• ⠀⠀"En la cima, siempre estarás solo", una frase que atesoró al paso de los siglos, porque su verdad siempre fue absoluta. Desde que tiene memoria, y sus talentos afloraron en batalla, no había piedra u obstáculo que no pudiera domar.

    ⠀⠀Su cabellera, blanca y pura, se teñía en carmesí de forma habitual, el denso ambiente tribal de una salvaje naturaleza, incluso más que un puma; la humana. En constante crecimiento, una marea que no paraba de arrasar con todo, barcos, enemigos y... amigos.

    ⠀⠀Clavaba su espada, tallada en hueso y marcada con el espiral de su gente, en un macabro suelo, tierra húmeda rodeada de gente que alguna vez compartió sus ideales, otros se oponían y otros simplemente querían huir, pero incautos del peligro quedaron atrapados. No sentía remordimientos por almas que no escogieron morir, pero sí se sentía celoso, de aquellos que aun podían experimentar la adrenalina de la muerte cercana. De un combate que hirviera la sangre, y callara los pensamientos.
    ⠀⠀Pero eso se había ido. Una imagen tan vívida de una añoranza, un recuerdo feliz que jamás llegó.

    ⠀⠀Despertó. Aturdido por el sueño prolongado, tardada había sido aquella sesión de meditación que se enfrascó en el mundo de lo onírico. Su mente comenzó a confabular, pero esa pradera solitaria, solo iluminada por un atardecer familiar.

    ⠀⠀Justo como el de ese recuerdo...

    ⠀⠀Qué dicha aquellos que podían morir dándolo todo. Pero no era su caso, tendría que seguir buscando, y lo haría. Porque no había propósito más grande que su ego.
    ⠀⠀El fantasma del pueblo calchaquí se levantó de su cama de hojas, tomó su saco y continuó su camino.

    ⠀⠀Un rumbo incierto que esperaba, lo llevara a vivir combates impresionantes.




    ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀⠀"En la cima, siempre estarás solo", una frase que atesoró al paso de los siglos, porque su verdad siempre fue absoluta. Desde que tiene memoria, y sus talentos afloraron en batalla, no había piedra u obstáculo que no pudiera domar. ⠀⠀Su cabellera, blanca y pura, se teñía en carmesí de forma habitual, el denso ambiente tribal de una salvaje naturaleza, incluso más que un puma; la humana. En constante crecimiento, una marea que no paraba de arrasar con todo, barcos, enemigos y... amigos. ⠀⠀Clavaba su espada, tallada en hueso y marcada con el espiral de su gente, en un macabro suelo, tierra húmeda rodeada de gente que alguna vez compartió sus ideales, otros se oponían y otros simplemente querían huir, pero incautos del peligro quedaron atrapados. No sentía remordimientos por almas que no escogieron morir, pero sí se sentía celoso, de aquellos que aun podían experimentar la adrenalina de la muerte cercana. De un combate que hirviera la sangre, y callara los pensamientos. ⠀⠀Pero eso se había ido. Una imagen tan vívida de una añoranza, un recuerdo feliz que jamás llegó. ⠀⠀Despertó. Aturdido por el sueño prolongado, tardada había sido aquella sesión de meditación que se enfrascó en el mundo de lo onírico. Su mente comenzó a confabular, pero esa pradera solitaria, solo iluminada por un atardecer familiar. ⠀⠀Justo como el de ese recuerdo... ⠀⠀Qué dicha aquellos que podían morir dándolo todo. Pero no era su caso, tendría que seguir buscando, y lo haría. Porque no había propósito más grande que su ego. ⠀⠀El fantasma del pueblo calchaquí se levantó de su cama de hojas, tomó su saco y continuó su camino. ⠀⠀Un rumbo incierto que esperaba, lo llevara a vivir combates impresionantes. ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀
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  • "Día de caza, es bueno volver a casa..."
    Fandom The Walking Dead
    Categoría Acción
    ㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤ" Hogᥲr ᥒo ᥱs ᥙᥒ ᥣᥙgᥲr,
    ㅤㅤㅤㅤsoᥒ ᥣᥲs ρᥱrsoᥒᥲs qᥙᥱ tᥱ ιmρortᥲᥒ"
    ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤ˹ 𝑨𝘼𝑹𝙊𝑵 ᴬᵁ



