• / Hidra .. cuidad de Grecia
    Año 1998

    " El sol recién se oculta, poco a poco el cielo oscurece y es iluminado por estrellas, sobre las aguas del mar se refleja una hermosa luna llena, caminando a paso tranquilo el Basilio Zet lleva en su diestra una copa de cristal y en su izquierda un cuerno con una extraña joya roja en la punta, no era otra cosa mas que un recipiente para el vino, como siempre caminaba solo, descalzo, sin camisa y con un pantalón de tela ligera en color blanco, el colgante de joyas doradas en su cuello emite una luz brillante en cada paso que el varón da, no es su propia luz, es el reflejo de la luna, hoy estaba más radiante que nunca, el viento sopla con algo de fuerza, el varón retira la amarra que sostiene su cabello y lo deja libre, ha crecido bastante, llegando a su cintura, sacude su cabeza, observa los cangrejos escapar de él cuando al caminar se les acerca, sigue su paso buscando un lugar distante, un lugar tranquilo, el Basilio es extraño, tiene por gusto pasar tiempo solo, habiendo caminado bastante se alejo de todo ser humano que pudiera llegar a él, al mirar al frente vio una roca grande que sobresalía de la arena, un lugar agradable donde podía recostarse y mirar el mar, el cielo y pensar un poco sobre todo el porvenir, al llegar algo le causó curiosidad, había un montón de maderos secos, rodeados por un circulo de piedras, apilados en forma de pirámide, alguien había preparado los troncos para hacer una fogata en aquel lugar, el Basilio se detiene, eleva el rostro al viento y busca por medio del olfato alguna presencia cercana, algo curioso y extrañado no detecta nada, no hay presencia alguna, quien fuera que lo hubiese hecho o se había alejado mucho ya o estaba nadando en el mar, sumergido en aguas profundas, pero no habían huellas en la arena, el Basilio se mantuvo a la expectativa por algunos minutos Pero nadie se presenta, entonces se acercó a la roca, se sentó y se recostó en ella, dejo el cuerno a un lado suyo al igual que la copa, usando su mano izquierda buscaría algo del bolsillo de su pantalón, no tarda nada y al extraer su mano trae consigo lo que parece es una piedra blanca, parece una simple piedra, algo pequeña, la llevo a su boca, le dió algunas vueltas en sus mejillas y luego la escupe directamente sobre los maderos, al salir de su boca aquella piedra se había transformado en magma, material fundido, una gota incandescente, al hacer contacto con los maderos estos comenzaron a liberar humo, con ayuda del viento poco a poco se produce una fogata, quizás por la forma en que se inició el fuego, aquellas llamaradas tenían un hermoso color azulado con destellos verdes y alguna que otra vez líneas intensas de color rosa se hacían presentes, el Basilio se recostó a la piedra en su espalda, suspiro tranquilamente, jugaba con la arena en sus pies mientras servía en su copa de cristal un poco de vino .

    - Si quieres paz.. entonces prepárate para la guerra .

