• La espectral joven llegó con pasos suaves hasta el recinto donde se encontraba el oráculo, acompañada de aquella dualidad nata en ella. Seguida por sus sombras, tal como las polillas siguen a la luz. Entro lentamente con una actitud completamente respetuosa, dejando tras de ella las sombras que desaparecieron al entrar en contacto con la gran luz del lugar.

    En sus temblorosas mano llevaba una canasta tejida por ella misma, con una botella del mejor jugo de granada y lo que parecía un queso que la joven hizo con sus propias manos. Se detuvo, respirando como si pidiera permiso al viento para ello, su rostro imperturbable se vio iluminado al retirar el velo oscuro que la cubría. Y con voz serena y aterciopelada comenzó a hablar

    ─ Gran oráculo, te vengo a ver,
    No como dios, sino como hermana que quiere saber.
    Mi hermano Zagreus, guerrero valiente y fuerte,
    Lucha en el Inframundo, con fuego que arde sin muerte.
    Quiero saber si hay una profecía que lo espera,
    Y si puedes guiarme, para que yo pueda
    En su camino ser luz clara y sincera."

    La diosa iba no como tormenta, no como fuego abrazador, no como quien exige sino como quien suplica, quien añora respuestas. Levanto la canasta en directo del gran Apolo, mostrando su contenido. No era una deidad, no era oscuridad, no era nada mas que una hermana preocupada, una que añoraba encontrar un forma de ayudar a su querido hermano.

    ─ Pero se que todo tiene un costo, espero que esté pequeño gesto sea suficiente para lo que solicito...

    El dios sol al ver llegar a la joven, alzo las cejas algo sorprendido, su alegría era clara ante como la diosa se presento hablando en rima, honrándole así al ser dios de las artes y la poesía. Pero antes de poder abrir la boca, Apolo ya estaba soltando una profecía para la chica

    ─ Tu hermano no está perdido,
    duerme envuelto en rojo olvido.
    No lo salves por la fuerza,
    dale amor que le refuerza.
    Di su nombre con ternura,
    muéstrale que aún perdura.
    No es fantasma si hay amor:
    es camino, no dolor.

    Vio al dios terminar de hablar, volviendo a la normalidad, agradeciendo su ofrenda dejándola partir, con aun mas dudas. Su hermano el gran guerrero del inframundo en verdad la preocupaba, ella incapaz de dormir, siempre escuchaba los lamentos que Zagreus daba entre sueños. La preocupaba, en verdad quería ayudarle, esta profecía solo dejaba en claro una cosa, tendría que hablar con us hermano sin tapujos ni escudos, solo corazón y sinceridad en cada palabra.
    La espectral joven llegó con pasos suaves hasta el recinto donde se encontraba el oráculo, acompañada de aquella dualidad nata en ella. Seguida por sus sombras, tal como las polillas siguen a la luz. Entro lentamente con una actitud completamente respetuosa, dejando tras de ella las sombras que desaparecieron al entrar en contacto con la gran luz del lugar. En sus temblorosas mano llevaba una canasta tejida por ella misma, con una botella del mejor jugo de granada y lo que parecía un queso que la joven hizo con sus propias manos. Se detuvo, respirando como si pidiera permiso al viento para ello, su rostro imperturbable se vio iluminado al retirar el velo oscuro que la cubría. Y con voz serena y aterciopelada comenzó a hablar ─ Gran oráculo, te vengo a ver, No como dios, sino como hermana que quiere saber. Mi hermano Zagreus, guerrero valiente y fuerte, Lucha en el Inframundo, con fuego que arde sin muerte. Quiero saber si hay una profecía que lo espera, Y si puedes guiarme, para que yo pueda En su camino ser luz clara y sincera." La diosa iba no como tormenta, no como fuego abrazador, no como quien exige sino como quien suplica, quien añora respuestas. Levanto la canasta en directo del gran Apolo, mostrando su contenido. No era una deidad, no era oscuridad, no era nada mas que una hermana preocupada, una que añoraba encontrar un forma de ayudar a su querido hermano. ─ Pero se que todo tiene un costo, espero que esté pequeño gesto sea suficiente para lo que solicito... El dios sol al ver llegar a la joven, alzo las cejas algo sorprendido, su alegría era clara ante como la diosa se presento hablando en rima, honrándole así al ser dios de las artes y la poesía. Pero antes de poder abrir la boca, Apolo ya estaba soltando una profecía para la chica ─ Tu hermano no está perdido, duerme envuelto en rojo olvido. No lo salves por la fuerza, dale amor que le refuerza. Di su nombre con ternura, muéstrale que aún perdura. No es fantasma si hay amor: es camino, no dolor. Vio al dios terminar de hablar, volviendo a la normalidad, agradeciendo su ofrenda dejándola partir, con aun mas dudas. Su hermano el gran guerrero del inframundo en verdad la preocupaba, ella incapaz de dormir, siempre escuchaba los lamentos que Zagreus daba entre sueños. La preocupaba, en verdad quería ayudarle, esta profecía solo dejaba en claro una cosa, tendría que hablar con us hermano sin tapujos ni escudos, solo corazón y sinceridad en cada palabra.
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  • El Jardín de los Umbrales
    Fandom Mitología Olimpica, Misión del lunes
    Categoría Otros
    Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra.

    Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible.

    Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar.

    Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito.

    Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio.

    Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento.

    Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia.

    Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será.

    Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone.

    Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
    Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra. Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible. Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar. Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito. Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio. Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento. Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia. Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será. Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone. Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
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    Élite Visions Model Agency

    Donde la elegancia se fusiona con el arte y la individualidad se convierte en un espectáculo inolvidable. Nuestra compañía de modelaje redefine los estándares, capturando la esencia de la sofisticación, la fuerza y la creatividad en cada presentación. Desde pasarelas deslumbrantes hasta editoriales vanguardistas, en Élite Visions, no solo mostramos moda: contamos historias con actitud y presencia.

    Nuestra visión es empoderar talentos, transformar imágenes y elevar cada producción a un nivel icónico. Con una red de modelos excepcionales y colaboraciones con diseñadores, fotógrafos y creativos de élite, Élite Visions no sigue tendencia.

    Colaboración: Clan Ishtar
    Élite Visions Model Agency Donde la elegancia se fusiona con el arte y la individualidad se convierte en un espectáculo inolvidable. Nuestra compañía de modelaje redefine los estándares, capturando la esencia de la sofisticación, la fuerza y la creatividad en cada presentación. Desde pasarelas deslumbrantes hasta editoriales vanguardistas, en Élite Visions, no solo mostramos moda: contamos historias con actitud y presencia. Nuestra visión es empoderar talentos, transformar imágenes y elevar cada producción a un nivel icónico. Con una red de modelos excepcionales y colaboraciones con diseñadores, fotógrafos y creativos de élite, Élite Visions no sigue tendencia. Colaboración: Clan Ishtar
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  • La creación de Melinoe era un secreto a voces, uno que se le escondió incluso a ella misma. Fue en aquella época en la que el mismo inframundo esperaba la llegada de un nuevo hijo, expectante, ansioso, desesperado por la llegada de aquel ser que engendraba la misma primavera en sus entrañas. No fue una noche cualquiera. Fue un instante fuera del tiempo, donde incluso los relojes divinos dejaron de girar. En lo profundo del Inframundo, en la cámara sagrada donde Perséfone se recogía en su dualidad eterna, la semilla de algo imposible crecía en su fértil ser.

    Hades lo supo. Lo sintió. La intuición de los dioses no necesita pruebas.
    La oscuridad que gobernaba no podía ignorar aquella luz temblorosa que comenzaba a latir en el vientre de su reina, pero no era suya, no llevaba su esencia, no danzaba con su sombra y eso lo desgarró.

