• **Departamento de John, 8:13 p.m. — Zona alta.


    La ciudad zumbaba a lo lejos como una colmena. John, por una vez, no olía a cloro, ni a desinfectante, ni llevaba guantes de látex manchados. Llevaba una playera sin logotipos, pants limpios y —casi milagrosamente— una sonrisa real.

    Gracias a Hammer, quien le había conseguido un sustituto “por esta vez, Corvac… te lo ganaste”, tenía una noche libre. Y no pensaba desperdiciarla.

    Abrió la puerta del cuarto, donde su hija lo esperaba sentada en el suelo, rodeada de crayones y un castillo hecho con cajas de cereal.
    —¡Papáaa! ¡Ya era hora! —dijo ella, de unos siete años, con coletas despeinadas y un vestido lleno de pintura.
    —Me atraparon unos trolls de cloro y tuve que vencerlos en combate —respondió él, dejándose caer exageradamente de rodillas.
    —¿Otra vez? ¡Deben estar obsesionados contigo!
    —Es mi cabello. Les da envidia.

    Ella se rió, con esa risa libre que él solo escuchaba en ese apartamento. Le ofreció una corona de cartón y John, el limpiador de escenas imposibles, el hombre de mirada fría y mente calculadora, se la puso sin dudar.
    —Desde este momento —ella alzó una cuchara como cetro—, eres *Sir Papito el Valiente*, protector del Reino de los Lácteos.

    John se arrodilló con solemnidad exagerada, conteniendo la carcajada.
    —Acepto la misión, mi reina. Pero primero necesito…
    —¡Pizza! —dijeron los dos al unísono, señalándose con el dedo como si fuese un duelo de vaqueros.

    Mientras ella corría al sofá para poner su caricatura favorita, John se sirvió un refresco. Se permitió apoyarse contra el marco de la puerta y mirarla por un momento, sintiendo un tipo de paz que no encontraba en ningún otro lado.

    Ella era el único rincón del mundo donde podía soltar la armadura.
    Donde podía llamarse Anthony, y no John.
    Donde no existían los lagos, ni las bolsas, ni los espejos salpicados.

    Solo una pequeña con crayones… y un caballero protector con una corona de cartón.

    —Papá, ven rápido… ¡ya va a empezar la guerra de robots mágicos!
    —Voy, voy… pero si ganan los verdes, tú lavas los platos.
    —¡Los verdes son los mejores, tú vas a lavar!

    Y mientras discutían, bromeaban y se acurrucaban entre cojines, el mundo afuera seguía girando.

    Pero esa noche, John no era una sombra.

    Era un padre.
    **Departamento de John, 8:13 p.m. — Zona alta. La ciudad zumbaba a lo lejos como una colmena. John, por una vez, no olía a cloro, ni a desinfectante, ni llevaba guantes de látex manchados. Llevaba una playera sin logotipos, pants limpios y —casi milagrosamente— una sonrisa real. Gracias a Hammer, quien le había conseguido un sustituto “por esta vez, Corvac… te lo ganaste”, tenía una noche libre. Y no pensaba desperdiciarla. Abrió la puerta del cuarto, donde su hija lo esperaba sentada en el suelo, rodeada de crayones y un castillo hecho con cajas de cereal. —¡Papáaa! ¡Ya era hora! —dijo ella, de unos siete años, con coletas despeinadas y un vestido lleno de pintura. —Me atraparon unos trolls de cloro y tuve que vencerlos en combate —respondió él, dejándose caer exageradamente de rodillas. —¿Otra vez? ¡Deben estar obsesionados contigo! —Es mi cabello. Les da envidia. Ella se rió, con esa risa libre que él solo escuchaba en ese apartamento. Le ofreció una corona de cartón y John, el limpiador de escenas imposibles, el hombre de mirada fría y mente calculadora, se la puso sin dudar. —Desde este momento —ella alzó una cuchara como cetro—, eres *Sir Papito el Valiente*, protector del Reino de los Lácteos. John se arrodilló con solemnidad exagerada, conteniendo la carcajada. —Acepto la misión, mi reina. Pero primero necesito… —¡Pizza! —dijeron los dos al unísono, señalándose con el dedo como si fuese un duelo de vaqueros. Mientras ella corría al sofá para poner su caricatura favorita, John se sirvió un refresco. Se permitió apoyarse contra el marco de la puerta y mirarla por un momento, sintiendo un tipo de paz que no encontraba en ningún otro lado. Ella era el único rincón del mundo donde podía soltar la armadura. Donde podía llamarse Anthony, y no John. Donde no existían los lagos, ni las bolsas, ni los espejos salpicados. Solo una pequeña con crayones… y un caballero protector con una corona de cartón. —Papá, ven rápido… ¡ya va a empezar la guerra de robots mágicos! —Voy, voy… pero si ganan los verdes, tú lavas los platos. —¡Los verdes son los mejores, tú vas a lavar! Y mientras discutían, bromeaban y se acurrucaban entre cojines, el mundo afuera seguía girando. Pero esa noche, John no era una sombra. Era un padre.
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  • #Immortal_Mercenary

