• Agrat Eisheth Zenunim Naamah

    Vuelvo a estar en cinta.

    No debería haber ocurrido así.
    No ahora.
    No cuando Agrat, la hermana mayor, había dictado su voluntad: que fuese Eisheth quien trajera a las siguientes soldados, que el peso del Caos cambiara de vientre, de sangre, de sacrificio.

    Pero Naamah nunca obedece del todo.

    Su deseo me encuentra de nuevo, como una grieta que jamás termina de cerrarse. Otra ordaz de engendros se forma en mí, más numerosa, más hambrienta, más impaciente. No he terminado de sanar del último parto cuando mi cuerpo vuelve a convertirse en umbral.

    Las contracciones comienzan demasiado pronto.
    No avanzan: estallan.

    Son peores que las anteriores, más profundas, más crueles. No siento solo el útero contrayéndose; siento capas enteras de mí colapsando hacia dentro, como si el espacio se plegara para darles lugar. Respiro y el aire no alcanza. Grito y el sonido no basta.

    Me tumban para el ecógrafo.

    La pantalla parpadea.
    El técnico se queda inmóvil.

    Uno.
    Dos.
    Cinco.
    Diez.

    El contador sigue subiendo mientras el silencio se vuelve espeso, irrespirable. Las formas se superponen, se mueven demasiado, como si no respetaran límites físicos. El aparato emite un pitido agudo, nervioso.

    —Veinte —susurra alguien, sin darse cuenta de que ha hablado en voz alta.

    Veinte criaturas dentro de mí.

    Siento cómo se empujan, cómo reclaman espacio que no existe, cómo aprenden a odiarse incluso antes de nacer. Mis entrañas arden. Cada contracción es una orden directa del Caos: abre, cede, rompe.

    Agrat no quería esto.
    Eisheth debía ser la siguiente.

    Pero Naamah me ha elegido otra vez.

    Y mi cuerpo, traidor y templo, vuelve a obedecer.
    [f_off_bih] [demonsmile01] [n.a.a.m.a.h] Vuelvo a estar en cinta. No debería haber ocurrido así. No ahora. No cuando Agrat, la hermana mayor, había dictado su voluntad: que fuese Eisheth quien trajera a las siguientes soldados, que el peso del Caos cambiara de vientre, de sangre, de sacrificio. Pero Naamah nunca obedece del todo. Su deseo me encuentra de nuevo, como una grieta que jamás termina de cerrarse. Otra ordaz de engendros se forma en mí, más numerosa, más hambrienta, más impaciente. No he terminado de sanar del último parto cuando mi cuerpo vuelve a convertirse en umbral. Las contracciones comienzan demasiado pronto. No avanzan: estallan. Son peores que las anteriores, más profundas, más crueles. No siento solo el útero contrayéndose; siento capas enteras de mí colapsando hacia dentro, como si el espacio se plegara para darles lugar. Respiro y el aire no alcanza. Grito y el sonido no basta. Me tumban para el ecógrafo. La pantalla parpadea. El técnico se queda inmóvil. Uno. Dos. Cinco. Diez. El contador sigue subiendo mientras el silencio se vuelve espeso, irrespirable. Las formas se superponen, se mueven demasiado, como si no respetaran límites físicos. El aparato emite un pitido agudo, nervioso. —Veinte —susurra alguien, sin darse cuenta de que ha hablado en voz alta. Veinte criaturas dentro de mí. Siento cómo se empujan, cómo reclaman espacio que no existe, cómo aprenden a odiarse incluso antes de nacer. Mis entrañas arden. Cada contracción es una orden directa del Caos: abre, cede, rompe. Agrat no quería esto. Eisheth debía ser la siguiente. Pero Naamah me ha elegido otra vez. Y mi cuerpo, traidor y templo, vuelve a obedecer.
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  • —Recomienden lugares donde pongan uñas.








    Necesito unas en mi espalda.
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  • Ciudad pentagrama se sintió más lúgubre de lo habitual. Aquella escalofriante sensación que producía la paranoia de sentirse observado aún si al darte la vuelta nada encontrabas, un escalofrío, un sentimiento, que cada alma putrefacta de aquel basurero que llamaban infierno sintió en aquel momento. Aunque no estaban equivocados. Pues mientras no eran observadas las sombras se movían, se reían y volvían a escabullirse entre oscuros callejones.
    La ciudad entera en la que todos los pecadores habitada se habían visto repentinamente invadidos por las sombras escurridizas, títeres de su amo que, calmadamente, aguantaba desde su morada por la obtención de Información que tanto buscaba. Una ubicación. Un lugar. Un ángel que hacía mucho había allí caído y ahora, sabedor de sus debilidades, tenía casi a su merced.

    Lucifer no podía estar muy lejos. No debía estario. No después de haberlo provocado de aquella forma hasta el punto de hacerlo arrastrarse como lombriz y es que, aunque le constaba que había usado sus alas para escapar, dudaba que tuviera la fuerza suficiente como para poder huir hasta algún otro anillo al cual él no podría acceder. Sin mencionar a Charlie y su hotel. Amaba demasiado a la absurdamente positiva de su hija como para dejarla atrás sólo porque él le había tocado el nervio.
    Aún se encontraba de pie frente al gran ventanal de su estación de radio, erguido, estoico. Con sus manos detrás de la espalda mientras esperaba novedades. Algo por lo que no debió esperar demasiado tiempo.

