• Ahora que por fin me he mudado a la cuidad, podré pasar más tiempo con Shoji, Junko y Kyosuke.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tal vez,solo tal vez vuelva a fic rol, empiezo a tener tiempo nuevamente y me encantaría volver
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  • —Oh mi Lucifer... ¿Qué clase de... sueño fue ese?

    Despertó de golpe, con el pulso acelerado y la cara roja, incluso sus plumas encrespadas.
    Hacía un tiempo no tenía sueños tan "picantes", por decirlo de cierto modo, negando y carraspeando un poco.

    —Ni siquiera es luna llena... debo calmarme.
    —Oh mi Lucifer... ¿Qué clase de... sueño fue ese? Despertó de golpe, con el pulso acelerado y la cara roja, incluso sus plumas encrespadas. Hacía un tiempo no tenía sueños tan "picantes", por decirlo de cierto modo, negando y carraspeando un poco. —Ni siquiera es luna llena... debo calmarme.
    Me endiabla
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  • Perderme en cada curva de tu piel, se ha convertido en unos de mis pasatiempos favoritos.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    Perderme en cada curva de tu piel, se ha convertido en unos de mis pasatiempos favoritos. [Liz_bloodFlame]
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    Disculpas públicas desde el corazón

    Quiero pedir disculpas públicamente a la persona que, hasta el momento, se ha dado la oportunidad de conocer a Soo-min. A esa persona que, además de ofrecer un rol de la misma calidad con la que yo me esfuerzo en escribir, me ha hecho sentir a gusto, comprendida y valorada dentro de este mundo.

    Lamento profundamente si todo lo que comenté fue malinterpretado y si se sintió atacada personalmente. No fue mi intención en absoluto, y comprendo completamente su reacción, sin juzgarla.

    Últimamente me he sentido frustrada con el rol. Siento que, por más empeño que ponga, es imposible lograr que otros personajes interactúen con el mío. Me encantaría que Soo-min pudiera tener un círculo amplio: una familia, amistades, personas que pertenezcan a su mundo, incluso una pareja. Pero la realidad es que, muchas veces, siento que el 99% de la gente no valora que invierta mi poco tiempo libre en crear y sostener un rol de calidad.

    A eso se suma algo que me pesa cada vez más: la culpa de ser española y no coincidir en horarios con la mayoría. Muchas veces me siento fuera de ritmo, como si por más que quiera avanzar, no llegara a tiempo a nada. Y eso me hace dudar de si soy apta para esto, si lo único que puedo hacer es subir publicaciones de Soo-min cuando no tengo nada más que hacer por aquí.

    Pero quiero dejar muy claro que no es mi intención abandonar el rol con esa persona que me ha permitido sentirme útil y valorada. No quiero perder la conexión y el rol brutal que compartimos. Si finalmente se pierde, lo aceptaré... pero no es lo que deseo.

    Mil disculpas de corazón. Gracias por leerme.
    Disculpas públicas desde el corazón Quiero pedir disculpas públicamente a la persona que, hasta el momento, se ha dado la oportunidad de conocer a Soo-min. A esa persona que, además de ofrecer un rol de la misma calidad con la que yo me esfuerzo en escribir, me ha hecho sentir a gusto, comprendida y valorada dentro de este mundo. Lamento profundamente si todo lo que comenté fue malinterpretado y si se sintió atacada personalmente. No fue mi intención en absoluto, y comprendo completamente su reacción, sin juzgarla. Últimamente me he sentido frustrada con el rol. Siento que, por más empeño que ponga, es imposible lograr que otros personajes interactúen con el mío. Me encantaría que Soo-min pudiera tener un círculo amplio: una familia, amistades, personas que pertenezcan a su mundo, incluso una pareja. Pero la realidad es que, muchas veces, siento que el 99% de la gente no valora que invierta mi poco tiempo libre en crear y sostener un rol de calidad. A eso se suma algo que me pesa cada vez más: la culpa de ser española y no coincidir en horarios con la mayoría. Muchas veces me siento fuera de ritmo, como si por más que quiera avanzar, no llegara a tiempo a nada. Y eso me hace dudar de si soy apta para esto, si lo único que puedo hacer es subir publicaciones de Soo-min cuando no tengo nada más que hacer por aquí. Pero quiero dejar muy claro que no es mi intención abandonar el rol con esa persona que me ha permitido sentirme útil y valorada. No quiero perder la conexión y el rol brutal que compartimos. Si finalmente se pierde, lo aceptaré... pero no es lo que deseo. Mil disculpas de corazón. Gracias por leerme.
    Me entristece
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  • El aburrimiento le puede, su televisión lleva demasiado tiempo desaparecida
    El aburrimiento le puede, su televisión lleva demasiado tiempo desaparecida
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  • Volvió a su azotea en silencio.
    Allí donde el viento no canta,
    donde los hilos cuelgan como constelaciones rotas, donde solo ella escucha el murmullo del destino.
    Atropos, vieja como el primer suspiro del tiempo,se sentó entre sombras, cansada de cortar.

