• Ignorando el desorden del fondo.. Conseguí este gorro, perfecto para el frío de estas fechas.
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    Kazuha

    “Ahora, ¿quién puede decirme cuál es la regla número uno de un vigilante?”

    Voces.

    Ecos que provenían de ningún sitio, y de todos al mismo tiempo. Reverberando en las paredes de piedra, a veces parecían tan cercanos que uno podía jurar estar ahí otra vez, las voces dejando de ser un recuerdo, su vibrar en el aire agitando el serpenteo de las antorchas.

    “¡Muy bien, Kyrie! Ya son cinco preguntas seguidas. ¿Piensas quedarte atrás, Kieran?”

    Voces, sí. Había aprendido a ignorarlas, pero no a callarlas.

    ¿O es que aún quería callarlas? Un mundo en silencio parecía tan distante y extraño, que empezaba a sentirse inhóspito.

    Voces, nada más que voces. Con Kyrie como su epicentro, ondas que distorsionaban los recuerdos, olas que arrastraban lo incómodo, lo doloroso y lo prohibido, desde las profundidades a la superficie. Su ser, una distorsión de la realidad andante.

    Eso -y sólo eso- era ahora. Nada más que un cascarón.

    —Me preguntaste por qué no la había sacado, ¿cierto? —Habló, por fin, después de lo que parecían años. De no ser por el eco de sus pasos en la oscuridad, cualquiera en esas grutas se volvía una sombra, una silueta borrosa de lo que alguna vez fue una persona. Rodeado de las voces, empapado del veneno del memento, la cordura empezaba a perderse.

    Pero se acostumbró. Tenía que acostumbrarse para poder seguirla visitando.

    Pero, ¿qué había de Kazuha? ¿Qué clase de cosas estaba trayendo a flote esa marea inmisericorde que de Kyrie provenía? ¿Qué decían sus voces? ¿Qué mostraban las siluetas en la piedra con el sinuoso danzar de las llamas?

    El carmesí usaba, hacia ella extendía como una sábana que uno se coloca para aplacar el ruido al dormir. Aminoraba el efecto sobre ella, pero no lo cancelaba.

    —Es por esto. Mientras más te acercas a ella, más intenso se vuelve. Si la saco de aquí, no importa a dónde la lleve… el daño que le causaría a la gente es…

    Pausó. Ya estaban frente a la celda, y el efecto empezaba a ser insoportable, desquiciante, doloroso.

    Pero él se acostumbró. Tenía que haberse acostumbrado. ¿Las primeras veces? Ni siquiera podía entrar al pasillo. Aún así, poco a poco y día con día, aprendió a soportar. A escuchar. A dar un paso más cerca, cada vez más cerca.

    —…pero ya no tengo opción. Ya no puedo esperar. Vamos a cortar los barrotes.

    Era fácil. Sorprendentemente fácil, dada la severidad de sus crímenes, cuán destructiva era su existencia.

