• Elisabetta caminaba por las calles de Trastevere con un leve cosquilleo en el estómago. No era una sensación que conociera bien; el nerviosismo no solía tener cabida en su vida. Y sin embargo, ahí estaba: apretando suavemente las correas de su mochila de mezclilla mientras recorría el adoquinado con sus botines negros resonando suavemente en cada paso. Vestía de manera sorprendentemente casual para ser ella: jeans ajustados, una blusa de algodón de manga tres cuartos y cuello ligeramente alto que abrazaba su figura con discreción, y el cabello rubio cayendo suelto sobre su espalda.

    Esa noche no era la Farfalla della Morte, líder implacable de una de las organizaciones más temidas de Italia. Esa noche, era solo Elisabetta. Una mujer que esperaba una cita.

    Eligió un pequeño restaurante que había visitado años atrás, cuando la vida era más sencilla. La Lanterna Verde, un rincón discreto en una calle estrecha, adornado con faroles de hierro forjado y parras trepando por la fachada. Afuera, las mesas se acomodaban bajo una pérgola cubierta de luces cálidas que titilaban como luciérnagas suspendidas en el aire. El aroma a albahaca fresca y pan recién horneado impregnaba el ambiente.

    Se sentó en una mesa cerca de la esquina, desde donde podía ver claramente la entrada, y sacó su celular. Sus dedos dudaron un instante antes de escribirle a Ryan:

    "Buonasera, Ryan . Estoy en un lugar encantador en Trastevere que se llama La Lanterna Verde. Es tranquilo, acogedor… pensé que podríamos conversar sin prisas. Estoy en la terraza, en una mesa hacia la esquina. Te estaré esperando."

    Le dio a enviar y apoyó el teléfono sobre la mesa con un leve suspiro. Sus ojos violetas recorrían distraídamente el entorno, sin dejar de lanzar miradas hacia la entrada cada tanto. Había algo casi adolescente en esa espera, una inquietud que no lograba calmar ni siquiera con la familiaridad del entorno.

    Cuando lo viera llegar, pensó, lo recibiría con una sonrisa serena. No fingida, no forzada. Cordial, sí, pero también honesta. Porque esa noche, por muy extraño que le pareciera, quería compartir un pedacito de su mundo con alguien… sin necesidad de protegerse. Solo ella. Solo Elisabetta.

    Elisabetta caminaba por las calles de Trastevere con un leve cosquilleo en el estómago. No era una sensación que conociera bien; el nerviosismo no solía tener cabida en su vida. Y sin embargo, ahí estaba: apretando suavemente las correas de su mochila de mezclilla mientras recorría el adoquinado con sus botines negros resonando suavemente en cada paso. Vestía de manera sorprendentemente casual para ser ella: jeans ajustados, una blusa de algodón de manga tres cuartos y cuello ligeramente alto que abrazaba su figura con discreción, y el cabello rubio cayendo suelto sobre su espalda. Esa noche no era la Farfalla della Morte, líder implacable de una de las organizaciones más temidas de Italia. Esa noche, era solo Elisabetta. Una mujer que esperaba una cita. Eligió un pequeño restaurante que había visitado años atrás, cuando la vida era más sencilla. La Lanterna Verde, un rincón discreto en una calle estrecha, adornado con faroles de hierro forjado y parras trepando por la fachada. Afuera, las mesas se acomodaban bajo una pérgola cubierta de luces cálidas que titilaban como luciérnagas suspendidas en el aire. El aroma a albahaca fresca y pan recién horneado impregnaba el ambiente. Se sentó en una mesa cerca de la esquina, desde donde podía ver claramente la entrada, y sacó su celular. Sus dedos dudaron un instante antes de escribirle a Ryan: "Buonasera, [Ryan_Al_72]. Estoy en un lugar encantador en Trastevere que se llama La Lanterna Verde. Es tranquilo, acogedor… pensé que podríamos conversar sin prisas. Estoy en la terraza, en una mesa hacia la esquina. Te estaré esperando." Le dio a enviar y apoyó el teléfono sobre la mesa con un leve suspiro. Sus ojos violetas recorrían distraídamente el entorno, sin dejar de lanzar miradas hacia la entrada cada tanto. Había algo casi adolescente en esa espera, una inquietud que no lograba calmar ni siquiera con la familiaridad del entorno. Cuando lo viera llegar, pensó, lo recibiría con una sonrisa serena. No fingida, no forzada. Cordial, sí, pero también honesta. Porque esa noche, por muy extraño que le pareciera, quería compartir un pedacito de su mundo con alguien… sin necesidad de protegerse. Solo ella. Solo Elisabetta.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Últimamente logré tener varios roles con los que estaba muy contento.