    / Hidra .. cuidad de Grecia Año 1998 " El sol recién se oculta, poco a poco el cielo oscurece y es iluminado por estrellas, sobre las aguas del mar se refleja una hermosa luna llena, caminando a paso tranquilo el Basilio Zet lleva en su diestra una copa de cristal y en su izquierda un cuerno con una extraña joya roja en la punta, no era otra cosa mas que un recipiente para el vino, como siempre caminaba solo, descalzo, sin camisa y con un pantalón de tela ligera en color blanco, el colgante de joyas doradas en su cuello emite una luz brillante en cada paso que el varón da, no es su propia luz, es el reflejo de la luna, hoy estaba más radiante que nunca, el viento sopla con algo de fuerza, el varón retira la amarra que sostiene su cabello y lo deja libre, ha crecido bastante, llegando a su cintura, sacude su cabeza, observa los cangrejos escapar de él cuando al caminar se les acerca, sigue su paso buscando un lugar distante, un lugar tranquilo, el Basilio es extraño, tiene por gusto pasar tiempo solo, habiendo caminado bastante se alejo de todo ser humano que pudiera llegar a él, al mirar al frente vio una roca grande que sobresalía de la arena, un lugar agradable donde podía recostarse y mirar el mar, el cielo y pensar un poco sobre todo el porvenir, al llegar algo le causó curiosidad, había un montón de maderos secos, rodeados por un circulo de piedras, apilados en forma de pirámide, alguien había preparado los troncos para hacer una fogata en aquel lugar, el Basilio se detiene, eleva el rostro al viento y busca por medio del olfato alguna presencia cercana, algo curioso y extrañado no detecta nada, no hay presencia alguna, quien fuera que lo hubiese hecho o se había alejado mucho ya o estaba nadando en el mar, sumergido en aguas profundas, pero no habían huellas en la arena, el Basilio se mantuvo a la expectativa por algunos minutos Pero nadie se presenta, entonces se acercó a la roca, se sentó y se recostó en ella, dejo el cuerno a un lado suyo al igual que la copa, usando su mano izquierda buscaría algo del bolsillo de su pantalón, no tarda nada y al extraer su mano trae consigo lo que parece es una piedra blanca, parece una simple piedra, algo pequeña, la llevo a su boca, le dió algunas vueltas en sus mejillas y luego la escupe directamente sobre los maderos, al salir de su boca aquella piedra se había transformado en magma, material fundido, una gota incandescente, al hacer contacto con los maderos estos comenzaron a liberar humo, con ayuda del viento poco a poco se produce una fogata, quizás por la forma en que se inició el fuego, aquellas llamaradas tenían un hermoso color azulado con destellos verdes y alguna que otra vez líneas intensas de color rosa se hacían presentes, el Basilio se recostó a la piedra en su espalda, suspiro tranquilamente, jugaba con la arena en sus pies mientras servía en su copa de cristal un poco de vino . - Si quieres paz.. entonces prepárate para la guerra .
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  • 𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘴𝘰𝘮𝘣𝘳𝘢𝘴 𝘺 𝘭𝘶𝘻
    Fandom Ninguno
    Categoría Fantasía
    〈 Rol con Svetla Le’ron ♡ 〉

    El viento murmuraba entre los árboles, susurrando antiguas melodías que solo la naturaleza comprendía, una canción ancestral tejida con las huellas de generaciones pasadas. Cada brisa que cruzaba el claro parecía tener una voz propia, modulada por el crujir suave de las ramas y el suspiro de las hojas que se mecían en su danza. Los árboles, imponentes y sabios, se erguían en una formación que hablaba de un orden primordial, más allá de la percepción humana; sus troncos, gruesos y rugosos, estaban marcados por las cicatrices de siglos, testigos de tormentas, inviernos y veranos interminables. Sus raíces, hundidas en lo profundo de la tierra, parecían como venas vivas, respirando al ritmo de la misma tierra que nutría todo lo que los rodeaba.

    Las hojas, de un verde profundo y casi vibrante, danzaban suavemente al compás del viento. La luz que se filtraba entre las ramas creaba una sinfonía de sombras, que se estiraban y se contraían, como si jugaran con la luz misma. Cada movimiento de estas era una susurrante revelación, una historia contada en un lenguaje antiguo, entendible solo para aquellos que supieran escuchar con el alma. El aire, que acariciaba la piel con su frescura, estaba impregnado con la fragancia envolvente de las flores silvestres, pequeñas joyas del campo que se alzaban como un tapiz multicolor entre la hierba alta. El aroma era un recordatorio de la vida que florecía sin restricciones, ajena a las manos del hombre, pura y sin contaminar.