    Fácil, sí, porque... ¿quién querría liberar a un monstruo?
    [k4zuha] “Ahora, ¿quién puede decirme cuál es la regla número uno de un vigilante?” Voces. Ecos que provenían de ningún sitio, y de todos al mismo tiempo. Reverberando en las paredes de piedra, a veces parecían tan cercanos que uno podía jurar estar ahí otra vez, las voces dejando de ser un recuerdo, su vibrar en el aire agitando el serpenteo de las antorchas. “¡Muy bien, Kyrie! Ya son cinco preguntas seguidas. ¿Piensas quedarte atrás, Kieran?” Voces, sí. Había aprendido a ignorarlas, pero no a callarlas. ¿O es que aún quería callarlas? Un mundo en silencio parecía tan distante y extraño, que empezaba a sentirse inhóspito. Voces, nada más que voces. Con Kyrie como su epicentro, ondas que distorsionaban los recuerdos, olas que arrastraban lo incómodo, lo doloroso y lo prohibido, desde las profundidades a la superficie. Su ser, una distorsión de la realidad andante. Eso -y sólo eso- era ahora. Nada más que un cascarón. —Me preguntaste por qué no la había sacado, ¿cierto? —Habló, por fin, después de lo que parecían años. De no ser por el eco de sus pasos en la oscuridad, cualquiera en esas grutas se volvía una sombra, una silueta borrosa de lo que alguna vez fue una persona. Rodeado de las voces, empapado del veneno del memento, la cordura empezaba a perderse. Pero se acostumbró. Tenía que acostumbrarse para poder seguirla visitando. Pero, ¿qué había de Kazuha? ¿Qué clase de cosas estaba trayendo a flote esa marea inmisericorde que de Kyrie provenía? ¿Qué decían sus voces? ¿Qué mostraban las siluetas en la piedra con el sinuoso danzar de las llamas? El carmesí usaba, hacia ella extendía como una sábana que uno se coloca para aplacar el ruido al dormir. Aminoraba el efecto sobre ella, pero no lo cancelaba. —Es por esto. Mientras más te acercas a ella, más intenso se vuelve. Si la saco de aquí, no importa a dónde la lleve… el daño que le causaría a la gente es… Pausó. Ya estaban frente a la celda, y el efecto empezaba a ser insoportable, desquiciante, doloroso. Pero él se acostumbró. Tenía que haberse acostumbrado. ¿Las primeras veces? Ni siquiera podía entrar al pasillo. Aún así, poco a poco y día con día, aprendió a soportar. A escuchar. A dar un paso más cerca, cada vez más cerca. —…pero ya no tengo opción. Ya no puedo esperar. Vamos a cortar los barrotes. Era fácil. Sorprendentemente fácil, dada la severidad de sus crímenes, cuán destructiva era su existencia. Fácil, sí, porque... ¿quién querría liberar a un monstruo?
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Se que muchos me ignoran, que no soy relevante, pero... consideren apoyar este nuevo proyecto.
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    ¿Te interesaría protagonizar una historia llena de aventura y acción?
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    Los cazadores buscamos las anomalías que hay en el mundo para corregirlas.
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  • Hablan de ídolos y han olvidado nombrar a los escultores. Profesan igualdad, pero reniegan de la renuncia. Ruegan por los deseos, olvidándose de la dignidad que surge del proceso. Se atreven a amar, pero han descuidado sus propios templos. Reprimen los intereses tras palabras rimbombantes.

    Esperarlos es desviar la mirada, fingir ignorancia. Deben recordar constantemente las palabras de quienes antaño fueron iluminados, sin dejar por ello de ser humanos.

    No se trata de imitar al mártir desollado, sino de aprender a razonar incluso frente a aquello que parece no someterse a juicio alguno.
    Hablan de ídolos y han olvidado nombrar a los escultores. Profesan igualdad, pero reniegan de la renuncia. Ruegan por los deseos, olvidándose de la dignidad que surge del proceso. Se atreven a amar, pero han descuidado sus propios templos. Reprimen los intereses tras palabras rimbombantes. Esperarlos es desviar la mirada, fingir ignorancia. Deben recordar constantemente las palabras de quienes antaño fueron iluminados, sin dejar por ello de ser humanos. No se trata de imitar al mártir desollado, sino de aprender a razonar incluso frente a aquello que parece no someterse a juicio alguno.
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  • Y así había dado inicio la búsqueda de Irura por una cámara fotográfica -o, mejor dicho, alguien capaz de crear una- que pudiese ser operada sin usar la vista.

    ¿Sonaba inverosímil? Quizás, pero no más inverosímil que crear sinfonías enteras sin el sentido del oído... y eso ya se había hecho.

    —Tal vez... ¿una alarma sonora que indique cuando el objetivo de la foto está en el encuadre? Hm... —pensaba, y El Libro respondía. Es que sus páginas cambiaban, siempre cambiaban, conforme lo que necesitase su lector conocer. O, mejor dicho, lo que creyese el lector necesitar -pequeña e importante diferencia, pues era El Libro un ser mezquino y travieso, a veces-.

    —Un ingeniero o un científico, muy probablemente. Ahora, ¿dónde encuentro a alguien así?
    Y así había dado inicio la búsqueda de Irura por una cámara fotográfica -o, mejor dicho, alguien capaz de crear una- que pudiese ser operada sin usar la vista. ¿Sonaba inverosímil? Quizás, pero no más inverosímil que crear sinfonías enteras sin el sentido del oído... y eso ya se había hecho. —Tal vez... ¿una alarma sonora que indique cuando el objetivo de la foto está en el encuadre? Hm... —pensaba, y El Libro respondía. Es que sus páginas cambiaban, siempre cambiaban, conforme lo que necesitase su lector conocer. O, mejor dicho, lo que creyese el lector necesitar -pequeña e importante diferencia, pues era El Libro un ser mezquino y travieso, a veces-. —Un ingeniero o un científico, muy probablemente. Ahora, ¿dónde encuentro a alguien así?
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  • ★Stelarium

    El polvo de estrellas lo pueden ver pocas personas. Es raro que se muestre a uno de los signos, pero Leo lo podía observar e incluso tocar. El polvo de estrellas había aparecido justo delante suyo, así que no dudó en extender sus palmas e intentar sostenerlo, pero el polvo desaparecía al tocar su piel. Quizás no eran compatibles.

