• El cielo estaba teñido de un rojo antinatural, la luna parecía un ojo sangriento observando cada rincón del mundo. Las calles estaban desiertas, los murmullos de la ciudad callados.

    La figura del cazador emergía entre sombras y brasas. La gabardina, desgarrada por las batallas pasadas, se agitaba con el viento impregnado de olor a hierro y ceniza. En su espalda, la katana descansaba, y en su rostro su determinación.

    ── La luna roja… para ellos significa festín, para mí, significa cacería. Creen que la noche los hace invencibles, que la oscuridad es su reino. Pero yo también soy parte de esa oscuridad…
    El cielo estaba teñido de un rojo antinatural, la luna parecía un ojo sangriento observando cada rincón del mundo. Las calles estaban desiertas, los murmullos de la ciudad callados. La figura del cazador emergía entre sombras y brasas. La gabardina, desgarrada por las batallas pasadas, se agitaba con el viento impregnado de olor a hierro y ceniza. En su espalda, la katana descansaba, y en su rostro su determinación. ── La luna roja… para ellos significa festín, para mí, significa cacería. Creen que la noche los hace invencibles, que la oscuridad es su reino. Pero yo también soy parte de esa oscuridad…
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  • 𝐋𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐝𝐞 𝐌𝐮𝐦𝐲𝐨𝐮: 𝐞𝐥 "𝐒𝐢𝐧 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞".

    Kurogiri Mumyou no siempre fue conocido por ese nombre. En su juventud, ingresó al Cuerpo de Exterminio con el entusiasmo de un guerrero convencido de que el sacrificio era un precio justo por la victoria. Tenía un escuadrón, camaradas con los que compartía entrenamientos, risas y el juramento de proteger la vida de los inocentes.

    Su primera misión importante los llevó a un pueblo montañoso, donde rumores hablaban de desapariciones nocturnas. El aire era espeso, y el silencio de la aldea, perturbador. Esa noche, la luna apenas iluminaba el sendero cuando el demonio apareció. Era más fuerte de lo que cualquier informe había advertido, un monstruo despiadado que parecía disfrutar prolongando el sufrimiento.

    La batalla fue rápida, brutal. Uno tras otro, sus compañeros fueron cayendo. El joven Kurogiri luchó con todas sus fuerzas, pero pronto comprendió que moriría igual que ellos. El instinto, o quizás el miedo, lo llevó a esconderse entre las sombras, aguardando un momento, una apertura. Allí, vio cómo sus amigos eran devorados, cómo gritaban sus nombres entre la oscuridad, rogando no ser olvidados.

    Cuando el demonio bajó la guardia, él emergió de su escondite. Con un golpe preciso, casi desesperado, logró herirlo lo suficiente para obligarlo a huir hacia la noche. Fue el único que quedó en pie.

    Al regresar, los superiores le preguntaron por lo sucedido. Le pidieron los nombres de los caídos, para registrar su sacrificio en los libros del Cuerpo. Fue entonces cuando ocurrió lo imperdonable: en medio de su trauma, de su dolor y de la adrenalina que aún le corría por las venas, Kurogiri no pudo recordar todos los nombres. Algunos se desvanecieron de su memoria como si nunca hubieran existido.

    Ese vacío lo destrozó más que la batalla misma. La idea de haber sobrevivido gracias al silencio, gracias a esconderse, mientras los demás murieron con dignidad… era un peso insoportable.

    Cuando le preguntaron por su propio nombre, respondió con voz quebrada:

    —Ellos murieron con nombre. Yo sigo vivo sin merecer el mío. Desde entonces, llámenme Mumyou… el que no merece ser recordado.

    Desde ese día, se convirtió en una figura sombría dentro del Cuerpo. Peleaba con fiereza, salvaba vidas, pero jamás buscó gloria. Rehuía los honores, las ceremonias, incluso los vínculos demasiado cercanos. Porque cada vez que alguien pronunciaba su nombre, él lo sentía vacío, un recordatorio de que estaba vivo gracias a las sombras y al olvido.