    La tierra, mojada por la reciente lluvia, exhalaba un aroma cálido, profundo como el suspiro de la naturaleza misma. Cada rincón del claro parecía vibrar con la promesa de vida renovada, un respiro que solo los rincones alejados del mundo podían ofrecer. El suelo, cubierto de musgo y hojas caídas, crujía suavemente bajo cada paso, como si el propio suelo tuviera conciencia de su ser. A veces, el eco lejano del canto de un pájaro, o el crujido de un pequeño roedor en la maleza rompía el silencio, trayendo consigo la sensación de que la vida nunca dejaba de moverse.

    Era un lugar apartado, despojado de la influencia de los castillos altivos, que se alzaban como monumentos de poder e indiferencia a la belleza de lo natural. Ahí, no existían las murmuraciones de los pueblos bulliciosos, ni el constante clamor de los mercados o las forjas. En su lugar, sólo existía la pureza inquebrantable del entorno, donde el tiempo parecía haberse detenido, olvidado entre las sombras del pasado. No había rastro de la humanidad, de sus pesares, de sus ambiciones, solo la eterna danza de la naturaleza, que se renovaba constantemente, ajena a los destinos de aquellos que vivían más allá de su alcance. La luz del sol se descomponía en haces que caían suavemente sobre el suelo, creando un paisaje de sombras y claridad que se alternaban como una melodía en constante transformación.

    Pero entre todo aquello, entre la vida que brotaba en el silencio, algo sobresalía. Algo que no pertenecía a ese rincón olvidado de la tierra. Una figura, solitaria y solemne, caminaba en medio de la quietud del claro, su presencia desafiando todo lo que ese lugar representaba: pureza, vida, frescura. Ella no era de ese mundo, ni de los mundos que deberían haberla acogido. Era un eco de lo que debió haber sido, un vestigio de lo que alguna vez brilló, pero que la oscuridad había mancillado.

    Su figura era una contradicción en movimiento. Un ser atrapado entre lo que era y lo que ya no era, suspendido en ese espacio intermedio donde las expectativas se disuelven y el destino es incierto. Su manto negro, pesado y solemne, ondeaba suavemente en el aire, absorbiendo la luz del sol como si fuera parte de la misma nada.

    El cabello, de un color dorado desvaído, caía en ondas suaves sobre sus hombros. El brillo del trigo maduro, de la vida a punto de ser cosechada, se entrelazaba con el viento, creando una especie de halo irreal. Pero lo que realmente atraía la mirada eran sus ojos como el ámbar incandescente, llameantes y profundos que reflejaban las cenizas de un sol olvidado, y la luz de una luna que ya no existía en este mundo. Eran ojos que no pertenecían a alguien inocente ni a alguien purificado; eran ojos de alguien que había contemplado la parte de una eternidad en su peor forma, que había desvelado el sufrimiento del tiempo y lo había aceptado como parte de su ser.

    Su armadura, a medio camino entre lo antiguo y lo desgastado, se abrazaba a su cuerpo con la misma delicadeza que la sombra se abrazaba a la luna. Unas placas de metal oscuro cubrían sus hombros, el torso, las piernas, pero en su centro, donde la batalla había dejado sus huellas, las marcas de la guerra eran claras. La armadura estaba mellada, rota en algunas partes, como si hubiera sido desgarrada por el paso de muchas luchas. Los surcos en el metal, las abolladuras y grietas eran la prueba de que había peleado, de que había resistido y caído, pero aún estaba de pie.

    Pero lo que realmente la definía, lo que la hacía imposible de ignorar, eran sus alas. Un par de alas, majestuosas en su caída, que se desplegaban con una lentitud casi dolorosa. No blancas, no puras, sino bañadas en una neblina de polvo gris, un gris ceniciento que parecía llevar consigo la marca de un fuego que nunca terminó de consumirla. Eran alas malditas, alas que no sabían si pertenecían a un ángel caído o a una criatura condenada. Aun así, la belleza era innegable, en su tormento, en su suciedad. Las plumas, aunque desgastadas y manchadas, mantenían una fuerza solemne, un recordatorio de una majestuosidad que había sido, pero ya no era.