    Sin embargo, es una lástima que de repente todos dejen de responder. Es tan frustrante.

    Ya me rendí, nunca encontraré a mi compañero o compañera de rol ideal. Quizá simplemente debería dejarlo.
    Últimamente logré tener varios roles con los que estaba muy contento. Sin embargo, es una lástima que de repente todos dejen de responder. Es tan frustrante. Ya me rendí, nunca encontraré a mi compañero o compañera de rol ideal. Quizá simplemente debería dejarlo.
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    //se busca personita con quien crear tramas y llevar roles sabrosos.
    Solo personajes 3D
    Si solo buscas con quien tener lemmon, esta no es tu cuenta.
    Gracias!
    Besitos
    //se busca personita con quien crear tramas y llevar roles sabrosos. Solo personajes 3D Si solo buscas con quien tener lemmon, esta no es tu cuenta. Gracias! Besitos
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  • [𝑬𝒔𝒕á 𝒆𝒔 𝒍𝒂 𝒒𝒖𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒗𝒆𝒛 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒔𝒆𝒎𝒂𝒏𝒂, ¿𝑷𝒐𝒓 𝒒𝒖é 𝒎𝒆 𝒔𝒊𝒈𝒖𝒆𝒔 𝒖𝒔𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒅𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒔𝒆𝒋𝒆𝒓𝒐? 𝒀𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒕ú, 𝒍𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒊𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒊𝒆𝒓𝒏𝒂𝒔 𝒂 𝒄𝒂𝒎𝒃𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝒂𝒄𝒆𝒑𝒕𝒂𝒓 𝒔𝒖𝒔 𝒅𝒊𝒔𝒄𝒖𝒍𝒑𝒂𝒔. 𝑳𝒂𝒔 𝒎𝒊𝒈𝒂𝒋𝒂𝒔 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒂𝒍𝒐𝒎𝒂𝒔, 𝒄𝒐𝒔𝒊𝒕𝒂.]


    || Está semana fue curiosa. Tuvieron a Ryan de consejero, y este anda más perdido en esa área(?) ¡Jajaja! Ya contesto los roles ♡
    [𝑬𝒔𝒕á 𝒆𝒔 𝒍𝒂 𝒒𝒖𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒗𝒆𝒛 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒔𝒆𝒎𝒂𝒏𝒂, ¿𝑷𝒐𝒓 𝒒𝒖é 𝒎𝒆 𝒔𝒊𝒈𝒖𝒆𝒔 𝒖𝒔𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒅𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒔𝒆𝒋𝒆𝒓𝒐? 𝒀𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒕ú, 𝒍𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒊𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒊𝒆𝒓𝒏𝒂𝒔 𝒂 𝒄𝒂𝒎𝒃𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝒂𝒄𝒆𝒑𝒕𝒂𝒓 𝒔𝒖𝒔 𝒅𝒊𝒔𝒄𝒖𝒍𝒑𝒂𝒔. 𝑳𝒂𝒔 𝒎𝒊𝒈𝒂𝒋𝒂𝒔 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒂𝒍𝒐𝒎𝒂𝒔, 𝒄𝒐𝒔𝒊𝒕𝒂.] || Está semana fue curiosa. Tuvieron a Ryan de consejero, y este anda más perdido en esa área(?) ¡Jajaja! Ya contesto los roles ♡
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  • —Podré tener riqueza, poder y más... Pero tu eres mi tesoro más preciado... No dudes ni un solo segundo de eso.