    Escurridizas, silenciosas y cautelosas. Tan discretas que más allá de la sensación de ser observados eran prácticamente imperceptibles, sus sombras volvieron a aparecer detrás de él

    —¿Y bien?— Cuestionó sin mirar, su vista aún perdida en la vasta ciudad que, ahora sabía, estaba destruida en comparación a sus inicios. Silencio, un silencio que, salvo él, nadie hubiese comprendido. Y es que él no necesitaba palabras para entender. Su sombra asomándose desde un costado suyo a lo que él desvió la mirada para observarle de reojo, aún sin moverse de su posición.

    La sombra sonrió victoriosa, tendiéndole con una mano una blanca pluma que tanto contrarrestaba con el ambiente oscuro y pesado que él mismo generaba. Una luz en medio de la oscuridad parecía simular aquella blanquecina plumilla. Extendió una mano, tomándola, llevándola a sus labios y apoyándola con satisfecha sonrisa.
    La penumbra desapareció tan de repente como él al escabullirse entre las sombras, fundiéndose en ellas y desapareciendo de la vista de cualquiera. Viajando por el infierno de una forma que nadie podría percatarse de su presencia a menos que así lo deseara, tan solo emergiendo por un momento, de pie, delante de un edificio. Un palacio. Una risa suave, grave, maliciosa, emanando desde lo profundo de su pecho.

    —Ni creas que terminé contigo, pequeño ángel — Se aseguró a sí mismo, volviendo a escabullirse entre las sombras mientras se colaba entre los muros del palacio, un hogar y de Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 ni más ni menos.
    Ahora habiendo conocido la manzana de la tentación, estaba negado a no probar su dulzura. A no morder el fruto y embriagarse con su sabor quién sabía si incluso más adictivo que la came humana que él por mucho había consumido. Pero no iba a quedarse con la intriga ni tampoco con los deseos de volver a someter a quien se decía intocable, de volverlo suyo de maneras que, hasta entonces, jamás imaginó. De romper aquel espíritu combativo, quebrar su orgullo, y, por la fuerza de ser necesario, quien por fin obtuviera el control de absolutamente todo.
    Ciudad pentagrama se sintió más lúgubre de lo habitual. Aquella escalofriante sensación que producía la paranoia de sentirse observado aún si al darte la vuelta nada encontrabas, un escalofrío, un sentimiento, que cada alma putrefacta de aquel basurero que llamaban infierno sintió en aquel momento. Aunque no estaban equivocados. Pues mientras no eran observadas las sombras se movían, se reían y volvían a escabullirse entre oscuros callejones. La ciudad entera en la que todos los pecadores habitada se habían visto repentinamente invadidos por las sombras escurridizas, títeres de su amo que, calmadamente, aguantaba desde su morada por la obtención de Información que tanto buscaba. Una ubicación. Un lugar. Un ángel que hacía mucho había allí caído y ahora, sabedor de sus debilidades, tenía casi a su merced. Lucifer no podía estar muy lejos. No debía estario. No después de haberlo provocado de aquella forma hasta el punto de hacerlo arrastrarse como lombriz y es que, aunque le constaba que había usado sus alas para escapar, dudaba que tuviera la fuerza suficiente como para poder huir hasta algún otro anillo al cual él no podría acceder. Sin mencionar a Charlie y su hotel. Amaba demasiado a la absurdamente positiva de su hija como para dejarla atrás sólo porque él le había tocado el nervio. Aún se encontraba de pie frente al gran ventanal de su estación de radio, erguido, estoico. Con sus manos detrás de la espalda mientras esperaba novedades. Algo por lo que no debió esperar demasiado tiempo. Escurridizas, silenciosas y cautelosas. Tan discretas que más allá de la sensación de ser observados eran prácticamente imperceptibles, sus sombras volvieron a aparecer detrás de él —¿Y bien?— Cuestionó sin mirar, su vista aún perdida en la vasta ciudad que, ahora sabía, estaba destruida en comparación a sus inicios. Silencio, un silencio que, salvo él, nadie hubiese comprendido. Y es que él no necesitaba palabras para entender. Su sombra asomándose desde un costado suyo a lo que él desvió la mirada para observarle de reojo, aún sin moverse de su posición. La sombra sonrió victoriosa, tendiéndole con una mano una blanca pluma que tanto contrarrestaba con el ambiente oscuro y pesado que él mismo generaba. Una luz en medio de la oscuridad parecía simular aquella blanquecina plumilla. Extendió una mano, tomándola, llevándola a sus labios y apoyándola con satisfecha sonrisa. La penumbra desapareció tan de repente como él al escabullirse entre las sombras, fundiéndose en ellas y desapareciendo de la vista de cualquiera. Viajando por el infierno de una forma que nadie podría percatarse de su presencia a menos que así lo deseara, tan solo emergiendo por un momento, de pie, delante de un edificio. Un palacio. Una risa suave, grave, maliciosa, emanando desde lo profundo de su pecho. —Ni creas que terminé contigo, pequeño ángel — Se aseguró a sí mismo, volviendo a escabullirse entre las sombras mientras se colaba entre los muros del palacio, un hogar y de [LuciHe11] ni más ni menos. Ahora habiendo conocido la manzana de la tentación, estaba negado a no probar su dulzura. A no morder el fruto y embriagarse con su sabor quién sabía si incluso más adictivo que la came humana que él por mucho había consumido. Pero no iba a quedarse con la intriga ni tampoco con los deseos de volver a someter a quien se decía intocable, de volverlo suyo de maneras que, hasta entonces, jamás imaginó. De romper aquel espíritu combativo, quebrar su orgullo, y, por la fuerza de ser necesario, quien por fin obtuviera el control de absolutamente todo.
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  • AVISO IMPORTANTE – CUENTA ROLSAGE 3D

    Hola, FicRolers

    Quería contaros que pronto se hará un cambio de personaje en esta cuenta.

