La noche en Seúl estaba particularmente silenciosa, interrumpida solo por el suave repiqueteo de la lluvia contra los ventanales del estudio privado de la firma de moda de Yunseok "MIRROR". Frente a él, el espejo ancestral que había heredado de su madre brillaba débilmente, como si algo desde el otro lado quisiera cruzar.
Había sentido esa energía antes: antigua, pura… y familiar de una manera inexplicable. Cerró los ojos, respiró profundo y colocó su mano contra el cristal. El reflejo cambió, mostrándole una montaña envuelta en niebla, y una figura solitaria avanzando con paso inseguro. Su corazón se aceleró: reconoció la firma espiritual de Baoshan Sanren, un nombre que solo conocía de los textos más ocultos de su linaje paterno.
«¿Qué me estás pidiendo, ancestro…?» murmuró para sí mismo, mientras los símbolos grabados alrededor del marco comenzaban a arder con luz plateada.
Un destello lo cegó por un segundo. Cuando volvió a enfocar la vista, allí estaba él: un joven de túnica blanca, vendado de los ojos, de pie en medio de su estudio, con una calma aparente que ocultaba cierta fragilidad.
Yunseok dio un paso hacia él, en silencio, cuidando de no sobresaltarlo. Su voz fue grave, cálida:
—Así que tú eres… Xiao Xingchen.
El nombre salió de sus labios con naturalidad, como si siempre lo hubiera sabido. No necesitaba confirmación: aquella presencia emanaba la misma esencia pura que había sentido en sus meditaciones.
Con pasos suaves, Yunseok se acercó y tomó con delicadeza su brazo, guiándolo con cuidado hasta que pudiera orientarlo en el espacio. Sobre sus hombros colocó una manta, asegurándose de acomodarla bien.
—Estás a salvo ahora. Baoshan Sanren te envió aquí y deberemos averiguar porqué.
El sonido de la lluvia contra los ventanales llenaba el silencio, casi solemne. Yunseok sostuvo su mano con firmeza para transmitirle seguridad.
—Estoy frente a ti, Xiao. Si me permites, te guiaré.
Su mirada lo recorrió con intriga: aquel hombre ciego había cruzado siglos para llegar a él. Había algo casi irreal en esa imagen.
—Puedes entenderme bien?
su tono era bajo, paciente
— No estás solo.
La noche en Seúl estaba particularmente silenciosa, interrumpida solo por el suave repiqueteo de la lluvia contra los ventanales del estudio privado de la firma de moda de Yunseok "MIRROR". Frente a él, el espejo ancestral que había heredado de su madre brillaba débilmente, como si algo desde el otro lado quisiera cruzar.
Había sentido esa energía antes: antigua, pura… y familiar de una manera inexplicable. Cerró los ojos, respiró profundo y colocó su mano contra el cristal. El reflejo cambió, mostrándole una montaña envuelta en niebla, y una figura solitaria avanzando con paso inseguro. Su corazón se aceleró: reconoció la firma espiritual de Baoshan Sanren, un nombre que solo conocía de los textos más ocultos de su linaje paterno.
«¿Qué me estás pidiendo, ancestro…?» murmuró para sí mismo, mientras los símbolos grabados alrededor del marco comenzaban a arder con luz plateada.
Un destello lo cegó por un segundo. Cuando volvió a enfocar la vista, allí estaba él: un joven de túnica blanca, vendado de los ojos, de pie en medio de su estudio, con una calma aparente que ocultaba cierta fragilidad.
Yunseok dio un paso hacia él, en silencio, cuidando de no sobresaltarlo. Su voz fue grave, cálida:
—Así que tú eres… Xiao Xingchen.
El nombre salió de sus labios con naturalidad, como si siempre lo hubiera sabido. No necesitaba confirmación: aquella presencia emanaba la misma esencia pura que había sentido en sus meditaciones.
Con pasos suaves, Yunseok se acercó y tomó con delicadeza su brazo, guiándolo con cuidado hasta que pudiera orientarlo en el espacio. Sobre sus hombros colocó una manta, asegurándose de acomodarla bien.
—Estás a salvo ahora. Baoshan Sanren te envió aquí y deberemos averiguar porqué.
El sonido de la lluvia contra los ventanales llenaba el silencio, casi solemne. Yunseok sostuvo su mano con firmeza para transmitirle seguridad.
—Estoy frente a ti, Xiao. Si me permites, te guiaré.
Su mirada lo recorrió con intriga: aquel hombre ciego había cruzado siglos para llegar a él. Había algo casi irreal en esa imagen.
—Puedes entenderme bien?
su tono era bajo, paciente
— No estás solo.