    El sobre manila, pesado y sin señas particulares, llegó a manos del mercenario a través de un contacto, en un espacio desolado a las afueras de Detroit. La luz fluorescente parpadeante iluminaba la fotografía polaroid en su interior: una joven de cabello castaño y una mirada desafiante, acompañada de un único nombre escrito con rotulador negro, "Ney". La tarifa adjunta era generosa, subrayada con la insistencia de quien no tiene tiempo que perder.

    La única instrucción del contacto, un camionero corpulento con ojos cansados, fue breve y directa: "La tienen unos tipos en un desguace de coches abandonado al sur de la ciudad. Dicen que tiene algo que quieren, o algo así. Tráela de vuelta, intacta."

    El árabe estudió la fotografía, por más que no hubiese mucho que ver. Rescatar no era su vocación habitual, pero el dinero hablaba y la urgencia en la petición era palpable.

    No pasó mucho, entonces, hasta que el chirrido metálico y el olor a aceite quemado y gasolina barata lo recibieron al llegar al lugar. Se encontró con laberinto caótico de chatarra apilada varios metros en altura, que creabaan sombras alargadas bajo la luz de la luna. Y por otro lado, voces ásperas y risas guturales llegaban desde el interior de un taller destartalado, con las ventanas tapiadas con tablones desiguales.

    — ¿Por qué son siempre lugares de mierda..? —

    Se le escapó de repente, ante una realidad que parecía perseguirle. Suspiró entonces, antes de moverse sigilosamente entre los esqueletos de coches desmantelados. Una puerta de acero abollada, custodiada por dos figuras tatuadas con bates de béisbol envueltos en alambre de púas, y claro, armas en sus caderas.

    Era la entrada más obvia al taller, y no era momento de perder tiempo, tenía un contrato que cumplir.

    Ney Nixays
    #Immortal_Mercenary El sobre manila, pesado y sin señas particulares, llegó a manos del mercenario a través de un contacto, en un espacio desolado a las afueras de Detroit. La luz fluorescente parpadeante iluminaba la fotografía polaroid en su interior: una joven de cabello castaño y una mirada desafiante, acompañada de un único nombre escrito con rotulador negro, "Ney". La tarifa adjunta era generosa, subrayada con la insistencia de quien no tiene tiempo que perder. La única instrucción del contacto, un camionero corpulento con ojos cansados, fue breve y directa: "La tienen unos tipos en un desguace de coches abandonado al sur de la ciudad. Dicen que tiene algo que quieren, o algo así. Tráela de vuelta, intacta." El árabe estudió la fotografía, por más que no hubiese mucho que ver. Rescatar no era su vocación habitual, pero el dinero hablaba y la urgencia en la petición era palpable. No pasó mucho, entonces, hasta que el chirrido metálico y el olor a aceite quemado y gasolina barata lo recibieron al llegar al lugar. Se encontró con laberinto caótico de chatarra apilada varios metros en altura, que creabaan sombras alargadas bajo la luz de la luna. Y por otro lado, voces ásperas y risas guturales llegaban desde el interior de un taller destartalado, con las ventanas tapiadas con tablones desiguales. — ¿Por qué son siempre lugares de mierda..? — Se le escapó de repente, ante una realidad que parecía perseguirle. Suspiró entonces, antes de moverse sigilosamente entre los esqueletos de coches desmantelados. Una puerta de acero abollada, custodiada por dos figuras tatuadas con bates de béisbol envueltos en alambre de púas, y claro, armas en sus caderas. Era la entrada más obvia al taller, y no era momento de perder tiempo, tenía un contrato que cumplir. [galaxy_violet_eagle_913]
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    𝐊𝐡𝐚𝐥𝐞𝐛
    𝗕𝗼𝘂𝗻𝘁𝘆 𝗛𝘂𝗻𝘁𝗲𝗿 (1)

    Luego de la inyección del suero, Khaleb pasó por varios procesos hasta alcanzar a adaptarse lo suficientemente bien a su nuevo cuerpo, o mejor dicho a sus nuevas habilidades, que de a poco fue conociendo en profundidad y límites. Sin embargo, estos procesos llegaron a deteriorar levemente la mente del árabe, lo cual explicaría su extraña psicología resultante.

    Esto por un lado, ya que por el otro se encuentran las vivencias a lo largo de los años y por supuesto, el mundo en el que se adentró a temprana edad, en donde se encontró con todo tipo de situaciones tanto benéficas como perjudiciales.

