La Misericordia de la Noche Eterna
Fondo musical:
https://www.youtube.com/watch?v=3oSMuTvDHCM
Los delirios son inmensos.
Algunos siegan vidas, otros juzgan, otros callan pero bastan tres para entretenerme.
Mis delirios, en cambio, guían ahora a todo mi organismo jorobado a pastar entre esta noche nueva y eterna. A pastar, entre los agónicos paisajes, en los que ahora perpetuo las siluetas de mis huellas.
El desconchado bosque ante el que deambulo, me sonríe más allá, y, más acá, tejo el camino que me lleva de regreso a ti. Porque camino entre los imperios carcomidos que nos comprometen a ti y a mí, mi dulce desiderata, y en los que pinté todas mis edades. Pero, sábete que, desde nuestro escondite, me vislumbro cada tiempo como un recién nacido. No por eso temí perderte.
Te recuerdo en el entremedio de mis delirios. Recuerdo tu rostro de medias cunas. Arrullado por la suerte. Ese del que manaron mundos mucho antes de que la miseria tocara las puertas de nuestras espaldas y cabezas. Ese rostro en el que doy rienda suelta muchas veces a mi arte.
Pinto, pinto y pinto tu rostro con la música de mis dedos cada vez que nos vamos a dormir. Sin embargo, en ese hoy que no fue hoy sino mañanas, sollozaste sin recato cuando te sometí a la faena en la que nuevamente me vi delirar e intercambiaste alientos de matices siderales conmigo. Me bendijiste. A mí, tu verdugo de reyes de corazón a corazón.
Intercambiaste el aliento del crudo frío que nacía en tus pulmones, y que, ahora, insulta a mis poderosos delirios. Por supuesto, sigo delirando, pero vuelvo a ti Musa-de-Sinceras-Estrellas. Regreso a ti, Espejo-de-mis-Sueños.
Sopeso los recuerdos entre mis memorias, y me veo a mi mismo andar entre tropiezos por los caminos de arena que construiste. Me lo recuerdas siempre que puedes, que podemos perdernos o todo terminaría, y también, no sé qué sería de ellos si acaso llegáramos a faltar.
Después de que me alejé de tu párvula estampa, de vírgenes aromas, sopesé con mis garras la colecta de la que te había despojado, entre dignificados tesoros de tesoros con los que fuimos bendecidos. No me juzgues todavía hasta escuchar mi versión, porque no recuerdo mucho, amor mío, pero necesitaban de ti o se morirían de hambre.
Después de todo, después de que mis desusados impulsos hicieran aparición, perdiste tres de tus ojos. Tus ojos que descansaron, como una estación de sanguinaria etérea, entre mis dedos. Esos ojos que revelan pasados, presentes y futuros desde que somos unos niños, a quien lo pidiera. Eso sí lo recuerdo bien. Fuimos niños antes que todo cambiara de lugar, y, después que la crudeza de la guerra terminara, fuimos más que sólo niños. Crecimos al igual que creció nuestro cuerpo y el número de sueños que podíamos tener.
Los sueños de las facciones de este universo en el que vivimos son tan distintos como indóciles, y, aun así, no acabamos por reconocer las apariencias de las cosas que nos rodean. Porque, aunque siempre hemos dado las gracias por lo que nos otorga la naturaleza, faltan muchos imperios vivientes por recorrer.
Sobrevivimos al baile de la guerra, pero no, al hambre que nos retuerce las entrañas. Sobrevivimos, pero no vemos el día que todo cambie, la suerte de heraldos y de siniestro celaje, en los que nadamos y deambulamos con sigilos y misericordia de nocturnos amores. Esos que nos destruyen al pastar, siendo ellos nuestros únicos amantes.
Desde que callaron los primeros nacidos en la facción del tacto, La-que-teje-el-porvenir, vislumbró en tus ojos la salvación para los demás dolientes y emisarios. No en vano nosotros somos los emperadores bajo plateadas arenas, de ese universo que-habla-con-venias-y-remansos, en el que reconoces apenas la suerte de nuestra suerte. Esa suerte en la que aspiras a que todo cambie, esa de matices y disfraces, desde el trono desde el que esperas dar a luz a nuevos huevecillos. A que todo deje de ser, para finalmente, y pueda, con una buena nueva, retoñar.