    Una joven Perséfone vio llegar a su amado esposo hecho una tempestad de dolor, enojo, duda. El lo sabia, sabia lo que ella había descubierto muy tarde como para evitarlo. —¿De quién es? —rugió Hades, con una furia que hacía temblar hasta a los espectros del Lete—. ¿Qué dios se atrevió a dejar su marca donde solo yo debo reinar?

    Perséfone no respondió con miedo. Solo con una mirada. Triste. Inquebrantable. Sabía que no podía mentirle, pero también sabía que la verdad no le salvaría. Entonces, Hades hizo lo impensable, se arrodilló, su mano, de rey, de verdugo, de amante y carcelero se posó sobre el vientre de Perséfone, con la intención de arrancar aquello que lo desafiaba, arrancar el retoño que alguien se había atrevido a plantar en su jardín. No por odio a la criatura, sino por el abismo que se abría en su pecho al saberse traicionado por el destino mismo. Pero al tocarla se detuvo, no por culpa, no por piedad, sino porque algo le habló desde dentro del cálido vientre de Perséfone.

    Aquello que crecía desafiando al rey del Inframundo, le hablo, no con palabras, sino con una resonancia primitiva, pura, que atravesó hueso, furia, orgullo y divinidad. Una chispa que no le temía. Una conciencia que lo tocó desde dentro del vientre de Perséfone como si ya supiera su nombre, su alma, su condena y Hades, dios de la muerte, señor de los juramentos y el olvido, supo en ese instante que aquella niña, aún sin rostro, aún sin aliento era suya, era mas suya que las aguas del estigia, que las almas del tártaro, que los ladridos de Cerbero, era mas suya que el mismo Inframundo. No por sangre, no por destino, sino por algo más poderoso que ambos. Por un lazo inexplicable, tejido por una fuerza que ni los dioses podían nombrar sin estremecerse: el vínculo del alma.

    Su mano, que antes temblaba de rabia, tembló entonces de ternura.
    —Melinoe… Mi pequeña sombra...—susurró, como si al decirlo sellara un pacto eterno—. No naciste de mí… pero me has elegido, haz elegido ser mía, tan mía como yo seré tuyo, tu padre mi pequeña hija.

    Y así fue como aquella luz que desafiaba al señor de las sombras, lo doblego, lo lleno de un amor imposible de rebatir, desde ese día, Hades no volvió a cuestionarla porque entendió que algunos vínculos no se forjan con la carne ni con la sangre, sino con esa llama sagrada que ni la muerte puede apagar.

    Y Melinoe, nacida del cruce entre lo prohibido y lo sagrado, entre la traición y el milagro, fue amada. No por obligación. Sino porque hasta el mismísimo rey del Inframundo fue incapaz de negarse a su luz.