    A día de hoy, está más que claro que no se encuentra en sus cabales. No está para nada bien de la cabeza, pero es un aspecto suyo que sólo se deja ver verdaderamente en situaciones específicas. No obstante, no por ello generalmente se muestra como una persona precisamente normal, y tampoco se preocupa en hacerlo.

    Le gusta intimidar, provocar miedo, incomodar, asustar, amenazar, extorsionar, asesinar. No se considera una “mala persona” por más curioso que suene, pero tampoco es común que deje pasar el más mínimo insulto. Mientras no se metan con él, no se meterá con el resto, a menos que sean parte u objetivo de sus trabajos.
    𝐊𝐡𝐚𝐥𝐞𝐛 𝗕𝗼𝘂𝗻𝘁𝘆 𝗛𝘂𝗻𝘁𝗲𝗿 (1) Luego de la inyección del suero, Khaleb pasó por varios procesos hasta alcanzar a adaptarse lo suficientemente bien a su nuevo cuerpo, o mejor dicho a sus nuevas habilidades, que de a poco fue conociendo en profundidad y límites. Sin embargo, estos procesos llegaron a deteriorar levemente la mente del árabe, lo cual explicaría su extraña psicología resultante. Esto por un lado, ya que por el otro se encuentran las vivencias a lo largo de los años y por supuesto, el mundo en el que se adentró a temprana edad, en donde se encontró con todo tipo de situaciones tanto benéficas como perjudiciales. A día de hoy, está más que claro que no se encuentra en sus cabales. No está para nada bien de la cabeza, pero es un aspecto suyo que sólo se deja ver verdaderamente en situaciones específicas. No obstante, no por ello generalmente se muestra como una persona precisamente normal, y tampoco se preocupa en hacerlo. Le gusta intimidar, provocar miedo, incomodar, asustar, amenazar, extorsionar, asesinar. No se considera una “mala persona” por más curioso que suene, pero tampoco es común que deje pasar el más mínimo insulto. Mientras no se metan con él, no se meterá con el resto, a menos que sean parte u objetivo de sus trabajos.
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  • Kaori observaba el mundo como quien ve una herida supurar sin remedio.
    Le costaba recordar en qué punto exacto la humanidad dejó de evolucionar y empezó a pudrirse desde dentro. Quizás nunca fue distinto —solo que ahora lo disfrazaban peor.

    Para ella, la decadencia no era un apocalipsis ruidoso.
    Era un desfile constante de gente hueca, sonriendo con dientes blanqueados mientras sus almas se llenaban de moho.
    Hablaban de conciencia social con la misma boca que escupía prejuicios.
    Compartían frases profundas que no entendían, solo porque venían en tipografía bonita.
    Vivían rápido, morían despacio… y pensaban aún menos.

    Kaori no odiaba a la humanidad.
    Eso implicaría haber tenido fe en ella alguna vez.
    Lo que sentía era un hastío seco, como polvo en la garganta.
    Cada día confirmaba lo que ya sabía:
    el ser humano no necesitaba monstruos ni castigos divinos.
    Era su propia plaga.
    Y le fascinaba hundirse.
    Kaori observaba el mundo como quien ve una herida supurar sin remedio. Le costaba recordar en qué punto exacto la humanidad dejó de evolucionar y empezó a pudrirse desde dentro. Quizás nunca fue distinto —solo que ahora lo disfrazaban peor. Para ella, la decadencia no era un apocalipsis ruidoso. Era un desfile constante de gente hueca, sonriendo con dientes blanqueados mientras sus almas se llenaban de moho. Hablaban de conciencia social con la misma boca que escupía prejuicios. Compartían frases profundas que no entendían, solo porque venían en tipografía bonita. Vivían rápido, morían despacio… y pensaban aún menos. Kaori no odiaba a la humanidad. Eso implicaría haber tenido fe en ella alguna vez. Lo que sentía era un hastío seco, como polvo en la garganta. Cada día confirmaba lo que ya sabía: el ser humano no necesitaba monstruos ni castigos divinos. Era su propia plaga. Y le fascinaba hundirse.
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  • ༒☬реконструкция☬༒

    𝐒𝐢 𝐦𝐢 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐯𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐭𝐚𝐧 𝐣𝐨𝐝𝐢𝐝𝐚, 𝐧𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫í𝐚 𝐭𝐮 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐚... 𝐋𝐨 𝐬𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐬𝐨.

    La gata pareció entender, de una forma casi imposible. Su hocico cálido se deslizó por su mejilla antes de dejar una breve lamida en la punta de su nariz. Un gesto simple. Calmante. Como si buscara aplacar el caos que llevaba dentro.

    Ser secuestrado. Torturado con una crueldad que su cuerpo aún recordaba. Y encima, perder años enteros de memoria.
    No era solo molesto. Era una forma distinta de tortura.

