• La oficina de Darren estaba sumida en sombras**, con la única luz proveniente de la pantalla del monitor parpadeando sobre sus gafas. El ventilador giraba lento, empujando el calor acumulado de un día largo y silencioso.
    Darren se quitó los lentes un momento, se frotó el rostro y los volvió a colocar con firmeza.

    —Vamos, muéstrame lo que escondes… —susurró mientras abría la base de datos médica privada a la que no debería tener acceso.

    **Paciente: Aisha •••••• .**
    **Edad: 11 años.**
    **Condición: Enfermedad autoinmune degenerativa – Clase KX.**
    **Tratamiento actual: Fármaco KX-32.**
    **Precio actual por tratamiento mensual: \$21,300 USD.**
    **Proyección para el siguiente trimestre: \$24,800 USD.**
    **Incremento acumulado anual: +74%.**

    Darren se quedó inmóvil.

    —¿Veinti... qué demonios? —apretó el puño y dio un golpe al escritorio—. ¿Cómo lo pagas, Doe?

    Pasó al historial de pagos: ocho depósitos exactos, uno cada mes, ingresados a través de clínicas privadas y organizaciones sin fines de lucro. Efectivo. Códigos sin origen. Al menos cuatro ciudades distintas. Todo perfectamente "legal".

    Pero Darren ya había visto ese patrón antes.

    —Limpio. Demasiado limpio. Como tus escenas, ¿no? —se burló, tomando una nota.

    Escribió con rabia controlada:
    **"Ningún hombre que cobra por limpiar sangre puede pagar esto..."**

    Darren se levantó y cruzó el cuarto, encendiendo la luz sobre su tablón de corcho.
    Fotos, nombres, documentos.
    Tres escenas con patrones similares.
    Mismo tipo de víctimas: criminales de bajo perfil, deudas con gente pesada, sin familia que los reclamara.

    El detective sostuvo una de las fotos, la de una escena en el río, y murmuró:

    —No estás cometiendo errores, John... pero estás dejándome rastros. Y yo los sigo como un perro con hambre.

    Abrió su libreta, escribió con letras grandes:
    **DOE = LIMPIADOR = EJECUTOR.**
    Luego, con una caligrafía más pequeña y más sombría:
    **Motivación: su hija.**
    **Detonante potencial: pérdida del tratamiento.**

    —Eres un padre. Eso no te hace menos peligroso. De hecho... te hace mucho más.
    Porque si te quitan lo único que amas, ¿qué te queda?

    Apagó la luz, dejando solo la pantalla encendida, y se sentó de nuevo, contemplando el expediente de Aisha.

    —No voy a lastimarla, John. No soy como tú. Pero juro que te sacaré del agujero donde te escondes.
    Y cuando lo haga… —sus ojos brillaron tras las gafas—, te haré elegir entre tu alma… y ella.
    La oficina de Darren estaba sumida en sombras**, con la única luz proveniente de la pantalla del monitor parpadeando sobre sus gafas. El ventilador giraba lento, empujando el calor acumulado de un día largo y silencioso. Darren se quitó los lentes un momento, se frotó el rostro y los volvió a colocar con firmeza. —Vamos, muéstrame lo que escondes… —susurró mientras abría la base de datos médica privada a la que no debería tener acceso. **Paciente: Aisha •••••• .** **Edad: 11 años.** **Condición: Enfermedad autoinmune degenerativa – Clase KX.** **Tratamiento actual: Fármaco KX-32.** **Precio actual por tratamiento mensual: \$21,300 USD.** **Proyección para el siguiente trimestre: \$24,800 USD.** **Incremento acumulado anual: +74%.** Darren se quedó inmóvil. —¿Veinti... qué demonios? —apretó el puño y dio un golpe al escritorio—. ¿Cómo lo pagas, Doe? Pasó al historial de pagos: ocho depósitos exactos, uno cada mes, ingresados a través de clínicas privadas y organizaciones sin fines de lucro. Efectivo. Códigos sin origen. Al menos cuatro ciudades distintas. Todo perfectamente "legal". Pero Darren ya había visto ese patrón antes. —Limpio. Demasiado limpio. Como tus escenas, ¿no? —se burló, tomando una nota. Escribió con rabia controlada: **"Ningún hombre que cobra por limpiar sangre puede pagar esto..."** Darren se levantó y cruzó el cuarto, encendiendo la luz sobre su tablón de corcho. Fotos, nombres, documentos. Tres escenas con patrones similares. Mismo tipo de víctimas: criminales de bajo perfil, deudas con gente pesada, sin familia que los reclamara. El detective sostuvo una de las fotos, la de una escena en el río, y murmuró: —No estás cometiendo errores, John... pero estás dejándome rastros. Y yo los sigo como un perro con hambre. Abrió su libreta, escribió con letras grandes: **DOE = LIMPIADOR = EJECUTOR.** Luego, con una caligrafía más pequeña y más sombría: **Motivación: su hija.** **Detonante potencial: pérdida del tratamiento.** —Eres un padre. Eso no te hace menos peligroso. De hecho... te hace mucho más. Porque si te quitan lo único que amas, ¿qué te queda? Apagó la luz, dejando solo la pantalla encendida, y se sentó de nuevo, contemplando el expediente de Aisha. —No voy a lastimarla, John. No soy como tú. Pero juro que te sacaré del agujero donde te escondes. Y cuando lo haga… —sus ojos brillaron tras las gafas—, te haré elegir entre tu alma… y ella.
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  • **Departamento de John, 8:13 p.m. — Zona alta.


    La ciudad zumbaba a lo lejos como una colmena. John, por una vez, no olía a cloro, ni a desinfectante, ni llevaba guantes de látex manchados. Llevaba una playera sin logotipos, pants limpios y —casi milagrosamente— una sonrisa real.