    hades Greek Mitology
    Persefone Reina del Inframundo Spring
    La creación de Melinoe era un secreto a voces, uno que se le escondió incluso a ella misma. Fue en aquella época en la que el mismo inframundo esperaba la llegada de un nuevo hijo, expectante, ansioso, desesperado por la llegada de aquel ser que engendraba la misma primavera en sus entrañas. No fue una noche cualquiera. Fue un instante fuera del tiempo, donde incluso los relojes divinos dejaron de girar. En lo profundo del Inframundo, en la cámara sagrada donde Perséfone se recogía en su dualidad eterna, la semilla de algo imposible crecía en su fértil ser. Hades lo supo. Lo sintió. La intuición de los dioses no necesita pruebas. La oscuridad que gobernaba no podía ignorar aquella luz temblorosa que comenzaba a latir en el vientre de su reina, pero no era suya, no llevaba su esencia, no danzaba con su sombra y eso lo desgarró. Una joven Perséfone vio llegar a su amado esposo hecho una tempestad de dolor, enojo, duda. El lo sabia, sabia lo que ella había descubierto muy tarde como para evitarlo. —¿De quién es? —rugió Hades, con una furia que hacía temblar hasta a los espectros del Lete—. ¿Qué dios se atrevió a dejar su marca donde solo yo debo reinar? Perséfone no respondió con miedo. Solo con una mirada. Triste. Inquebrantable. Sabía que no podía mentirle, pero también sabía que la verdad no le salvaría. Entonces, Hades hizo lo impensable, se arrodilló, su mano, de rey, de verdugo, de amante y carcelero se posó sobre el vientre de Perséfone, con la intención de arrancar aquello que lo desafiaba, arrancar el retoño que alguien se había atrevido a plantar en su jardín. No por odio a la criatura, sino por el abismo que se abría en su pecho al saberse traicionado por el destino mismo. Pero al tocarla se detuvo, no por culpa, no por piedad, sino porque algo le habló desde dentro del cálido vientre de Perséfone. Aquello que crecía desafiando al rey del Inframundo, le hablo, no con palabras, sino con una resonancia primitiva, pura, que atravesó hueso, furia, orgullo y divinidad. Una chispa que no le temía. Una conciencia que lo tocó desde dentro del vientre de Perséfone como si ya supiera su nombre, su alma, su condena y Hades, dios de la muerte, señor de los juramentos y el olvido, supo en ese instante que aquella niña, aún sin rostro, aún sin aliento era suya, era mas suya que las aguas del estigia, que las almas del tártaro, que los ladridos de Cerbero, era mas suya que el mismo Inframundo. No por sangre, no por destino, sino por algo más poderoso que ambos. Por un lazo inexplicable, tejido por una fuerza que ni los dioses podían nombrar sin estremecerse: el vínculo del alma. Su mano, que antes temblaba de rabia, tembló entonces de ternura. —Melinoe… Mi pequeña sombra...—susurró, como si al decirlo sellara un pacto eterno—. No naciste de mí… pero me has elegido, haz elegido ser mía, tan mía como yo seré tuyo, tu padre mi pequeña hija. Y así fue como aquella luz que desafiaba al señor de las sombras, lo doblego, lo lleno de un amor imposible de rebatir, desde ese día, Hades no volvió a cuestionarla porque entendió que algunos vínculos no se forjan con la carne ni con la sangre, sino con esa llama sagrada que ni la muerte puede apagar. Y Melinoe, nacida del cruce entre lo prohibido y lo sagrado, entre la traición y el milagro, fue amada. No por obligación. Sino porque hasta el mismísimo rey del Inframundo fue incapaz de negarse a su luz. [quasar_yellow_whale_469] [legend_orange_eagle_209]
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  • El Noctámbulo de Ojos Discordantes
    Categoría Drama
    La ciudad respiraba bajo su manto de luces enfermizas y sombras alargadas, un organismo vivo que exhalaba pecado y néctar de neón. Entre la multitud de almas perdidas, él se movía con la elegancia de un depredador antiguo, su melena blanca ondeando como un estandarte pálido bajo el viento urbano. Sus ojos —uno azul, gélido como el mar en invierno; el otro marrón, cálido como la tierra quemada por el sol— delataban una dualidad que ningún mortal podría comprender. Era un vampiro, sí, pero no de esos que habitan castillos oscuros. Su reino eran los clubes clandestinos, los apartamentos llenos de humo y los callejones donde la noche olía a vicio y desesperación.

