• - "No solo los vampiros consumen sangre humana. Los demonios tambien, solo que somos mas agresivos, ¿no han pensado?, cuando comemos carne humana... tenemos que tomar su sangre"
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Muchos han intentado engañarlo. Magos, demonios, dioses menores e incluso humanos con lenguas de plata y voluntades de acero.

    Pero Morfeo ve más allá del lenguaje, más allá de los gestos.

    Él no escucha palabras: escucha intenciones.

    No observa rostros: contempla la sustancia de las almas.
    Muchos han intentado engañarlo. Magos, demonios, dioses menores e incluso humanos con lenguas de plata y voluntades de acero. Pero Morfeo ve más allá del lenguaje, más allá de los gestos. Él no escucha palabras: escucha intenciones. No observa rostros: contempla la sustancia de las almas.
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  • Es verdad que me gustan mucho las mujeres... Pero es triste cuando ellas lo descubren y se asustan... ¿Qué tiene de malo el que sea lesbiana?

    *Cal está triste porque una chica que estuvo cortejando la rechazó... Esa chica le había contado que su ex novio la había engañado, pero todavía lo quería y estaba triste. Cal estuvo apoyándola por muchos días, incluso meses, pero lo que esa chica tomaba por amabilidad, incluso sororidad o amistad, en realidad eran los sentimientos de amor que Cal tenía por ella... Así, tras enterarse de su homosexualidad, aquella chica le dijo que nunca más le volviera a hablar, y eso le producía una gran tristeza... Porque Cal en verdad la quería.
    Aunado a eso, Cal tenía reflujo gástrico esa noche, así que le ardía la garganta. Por tanto, era una noche desagradable y dolorosa, en lo físico y lo emocional...*

    -No voy a poder dormir así. Supongo... Que debo mirar a las estrellas, y pensar en Kurumi...

    *Suspira. Desgraciadamente, la noche es fría y lluviosa, así que salir a mirar las estrellas también es difícil... Pero aquella chica con heterocromía y estilo de lolita gótica es la mujer más bella a sus ojos, y pensar en ella al menos la reconforta un poco.*

    -Demonios... Supongo que escucharé historias de terror en internet o algo...

    *Cal se siente algo sola, porque todos sus amigos (todos hombres, por cierto) están dormidos a estas horas, así es que no tiene con quién hablar. Los temas sobrenaturales le atraen un poco, por lo que comienza a navegar en internet, buscando alguna historia de terror. Y no tarda en encontrar contenido de ese tipo.*

    -Los relatos de la noche siempre están ahí...

    *Es común que los ateos se sientan atraídos por lo sobrenatural. Pese a que niega toda existencia de esas cosas, siempre le parece curioso e interesante escuchar ese tipo de historias. Por lo que rápidamente los relatos de la noche absorben toda su atención, y así se olvida de aquella chica... Al menos por esta noche.*
    Es verdad que me gustan mucho las mujeres... Pero es triste cuando ellas lo descubren y se asustan... ¿Qué tiene de malo el que sea lesbiana? *Cal está triste porque una chica que estuvo cortejando la rechazó... Esa chica le había contado que su ex novio la había engañado, pero todavía lo quería y estaba triste. Cal estuvo apoyándola por muchos días, incluso meses, pero lo que esa chica tomaba por amabilidad, incluso sororidad o amistad, en realidad eran los sentimientos de amor que Cal tenía por ella... Así, tras enterarse de su homosexualidad, aquella chica le dijo que nunca más le volviera a hablar, y eso le producía una gran tristeza... Porque Cal en verdad la quería. Aunado a eso, Cal tenía reflujo gástrico esa noche, así que le ardía la garganta. Por tanto, era una noche desagradable y dolorosa, en lo físico y lo emocional...* -No voy a poder dormir así. Supongo... Que debo mirar a las estrellas, y pensar en Kurumi... *Suspira. Desgraciadamente, la noche es fría y lluviosa, así que salir a mirar las estrellas también es difícil... Pero aquella chica con heterocromía y estilo de lolita gótica es la mujer más bella a sus ojos, y pensar en ella al menos la reconforta un poco.* -Demonios... Supongo que escucharé historias de terror en internet o algo... *Cal se siente algo sola, porque todos sus amigos (todos hombres, por cierto) están dormidos a estas horas, así es que no tiene con quién hablar. Los temas sobrenaturales le atraen un poco, por lo que comienza a navegar en internet, buscando alguna historia de terror. Y no tarda en encontrar contenido de ese tipo.* -Los relatos de la noche siempre están ahí... *Es común que los ateos se sientan atraídos por lo sobrenatural. Pese a que niega toda existencia de esas cosas, siempre le parece curioso e interesante escuchar ese tipo de historias. Por lo que rápidamente los relatos de la noche absorben toda su atención, y así se olvida de aquella chica... Al menos por esta noche.*
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  • ⸻ Pasillo angosto – Cuarto piso, The Hollow Crown.