    ㅤㅤㅤㅤㅤNo había imaginado, cuando sus pasos la llevaban de un lado a otro con Miko, Connie, Kelly, Luke y Bernie, que algún día encontraría un lugar donde establecerse realmente. Un lugar fuerte, un lugar lleno de buenas personas que los acogieron y los trataron como familia desde que los conocieron. Nunca imaginó que otras personas le importarían tanto como aquellos compañeros de viaje con los que había compartido años de andanzas, peleas y combates. Había tenido que recorrer muchos kilómetros pero ahora, cada mañana que despertaba en Hilltop, se sentía… en casa.

    Las cosas en la colonia funcionaban. Poco a poco. Tras la caída del Reino había muchas más bocas que alimentar y las heladas del invierno habían destruido gran parte de las cosechas. La comida guardada en el almacén no duraría eternamente, por lo que las raciones se habían reducido considerablemente. Además, con las fronteras limitadas por culpa de Alpha y sus normas restrictivas cada vez costaba más encontrar caza con la que alimentar a tantas personas. Por suerte, no estaban solos. Contaban con ayuda de Alejandría y de Oceanside. Un par de carros de cada comunidad llegaban al menos una vez al mes para ayudar. A cambio, Hilltop proporcionaba armas, clavos, artículos de herrería, todo lo que Alden y Earl pudieran construir y manufacturar. Afilaban armas, cuchillos, fabricaban herraduras. Y todo esto era enviado a ambas comunidades al menos una vez al mes.

    La pérdida de los seres queridos tras la feria en El Reino aun creaba una enorme brecha de ausencia, el ambiente era… extraño. Enid, Tara, Tammy Rose, DJ… cada uno de esos nombres era un hueco enorme en las mesas a la hora de comer, en las conversaciones, en los corazones. Todos en la colonia sobre la colina intentaban sobreponerse a la tristeza, esa que todavia perduraba. Y, para huir de ese ambiente y cambiar de aires, Magna había decidido unirse a la comitiva que llevaría un par de carros a Alejandría. Miko no estaba demasiado contenta con aquella decisión por parte de Magna, había mucho que arreglar en Hilltop, decía.
    -Si no salgo de aquí, al menos un par de dias, me pegaré un tiro, Miko…- expresó Magna mientras preparaba una mochila como improvisado equipaje.

    -Buena suerte, no tenemos balas, ¿recuerdas? -le dijo la morena mientras Magna ya cerraba y aseguraba las hebillas de la mochila.

    Magna, por su parte, rodó los ojos y giró el rostro para mirar a su novia.

    -Te prometo que volveré antes de que tengas tiempo de echarme de menos… Además, tendrás la cama para ti sola. Yo probablemente tenga que compartir cuarto con Judith -bromeó Magna.

    Miko sonrió, le había hecho gracia el comentario.

    -Por suerte te entiendes bien con los niños… -respondió mientras llevaba una mano a la mejilla de Magna- Una semana, es el máximo de tiempo que te doy. Si no vuelves antes, saldré para traerte de la oreja.

    Magna negó con la cabeza y se acercó a besar a la morena.

    -Me tendrás aquí en menos tiempo, prometido.