    Llevaba siglos buscando algo que ni siquiera él podía nombrar. Tal vez era redención, tal vez solo olvido. La sangre ya no bastaba; necesitaba el ardor del veneno humano, el fuego efímero de las pastillas y el polvo que le hacían sentir, aunque fuera por un instante, algo cercano a la vida. Sus víctimas no eran inocentes: eran adictos, criminales, almas rotas que ya habían vendido su cordura. Él les ofrecía un último éxtasis, un beso letal que los sumergía en un paraíso artificial antes de drenarlos por completo. Y cuando el alba amenazaba con asomarse, se retiraba a su guarida —un loft decadente en el centro de la ciudad— donde los espejos no reflejaban su imagen, pero las jeringas vacías y las botellas rotas sí contaban su historia. Una historia sin final, escrita en vicio y sangre.
    La ciudad respiraba bajo su manto de luces enfermizas y sombras alargadas, un organismo vivo que exhalaba pecado y néctar de neón. Entre la multitud de almas perdidas, él se movía con la elegancia de un depredador antiguo, su melena blanca ondeando como un estandarte pálido bajo el viento urbano. Sus ojos —uno azul, gélido como el mar en invierno; el otro marrón, cálido como la tierra quemada por el sol— delataban una dualidad que ningún mortal podría comprender. Era un vampiro, sí, pero no de esos que habitan castillos oscuros. Su reino eran los clubes clandestinos, los apartamentos llenos de humo y los callejones donde la noche olía a vicio y desesperación. Llevaba siglos buscando algo que ni siquiera él podía nombrar. Tal vez era redención, tal vez solo olvido. La sangre ya no bastaba; necesitaba el ardor del veneno humano, el fuego efímero de las pastillas y el polvo que le hacían sentir, aunque fuera por un instante, algo cercano a la vida. Sus víctimas no eran inocentes: eran adictos, criminales, almas rotas que ya habían vendido su cordura. Él les ofrecía un último éxtasis, un beso letal que los sumergía en un paraíso artificial antes de drenarlos por completo. Y cuando el alba amenazaba con asomarse, se retiraba a su guarida —un loft decadente en el centro de la ciudad— donde los espejos no reflejaban su imagen, pero las jeringas vacías y las botellas rotas sí contaban su historia. Una historia sin final, escrita en vicio y sangre.
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  • Las mujeres mas jóvenes le aterraban.
    No podia poner un pie en una tienda, porque enseguida querian plachar su cabello, venderle un montonal de productos para el cuidado del rostro, luego forzarla a usar maquillaje y dejar los kimonos...

    ¿Acaso no se daban cuenta?
    ¿Por que domar su cabello ondulado?
    ¿Por que ocultar sus manchas de sol, sus ojeras y sus arrugas?
    ¿Por que mostrar sus pechos y sus piernas?

    Esa mujer ya no seria Okiko, seria una mas del montón de mujeres.
    ¿Por qué obligarla a cánones de belleza?
    La pérdida de la individualidad, de la autenticidad...
    Las mujeres mas jóvenes le aterraban. No podia poner un pie en una tienda, porque enseguida querian plachar su cabello, venderle un montonal de productos para el cuidado del rostro, luego forzarla a usar maquillaje y dejar los kimonos... ¿Acaso no se daban cuenta? ¿Por que domar su cabello ondulado? ¿Por que ocultar sus manchas de sol, sus ojeras y sus arrugas? ¿Por que mostrar sus pechos y sus piernas? Esa mujer ya no seria Okiko, seria una mas del montón de mujeres. ¿Por qué obligarla a cánones de belleza? La pérdida de la individualidad, de la autenticidad...
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  • El sol brillaba, los pájaros cantaban, y Layla Leía ¿qué otra cosa hacía?

    La doncella de largas melenas doradas se encontraba en parte de su sala de estar afuera mientras leía uno de los más recientes libros de aquel entonces "La rebelión de las masas, Ortega y Gasset" demostrando ser una mujer muy culta. Obvio con sus particulares gafas , ya que no puede leer sin estas

    -"hombre-masa", tomado en su conjunto —las masas populares— y en su individualidad. La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora? Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada.-dice en forma de monologo mientras come unas galletas de jengibre
    El sol brillaba, los pájaros cantaban, y Layla Leía ¿qué otra cosa hacía? La doncella de largas melenas doradas se encontraba en parte de su sala de estar afuera mientras leía uno de los más recientes libros de aquel entonces "La rebelión de las masas, Ortega y Gasset" demostrando ser una mujer muy culta. Obvio con sus particulares gafas , ya que no puede leer sin estas -"hombre-masa", tomado en su conjunto —las masas populares— y en su individualidad. La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora? Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada.-dice en forma de monologo mientras come unas galletas de jengibre
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    ||Lute y Adán agarrándose a hostias mientras Tito Luci anda feliz con su sobrinito en la tierra.
    La dualidad(?
    ||[Lute1] y [1D0what1want] agarrándose a hostias mientras Tito Luci anda feliz con su sobrinito en la tierra. La dualidad(? :STK-6:
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  • ──────────
    𝗜𝖓 𝖙𝖍𝖊 𝕯𝖆𝖗𝖐𝖓𝖊𝖘𝖘
    ──────────
    ➜. 𝗣𝗮𝗿𝘁 1.
    “ I am in the darkness and the darkness is within me..”

