----- Starter -----
Corporeidad, ese eje de mi nombre, clama un nombre en la lumbre de mi ayeres. Cobijados y perpetuos sobre un campo de líricos vestidos.
Osadía de nocturnidad que amaré, es el espacio en el que sangro. Posee subtítulos que tornan espectros de huracanes y, ante mí, retienen un susurro que despierta el eje de mis sentidos. De prominentes espacios. Declamo a la tierra, en la que pasto, un cordel de bestias; de enjambre de lunas crecientes.
Respiro en un área musical más allá del nirvana. Repto como el edificio en el que repaso, la corporeidad en la que habito; por unas veces más de las veces, en las que la marea de la imaginación se recrea en la tintura de mis pies; un silicio de versos de besos. De cándidos candiles cardinales.
Expreso que sobrevivo. Como puedo me hago uno con el fuego, el trueno, la tempestad que azota a mis mejillas. Necesito un corazón en el que llorar por los caídos. Relato en nombre del trigal campal de las campanas. Repaso la lágrima que decrece y crece en el umbral de mis relicarios; esos con aromas a limas y cardenales de regueros de nobleza coronada.
Deslizo mis deseos por la espuma que se encumbra en el cayado de treinta y tres minutos, en un punto de las tres de la tarde. En él reescribo las memorias del futuro. En le me hago un tempano de prisma y arcoíris de medidas relucientes. Reparto mermeladas de fresas con crema y ahí, y justo allí anuncio que he revivido.
Ante el monstruo que gobierna el universo enfrento las valías; su respiración me encandila. La mañana entre la que se levanta, ante del nacimiento del sonido que recorre la silente nocturnidad, ama como nadie como yo le amo. Me estremezco y lloro por los caídos. Perdura la marejada en mi almohada. Y pese a que rezo, con la carencia de un rosario, hallo providencia y salvación entre las paredes de esta habitación repleta de oraciones y pájaros sonrientes.
Por fin. Por fin. Por fin. Alguien me susurra al oído. Se decanta por vislumbrar mis ojos, esos con delirio de grandeza. La espada descansa ante mis terrenos y, al asomarme por los vitrales de fragante beldad acérrima, constato que la piedra en la que escribo con un carboncillo, remansa un jolgorio de hurto de la fantasía. Ante nosotros se abre el paraíso, se parten en dos, tres, y cuatro los envases de la esperanza que les entrego.
Espérame, Roszyachán, conforme el firmamento tiembla el tiemplo ante el terror de tus hazañas es pensamiento; el día deja un reguero de sangre; la noche lo reta; pero la noche no es otra que tu pariente de miel de leche. Allí relatas que la más hazaña, ante la que te enfrentas, no es ante lo que no puedes ver con tus ojos de ejes de hielo. Mis ojos verdes recuerdan todo.
Mi nacimiento entre repollos y crisálidas de helechos de alas de esas hadas, no temieron cargarme y encerrarme en esta armadura; vaciada y viciada entre mis propias ponencias que declaman por revivir al estremecido, al manso, al revivido en la realidad de los geranios de tus ojos.
Corporeidad, ese eje de mi nombre, clama un nombre en la lumbre de mi ayeres. Cobijados y perpetuos sobre un campo de líricos vestidos.
Osadía de nocturnidad que amaré, es el espacio en el que sangro. Posee subtítulos que tornan espectros de huracanes y, ante mí, retienen un susurro que despierta el eje de mis sentidos. De prominentes espacios. Declamo a la tierra, en la que pasto, un cordel de bestias; de enjambre de lunas crecientes.
Respiro en un área musical más allá del nirvana. Repto como el edificio en el que repaso, la corporeidad en la que habito; por unas veces más de las veces, en las que la marea de la imaginación se recrea en la tintura de mis pies; un silicio de versos de besos. De cándidos candiles cardinales.
Expreso que sobrevivo. Como puedo me hago uno con el fuego, el trueno, la tempestad que azota a mis mejillas. Necesito un corazón en el que llorar por los caídos. Relato en nombre del trigal campal de las campanas. Repaso la lágrima que decrece y crece en el umbral de mis relicarios; esos con aromas a limas y cardenales de regueros de nobleza coronada.
Deslizo mis deseos por la espuma que se encumbra en el cayado de treinta y tres minutos, en un punto de las tres de la tarde. En él reescribo las memorias del futuro. En le me hago un tempano de prisma y arcoíris de medidas relucientes. Reparto mermeladas de fresas con crema y ahí, y justo allí anuncio que he revivido.