    No puedo respirar.
    El aire se está volviendo denso.
    Las paredes se cierran sobre mi.
    Tengo comezón, desde el interior.
    Los dedos se me agarrotan. No puedo abrirlos.
    Me veo en el espejo del pasillo: estoy llorando, pero no lo siento.
    ¡¿Dónde demonios está mi ropa?!
    Quién me hizo esas marcas...
    Las voces no dicen nada esta vez. Solo ríen.
    📌 ⸻ Pasillo angosto – Cuarto piso, The Hollow Crown. No puedo respirar. El aire se está volviendo denso. Las paredes se cierran sobre mi. Tengo comezón, desde el interior. Los dedos se me agarrotan. No puedo abrirlos. Me veo en el espejo del pasillo: estoy llorando, pero no lo siento. ¡¿Dónde demonios está mi ropa?! Quién me hizo esas marcas... Las voces no dicen nada esta vez. Solo ríen.
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  • Solo espero que , esto no sea el fin ..... Honmoon , estra debilitando y lo demonios seldran por las grietas.
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  • ⸻ Cripta subterránea – Iglesia de San Lorenzo, Brooklyn.

    El frío cala hasta los huesos, pero no importa. Siempre hiela donde habitan los muertos.

    Encendí la vela junto a las lápidas mohosas y susurré el nombre que me dio el cliente.

    La piedra respondió con una vibración, un soneto que solo tuvo sentido en mis oídos.

    Está aquí.

    Sentí la carne erizarse, como si la vida del muerto corriera por mis venas.
    Me estremecí.
    Mi estomago se tensó.

    Las nauseas son habituales cuando me comunico con el Más Allá, aunque no es por ello que lo odio.

    Cerré los ojos.
    La vela se apagó.

    El muerto tomó el control.

    — Habla, desgraciado —no pude reconocer mi propia voz— ¿Qué demonios quieres? ¿Por qué mierda me has despertado?

    #Ashes
    📌 ⸻ Cripta subterránea – Iglesia de San Lorenzo, Brooklyn. El frío cala hasta los huesos, pero no importa. Siempre hiela donde habitan los muertos. Encendí la vela junto a las lápidas mohosas y susurré el nombre que me dio el cliente. La piedra respondió con una vibración, un soneto que solo tuvo sentido en mis oídos. Está aquí. Sentí la carne erizarse, como si la vida del muerto corriera por mis venas. Me estremecí. Mi estomago se tensó. Las nauseas son habituales cuando me comunico con el Más Allá, aunque no es por ello que lo odio. Cerré los ojos. La vela se apagó. El muerto tomó el control. — Habla, desgraciado —no pude reconocer mi propia voz— ¿Qué demonios quieres? ¿Por qué mierda me has despertado? #Ashes
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  • [ 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒕𝒊𝒑𝒐 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆 𝒄ó𝒎𝒐 𝒑𝒐𝒏𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒉𝒖𝒎𝒐𝒓. — 𝐑𝐎𝐔𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄 𝐑𝐔𝐒𝐒𝐀 ]



    Ryan podía parecer tranquilo. Un hombre social, abierto, incluso relajado a simple vista. Había perfeccionado esa personalidad con el tiempo, esa fachada que lo mostraba como alguien más: el caballero encantador, el tipo que sabe escuchar, que sabe sonreír en el momento justo. Lo suficientemente pulido para que muchos olvidaran que sus manos estaban manchadas con la sangre de inocentes y culpables por igual. Algo que muchas personas pasaron por alto cuando lo conocían.

    A veces, incluso él se preguntaba si los demás estaban realmente bien de la cabeza. ¿Cómo podían confiar tan rápido? ¿Cómo podían relajarse ante una sonrisa y un par de bromas sin sentido? No entendía esa parte del mundo. Pero al menos le servía. Esa fachada le permitía estudiar a las personas con calma. Porque para él, la confianza no era algo que se ofrecía. Se ganaba. Y a pocos, muy pocos, se les permitía cruzar esa línea.