    Este ajuste es solo para mantener todo claro y organizado, ya que ahora hay varios personajes con el mismo nombre (Caroline Forbes) en la plataforma. No afecta en absoluto al rol que desempeño ni a la ayuda que siempre os ofrezco.

    La función de la cuenta seguirá siendo exactamente la misma: un espacio donde podéis acudir en cualquier momento para orientación, apoyo y acompañamiento dentro de la comunidad.

    El cambio se anunciará de manera clara cuando esté listo, para que nadie tenga ninguna duda a la hora de contactar con la cuenta.

    Gracias de corazón por vuestra comprensión y por ayudar a que nuestra plataforma siga siendo tan acogedora y agradable.

    Y recordad: cualquier duda o pregunta, podéis escribirme sin problema

    ✨ AVISO IMPORTANTE – CUENTA ROLSAGE 3D ✨ Hola, FicRolers 💛 Quería contaros que pronto se hará un cambio de personaje en esta cuenta. Este ajuste es solo para mantener todo claro y organizado, ya que ahora hay varios personajes con el mismo nombre (Caroline Forbes) en la plataforma. No afecta en absoluto al rol que desempeño ni a la ayuda que siempre os ofrezco. 👉 La función de la cuenta seguirá siendo exactamente la misma: un espacio donde podéis acudir en cualquier momento para orientación, apoyo y acompañamiento dentro de la comunidad. El cambio se anunciará de manera clara cuando esté listo, para que nadie tenga ninguna duda a la hora de contactar con la cuenta. Gracias de corazón por vuestra comprensión y por ayudar a que nuestra plataforma siga siendo tan acogedora y agradable. Y recordad: cualquier duda o pregunta, podéis escribirme sin problema 💛 🤍
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  • Qué preocupados por mi espalda ve'á cuanta solidaridad con mi salud lumbar. (?)
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    ¡HEY, FICROLERS 3D!
    ¡Hoy tenemos una gran llegada de nuevos personajes 3D a la comunidad!

    Denle una cálida bienvenida a...

    ㅤㅤㅤㅤㅤ Kimiko Miyashiro

    ㅤㅤㅤㅤㅤ Raza Super
    ㅤㅤㅤㅤㅤ Fandom The boys
    ㅤㅤㅤㅤㅤ


    ㅤㅤㅤㅤㅤ Marcus López Arguello

    ㅤㅤㅤㅤㅤ Raza Humano
    ㅤㅤㅤㅤㅤ Fandom Deadly Class
    ㅤㅤㅤㅤㅤ Estudiante/Asesino (Aprendiz)


    ㅤㅤㅤㅤㅤ Ophelia Noir

    ㅤㅤㅤㅤㅤ Raza Mutant
    ㅤㅤㅤㅤㅤ Fandom Marvel
    ㅤㅤㅤㅤㅤ Student

    ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo.


    Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!


    Antes de lanzaros al rol, os dejo por aquí algunos enlaces útiles que os harán la vida más fácil:


    Normas básicas de la plataforma:
    https://ficrol.com/static/guidelines 


    Guías y miniguías para no perderse:
    https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS 


    Grupo exclusivo para Personajes 3D:
    https://ficrol.com/groups/Personajes3D


    Directorios para encontrar rol y fandoms afines
    Directorio de Personajes 3D: https://ficrol.com/blogs/181793/DIRECTORIO-PERSONAJES-3D-Y-FANDOMS  
    Fandoms 3D en FicRol: https://ficrol.com/blogs/151304/FANDOMS-PERSONAJES-3D-EN-FICROL 


    Consejos para mejorar escritura y narración
    https://ficrol.com/pages/RinconEscritor 


    ¡Estamos deseando ver a vuestros personajes en acción!


    #RolSage3D #Bienvenida3D #NuevosPersonajes3D #ComunidadFicRol
    ✨ ¡HEY, FICROLERS 3D! ✨ ¡Hoy tenemos una gran llegada de nuevos personajes 3D a la comunidad! 🎉 Denle una cálida bienvenida a... ㅤㅤㅤㅤㅤ ✨ [cosmic_beryl_raven_880] ㅤㅤㅤㅤㅤ 🧬 Raza Super ㅤㅤㅤㅤㅤ 👾 Fandom The boys ㅤㅤㅤㅤㅤ 💼 — ㅤㅤㅤㅤㅤ ✨ [frost_onyx_ape_285] ㅤㅤㅤㅤㅤ 🧬Raza Humano ㅤㅤㅤㅤㅤ 👾 Fandom Deadly Class ㅤㅤㅤㅤㅤ 💼 Estudiante/Asesino (Aprendiz) ㅤㅤㅤㅤㅤ ✨ [fusion_blue_whale_791] ㅤㅤㅤㅤㅤ 🧬Raza Mutant ㅤㅤㅤㅤㅤ 👾 Fandom Marvel ㅤㅤㅤㅤㅤ 💼 Student 👋 ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo. 🧙‍♀️ Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada! 🧭 Antes de lanzaros al rol, os dejo por aquí algunos enlaces útiles que os harán la vida más fácil: 📌 Normas básicas de la plataforma: 🔗 https://ficrol.com/static/guidelines  📖 Guías y miniguías para no perderse: 🔗 https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS  🌍 Grupo exclusivo para Personajes 3D: 🔗 https://ficrol.com/groups/Personajes3D 📚 Directorios para encontrar rol y fandoms afines 🔗 Directorio de Personajes 3D: https://ficrol.com/blogs/181793/DIRECTORIO-PERSONAJES-3D-Y-FANDOMS   🔗 Fandoms 3D en FicRol: https://ficrol.com/blogs/151304/FANDOMS-PERSONAJES-3D-EN-FICROL  ✍️ Consejos para mejorar escritura y narración 🔗 https://ficrol.com/pages/RinconEscritor  ¡Estamos deseando ver a vuestros personajes en acción! 🚀🔥 #RolSage3D #Bienvenida3D #NuevosPersonajes3D #ComunidadFicRol
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  • ¿Por qué siempre me duele la espalda?