    Un fracaso. Absoluto.

    Kiev no reaccionó hasta que el felino cruzó la puerta. Solo entonces apartó la mirada, ya enturbiada, y se dejó caer en el sillón de la sala. Sentía cada parte de su cuerpo como una carga. La cabeza fue hacia atrás con un suspiro que no aliviaba nada. Su mano apretó el bastón con fuerza. No por necesidad… por obstinación. Por mantenerse en pie.

    No pensaba depender de él por mucho tiempo. El cuerpo sanaría. Lento, sí, pero constante. Y en cuanto estuviera listo, lo dejaría atrás. Como todo lo demás.

    La habitación se mantuvo en silencio. Pero su mente, no.

    Las palabras de Ryan aún flotaban en el aire. Pegajosas. Incómodas. Como moho sobre las paredes.

    "había alguien"

    Un chasquido seco interrumpió sus pensamientos: el nudillo golpeando sin querer la parte metálica del bastón.

    ¿Algo más? ¿Él? ¿Kiev?

    La idea le resultaba irrisoria. Incluso ofensiva.

    Había vivido entre pólvora, sangre y mentiras demasiado tiempo como para haberse creído capaz de anhelar algo así. Un futuro. Una vida compartida. No era el tipo de hombre que buscaba vínculos. O eso creía.

    ¿Y por qué demonios no lo recordaba?

    La imagen de Ryan regresó con su mezcla de culpa y agotamiento. No parecía estar fingiendo. Y eso lo hacía más difícil de aceptar.

    Porque si era verdad…

    Entonces alguien se había acercado.
    Demasiado.
    Había estado dentro.
    Y lo había dejado.

    El pecho ardía. No de dolor físico. Era algo más crudo, más oscuro. Una furia muda, dirigida a una figura sin rostro. A una presencia que se sentía como una amenaza… y, al mismo tiempo, como una ausencia que dolía más de lo que admitía.

    "Te abandonó apenas pudo."

    Por supuesto.
    Era lógico.
    ¿Quién se quedaría con alguien como él?

    Y sin embargo, algo se resistía. Una sensación difusa. Una idea de paz que alguna vez pudo haber tenido. Un eco. Inalcanzable. Tan leve como un susurro entre ruinas.

    Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo. Hurgar en el pasado no traía nada. Especialmente cuando estaba podrido. Mejor dejarlo enterrado.

    Se incorporó. Cada músculo se quejaba, pero no se detuvo. Caminó hacia el ventanal. La luz de la tarde se apagaba poco a poco, como si el día también quisiera olvidar.

    —Estás muerto, Kiev —murmuró con voz baja—. Lo que vino antes no importa.

    Tenía que seguir. Mantenerse firme. Retomar el control de lo que quedaba.

    Rubí se había ido quien sabe donde. Marcos solo le dejó informes de personas que el italiano había mandado. Según Ryan, eran figuras clave en su vida antes del secuestro.

    Ahora solo eran desconocidos en papeles sin alma.

    Pero debía comenzar por ahí.