    Giovanni, el hermano de Elisabetta, no era uno de ellos. Ni siquiera entraba en la categoría de “detestables”. Simplemente le era irrelevante. Un nombre más. Una sombra más. No tenía valor ni afecto por él y su único recuerdo de él fue cuando le disparó en aquel día que fue a por Yuki. Un evento que había sucedido hace ya varios meses en realidad.

    Entonces… ¿por qué, demonios, le estaba enviando una advertencia?

    Su muerte le importaba poco, pero habían ciertas personas que si le importarian, personas que a él llegaron a importarle en su tiempo. Y que además, había sido él quien lo puso en la lista negra del ruso cuando llevo los documentos a la italiana para el rompimiento de tratado de alianza. Lo sentenció indirectamente.

    Días después del incidente con Kiev, había intentado contactarlo. Después de todo, una amistad de años no podía romperse tan fácilmente. O al menos, eso creyó. Pero no pudo acercarse. No sin que la sangre de sus hombres y los del ruso terminara regada en los jardines de la mansión. No había forma de negociar con los perros que custodiaban la entrada. Sabía cuándo no valía la pena forzar las cosas.

    Así que optó por lo que sabía hacer mejor: moverse en las sombras. Envió hombres discretos, infiltrados, para vigilar los pasos del ruso. Lo suficiente para confirmar lo que ya sospechaba: Kiev había abandonado el país rumbo a Rusia. Y no solo eso, sino que ya había tomado el mando de la Mafia Roja. La herencia maldita de sus antepasados comunistas. El poder que tanto había intentado evitar… ahora lo poseía por completo.

    Ryan, sentado tras su escritorio, tenía el revólver en la mano derecha. Jugaba con él. Con esa calma que a muchos les parecía aterradora. Frente a él, un hombre atado a una silla, con la boca ensangrentada y los ojos desorbitados.

    — Empieza —ordenó con voz baja, sin apartar la mirada del arma, sus dedos se movían con agilidad sobre el arma. No usaba guantes, está era de las pocas veces que podía estar relajado sin tener que temer que alguien notara su piel fría.

    Bruno, a su izquierda, sostenía un informe. Sus ojos no dudaron en bajar la mirada hacia el papel mientras comenzaba a leer con voz clara y pausada:

    —El informe confirma que el señor Romalsko ha estado vigilando sus movimientos desde que despertó. Registros bancarios, llamadas, reuniones. Incluso personas con las que ha cruzado palabras en eventos públicos han sido investigadas. Lo del evento con aquel investigador y con la señorita que conoció en la fiesta que fue con el señor Romalsko.

    La mirada del rubio vaciló está vez. Sus manos se detuvieron cuando introducía una bala al escuchar estos casos, solo basto unos segundos para continuar, cerró el tambor. Lo giró.

    Apretó el gatillo y... nada. El tambor giró de nuevo.

    —Incluyendo a la señorita Di Vincenzo y a su hermano en la mira, Giovanni.

    Nuevamente sonó un "click" pero ninguna gota de Sangre se derramó.

    Ryan alzó una ceja. Ladeó la cabeza hacia el traidor frente a él. El hombre ya no hablaba. Solo temblaba. Si que había tenido suerte.

    —¿Y la carta? —preguntó Ryan con desinterés, como si el arma no estuviera apuntando a una cabeza.

    —Fue enviada. Un hombre encubierto se aseguró de que llegara a manos de la señorita Di Vincenzo. Evitamos cualquier cruce con la vigilancia del ruso.

    La carta, aunque a vista simple un papel cualquiera era una advertencia para que Giovanni no metiera las narices donde no debía. Si lo hacía, no habría marcha atrás. Y también servía como coartada. Ryan no quería que lo arrastraran al infierno de una guerra que no le correspondía. Aún no. Tenía planes más urgentes: volver a Italia, tomar lo que era suyo, poner en orden la peste que su familia había dejado. No podía permitirse tener a los Di Vincenzo como enemigos antes siquiera de haber pisado tierras italianas.

    —Bien hecho. Pero asegúrate de que llegue. Si Kiev la intercepta... estamos jodidos, ese hombre me tomará como enemigo y las cosas terminarán por empeorar. — Apoyó el cañón del revólver en la frente del traidor.

    —También tenemos nuevos nombres —agregó Bruno, pasando al siguiente informe—. Siete contratados por los Di Conti. Cinco desconocidos. Uno de los nuestros. Y el último... un fantasma. Sin rostro. Sin huella. Se mueve mejor que los otros seis juntos.