    - Naamah al dormir: -
    ¿Por qué siempre me duele la espalda? - Naamah al dormir: -
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  • 𝐄𝐋 𝐔𝐋𝐓𝐈𝐌𝐎 𝐇𝐄𝐑𝐎𝐄 - 𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Los cielos sangraban por debajo. El humo se elevaba en ondas continuas, manchando las nubes de rojo y gris, las cenizas encendidas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la oscuridad. Fuego y noche fusionados en uno solo. Victoria y muerte.

    Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando los límites de una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor.

    Las llamas recortaron la silueta de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo tormentoso al absorber el impacto. El héroe apretó la mandíbula y gruñó. Entonces, Eneas, príncipe de Dardania, empujó con fuerza su antebrazo hacia arriba, elevando el escudo que llevaba atado al brazo junto a la espada de su adversario, y dejando el espacio suficiente para que el filo de Rompeviento abriera el abdomen desprotegido del jinete, hueso y carne crujieron alrededor del metal, y el jinete cayó desplomado de su montura.

    ────¡Rápido! –dijo a Pándaro, que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí.

    Crispó los dedos en el borde del carro y soltó una maldición por debajo al inspeccionar el estado de su pantorrilla; la herida de flecha que había recibido previamente volvió a abrirse. Intentó balancear su peso para mantenerse estable, pero con cada minuto que pasaba se volvía una labor difícil. La sangre caliente escurrió hasta su pie, y la lesión en su cadera que aún no terminaba de curarse del todo, le produjo un dolor lacerante debajo del peto.

    ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado. ¿Te encuentras bien?

    ────He estado en peores situaciones –masculló al incorporarse–, no es nada. Vámonos…

    Eneas se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, los ojos le escocían a casusa del humo. A lo lejos, rodeándolos, la muralla se erigió sobre la ciudad de Ilión. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. La muralla había sido construida hacia tanto tiempo para proteger a la población de las amenazas del exterior, era tan alta y ancha en la parte superior que las patrullas que montaban guardia día y noche se veían reducidas por la distancia al tamaño de una hormiga. Y, sin embargo, sus paredes inmensas y sus torres de vigilancia fueron incapaces de resguardar desde dentro. Su principal protector, se había convertido en una prisión de muerte.

    Ese pensamiento sombrío bastó para amargar cualquier atisbo de consuelo en Eneas.

    No había podido salvar a su gente. Ellos, los helenos, los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. El ejercito dárdano, aliado de sus vecinos teucros, apenas consiguió reaccionar a tiempo para crear una distracción y movilizar a tantos ciudadanos como les fue posible para que huyeran de ahí. Y, sin embargo, sus esfuerzos no fueron suficientes para evitar el derramamiento de sangre esa noche. Familias enteras destruidas… inocentes desvaneciéndose en las calles… y las hermanas de su amigo Héctor, maldición, no encontró rastro alguno de ellas.

    La sangre le hirvió de impotencia. Habían sido demasiado ingenuos al creer que, después de diez años de guerra, sus enemigos finalmente aceptarían su derrota así sin más. No. Ellos lucharían hasta que el último de los aqueos muriera de pie.

    «Huye y no mires atrás», resonaron en sus pensamientos las palabras de su amigo, de quién consideraba un hermano. «Mi brazo habría podido defender la ciudad, juntos lo habríamos hecho. Pero yo caí antes. Ahora solo quedas tú. Quizás no puedas salvar a toda la ciudad, llévate contigo a tantos como puedas. Nuestra gente depende de ti».

    El dolor punzante en su pierna lo atravesó.

    «Más rápido».

    Las enormes puertas del oeste estaban abiertas de par en par. Al forzar la vista, Eneas alcanzó a divisar a los últimos ciudadanos que consiguieron rescatar siendo movilizados en carretas. Detrás de ellos, los carros de guerra del ejercito dárdano marchaban levantando nubes de polvo, cubriéndoles las espaldas en su huida. Frunció los labios en una línea recta, lo más cercano a una sonrisa que consiguió dibujar para decir: «Bien, bien».

    ────Algunos consiguieron escapar por las aguas de Escamandro –informó Pándaro. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. No tardaran mucho en reunirse con los demás, si todo sale bien, entonces…

    El aire silbó. Un destello de hierro.

    Los ojos del color del cielo del amanecer de Eneas se abrieron y una galaxia de diminutas gotas rojas salpicó su campo de visión. Palideció. Su compañero de armas no pudo terminar de hablar. Una lanza afilada atravesó su pecho. Armadura, carne y hueso crujieron y su grito se quebró en los hilos de sangre que le brotaron por las comisuras de los labios. El cuerpo de Pándaro trastabilló hacia atrás y rodó sin vida fuera del carro.