    || Estaré contestando y haciendo nuevos roles el día de hoy.
    —Podré tener riqueza, poder y más... Pero tu eres mi tesoro más preciado... No dudes ni un solo segundo de eso. || Estaré contestando y haciendo nuevos roles el día de hoy.
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  • ¿Cómo se presenta el fin de semana, FicRolers?
    ¿Cuántos roles debéis? ¿Qué estáis trameando en vuestros roles en estos momentos? ¡Contadme!
    ¿Cómo se presenta el fin de semana, FicRolers? ✨ ¿Cuántos roles debéis? ¿Qué estáis trameando en vuestros roles en estos momentos? ¡Contadme!
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    ||• ❝ Here We Go Again ❞ — ¡Buenas! Es un gusto para mí el saludarlos y volver a formar parte de la plataforma. He pasado por de todo en la vida últimamente tanto emocional como físicamente en el lapso de tiempo que estuve fuera del sitio y donde la depresión se intensificó también. Pero aquí andamos nuevamente, buscando despejar un poco la mente de tanto y disfrutar. Quizá algunos me odien por los roles que tuve con ellos y luego de un dia para otro desaparecí. Les pido mil disculpas y si están enojados conmigo lo comprenderé (Mi cuenta habia sido eliminada y mi IP bloqueada) Pero eso ya es pasado y estoy acá para comenzar. Dudaba en volver por todo lo que he pasado y no sé si dure aquí yo por la depre que me da a veces y me vaya. Los quiero y son increíbles. Atte : Santi. ♡
    ||• ❝ Here We Go Again ❞ — ¡Buenas! Es un gusto para mí el saludarlos y volver a formar parte de la plataforma. He pasado por de todo en la vida últimamente tanto emocional como físicamente en el lapso de tiempo que estuve fuera del sitio y donde la depresión se intensificó también. Pero aquí andamos nuevamente, buscando despejar un poco la mente de tanto y disfrutar. Quizá algunos me odien por los roles que tuve con ellos y luego de un dia para otro desaparecí. Les pido mil disculpas y si están enojados conmigo lo comprenderé (Mi cuenta habia sido eliminada y mi IP bloqueada) Pero eso ya es pasado y estoy acá para comenzar. Dudaba en volver por todo lo que he pasado y no sé si dure aquí yo por la depre que me da a veces y me vaya. Los quiero y son increíbles. Atte : Santi. ♡
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  • Mi casa… mi hogar… jamás lograré alcanzarlo. Pero al menos puedo hundirme y terminar en algún lugar… donde no dañe, donde no haya sacrificios. Un lugar habitado por el silencio, y rodeada de paz dormida, donde sueñe con el cielo al que tanto anhelo regresar.


    ————————
    Nota informativa: Elyana se retira durante una pequeña temporada! Espero no perder estos roles tan lindos. Agradezco mucho su compañía, me considero muy afortunada por haber compartido momentos con muchos de mis amigos aquí. Cuidaos muchísimo! Mil gracias por todo!!

    Mi casa… mi hogar… jamás lograré alcanzarlo. Pero al menos puedo hundirme y terminar en algún lugar… donde no dañe, donde no haya sacrificios. Un lugar habitado por el silencio, y rodeada de paz dormida, donde sueñe con el cielo al que tanto anhelo regresar. ———————— Nota informativa: Elyana se retira durante una pequeña temporada! Espero no perder estos roles tan lindos. Agradezco mucho su compañía, me considero muy afortunada por haber compartido momentos con muchos de mis amigos aquí. Cuidaos muchísimo! Mil gracias por todo!!
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  • El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender.

    Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas.

    Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación.

    Kazuo ...

    El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable.

    Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado.

    Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes.

    Y aun así, ella lo había negado.

    Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba.

    Había decidido por él.

    No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo.

    Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar.

    Salvarlo fue una condena compartida.

    Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio.

    Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello.

    Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria.

    Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible.

    Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido.

    El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino.

    Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
    El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender. Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas. Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación. [8KazuoAihara8]... El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable. Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado. Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes. Y aun así, ella lo había negado. Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba. Había decidido por él. No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo. Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar. Salvarlo fue una condena compartida. Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio. Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello. Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria. Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible. Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido. El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino. Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
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    //Oops!... Que rezagada estoy con los roles. Mañana no iré al PC así que me tardaré entre tanto. Espero el sábado ya estar al día al menos. Así que mil disculpas. Descansen y no olviden que los quiero mucho, besos.
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