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"Creí que robar un cuerpo sería la experiencia más extraña que viviría, en especial cuando es uno con una forma tan indescriptible. Pero contemplarse a uno mismo, decorando su propio lecho de muerte con la cálida esencia roja de la vida es... Es un remolino de emociones; la paz, la paz de por fin darme un respiro de dormir con un ojo abierto, la tristeza, la tristeza de saber como fueron a parar mis treinta y tantos años de vida, y la euforia, la euforia de eludir a la muerte y vivir para contarlo.
Descansa, yo, el universo cobró su karma con la carne. Tú también puedes descansar, pequeño deforme, yo me encargaré de darte la identidad que has estado buscando durante tanto tiempo".
El cuerpo permaneció en posición fetal, hasta que el débil palpitar de su corazón cedió.
...
El ritmo del danzar del fuego en las antorchas era totalmente ajeno a la orquesta de crujidos que recorría al gran salón, cuyas paredes repartieron el sonido entre ellas como un eco penetrante. El choque de metal con metal acompañó al grotesco masticar de aquel que evadió el final. Él sació el hambre de su nueva carne con la anterior, dándole una retorcida conclusión a su perdida de humanidad.
...
Sentir el yelmo en su núcleo era electrizante, especialmente cuando los nervios de su nuevo cuerpo eran increíblemente agudos. El metal es frío, pero el instinto marcado en la memoria muscular le hizo sentirse cómodo con la protección. Así fue con cada placa de la armadura saqueada, dónde sus extremidades amorfas tomaron el lugar que alguna vez ocupó el cadáver medio comido que yace tirado en una de las esquinas del salón.
—Tengo... Hambre.
Librado de la parca, librado de límites, pero ahora era prisionero de una necesidad que jamás pensó que sería tan grande.
Manipular sus músculos actuales era todo un desafío, especialmente cuando se es plenamente consciente de cada uno de ellos. Era como aprender a jugar ajedrez, solo que las piezas se duplican y sus funciones reciben alteraciones si así él lo quería.
Trató de dar un paso una vez que superó el reto de erguirse, pero colapsó enseguida al no poder mantener el equilibrio. Varios intentos, múltiples fracasos, hasta que optó por usar la espada como bastón, bajo un agarre tosco, mientras usaba la pared como otro punto de apoyo.
Pronto dolió, todas y cada una de las secciones que componen la irregularidad de su estructura. Sintió la sangre sobre la fina capa de piel, supo la medida de los desgarros a los pocos segundos, pero desaparecieron antes de que pudiera dar un vistazo.
—Sanar rápido es... Bueno. Pero demasiado exigente...
Nutrientes. Comer ya no era una necesidad, sino una emergencia.
—¿Regalo... divino? ¿Quien... Regala un pase directo... A una prisión?
Maldijo lento y jadeante, un vago intento por reservar energías. Le harían falta, en especial cuando debía sobrevivir a una mazamorra sin salida aparente.
"Creí que robar un cuerpo sería la experiencia más extraña que viviría, en especial cuando es uno con una forma tan indescriptible. Pero contemplarse a uno mismo, decorando su propio lecho de muerte con la cálida esencia roja de la vida es... Es un remolino de emociones; la paz, la paz de por fin darme un respiro de dormir con un ojo abierto, la tristeza, la tristeza de saber como fueron a parar mis treinta y tantos años de vida, y la euforia, la euforia de eludir a la muerte y vivir para contarlo.
Descansa, yo, el universo cobró su karma con la carne. Tú también puedes descansar, pequeño deforme, yo me encargaré de darte la identidad que has estado buscando durante tanto tiempo".
El cuerpo permaneció en posición fetal, hasta que el débil palpitar de su corazón cedió.
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El ritmo del danzar del fuego en las antorchas era totalmente ajeno a la orquesta de crujidos que recorría al gran salón, cuyas paredes repartieron el sonido entre ellas como un eco penetrante. El choque de metal con metal acompañó al grotesco masticar de aquel que evadió el final. Él sació el hambre de su nueva carne con la anterior, dándole una retorcida conclusión a su perdida de humanidad.
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Sentir el yelmo en su núcleo era electrizante, especialmente cuando los nervios de su nuevo cuerpo eran increíblemente agudos. El metal es frío, pero el instinto marcado en la memoria muscular le hizo sentirse cómodo con la protección. Así fue con cada placa de la armadura saqueada, dónde sus extremidades amorfas tomaron el lugar que alguna vez ocupó el cadáver medio comido que yace tirado en una de las esquinas del salón.