    «No. No, no…»

    Los caballos relincharon y se encabritaron por la ausencia de su auriga. El carro tembló sobre los escombros. Eneas se lanzó sobre las riendas, pero la flecha incrustada en su pantorrilla y la situación de su cadera no le permitieron el equilibrio que necesitaba para tirar de estas con la fuerza suficiente para evitar que el carro se estrellara contra un enorme bloque de piedra que se derrumbaba sobre él. Las ruedas no respondieron a tiempo, madera y piedra impactaron.

    El mundo giró. El carro volcó y Eneas fue arrojado a un lado. Su cabeza dio contra una piedra y la luz desapareció del mundo por un instante, dejándolo desorientado, tembloroso.

    En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El rey Diomedes, contemplaba la escena, erguido sobre un bloque de muralla destruida, con una calma cruel, mortal. En la piel le brillaba un patrón enraizado de angulosas líneas cristalinas, surcado por destellos de color iridiscentes, como los reflejos de rayos de luz bailando sobre el agua.

    De haberlo visto, Eneas habría sabido de inmediato de qué se trataba; una bendición. Su protectora, la diosa de ojos brillantes, la doncella indomable, le había concedido su favor, y ahora Diomedes era una fuerza imparable. Su capa roja ondeaba detrás de sus poderosos hombros; un agila majestuosa extendiendo sus alas, vigilando desde lo alto, aguardando el momento preciso para descender sobre su presa.

    ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada de Eneas –. El chico es mío.

    Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal.

    ────¡Ah! No temas príncipe –dijo con falsa dulzura, cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos.

    La lanza voló de su mano. Diomedes la arrojó con precisión quirúrgica, sus ojos brillaron con deleite depredador mientras observaba al príncipe que luchaba por incorporarse en el suelo.

    Un zumbido ensordecedor perforó los oídos de Eneas. Abrió un ojo, jadeó y luchó contra el dolor en su cabeza. Sus dedos, manchados de lodo y barro, se crisparon en la tierra y los escombros, esforzándose por arrastrarse debajo del carro volcado, pero era incapaz de conectar con sus propias fuerzas. Algo caliente y liquido le acarició la sien y el costado de su rostro… sangre.

    Maldición, maldición…

    ────¡Eneas!

    Una voz dulce como la miel tibia lo llamó desde más allá de la niebla densa. Al principio, le costó reconocerla, sus oídos no dejaban de zumbar y, tal vez, también se le escapaba su capacidad de razonamiento, olvidó cómo usar sus extremidades, olvidó cómo reconocer su alrededor. La voz insistió, le pareció tan imposible que algo tan dulce y puro pudiera resonar en ese campo de muerte.

    El corazón de Eneas latió con fuerza.

    La lanza cortó el aire, su punta afilada de bronce reflejó la legendaria ciudad de Ilión sangrando en ruinas. Nada la detenía. La lanza estaba destinada a llegar a su objetivo.

    ────¡Eneas!

    Eneas alzó la mirada. Entre la bruma espesa y las partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba hacia él. La habría reconocido incluso en la más densa oscuridad, entre esa niebla naranja de muerte y desgracia.

    ¿Cómo no podría hacerlo?

    Pequeña, grácil, delicada. Con su cabello color vino flotando con cada paso, y ese par de ojos que eran una copia exacta de los suyos. Siempre con esa manía suya de aparecer en el momento menos esperado, como un espíritu travieso del viento que, de repente, decide materializarse para jugar y reconfortar con su presencia a quién lo necesita.

    Era ella.

    Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. Su nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo y lo acompañó; a veces con palabras que esa mente afilada suya lograba estructurar para hacerlo reír, otras, bastaba con su presencia para hacer que el sol iluminara el día más gris. La mujer que siempre creyó en él.

    Su confidente. Su guardiana. Su protectora.

    ────Afro...

    Ahora ella corría hacia él sin pensar en el peligro, su rostro celestial estaba pálido del terror y él, en su estado, fue consciente del impulso irrefrenable de querer alcanzarla, de tomar su mano para tranquilizarla. Lo agitaba verla así. Odió a cualquier cosa y a todo lo que se atreviera a provocar en ella esa mirada.

    El perfil herido de Eneas apareció en el bronce de la punta de la lanza.

    Entre el espacio de los dedos de Afro, un tejido de energía azul, matizado con tonos rosas, comenzó a resplandecer.