    Ryan chasqueó la lengua. Giró el tambor por última vez. El traidor sollozaba, ahogándose en sus propias lágrimas.

    —Demasiado ruido por cosas que deberían haber quedado enterradas —musitó.

    Apuntó. No dudo y la sangre por fin salpicó.

    El sonido resonó en la sala como un final inevitable.

    Ryan se inclinó hacia atrás, apoyando el revólver en el escritorio.Su cabello estaba algo desordenado, sus ojos se cerraron, inspiró hondo. Habían sucedido tantas cosas que lo estaban impacientando, aquello que terminaba por volver una piedra molesta en su zapato.

    Que un gato le mordiera un pie era incluso más cómodo que esto.

    —Limpia esto. — Dijo reincorporándose. Estaba agotado, necesitaba un descanso de todo esto.

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    || El user está vivo, con vacaciones desde el lunes pero ayudando con unos asuntos importantes, un amigo se rompió el pie(?). En otras noticias, logré recuperar el Word hace poco en dónde tenía las respuestas de algunos roles que extrañaba por contestar, ya me estoy poniendo las pilas para aprovechar este tiempo, lamento realmente la demora.

    Un abrazo, con todo cariño, el user de Ryan.
    [ 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒕𝒊𝒑𝒐 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆 𝒄ó𝒎𝒐 𝒑𝒐𝒏𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒉𝒖𝒎𝒐𝒓. — 𝐑𝐎𝐔𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄 𝐑𝐔𝐒𝐒𝐀 ] Ryan podía parecer tranquilo. Un hombre social, abierto, incluso relajado a simple vista. Había perfeccionado esa personalidad con el tiempo, esa fachada que lo mostraba como alguien más: el caballero encantador, el tipo que sabe escuchar, que sabe sonreír en el momento justo. Lo suficientemente pulido para que muchos olvidaran que sus manos estaban manchadas con la sangre de inocentes y culpables por igual. Algo que muchas personas pasaron por alto cuando lo conocían. A veces, incluso él se preguntaba si los demás estaban realmente bien de la cabeza. ¿Cómo podían confiar tan rápido? ¿Cómo podían relajarse ante una sonrisa y un par de bromas sin sentido? No entendía esa parte del mundo. Pero al menos le servía. Esa fachada le permitía estudiar a las personas con calma. Porque para él, la confianza no era algo que se ofrecía. Se ganaba. Y a pocos, muy pocos, se les permitía cruzar esa línea. Giovanni, el hermano de Elisabetta, no era uno de ellos. Ni siquiera entraba en la categoría de “detestables”. Simplemente le era irrelevante. Un nombre más. Una sombra más. No tenía valor ni afecto por él y su único recuerdo de él fue cuando le disparó en aquel día que fue a por Yuki. Un evento que había sucedido hace ya varios meses en realidad. Entonces… ¿por qué, demonios, le estaba enviando una advertencia? Su muerte le importaba poco, pero habían ciertas personas que si le importarian, personas que a él llegaron a importarle en su tiempo. Y que además, había sido él quien lo puso en la lista negra del ruso cuando llevo los documentos a la italiana para el rompimiento de tratado de alianza. Lo sentenció indirectamente. Días después del incidente con Kiev, había intentado contactarlo. Después de todo, una amistad de años no podía romperse tan fácilmente. O al menos, eso creyó. Pero no pudo acercarse. No sin que la sangre de sus hombres y los del ruso terminara regada en los jardines de la mansión. No había forma de negociar con los perros que custodiaban la entrada. Sabía cuándo no valía la pena forzar las cosas. Así que optó por lo que sabía hacer mejor: moverse en las sombras. Envió hombres discretos, infiltrados, para vigilar los pasos del ruso. Lo suficiente para confirmar lo que ya sospechaba: Kiev había abandonado el país rumbo a Rusia. Y no solo eso, sino que ya había tomado el mando de la Mafia Roja. La herencia maldita de sus antepasados comunistas. El poder que tanto había intentado evitar… ahora lo poseía por completo. Ryan, sentado tras su escritorio, tenía el revólver en la mano derecha. Jugaba con él. Con esa calma que a muchos les parecía aterradora. Frente a él, un hombre atado a una silla, con la boca ensangrentada y los ojos desorbitados. — Empieza —ordenó con voz baja, sin apartar la