No sé cuánto tiempo he estado dando vueltas, pero en todas ellas, siento que renazco como he renacido con las caricias de tus manos. Es una sensación indescriptible, cada una de ellas trae a mis nubladas memorias, el cosmos de tus níveos descansos.
Recuerdo entonces, que conté tus ojos. Tres veces tres. Nueve veces nueve. Trece veces trece. Narré entre mis afiladas fauces tus historias de luz de dulce cuna. Conté tus ojos, los agito, porque cada uno de ellos son piedras preciosas. Espejos de osadías, una reverencia a los dioses que nos han denigrado al olvido, a esa guerra de esencias y de hongos en las que perecimos más de la mitad, después del después de estas tristes historias de crueles fantasías.
Baqcañal, Seuro y Mejjzenaz; son los nombres que le diste a tus ojos; infantes que arranqué con mis afiladas fauces de bestia de cuentos de hadas. Esos globos confeccionados con el sonido de tu risa, en los ayeres desolados que nos salvarían de todos los infortunios que nos pudieron parir. Sometidos al decoro de tu beldad hecha una exaltación de cleros y reliquias. Doce de tus ojos son míos. Tres son sólo despojos. Intercambios hechos en la guerra, regalos de prisiones siniestras.
Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies.
Me pierdo en el encumbrar del antumbra que corona el firmamento, y sesgo tus ojos con mis garras, los abrigo con mi ponzoña de dédalos de incienso, de oro y de mirra. Los ofrendo a las altas gracias donadas por la causa de mi valía. Las ofrendo a los altares de saudades a los que acuden los que van a rezarle, a los desgraciados que nos han puesto en lo más bajo de la cadena alimenticia.
Entonces, y sólo entonces, ubico los ojos en el templo principal y me aparto de tu recuerdo. El delirio me consume, ya no sé nada más. Susurran a mi oído palabras de amantes de mórbidos deseos y me cuentan lo que ocurrió, como ahora te lo contaré, a ti, mi amiga de imaginarios aromas a nieve vida, a cascadas, a madera y al sol que ya no cae más sobre nosotros.
Tus ojos, con los retoques de mis delirios, riegan una savia vitae lechosa, también pus hediondo, coronado de brea. El pozo vuelve a llenarse con moribundas acuosidades y rastros de carne deliciosa, y las manos izquierdas vuelven a su lugar, donde antes hubiera existido un muñón bañado entre máscaras de plata. Porque son máscaras las que recubren a cada uno de los aparecidos entre glosolalias, y, sus rostros apenas se adivinan.
Los recién aparecidos, cubiertos con las pieles de tu especie, esos que perdieron el rumbo y del vivir y la dicha, entretejen las penurias que habitan en tus ojos. Los veo danzar entre mis sueños. Ellos bañados con tu sangre. Ellos guiados por su locura. La locura que ciega a esta multitud herida, que es una enfermedad de inevitables enjundias y maneras.
A ellos los veo avivar a las auroras boreales que me han guiado, hasta esta estación de gozos nucleares. Entonces recuerdo la marca de fuegos y de la lunas crecientes que dibujé en tu cuello, entre sidéreos amares, mucho antes de perderme entre esta multitud. Que ya no es una multitud sino una pesadilla. Una pesadilla que debería ser sepultada en el centro de tus cráneos. Lo recuerdo entre delirios.
Porque los cráneos más amados por los dioses te rodean, los mismos que custodias entre umbras y ultratumbas. Soy tu favorito, pero hay tanta hambre, tanto por lo que luchar, que me veo deambular entre las mareas de gala siempreviva e imperios vivientes, a los que acudimos a morir. Ante nuestro escondite florezco. Soy una flor de violáceos porvenires.
Y de nuevo te encuentro. Y de nuevo soy tuyo. Y de nuevo renazco. Perdido. Entre tus brazos.
