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    Alimento su fanservice muajajajaja
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  • La Flor de Ébano

    Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo.

    Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él:

    “En la era cuando el grano muera sin pena,
    y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano,
    brotará del ébano una flor sin temblor,
    cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.”

    La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo.

    Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento.

    Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos.

    "Cuando el grano muera sin pena…"

    El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler?

    Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella.

    "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…"

    Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad?

    Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino.

    Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora?

    "Brotará del ébano una flor sin temblor…"

    Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento.
    Sin temblor. Imperturbable.

    Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido.

    Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse?

    "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto."

    Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico.
    Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades.

    ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención?

    Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio.
    Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro.

    Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable.

    Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija.
    No.
    Esa flor sería del mundo.
    O del destino.

    Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían?

    Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable.
    Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar.
    Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote.
    Y ese brote no era odio.
    Era amor.

    Silencioso, incierto, pero real.

    Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos.
    Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor.

    Y Perséfone, con el alma dividida, entendió:
    El mayor acto de amor no es engendrar.
    Es dejar florecer lo que debe ser.
    Aunque eso signifique dejarlo ir.






    La Flor de Ébano Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo. Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él: “En la era cuando el grano muera sin pena, y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano, brotará del ébano una flor sin temblor, cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.” La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo. Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento. Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos. "Cuando el grano muera sin pena…" El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler? Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella. "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…" Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad? Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino. Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora? "Brotará del ébano una flor sin temblor…" Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento. Sin temblor. Imperturbable. Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido. Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse? "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto." Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico. Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades. ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención? Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio. Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro. Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable. Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija. No. Esa flor sería del mundo. O del destino. Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían? Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable. Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote. Y ese brote no era odio. Era amor. Silencioso, incierto, pero real. Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos. Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor. Y Perséfone, con el alma dividida, entendió: El mayor acto de amor no es engendrar. Es dejar florecer lo que debe ser. Aunque eso signifique dejarlo ir.
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  • *no olvido lo que le había prometido a su hermano mono, así que había hecho unas preparaciones con chayotes, sabía el sabor no era malo aunque no fuera de sus alimentos favoritos*

    Espero te gusten, sobre todo el gratinado, y no te preocupes no contiene nada de carne. Sun Wukong 𝑧𝘩𝑖 𝑧𝑢𝑛𝑏𝑎𝑜
    *no olvido lo que le había prometido a su hermano mono, así que había hecho unas preparaciones con chayotes, sabía el sabor no era malo aunque no fuera de sus alimentos favoritos* Espero te gusten, sobre todo el gratinado, y no te preocupes no contiene nada de carne. [wuk0ng]
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  • 𝗧𝗢𝗪𝗔𝗥𝗗𝗦 𝗧𝗛𝗘 𝗔𝗕𝗬𝗦𝗦
    ➤ 𝓑𝓵𝓪𝓬𝓴 𝓢𝓴𝔂 .
    #Libre.


    En una de sus misiones en las que salía a investigar el abismo, había tenido cierto accidente. Una de las hélices del helicóptero falló, causando que éste se estrellara contra el suelo. Desafortunadamente el piloto falleció y Lu Feng tuvo que lanzarse de la nave cuando ésta aún estaba en el aire, pero sabía que el golpe sería peor de no haberlo hecho.

    Cayó sobre unas ramas, golpeándose algunas partes de su cuerpo. La altura no había sido mucha, sin embargo fue más difícil el lugar dónde impactó. Luego de bajar del árbol , se detuvo a descansar un segundo cerca de una roca, estaba cerca del « centro » del abismo; lugar dónde habían criaturas mutantes, flora de diversos tipos y tamaños. El alimento favorito de éstos mutantes eran los humanos, se alimentaban de su forma e inteligencia para evolucionar como especie, pero habían otros herbívoros, sin embargo no sabía en qué sitio estaba exactamente.