    Aquel ser, atrapado entre lo humano y lo divino, entre la condena y la salvación, se arrodilló en el centro del claro. El suelo era frío bajo sus rodillas, pero no parecía importarle. Sus ojos, fijos en el pequeño racimo de flores que crecía junto a ella, se suavizaron, como si el simple gesto de observar las pequeñas criaturas de la tierra le ofreciera una tregua, aunque breve, de la guerra interna que libraba. Sus manos, endurecidas por el acero, por la lucha, por el sufrimiento, se extendieron lentamente hacia las flores y con una delicadeza inesperada, tocó los pétalos con la punta de sus dedos, apenas una caricia, pero llena de la reverencia de alguien que aún sabe lo que es sentir.

    Los pétalos eran suaves, frágiles, como si pudieran desvanecerse en cualquier momento, pero las tocó con una quietud que contrastaba con la tormenta que era su vida. En sus ojos, había una chispa, una sombra de algo profundo, algo que no se revelaba fácilmente: nostalgia. Nostalgia de algo perdido, de algo que tal vez nunca fue suyo, pero que había sido tocado por su existencia. La flor, en su simpleza, en su fragilidad, le ofrecía algo que el mundo ya no podía: consuelo.

    Las alas, al agacharse, se arrastraron suavemente por el suelo, como si también ellas quisieran descansar, aliviar su peso. La imagen de aquel ángel mancillado, de aquella alma rota, quedó suspendida en el aire entre lo que fue y lo que podría haber sido. Y mientras la flor se mecía en el viento, ella permaneció allí, inmóvil atrapada en sus propios pensamientos.
    〈 Rol con [Svetlaler0n] ♡ 〉 El viento murmuraba entre los árboles, susurrando antiguas melodías que solo la naturaleza comprendía, una canción ancestral tejida con las huellas de generaciones pasadas. Cada brisa que cruzaba el claro parecía tener una voz propia, modulada por el crujir suave de las ramas y el suspiro de las hojas que se mecían en su danza. Los árboles, imponentes y sabios, se erguían en una formación que hablaba de un orden primordial, más allá de la percepción humana; sus troncos, gruesos y rugosos, estaban marcados por las cicatrices de siglos, testigos de tormentas, inviernos y veranos interminables. Sus raíces, hundidas en lo profundo de la tierra, parecían como venas vivas, respirando al ritmo de la misma tierra que nutría todo lo que los rodeaba. Las hojas, de un verde profundo y casi vibrante, danzaban suavemente al compás del viento. La luz que se filtraba entre las ramas creaba una sinfonía de sombras, que se estiraban y se contraían, como si jugaran con la luz misma. Cada movimiento de estas era una susurrante revelación, una historia contada en un lenguaje antiguo, entendible solo para aquellos que supieran escuchar con el alma. El aire, que acariciaba la piel con su frescura, estaba impregnado con la fragancia envolvente de las flores silvestres, pequeñas joyas del campo que se alzaban como un tapiz multicolor entre la hierba alta. El aroma era un recordatorio de la vida que florecía sin restricciones, ajena a las manos del hombre, pura y sin contaminar. La tierra, mojada por la reciente lluvia, exhalaba un aroma cálido, profundo como el suspiro de la naturaleza misma. Cada rincón del claro parecía vibrar con la promesa de vida renovada, un respiro que solo los rincones alejados del mundo podían ofrecer. El suelo, cubierto de musgo y hojas caídas, crujía suavemente bajo cada paso, como si el propio suelo tuviera conciencia de su ser. A veces, el eco lejano del canto de un pájaro, o el crujido de un pequeño roedor en la maleza rompía el silencio, trayendo consigo la sensación de que la vida nunca dejaba de moverse. Era un lugar apartado, despojado de la influencia de los castillos altivos, que se alzaban como monumentos de poder e indiferencia a la belleza de lo natural. Ahí, no existían las murmuraciones de los pueblos bulliciosos, ni el constante clamor de los mercados o las forjas. En su lugar, sólo existía la pureza inquebrantable del entorno, donde el tiempo parecía haberse detenido, olvidado entre las sombras del pasado. No había rastro de la humanidad, de sus pesares, de sus ambiciones, solo la eterna danza de la naturaleza, que se renovaba constantemente, ajena a los destinos de aquellos que vivían más allá de su alcance. La luz del sol se descomponía en haces que caían suavemente sobre el suelo, creando un paisaje de sombras y claridad que se alternaban como