Injustices wouldn't be tolerate
Le dolían los pies de tanto caminar, así que se sentó en un banco de la plaza. Quería disfrutar un poco del fresco, tan anhelado en esta época del año.
No es que no estuviera acostumbrada a recorrer largas distancias, pero la vieja camioneta de sus tíos se había averiado, y los gansos necesitaban comer. Así que venía arrastrando un costal a cuestas.
Era culpa de Clerk Carmine, que le había dicho que no podría sola, y ella se lo estaba tomando como un reto personal. Lo bueno era que solo le restaban tres kilómetros de los diez que ya había recorrido.
La noche pintaba tranquila. El canto de los grillos hacía un sonido rítmico, y golpeaba los dedos contra la madera del banco como si acompañara una melodía.
Hasta que escuchó un grito.
Se puso alerta.
Luego vino un llanto. Y un hombre gritando, furioso, mientras corría tras una mujer que parecía herida, con la ropa rasgada y un encendedor en la mano.
Algo en Lenore Dove se encendió. Sin pensar, corrió directo hacia él y le saltó a la espalda, mordiéndole con fuerza la oreja.
—¡Corre! ¡Corre! —gritó a la mujer, mientras se sostenía del cuello del malnacido, que se sacudía como un toro para quitársela de encima.
—¡Puta, bájate! —le gritaba el hombre. Y, aunque estaba segura de que debía ser gracioso de ver desde afuera, ella no aflojaba. Llevaba su falda color naranja, una camisa corta blanca y los aros de pluma de ganso que su primo le había hecho.
—¡No te voy a dejar ir! —gritó, mientras pedía ayuda a cualquiera que pasara, a los gritos, esperando que alguien —¡quien fuera!— lo detuviera.
No es que no estuviera acostumbrada a recorrer largas distancias, pero la vieja camioneta de sus tíos se había averiado, y los gansos necesitaban comer. Así que venía arrastrando un costal a cuestas.
Era culpa de Clerk Carmine, que le había dicho que no podría sola, y ella se lo estaba tomando como un reto personal. Lo bueno era que solo le restaban tres kilómetros de los diez que ya había recorrido.
La noche pintaba tranquila. El canto de los grillos hacía un sonido rítmico, y golpeaba los dedos contra la madera del banco como si acompañara una melodía.
Hasta que escuchó un grito.
Se puso alerta.
Luego vino un llanto. Y un hombre gritando, furioso, mientras corría tras una mujer que parecía herida, con la ropa rasgada y un encendedor en la mano.
Algo en Lenore Dove se encendió. Sin pensar, corrió directo hacia él y le saltó a la espalda, mordiéndole con fuerza la oreja.
—¡Corre! ¡Corre! —gritó a la mujer, mientras se sostenía del cuello del malnacido, que se sacudía como un toro para quitársela de encima.
—¡Puta, bájate! —le gritaba el hombre. Y, aunque estaba segura de que debía ser gracioso de ver desde afuera, ella no aflojaba. Llevaba su falda color naranja, una camisa corta blanca y los aros de pluma de ganso que su primo le había hecho.
—¡No te voy a dejar ir! —gritó, mientras pedía ayuda a cualquiera que pasara, a los gritos, esperando que alguien —¡quien fuera!— lo detuviera.
Le dolían los pies de tanto caminar, así que se sentó en un banco de la plaza. Quería disfrutar un poco del fresco, tan anhelado en esta época del año.
No es que no estuviera acostumbrada a recorrer largas distancias, pero la vieja camioneta de sus tíos se había averiado, y los gansos necesitaban comer. Así que venía arrastrando un costal a cuestas.
Era culpa de Clerk Carmine, que le había dicho que no podría sola, y ella se lo estaba tomando como un reto personal. Lo bueno era que solo le restaban tres kilómetros de los diez que ya había recorrido.
La noche pintaba tranquila. El canto de los grillos hacía un sonido rítmico, y golpeaba los dedos contra la madera del banco como si acompañara una melodía.
Hasta que escuchó un grito.
Se puso alerta.
Luego vino un llanto. Y un hombre gritando, furioso, mientras corría tras una mujer que parecía herida, con la ropa rasgada y un encendedor en la mano.
Algo en Lenore Dove se encendió. Sin pensar, corrió directo hacia él y le saltó a la espalda, mordiéndole con fuerza la oreja.
—¡Corre! ¡Corre! —gritó a la mujer, mientras se sostenía del cuello del malnacido, que se sacudía como un toro para quitársela de encima.
—¡Puta, bájate! —le gritaba el hombre. Y, aunque estaba segura de que debía ser gracioso de ver desde afuera, ella no aflojaba. Llevaba su falda color naranja, una camisa corta blanca y los aros de pluma de ganso que su primo le había hecho.
—¡No te voy a dejar ir! —gritó, mientras pedía ayuda a cualquiera que pasara, a los gritos, esperando que alguien —¡quien fuera!— lo detuviera.
Tipo
Grupal
Líneas
12
Estado
Disponible
0
turnos
0
maullidos