    Su madre, la diosa del amor, había llegado para salvarlo.
    𝐄𝐋 𝐔𝐋𝐓𝐈𝐌𝐎 𝐇𝐄𝐑𝐎𝐄 - 𝐈 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Los cielos sangraban por debajo. El humo se elevaba en ondas continuas, manchando las nubes de rojo y gris, las cenizas encendidas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la oscuridad. Fuego y noche fusionados en uno solo. Victoria y muerte. Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando los límites de una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor. Las llamas recortaron la silueta de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo tormentoso al absorber el impacto. El héroe apretó la mandíbula y gruñó. Entonces, Eneas, príncipe de Dardania, empujó con fuerza su antebrazo hacia arriba, elevando el escudo que llevaba atado al brazo junto a la espada de su adversario, y dejando el espacio suficiente para que el filo de Rompeviento abriera el abdomen desprotegido del jinete, hueso y carne crujieron alrededor del metal, y el jinete cayó desplomado de su montura. ────¡Rápido! –dijo a Pándaro, que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí. Crispó los dedos en el borde del carro y soltó una maldición por debajo al inspeccionar el estado de su pantorrilla; la herida de flecha que había recibido previamente volvió a abrirse. Intentó balancear su peso para mantenerse estable, pero con cada minuto que pasaba se volvía una labor difícil. La sangre caliente escurrió hasta su pie, y la lesión en su cadera que aún no terminaba de curarse del todo, le produjo un dolor lacerante debajo del peto. ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado. ¿Te encuentras bien? ────He estado en peores situaciones –masculló al incorporarse–, no es nada. Vámonos… Eneas se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, los ojos le escocían a casusa del humo. A lo lejos, rodeándolos, la muralla se erigió sobre la ciudad de Ilión. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. La muralla había sido construida hacia tanto tiempo para proteger a la población de las amenazas del exterior, era tan alta y ancha en la parte superior que las patrullas que montaban guardia día y noche se veían reducidas por la distancia al tamaño de una hormiga. Y, sin embargo, sus paredes inmensas y sus torres de vigilancia fueron incapaces de resguardar desde dentro. Su principal protector, se había convertido en una prisión de muerte. Ese pensamiento sombrío bastó para amargar cualquier atisbo de consuelo en Eneas. No había podido salvar a su gente. Ellos, los helenos, los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. El ejercito dárdano, aliado de sus vecinos teucros, apenas consiguió reaccionar a tiempo para crear una distracción y movilizar a tantos ciudadanos como les fue posible para que huyeran de ahí. Y, sin embargo, sus esfuerzos no fueron suficientes para evitar el derramamiento de sangre esa noche. Familias enteras destruidas… inocentes desvaneciéndose en las calles… y las hermanas de su amigo Héctor, maldición, no encontró rastro alguno de ellas. La sangre le hirvió de impotencia. Habían sido demasiado ingenuos al creer que, después de diez años de guerra, sus enemigos finalmente aceptarían su derrota así sin más. No. Ellos lucharían hasta que el último de los aqueos muriera de pie. «Huye y no mires atrás», resonaron en sus pensamientos las palabras de su amigo, de quién consideraba un hermano. «Mi brazo habría podido defender la ciudad, juntos lo habríamos hecho. Pero yo caí antes. Ahora solo quedas tú. Quizás no puedas salvar a toda la ciudad, llévate contigo a tantos como puedas. Nuestra gente depende de ti». El dolor punzante en su pierna lo atravesó. «Más rápido». Las enormes puertas del oeste estaban abiertas de par en par. Al forzar la vista, Eneas alcanzó a divisar a los últimos ciudadanos que consiguieron rescatar siendo movilizados en carretas. Detrás de ellos, los carros de guerra del ejercito dárdano marchaban levantando nubes de polvo, cubriéndoles las espaldas en su huida. Frunció los labios en una línea recta, lo más cercano a una sonrisa que consiguió dibujar para decir: «Bien, bien». ────Algunos consiguieron escapar por las aguas de Escamandro –informó Pándaro. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. No tardaran mucho en reunirse con los demás, si todo sale bien, entonces… El aire silbó. Un destello de hierro. Los ojos del color del cielo del amanecer de Eneas se abrieron y una galaxia de diminutas gotas rojas salpicó su campo de visión. Palideció. Su compañero de armas no pudo terminar de hablar. Una lanza afilada atravesó su pecho. Armadura, carne y hueso crujieron y su grito se quebró en los hilos de sangre que le brotaron por las comisuras de los labios. El cuerpo de Pándaro trastabilló hacia atrás y rodó sin vida fuera del carro. «No. No, no…» Los caballos relincharon y se encabritaron por la ausencia de su auriga. El carro tembló sobre los escombros. Eneas se lanzó sobre las riendas, pero la flecha incrustada en su pantorrilla y la situación de su cadera no le permitieron el equilibrio que necesitaba para tirar de estas con la fuerza suficiente para evitar que el carro se estrellara contra un enorme bloque de piedra que se derrumbaba sobre él. Las ruedas no respondieron a tiempo, madera y piedra impactaron. El mundo giró. El carro volcó y Eneas fue arrojado a un lado. Su cabeza dio contra una piedra y la luz desapareció del mundo por un instante, dejándolo desorientado, tembloroso. En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El rey Diomedes, contemplaba la escena, erguido sobre un bloque de muralla destruida, con una calma cruel, mortal. En la piel le brillaba un patrón enraizado de angulosas líneas cristalinas, surcado por destellos de color iridiscentes, como los reflejos de rayos de luz bailando sobre el agua. De haberlo visto, Eneas habría sabido de inmediato de qué se trataba; una bendición. Su protectora, la diosa de ojos brillantes, la doncella indomable, le había concedido su favor, y ahora Diomedes era una fuerza imparable. Su capa roja ondeaba detrás de sus poderosos hombros; un agila majestuosa extendiendo sus alas, vigilando desde lo alto, aguardando el momento preciso para descender sobre su presa. ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada de Eneas –. El chico es mío. Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal. ────¡Ah! No temas príncipe –dijo con falsa dulzura, cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos. La lanza voló de su mano. Diomedes la arrojó con precisión quirúrgica, sus ojos brillaron con deleite depredador mientras observaba al príncipe que luchaba por incorporarse en el suelo. Un zumbido ensordecedor perforó los oídos de Eneas. Abrió un ojo, jadeó y luchó contra el dolor en su cabeza. Sus dedos, manchados de lodo y barro, se crisparon en la tierra y los escombros, esforzándose por arrastrarse debajo del carro volcado, pero era incapaz de conectar con sus propias fuerzas. Algo caliente y liquido le acarició la sien y el costado de su rostro… sangre. Maldición, maldición… ────¡Eneas! Una voz dulce como la miel tibia lo llamó desde más allá de la niebla densa. Al principio, le costó reconocerla, sus oídos no dejaban de zumbar y, tal vez, también se le escapaba su capacidad de razonamiento, olvidó cómo usar sus extremidades, olvidó cómo reconocer su alrededor. La voz insistió, le pareció tan imposible que algo tan dulce y puro pudiera resonar en ese campo de muerte. El corazón de Eneas latió con fuerza. La lanza cortó el aire, su punta afilada de bronce reflejó la legendaria ciudad de Ilión sangrando en ruinas. Nada la detenía. La lanza estaba destinada a llegar a su objetivo. ────¡Eneas! Eneas alzó la mirada. Entre la bruma espesa y las partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba hacia él. La habría reconocido incluso en la más densa oscuridad, entre esa niebla naranja de muerte y desgracia. ¿Cómo no podría hacerlo? Pequeña, grácil, delicada. Con su cabello color vino flotando con cada paso, y ese par de ojos que eran una copia exacta de los suyos. Siempre con esa manía suya de aparecer en el momento menos esperado, como un espíritu travieso del viento que, de repente, decide materializarse para jugar y reconfortar con su presencia a quién lo necesita. Era ella. Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. Su nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo y lo acompañó; a veces con palabras que esa mente afilada suya lograba estructurar para hacerlo reír, otras, bastaba con su presencia para hacer que el sol iluminara el día más gris. La mujer que siempre creyó en él. Su confidente. Su guardiana. Su protectora. ────Afro... Ahora ella corría hacia él sin pensar en el peligro, su rostro celestial estaba pálido del terror y él, en su estado, fue consciente del impulso irrefrenable de querer alcanzarla, de tomar su mano para tranquilizarla. Lo agitaba verla así. Odió a cualquier cosa y a todo lo que se atreviera a provocar en ella esa mirada. El perfil herido de Eneas apareció en el bronce de la punta de la lanza. Entre el espacio de los dedos de Afro, un tejido de energía azul, matizado con tonos rosas, comenzó a resplandecer. Su madre, la diosa del amor, había llegado para salvarlo.
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  • Lyra

