**"Sombras sobre el agua"**
La noche había caído, y el bosque entero parecía contener la respiración. Bajo el manto de estrellas, entre ramas susurrantes, el lago brillaba como un espejo de obsidiana, roto apenas por los reflejos de la luna.
Caelard dejó caer la gabardina blanca sobre una roca cercana. Sus botas crujieron sobre el suelo húmedo al acercarse a la orilla. La camisa negra, ceñida al torso, cayó poco después, revelando cicatrices que contaban historias que nadie había escuchado por completo. Respiró hondo; el aroma del agua y la tierra mojada llenaba el aire.
Entró sin prisa, dejando que el frío del lago le envolviera la piel como un guante helado. El primer contacto fue punzante, una aguja de hielo atravesando cada fibra de su ser. Pero no retrocedió. Jamás lo hacía.
El agua subió hasta su pecho, sus hombros. Cerró los ojos. Su cabello rojizo, normalmente lacio y ordenado, flotó desordenadamente alrededor de su rostro. Bajo la superficie, el murmullo del mundo exterior desaparecía: no había vampiros, no había batallas, no había recuerdos.
Solo Caelard… y el latido solitario de su corazón.
Pasó una mano por su rostro, lavando el polvo del camino y las marcas de la última pelea. Cada gota que caía llevaba un peso invisible, como si el agua pudiera limpiar no sólo su cuerpo, sino también las viejas culpas que arrastraba.
Cuando emergió del agua hasta la cintura y alzó la vista, la luna lo observaba —fría, distante— pero también eterna. Como él.
Una leve sonrisa, casi imperceptible, cruzó su rostro.
*"Mañana vendrán más monstruos,"* pensó. *"Mañana cargaré la espada de nuevo."*
Pero esta noche, en este momento robado a la oscuridad, **era sólo un hijo de la noche buscando su redención bajo las estrellas.**
La noche había caído, y el bosque entero parecía contener la respiración. Bajo el manto de estrellas, entre ramas susurrantes, el lago brillaba como un espejo de obsidiana, roto apenas por los reflejos de la luna.
Caelard dejó caer la gabardina blanca sobre una roca cercana. Sus botas crujieron sobre el suelo húmedo al acercarse a la orilla. La camisa negra, ceñida al torso, cayó poco después, revelando cicatrices que contaban historias que nadie había escuchado por completo. Respiró hondo; el aroma del agua y la tierra mojada llenaba el aire.
Entró sin prisa, dejando que el frío del lago le envolviera la piel como un guante helado. El primer contacto fue punzante, una aguja de hielo atravesando cada fibra de su ser. Pero no retrocedió. Jamás lo hacía.
El agua subió hasta su pecho, sus hombros. Cerró los ojos. Su cabello rojizo, normalmente lacio y ordenado, flotó desordenadamente alrededor de su rostro. Bajo la superficie, el murmullo del mundo exterior desaparecía: no había vampiros, no había batallas, no había recuerdos.
Solo Caelard… y el latido solitario de su corazón.
Pasó una mano por su rostro, lavando el polvo del camino y las marcas de la última pelea. Cada gota que caía llevaba un peso invisible, como si el agua pudiera limpiar no sólo su cuerpo, sino también las viejas culpas que arrastraba.
Cuando emergió del agua hasta la cintura y alzó la vista, la luna lo observaba —fría, distante— pero también eterna. Como él.
Una leve sonrisa, casi imperceptible, cruzó su rostro.
*"Mañana vendrán más monstruos,"* pensó. *"Mañana cargaré la espada de nuevo."*
Pero esta noche, en este momento robado a la oscuridad, **era sólo un hijo de la noche buscando su redención bajo las estrellas.**
**"Sombras sobre el agua"**
La noche había caído, y el bosque entero parecía contener la respiración. Bajo el manto de estrellas, entre ramas susurrantes, el lago brillaba como un espejo de obsidiana, roto apenas por los reflejos de la luna.
Caelard dejó caer la gabardina blanca sobre una roca cercana. Sus botas crujieron sobre el suelo húmedo al acercarse a la orilla. La camisa negra, ceñida al torso, cayó poco después, revelando cicatrices que contaban historias que nadie había escuchado por completo. Respiró hondo; el aroma del agua y la tierra mojada llenaba el aire.
Entró sin prisa, dejando que el frío del lago le envolviera la piel como un guante helado. El primer contacto fue punzante, una aguja de hielo atravesando cada fibra de su ser. Pero no retrocedió. Jamás lo hacía.
El agua subió hasta su pecho, sus hombros. Cerró los ojos. Su cabello rojizo, normalmente lacio y ordenado, flotó desordenadamente alrededor de su rostro. Bajo la superficie, el murmullo del mundo exterior desaparecía: no había vampiros, no había batallas, no había recuerdos.
Solo Caelard… y el latido solitario de su corazón.
Pasó una mano por su rostro, lavando el polvo del camino y las marcas de la última pelea. Cada gota que caía llevaba un peso invisible, como si el agua pudiera limpiar no sólo su cuerpo, sino también las viejas culpas que arrastraba.
Cuando emergió del agua hasta la cintura y alzó la vista, la luna lo observaba —fría, distante— pero también eterna. Como él.
Una leve sonrisa, casi imperceptible, cruzó su rostro.
*"Mañana vendrán más monstruos,"* pensó. *"Mañana cargaré la espada de nuevo."*
Pero esta noche, en este momento robado a la oscuridad, **era sólo un hijo de la noche buscando su redención bajo las estrellas.**