    Gracias a Hammer, quien le había conseguido un sustituto “por esta vez, Corvac… te lo ganaste”, tenía una noche libre. Y no pensaba desperdiciarla.

    Abrió la puerta del cuarto, donde su hija lo esperaba sentada en el suelo, rodeada de crayones y un castillo hecho con cajas de cereal.
    —¡Papáaa! ¡Ya era hora! —dijo ella, de unos siete años, con coletas despeinadas y un vestido lleno de pintura.
    —Me atraparon unos trolls de cloro y tuve que vencerlos en combate —respondió él, dejándose caer exageradamente de rodillas.
    —¿Otra vez? ¡Deben estar obsesionados contigo!
    —Es mi cabello. Les da envidia.

    Ella se rió, con esa risa libre que él solo escuchaba en ese apartamento. Le ofreció una corona de cartón y John, el limpiador de escenas imposibles, el hombre de mirada fría y mente calculadora, se la puso sin dudar.
    —Desde este momento —ella alzó una cuchara como cetro—, eres *Sir Papito el Valiente*, protector del Reino de los Lácteos.

    John se arrodilló con solemnidad exagerada, conteniendo la carcajada.
    —Acepto la misión, mi reina. Pero primero necesito…
    —¡Pizza! —dijeron los dos al unísono, señalándose con el dedo como si fuese un duelo de vaqueros.

    Mientras ella corría al sofá para poner su caricatura favorita, John se sirvió un refresco. Se permitió apoyarse contra el marco de la puerta y mirarla por un momento, sintiendo un tipo de paz que no encontraba en ningún otro lado.

    Ella era el único rincón del mundo donde podía soltar la armadura.
    Donde podía llamarse Anthony, y no John.
    Donde no existían los lagos, ni las bolsas, ni los espejos salpicados.

    Solo una pequeña con crayones… y un caballero protector con una corona de cartón.

    —Papá, ven rápido… ¡ya va a empezar la guerra de robots mágicos!
    —Voy, voy… pero si ganan los verdes, tú lavas los platos.
    —¡Los verdes son los mejores, tú vas a lavar!

    Y mientras discutían, bromeaban y se acurrucaban entre cojines, el mundo afuera seguía girando.

    Pero esa noche, John no era una sombra.

    Era un padre.
    **Departamento de John, 8:13 p.m. — Zona alta. La ciudad zumbaba a lo lejos como una colmena. John, por una vez, no olía a cloro, ni a desinfectante, ni llevaba guantes de látex manchados. Llevaba una playera sin logotipos, pants limpios y —casi milagrosamente— una sonrisa real. Gracias a Hammer, quien le había conseguido un sustituto “por esta vez, Corvac… te lo ganaste”, tenía una noche libre. Y no pensaba desperdiciarla. Abrió la puerta del cuarto, donde su hija lo esperaba sentada en el suelo, rodeada de crayones y un castillo hecho con cajas de cereal. —¡Papáaa! ¡Ya era hora! —dijo ella, de unos siete años, con coletas despeinadas y un vestido lleno de pintura. —Me atraparon unos trolls de cloro y tuve que vencerlos en combate —respondió él, dejándose caer exageradamente de rodillas. —¿Otra vez? ¡Deben estar obsesionados contigo! —Es mi cabello. Les da envidia. Ella se rió, con esa risa libre que él solo escuchaba en ese apartamento. Le ofreció una corona de cartón y John, el limpiador de escenas imposibles, el hombre de mirada fría y mente calculadora, se la puso sin dudar. —Desde este momento —ella alzó una cuchara como cetro—, eres *Sir Papito el Valiente*, protector del Reino de los Lácteos. John se arrodilló con solemnidad exagerada, conteniendo la carcajada. —Acepto la misión, mi reina. Pero primero necesito… —¡Pizza! —dijeron los dos al unísono, señalándose con el dedo como si fuese un duelo de vaqueros. Mientras ella corría al sofá para poner su caricatura favorita, John se sirvió un refresco. Se permitió apoyarse contra el marco de la puerta y mirarla por un momento, sintiendo un tipo de paz que no encontraba en ningún otro lado. Ella era el único rincón del mundo donde podía soltar la armadura. Donde podía llamarse Anthony, y no John. Donde no existían los lagos, ni las bolsas, ni los espejos salpicados. Solo una pequeña con crayones… y un caballero protector con una corona de cartón. —Papá, ven rápido… ¡ya va a empezar la guerra de robots mágicos! —Voy, voy… pero si ganan los verdes, tú lavas los platos. —¡Los verdes son los mejores, tú vas a lavar! Y mientras discutían, bromeaban y se acurrucaban entre cojines, el mundo afuera seguía girando. Pero esa noche, John no era una sombra. Era un padre.
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  • Se había lesionado el tobillo durante la grabación de una escena de persecución. Habían ocasiones en las que prefería ella misma interpretar ciertas escenas de acción en lugar de que un doble se encargara de esa tarea. Pues quería que esas escenas fueran lo más realistas y convincentes posibles.

    Claro, en si mismo no representaba un potencial peligro para su bienestar, dada su propia naturaleza y verdadera identidad, pero en ocasiones ocurrían ciertos accidentes en los sets de grabación. Un salto mal ejecutado, un mal movimiento, algo resultaba mal con el equipo que se empleaba para filmar esas escenas. En esa ocasión ocurrió al saltar por la cornisa de una azotea, cálculo mal la distancia entre ella y la colchoneta de seguridad. Su pie se dobló en un ángulo imposible, dando como resultado esa lesión. Aunque cojeando, Afro pudo levantarse y terminar la escena como si nada.