Ante el monstruo que gobierna el universo enfrento las valías; su respiración me encandila. La mañana entre la que se levanta, ante del nacimiento del sonido que recorre la silente nocturnidad, ama como nadie como yo le amo. Me estremezco y lloro por los caídos. Perdura la marejada en mi almohada. Y pese a que rezo, con la carencia de un rosario, hallo providencia y salvación entre las paredes de esta habitación repleta de oraciones y pájaros sonrientes.
Por fin. Por fin. Por fin. Alguien me susurra al oído. Se decanta por vislumbrar mis ojos, esos con delirio de grandeza. La espada descansa ante mis terrenos y, al asomarme por los vitrales de fragante beldad acérrima, constato que la piedra en la que escribo con un carboncillo, remansa un jolgorio de hurto de la fantasía. Ante nosotros se abre el paraíso, se parten en dos, tres, y cuatro los envases de la esperanza que les entrego.
Espérame, Roszyachán, conforme el firmamento tiembla el tiemplo ante el terror de tus hazañas es pensamiento; el día deja un reguero de sangre; la noche lo reta; pero la noche no es otra que tu pariente de miel de leche. Allí relatas que la más hazaña, ante la que te enfrentas, no es ante lo que no puedes ver con tus ojos de ejes de hielo. Mis ojos verdes recuerdan todo.
Mi nacimiento entre repollos y crisálidas de helechos de alas de esas hadas, no temieron cargarme y encerrarme en esta armadura; vaciada y viciada entre mis propias ponencias que declaman por revivir al estremecido, al manso, al revivido en la realidad de los geranios de tus ojos.
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Corporeidad, ese eje de mi nombre, clama un nombre en la lumbre de mi ayeres. Cobijados y perpetuos sobre un campo de líricos vestidos.
Osadía de nocturnidad que amaré, es el espacio en el que sangro. Posee subtítulos que tornan espectros de huracanes y, ante mí, retienen un susurro que despierta el eje de mis sentidos. De prominentes espacios. Declamo a la tierra, en la que pasto, un cordel de bestias; de enjambre de lunas crecientes.
Respiro en un área musical más allá del nirvana. Repto como el edificio en el que repaso, la corporeidad en la que habito; por unas veces más de las veces, en las que la marea de la imaginación se recrea en la tintura de mis pies; un silicio de versos de besos. De cándidos candiles cardinales.
Expreso que sobrevivo. Como puedo me hago uno con el fuego, el trueno, la tempestad que azota a mis mejillas. Necesito un corazón en el que llorar por los caídos. Relato en nombre del trigal campal de las campanas. Repaso la lágrima que decrece y crece en el umbral de mis relicarios; esos con aromas a limas y cardenales de regueros de nobleza coronada.
Deslizo mis deseos por la espuma que se encumbra en el cayado de treinta y tres minutos, en un punto de las tres de la tarde. En él reescribo las memorias del futuro. En le me hago un tempano de prisma y arcoíris de medidas relucientes. Reparto mermeladas de fresas con crema y ahí, y justo allí anuncio que he revivido.
Ante el monstruo que gobierna el universo enfrento las valías; su respiración me encandila. La mañana entre la que se levanta, ante del nacimiento del sonido que recorre la silente nocturnidad, ama como nadie como yo le amo. Me estremezco y lloro por los caídos. Perdura la marejada en mi almohada. Y pese a que rezo, con la carencia de un rosario, hallo providencia y salvación entre las paredes de esta habitación repleta de oraciones y pájaros sonrientes.
Por fin. Por fin. Por fin. Alguien me susurra al oído. Se decanta por vislumbrar mis ojos, esos con delirio de grandeza. La espada descansa ante mis terrenos y, al asomarme por los vitrales de fragante beldad acérrima, constato que la piedra en la que escribo con un carboncillo, remansa un jolgorio de hurto de la fantasía. Ante nosotros se abre el paraíso, se parten en dos, tres, y cuatro los envases de la esperanza que les entrego.
Espérame, Roszyachán, conforme el firmamento tiembla el tiemplo ante el terror de tus hazañas es pensamiento; el día deja un reguero de sangre; la noche lo reta; pero la noche no es otra que tu pariente de miel de leche. Allí relatas que la más hazaña, ante la que te enfrentas, no es ante lo que no puedes ver con tus ojos de ejes de hielo. Mis ojos verdes recuerdan todo.
Mi nacimiento entre repollos y crisálidas de helechos de alas de esas hadas, no temieron cargarme y encerrarme en esta armadura; vaciada y viciada entre mis propias ponencias que declaman por revivir al estremecido, al manso, al revivido en la realidad de los geranios de tus ojos.
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