una melodía en constante transformación. Pero entre todo aquello, entre la vida que brotaba en el silencio, algo sobresalía. Algo que no pertenecía a ese rincón olvidado de la tierra. Una figura, solitaria y solemne, caminaba en medio de la quietud del claro, su presencia desafiando todo lo que ese lugar representaba: pureza, vida, frescura. Ella no era de ese mundo, ni de los mundos que deberían haberla acogido. Era un eco de lo que debió haber sido, un vestigio de lo que alguna vez brilló, pero que la oscuridad había mancillado. Su figura era una contradicción en movimiento. Un ser atrapado entre lo que era y lo que ya no era, suspendido en ese espacio intermedio donde las expectativas se disuelven y el destino es incierto. Su manto negro, pesado y solemne, ondeaba suavemente en el aire, absorbiendo la luz del sol como si fuera parte de la misma nada. El cabello, de un color dorado desvaído, caía en ondas suaves sobre sus hombros. El brillo del trigo maduro, de la vida a punto de ser cosechada, se entrelazaba con el viento, creando una especie de halo irreal. Pero lo que realmente atraía la mirada eran sus ojos como el ámbar incandescente, llameantes y profundos que reflejaban las cenizas de un sol olvidado, y la luz de una luna que ya no existía en este mundo. Eran ojos que no pertenecían a alguien inocente ni a alguien purificado; eran ojos de alguien que había contemplado la parte de una eternidad en su peor forma, que había desvelado el sufrimiento del tiempo y lo había aceptado como parte de su ser. Su armadura, a medio camino entre lo antiguo y lo desgastado, se abrazaba a su cuerpo con la misma delicadeza que la sombra se abrazaba a la luna. Unas placas de metal oscuro cubrían sus hombros, el torso, las piernas, pero en su centro, donde la batalla había dejado sus huellas, las marcas de la guerra eran claras. La armadura estaba mellada, rota en algunas partes, como si hubiera sido desgarrada por el paso de muchas luchas. Los surcos en el metal, las abolladuras y grietas eran la prueba de que había peleado, de que había resistido y caído, pero aún estaba de pie. Pero lo que realmente la definía, lo que la hacía imposible de ignorar, eran sus alas. Un par de alas, majestuosas en su caída, que se desplegaban con una lentitud casi dolorosa. No blancas, no puras, sino bañadas en una neblina de polvo gris, un gris ceniciento que parecía llevar consigo la marca de un fuego que nunca terminó de consumirla. Eran alas malditas, alas que no sabían si pertenecían a un ángel caído o a una criatura condenada. Aun así, la belleza era innegable, en su tormento, en su suciedad. Las plumas, aunque desgastadas y manchadas, mantenían una fuerza solemne, un recordatorio de una majestuosidad que había sido, pero ya no era. Aquel ser, atrapado entre lo humano y lo divino, entre la condena y la salvación, se arrodilló en el centro del claro. El suelo era frío bajo sus rodillas, pero no parecía importarle. Sus ojos, fijos en el pequeño racimo de flores que crecía junto a ella, se suavizaron, como si el simple gesto de observar las pequeñas criaturas de la tierra le ofreciera una tregua, aunque breve, de la guerra interna que libraba. Sus manos, endurecidas por el acero, por la lucha, por el sufrimiento, se extendieron lentamente hacia las flores y con una delicadeza inesperada, tocó los pétalos con la punta de sus dedos, apenas una caricia, pero llena de la reverencia de alguien que aún sabe lo que es sentir. Los pétalos eran suaves, frágiles, como si pudieran desvanecerse en cualquier momento, pero las tocó con una quietud que contrastaba con la tormenta que era su vida. En sus ojos, había una chispa, una sombra de algo profundo, algo que no se revelaba fácilmente: nostalgia. Nostalgia de algo perdido, de algo que tal vez nunca fue suyo, pero que había sido tocado por su existencia. La flor, en su simpleza, en su fragilidad, le ofrecía algo que el mundo ya no podía: consuelo. Las alas, al agacharse, se arrastraron suavemente por el suelo, como si también ellas quisieran descansar, aliviar su peso. La imagen de aquel ángel mancillado, de aquella alma rota, quedó suspendida en el aire entre lo que fue y lo que podría haber sido. Y mientras la flor se mecía en el viento, ella permaneció allí, inmóvil atrapada en sus propios pensamientos.
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    https://youtu.be/MyuQCiWUsMY?si=Xj4YBIbwbsJvrF0v