    ㅤㅤㅤ▬▬▬ Un día después la comitiva de Hilltop formada por Ezekiel, Marco, Cal, Magna, Luke y Marlene llegaba a las puertas de Alejandría donde Scott les abrió la puerta, saludándolos efusivamente, contento de verlos de nuevo. Aun recordaba la primera vez que atravesó las puertas de aquella comunidad. Habían peleado con los muertos durante todo un día, estaban exhaustos y Miko herida cuando Judith los encontró. Una inevitable sonrisa de divertida nostalgia asomó a sus labios casi visualizando aquel día. Las miradas incomodas, el Consejo, Michonne y su propia terquedad que casi les cuesta la expulsión. Ahora podía reírse de aquello con las personas implicadas. Ahora eran familia. Nombres que antes eran desconocidos como Aaron, Gabriel, Michonne, Laura, Siddiq o Judith, ahora simbolizaban hogar. Un lugar al que volver y saber que serias recibido con los brazos abiertos.

    Saludaron rápidamente a Scott sin descender de los carros antes de que estos pasaran hasta el interior de la comunidad. Los alejandrinos que trabajaban en huertos, carpintería o herrería se detenían a mirarlos al pasar y los saludaban con camaradería desde sus puestos de trabajo. Definitivamente aquello era un poco de paz en mitad de todo el caos del mundo exterior… Un oasis.

    Antes de descender del carro, Magna divisó a Aaron, Judith y Gracie acercándose a los carros. Las dos niñas corrían entusiasmadas hacia los carros y Aaron los saludaba con su mano diestra.

    -¡Hola, Magna! -saludó Judith con entusiasmo cuando los pies de la pelirroja pisaron el suelo. Inmediatamente la niña se abrazó a su cintura.

    -¡Jud! ¡Caramba! Cada día estás más alta -respondió Magna rodeando a Judith con un brazo- Hola, Gracie -saludó a la niña rubia parada delante de ella- Os he traído un regalo recién recogido de Hilltop.

    Judith se apartó y Magna internó una mano en una de las cestas para sacar algunos melocotones. Dio uno a cada niña, y aquel regalo fue respondido en forma de agradecimientos entusiasmados y abrazos.

    -Ahora, ayudad a Luke a bajar las cajas. ¿Creéis que podréis? -preguntó Magna.

    -¡Si! -respondió Judith.

    -¡Vamos, Jud! -exclamó Gracie y ambas corrieron al final del carro.

    Magna alzó la mirada hacia Aaron.

    -Para ti también hay regalo, papá -sonrió ella lanzándole suavemente un melocotón y acercándose luego a abrazarle. Tuvo que ponerse de puntillas para poder llegar a su cuello ya que Aaron era un tío enorme- Hola -sonrió- Earl quiere que os diga que estas son sus últimas herraduras…-informó al separarse- No habrá herraduras nuevas hasta que encontremos más chatarra. Alden queria salir hoy a aquel centro comercial cerca de la autopista… -se percató entonces de que en su prótesis zurda llevaba su lucero del alba, así que lo señaló con una mano- ¿Vas a salir? ¿Quieres que te acompañe? Quizás podemos encontrar algo de caza…