mirada del arma, sus dedos se movían con agilidad sobre el arma. No usaba guantes, está era de las pocas veces que podía estar relajado sin tener que temer que alguien notara su piel fría. Bruno, a su izquierda, sostenía un informe. Sus ojos no dudaron en bajar la mirada hacia el papel mientras comenzaba a leer con voz clara y pausada: —El informe confirma que el señor Romalsko ha estado vigilando sus movimientos desde que despertó. Registros bancarios, llamadas, reuniones. Incluso personas con las que ha cruzado palabras en eventos públicos han sido investigadas. Lo del evento con aquel investigador y con la señorita que conoció en la fiesta que fue con el señor Romalsko. La mirada del rubio vaciló está vez. Sus manos se detuvieron cuando introducía una bala al escuchar estos casos, solo basto unos segundos para continuar, cerró el tambor. Lo giró. Apretó el gatillo y... nada. El tambor giró de nuevo. —Incluyendo a la señorita Di Vincenzo y a su hermano en la mira, Giovanni. Nuevamente sonó un "click" pero ninguna gota de Sangre se derramó. Ryan alzó una ceja. Ladeó la cabeza hacia el traidor frente a él. El hombre ya no hablaba. Solo temblaba. Si que había tenido suerte. —¿Y la carta? —preguntó Ryan con desinterés, como si el arma no estuviera apuntando a una cabeza. —Fue enviada. Un hombre encubierto se aseguró de que llegara a manos de la señorita Di Vincenzo. Evitamos cualquier cruce con la vigilancia del ruso. La carta, aunque a vista simple un papel cualquiera era una advertencia para que Giovanni no metiera las narices donde no debía. Si lo hacía, no habría marcha atrás. Y también servía como coartada. Ryan no quería que lo arrastraran al infierno de una guerra que no le correspondía. Aún no. Tenía planes más urgentes: volver a Italia, tomar lo que era suyo, poner en orden la peste que su familia había dejado. No podía permitirse tener a los Di Vincenzo como enemigos antes siquiera de haber pisado tierras italianas. —Bien hecho. Pero asegúrate de que llegue. Si Kiev la intercepta... estamos jodidos, ese hombre me tomará como enemigo y las cosas terminarán por empeorar. — Apoyó el cañón del revólver en la frente del traidor. —También tenemos nuevos nombres —agregó Bruno, pasando al siguiente informe—. Siete contratados por los Di Conti. Cinco desconocidos. Uno de los nuestros. Y el último... un fantasma. Sin rostro. Sin huella. Se mueve mejor que los otros seis juntos. Ryan chasqueó la lengua. Giró el tambor por última vez. El traidor sollozaba, ahogándose en sus propias lágrimas. —Demasiado ruido por cosas que deberían haber quedado enterradas —musitó. Apuntó. No dudo y la sangre por fin salpicó. El sonido resonó en la sala como un final inevitable. Ryan se inclinó hacia atrás, apoyando el revólver en el escritorio.Su cabello estaba algo desordenado, sus ojos se cerraron, inspiró hondo. Habían sucedido tantas cosas que lo estaban impacientando, aquello que terminaba por volver una piedra molesta en su zapato. Que un gato le mordiera un pie era incluso más cómodo que esto. —Limpia esto. — Dijo reincorporándose. Estaba agotado, necesitaba un descanso de todo esto. 10 9 8 || El user está vivo, con vacaciones desde el lunes pero ayudando con unos asuntos importantes, un amigo se rompió el pie(?). En otras noticias, logré recuperar el Word hace poco en dónde tenía las respuestas de algunos roles que extrañaba por contestar, ya me estoy poniendo las pilas para aprovechar este tiempo, lamento realmente la demora. Un abrazo, con todo cariño, el user de Ryan.
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  • Escena: “Madrugada y mensajes que no debieron enviarse”
    Luna llorando en la cocina, mirando su celular. Andrés acaba de dejarla en visto por sexta vez. Mortis, desde el cojín, observa.

    03:47 a.m. ¿Quién demonios revisa el celular a esta hora? ¿Y por qué con esa cara? Ah, claro… el humano otra vez.

    Ella escribe:
    —“Solo dime si te importa, aunque sea un poco.”

    Mortis se acerca. La mira desde abajo. Zoom mental activado. Cara de “¿enserio, reina?”.

    Eso. Mándale un ensayo emocional a un hombre que no responde ni los buenos días. De verdad estás evolucionando a Pokémon nivel tapete.