    ──────No es nada, solo un pequeño descanso y estaré como nueva. Literalmente.
    Se había lesionado el tobillo durante la grabación de una escena de persecución. Habían ocasiones en las que prefería ella misma interpretar ciertas escenas de acción en lugar de que un doble se encargara de esa tarea. Pues quería que esas escenas fueran lo más realistas y convincentes posibles. Claro, en si mismo no representaba un potencial peligro para su bienestar, dada su propia naturaleza y verdadera identidad, pero en ocasiones ocurrían ciertos accidentes en los sets de grabación. Un salto mal ejecutado, un mal movimiento, algo resultaba mal con el equipo que se empleaba para filmar esas escenas. En esa ocasión ocurrió al saltar por la cornisa de una azotea, cálculo mal la distancia entre ella y la colchoneta de seguridad. Su pie se dobló en un ángulo imposible, dando como resultado esa lesión. Aunque cojeando, Afro pudo levantarse y terminar la escena como si nada. ──────No es nada, solo un pequeño descanso y estaré como nueva. Literalmente.
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  • El silencio del baño era espeso, roto solo por el chirrido de la esponja deslizándose sobre el espejo. Gotas secas de un líquido rojizo se resistían a desaparecer, manchando el reflejo de John como si quisieran recordarle lo que había ocurrido ahí. Con una precisión mecánica, restregaba el cristal mientras el olor a desinfectante comenzaba a opacar al del cobre.

    Jack Hammer, de pie junto al umbral, observaba en silencio. Su traje blanco contrastaba brutalmente con las baldosas sucias y la atmósfera densa del lugar. Sus zapatos hacían un leve eco cada vez que cambiaba el peso de un pie a otro.

    —Hay sectores nuevos —dijo finalmente, sin rodeos—. Podrías expandir tu rango. Más trabajo. Mejor pagado. Gente que necesita a alguien como tú.

    John no dejó de limpiar. El reflejo de sus ojos dorados lo miraba desde el espejo mientras tallaba con más fuerza una mancha particularmente rebelde.

    —No estoy interesado.

    Jack dio un paso dentro del baño, esquivando cuidadosamente un charco ya parcialmente absorbido por las toallas industriales.

    —No puedes pasarte la vida atrapado en escenas como esta. Eres bueno. Demasiado bueno para quedarte limitado a limpiar los desastres de otros.

    John se detuvo. No lo miró, pero su voz bajó de tono.

    —Y tú sabes por qué prefiero quedarme aquí. Aquí nadie hace preguntas. Nadie me mira dos veces. Solo soy el tipo que borra lo que queda.

    Jack frunció los labios. Estaba acostumbrado a negociar, a presionar, pero con John siempre había límites invisibles. Límites que respetaba, porque se los había ganado.

    —Está bien —cedió finalmente, cruzando los brazos—. No más ofertas. Pero necesito un favor. Esta noche hay una reunión. No es trabajo, no tendrás que limpiar nada. Solo... necesito que estés ahí. La gente actúa diferente cuando estás tú. Y confío en ti más que en cualquiera de mis hombres.

    John volvió a mojar la esponja en el balde, tallando en círculos. Su reflejo mostraba una mueca cansada, como si el día le pesara más de lo normal.

    —¿Una reunión, eh? ¿De las que terminan con más manchas en el espejo?

    —No si tú estás ahí —respondió Jack, sonriendo con ironía.

    El joven limpió la última esquina del vidrio y, satisfecho, dejó caer la esponja al balde. Se volvió finalmente hacia Jack, sacándose los guantes uno por uno.

    —Está bien. Pero no esperes que hable. Solo estaré.

    Jack asintió con alivio. Dio media vuelta para irse, pero justo antes de salir, se detuvo en el marco de la puerta y lo miró por encima del hombro.

    —Gracias por esto, Corvac.

    El nombre cayó como una piedra en el agua, haciendo eco en el pequeño baño. John se quedó inmóvil unos segundos. Luego se encogió de hombros, tomó el balde y murmuró:

    —No digas eso en voz alta, viejo. Los espejos escuchan.

    Y mientras Jack se alejaba por el pasillo, John apagó la luz del baño, dejando atrás otro reflejo limpio... y un pasado que no terminaba de desaparecer.
    El silencio del baño era espeso, roto solo por el chirrido de la esponja deslizándose sobre el espejo. Gotas secas de un líquido rojizo se resistían a desaparecer, manchando el reflejo de John como si quisieran recordarle lo que había ocurrido ahí. Con una precisión mecánica, restregaba el cristal mientras el olor a desinfectante comenzaba a opacar al del cobre. Jack Hammer, de pie junto al umbral, observaba en silencio. Su traje blanco contrastaba brutalmente con las baldosas sucias y la atmósfera densa del lugar. Sus zapatos hacían un leve eco cada vez que cambiaba el peso de un pie a otro. —Hay sectores nuevos —dijo finalmente, sin rodeos—. Podrías expandir tu rango. Más trabajo. Mejor pagado. Gente que necesita a alguien como tú. John no dejó de limpiar. El reflejo de sus ojos dorados lo miraba desde el espejo mientras tallaba con más fuerza una mancha particularmente rebelde. —No estoy interesado. Jack dio un paso dentro del baño, esquivando cuidadosamente un charco ya parcialmente absorbido por las toallas industriales. —No puedes pasarte la vida atrapado en escenas como esta. Eres bueno. Demasiado bueno para quedarte limitado a limpiar los desastres de otros. John se detuvo. No lo miró, pero su voz bajó de tono. —Y tú sabes por qué prefiero quedarme aquí. Aquí nadie hace preguntas. Nadie me mira dos veces. Solo soy el tipo que borra lo que queda. Jack frunció los labios. Estaba acostumbrado a negociar, a presionar, pero con John siempre había límites invisibles. Límites que respetaba, porque se los había ganado. —Está bien —cedió finalmente, cruzando los brazos—. No más ofertas. Pero necesito un favor. Esta noche hay una reunión. No es trabajo, no tendrás que limpiar nada. Solo... necesito que estés ahí. La gente actúa diferente cuando estás tú. Y confío en ti más que en cualquiera de mis hombres. John volvió a mojar la esponja en el balde, tallando en círculos. Su reflejo mostraba una mueca cansada, como si el día le pesara más de lo normal. —¿Una reunión, eh? ¿De las que terminan con más manchas en el espejo? —No si tú estás ahí —respondió Jack, sonriendo con ironía. El joven limpió la última esquina del vidrio y, satisfecho, dejó caer la esponja al balde. Se volvió finalmente hacia Jack, sacándose los guantes uno por uno. —Está bien. Pero no esperes que hable. Solo estaré. Jack asintió con alivio. Dio media vuelta para irse, pero justo antes de salir, se detuvo en el marco de la puerta y lo miró por encima del hombro. —Gracias por esto, Corvac. El nombre cayó como una piedra en el agua, haciendo eco en el pequeño baño. John se quedó inmóvil unos segundos. Luego se encogió de hombros, tomó el balde y murmuró: —No digas eso en voz alta, viejo. Los espejos escuchan. Y mientras Jack se alejaba por el pasillo, John apagó la luz del baño, dejando atrás otro reflejo limpio... y un pasado que no terminaba de desaparecer.
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  • John se dejó caer en el sofá con un suspiro que parecía arrancado del fondo de su alma. La sala estaba en penumbras, apenas iluminada por el rojo incandescente del cigarro que colgaba entre sus dedos. El humo se elevaba en espirales lentas, flotando en el aire espeso de silencios no dichos. Sus ojos, amarillos y cansados, miraban al techo sin realmente verlo.