    Levantó una ceja y ladeó su rostro observándolo caer a su alrededor, luego de repente tuvo un pensamiento que le disgustó.

    — Debe ser alguna broma de Géminis.

    Dijo en voz baja con cierto recelo. Decidió ignorar el polvo brillante que caía sin timidez, volviendo la noche hermosa y luminosa, pero no estaba dispuesto a darle atención a alguna de esas travesuras de ese signo estúpido. Continuó su camino por el bosque buscando su propio interés.
    ★Stelarium El polvo de estrellas lo pueden ver pocas personas. Es raro que se muestre a uno de los signos, pero Leo lo podía observar e incluso tocar. El polvo de estrellas había aparecido justo delante suyo, así que no dudó en extender sus palmas e intentar sostenerlo, pero el polvo desaparecía al tocar su piel. Quizás no eran compatibles. Levantó una ceja y ladeó su rostro observándolo caer a su alrededor, luego de repente tuvo un pensamiento que le disgustó. — Debe ser alguna broma de Géminis. Dijo en voz baja con cierto recelo. Decidió ignorar el polvo brillante que caía sin timidez, volviendo la noche hermosa y luminosa, pero no estaba dispuesto a darle atención a alguna de esas travesuras de ese signo estúpido. Continuó su camino por el bosque buscando su propio interés.
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  • El destino los había reunido una noche en la que no pudo darse el lujo de apartar la mirada. Él estaba demasiado herido, y su necesidad era un llamado imposible de ignorar. Le tendió la mano sin pensarlo, y en ese gesto sencillo comenzó algo inesperado. Bondrewd Bond había sido amable, más de lo que ella creía posible; el primer humano que no buscó dañarla. Compartir tiempo con él le devolvía fragmentos de una vida que creía perdida: la calma, la rutina, lo cotidiano. Pequeños instantes que le recordaban cómo se sentía vivir sin miedo constante.

    Scar: así lo había nombrado, se volvió en poco tiempo un amigo cercano. Aquel día lo llamó solo para saber cómo estaba; bastó escuchar su voz para notar el cansancio que arrastraba, la falta de sueño marcada entre silencios. No hicieron falta muchas preguntas. Cortó la llamada y fue directo a la cocina. Sabía que no había consuelo más honesto que una comida hecha con cuidado. Preparó cada plato con atención, como si en ello pudiera devolverle un poco de energía. Cuando terminó, guardó todo en una bolsa de tela y salió de casa.

    Podría haber usado su poder para llegar en un instante, pero eligió no hacerlo. Quería respetar la normalidad que lo rodeaba, caminar el mundo como cualquiera. El autobús la dejó frente a la estación de policía. Entró con tranquilidad; allí ya la conocían. No era la primera vez que iba a buscarlo. Algunos oficiales incluso le habían preparado una tarjeta de acceso a modo de broma, una pequeña muestra de confianza ganada con el tiempo.

    Avanzó con pasos suaves por los pasillos hasta llegar a la oficina que llevaba su nombre. Tocó primero, por respeto, pero al no recibir respuesta tomó el picaporte y abrió despacio. Scar dormía, vencido por el agotamiento, el cuerpo rendido por fin.

    No quiso despertarlo. No aún.