    Suspiró resignado. La ayuda que había pedido tardaría en llegar en unos días, por ahora debía buscar la manera de sobrevivir por su cuenta.
    𝗧𝗢𝗪𝗔𝗥𝗗𝗦 𝗧𝗛𝗘 𝗔𝗕𝗬𝗦𝗦 ➤ 𝓑𝓵𝓪𝓬𝓴 𝓢𝓴𝔂 . ➤ #Libre. En una de sus misiones en las que salía a investigar el abismo, había tenido cierto accidente. Una de las hélices del helicóptero falló, causando que éste se estrellara contra el suelo. Desafortunadamente el piloto falleció y Lu Feng tuvo que lanzarse de la nave cuando ésta aún estaba en el aire, pero sabía que el golpe sería peor de no haberlo hecho. Cayó sobre unas ramas, golpeándose algunas partes de su cuerpo. La altura no había sido mucha, sin embargo fue más difícil el lugar dónde impactó. Luego de bajar del árbol , se detuvo a descansar un segundo cerca de una roca, estaba cerca del « centro » del abismo; lugar dónde habían criaturas mutantes, flora de diversos tipos y tamaños. El alimento favorito de éstos mutantes eran los humanos, se alimentaban de su forma e inteligencia para evolucionar como especie, pero habían otros herbívoros, sin embargo no sabía en qué sitio estaba exactamente. Suspiró resignado. La ayuda que había pedido tardaría en llegar en unos días, por ahora debía buscar la manera de sobrevivir por su cuenta.
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  • Go Down. Down. Down ♪
    Fandom Made In Abyss
    Categoría Aventura
    Lo vio en un sueño. No fue un presagio, mucho menos un llamado. Era un residuo. El eco moribundo de algo que no le pertenecía, pero que vibraba en su médula como parte de sus huesos, como si su cuerpo recordara lo que su mente no podía nombrar.

    Fragmentos de voces sin boca.
    Luz negra entre jirones de carne rota.
    Y un susurro que clamaba ayuda... o inspiraba hambre.

    Al despertar, no dudó. Se calzó el abrigo y acomodó en el dedo el anillo que Tolek le dio, ese que le permitiría llamarle desde cualquier rincón de la existencia.

    Y dejó la cabaña.

    El rastro era invisible al ojo común, pero su percepción hendía la realidad como agujas la piel. Lo siguió hasta el lugar donde el espacio se deshilachaba, donde el aire estaba enfermo, con sabor a humedad, metal oxidado. Allí, el espacio se retorcía. Un pliegue, una herida que no sanaba, conectando el bosque del brujo con lo desconocido.

    El portal temblaba.
    Y Ekkora cruzó.

    Su cuerpo deformó el umbral al atravesarlo. La fractura chirrió, protestó, y se cerró tras ella.
    El otro lado la devoró.

    Lo primero que sintió fue el silencio. Un silencio cargado de respiraciones ocultas, como si algo, o muchas cosas, se arrastraran entre las raíces del lugar, esperando. Y empujaran contra ella.

    El Primer Nivel.
    Un mundo vivo, pero enfermo.
    Brotante, abominable.
    Hermoso en su podredumbre.

    Árboles inmensos y retorcidos como enfermos en agonía. Flores que olían a sangre y dulce. Criaturas que la observaban sin ojos.

    La luz no venía del sol. Era un resplandor cadavérico que hacía que las sombras se movieran incluso cuando no había nada. Eso le gustó.

    Exhaló, y su aliento salió negro, denso, viscoso. El entorno le oprimía tanto como su presencia empezaba a corromperlo, moho sobre un fruto maduro.

    Algo crujió. Ekkora volteó.

    Un insecto grotesco, del tamaño de un perro, se arrastró por la corteza cercana. Tenía un rostro que recordaba vagamente a un humano gritando.

    Lo miró con la curiosidad del predador que descubre una nueva presa, y no sabe aún si será alimento o... juguete.

    Sonrió, apenas.
    Un hilo de sangre negra resbaló por la comisura de su labio sin que lo notara.
    Dio un paso. Luego otro.
    Y comenzó a cercarse.

    Bajo sus pies, la tierra palpitaba.