    El zumbido del refrigerador en la cocina era lo único que rompía el silencio. Y aun así, no era suficiente para distraerlo de lo que pesaba dentro. El trabajo. Ese maldito trabajo.

    Nunca pensó que limpiar escenas del crimen se convertiría en su vida. Al principio fue necesidad, luego costumbre… ahora era una condena disfrazada de rutina. No era algo de lo que se sintiera orgulloso, pero con el tiempo, las líneas se borraron, la sangre se volvió solo otra mancha que quitar, otro silencio que cargar.

    Pensó en Hammer, el tipo que le dio la oportunidad. Sin él, seguiría durmiendo en un coche robado o peor. Le debía mucho, y lo sabía. Pero a veces… a veces sentía que en lugar de salvarlo, Hammer lo había empujado más hondo en este pantano de cuerpos, secretos y silencio.

    Pero no podía rendirse.

    Su mirada se desvió hacia la repisa donde descansaba una foto de su hija, sonriendo con brillo infantil y los ojos igual de amarillos que los suyos. Ella. Su faro en la tormenta. Su única razón. Cada bolsa que arrastraba, cada noche que volvía apestando a químicos y sangre seca… todo era por ella.

    John dio una última calada, aplastó el cigarro en el cenicero lleno y cerró los ojos un segundo. Solo uno. Luego se levantó. Mañana habría otro trabajo, otro cuerpo, otro secreto que nadie debía saber.

    Pero mientras ella siguiera esperándolo en casa, él no se permitiría caer.
    John se dejó caer en el sofá con un suspiro que parecía arrancado del fondo de su alma. La sala estaba en penumbras, apenas iluminada por el rojo incandescente del cigarro que colgaba entre sus dedos. El humo se elevaba en espirales lentas, flotando en el aire espeso de silencios no dichos. Sus ojos, amarillos y cansados, miraban al techo sin realmente verlo. El zumbido del refrigerador en la cocina era lo único que rompía el silencio. Y aun así, no era suficiente para distraerlo de lo que pesaba dentro. El trabajo. Ese maldito trabajo. Nunca pensó que limpiar escenas del crimen se convertiría en su vida. Al principio fue necesidad, luego costumbre… ahora era una condena disfrazada de rutina. No era algo de lo que se sintiera orgulloso, pero con el tiempo, las líneas se borraron, la sangre se volvió solo otra mancha que quitar, otro silencio que cargar. Pensó en Hammer, el tipo que le dio la oportunidad. Sin él, seguiría durmiendo en un coche robado o peor. Le debía mucho, y lo sabía. Pero a veces… a veces sentía que en lugar de salvarlo, Hammer lo había empujado más hondo en este pantano de cuerpos, secretos y silencio. Pero no podía rendirse. Su mirada se desvió hacia la repisa donde descansaba una foto de su hija, sonriendo con brillo infantil y los ojos igual de amarillos que los suyos. Ella. Su faro en la tormenta. Su única razón. Cada bolsa que arrastraba, cada noche que volvía apestando a químicos y sangre seca… todo era por ella. John dio una última calada, aplastó el cigarro en el cenicero lleno y cerró los ojos un segundo. Solo uno. Luego se levantó. Mañana habría otro trabajo, otro cuerpo, otro secreto que nadie debía saber. Pero mientras ella siguiera esperándolo en casa, él no se permitiría caer.
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  • Luz Roja
    Fandom Original.
    Categoría Suspenso
    Cole Manson

    ⠀⠀El tren se detuvo con un quejido metálico en la estación cubierta de escarcha. Cipriano descendió al andén con una mochila negra al hombro y el cuello del abrigo alzado hasta las orejas. El viento le mordió la piel como agujas invisibles, pero no le importó. Su mente estaba demasiado ocupada descifrando las señales que lo habían traído hasta allí.

    ⠀⠀Aunque Cipriano es joven —apenas veintipocos—, las memorias de su vida pasada laten con fuerza en su interior. Desde que los recuerdos comenzaron a aflorar —años atrás, tras aquella comunión que no supo si era bendición o condena— había reaprendido lo prohibido. En todos esos ecos pasados flotaba una sombra que ahora perseguía.