    Dejó la bolsa sobre el escritorio y, en silencio, comenzó a ordenar los papeles dispersos. Cada movimiento era cuidadoso, casi ritual. Como si al acomodar aquel pequeño caos también estuviera cuidando de él, preservando ese descanso frágil que tanto parecía necesitar.
    El destino los había reunido una noche en la que no pudo darse el lujo de apartar la mirada. Él estaba demasiado herido, y su necesidad era un llamado imposible de ignorar. Le tendió la mano sin pensarlo, y en ese gesto sencillo comenzó algo inesperado. [tidal_ruby_spider_375] había sido amable, más de lo que ella creía posible; el primer humano que no buscó dañarla. Compartir tiempo con él le devolvía fragmentos de una vida que creía perdida: la calma, la rutina, lo cotidiano. Pequeños instantes que le recordaban cómo se sentía vivir sin miedo constante. Scar: así lo había nombrado, se volvió en poco tiempo un amigo cercano. Aquel día lo llamó solo para saber cómo estaba; bastó escuchar su voz para notar el cansancio que arrastraba, la falta de sueño marcada entre silencios. No hicieron falta muchas preguntas. Cortó la llamada y fue directo a la cocina. Sabía que no había consuelo más honesto que una comida hecha con cuidado. Preparó cada plato con atención, como si en ello pudiera devolverle un poco de energía. Cuando terminó, guardó todo en una bolsa de tela y salió de casa. Podría haber usado su poder para llegar en un instante, pero eligió no hacerlo. Quería respetar la normalidad que lo rodeaba, caminar el mundo como cualquiera. El autobús la dejó frente a la estación de policía. Entró con tranquilidad; allí ya la conocían. No era la primera vez que iba a buscarlo. Algunos oficiales incluso le habían preparado una tarjeta de acceso a modo de broma, una pequeña muestra de confianza ganada con el tiempo. Avanzó con pasos suaves por los pasillos hasta llegar a la oficina que llevaba su nombre. Tocó primero, por respeto, pero al no recibir respuesta tomó el picaporte y abrió despacio. Scar dormía, vencido por el agotamiento, el cuerpo rendido por fin. No quiso despertarlo. No aún. Dejó la bolsa sobre el escritorio y, en silencio, comenzó a ordenar los papeles dispersos. Cada movimiento era cuidadoso, casi ritual. Como si al acomodar aquel pequeño caos también estuviera cuidando de él, preservando ese descanso frágil que tanto parecía necesitar.
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  • ────𝘔𝘢𝘥𝘳𝘶𝘨𝘢𝘥𝘢 𝘯𝘢𝘷𝘪𝘥𝘦ñ𝘢 ──── 𝑂𝑡𝑟𝑜 𝑑í𝑎 𝑑𝑒 𝑡𝑟𝑎𝑏𝑎𝑗𝑜. | 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟏𝟓]

    [🇺🇲] 𝑁𝑢𝑒𝑣𝑎 𝑌𝑜𝑟𝑘 — 𝐸𝑠𝑡𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑈𝑛𝑖𝑑𝑜𝑠 | 𝟶𝟼:𝟶𝟶 𝐴.𝑀 (𝟻 ℎ𝑜𝑟𝑎𝑠 𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑜 𝑎 𝐵𝑒𝑟𝑙í𝑛)

    La luz del sol de la mañana de Navidad se filtraba suavemente a través de las cortinas entreabiertas del dormitorio de Santiago, tiñendo la habitación de un cálido tono dorado. Era 25 de diciembre, y el silencio de la casa solo se interrumpía por el lejano sonido de villancicos que provenían de algún vecino entusiasta.

    Santiago abrió los ojos lentamente, estirándose bajo las sábanas con un bostezo contenido. La noche anterior había sido tranquila, como a él le gustaba: una cena ligera, un libro a medio leer y la compañía silenciosa de Francesco. Se incorporó en la cama, pasándose una mano por el cabello revuelto, y miró hacia el pie del colchón.

    Allí estaba Francesco, su gato negro, acurrucado en un ovillo perfecto sobre la manta extra que Santiago siempre dejaba para él. El felino dormía profundamente, con el pecho subiendo y bajando en un ritmo pausado, una pata delantera cubriéndole delicadamente la nariz como si quisiera protegerse del mundo. Ni siquiera el movimiento de Santiago lo había despertado; Francesco era experto en ignorar el mundo cuando decidía que era hora de descansar.

    Con una media sonrisa, Santiago se levantó de la cama, descalzo sobre el suelo fresco de madera. Caminó hasta la cocina contigua, abrió el armario superior y sacó una copa de cristal fino. Luego, del refrigerador, tomó la botella de vino tinto que había abierto unos días antes, un Rioja reserva que guardaba para momentos como este. Sirvió una cantidad moderada, solo lo suficiente para acompañar la quietud de la mañana, y el aroma afrutado llenó el aire.

    Regresó al dormitorio con la copa en la mano, se sentó en el borde de la cama y dio un sorbo lento mientras sus ojos se posaban nuevamente en Francesco. El gato, ajeno a todo, cambió ligeramente de posición en sueños, estirando una pata trasera sin abrir los ojos.