La Misericordia de la Noche Eterna
Fondo musical: https://www.youtube.com/watch?v=3oSMuTvDHCM
Los delirios son inmensos.
Algunos siegan vidas, otros juzgan, otros callan pero bastan tres para entretenerme.
Mis delirios, en cambio, guían ahora a todo mi organismo jorobado a pastar entre esta noche nueva y eterna. A pastar, entre los agónicos paisajes, en los que ahora perpetuo las siluetas de mis huellas.
El desconchado bosque ante el que deambulo, me sonríe más allá, y, más acá, tejo el camino que me lleva de regreso a ti. Porque camino entre los imperios carcomidos que nos comprometen a ti y a mí, mi dulce desiderata, y en los que pinté todas mis edades. Pero, sábete que, desde nuestro escondite, me vislumbro cada tiempo como un recién nacido. No por eso temí perderte.
Te recuerdo en el entremedio de mis delirios. Recuerdo tu rostro de medias cunas. Arrullado por la suerte. Ese del que manaron mundos mucho antes de que la miseria tocara las puertas de nuestras espaldas y cabezas. Ese rostro en el que doy rienda suelta muchas veces a mi arte.
Pinto, pinto y pinto tu rostro con la música de mis dedos cada vez que nos vamos a dormir. Sin embargo, en ese hoy que no fue hoy sino mañanas, sollozaste sin recato cuando te sometí a la faena en la que nuevamente me vi delirar e intercambiaste alientos de matices siderales conmigo. Me bendijiste. A mí, tu verdugo de reyes de corazón a corazón.
Intercambiaste el aliento del crudo frío que nacía en tus pulmones, y que, ahora, insulta a mis poderosos delirios. Por supuesto, sigo delirando, pero vuelvo a ti Musa-de-Sinceras-Estrellas. Regreso a ti, Espejo-de-mis-Sueños.
Sopeso los recuerdos entre mis memorias, y me veo a mi mismo andar entre tropiezos por los caminos de arena que construiste. Me lo recuerdas siempre que puedes, que podemos perdernos o todo terminaría, y también, no sé qué sería de ellos si acaso llegáramos a faltar.
Después de que me alejé de tu párvula estampa, de vírgenes aromas, sopesé con mis garras la colecta de la que te había despojado, entre dignificados tesoros de tesoros con los que fuimos bendecidos. No me juzgues todavía hasta escuchar mi versión, porque no recuerdo mucho, amor mío, pero necesitaban de ti o se morirían de hambre.
Después de todo, después de que mis desusados impulsos hicieran aparición, perdiste tres de tus ojos. Tus ojos que descansaron, como una estación de sanguinaria etérea, entre mis dedos. Esos ojos que revelan pasados, presentes y futuros desde que somos unos niños, a quien lo pidiera. Eso sí lo recuerdo bien. Fuimos niños antes que todo cambiara de lugar, y, después que la crudeza de la guerra terminara, fuimos más que sólo niños. Crecimos al igual que creció nuestro cuerpo y el número de sueños que podíamos tener.
Los sueños de las facciones de este universo en el que vivimos son tan distintos como indóciles, y, aun así, no acabamos por reconocer las apariencias de las cosas que nos rodean. Porque, aunque siempre hemos dado las gracias por lo que nos otorga la naturaleza, faltan muchos imperios vivientes por recorrer.
Sobrevivimos al baile de la guerra, pero no, al hambre que nos retuerce las entrañas. Sobrevivimos, pero no vemos el día que todo cambie, la suerte de heraldos y de siniestro celaje, en los que nadamos y deambulamos con sigilos y misericordia de nocturnos amores. Esos que nos destruyen al pastar, siendo ellos nuestros únicos amantes.
Desde que callaron los primeros nacidos en la facción del tacto, La-que-teje-el-porvenir, vislumbró en tus ojos la salvación para los demás dolientes y emisarios. No en vano nosotros somos los emperadores bajo plateadas arenas, de ese universo que-habla-con-venias-y-remansos, en el que reconoces apenas la suerte de nuestra suerte. Esa suerte en la que aspiras a que todo cambie, esa de matices y disfraces, desde el trono desde el que esperas dar a luz a nuevos huevecillos. A que todo deje de ser, para finalmente, y pueda, con una buena nueva, retoñar.