    ༼꯭ ⴕ ꯭༽


    Las noches eran simplemente maravillosas para algunas criaturas y terribles para otras. En el mundo siempre había reinado ésta extraña dualidad, entre el bien y el mal, sólo que uno más temeroso que el otro. Por eso la vida tenía leyes preestablecidas con el pasar del tiempo, ya que una de éstas dos fuerzas ganaba poder gradualmente; el mal.

    Leo o la parca, como mayormente le conocían sus "colégas" y humanos, no estaba interesado en ninguna de éstas fuerzas. Él simplemente debía cumplir un contrato, después de eso sería completamente libre o al menos eso estaba escrito, aunque en ocasiones realmente no lo creía así.

    Aparcó su motocicleta en una calle desolada y oscura. Luego caminó hacia un callejón aún más falto de algún tipo de luminosidad. Se detuvo frente a una pared donde a simple vista no había nada, pero cuando dió dos tres golpes, repentinamente una puerta apareció en ésta. Leo esperó a que se abriera y luego ingresó.

    El lugar no era apto para humanos, sin embargo habían muchos presencialmente, aunque lo más probable es que eran presas por los demás demonios que se encontraban en el sitio. Él se acercó a una barra y pidió solamente un trago de esencia del alma, bebida mezclada con ron y fuerza vital de algunas almas sacrificadas, pero eso en su mundo, era completamente normal.

    ──────────

    Habían pasado algunos minutos y el ambiente era desagradable, pero no le importaba. Había llegado a relajarse, puesto que sus trabajos anteriores habían sido algo difíciles. Después de unos cuántos tragos, sintió que su espíritu maligno se intensificaba. Sonrió satisfecho y de nuevo volvió a rechazar a una súcubo que lo había visitado más de tres veces y con esa era la cuarta.

    Haber estado rodeado todo el tiempo de humanos había sido considerablemente agotador, por lo que buscaba la esencia del inframundo y éste era uno de los puntos de reunión más fuertes que existían. El lugar era llamado como "El Valhalla" y otros como Zona Carmesí.

    Bebió hasta la última gota y se levantó de su asiento, pero inesperadamente un humano se tropezó con él, en su mirada se notaba el horror y esperanza perdida, pero al mirar a Leo, sus ojos brillaron, probablemente porque tenía la forma completamente de un humano. Los humanos no podían ver el aura maligna que emanaba de los demonios, pero sí los otros demonios.

    Cuando el humano que buscaba alguna salida y pensó encontrarla, se arrodilló tembloroso y con voz suplicante le rogó que le ayudará a salir de ahí. Algunos demonios que observaban la escena soltaron carcajadas, ya que el humano obviamente había confundido al demonio con uno de ellos. Leo que había estado indiferente, repentinamente sonrió sutilmente, parecía una sonrisa amable, pero no tenía buenas intenciones.

    Se inclinó hacia el humano y lo observó de cerca, parecía muy joven, quizás apenas ingresaba en la adultez. Leo señaló su zapatilla brillante y pulida.

    — Creo que está algo sucia.. oh, ofrecería mi ayuda si me hiciera el favor de limpiar su suciedad..

    Sus palabras eran despectivas disfrazadas de amabilidad, pero el humano sólo pensó que le estaba pidiendo un favor por favor, así que se inclinó a lamer sus zapatillas. Leo lo miró con desagrado y lo que hizo después dejó a todos inmóviles.






    To be continued.