    Poner orden. Recordar lo que pudiera.
    Después de todo, esto no era un juego.
    Y en la mafia, la ignorancia era una condena.
    ༒☬реконструкция☬༒ 𝐒𝐢 𝐦𝐢 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐯𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐭𝐚𝐧 𝐣𝐨𝐝𝐢𝐝𝐚, 𝐧𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫í𝐚 𝐭𝐮 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐚... 𝐋𝐨 𝐬𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐬𝐨. La gata pareció entender, de una forma casi imposible. Su hocico cálido se deslizó por su mejilla antes de dejar una breve lamida en la punta de su nariz. Un gesto simple. Calmante. Como si buscara aplacar el caos que llevaba dentro. Ser secuestrado. Torturado con una crueldad que su cuerpo aún recordaba. Y encima, perder años enteros de memoria. No era solo molesto. Era una forma distinta de tortura. Un fracaso. Absoluto. Kiev no reaccionó hasta que el felino cruzó la puerta. Solo entonces apartó la mirada, ya enturbiada, y se dejó caer en el sillón de la sala. Sentía cada parte de su cuerpo como una carga. La cabeza fue hacia atrás con un suspiro que no aliviaba nada. Su mano apretó el bastón con fuerza. No por necesidad… por obstinación. Por mantenerse en pie. No pensaba depender de él por mucho tiempo. El cuerpo sanaría. Lento, sí, pero constante. Y en cuanto estuviera listo, lo dejaría atrás. Como todo lo demás. La habitación se mantuvo en silencio. Pero su mente, no. Las palabras de Ryan aún flotaban en el aire. Pegajosas. Incómodas. Como moho sobre las paredes. "había alguien" Un chasquido seco interrumpió sus pensamientos: el nudillo golpeando sin querer la parte metálica del bastón. ¿Algo más? ¿Él? ¿Kiev? La idea le resultaba irrisoria. Incluso ofensiva. Había vivido entre pólvora, sangre y mentiras demasiado tiempo como para haberse creído capaz de anhelar algo así. Un futuro. Una vida compartida. No era el tipo de hombre que buscaba vínculos. O eso creía. ¿Y por qué demonios no lo recordaba? La imagen de Ryan regresó con su mezcla de culpa y agotamiento. No parecía estar fingiendo. Y eso lo hacía más difícil de aceptar. Porque si era verdad… Entonces alguien se había acercado. Demasiado. Había estado dentro. Y lo había dejado. El pecho ardía. No de dolor físico. Era algo más crudo, más oscuro. Una furia muda, dirigida a una figura sin rostro. A una presencia que se sentía como una amenaza… y, al mismo tiempo, como una ausencia que dolía más de lo que admitía. "Te abandonó apenas pudo." Por supuesto. Era lógico. ¿Quién se quedaría con alguien como él? Y sin embargo, algo se resistía. Una sensación difusa. Una idea de paz que alguna vez pudo haber tenido. Un eco. Inalcanzable. Tan leve como un susurro entre ruinas. Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo. Hurgar en el pasado no traía nada. Especialmente cuando estaba podrido. Mejor dejarlo enterrado. Se incorporó. Cada músculo se quejaba, pero no se detuvo. Caminó hacia el ventanal. La luz de la tarde se apagaba poco a poco, como si el día también quisiera olvidar. —Estás muerto, Kiev —murmuró con voz baja—. Lo que vino antes no importa. Tenía que seguir. Mantenerse firme. Retomar el control de lo que quedaba. Rubí se había ido quien sabe donde. Marcos solo le dejó informes de personas que el italiano había mandado. Según Ryan, eran figuras clave en su vida antes del secuestro. Ahora solo eran desconocidos en papeles sin alma. Pero debía comenzar por ahí. Poner orden. Recordar lo que pudiera. Después de todo, esto no era un juego. Y en la mafia, la ignorancia era una condena.
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  • ¿Alguna vez han sentido que el mundo les pide *apagarse?

    La pregunta flota en el aire, susurrada entre el rumor de la ciudad, proyectada en las paredes de callejones y plazas mediante un hechizo de eco ilusorio. Las letras brillan en rosa neón y azul eléctrico antes de estallar en cientos de mariposas de luz.

    Kai aparece de repente en medio de la plaza, no en un escenario, sino *entre la gente*: sus cuernos de coral irradian un suave resplandor, y el dije de su cola dibuja espirales doradas en el aire. No hay anuncios grandilocuentes ni discursos preparados. Solo él, con los puños ligeramente cerrados, como si sostuviera algo invisible.

    A mí también.

    Abre las manos. De ellas surge una ciudad en miniatura, hecha de luz: Aethelburg, pero *distinta*. En ella, figuras de todas las razas y formas se mueven sin miedo, se toman de las manos, comparten pan. Un niño tiefling ríe mientras trepa a los hombros de un guardia humano; dos mujeres orco y elfa tejen coronas de flores juntas. La ilusión es tan vívida que huele a canela y hierba fresca.

    No es un sueño. Es lo que ya somos—solo que alguien se empeña en ocultarlo.

    La proyección se desvanece cuando un grupo de encapuchados de la Orden irrumpe en la plaza, pero Kai no se inmuta. En cambio, *sonríe*. Con un chasquido de dedos, cada sombra bajo sus capas cobra vida: serpientes de luz se enroscan en sus tobillos, flores de fuego frío brotan donde pisan. No para dañarlos, sino para marcarlos.

    Miren bien, Llama Pura. Sus tinieblas nos pertenecen ahora.

    Se vuelve hacia la multitud, especialmente hacia los rostros jóvenes escondidos entre la gente. Les guiña un ojo mientras su voz se multiplica por los callejones, gracias a un encantamiento de eco robado a un altavoz de la Orden.

    No necesitamos permiso para brillar. Hoy, mañana, siempre… la calle es nuestra galería.

    Y entonces, como si fuera una conspiración, sucede: en ventanas y balcones, pequeños hologramas aparecen. Son gestos espontáneos—un corazón aquí, un puño levantado allá—creados por aprendices, artistas callejeros, cualquiera que haya guardado un hechizo en el bolsillo esperando este momento.

    Kai no lo planeó. Pero ahora ríe, genuino, mientras extiende los brazos:
    ¡Ja! ¿Ven? Esto nunca fue sobre mí.

    La luz colectiva ilumina su rostro cuando mira hacia la torre del Consejo, desafiante.

