa. Con movimiento parsimonioso, levantó la pluma para mojar la punta en el tintero, luego, continuó escribiendo. Pero de repente, su mano comenzó a temblar. Ciel intentó controlarlo, pero fue en vano: su mano se movió bruscamente y la carta, tan hermosamente escrita hasta el momento, se vio arruinada por un horrible trazo diagonal en medio de la hoja. —Tch. Arqueó una ceja, e irritado, lanzó la pluma sobre el escritorio sin ningún cuidado. Tomó la carta arruinada, arrugándola hasta convertirla en un bollo que lanzó también hacia el escritorio de mala gana. Luego, se miró las manos, sus palmas abiertas y aparentemente normales. —Este cuerpo... Necesitaba "alimento" nuevamente.
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  • Purpurea Remedios

    Silente mar de tintineos celestinos. Riego el jardín de marionetas de tela de carne, de seda; en mí residen, en mayor poniente, tormenta de socorro, tus níveos espejismos.

    Álgido precio de piedras preciosas, tus pies de tórrido fuego de escarcha. Tiendo a la ternura de mis ayeres de océanos de amarronada tinta; es tu tierna estampa, la crudeza de la noche. Un zootropo en el que extravío a tu pecera de mis coloridas plumas.

    Ay de mí, que no, que no, que no te vuelcas al centro de mi ombligo, en el que emprenden el vuelo un dodecaedro de gaviotas.

    Entrecejo de plumíferas estelas, nupcial destello de los vivos; no conviven, si no en los juegos del hambre; permuta de su alimento. Son las piedras preciosas de tus ojos, las que llenan sus estómagos, esófagos de creación, de tus génesis de gargantas.

    Sollozos, sororidad nuestra halada virgen, nuestra magnánima, nuestros cálices. Tuyos, edenes nuestros. Maremotos de orgullo, pienso de trigo. Tersa espuma de mar de hojalata. Una piel enviudada por el reguero de tus iridiscentes besos.

    Te pienso.
    Te venero.
    Mi hielo de verano.
    Mi purpureo remedio.
    El azul de tus rosas.
    Verde olivo de tus uvas.
    Tiempo al tiempo. Cambio al cambio.

    Son tus mañanas; incienso de aromas de año nuevo.
    Purpurea Remedios Silente mar de tintineos celestinos. Riego el jardín de marionetas de tela de carne, de seda; en mí residen, en mayor poniente, tormenta de socorro, tus níveos espejismos. Álgido precio de piedras preciosas, tus pies de tórrido fuego de escarcha. Tiendo a la ternura de mis ayeres de océanos de amarronada tinta; es tu tierna estampa, la crudeza de la noche. Un zootropo en el que extravío a tu pecera de mis coloridas plumas. Ay de mí, que no, que no, que no te vuelcas al centro de mi ombligo, en el que emprenden el vuelo un dodecaedro de gaviotas. Entrecejo de plumíferas estelas, nupcial destello de los vivos; no conviven, si no en los juegos del hambre; permuta de su alimento. Son las piedras preciosas de tus ojos, las que llenan sus estómagos, esófagos de creación, de tus génesis de gargantas. Sollozos, sororidad nuestra halada virgen, nuestra magnánima, nuestros cálices. Tuyos, edenes nuestros. Maremotos de orgullo, pienso de trigo. Tersa espuma de mar de hojalata. Una piel enviudada por el reguero de tus iridiscentes besos. Te pienso. Te venero. Mi hielo de verano. Mi purpureo remedio. El azul de tus rosas. Verde olivo de tus uvas. Tiempo al tiempo. Cambio al cambio. Son tus mañanas; incienso de aromas de año nuevo.
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  • «El hechizo podría funcionar... Pero tal vez no con la reacción esperada»pensé mientras buscaba mis cosas para ir de expedición.«Probablemente me demore en volver, pero los materiales para este regalo lo valen»

    Siendo así, como la Maga Nunchi, agarró sus cosas, guardó algunos alimentos en su mochilita y emprendió el viaje de recolección. Debía darse prisa y obtener los metales preciosos y gemas para el regalo de 桑蒂 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐠𝐨 ᴬᵒᶦ 葵 para Nenet Nadouri نينيت النادوري , Hermes Greek Mitology , 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 . Pero solo le quedaba este día y el otro.

    «¿Quién pensaría que en casi noche buena, no estaría en casa? Espero que nadie me necesite mientras no estoy»pensé sonriendo nerviosa, por lo que, tras salir de mi casa, dejé una nota pegada sobre el libro incrustado, irrevocable e innamobible del gran tronco del árbol.

    Y la nota decía así:
    «El hechizo podría funcionar... Pero tal vez no con la reacción esperada»pensé mientras buscaba mis cosas para ir de expedición.«Probablemente me demore en volver, pero los materiales para este regalo lo valen» Siendo así, como la Maga Nunchi, agarró sus cosas, guardó algunos alimentos en su mochilita y emprendió el viaje de recolección. Debía darse prisa y obtener los metales preciosos y gemas para el regalo de [Santi] para [Thirdthroneguardian71] , [Sigmaleo25] , [Liz_bloodFlame] . Pero solo le quedaba este día y el otro. «¿Quién pensaría que en casi noche buena, no estaría en casa? Espero que nadie me necesite mientras no estoy»pensé sonriendo nerviosa, por lo que, tras salir de mi casa, dejé una nota pegada sobre el libro incrustado, irrevocable e innamobible del gran tronco del árbol. Y la nota decía así:
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  • — ¡Rutina mañanera!, sufro para levantarme de la cama y cuando me estiro me parto la espalda y luego alimento a una mujer que parece estupida y no sabe comer sola... Irina idiota
    — ¡Rutina mañanera!, sufro para levantarme de la cama y cuando me estiro me parto la espalda y luego alimento a una mujer que parece estupida y no sabe comer sola... Irina idiota
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