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #TheWalkingDead

    psd: psd 53 by tuschen
    ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ" Hogᥲr ᥒo ᥱs ᥙᥒ ᥣᥙgᥲr, ㅤㅤㅤㅤsoᥒ ᥣᥲs ρᥱrsoᥒᥲs qᥙᥱ tᥱ ιmρortᥲᥒ" ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤ˹ [AAR0N] ㅤㅤㅤㅤㅤNo había imaginado, cuando sus pasos la llevaban de un lado a otro con Miko, Connie, Kelly, Luke y Bernie, que algún día encontraría un lugar donde establecerse realmente. Un lugar fuerte, un lugar lleno de buenas personas que los acogieron y los trataron como familia desde que los conocieron. Nunca imaginó que otras personas le importarían tanto como aquellos compañeros de viaje con los que había compartido años de andanzas, peleas y combates. Había tenido que recorrer muchos kilómetros pero ahora, cada mañana que despertaba en Hilltop, se sentía… en casa. Las cosas en la colonia funcionaban. Poco a poco. Tras la caída del Reino había muchas más bocas que alimentar y las heladas del invierno habían destruido gran parte de las cosechas. La comida guardada en el almacén no duraría eternamente, por lo que las raciones se habían reducido considerablemente. Además, con las fronteras limitadas por culpa de Alpha y sus normas restrictivas cada vez costaba más encontrar caza con la que alimentar a tantas personas. Por suerte, no estaban solos. Contaban con ayuda de Alejandría y de Oceanside. Un par de carros de cada comunidad llegaban al menos una vez al mes para ayudar. A cambio, Hilltop proporcionaba armas, clavos, artículos de herrería, todo lo que Alden y Earl pudieran construir y manufacturar. Afilaban armas, cuchillos, fabricaban herraduras. Y todo esto era enviado a ambas comunidades al menos una vez al mes. La pérdida de los seres queridos tras la feria en El Reino aun creaba una enorme brecha de ausencia, el ambiente era… extraño. Enid, Tara, Tammy Rose, DJ… cada uno de esos nombres era un hueco enorme en las mesas a la hora de comer, en las conversaciones, en los corazones. Todos en la colonia sobre la colina intentaban sobreponerse a la tristeza, esa que todavia perduraba. Y, para huir de ese ambiente y cambiar de aires, Magna había decidido unirse a la comitiva que llevaría un par de carros a Alejandría. Miko no estaba demasiado contenta con aquella decisión por parte de Magna, había mucho que arreglar en Hilltop, decía. -Si no salgo de aquí, al menos un par de dias, me pegaré un tiro, Miko…- expresó Magna mientras preparaba una mochila como improvisado equipaje. -Buena suerte, no tenemos balas, ¿recuerdas? -le dijo la morena mientras Magna ya cerraba y aseguraba las hebillas de la mochila. Magna, por su parte, rodó los ojos y giró el rostro para mirar a su novia. -Te prometo que volveré antes de que tengas tiempo de echarme de menos… Además, tendrás la cama para ti sola. Yo probablemente tenga que compartir cuarto con Judith -bromeó Magna. Miko sonrió, le había hecho gracia el comentario. -Por suerte te entiendes bien con los niños… -respondió mientras llevaba una mano a la mejilla de Magna- Una semana, es el máximo de tiempo que te doy. Si no vuelves antes, saldré para traerte de la oreja. Magna negó con la cabeza y se acercó a besar a la morena. -Me tendrás aquí en menos tiempo, prometido. ㅤㅤㅤ▬▬▬ Un día después la comitiva de Hilltop formada por Ezekiel, Marco, Cal, Magna, Luke y Marlene llegaba a las puertas de Alejandría donde Scott les abrió la puerta, saludándolos efusivamente, contento de verlos de nuevo. Aun recordaba la primera vez que atravesó las puertas de aquella comunidad. Habían peleado con los muertos durante todo un día, estaban exhaustos y Miko herida cuando Judith los encontró. Una inevitable sonrisa de divertida nostalgia asomó a sus labios casi visualizando aquel día. Las miradas incomodas, el Consejo, Michonne y su propia terquedad que casi les cuesta la expulsión. Ahora podía reírse de aquello con las personas implicadas. Ahora eran familia. Nombres que antes eran desconocidos como Aaron, Gabriel, Michonne, Laura, Siddiq o Judith, ahora simbolizaban hogar. Un lugar al que volver y saber que serias recibido con los brazos abiertos. Saludaron rápidamente a Scott sin descender de los carros antes de que estos pasaran hasta el interior de la comunidad. Los alejandrinos que trabajaban en huertos, carpintería o herrería se detenían a mirarlos al pasar y los saludaban con camaradería desde sus puestos de trabajo. Definitivamente aquello era un poco de paz en mitad de todo el caos del mundo exterior… Un oasis. Antes de descender del carro, Magna divisó a Aaron, Judith y Gracie acercándose a los carros. Las dos niñas corrían entusiasmadas hacia los carros y Aaron los saludaba con su mano diestra. -¡Hola, Magna! -saludó Judith con entusiasmo cuando los pies de la pelirroja pisaron el suelo. Inmediatamente la niña se abrazó a su cintura. -¡Jud! ¡Caramba! Cada día estás más alta -respondió Magna rodeando a Judith con un brazo- Hola, Gracie -saludó a la niña rubia parada delante de ella- Os he traído un regalo recién recogido de Hilltop. Judith se apartó y Magna internó una mano en una de las cestas para sacar algunos melocotones. Dio uno a cada niña, y aquel regalo fue respondido en forma de agradecimientos entusiasmados y abrazos. -Ahora, ayudad a Luke a bajar las cajas. ¿Creéis que podréis? -preguntó Magna. -¡Si! -respondió Judith. -¡Vamos, Jud! -exclamó Gracie y ambas corrieron al final del carro. Magna alzó la mirada hacia Aaron. -Para ti también hay regalo, papá -sonrió ella lanzándole suavemente un melocotón y acercándose luego a abrazarle. Tuvo que ponerse de puntillas para poder llegar a su cuello ya que Aaron era un tío enorme- Hola -sonrió- Earl quiere que os diga que estas son sus últimas herraduras…-informó al separarse- No habrá herraduras nuevas hasta que encontremos más chatarra. Alden queria salir hoy a aquel centro comercial cerca de la autopista… -se percató entonces de que en su prótesis zurda llevaba su lucero del alba, así que lo señaló con una mano- ¿Vas a salir? ¿Quieres que te acompañe? Quizás podemos encontrar algo de caza… #Personajes3D #3D #Comunidad3D #TheWalkingDead psd: psd 53 by tuschen ㅤ
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    El combate de las dos hijas del Caos