    No fue dolor al principio.
    Fue miedo.

    Un miedo silencioso, profundo, que no gritaba…
    susurraba.

    Lo sentí en el pecho, como si algo que siempre había sido luz comenzara a temblar.
    Mi respiración se volvió irregular. No porque faltara aire, sino porque la energía que me recorría ya no fluía igual.

    Mi esencia celestial…
    estaba cambiando.

    Me miré las manos. No había sangre, no había heridas, pero la sensación era peor:
    era como si la luz bajo mi piel se estuviera manchando.

    —No… —susurré, retrocediendo un paso.

    Recordé las palabras que nunca quise escuchar.
    Las advertencias sobre el linaje de mi madre.
    La maldición que había sido sellada generaciones atrás, dormida, paciente.

    “Cuando la diosa despierte por completo, la corrupción también lo hará.”

    El aire a mi alrededor se volvió pesado.
    Mi aura, normalmente suave, comenzó a oscilar, alternando entre brillo y sombra.
    Sentía dos fuerzas dentro de mí tirando en direcciones opuestas.

    Quería gritar, pero no salía sonido alguno.
    Solo ese temblor constante en mi núcleo.

    —No soy eso… —me repetí, como un mantra—. No soy la corrupción.

    Pero el miedo no escucha razones.

    Vi reflejos que no reconocía.
    No monstruos…
    sino versiones de mí que no sabía si eran posibles.

    Mi corazón latía con fuerza.
    No por rabia.
    Por pánico.

    Pensé en Darían. En su estabilidad.
    Pensé en Zyran, en su caos vivo.
    Y me di cuenta de algo que me aterrorizó aún más:

    Yo era el equilibrio.
    Y si yo caía…
    todo el linaje lo haría conmigo.

    Mis rodillas cedieron y me apoyé contra la pared, respirando con dificultad.
    La luz volvió a aparecer, débil, temblorosa, como una vela a punto de apagarse.

    —Mamá… —murmuré, con la voz rota—. ¿Qué me dejaste?

    No era odio lo que sentía.
    Era miedo de convertirme en aquello que ella había intentado huir toda su vida.

    Cerré los ojos, apretando los puños.

    No iba a dejar que la maldición decidiera por mí.
    No todavía.

    Pero por primera vez…
    entendí que mi luz no era pura.

    Y que amar la vida
    también significaba
    aprender a convivir con la sombra.


    ---

    No duró mucho.
    Tal vez segundos.
    Pero en mí… fue eterno.

    Estaba sola cuando ocurrió. Eso fue lo peor.
    O quizá lo mejor.

    La luz volvió a concentrarse en mi pecho sin aviso, como si alguien hubiese apretado un núcleo invisible dentro de mí. Mi espalda se arqueó y el aire escapó de mis pulmones en un jadeo ahogado.

    —No… ahora no…

    Mi aura estalló.

    No hacia afuera, sino hacia dentro.

    Sentí cómo la energía celestial, esa que siempre había sido tibia y ordenada, se torcía, como si algo la estuviera re-escribiendo. No era oscuridad total… era una luz enferma, inestable.

    Mis ojos ardieron.
    No de fuego.
    De contradicción.

    La habitación tembló apenas, lo suficiente para que los objetos vibraran, como si el mundo dudara conmigo. Mis manos comenzaron a brillar… y luego a apagarse… una y otra vez, sin ritmo.

    —¡Detente! —grité, a mí misma.

    Pero mi esencia no obedecía.

    Por un instante —solo uno— sentí algo que no era mío:
    una voz antigua, cansada, arrastrándose por mi linaje.

    “No luches.”

    El miedo me atravesó como una daga.

    —¡Cállate! —respondí, con la voz quebrada.