    El joven que una vez creyó en la justicia se transformó en el hombre que aprendió a vivir en silencio. Así nació Kurogiri Mumyou, el Pilar de la Sombra en ese entonces, marcado por la tragedia y por los nombres que no pudo recordar.
    𝐋𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐝𝐞 𝐌𝐮𝐦𝐲𝐨𝐮: 𝐞𝐥 "𝐒𝐢𝐧 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞". Kurogiri Mumyou no siempre fue conocido por ese nombre. En su juventud, ingresó al Cuerpo de Exterminio con el entusiasmo de un guerrero convencido de que el sacrificio era un precio justo por la victoria. Tenía un escuadrón, camaradas con los que compartía entrenamientos, risas y el juramento de proteger la vida de los inocentes. Su primera misión importante los llevó a un pueblo montañoso, donde rumores hablaban de desapariciones nocturnas. El aire era espeso, y el silencio de la aldea, perturbador. Esa noche, la luna apenas iluminaba el sendero cuando el demonio apareció. Era más fuerte de lo que cualquier informe había advertido, un monstruo despiadado que parecía disfrutar prolongando el sufrimiento. La batalla fue rápida, brutal. Uno tras otro, sus compañeros fueron cayendo. El joven Kurogiri luchó con todas sus fuerzas, pero pronto comprendió que moriría igual que ellos. El instinto, o quizás el miedo, lo llevó a esconderse entre las sombras, aguardando un momento, una apertura. Allí, vio cómo sus amigos eran devorados, cómo gritaban sus nombres entre la oscuridad, rogando no ser olvidados. Cuando el demonio bajó la guardia, él emergió de su escondite. Con un golpe preciso, casi desesperado, logró herirlo lo suficiente para obligarlo a huir hacia la noche. Fue el único que quedó en pie. Al regresar, los superiores le preguntaron por lo sucedido. Le pidieron los nombres de los caídos, para registrar su sacrificio en los libros del Cuerpo. Fue entonces cuando ocurrió lo imperdonable: en medio de su trauma, de su dolor y de la adrenalina que aún le corría por las venas, Kurogiri no pudo recordar todos los nombres. Algunos se desvanecieron de su memoria como si nunca hubieran existido. Ese vacío lo destrozó más que la batalla misma. La idea de haber sobrevivido gracias al silencio, gracias a esconderse, mientras los demás murieron con dignidad… era un peso insoportable. Cuando le preguntaron por su propio nombre, respondió con voz quebrada: —Ellos murieron con nombre. Yo sigo vivo sin merecer el mío. Desde entonces, llámenme Mumyou… el que no merece ser recordado. Desde ese día, se convirtió en una figura sombría dentro del Cuerpo. Peleaba con fiereza, salvaba vidas, pero jamás buscó gloria. Rehuía los honores, las ceremonias, incluso los vínculos demasiado cercanos. Porque cada vez que alguien pronunciaba su nombre, él lo sentía vacío, un recordatorio de que estaba vivo gracias a las sombras y al olvido. El joven que una vez creyó en la justicia se transformó en el hombre que aprendió a vivir en silencio. Así nació Kurogiri Mumyou, el Pilar de la Sombra en ese entonces, marcado por la tragedia y por los nombres que no pudo recordar.
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  • Observaba desde la cornisa de un edificio abandonado, las manos enfundadas en los bolsillos de su abrigo. El viento frío agitaba su cabello, pero él permanecia inmóvil, una estatua de quietud en medio de la ciudad.

    ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había sentido el calor del sol sin que le dolieran los ojos o le diera migraña? ¿Cuánto, desde que había tenido una conversación que no fuera un intercambio de información o una advertencia velada?

    Una punzada familiar presionó sus sienes. "La Entidad" se agitaba, inquieto. Siempre lo hacía en las noches quieras, cuando no había un enemigo al que enfrentar, ni nada en lo que concentrarse más allá que el silencio de la propia mente.

