La música retumba por todo el salón como una pulsación viva. Cada golpe de bajo es un eco de algo que ya no siento. Todos ríen, se tocan, se besan. Y yo me muevo entre ellos como un espejismo.
Son tan… simples.
Una copa en la mano. Un vestido negro que me queda como una segunda piel. Sonrío solo cuando me miran. Sé lo que ven. Y me gusta.
Puedo ver cómo algunos se debaten entre el deseo y el miedo.
Perfecto.
—¿Estás sola? —pregunta uno, demasiado seguro de sí mismo.
Giro despacio el rostro, lo suficiente para atraparlo con la mirada. Lo escaneo. Guapo, pero frágil.
—¿Tú qué crees?
Él sonríe. Se cree en control. Qué adorable.
Lo tomo del brazo sin esperar respuesta. Lo arrastro entre la multitud como si fuera mío. Y lo es. Lo será sólo por esta noche.
Subimos al segundo piso, donde todo es más oscuro, más íntimo. Donde los secretos no importan.
Él intenta besarme. Me río bajito, como si fuera parte del juego.
Pero el juego ya terminó. Ni siquiera ha empezado, en realidad.
—¿Sabes lo que más me gusta de las fiestas? —susurro cerca de su oído—. Que nadie nota cuándo falta uno.
Y entonces lo muerdo. Feroz, elegante, sin cerrar los ojos. Quiero ver cómo cambia su expresión. Del éxtasis al horror. De la fantasía a la pesadilla. No dura mucho. Ninguno de ellos lo hace.
Saco el cuerpo por la ventana del baño y lo dejo caer sin ceremonias al jardín trasero. Hay gente por todas partes. Nadie lo verá hasta que ya no importe.
Me retoco los labios frente al espejo. Ni una gota de sangre en el vestido. Impecable.
Y entonces vuelvo a la fiesta, con una nueva sonrisa y una nueva copa en la mano.
Son tan… simples.
Una copa en la mano. Un vestido negro que me queda como una segunda piel. Sonrío solo cuando me miran. Sé lo que ven. Y me gusta.
Puedo ver cómo algunos se debaten entre el deseo y el miedo.
Perfecto.
—¿Estás sola? —pregunta uno, demasiado seguro de sí mismo.
Giro despacio el rostro, lo suficiente para atraparlo con la mirada. Lo escaneo. Guapo, pero frágil.
—¿Tú qué crees?
Él sonríe. Se cree en control. Qué adorable.
Lo tomo del brazo sin esperar respuesta. Lo arrastro entre la multitud como si fuera mío. Y lo es. Lo será sólo por esta noche.
Subimos al segundo piso, donde todo es más oscuro, más íntimo. Donde los secretos no importan.
Él intenta besarme. Me río bajito, como si fuera parte del juego.
Pero el juego ya terminó. Ni siquiera ha empezado, en realidad.
—¿Sabes lo que más me gusta de las fiestas? —susurro cerca de su oído—. Que nadie nota cuándo falta uno.
Y entonces lo muerdo. Feroz, elegante, sin cerrar los ojos. Quiero ver cómo cambia su expresión. Del éxtasis al horror. De la fantasía a la pesadilla. No dura mucho. Ninguno de ellos lo hace.
Saco el cuerpo por la ventana del baño y lo dejo caer sin ceremonias al jardín trasero. Hay gente por todas partes. Nadie lo verá hasta que ya no importe.
Me retoco los labios frente al espejo. Ni una gota de sangre en el vestido. Impecable.
Y entonces vuelvo a la fiesta, con una nueva sonrisa y una nueva copa en la mano.
La música retumba por todo el salón como una pulsación viva. Cada golpe de bajo es un eco de algo que ya no siento. Todos ríen, se tocan, se besan. Y yo me muevo entre ellos como un espejismo.
Son tan… simples.
Una copa en la mano. Un vestido negro que me queda como una segunda piel. Sonrío solo cuando me miran. Sé lo que ven. Y me gusta.
Puedo ver cómo algunos se debaten entre el deseo y el miedo.
Perfecto.
—¿Estás sola? —pregunta uno, demasiado seguro de sí mismo.
Giro despacio el rostro, lo suficiente para atraparlo con la mirada. Lo escaneo. Guapo, pero frágil.
—¿Tú qué crees?
Él sonríe. Se cree en control. Qué adorable.
Lo tomo del brazo sin esperar respuesta. Lo arrastro entre la multitud como si fuera mío. Y lo es. Lo será sólo por esta noche.
Subimos al segundo piso, donde todo es más oscuro, más íntimo. Donde los secretos no importan.
Él intenta besarme. Me río bajito, como si fuera parte del juego.
Pero el juego ya terminó. Ni siquiera ha empezado, en realidad.
—¿Sabes lo que más me gusta de las fiestas? —susurro cerca de su oído—. Que nadie nota cuándo falta uno.
Y entonces lo muerdo. Feroz, elegante, sin cerrar los ojos. Quiero ver cómo cambia su expresión. Del éxtasis al horror. De la fantasía a la pesadilla. No dura mucho. Ninguno de ellos lo hace.
Saco el cuerpo por la ventana del baño y lo dejo caer sin ceremonias al jardín trasero. Hay gente por todas partes. Nadie lo verá hasta que ya no importe.
Me retoco los labios frente al espejo. Ni una gota de sangre en el vestido. Impecable.
Y entonces vuelvo a la fiesta, con una nueva sonrisa y una nueva copa en la mano.