    Es solo el principio.
    ¿Alguna vez han sentido que el mundo les pide *apagarse? La pregunta flota en el aire, susurrada entre el rumor de la ciudad, proyectada en las paredes de callejones y plazas mediante un hechizo de eco ilusorio. Las letras brillan en rosa neón y azul eléctrico antes de estallar en cientos de mariposas de luz. Kai aparece de repente en medio de la plaza, no en un escenario, sino *entre la gente*: sus cuernos de coral irradian un suave resplandor, y el dije de su cola dibuja espirales doradas en el aire. No hay anuncios grandilocuentes ni discursos preparados. Solo él, con los puños ligeramente cerrados, como si sostuviera algo invisible. A mí también. Abre las manos. De ellas surge una ciudad en miniatura, hecha de luz: Aethelburg, pero *distinta*. En ella, figuras de todas las razas y formas se mueven sin miedo, se toman de las manos, comparten pan. Un niño tiefling ríe mientras trepa a los hombros de un guardia humano; dos mujeres orco y elfa tejen coronas de flores juntas. La ilusión es tan vívida que huele a canela y hierba fresca. No es un sueño. Es lo que ya somos—solo que alguien se empeña en ocultarlo. La proyección se desvanece cuando un grupo de encapuchados de la Orden irrumpe en la plaza, pero Kai no se inmuta. En cambio, *sonríe*. Con un chasquido de dedos, cada sombra bajo sus capas cobra vida: serpientes de luz se enroscan en sus tobillos, flores de fuego frío brotan donde pisan. No para dañarlos, sino para marcarlos. Miren bien, Llama Pura. Sus tinieblas nos pertenecen ahora. Se vuelve hacia la multitud, especialmente hacia los rostros jóvenes escondidos entre la gente. Les guiña un ojo mientras su voz se multiplica por los callejones, gracias a un encantamiento de eco robado a un altavoz de la Orden. No necesitamos permiso para brillar. Hoy, mañana, siempre… la calle es nuestra galería. Y entonces, como si fuera una conspiración, sucede: en ventanas y balcones, pequeños hologramas aparecen. Son gestos espontáneos—un corazón aquí, un puño levantado allá—creados por aprendices, artistas callejeros, cualquiera que haya guardado un hechizo en el bolsillo esperando este momento. Kai no lo planeó. Pero ahora ríe, genuino, mientras extiende los brazos: ¡Ja! ¿Ven? Esto nunca fue sobre mí. La luz colectiva ilumina su rostro cuando mira hacia la torre del Consejo, desafiante. Es solo el principio.
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  • **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.**

    La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar.

    El detective.

    Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado.

    Se sentó a tres asientos de John.
    —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme.
    John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*.

    —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John.
    —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral.
    —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo?

    Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó.

    John mantuvo la compostura.
    —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea.
    —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales?
    —¿Perdón?
    —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes.

    John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?*

    —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero.
    —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor.
    —¿Incluso en la oscuridad?
    —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez.

    Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo.

    John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés".
    Así que sonrió, pagó el trago y se levantó.
    —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro.
    —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse.
    —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más.

    **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.**
    *¿Por qué él?
    El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche.

    Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más.

    *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”*

    John desapareció en la noche.
    Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo.
    Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
    **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.** La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar. El detective. Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado. Se sentó a tres asientos de John. —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme. John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*. —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John. —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral. —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo? Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó. John mantuvo la compostura. —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea. —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales? —¿Perdón? —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes. John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?* —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero. —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor. —¿Incluso en la oscuridad? —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez. Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo. John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés". Así que sonrió, pagó el trago y se levantó. —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro. —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse. —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más. **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.** *¿Por qué él? El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche. Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más. *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”* John desapareció en la noche. Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo. Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
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    𝐁𝐚𝐬𝐞𝐬 𝐲 𝐂𝐨𝐧𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬:

    𝗡𝗼 𝗥𝗼𝗹𝗲𝗼 𝗽𝗼𝗿 𝗣𝗿𝗶𝘃𝗮𝗱𝗼: Toda interacción y desarrollo de personaje debe hacerse en el contexto del roleplay público.

    La mejor presentación siempre será on-rol.

    𝗣𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗷𝗲𝘀 𝗔𝗰𝗲𝗽𝘁𝗮𝗱𝗼𝘀: Se aceptan personajes tanto realistas como de fantasía, siempre y cuando estén bien desarrollados y sean coherentes. No hago distinción de físicos, serán bienvenidos aquellos 3D tanto como los que no.

    𝗥𝗲𝘀𝘁𝗿𝗶𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗣𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗷𝗲𝘀: No se aceptan personajes enfocados exclusivamente al s3xr0l. Además, no se permiten personajes con morfologías extrañas tales como furrys, alienígenas, pokemones, etc.