    «𝘛𝘦𝘥𝘪𝘰𝘴𝘰...» susurró una voz, que era más un eco en su cráneo que una voz. Un pensamiento corrupto que no le pertenecía.

    "Cállate", pensó él.

    «𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘩𝘪 𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰. 𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢 𝘪𝘳𝘢... 𝘜𝘯 𝘧𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴?»

    —Porque no somos un animal. Porque soy yo quien tiene el control —murmuró.

    «𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰», habló en su mente aquella voz ronca «𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦»

    Extendió una mano. Una sombra se arrastró hacia su palma, formando una esfera de oscuridad perfecta que absorbía la luz. La sostuvo, sintiendo su peso frío. Este poder le había salvado la vida. Y este poder se la estaba robando.

    Cerró el puño. La esfera se desvaneció con un suspiro.

    Él no era un héroe, lo sabía. Los héroes no pactaban con entidades silenciosas y hambrientas, y tampoco temían sus propias sombras. Pero ahí estaba, noche tras noche, conteniendo la tormenta dentro de él para que aquellos que dormían ahí abajo, inocentes de los horrores que existían en el mundo, nunca tuvieran que saber su nombre.

    Se dió la vuelta, alejándose de la orilla de la cornisa y sumergiéndose en las sombras más profundas del edificio. Su trabajo nunca terminaba.

    «¿𝘘𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘢 𝘵𝘪?» susurró La Entidad. La pregunta, como siempre, quedó sin respuesta.
    Observaba desde la cornisa de un edificio abandonado, las manos enfundadas en los bolsillos de su abrigo. El viento frío agitaba su cabello, pero él permanecia inmóvil, una estatua de quietud en medio de la ciudad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había sentido el calor del sol sin que le dolieran los ojos o le diera migraña? ¿Cuánto, desde que había tenido una conversación que no fuera un intercambio de información o una advertencia velada? Una punzada familiar presionó sus sienes. "La Entidad" se agitaba, inquieto. Siempre lo hacía en las noches quieras, cuando no había un enemigo al que enfrentar, ni nada en lo que concentrarse más allá que el silencio de la propia mente. «𝘛𝘦𝘥𝘪𝘰𝘴𝘰...» susurró una voz, que era más un eco en su cráneo que una voz. Un pensamiento corrupto que no le pertenecía. "Cállate", pensó él. «𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘩𝘪 𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰. 𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢 𝘪𝘳𝘢... 𝘜𝘯 𝘧𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴?» —Porque no somos un animal. Porque soy yo quien tiene el control —murmuró. «𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰», habló en su mente aquella voz ronca «𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦» Extendió una mano. Una sombra se arrastró hacia su palma, formando una esfera de oscuridad perfecta que absorbía la luz. La sostuvo, sintiendo su peso frío. Este poder le había salvado la vida. Y este poder se la estaba robando. Cerró el puño. La esfera se desvaneció con un suspiro. Él no era un héroe, lo sabía. Los héroes no pactaban con entidades silenciosas y hambrientas, y tampoco temían sus propias sombras. Pero ahí estaba, noche tras noche, conteniendo la tormenta dentro de él para que aquellos que dormían ahí abajo, inocentes de los horrores que existían en el mundo, nunca tuvieran que saber su nombre. Se dió la vuelta, alejándose de la orilla de la cornisa y sumergiéndose en las sombras más profundas del edificio. Su trabajo nunca terminaba. «¿𝘘𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘢 𝘵𝘪?» susurró La Entidad. La pregunta, como siempre, quedó sin respuesta.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Cierra tus ojos

    Y recuerda esa

    Voz pasajera.