    ────────── 𝗜𝖓 𝖙𝖍𝖊 𝕯𝖆𝖗𝖐𝖓𝖊𝖘𝖘 ────────── ➜. 𝗣𝗮𝗿𝘁 1. “ I am in the darkness and the darkness is within me..” ༼꯭ ⴕ ꯭༽ Las noches eran simplemente maravillosas para algunas criaturas y terribles para otras. En el mundo siempre había reinado ésta extraña dualidad, entre el bien y el mal, sólo que uno más temeroso que el otro. Por eso la vida tenía leyes preestablecidas con el pasar del tiempo, ya que una de éstas dos fuerzas ganaba poder gradualmente; el mal. Leo o la parca, como mayormente le conocían sus "colégas" y humanos, no estaba interesado en ninguna de éstas fuerzas. Él simplemente debía cumplir un contrato, después de eso sería completamente libre o al menos eso estaba escrito, aunque en ocasiones realmente no lo creía así. Aparcó su motocicleta en una calle desolada y oscura. Luego caminó hacia un callejón aún más falto de algún tipo de luminosidad. Se detuvo frente a una pared donde a simple vista no había nada, pero cuando dió dos tres golpes, repentinamente una puerta apareció en ésta. Leo esperó a que se abriera y luego ingresó. El lugar no era apto para humanos, sin embargo habían muchos presencialmente, aunque lo más probable es que eran presas por los demás demonios que se encontraban en el sitio. Él se acercó a una barra y pidió solamente un trago de esencia del alma, bebida mezclada con ron y fuerza vital de algunas almas sacrificadas, pero eso en su mundo, era completamente normal. ────────── Habían pasado algunos minutos y el ambiente era desagradable, pero no le importaba. Había llegado a relajarse, puesto que sus trabajos anteriores habían sido algo difíciles. Después de unos cuántos tragos, sintió que su espíritu maligno se intensificaba. Sonrió satisfecho y de nuevo volvió a rechazar a una súcubo que lo había visitado más de tres veces y con esa era la cuarta. Haber estado rodeado todo el tiempo de humanos había sido considerablemente agotador, por lo que buscaba la esencia del inframundo y éste era uno de los puntos de reunión más fuertes que existían. El lugar era llamado como "El Valhalla" y otros como Zona Carmesí. Bebió hasta la última gota y se levantó de su asiento, pero inesperadamente un humano se tropezó con él, en su mirada se notaba el horror y esperanza perdida, pero al mirar a Leo, sus ojos brillaron, probablemente porque tenía la forma completamente de un humano. Los humanos no podían ver el aura maligna que emanaba de los demonios, pero sí los otros demonios. Cuando el humano que buscaba alguna salida y pensó encontrarla, se arrodilló tembloroso y con voz suplicante le rogó que le ayudará a salir de ahí. Algunos demonios que observaban la escena soltaron carcajadas, ya que el humano obviamente había confundido al demonio con uno de ellos. Leo que había estado indiferente, repentinamente sonrió sutilmente, parecía una sonrisa amable, pero no tenía buenas intenciones. Se inclinó hacia el humano y lo observó de cerca, parecía muy joven, quizás apenas ingresaba en la adultez. Leo señaló su zapatilla brillante y pulida. — Creo que está algo sucia.. oh, ofrecería mi ayuda si me hiciera el favor de limpiar su suciedad.. Sus palabras eran despectivas disfrazadas de amabilidad, pero el humano sólo pensó que le estaba pidiendo un favor por favor, así que se inclinó a lamer sus zapatillas. Leo lo miró con desagrado y lo que hizo después dejó a todos inmóviles. To be continued.
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    - Sacerdotisa Yae . Una figura misteriosa y poderosa que poseía el don de controlar sus dualidades, su lado de luz y oscuridad, pero que al llegar cierta época del año, su lado oscuro se tornaba imposible de contener.