    𝗘𝘃𝗶𝘁𝗮𝗿 𝗣𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗷𝗲𝘀 𝗗𝗲𝘀𝗯𝗮𝗹𝗮𝗻𝗰𝗲𝗮𝗱𝗼𝘀: No rolearé con personajes que sean o estén cerca de ser dioses, conquistadores galácticos o cualquier tipo de Mary Sue/Gary Stu. Los personajes deben tener limitaciones y ser equilibrados para mantener la coherencia y el interés del roleplay.

    𝗧𝗲𝗺á𝘁𝗶𝗰𝗮𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗲 𝗜𝗻𝘁𝗲𝗿𝗲𝘀𝗮𝗻: Thiller sobrenatural, dark romance, fantasía urbana, drama, psicológico, misterio, horror, suspense, acción.

    𝗥𝗼𝗹: Procuro responder con frecuencia (al menos una vez al día, con algunas excepciones) y espero lo mismo a cambio. Si el rol queda parado por más de tres días, lo daré por abandonado.

    El rol es un placer y la dejadez espanta, no motiva. Si no eres capaz de comenzar la oración con una mayúscula y terminarla con un punto, por favor, abstente de rolear conmigo.

    𝙉𝙤 𝙚𝙨𝙥𝙚𝙧𝙚𝙣 𝙚𝙭𝙘𝙡𝙪𝙨𝙞𝙫𝙞𝙙𝙖𝙙. 𝙀𝙡 𝙪𝙣𝙞𝙫𝙚𝙧𝙨𝙤 𝙙𝙚 𝙪𝙣 𝙥𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖𝙟𝙚 𝙣𝙤 𝙙𝙚𝙗𝙚 𝙡𝙞𝙢𝙞𝙩𝙖𝙧𝙨𝙚 𝙖 𝙪𝙣𝙖 ú𝙣𝙞𝙘𝙖 𝙧𝙚𝙡𝙖𝙘𝙞ó𝙣.

    Si haces match con mis condiciones e intereses, te invito a escribirme o responder alguna de mis publicaciones. Me encantaría conocerte.

    Gracias por tu comprensión y colaboración.
    𝐁𝐚𝐬𝐞𝐬 𝐲 𝐂𝐨𝐧𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬: 𝗡𝗼 𝗥𝗼𝗹𝗲𝗼 𝗽𝗼𝗿 𝗣𝗿𝗶𝘃𝗮𝗱𝗼: Toda interacción y desarrollo de personaje debe hacerse en el contexto del roleplay público. La mejor presentación siempre será on-rol. 𝗣𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗷𝗲𝘀 𝗔𝗰𝗲𝗽𝘁𝗮𝗱𝗼𝘀: Se aceptan personajes tanto realistas como de fantasía, siempre y cuando estén bien desarrollados y sean coherentes. No hago distinción de físicos, serán bienvenidos aquellos 3D tanto como los que no. 𝗥𝗲𝘀𝘁𝗿𝗶𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗣𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗷𝗲𝘀: No se aceptan personajes enfocados exclusivamente al s3xr0l. Además, no se permiten personajes con morfologías extrañas tales como furrys, alienígenas, pokemones, etc. 𝗘𝘃𝗶𝘁𝗮𝗿 𝗣𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗷𝗲𝘀 𝗗𝗲𝘀𝗯𝗮𝗹𝗮𝗻𝗰𝗲𝗮𝗱𝗼𝘀: No rolearé con personajes que sean o estén cerca de ser dioses, conquistadores galácticos o cualquier tipo de Mary Sue/Gary Stu. Los personajes deben tener limitaciones y ser equilibrados para mantener la coherencia y el interés del roleplay. 𝗧𝗲𝗺á𝘁𝗶𝗰𝗮𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗲 𝗜𝗻𝘁𝗲𝗿𝗲𝘀𝗮𝗻: Thiller sobrenatural, dark romance, fantasía urbana, drama, psicológico, misterio, horror, suspense, acción. 𝗥𝗼𝗹: Procuro responder con frecuencia (al menos una vez al día, con algunas excepciones) y espero lo mismo a cambio. Si el rol queda parado por más de tres días, lo daré por abandonado. El rol es un placer y la dejadez espanta, no motiva. Si no eres capaz de comenzar la oración con una mayúscula y terminarla con un punto, por favor, abstente de rolear conmigo. 𝙉𝙤 𝙚𝙨𝙥𝙚𝙧𝙚𝙣 𝙚𝙭𝙘𝙡𝙪𝙨𝙞𝙫𝙞𝙙𝙖𝙙. 𝙀𝙡 𝙪𝙣𝙞𝙫𝙚𝙧𝙨𝙤 𝙙𝙚 𝙪𝙣 𝙥𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖𝙟𝙚 𝙣𝙤 𝙙𝙚𝙗𝙚 𝙡𝙞𝙢𝙞𝙩𝙖𝙧𝙨𝙚 𝙖 𝙪𝙣𝙖 ú𝙣𝙞𝙘𝙖 𝙧𝙚𝙡𝙖𝙘𝙞ó𝙣. Si haces match con mis condiciones e intereses, te invito a escribirme o responder alguna de mis publicaciones. Me encantaría conocerte. Gracias por tu comprensión y colaboración.
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    Si abro un post de busqueda para un novio para Okiko... ¿me ignorarían? es que quiero darle un amor del tipo "Lost in translation "
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  • El sol caía sin piedad sobre el lago, empapando la superficie con un brillo insoportable. El cielo estaba despejado, cruelmente azul, y el calor se sentía como una manta gruesa pegada al cuerpo. John empujó la manga de su camiseta sin mangas con el antebrazo, el sudor deslizándose por su cuello y por la espalda baja con una terquedad que irritaba más que incomodaba.