    Jamás me voy a cansar de esta joya.
    https://youtu.be/MyuQCiWUsMY?si=Xj4YBIbwbsJvrF0v Jamás me voy a cansar de esta joya. 🖤
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  • *Letha Astrid cumple 8 años y celebra su cumpleaños en el jardín. Por suerte, el día ha salido bueno, sol y un cielo despejado. Sus padres le han regalado un vestido y unas joyas, que la niña luce en su fiesta. Por supuesto, es el centro de atención. Sus hermanos le han regalado una canción y un ramo de flores. Letha, emocionada, se abraza a ellos, llorando de la emoción. Ate se limpia las lágrimas de alegría y Jormun, besa la frente de su esposa, emocionado por el día. Con todos sus amigos, Letha disfruta de su día muy feliz*
    *Letha Astrid cumple 8 años y celebra su cumpleaños en el jardín. Por suerte, el día ha salido bueno, sol y un cielo despejado. Sus padres le han regalado un vestido y unas joyas, que la niña luce en su fiesta. Por supuesto, es el centro de atención. Sus hermanos le han regalado una canción y un ramo de flores. Letha, emocionada, se abraza a ellos, llorando de la emoción. Ate se limpia las lágrimas de alegría y Jormun, besa la frente de su esposa, emocionado por el día. Con todos sus amigos, Letha disfruta de su día muy feliz*
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  • Not to worry my good and gracious Lord.
    Rest assured that your carnage will resume after some minor...adjustments.

    Now shush and enjoy, the Vaudeville is about to start.
    Not to worry my good and gracious Lord. Rest assured that your carnage will resume after some minor...adjustments. Now shush and enjoy, the Vaudeville is about to start.
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    -The daughter making new friends, Mr. Boyfriend out there, and Miss Kitsune? Enjoying the sun... Yes.
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  • Días como estos, muchos más, paz mental, salud y calma.
    La posibilidad de salir, descubrir joyas ocultas en los barrios... solo... me gustaría encontrar alguien con quién compartirlo, tristemente, nací en un país donde aún son un "espécimen raro"
    Días como estos, muchos más, paz mental, salud y calma. La posibilidad de salir, descubrir joyas ocultas en los barrios... solo... me gustaría encontrar alguien con quién compartirlo, tristemente, nací en un país donde aún son un "espécimen raro"
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  • Where to find joy?
    How to get out?
    How to rebuild yourself?
    Where to find joy? How to get out? How to rebuild yourself?
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  • La noche se extendía sobre ellos como un velo de terciopelo oscuro, tachonado de estrellas que titilaban con un fulgor distante, casi indiferente. No había luna esa noche, sólo la vastedad de un firmamento que se desplegaba en su inmensidad insondable. El aire era frío, pero no hostil, impregnado de un silencio que no era vacío, sino expectante.