    Esa noche no buscaba un hilo que tensar.
    Solo miraba.

    Y entonces la vio.

    Una muchacha, de pie en una esquina del mundo, con los ojos encendidos por una esperanza que no la incluía.
    Esperaba un mensaje que no llegaba, una voz que no la elegía, unos brazos que solo la buscaban cuando ya no quedaba nadie más.

    Atropos entendió.

    Ella no era la primera opción.
    Ni para él, ni para nadie.
    Era el salvavidas en medio del naufragio, la llamada de último recurso, el refugio cuando todo lo demás había fallado.

    No la amaban por quién era,
    sino por lo que calmaba.
    No la elegían por deseo, sino por necesidad.
    Y cuando pasaba la tormenta,
    la dejaban atrás, con la dignidad rota y la sonrisa obligada.

    La diosa de los finales supo, por primera vez, qué se siente ser lo secundario.
    Ser la elección de emergencia.
    El consuelo, no el fuego.

    Y aunque sus manos estaban hechas para cortar, esa noche no pudo tocar las tijeras.
    Porque vio en esa chica algo que ni los siglos habían enseñado:
    el dolor de saberse útil, pero no amado.

    Así se quedó Atropos, en su torre sin consuelo, mirando un hilo que no merecía ser cortado todavía, pero tampoco celebrado.
    Y por primera vez en mucho tiempo,
    sintió que el olvido es más cruel que la muerte.
    Volvió a su azotea en silencio. Allí donde el viento no canta, donde los hilos cuelgan como constelaciones rotas, donde solo ella escucha el murmullo del destino. Atropos, vieja como el primer suspiro del tiempo,se sentó entre sombras, cansada de cortar. Esa noche no buscaba un hilo que tensar. Solo miraba. Y entonces la vio. Una muchacha, de pie en una esquina del mundo, con los ojos encendidos por una esperanza que no la incluía. Esperaba un mensaje que no llegaba, una voz que no la elegía, unos brazos que solo la buscaban cuando ya no quedaba nadie más. Atropos entendió. Ella no era la primera opción. Ni para él, ni para nadie. Era el salvavidas en medio del naufragio, la llamada de último recurso, el refugio cuando todo lo demás había fallado. No la amaban por quién era, sino por lo que calmaba. No la elegían por deseo, sino por necesidad. Y cuando pasaba la tormenta, la dejaban atrás, con la dignidad rota y la sonrisa obligada. La diosa de los finales supo, por primera vez, qué se siente ser lo secundario. Ser la elección de emergencia. El consuelo, no el fuego. Y aunque sus manos estaban hechas para cortar, esa noche no pudo tocar las tijeras. Porque vio en esa chica algo que ni los siglos habían enseñado: el dolor de saberse útil, pero no amado. Así se quedó Atropos, en su torre sin consuelo, mirando un hilo que no merecía ser cortado todavía, pero tampoco celebrado. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el olvido es más cruel que la muerte.
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  • Cuando el sol comenzaba a caer, tiñendo el horizonte con tonos dorados y púrpuras, Hipnos despertaba de su letargo.

    En lo profundo de una caverna oculta entre las raíces del Érebo, el dios del sueño abría lentamente los ojos, perezosos como nubes de verano. No era aún su hora, pero él sentía que se acercaba. El murmullo del viento entre los árboles, el canto cansado de los pájaros, y el latido pausado del mundo eran señales que reconocía desde tiempos antiguos: la vigilia moría, y la noche venía a reclamar su reino.
    Cuando el sol comenzaba a caer, tiñendo el horizonte con tonos dorados y púrpuras, Hipnos despertaba de su letargo. En lo profundo de una caverna oculta entre las raíces del Érebo, el dios del sueño abría lentamente los ojos, perezosos como nubes de verano. No era aún su hora, pero él sentía que se acercaba. El murmullo del viento entre los árboles, el canto cansado de los pájaros, y el latido pausado del mundo eran señales que reconocía desde tiempos antiguos: la vigilia moría, y la noche venía a reclamar su reino.
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  • La oscuridad fue mi refugio.
    Mi santuario.
    Cómoda, húmeda.
    Pero insuficiente.

    Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme.

    No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre.

    Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón.

    Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar.

    Allí fui.
    St. Dymphna Behavioral Health Center.
    A las afueras de Missoula, Montana.
    Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto.

    Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle.

    El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”.

    Delicioso.

    Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo.

    Pobrecita.

    No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio.

    Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma.

    Silencioso, lento, espeso.

    Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas.

    Y yo, radiante. Vital. Glorioso.

    Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva.

    Pero no.

    ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él.

    Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz.

    Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo.

    Así que hice mi obra.

    Una función especial, solo por una noche.

    Maté a todos.
    A todos y cada uno.
    76 pacientes.
    28 empleados.
    No quedó uno solo con vida.
    Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré.

    Y al final…

    Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás.

    ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito?
    ¿No es hermoso?
    La oscuridad fue mi refugio. Mi santuario. Cómoda, húmeda. Pero insuficiente. Una semana pasó desde aquel bonito vals con el padrecito fluorescente, con su sal, su cruz, su luz, y ese aroma a redención rancia que me dejó en la piel. Una semana tragando la mierda de la ciudad subterránea, entre tuberías oxidadas y secretos de alcantarilla. Hasta que decidí moverme. No tan cerca, no tan lejos. Lo justo. Una pizca de sensatez, no más, mezclada con kilos de hambre. Porque necesitaba alimento. No migajas, no un par de almas rotas goteando desesperación como grifos viejos. Necesitaba una fuente. Un río. Una tormenta emocional que me llenara hasta el último rincón. Y no tenía un plan. ¿Para qué? Las mentes preparadas saben improvisar. Allí fui. St. Dymphna Behavioral Health Center. A las afueras de Missoula, Montana. Pequeño. Discreto. Olvidado. Perfecto. Los primeros en notarme fueron, naturalmente, los que ya estaban rotos. Los locos. Los que oyen voces, ven formas y lamen paredes. Les hablé. Les susurré. Les hice reír. Les hice gritar. Uno intentó dibujarme con su mierda. Lindo detalle. El personal lo anotó como un “aumento moderado en los episodios alucinatorios grupales”. Delicioso. Tres días después, una enfermera “muy profesional” reportó haber visto una sombra extraña en un pasillo. Pobrecita. No supo que yo también la vi a ella. Y a lo que lloraba cuando pensaba que nadie miraba. Me la bebí despacio. Y ella contagió a sus compañeras. El terror empezó a fluir. Como intravenosa directa al alma. Silencioso, lento, espeso. Tres días más y yo era el secreto peor guardado del hospital. Mi nombre no se decía, pero mi silueta se garabateaba en las paredes con lápices mordidos y uñas ensangrentadas. Y yo, radiante. Vital. Glorioso. Podía haberme ido en ese mismo momento, habría sido lo usual, no necesito reflectores ni los aplausos del publico. Podía dejar que lo archivaran como un brote de histeria colectiva. Pero no. ¿Sabes por qué vine en realidad? Por él. Por ese santo de mirada indolente que aún paseaba por mis pensamientos. Por su fe. Por su puñetera luz. Me entretuvo. Me divirtió. Y eso, padrecito, tuve que honrarlo. Así que hice mi obra. Una función especial, solo por una noche. Maté a todos. A todos y cada uno. 76 pacientes. 28 empleados. No quedó uno solo con vida. Ni un cuerpo sin desmembrar, ni un grito sin atender, ni un ojo sin vaciar. Me tomé mi tiempo. Jugué con ellos. Adiviné sus miedos. Se los di. Y los devoré. Y al final… Al final, al fondo del pasillo de las habitaciones, donde las luces titilaban y los rezos se evaporaban, dejé mi firma, un retrato hecho con sangre, uñas, carne seca. El rostro del hombre que me hizo sonreír aquella noche, dos semanas atrás. ¿Ves lo que me haces hacer, padrecito? ¿No es hermoso?
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  • Muestro uno de mis dibujitos, me encuentro tan feliz porque en estos dias voy a conocer a otro de mis hermanos, Elixen, será un encuentro especial por nuestras razas, un demonio y un angel hermanos, pero nos adoramos mucho ya que estamos en contacto todo el tiempo
    Muestro uno de mis dibujitos, me encuentro tan feliz porque en estos dias voy a conocer a otro de mis hermanos, Elixen, será un encuentro especial por nuestras razas, un demonio y un angel hermanos, pero nos adoramos mucho ya que estamos en contacto todo el tiempo
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