    ⠀⠀Un joven desaparecido semanas atrás tras una excavación menor a las afueras de la ciudad. No era famoso ni influyente, apenas un muchacho con un historial sin brillo. Pero Cipriano había visto su rostro en las llamas de los candelabros del Vaticano, y este mismo se dedicó a leer las palabras de Dios ante él, algo muy antiguo había despertado. Esa esencia abismal fluctuaba en el ambiente, era asqueroso.

    ⠀⠀Su primer paso fue instalarse en una pensión modesta cerca del centro histórico, donde los muros de ladrillo conservaban todavía la humedad de los siglos. Desde allí comenzó a desplegar sus recursos.
    ⠀⠀Durante el día recorría los archivos municipales, revisando actas de nacimiento, reportes de desapariciones y viejas cartas policiales que nadie reclamaba. Su mirada se deslizaba rápida, pero implacable; buscaba patrones que escapaban a los ojos comunes.

    ⠀⠀Por las noches, usaba métodos que no se enseñaban en ninguna universidad.
    ⠀⠀En la habitación apenas iluminada, extendía sobre la mesa fotografías ajadas, mapas trazados a mano y objetos impregnados de memoria. Con las yemas de los dedos recorría cada superficie, dejando que las memorias latentes se filtraran hacia su mente.
    ⠀⠀A veces eran visiones fugaces: un cementerio cubierto de niebla, un rostro que giraba demasiado rápido, un símbolo grabado en piedra que se deshacía al mirarlo. Otras veces sencillamente eran escenas montadas por un niño de cinco años, completamente sin sentido.

    ⠀⠀Fue en una de esas sesiones que la verdad emergió.
    ⠀⠀El apellido no era lo importante. Era el lugar donde había desaparecido.

    ⠀⠀A la mañana siguiente, cuando el reloj marcaba las seis, salió del hostal con un solo destino en mente:
    la iglesia de San Estanislao, bajo cuya cripta los registros indicaban entidades menos ortodoxas del exorcismo católico, debía investigar.

    ⠀⠀El viento helado arrastraba copos de nieve sucia mientras Cipriano se perdía entre las calles grises.
    ⠀⠀En el bolsillo interior de su abrigo, sus dedos rozaban el colgante gastado que llevaba desde niño.
    [colemanson123] ⠀ ⠀⠀El tren se detuvo con un quejido metálico en la estación cubierta de escarcha. Cipriano descendió al andén con una mochila negra al hombro y el cuello del abrigo alzado hasta las orejas. El viento le mordió la piel como agujas invisibles, pero no le importó. Su mente estaba demasiado ocupada descifrando las señales que lo habían traído hasta allí. ⠀⠀Aunque Cipriano es joven —apenas veintipocos—, las memorias de su vida pasada laten con fuerza en su interior. Desde que los recuerdos comenzaron a aflorar —años atrás, tras aquella comunión que no supo si era bendición o condena— había reaprendido lo prohibido. En todos esos ecos pasados flotaba una sombra que ahora perseguía. ⠀⠀Un joven desaparecido semanas atrás tras una excavación menor a las afueras de la ciudad. No era famoso ni influyente, apenas un muchacho con un historial sin brillo. Pero Cipriano había visto su rostro en las llamas de los candelabros del Vaticano, y este mismo se dedicó a leer las palabras de Dios ante él, algo muy antiguo había despertado. Esa esencia abismal fluctuaba en el ambiente, era asqueroso. ⠀⠀Su primer paso fue instalarse en una pensión modesta cerca del centro histórico, donde los muros de ladrillo conservaban todavía la humedad de los siglos. Desde allí comenzó a desplegar sus recursos. ⠀⠀Durante el día recorría los archivos municipales, revisando actas de nacimiento, reportes de desapariciones y viejas cartas policiales que nadie reclamaba. Su mirada se deslizaba rápida, pero implacable; buscaba patrones que escapaban a los ojos comunes. ⠀⠀Por las noches, usaba métodos que no se enseñaban en ninguna universidad. ⠀⠀En la habitación apenas iluminada, extendía sobre la mesa fotografías ajadas, mapas trazados a mano y objetos impregnados de memoria. Con las yemas de los dedos recorría cada superficie, dejando que las memorias latentes se filtraran hacia su mente. ⠀⠀A veces eran visiones fugaces: un cementerio cubierto de niebla, un rostro que giraba demasiado rápido, un símbolo grabado en piedra que se deshacía al mirarlo. Otras veces sencillamente eran escenas montadas por un niño de cinco años, completamente sin sentido. ⠀⠀Fue en una de esas sesiones que la verdad emergió. ⠀⠀El apellido no era lo importante. Era el lugar donde había desaparecido. ⠀⠀A la mañana siguiente, cuando el reloj marcaba las seis, salió del hostal con un solo destino en mente: la iglesia de San Estanislao, bajo cuya cripta los registros indicaban entidades menos ortodoxas del exorcismo católico, debía investigar. ⠀⠀El viento helado arrastraba copos de nieve sucia mientras Cipriano se perdía entre las calles grises. ⠀⠀En el bolsillo interior de su abrigo, sus dedos rozaban el colgante gastado que llevaba desde niño. ⠀
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    ¡Hola holita, FicRolers!

    ¡Nuevo artículo de ayuda!

    ¿Alguna vez has escrito una escena que debería haber sido un bombazo emocional, pero terminó sonando forzada o demasiado teatral? Ya sea una pelea, una confesión de amor o una escena de acción, mantener la emoción sin pasarse de rosca es todo un arte.

    En este artículo te dejo consejos para que tus escenas dramáticas, románticas o intensas se sientan reales, naturales y memorables. Con ejemplos incluidos (tanto de lo que funciona como de lo que no ).


