Freya Magrina
Elías se adelantaba unos pasos por delante de la chica y allí estaba, al final de un sendero cubierto por ramas que danzan al ritmo del viento, se alza una casa de piedra envejecida por el tiempo pero firme, como si hubiese estado allí desde siempre, guardiana silenciosa del bosque que la rodea. Su fachada, construida con bloques grises y ásperos, parece contar historias de inviernos crudos y veranos brillantes, mientras que el tejado de tejas oscuras se curva con elegancia, coronado por dos chimeneas que aún huelen a leña quemada.
El sol matutino se cuela entre las hojas, bañando la casa con una luz dorada que se posa suavemente sobre la estructura de vidrio adosada al frente, un pequeño invernadero que susurra vida. Allí dentro, plantas trepan por las paredes, como si buscaran el calor del cristal. Más allá, las ventanas de marco blanco y perfectamente alineadas reflejan el cielo azul y dan la bienvenida a quienes se atreven a mirar dentro.
El jardín es un estallido de color y perfume. Flores silvestres se agolpan en los bordes del camino, creciendo libres, sin más orden que el dictado por la naturaleza. Margaritas, amapolas, violetas y otras especies aún más extrañas bailan con la brisa, como si celebraran la paz del lugar.
Un rincón olvidado del mundo, apartado de todo, donde el tiempo parece detenerse y la magia se siente en el aire mismo.
[haze_titanium_lizard_847]
Elías se adelantaba unos pasos por delante de la chica y allí estaba, al final de un sendero cubierto por ramas que danzan al ritmo del viento, se alza una casa de piedra envejecida por el tiempo pero firme, como si hubiese estado allí desde siempre, guardiana silenciosa del bosque que la rodea. Su fachada, construida con bloques grises y ásperos, parece contar historias de inviernos crudos y veranos brillantes, mientras que el tejado de tejas oscuras se curva con elegancia, coronado por dos chimeneas que aún huelen a leña quemada.
El sol matutino se cuela entre las hojas, bañando la casa con una luz dorada que se posa suavemente sobre la estructura de vidrio adosada al frente, un pequeño invernadero que susurra vida. Allí dentro, plantas trepan por las paredes, como si buscaran el calor del cristal. Más allá, las ventanas de marco blanco y perfectamente alineadas reflejan el cielo azul y dan la bienvenida a quienes se atreven a mirar dentro.
El jardín es un estallido de color y perfume. Flores silvestres se agolpan en los bordes del camino, creciendo libres, sin más orden que el dictado por la naturaleza. Margaritas, amapolas, violetas y otras especies aún más extrañas bailan con la brisa, como si celebraran la paz del lugar.
Un rincón olvidado del mundo, apartado de todo, donde el tiempo parece detenerse y la magia se siente en el aire mismo.