    Había entrenado a solas con Arc.
    Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas.
    Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido.

    Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza.

    Albedo:
    —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte.

    La esquina de mi ojo tiembla.
    Mi orgullo también.

    Lili:
    —¿A quién llamas enana… descerebrada?

    Una vena se le marca en la frente.
    Y se ríe.
    Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado.

    Albedo:
    —¿Quieres que peleemos, enana?

    Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel.
    Mis huesos crujen.
    Escamas nacen.
    La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado.

    Albedo no se queda atrás.
    Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal.
    Dientes afilados.
    Músculos tensos.
    Una bestia lista para destrozar.

    Dentro de mí, la dragona resopla con desdén.

    Arc (en mi interior):
    —Engreída…

    Y entonces su voz se apaga.
    Como una llama extinguida por el viento.

    “Muéstrame de qué eres capaz.”

    Y… me destransformo.

    Totalmente.
    Sin protección.
    Sin escamas.
    Sin fuego.

    Lili (murmurando en Tharésh'Kael):
    —No me hagas esto… dragona loca…

    Albedo gruñe, encantada.

    Albedo:
    —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme.

    Lili:
    —No me hace falta… soy más rápida que tú.

    El aire vibra.
    Salto.
    Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero.

    No retrocede ni un milímetro.

    Ni. Uno.

    Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna.
    La agarra como si fuera un palo de escoba.

    Y me estampa contra el suelo.

    El impacto me corta el aire.
    Las costillas crujen.

    Y sin darme un segundo, me pisa el pecho.
    Me hunde en la tierra.
    Presiona.
    Y presiona.
    Y presiona.

    Siento cómo mis costillas se rompen.
    Cómo las astillas se clavan en mis pulmones.
    La sangre sube por mi garganta.

    No puedo respirar.
    No puedo moverme.
    Los ojos se me ponen en blanco.

    Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho.

    Por primera vez.

    La sombra.

    Veythra.

    Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego.

    Veythra (en mi interior):
    —Levanta, princesa del Caos.
    —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos.

    Mi cuerpo se recompone en un latido.
    Las costillas vuelven a su sitio.
    La sangre retrocede.
    El dolor se apaga.

    Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto.

    Y entonces ocurre.

    Del costado de mi cuerpo nace una sombra.
    Una copia perfecta de Albedo.
    Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras.