    —Jodido calor… —murmuró, con el cubrebocas bajado hasta la barbilla, mientras se inclinaba para sujetar otra bolsa negra.

    La balsa inflable crujía levemente con cada movimiento. No era un bote elegante ni robusto, pero era suficiente para este tipo de trabajo. Ligera, silenciosa, fácil de hundir si alguna vez lo necesitaba.

    Frente a él, el lago se extendía profundo y silencioso. Oscuro. No había fondo visible. Solo agua negra que lo tragaba todo con una indiferencia absoluta.

    Levantó la bolsa con un pequeño esfuerzo —esa sí pesaba más que las otras— y la arrojó al agua. El impacto levantó una salpicadura mínima, que pronto fue absorbida por la quietud del lago. Como si nunca hubiese existido. Como si nada lo hiciera.

    —Podría estar desayunando... un panecillo o algo —gruñó, limpiándose la frente con la muñeca—. Pero no. Aquí estoy. Tostándome como si esto fuera Miami.

    Otra bolsa. Otro lanzamiento. Otro pequeño *chap*. Las ondas se extendieron perezosas, muriendo rápido. El lago siempre recibía sin hacer preguntas. En ese sentido, era lo más cercano a una tumba perfecta.

    El sol brilló sobre el agua con un destello blanco, forzándolo a entrecerrar los ojos. Se colocó los lentes oscuros de nuevo. La jornada estaba por terminar. Solo quedaban dos bolsas.

    —Debería pedirle a Hammer que me pague extra por días calurosos —masculló—. O que al menos me consiga una lancha con sombrilla.

    El silencio fue su única respuesta.

    Y aunque sudaba, y el aire era espeso y denso, John se sentía… tranquilo.

    Lanzá otra bolsa.

    –Una menos.
    El sol caía sin piedad sobre el lago, empapando la superficie con un brillo insoportable. El cielo estaba despejado, cruelmente azul, y el calor se sentía como una manta gruesa pegada al cuerpo. John empujó la manga de su camiseta sin mangas con el antebrazo, el sudor deslizándose por su cuello y por la espalda baja con una terquedad que irritaba más que incomodaba. —Jodido calor… —murmuró, con el cubrebocas bajado hasta la barbilla, mientras se inclinaba para sujetar otra bolsa negra. La balsa inflable crujía levemente con cada movimiento. No era un bote elegante ni robusto, pero era suficiente para este tipo de trabajo. Ligera, silenciosa, fácil de hundir si alguna vez lo necesitaba. Frente a él, el lago se extendía profundo y silencioso. Oscuro. No había fondo visible. Solo agua negra que lo tragaba todo con una indiferencia absoluta. Levantó la bolsa con un pequeño esfuerzo —esa sí pesaba más que las otras— y la arrojó al agua. El impacto levantó una salpicadura mínima, que pronto fue absorbida por la quietud del lago. Como si nunca hubiese existido. Como si nada lo hiciera. —Podría estar desayunando... un panecillo o algo —gruñó, limpiándose la frente con la muñeca—. Pero no. Aquí estoy. Tostándome como si esto fuera Miami. Otra bolsa. Otro lanzamiento. Otro pequeño *chap*. Las ondas se extendieron perezosas, muriendo rápido. El lago siempre recibía sin hacer preguntas. En ese sentido, era lo más cercano a una tumba perfecta. El sol brilló sobre el agua con un destello blanco, forzándolo a entrecerrar los ojos. Se colocó los lentes oscuros de nuevo. La jornada estaba por terminar. Solo quedaban dos bolsas. —Debería pedirle a Hammer que me pague extra por días calurosos —masculló—. O que al menos me consiga una lancha con sombrilla. El silencio fue su única respuesta. Y aunque sudaba, y el aire era espeso y denso, John se sentía… tranquilo. Lanzá otra bolsa. –Una menos.
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