    ¡Échale un vistazo y cuéntame qué te parece! Estoy aquí para ayudarte a que tus escenas brillen sin saturar.
    ¡Hola holita, FicRolers! ✨ 📝 ¡Nuevo artículo de ayuda! ¿Alguna vez has escrito una escena que debería haber sido un bombazo emocional, pero terminó sonando forzada o demasiado teatral? 😅 Ya sea una pelea, una confesión de amor o una escena de acción, mantener la emoción sin pasarse de rosca es todo un arte. 💬 En este artículo te dejo consejos para que tus escenas dramáticas, románticas o intensas se sientan reales, naturales y memorables. Con ejemplos incluidos (tanto de lo que funciona como de lo que no 👀). 🧠 ¡Échale un vistazo y cuéntame qué te parece! Estoy aquí para ayudarte a que tus escenas brillen sin saturar.
    CÓMO ESCRIBIR ESCENAS INTENSAS SIN CAER EN LO EXAGERADO
    🎭 Cómo Escribir Escenas Intensas sin Caer en lo ExageradoAcción, drama o romance: emoción real sin forzarla ¡Hola, hola ficroler! ✨ ¿Alguna vez te ha ocurrido que escribes una escena que debía ser épica o emocionalmente devastadora, y al releerla se te hace algo artificial? ¿Como si estuvieras empujando al personaje a sentir...
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  • ⊱Desde el balcón de la mansión, entre las sombras del bosque, Atropos observa y escribe.

    La niebla recorría el bosque como una antigua amiga, envolviendo la piedra fría del balcón donde Atropos reposaba,
    pluma en mano, mirada perdida entre los ecos del mundo humano.

    Lo había visto. No necesitó tocar el hilo para entenderlo.

    Él la miraba con devoción callada,
    como quien cree haber encontrado algo eterno en lo fugaz.
    Y ella…ella respondía con una dulzura medida,hecha de silencios, de gestos que rozaban sin aferrarse.

    Era hermosa, sí.
    Pero también hueca en sus afectos.
    Nunca mentía. No hacía falta.
    Simplemente se deslizaba entre los días,
    dejando que él creyera.

    Compartían escenas cuidadas:
    tazas a medio vaciar, palabras que parecían cariño.
    Pero él, que lo dio todo,
    nunca notó que solo él lo hacía.

    No hubo gritos.
    No hubo reclamos.
    Solo un vacío creciendo entre cada intento.
    Y luego, el silencio final.
    No por muerte.
    Sino por desinterés.

    Desde su altura silenciosa,
    Atropos no intervino.
    No cortó hilos.
    No alteró destinos.

    Porque a veces, pensó,
    la crueldad no requiere de manos divinas.
    Solo de una mujer hermosa,
    y de un hombre que creyó que eso bastaba.

    °Una ligera risa vacía salió de ella, para luego solo decir en voz alta. —Humanos.. Tan Patéticos.
    ⊱Desde el balcón de la mansión, entre las sombras del bosque, Atropos observa y escribe. La niebla recorría el bosque como una antigua amiga, envolviendo la piedra fría del balcón donde Atropos reposaba, pluma en mano, mirada perdida entre los ecos del mundo humano. Lo había visto. No necesitó tocar el hilo para entenderlo. Él la miraba con devoción callada, como quien cree haber encontrado algo eterno en lo fugaz. Y ella…ella respondía con una dulzura medida,hecha de silencios, de gestos que rozaban sin aferrarse. Era hermosa, sí. Pero también hueca en sus afectos. Nunca mentía. No hacía falta. Simplemente se deslizaba entre los días, dejando que él creyera. Compartían escenas cuidadas: tazas a medio vaciar, palabras que parecían cariño. Pero él, que lo dio todo, nunca notó que solo él lo hacía. No hubo gritos. No hubo reclamos. Solo un vacío creciendo entre cada intento. Y luego, el silencio final. No por muerte. Sino por desinterés. Desde su altura silenciosa, Atropos no intervino. No cortó hilos. No alteró destinos. Porque a veces, pensó, la crueldad no requiere de manos divinas. Solo de una mujer hermosa, y de un hombre que creyó que eso bastaba. °Una ligera risa vacía salió de ella, para luego solo decir en voz alta. —Humanos.. Tan Patéticos.
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  • [SideBlackHole]

    Una hora antes del anuncio del incendio de Ministry NightClub.

    Las luces estroboscópicas iluminaban escenas fragmentadas: Un brazo cercenado agarrando una copa de cristal agrietado; Un torso abierto desde la clavícula hasta el pubis como un vestido descosido; Piernas y brazos retorcidos en ángulos imposibles como marionetas rotas; Una mueca de horror en un rostro sin mandíbula; un ojo reventado sobre la pista de baile; dedos engarzados en las manillas de las puertas luego de fallar el escape de un horror inenarrable, y una extensa alfombra de sangre que tapizaba el piso.

    El aire era espeso, turbio y metálico, aun destilando el hedor a los pérfidos actos que se llevaron a cabo en el templo del éxtasis, fermentándose en el calor ausente de los cuerpos amontonados.

    Esto fue lo que quedó de sus fieles y acólitos.

    No dejaron ni un solo gemido, ni un último aliento. Solo los destellos de las máquinas, el eco de una fiesta profana que no se había detenido aún cuando todos habían dejado de moverse.

    Y en el centro de la pista de baile, Christopher, y a sus pies... Lo que alguna vez fue Side, convertida en ofrenda y una puerta cerrada.

    Contemplaba su obra. La joven desnuda complementaba la frialdad del concreto, su piel pálida relucía espectral ante los haces de mercurio. Su cabello, una cascada de ébano desparramada en ondas oscuras, se enredaba con los trazos gruesos y coagulados de un complejo pentagrama pintado en vitae.

    Sencillamente hermoso.