    No puedo regresar

    No puedo volver

    Solo hay unaa

    Profunda oscuridad

    ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔
    🎶Cierra tus ojos 🎶 🎶Y recuerda esa 🎶 🎶 Voz pasajera. 🎶 🎶 No puedo regresar🎶 🎶No puedo volver 🎶 🎶 Solo hay unaa 🎶 🎶 Profunda oscuridad 🎶 ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔
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  • ¿Aburrido de jugar con muñecas? Mejor ven y arrodíllate ante tu reina, deja que mis labios decidan si mereces redención o la dulce caricia de la oscuridad.
    ¿Aburrido de jugar con muñecas? Mejor ven y arrodíllate ante tu reina, deja que mis labios decidan si mereces redención o la dulce caricia de la oscuridad.
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  • Eres la luz que iluminó mi oscuridad y a la vez mi sombra que me protegue en cada rincón del mundo, mi deseo de noche y dia, el guardian de mi corazon.
    Eres el amor de mi vida.
    Aaron Mckein
    Eres la luz que iluminó mi oscuridad y a la vez mi sombra que me protegue en cada rincón del mundo, mi deseo de noche y dia, el guardian de mi corazon. Eres el amor de mi vida. [Aaron_Mckein]
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  • A altas horas de la noche, aquel mal llamado hombre caminaba entre la oscuridad que tragaba la ciudad donde se "ocultaba", una ciudad que apenas respiraba bajo faroles titilantes. Cada paso suyo arrancaba destellos de luz en la acera húmeda, como si la calle misma delatara su presencia.

    En la comisura de sus labios ardía un cigarro. No por necesidad, sino por experimento: quería entender qué encontraba la gente en ese humo que los debilitaba, cómo podían rendirse a un vicio tan trivial. A cada calada observaba, registraba, analizaba. Realmente, no sentía nada.

    La capucha (su habitual marca) estaba echada atrás. No por descuido, sino porque esa noche no le importaba ser visto. Sus manos reposaban en los bolsillos de su chaqueta como si buscara calma, pero su mente trazaba rutas, patrones, olores, latidos.

    No había caso asignado, ningún expediente sobre la mesa. Y sin embargo algo crecía en su interior. No aburrimiento, sino hambre. La clase de hambre que no se sacia con comida, sino con movimiento, con cacería, con respuestas.
    A altas horas de la noche, aquel mal llamado hombre caminaba entre la oscuridad que tragaba la ciudad donde se "ocultaba", una ciudad que apenas respiraba bajo faroles titilantes. Cada paso suyo arrancaba destellos de luz en la acera húmeda, como si la calle misma delatara su presencia. En la comisura de sus labios ardía un cigarro. No por necesidad, sino por experimento: quería entender qué encontraba la gente en ese humo que los debilitaba, cómo podían rendirse a un vicio tan trivial. A cada calada observaba, registraba, analizaba. Realmente, no sentía nada. La capucha (su habitual marca) estaba echada atrás. No por descuido, sino porque esa noche no le importaba ser visto. Sus manos reposaban en los bolsillos de su chaqueta como si buscara calma, pero su mente trazaba rutas, patrones, olores, latidos. No había caso asignado, ningún expediente sobre la mesa. Y sin embargo algo crecía en su interior. No aburrimiento, sino hambre. La clase de hambre que no se sacia con comida, sino con movimiento, con cacería, con respuestas.
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  • ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía.

    —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos.

    Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo.

    Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre.

    —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien.

    El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador.

    El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta.

    Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue.

    Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante.

    —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento.

    Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida.

    La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño.

    Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas.

    Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba.

    Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado.

    —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!!

    Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó.

    Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia.

    —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío.

    Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla.

    Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo.

    Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica.

    Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
    ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía. —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos. Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo. Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre. —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien. El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador. El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta. Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue. Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante. —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento. Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida. La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño. Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas. Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba. Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado. —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!! Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó. Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia. —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío. Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla. Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo. Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica. Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
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  • La aguja entra en mi piel y siento cómo la sangre, espesa y ardiente, se mezcla con la mía. Al principio es solo un calor incómodo, pero en segundos se convierte en un fuego líquido que corre por mis venas, quemando cada rincón de mi cuerpo. Intento moverme, gritar, hacer algo… pero estoy atrapado. Es como si mi cuerpo ya no me obedeciera.

