• Husk a tratado de envenenarlo. Cero dudas, entre los espaguetis rotos y el cafe–
    — [barcat75] a tratado de envenenarlo. Cero dudas, entre los espaguetis rotos y el cafe–
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  • A veces, a Tahara le gustaba sufrir. El calor era insoportable, pero prefería sentir su cuerpo cubierto de sudor a sentirse cual princesa de las nieves en el interior de su casa. Aquellas pequeñas torturas le recordaban que seguía viva, que era capaz de sentir algo. Que era algo más que una simple asesina: era humana.

    Además, así podía disfrutar del olor de la calle. No era un jardín cubierto de rosas; la vida en la ciudad era gris y llena de contaminación, pero a la chica de ojos verdes no le importaba. Le gustaba coleccionar olores. Había crecido así. La naturaleza en todo su esplendor. La madera podrida. Un bote nuevo de pintura. Sangre fresca tras un corte en el labio tras una caída. Sudor embarrado. Habitaciones cerradas. Espaguetis. Metal. Pólvora. Había tantos olores que recordar que incluir uno más en la lista no iba a cambiar nada.

    Tierra mojada. Madera húmeda. Alcohol. La tímida lluvia que había caído apenas una hora antes todavía se palpaba en el ambiente, humedeciéndolo y volviéndolo pegajoso y casi intransitable. Pero el ser humano no está hecho para quedarse en casa, y los pequeños jolgorios que podía escuchar a sus pies, para Tahara era algo maravilloso.
    A veces, a Tahara le gustaba sufrir. El calor era insoportable, pero prefería sentir su cuerpo cubierto de sudor a sentirse cual princesa de las nieves en el interior de su casa. Aquellas pequeñas torturas le recordaban que seguía viva, que era capaz de sentir algo. Que era algo más que una simple asesina: era humana. Además, así podía disfrutar del olor de la calle. No era un jardín cubierto de rosas; la vida en la ciudad era gris y llena de contaminación, pero a la chica de ojos verdes no le importaba. Le gustaba coleccionar olores. Había crecido así. La naturaleza en todo su esplendor. La madera podrida. Un bote nuevo de pintura. Sangre fresca tras un corte en el labio tras una caída. Sudor embarrado. Habitaciones cerradas. Espaguetis. Metal. Pólvora. Había tantos olores que recordar que incluir uno más en la lista no iba a cambiar nada. Tierra mojada. Madera húmeda. Alcohol. La tímida lluvia que había caído apenas una hora antes todavía se palpaba en el ambiente, humedeciéndolo y volviéndolo pegajoso y casi intransitable. Pero el ser humano no está hecho para quedarse en casa, y los pequeños jolgorios que podía escuchar a sus pies, para Tahara era algo maravilloso.
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