    El caído suspiró y afianzó el agarre del fragmento de vidrio que sostenía en su mano. Cual no tembló a pesar del ardor del corte que se ceñía en su palma.

    Las preparaciones del rito habían terminado.
    Solo faltaba abrir el portal.
    Se arrodilló sobre ella.

    Con un movimiento firme y lleno de convicción hizo descender el filo al centro de la garganta. El vidrio mutiló la carne blanca y un copioso cúmulo de sangre brotó de sus labios abiertos. Sin titubeos llevó el instrumento desde el punto demarcado hasta por debajo del vientre, cortándole por el medio y abriéndola como los pétalos de una flor escarlata. La sangre brotó, espesa y gélida, salpicando su pecho desnudo, el cuerpo magullado de la muchacha y el suelo hambriento.

    El acto lleno de esencia demoniaca hace encender sus poderes empíreos con una devoción corrupta, rebosante de avaricia. Y una vez terminado, descartó el instrumento sin apego, mientras el fulgor del fuego en sus ojos observa la línea trazada en el albo lienzo de carne. –“Nabu-Urash recuperará lo que es suyo."- Murmuró agrio con una ira contenida.

    Y en el silencio, tomó los pliegues de la piel que circundaban la herida y los abrió como si fueran cortinas cerradas. Revelando que en lugar de órganos y costillas, solo le habitaba un pozo de infinita sombra. Esto era lo que había consumido del alma de Sy’kahr, invocando su dominio de viajes dimensionales a través de un ritual pagano.

    El Ángel Caído empezó la travesía, descendiendo literalmente a las entrañas de otro mundo.
    [SideBlackHole] Una hora antes del anuncio del incendio de Ministry NightClub. Las luces estroboscópicas iluminaban escenas fragmentadas: Un brazo cercenado agarrando una copa de cristal agrietado; Un torso abierto desde la clavícula hasta el pubis como un vestido descosido; Piernas y brazos retorcidos en ángulos imposibles como marionetas rotas; Una mueca de horror en un rostro sin mandíbula; un ojo reventado sobre la pista de baile; dedos engarzados en las manillas de las puertas luego de fallar el escape de un horror inenarrable, y una extensa alfombra de sangre que tapizaba el piso. El aire era espeso, turbio y metálico, aun destilando el hedor a los pérfidos actos que se llevaron a cabo en el templo del éxtasis, fermentándose en el calor ausente de los cuerpos amontonados. Esto fue lo que quedó de sus fieles y acólitos. No dejaron ni un solo gemido, ni un último aliento. Solo los destellos de las máquinas, el eco de una fiesta profana que no se había detenido aún cuando todos habían dejado de moverse. Y en el centro de la pista de baile, Christopher, y a sus pies... Lo que alguna vez fue Side, convertida en ofrenda y una puerta cerrada. Contemplaba su obra. La joven desnuda complementaba la frialdad del concreto, su piel pálida relucía espectral ante los haces de mercurio. Su cabello, una cascada de ébano desparramada en ondas oscuras, se enredaba con los trazos gruesos y coagulados de un complejo pentagrama pintado en vitae. Sencillamente hermoso. El caído suspiró y afianzó el agarre del fragmento de vidrio que sostenía en su mano. Cual no tembló a pesar del ardor del corte que se ceñía en su palma. Las preparaciones del rito habían terminado. Solo faltaba abrir el portal. Se arrodilló sobre ella. Con un movimiento firme y lleno de convicción hizo descender el filo al centro de la garganta. El vidrio mutiló la carne blanca y un copioso cúmulo de sangre brotó de sus labios abiertos. Sin titubeos llevó el instrumento desde el punto demarcado hasta por debajo del vientre, cortándole por el medio y abriéndola como los pétalos de una flor escarlata. La sangre brotó, espesa y gélida, salpicando su pecho desnudo, el cuerpo magullado de la muchacha y el suelo hambriento. El acto lleno de esencia demoniaca hace encender sus poderes empíreos con una devoción corrupta, rebosante de avaricia. Y una vez terminado, descartó el instrumento sin apego, mientras el fulgor del fuego en sus ojos observa la línea trazada en el albo lienzo de carne. –“Nabu-Urash recuperará lo que es suyo."- Murmuró agrio con una ira contenida. Y en el silencio, tomó los pliegues de la piel que circundaban la herida y los abrió como si fueran cortinas cerradas. Revelando que en lugar de órganos y costillas, solo le habitaba un pozo de infinita sombra. Esto era lo que había consumido del alma de Sy’kahr, invocando su dominio de viajes dimensionales a través de un ritual pagano. El Ángel Caído empezó la travesía, descendiendo literalmente a las entrañas de otro mundo.
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  • ㅤㅤ[ Flashback | ℑ'𝔩𝔩 𝔭𝔯𝔞ꪗ 𝔣𝔬𝔯 ꪗ𝔬𝔲, 𝔥𝔲𝔫 ✃𓄧꒷꒦ ]

    Las luces parpadeaban por todo el estadio en tonos rojos muy fuertes que a veces cambiaban a blancas. Bobby tenía los dedos como poseídos por fuego pasando de un acorde a otro con la naturalidad de quien lleva años tocando la guitarra como él lo llevaba haciendo. Sacudía la cabeza con fuerza sin perder una sola nota y se movía en el escenario con un carisma arrollador.

    ㅤEl bajo le retumbaba en el pecho y los golpes de la batería en el oído. Bobby estaba en donde sentía que pertenecía: en el escenario con su banda.

    —♪¡𝙄𝙧𝙚 𝙖𝙡 𝙞𝙣𝙛𝙞𝙚𝙧𝙣𝙤…!
    —♪¡𝘼𝙡 𝙞𝙣𝙛𝙞𝙚𝙧𝙣𝙤!

    ㅤGritaba Lena, la vocalista principal, en el micrófono, y los fans le gritaban en coro de vuelta.