    El ardor se intensifica, mi piel late y arde como si fuera a desgarrarse desde adentro. Siento que se estira, que se rompe, que algo debajo quiere salir. Mis pulmones se llenan de aire pesado, espeso, como humo; respiro y me ahogo al mismo tiempo. El pánico me oprime el pecho, me corta la voz. No hay escape.

    Abro los ojos y lo primero que veo es mi reflejo en la oscuridad: un resplandor púrpura que no me pertenece. Mi pupila se estrecha en una línea alargada, inhumana. No soy yo. No puedo ser yo. Trago saliva, pero el sabor metálico de la sangre me inunda la boca. Los colmillos atraviesan mis encías, desgarrándolas, y un dolor punzante me obliga a abrir la boca en un grito que no suena como el mío.

    Las uñas se alargan, se curvan en garras, mis manos tiemblan, deformes, irreconocibles. Intento apretarlas contra el suelo, sujetarme a algo, pero solo siento la carne desgarrándose, como si ya no perteneciera a un cuerpo humano.

    Arde. Quema. Me consume.
    Quiero despertar, pero no puedo. Estoy hundido en la pesadilla, respirando cenizas, sintiendo cada fibra de mí romperse para dar paso a algo que no comprendo.

    Entonces lo escucho: un rugido profundo, monstruoso, que retumba en mi garganta. Es mi voz, pero no lo es. Y en ese instante lo sé: lo que vive dentro de mí no quiere dejarme regresar.
    La aguja entra en mi piel y siento cómo la sangre, espesa y ardiente, se mezcla con la mía. Al principio es solo un calor incómodo, pero en segundos se convierte en un fuego líquido que corre por mis venas, quemando cada rincón de mi cuerpo. Intento moverme, gritar, hacer algo… pero estoy atrapado. Es como si mi cuerpo ya no me obedeciera. El ardor se intensifica, mi piel late y arde como si fuera a desgarrarse desde adentro. Siento que se estira, que se rompe, que algo debajo quiere salir. Mis pulmones se llenan de aire pesado, espeso, como humo; respiro y me ahogo al mismo tiempo. El pánico me oprime el pecho, me corta la voz. No hay escape. Abro los ojos y lo primero que veo es mi reflejo en la oscuridad: un resplandor púrpura que no me pertenece. Mi pupila se estrecha en una línea alargada, inhumana. No soy yo. No puedo ser yo. Trago saliva, pero el sabor metálico de la sangre me inunda la boca. Los colmillos atraviesan mis encías, desgarrándolas, y un dolor punzante me obliga a abrir la boca en un grito que no suena como el mío. Las uñas se alargan, se curvan en garras, mis manos tiemblan, deformes, irreconocibles. Intento apretarlas contra el suelo, sujetarme a algo, pero solo siento la carne desgarrándose, como si ya no perteneciera a un cuerpo humano. Arde. Quema. Me consume. Quiero despertar, pero no puedo. Estoy hundido en la pesadilla, respirando cenizas, sintiendo cada fibra de mí romperse para dar paso a algo que no comprendo. Entonces lo escucho: un rugido profundo, monstruoso, que retumba en mi garganta. Es mi voz, pero no lo es. Y en ese instante lo sé: lo que vive dentro de mí no quiere dejarme regresar.
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  • -Me encontraba muy ocupado con los preparativos de mañana, incluyendo el salón y el buffet. La ornamentación buscaba una evasión temporal; como se dice, liberar la mente. Mi sombra indicó una guitarra .-

    ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué apuntas a una guitarra?

    -Intenté comprender lo que intentaba comunicarme hasta que lo logré, anplie mi sonrisa al entender ,-

    Jxjxjxjxjx qué idea tan interesante se te ocurrió. Sin duda alguna, tú y yo nos comprendemos perfectamente.