—Tengo... Hambre.
Librado de la parca, librado de límites, pero ahora era prisionero de una necesidad que jamás pensó que sería tan grande.
Manipular sus músculos actuales era todo un desafío, especialmente cuando se es plenamente consciente de cada uno de ellos. Era como aprender a jugar ajedrez, solo que las piezas se duplican y sus funciones reciben alteraciones si así él lo quería.
Trató de dar un paso una vez que superó el reto de erguirse, pero colapsó enseguida al no poder mantener el equilibrio. Varios intentos, múltiples fracasos, hasta que optó por usar la espada como bastón, bajo un agarre tosco, mientras usaba la pared como otro punto de apoyo.
Pronto dolió, todas y cada una de las secciones que componen la irregularidad de su estructura. Sintió la sangre sobre la fina capa de piel, supo la medida de los desgarros a los pocos segundos, pero desaparecieron antes de que pudiera dar un vistazo.
—Sanar rápido es... Bueno. Pero demasiado exigente...
Nutrientes. Comer ya no era una necesidad, sino una emergencia.
—¿Regalo... divino? ¿Quien... Regala un pase directo... A una prisión?
Maldijo lento y jadeante, un vago intento por reservar energías. Le harían falta, en especial cuando debía sobrevivir a una mazamorra sin salida aparente.
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"Creí que robar un cuerpo sería la experiencia más extraña que viviría, en especial cuando es uno con una forma tan indescriptible. Pero contemplarse a uno mismo, decorando su propio lecho de muerte con la cálida esencia roja de la vida es... Es un remolino de emociones; la paz, la paz de por fin darme un respiro de dormir con un ojo abierto, la tristeza, la tristeza de saber como fueron a parar mis treinta y tantos años de vida, y la euforia, la euforia de eludir a la muerte y vivir para contarlo.
Descansa, yo, el universo cobró su karma con la carne. Tú también puedes descansar, pequeño deforme, yo me encargaré de darte la identidad que has estado buscando durante tanto tiempo".
El cuerpo permaneció en posición fetal, hasta que el débil palpitar de su corazón cedió.
...
El ritmo del danzar del fuego en las antorchas era totalmente ajeno a la orquesta de crujidos que recorría al gran salón, cuyas paredes repartieron el sonido entre ellas como un eco penetrante. El choque de metal con metal acompañó al grotesco masticar de aquel que evadió el final. Él sació el hambre de su nueva carne con la anterior, dándole una retorcida conclusión a su perdida de humanidad.
...
Sentir el yelmo en su núcleo era electrizante, especialmente cuando los nervios de su nuevo cuerpo eran increíblemente agudos. El metal es frío, pero el instinto marcado en la memoria muscular le hizo sentirse cómodo con la protección. Así fue con cada placa de la armadura saqueada, dónde sus extremidades amorfas tomaron el lugar que alguna vez ocupó el cadáver medio comido que yace tirado en una de las esquinas del salón.
—Tengo... Hambre.
Librado de la parca, librado de límites, pero ahora era prisionero de una necesidad que jamás pensó que sería tan grande.
Manipular sus músculos actuales era todo un desafío, especialmente cuando se es plenamente consciente de cada uno de ellos. Era como aprender a jugar ajedrez, solo que las piezas se duplican y sus funciones reciben alteraciones si así él lo quería.
Trató de dar un paso una vez que superó el reto de erguirse, pero colapsó enseguida al no poder mantener el equilibrio. Varios intentos, múltiples fracasos, hasta que optó por usar la espada como bastón, bajo un agarre tosco, mientras usaba la pared como otro punto de apoyo.
Pronto dolió, todas y cada una de las secciones que componen la irregularidad de su estructura. Sintió la sangre sobre la fina capa de piel, supo la medida de los desgarros a los pocos segundos, pero desaparecieron antes de que pudiera dar un vistazo.
—Sanar rápido es... Bueno. Pero demasiado exigente...
Nutrientes. Comer ya no era una necesidad, sino una emergencia.
—¿Regalo... divino? ¿Quien... Regala un pase directo... A una prisión?
Maldijo lento y jadeante, un vago intento por reservar energías. Le harían falta, en especial cuando debía sobrevivir a una mazamorra sin salida aparente.