    Ella alzó la vista hacia el firmamento, donde el cielo se desplegaba en un vasto lienzo de oscuridad salpicado de estrellas. La quietud era inusual, casi irreal, como si el mundo hubiese detenido su marcha solo para concederles aquel instante.

    A su lado, él permanecía en silencio, pero su presencia lo llenaba todo. No tenía que mirarlo para saber que sus ojos estaban sobre ella. Lo sentía en la forma en que el espacio entre ambos vibraba con un eco invisible, una atracción muda que no requería palabras.

    Cuando finalmente volvió el rostro hacia él, lo encontró observándola, aquellas joyas esmeralda reflejando no solo las luces distantes del cielo, sino algo más profundo. No necesitó hablar. Voren alzó una mano, lenta, deliberada, y con la punta de los dedos apartó un mechón de su cabello. Su toque fue ligero, pero dejó un rastro de calor en su piel, una marca intangible que nadie más podría ver, solo sentir.

    Cerró los ojos por un instante, permitiéndose aquel respiro. La guerra, los juramentos… Era en ese instante, bajo el testimonio mudo de las estrellas, que no eran guerreros, ni condenados, ni heraldos de destinos inciertos. Eran solo dos almas que compartían un respiro en la inmensidad. Solo ellos, bajo un cielo inmenso, demasiado vasto para medirlo, demasiado eterno para pertenecerles.

    Y, sin embargo, Voren Thorn estaba ahí. Mientras él permaneciera a su lado, ninguna sombra sería lo bastante densa como para consumirla por completo.
    La noche se extendía sobre ellos como un velo de terciopelo oscuro, tachonado de estrellas que titilaban con un fulgor distante, casi indiferente. No había luna esa noche, sólo la vastedad de un firmamento que se desplegaba en su inmensidad insondable. El aire era frío, pero no hostil, impregnado de un silencio que no era vacío, sino expectante. Ella alzó la vista hacia el firmamento, donde el cielo se desplegaba en un vasto lienzo de oscuridad salpicado de estrellas. La quietud era inusual, casi irreal, como si el mundo hubiese detenido su marcha solo para concederles aquel instante. A su lado, él permanecía en silencio, pero su presencia lo llenaba todo. No tenía que mirarlo para saber que sus ojos estaban sobre ella. Lo sentía en la forma en que el espacio entre ambos vibraba con un eco invisible, una atracción muda que no requería palabras. Cuando finalmente volvió el rostro hacia él, lo encontró observándola, aquellas joyas esmeralda reflejando no solo las luces distantes del cielo, sino algo más profundo. No necesitó hablar. Voren alzó una mano, lenta, deliberada, y con la punta de los dedos apartó un mechón de su cabello. Su toque fue ligero, pero dejó un rastro de calor en su piel, una marca intangible que nadie más podría ver, solo sentir. Cerró los ojos por un instante, permitiéndose aquel respiro. La guerra, los juramentos… Era en ese instante, bajo el testimonio mudo de las estrellas, que no eran guerreros, ni condenados, ni heraldos de destinos inciertos. Eran solo dos almas que compartían un respiro en la inmensidad. Solo ellos, bajo un cielo inmenso, demasiado vasto para medirlo, demasiado eterno para pertenecerles. Y, sin embargo, [nova_ruby_giraffe_581] estaba ahí. Mientras él permaneciera a su lado, ninguna sombra sería lo bastante densa como para consumirla por completo.
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    Con todo el hype de Imogen Heap, con la canción de Headlock, les invito a escuchar esta joya de Frou Frou, creo que es la canción que mas me ayuda cuando escribo sobre Kagehiro.


    https://youtu.be/NwkYu2qhTz4?si=f_tmlwdIbdan7ly5
    Con todo el hype de Imogen Heap, con la canción de Headlock, les invito a escuchar esta joya de Frou Frou, creo que es la canción que mas me ayuda cuando escribo sobre Kagehiro. https://youtu.be/NwkYu2qhTz4?si=f_tmlwdIbdan7ly5
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