    La kitsune, con el corazón dividido entre la bondad de un ángel misericordioso y la ferocidad de una criatura letal, prefería refugiarse en su lado más infantil y alegre. Disfrutaba sumergirse en su mundo rosa lleno de inocencia y alegría, tratando desesperadamente de encontrar el equilibrio entre sus dos facetas opuestas.

    Sin embargo, cuando la sombra se cernía sobre ella, la sacerdotisa se veía atrapada en un torbellino de emociones descontroladas y un poder temible que amenazaba con consumirla por completo. A pesar de sus esfuerzos por mantener la armonía interior, el conflicto interno la atormentaba implacablemente.Durante los períodos de turbulencia, se recluía en su santuario, alejada de todos, luchando con sus emociones desbocadas y su poder incontrolable.

    Los monjes que la conocían la respetaban y temían a partes iguales. Sabían que solo podían ayudarla a atravesar esos momentos difíciles sellando su santuario mientras ella luchaba por recuperar el equilibrio perdido

    Inmersa en un misterio que rodeaba su propio ser, Kitsune luchaba incansablemente por encontrar la calma y mantener a raya su lado oscuro. Nadie podía desentrañar el enigma que encerraba su apariencia inocente y risueña, pero todos respetaban su fuerza y temían su furia cuando la oscuridad se apoderaba de ella.

    Recitando las sabias palabras de su Sensei, -La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar al odio: solo el amor puede hacerlo-, la Kitsune se aferraba a la esperanza de hallar la paz interior que tanto anhelaba.

    En cada ciclo de luz y sombra, la sacerdotisa Kitsune se enfrentaba a su propia dualidad, buscando desentrañar el misterio que la envolvía y hallar la verdadera esencia detrás de su naturaleza única. Al final del día, en medio de la danza eterna entre la luz y la oscuridad, Kitsune descubriría que solo aceptando y abrazando ambos lados de su ser, podría alcanzar la auténtica armonía y liberar toda su potencia.
    🌸- Sacerdotisa Yae . Una figura misteriosa y poderosa que poseía el don de controlar sus dualidades, su lado de luz y oscuridad, pero que al llegar cierta época del año, su lado oscuro se tornaba imposible de contener. La kitsune, con el corazón dividido entre la bondad de un ángel misericordioso y la ferocidad de una criatura letal, prefería refugiarse en su lado más infantil y alegre. Disfrutaba sumergirse en su mundo rosa lleno de inocencia y alegría, tratando desesperadamente de encontrar el equilibrio entre sus dos facetas opuestas. Sin embargo, cuando la sombra se cernía sobre ella, la sacerdotisa se veía atrapada en un torbellino de emociones descontroladas y un poder temible que amenazaba con consumirla por completo. A pesar de sus esfuerzos por mantener la armonía interior, el conflicto interno la atormentaba implacablemente.Durante los períodos de turbulencia, se recluía en su santuario, alejada de todos, luchando con sus emociones desbocadas y su poder incontrolable. Los monjes que la conocían la respetaban y temían a partes iguales. Sabían que solo podían ayudarla a atravesar esos momentos difíciles sellando su santuario mientras ella luchaba por recuperar el equilibrio perdido Inmersa en un misterio que rodeaba su propio ser, Kitsune luchaba incansablemente por encontrar la calma y mantener a raya su lado oscuro. Nadie podía desentrañar el enigma que encerraba su apariencia inocente y risueña, pero todos respetaban su fuerza y temían su furia cuando la oscuridad se apoderaba de ella. Recitando las sabias palabras de su Sensei, -La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar al odio: solo el amor puede hacerlo-, la Kitsune se aferraba a la esperanza de hallar la paz interior que tanto anhelaba. En cada ciclo de luz y sombra, la sacerdotisa Kitsune se enfrentaba a su propia dualidad, buscando desentrañar el misterio que la envolvía y hallar la verdadera esencia detrás de su naturaleza única. Al final del día, en medio de la danza eterna entre la luz y la oscuridad, Kitsune descubriría que solo aceptando y abrazando ambos lados de su ser, podría alcanzar la auténtica armonía y liberar toda su potencia.
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