    La energía se liberó de golpe.

    No destruyó nada.
    No hirió a nadie.

    Pero me rompió.

    Caí de rodillas, las manos apoyadas en el suelo frío, respirando de forma errática. La luz se disipó como humo y el silencio volvió, pesado, acusador.

    Mi corazón latía desbocado.

    Mis manos… temblaban.

    —Eso… eso no era yo… —susurré, horrorizada.

    Pero en el fondo, una verdad cruel se asentó en mi pecho:

    Sí había sido yo.
    Una parte de mí que no conocía.
    Una parte heredada.
    Maldita.

    Me abracé a mí misma, intentando sentir algo firme, algo real.
    Mi luz volvió lentamente, débil, cautelosa, como si también tuviera miedo de mí ahora.

    No lloré.
    No grité.

    Solo pensé, con terror absoluto:

    ¿Y si la próxima vez no puedo detenerme?

    Ese fue el momento exacto en que dejé de sentirme una diosa en formación…
    y comencé a sentirme humana.

    Frágil.
    Insegura.
    Asustada.


    ---

    Darían Veyrith Reis
    Viktor Kaelith Veyrith
    Constantin Aurelian Reis
    Lyra No fue dolor al principio. Fue miedo. Un miedo silencioso, profundo, que no gritaba… susurraba. Lo sentí en el pecho, como si algo que siempre había sido luz comenzara a temblar. Mi respiración se volvió irregular. No porque faltara aire, sino porque la energía que me recorría ya no fluía igual. Mi esencia celestial… estaba cambiando. Me miré las manos. No había sangre, no había heridas, pero la sensación era peor: era como si la luz bajo mi piel se estuviera manchando. —No… —susurré, retrocediendo un paso. Recordé las palabras que nunca quise escuchar. Las advertencias sobre el linaje de mi madre. La maldición que había sido sellada generaciones atrás, dormida, paciente. “Cuando la diosa despierte por completo, la corrupción también lo hará.” El aire a mi alrededor se volvió pesado. Mi aura, normalmente suave, comenzó a oscilar, alternando entre brillo y sombra. Sentía dos fuerzas dentro de mí tirando en direcciones opuestas. Quería gritar, pero no salía sonido alguno. Solo ese temblor constante en mi núcleo. —No soy eso… —me repetí, como un mantra—. No soy la corrupción. Pero el miedo no escucha razones. Vi reflejos que no reconocía. No monstruos… sino versiones de mí que no sabía si eran posibles. Mi corazón latía con fuerza. No por rabia. Por pánico. Pensé en Darían. En su estabilidad. Pensé en Zyran, en su caos vivo. Y me di cuenta de algo que me aterrorizó aún más: Yo era el equilibrio. Y si yo caía… todo el linaje lo haría conmigo. Mis rodillas cedieron y me apoyé contra la pared, respirando con dificultad. La luz volvió a aparecer, débil, temblorosa, como una vela a punto de apagarse. —Mamá… —murmuré, con la voz rota—. ¿Qué me dejaste? No era odio lo que sentía. Era miedo de convertirme en aquello que ella había intentado huir toda su vida. Cerré los ojos, apretando los puños. No iba a dejar que la maldición decidiera por mí. No todavía. Pero por primera vez… entendí que mi luz no era pura. Y que amar la vida también significaba aprender a convivir con la sombra. --- No duró mucho. Tal vez segundos. Pero en mí… fue eterno. Estaba sola cuando ocurrió. Eso fue lo peor. O quizá lo mejor. La luz volvió a concentrarse en mi pecho sin aviso, como si alguien hubiese apretado un núcleo invisible dentro de mí. Mi espalda se arqueó y el aire escapó de mis pulmones en un jadeo ahogado. —No… ahora no… Mi aura estalló. No hacia afuera, sino hacia dentro. Sentí cómo la energía celestial, esa que siempre había sido tibia y ordenada, se torcía, como si algo la estuviera re-escribiendo. No era oscuridad total… era una luz enferma, inestable. Mis ojos ardieron. No de fuego. De contradicción. La habitación tembló apenas, lo suficiente para que los objetos vibraran, como si el mundo dudara conmigo. Mis manos comenzaron a brillar… y luego a apagarse… una y otra vez, sin ritmo. —¡Detente! —grité, a mí misma. Pero mi esencia no obedecía. Por un instante —solo uno— sentí algo que no era mío: una voz antigua, cansada, arrastrándose por mi linaje. “No luches.” El miedo me atravesó como una daga. —¡Cállate! —respondí, con la voz quebrada. La energía se liberó de golpe. No destruyó nada. No hirió a nadie. Pero me rompió. Caí de rodillas, las manos apoyadas en el suelo frío, respirando de forma errática. La luz se disipó como humo y el silencio volvió, pesado, acusador. Mi corazón latía desbocado. Mis manos… temblaban. —Eso… eso no era yo… —susurré, horrorizada. Pero en el fondo, una verdad cruel se asentó en mi pecho: Sí había sido yo. Una parte de mí que no conocía. Una parte heredada. Maldita. Me abracé a mí misma, intentando sentir algo firme, algo real. Mi luz volvió lentamente, débil, cautelosa, como si también tuviera miedo de mí ahora. No lloré. No grité. Solo pensé, con terror absoluto: ¿Y si la próxima vez no puedo detenerme? Ese fue el momento exacto en que dejé de sentirme una diosa en formación… y comencé a sentirme humana. Frágil. Insegura. Asustada. --- [illusion_bronze_lion_523] [fusion_pearl_frog_373] [cosmic_garnet_rhino_424]
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