    ──── 𝘚𝘪 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘶𝘦𝘳𝘮𝘦𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰, 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘮𝘢𝘴 𝘨𝘰𝘳𝘥𝘰. ────

    Bromeo y suspiró con satisfacción, observando cómo la luz navideña bailaba sobre el pelaje de su compañero. No necesitaba más que esto: un vino tempranero, un gato dormilón y la calma absoluta de una Navidad sin prisas.
    ────𝘔𝘢𝘥𝘳𝘶𝘨𝘢𝘥𝘢 𝘯𝘢𝘷𝘪𝘥𝘦ñ𝘢 ──── 𝑂𝑡𝑟𝑜 𝑑í𝑎 𝑑𝑒 𝑡𝑟𝑎𝑏𝑎𝑗𝑜. | 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟏𝟓] [🇺🇲] 𝑁𝑢𝑒𝑣𝑎 𝑌𝑜𝑟𝑘 — 𝐸𝑠𝑡𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑈𝑛𝑖𝑑𝑜𝑠 | 𝟶𝟼:𝟶𝟶 𝐴.𝑀 (𝟻 ℎ𝑜𝑟𝑎𝑠 𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑜 𝑎 𝐵𝑒𝑟𝑙í𝑛) La luz del sol de la mañana de Navidad se filtraba suavemente a través de las cortinas entreabiertas del dormitorio de Santiago, tiñendo la habitación de un cálido tono dorado. Era 25 de diciembre, y el silencio de la casa solo se interrumpía por el lejano sonido de villancicos que provenían de algún vecino entusiasta. Santiago abrió los ojos lentamente, estirándose bajo las sábanas con un bostezo contenido. La noche anterior había sido tranquila, como a él le gustaba: una cena ligera, un libro a medio leer y la compañía silenciosa de Francesco. Se incorporó en la cama, pasándose una mano por el cabello revuelto, y miró hacia el pie del colchón. Allí estaba Francesco, su gato negro, acurrucado en un ovillo perfecto sobre la manta extra que Santiago siempre dejaba para él. El felino dormía profundamente, con el pecho subiendo y bajando en un ritmo pausado, una pata delantera cubriéndole delicadamente la nariz como si quisiera protegerse del mundo. Ni siquiera el movimiento de Santiago lo había despertado; Francesco era experto en ignorar el mundo cuando decidía que era hora de descansar. Con una media sonrisa, Santiago se levantó de la cama, descalzo sobre el suelo fresco de madera. Caminó hasta la cocina contigua, abrió el armario superior y sacó una copa de cristal fino. Luego, del refrigerador, tomó la botella de vino tinto que había abierto unos días antes, un Rioja reserva que guardaba para momentos como este. Sirvió una cantidad moderada, solo lo suficiente para acompañar la quietud de la mañana, y el aroma afrutado llenó el aire. Regresó al dormitorio con la copa en la mano, se sentó en el borde de la cama y dio un sorbo lento mientras sus ojos se posaban nuevamente en Francesco. El gato, ajeno a todo, cambió ligeramente de posición en sueños, estirando una pata trasera sin abrir los ojos. ──── 𝘚𝘪 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘶𝘦𝘳𝘮𝘦𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰, 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘮𝘢𝘴 𝘨𝘰𝘳𝘥𝘰. ──── Bromeo y suspiró con satisfacción, observando cómo la luz navideña bailaba sobre el pelaje de su compañero. No necesitaba más que esto: un vino tempranero, un gato dormilón y la calma absoluta de una Navidad sin prisas.
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  • –Curiosos cascos.

    Ignorando que asustó a unos campistas que huyeron dejando atrás sus cosas, examina con las orbes en su cabeza esos cascos triangulares de color rojo y blanco, ha notado una frecuencia de uso elevado.

    –¿Aunque no veo mucha funcionalidad defensiva?
    –Curiosos cascos. Ignorando que asustó a unos campistas que huyeron dejando atrás sus cosas, examina con las orbes en su cabeza esos cascos triangulares de color rojo y blanco, ha notado una frecuencia de uso elevado. –¿Aunque no veo mucha funcionalidad defensiva?
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    — Mmm... ¿Qué es lo que tanto te asusta de mí, Pochita? He caminado entre humanos solo para entender sus afectos... y ahora que sé cómo amarte, ¿por qué sigues ignorando mi mano extendida? Podríamos ser la familia perfecta; te daría el mundo entero si lo pidieras. Demonios... es imposible enfadarse contigo, maldita bola rechoncha adorable.
    — Mmm... ¿Qué es lo que tanto te asusta de mí, Pochita? He caminado entre humanos solo para entender sus afectos... y ahora que sé cómo amarte, ¿por qué sigues ignorando mi mano extendida? Podríamos ser la familia perfecta; te daría el mundo entero si lo pidieras. Demonios... es imposible enfadarse contigo, maldita bola rechoncha adorable.
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