    -Abrí un acceso al círculo de la lujuria, siendo casi abrumado por el intenso olor a sexo y caos que dominaba el ambiente, acudiendo a Asmodeo y solicitándole ciertas libertades por algunas horas, ya que deseaba aclarar mis pensamientos y hacerlo en su reino . A pesar de que Asmodeo me otorgó libertad total, siendo un antiguo monarca, ya había abandonado ese papel y solo cumplí con los procedimientos que debían seguirse. Dado que Asmodeo era quien dominaba aquel anillo, estaba seguro de que no rechazaría mi solicitud por el aprecio que existía entre nosotros y, con el consentimiento dado, comencé a forjar, con mis sombras, un colossal escenario inspirado en un casino. Algunos demonios que presenciaban lo que ocurría parecían confundidos; varios arlequines brincaban frenéticamente por el espacio, lanzando volantes de un gran evento y apuntando al reloj que mostraba que quedaba poco para su inicio. Otros duendecillos creaban portales encantados para que quienes poseían el don de escuchar pudieran disfrutar de tal acontecimiento. Gradualmente, el espacio comenzó a abarrotarse y los arlequines continuaban incitando a los espectadores a disfrutar de la experiencia, hasta que el reloj marcó tres campanadas, cubriendo todo el círculo de la lujuria en oscuridad para luego al encenderse los reflectores revelar cuatro siluetas en el escenario.-

    VOX Overlord ADAN Leo Mornigstar

    -se podía notar su confucion pero con un gesto a Vox el entendió rápido enpesando la presentación del concierto muy a su estilo -

    //Activen los subtitulos ʕ⁠´⁠•⁠ᴥ⁠•⁠`⁠ʔ para que entiendas la letra jxjxjxjx//

    https://youtu.be/vL98c7ziOGw?si=5wtja4aQuFPVh2EK
    -Me encontraba muy ocupado con los preparativos de mañana, incluyendo el salón y el buffet. La ornamentación buscaba una evasión temporal; como se dice, liberar la mente. Mi sombra indicó una guitarra 🎸.- ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué apuntas a una guitarra? -Intenté comprender lo que intentaba comunicarme hasta que lo logré, anplie mi sonrisa al entender ,- Jxjxjxjxjx qué idea tan interesante se te ocurrió. Sin duda alguna, tú y yo nos comprendemos perfectamente. -Abrí un acceso al círculo de la lujuria, siendo casi abrumado por el intenso olor a sexo y caos que dominaba el ambiente, acudiendo a Asmodeo y solicitándole ciertas libertades por algunas horas, ya que deseaba aclarar mis pensamientos y hacerlo en su reino . A pesar de que Asmodeo me otorgó libertad total, siendo un antiguo monarca, ya había abandonado ese papel y solo cumplí con los procedimientos que debían seguirse. Dado que Asmodeo era quien dominaba aquel anillo, estaba seguro de que no rechazaría mi solicitud por el aprecio que existía entre nosotros y, con el consentimiento dado, comencé a forjar, con mis sombras, un colossal escenario inspirado en un casino. Algunos demonios que presenciaban lo que ocurría parecían confundidos; varios arlequines brincaban frenéticamente por el espacio, lanzando volantes de un gran evento y apuntando al reloj que mostraba que quedaba poco para su inicio. Otros duendecillos creaban portales encantados para que quienes poseían el don de escuchar pudieran disfrutar de tal acontecimiento. Gradualmente, el espacio comenzó a abarrotarse y los arlequines continuaban incitando a los espectadores a disfrutar de la experiencia, hasta que el reloj marcó tres campanadas, cubriendo todo el círculo de la lujuria en oscuridad para luego al encenderse los reflectores revelar cuatro siluetas en el escenario.- [VOX_Vees] [eclipse_red_crow_913] [tempest_cyan_elephant_253] -se podía notar su confucion pero con un gesto a Vox el entendió rápido enpesando la presentación del concierto muy a su estilo - //Activen los subtitulos ʕ⁠´⁠•⁠ᴥ⁠•⁠`⁠ʔ para que entiendas la letra jxjxjxjx// https://youtu.be/vL98c7ziOGw?si=5wtja4aQuFPVh2EK
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