No sé cuánto tiempo he estado dando vueltas, pero en todas ellas, siento que renazco como he renacido con las caricias de tus manos. Es una sensación indescriptible, cada una de ellas trae a mis nubladas memorias, el cosmos de tus níveos descansos.
Recuerdo entonces, que conté tus ojos. Tres veces tres. Nueve veces nueve. Trece veces trece. Narré entre mis afiladas fauces tus historias de luz de dulce cuna. Conté tus ojos, los agito, porque cada uno de ellos son piedras preciosas. Espejos de osadías, una reverencia a los dioses que nos han denigrado al olvido, a esa guerra de esencias y de hongos en las que perecimos más de la mitad, después del después de estas tristes historias de crueles fantasías.
Baqcañal, Seuro y Mejjzenaz; son los nombres que le diste a tus ojos; infantes que arranqué con mis afiladas fauces de bestia de cuentos de hadas. Esos globos confeccionados con el sonido de tu risa, en los ayeres desolados que nos salvarían de todos los infortunios que nos pudieron parir. Sometidos al decoro de tu beldad hecha una exaltación de cleros y reliquias. Doce de tus ojos son míos. Tres son sólo despojos. Intercambios hechos en la guerra, regalos de prisiones siniestras.
Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies. Benigna gracia, amada mía, regreso a tus pies.
Me pierdo en el encumbrar del antumbra que corona el firmamento, y sesgo tus ojos con mis garras, los abrigo con mi ponzoña de dédalos de incienso, de oro y de mirra. Los ofrendo a las altas gracias donadas por la causa de mi valía. Las ofrendo a los altares de saudades a los que acuden los que van a rezarle, a los desgraciados que nos han puesto en lo más bajo de la cadena alimenticia.
Entonces, y sólo entonces, ubico los ojos en el templo principal y me aparto de tu recuerdo. El delirio me consume, ya no sé nada más. Susurran a mi oído palabras de amantes de mórbidos deseos y me cuentan lo que ocurrió, como ahora te lo contaré, a ti, mi amiga de imaginarios aromas a nieve vida, a cascadas, a madera y al sol que ya no cae más sobre nosotros.
Tus ojos, con los retoques de mis delirios, riegan una savia vitae lechosa, también pus hediondo, coronado de brea. El pozo vuelve a llenarse con moribundas acuosidades y rastros de carne deliciosa, y las manos izquierdas vuelven a su lugar, donde antes hubiera existido un muñón bañado entre máscaras de plata. Porque son máscaras las que recubren a cada uno de los aparecidos entre glosolalias, y, sus rostros apenas se adivinan.
Los recién aparecidos, cubiertos con las pieles de tu especie, esos que perdieron el rumbo y del vivir y la dicha, entretejen las penurias que habitan en tus ojos. Los veo danzar entre mis sueños. Ellos bañados con tu sangre. Ellos guiados por su locura. La locura que ciega a esta multitud herida, que es una enfermedad de inevitables enjundias y maneras.
A ellos los veo avivar a las auroras boreales que me han guiado, hasta esta estación de gozos nucleares. Entonces recuerdo la marca de fuegos y de la lunas crecientes que dibujé en tu cuello, entre sidéreos amares, mucho antes de perderme entre esta multitud. Que ya no es una multitud sino una pesadilla. Una pesadilla que debería ser sepultada en el centro de tus cráneos. Lo recuerdo entre delirios.
Porque los cráneos más amados por los dioses te rodean, los mismos que custodias entre umbras y ultratumbas. Soy tu favorito, pero hay tanta hambre, tanto por lo que luchar, que me veo deambular entre las mareas de gala siempreviva e imperios vivientes, a los que acudimos a morir. Ante nuestro escondite florezco. Soy una flor de violáceos porvenires.
Y de nuevo te encuentro. Y de nuevo soy tuyo. Y de nuevo renazco. Perdido. Entre tus brazos.