    El Abismo la reconocía.
    Lo vio en un sueño. No fue un presagio, mucho menos un llamado. Era un residuo. El eco moribundo de algo que no le pertenecía, pero que vibraba en su médula como parte de sus huesos, como si su cuerpo recordara lo que su mente no podía nombrar. Fragmentos de voces sin boca. Luz negra entre jirones de carne rota. Y un susurro que clamaba ayuda... o inspiraba hambre. Al despertar, no dudó. Se calzó el abrigo y acomodó en el dedo el anillo que Tolek le dio, ese que le permitiría llamarle desde cualquier rincón de la existencia. Y dejó la cabaña. El rastro era invisible al ojo común, pero su percepción hendía la realidad como agujas la piel. Lo siguió hasta el lugar donde el espacio se deshilachaba, donde el aire estaba enfermo, con sabor a humedad, metal oxidado. Allí, el espacio se retorcía. Un pliegue, una herida que no sanaba, conectando el bosque del brujo con lo desconocido. El portal temblaba. Y Ekkora cruzó. Su cuerpo deformó el umbral al atravesarlo. La fractura chirrió, protestó, y se cerró tras ella. El otro lado la devoró. Lo primero que sintió fue el silencio. Un silencio cargado de respiraciones ocultas, como si algo, o muchas cosas, se arrastraran entre las raíces del lugar, esperando. Y empujaran contra ella. El Primer Nivel. Un mundo vivo, pero enfermo. Brotante, abominable. Hermoso en su podredumbre. Árboles inmensos y retorcidos como enfermos en agonía. Flores que olían a sangre y dulce. Criaturas que la observaban sin ojos. La luz no venía del sol. Era un resplandor cadavérico que hacía que las sombras se movieran incluso cuando no había nada. Eso le gustó. Exhaló, y su aliento salió negro, denso, viscoso. El entorno le oprimía tanto como su presencia empezaba a corromperlo, moho sobre un fruto maduro. Algo crujió. Ekkora volteó. Un insecto grotesco, del tamaño de un perro, se arrastró por la corteza cercana. Tenía un rostro que recordaba vagamente a un humano gritando. Lo miró con la curiosidad del predador que descubre una nueva presa, y no sabe aún si será alimento o... juguete. Sonrió, apenas. Un hilo de sangre negra resbaló por la comisura de su labio sin que lo notara. Dio un paso. Luego otro. Y comenzó a cercarse. Bajo sus pies, la tierra palpitaba. El Abismo la reconocía.
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  • -Hoy Flaky decide ir a un parque para distrarse un poco pero ve que hay muchas personas humanas allí. Sintiendose muy sola y tímida en aquel lugar pero quizás en ese lugar haber encontrar la manera de obtener algo de dinero para tener al menos comprar algo de alimento para subsistir.-
    -Hoy Flaky decide ir a un parque para distrarse un poco pero ve que hay muchas personas humanas allí. Sintiendose muy sola y tímida en aquel lugar pero quizás en ese lugar haber encontrar la manera de obtener algo de dinero para tener al menos comprar algo de alimento para subsistir.-
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  • —Mi dulce y pequeña consentida, debes de estar sedienta~

    Tomando la regadera, colocó un par de enriquecedores en el agua para su adorada planta, la única que le quedaba tras su destierro y cuidaba con la vida.
    Comenzó a regarla con calma, sonriendo y acariciando sus petalos.

    —Más tarde te traeré alimento. Mereces sólo lo mejor~
    —Mi dulce y pequeña consentida, debes de estar sedienta~ Tomando la regadera, colocó un par de enriquecedores en el agua para su adorada planta, la única que le quedaba tras su destierro y cuidaba con la vida. Comenzó a regarla con calma, sonriendo y acariciando sus petalos. —Más tarde te traeré alimento. Mereces sólo lo mejor~
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  • 陸峰


    — Me gusta la comida nocturna, pero..

    ‹ Observó el tazón de sopa llena de papas y alguna que otra rara hierba. No se quejaba del sabor, pero era algo que siempre comía todos los días en el día y esa era la "especialidad" de la noche en ese puesto de comida dentro del mercado negro en el que se detuvo a cenar. ›

    —¿Guiso de papas? Quizás estemos algo faltos de recursos, pero.. ésto es ser algo muy humilde.

    ‹ Murmuró en voz baja mientras observaba la sopa caliente que estaba frente a él. No era alguien quisquilloso tampoco, así que empezó a comer sin importar que fuese una comida repetida de todos los días, peor era cuando no había ningún alimento por la mala cosecha y mal clima. ›
    陸峰 — Me gusta la comida nocturna, pero.. ‹ Observó el tazón de sopa llena de papas y alguna que otra rara hierba. No se quejaba del sabor, pero era algo que siempre comía todos los días en el día y esa era la "especialidad" de la noche en ese puesto de comida dentro del mercado negro en el que se detuvo a cenar. › —¿Guiso de papas? Quizás estemos algo faltos de recursos, pero.. ésto es ser algo muy humilde. ‹ Murmuró en voz baja mientras observaba la sopa caliente que estaba frente a él. No era alguien quisquilloso tampoco, así que empezó a comer sin importar que fuese una comida repetida de todos los días, peor era cuando no había ningún alimento por la mala cosecha y mal clima. ›
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  • La oscuridad fue mi refugio.
    Mi santuario.
    Cómoda, húmeda.
    Pero insuficiente.

    Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme.

    No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre.

    Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón.

    Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar.

    Allí fui.
    St. Dymphna Behavioral Health Center.
    A las afueras de Missoula, Montana.
    Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto.

    Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle.

    El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”.

    Delicioso.

    Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo.

    Pobrecita.

    No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio.

    Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma.

    Silencioso, lento, espeso.

    Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas.

    Y yo, radiante. Vital. Glorioso.

    Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva.

    Pero no.

    ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él.

    Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz.

    Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo.

    Así que hice mi obra.

    Una función especial, solo por una noche.

    Maté a todos.
    A todos y cada uno.
    76 pacientes.
    28 empleados.
    No quedó uno solo con vida.
    Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré.

    Y al final…

    Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás.

    ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito?
    ¿No es hermoso?
    La oscuridad fue mi refugio. Mi santuario. Cómoda, húmeda. Pero insuficiente. Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme. No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre. Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón. Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar. Allí fui. St. Dymphna Behavioral Health Center. A las afueras de Missoula, Montana. Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto. Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle. El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”. Delicioso. Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo. Pobrecita. No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio. Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma. Silencioso, lento, espeso. Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas. Y yo, radiante. Vital. Glorioso. Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva. Pero no. ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él. Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz. Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo. Así que hice mi obra. Una función especial, solo por una noche. Maté a todos. A todos y cada uno. 76 pacientes. 28 empleados. No quedó uno solo con vida. Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré. Y al final… Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás. ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito? ¿No es hermoso?
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  • - Solo se veía una luz tenue de una vela, el departamento del francés estaba en oscuridad , viéndose las figuras de los cuerpos asesinados. Paul estaba tendido boca abajo con una de sus piernas destrozada. La joven había vuelto a su color original dorado , pero sus ojos eran dorados mirando al frances-

    Dame un motivo para no darte de alimento a cerberos..

    - murmura mientras sacaba una bolsa de dulce de su bolsillo que le había hecho su hijo , desenvolviendo el dulce hechandoselo a la boca, sus manos estaban cubiertas de guantes negros-

    "Ahhh!!... Maldita, me encargaré de que sufras.!!'"

    - la mujer miró de reojo al hombre y levantó el dedo índice y el de medio, una sombra salió de las sombras formándose una de las tres cabezas del gran perro del Inframundo, quien pisó la pierna buena del hombre-

    Te veo en el otro mundo. Saludame a tus hombres

    - la mujer se levantó sin un apice de remordimiento, caminando hacia la puerta mientras se escuchaba como las fauces del perro destrozaba el cuerpo del hombre y gritos desgarradores-

    ..

    - bajo por las escaleras con suma calma observando el cielo, estaba nublado comenzando a caer gotas de lluvia , la mujer cerro los ojos un segundo y comenzó a caminar hacia el centro mientras murmuraba para si-

    Restricciones estúpidas..

    - Solo se veía una luz tenue de una vela, el departamento del francés estaba en oscuridad , viéndose las figuras de los cuerpos asesinados. Paul estaba tendido boca abajo con una de sus piernas destrozada. La joven había vuelto a su color original dorado , pero sus ojos eran dorados mirando al frances- Dame un motivo para no darte de alimento a cerberos.. - murmura mientras sacaba una bolsa de dulce de su bolsillo que le había hecho su hijo , desenvolviendo el dulce hechandoselo a la boca, sus manos estaban cubiertas de guantes negros- "Ahhh!!... Maldita, me encargaré de que sufras.!!'" - la mujer miró de reojo al hombre y levantó el dedo índice y el de medio, una sombra salió de las sombras formándose una de las tres cabezas del gran perro del Inframundo, quien pisó la pierna buena del hombre- Te veo en el otro mundo. Saludame a tus hombres - la mujer se levantó sin un apice de remordimiento, caminando hacia la puerta mientras se escuchaba como las fauces del perro destrozaba el cuerpo del hombre y gritos desgarradores- .. - bajo por las escaleras con suma calma observando el cielo, estaba nublado comenzando a caer gotas de lluvia , la mujer cerro los ojos un segundo y comenzó a caminar hacia el centro mientras murmuraba para si- Restricciones estúpidas..
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