ılılı 𝄪 ♫ ﹒ lı ◠◠ ♩ ◠◠ ıl ﹒ ♫ 𝄪 ılılı
Uno pensaría que lo mejor del modelaje se resumía en la fama, en aparecer en portadas de revista o ser la cara de una marca reconocida. Si bien esas cosas sí representaban un beneficio, al menos en términos monetarios, las cosas favoritas de Ji-Hyun eran más sencillas.
Le gustaba la oportunidad de viajar, de despertar en una ciudad distinta cada cierto tiempo y poder asomarse a su ventana para ver un paisaje nuevo. Había algo gratificante en recorrer calles desconocidas después de una larga sesión de fotos, buscar un pequeño restaurante local y probar platillos típicos que el equipo le recomendaba. En ocasiones terminaba compartiendo la comida con los fotógrafos o maquillistas, riendo entre conversaciones ligeras que hacían olvidar el cansancio del día.
También disfrutaba los momentos posteriores a las presentaciones o eventos de marca, cuando les obsequiaban productos de la nueva línea. Perfumes, bufandas, relojes o incluso pequeños accesorios personalizados. Su importancia no era el valor material, sino la sensación de estar recibiendo un fragmento del esfuerzo de muchas manos detrás de aquellos proyectos.
Entre las cosas que más le agradaban durante estos eventos era el vestir trajes. No por ostentación, sino por la textura de las telas, la forma en que se adaptaban al cuerpo con elegancia natural. Le gustaban especialmente aquellos confeccionados con materiales suaves al tacto y de apariencia etérea. A su vez, sabía que un buen traje no dependía solo del corte o que el material fuese de excelente calidad, sino de usar los accesorios correctos para enaltecer las prendas —un reloj discreto, un broche, una cartera— le gustaba jugar con el sin fin de posibilidades, era como si fuesen pinceladas de su propia personalidad.
Aun así, lo que más le atraía de las sesiones de modelaje era la fotografía en sí. No solo el resultado, sino el proceso: la búsqueda de la iluminación perfecta, los diferentes enfoques que podrían lograrse con los diferentes lentes de la cámara y por último la forma en que una mirada podía contar una historia entera. A veces, en medio de una sesión, se encontraba observando al fotógrafo con más atención que al lente frente a él. Le intrigaba la composición, la intención detrás de cada toma, la posibilidad de capturar un instante que no volvería a repetirse. Quizá por eso disfrutaba tanto de estar frente a la cámara: era, al mismo tiempo, una parte del retrato y un espectador de su creación.
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Uno pensaría que lo mejor del modelaje se resumía en la fama, en aparecer en portadas de revista o ser la cara de una marca reconocida. Si bien esas cosas sí representaban un beneficio, al menos en términos monetarios, las cosas favoritas de Ji-Hyun eran más sencillas.
Le gustaba la oportunidad de viajar, de despertar en una ciudad distinta cada cierto tiempo y poder asomarse a su ventana para ver un paisaje nuevo. Había algo gratificante en recorrer calles desconocidas después de una larga sesión de fotos, buscar un pequeño restaurante local y probar platillos típicos que el equipo le recomendaba. En ocasiones terminaba compartiendo la comida con los fotógrafos o maquillistas, riendo entre conversaciones ligeras que hacían olvidar el cansancio del día.
También disfrutaba los momentos posteriores a las presentaciones o eventos de marca, cuando les obsequiaban productos de la nueva línea. Perfumes, bufandas, relojes o incluso pequeños accesorios personalizados. Su importancia no era el valor material, sino la sensación de estar recibiendo un fragmento del esfuerzo de muchas manos detrás de aquellos proyectos.
Entre las cosas que más le agradaban durante estos eventos era el vestir trajes. No por ostentación, sino por la textura de las telas, la forma en que se adaptaban al cuerpo con elegancia natural. Le gustaban especialmente aquellos confeccionados con materiales suaves al tacto y de apariencia etérea. A su vez, sabía que un buen traje no dependía solo del corte o que el material fuese de excelente calidad, sino de usar los accesorios correctos para enaltecer las prendas —un reloj discreto, un broche, una cartera— le gustaba jugar con el sin fin de posibilidades, era como si fuesen pinceladas de su propia personalidad.
Aun así, lo que más le atraía de las sesiones de modelaje era la fotografía en sí. No solo el resultado, sino el proceso: la búsqueda de la iluminación perfecta, los diferentes enfoques que podrían lograrse con los diferentes lentes de la cámara y por último la forma en que una mirada podía contar una historia entera. A veces, en medio de una sesión, se encontraba observando al fotógrafo con más atención que al lente frente a él. Le intrigaba la composición, la intención detrás de cada toma, la posibilidad de capturar un instante que no volvería a repetirse. Quizá por eso disfrutaba tanto de estar frente a la cámara: era, al mismo tiempo, una parte del retrato y un espectador de su creación.
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