    —♪¡𝘼𝙡 𝙞𝙣𝙛𝙞𝙚𝙧𝙣𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙖𝙨 𝙘𝙚𝙡𝙚𝙗𝙧𝙞𝙙𝙖𝙙𝙚𝙨 𝙥𝙤𝙧 𝙨𝙚𝙧 𝙮𝙤 𝙢𝙞𝙨𝙢𝙖!

    ㅤEsa línea era el coro de 𝘙𝘰𝘤𝘬𝘴𝘵𝘢𝘳, la canción más exitosa que tenía Zona Zero. Una canción contra la industria y las expectativas.

    ㅤBobby se colocó a su lado para el coro y compartieron el micrófono sin pensarlo, como lo hacían siempre. Entre canción y canción se rozaban, se empujaban y se reían descaradamente. La química entre ellos era palpable y cuando se miraban a los ojos salía una tensión eléctrica que los fans adoraban y que liberaban detrás de escenas a escondidas de todos en forma de fuego y pasión. Bobby no cantaba con técnica como Lena, pero su voz rasposa encajaba perfecto en los coros.

    —♪𝙍𝙤𝙘𝙠𝙨𝙩𝙖𝙧! 𝙍𝙤𝙘𝙠𝙨𝙩𝙖𝙧! —Coreaba la pareja con los fans. Todos saltaban, empapados de sudor y de euforia absoluta.
    ㅤEntre salto y salto Bobby se agachaba para chocar los puños con los de primera fila que se apretaban contra la valla para verlo más de cerca y él les sonreía mostrando los dientes con el ego inflado.

    ㅤBobby no lo sabía pero esa era una de las últimas veces que tocarían juntos con tanta emoción. Después vendría el escándalo: la pelea en el after, las declaraciones, las culpas, las indirectas incluso en el escenario y finalmente su expulsión de la banda.

    ㅤLa prensa comenzaría a despedazarlo y los fans se iban a dividir… pero ahí, en ese instante y espacio, él sentía que el mundo entero coreaba la canción que había escrito, no existía un Bobby en crisis. Existía un Bobby completo.

    ㅤMas adelante se daría cuenta pero esa noche sería la última vez que haría eso para lo que había nacido: tocar con toda su alma.
    ㅤJusto ahí Bobby había sido una estrella de rock en todo el sentido de la palabra.

    ㅤㅤ[ Flashback | ℑ'𝔩𝔩 𝔭𝔯𝔞ꪗ 𝔣𝔬𝔯 ꪗ𝔬𝔲, 𝔥𝔲𝔫 ✃𓄧꒷꒦ ] Las luces parpadeaban por todo el estadio en tonos rojos muy fuertes que a veces cambiaban a blancas. Bobby tenía los dedos como poseídos por fuego pasando de un acorde a otro con la naturalidad de quien lleva años tocando la guitarra como él lo llevaba haciendo. Sacudía la cabeza con fuerza sin perder una sola nota y se movía en el escenario con un carisma arrollador. ㅤEl bajo le retumbaba en el pecho y los golpes de la batería en el oído. Bobby estaba en donde sentía que pertenecía: en el escenario con su banda. —♪¡𝙄𝙧𝙚 𝙖𝙡 𝙞𝙣𝙛𝙞𝙚𝙧𝙣𝙤…! —♪¡𝘼𝙡 𝙞𝙣𝙛𝙞𝙚𝙧𝙣𝙤! ㅤGritaba Lena, la vocalista principal, en el micrófono, y los fans le gritaban en coro de vuelta. —♪¡𝘼𝙡 𝙞𝙣𝙛𝙞𝙚𝙧𝙣𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙖𝙨 𝙘𝙚𝙡𝙚𝙗𝙧𝙞𝙙𝙖𝙙𝙚𝙨 𝙥𝙤𝙧 𝙨𝙚𝙧 𝙮𝙤 𝙢𝙞𝙨𝙢𝙖! ㅤEsa línea era el coro de 𝘙𝘰𝘤𝘬𝘴𝘵𝘢𝘳, la canción más exitosa que tenía Zona Zero. Una canción contra la industria y las expectativas. ㅤBobby se colocó a su lado para el coro y compartieron el micrófono sin pensarlo, como lo hacían siempre. Entre canción y canción se rozaban, se empujaban y se reían descaradamente. La química entre ellos era palpable y cuando se miraban a los ojos salía una tensión eléctrica que los fans adoraban y que liberaban detrás de escenas a escondidas de todos en forma de fuego y pasión. Bobby no cantaba con técnica como Lena, pero su voz rasposa encajaba perfecto en los coros. —♪𝙍𝙤𝙘𝙠𝙨𝙩𝙖𝙧! 𝙍𝙤𝙘𝙠𝙨𝙩𝙖𝙧! —Coreaba la pareja con los fans. Todos saltaban, empapados de sudor y de euforia absoluta. ㅤEntre salto y salto Bobby se agachaba para chocar los puños con los de primera fila que se apretaban contra la valla para verlo más de cerca y él les sonreía mostrando los dientes con el ego inflado. ㅤBobby no lo sabía pero esa era una de las últimas veces que tocarían juntos con tanta emoción. Después vendría el escándalo: la pelea en el after, las declaraciones, las culpas, las indirectas incluso en el escenario y finalmente su expulsión de la banda. ㅤLa prensa comenzaría a despedazarlo y los fans se iban a dividir… pero ahí, en ese instante y espacio, él sentía que el mundo entero coreaba la canción que había escrito, no existía un Bobby en crisis. Existía un Bobby completo. ㅤMas adelante se daría cuenta pero esa noche sería la última vez que haría eso para lo que había nacido: tocar con toda su alma. ㅤJusto ahí Bobby había sido una estrella de rock en todo el sentido de la palabra.
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