    Luna deja el celular. Mortis la salta al regazo.

    No te preocupes. Aunque ese imbécil no te responda, yo seguiré vomitándote bolas de pelo en señal de apoyo. Amor verdadero, ¿sabes?

    Escena: “Madrugada y mensajes que no debieron enviarse” Luna llorando en la cocina, mirando su celular. Andrés acaba de dejarla en visto por sexta vez. Mortis, desde el cojín, observa. 03:47 a.m. ¿Quién demonios revisa el celular a esta hora? ¿Y por qué con esa cara? Ah, claro… el humano otra vez. Ella escribe: —“Solo dime si te importa, aunque sea un poco.” Mortis se acerca. La mira desde abajo. Zoom mental activado. Cara de “¿enserio, reina?”. Eso. Mándale un ensayo emocional a un hombre que no responde ni los buenos días. De verdad estás evolucionando a Pokémon nivel tapete. Luna deja el celular. Mortis la salta al regazo. No te preocupes. Aunque ese imbécil no te responda, yo seguiré vomitándote bolas de pelo en señal de apoyo. Amor verdadero, ¿sabes?
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  • — Hay algo en manejar de noche que te obliga a pensar en todo lo que no quieres. La carretera se estira como un hilo de recuerdos, y el viento entra como voces que ya no están. Cada faro que se cruza conmigo es una historia que no viví, una vida que no fue. Y mientras el mundo duerme, yo me hundo en mi cabeza, en lo que perdí, en lo que fui… en lo que no supe ser. El motor ruge como si intentara callar los pensamientos, pero no puede. Porque en la noche, no hay distracciones, no hay mentiras. Solo estás tú, el camino, y los demonios que llevas sentados atrás. A veces creo que si manejo lo suficiente, si no me detengo, voy a dejar todo eso atrás. Pero sé que no es cierto. Lo único que realmente se mueve es el velocímetro. El pasado… ese siempre viaja conmigo.
    — Hay algo en manejar de noche que te obliga a pensar en todo lo que no quieres. La carretera se estira como un hilo de recuerdos, y el viento entra como voces que ya no están. Cada faro que se cruza conmigo es una historia que no viví, una vida que no fue. Y mientras el mundo duerme, yo me hundo en mi cabeza, en lo que perdí, en lo que fui… en lo que no supe ser. El motor ruge como si intentara callar los pensamientos, pero no puede. Porque en la noche, no hay distracciones, no hay mentiras. Solo estás tú, el camino, y los demonios que llevas sentados atrás. A veces creo que si manejo lo suficiente, si no me detengo, voy a dejar todo eso atrás. Pero sé que no es cierto. Lo único que realmente se mueve es el velocímetro. El pasado… ese siempre viaja conmigo.
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  • ⟡ ݁₊ . ¿Qué eres tú? ⊹ ࣪ ˖
    Categoría Original
    La habitación era sorprendentemente hermosa.
    Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica.

    Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón.
    Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás.

    No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente.

    Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía.

    ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞

    Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo.
    El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre.

    "Ebrietas dijo que este sería distinto..."

    Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué?
    ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos?

    —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró.
    Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio.
    Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte.

    Así que siguió leyendo. Como un buen chico.

    Pasaron minutos. O tal vez siglos.
    La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera.

    Hasta que escuchó pasos.

    Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza.
    Pasos que no deberían estar allí.

    Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular.

    ¿Quién era este soñador?
    No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba.

    Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás.
    Una sonrisa vacía.

    —¡Ah... al fin! A quien buscaba.

    Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación.
    — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas.

    Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza.
    Los ojos no parpadeaban.
    El tono era suave, casi dulce.

    —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices?

    La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no.

    ⋆˚꩜。 𝑲𝒚𝒐
    La habitación era sorprendentemente hermosa. Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica. Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón. Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás. No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente. Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía. ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞ Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo. El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre. "Ebrietas dijo que este sería distinto..." Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué? ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos? —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró. Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio. Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte. Así que siguió leyendo. Como un buen chico. Pasaron minutos. O tal vez siglos. La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera. Hasta que escuchó pasos. Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza. Pasos que no deberían estar allí. Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular. ¿Quién era este soñador? No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba. Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás. Una sonrisa vacía. —¡Ah... al fin! A quien buscaba. Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación. — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas. Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza. Los ojos no parpadeaban. El tono era suave, casi dulce. —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices? La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no. ⋆˚꩜。 [Heaven.01]
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