    La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella.
    El choque es brutal.
    Las dos formas se despedazan.

    Pero Albedo…
    La verdadera…
    Es demasiado.

    La hace pedazos.

    La machaca.

    Y yo…

    Yo no entiendo nada.

    Lili:
    —Basta…

    Retrocedo.
    Me aparto temblando.
    Mis pies dan un paso, luego otro.

    Y echo a correr.

    Huyo.
    Del combate.
    De Albedo.
    De Arc.
    De Veythra.
    De mí misma.

    Detrás, escucho su risa ronca.

    Albedo:
    —Ahora se ponía divertido…
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El combate de las dos hijas del Caos Había entrenado a solas con Arc. Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas. Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido. Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza. Albedo: —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte. La esquina de mi ojo tiembla. Mi orgullo también. Lili: —¿A quién llamas enana… descerebrada? Una vena se le marca en la frente. Y se ríe. Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado. Albedo: —¿Quieres que peleemos, enana? Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel. Mis huesos crujen. Escamas nacen. La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado. Albedo no se queda atrás. Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal. Dientes afilados. Músculos tensos. Una bestia lista para destrozar. Dentro de mí, la dragona resopla con desdén. Arc (en mi interior): —Engreída… Y entonces su voz se apaga. Como una llama extinguida por el viento. “Muéstrame de qué eres capaz.” Y… me destransformo. Totalmente. Sin protección. Sin escamas. Sin fuego. Lili (murmurando en Tharésh'Kael): —No me hagas esto… dragona loca… Albedo gruñe, encantada. Albedo: —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme. Lili: —No me hace falta… soy más rápida que tú. El aire vibra. Salto. Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero. No retrocede ni un milímetro. Ni. Uno. Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna. La agarra como si fuera un palo de escoba. Y me estampa contra el suelo. El impacto me corta el aire. Las costillas crujen. Y sin darme un segundo, me pisa el pecho. Me hunde en la tierra. Presiona. Y presiona. Y presiona. Siento cómo mis costillas se rompen. Cómo las astillas se clavan en mis pulmones. La sangre sube por mi garganta. No puedo respirar. No puedo moverme. Los ojos se me ponen en blanco. Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho. Por primera vez. La sombra. Veythra. Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego. Veythra (en mi interior): —Levanta, princesa del Caos. —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos. Mi cuerpo se recompone en un latido. Las costillas vuelven a su sitio. La sangre retrocede. El dolor se apaga. Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto. Y entonces ocurre. Del costado de mi cuerpo nace una sombra. Una copia perfecta de Albedo. Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras. La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella. El choque es brutal. Las dos formas se despedazan. Pero Albedo… La verdadera… Es demasiado. La hace pedazos. La machaca. Y yo… Yo no entiendo nada. Lili: —Basta… Retrocedo. Me aparto temblando. Mis pies dan un paso, luego otro. Y echo a correr. Huyo. Del combate. De Albedo. De Arc. De Veythra. De mí misma. Detrás, escucho su risa ronca. Albedo: —Ahora se ponía divertido…
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    El combate de las dos hijas del Caos

    Había entrenado a solas con Arc.
    Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas.
    Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido.

    Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza.

    Albedo:
    —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte.

    La esquina de mi ojo tiembla.
    Mi orgullo también.

    Lili:
    —¿A quién llamas enana… descerebrada?

    Una vena se le marca en la frente.
    Y se ríe.
    Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado.

    Albedo:
    —¿Quieres que peleemos, enana?

    Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel.
    Mis huesos crujen.
    Escamas nacen.
    La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado.

    Albedo no se queda atrás.
    Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal.
    Dientes afilados.
    Músculos tensos.
    Una bestia lista para destrozar.

    Dentro de mí, la dragona resopla con desdén.

    Arc (en mi interior):
    —Engreída…

    Y entonces su voz se apaga.
    Como una llama extinguida por el viento.

    “Muéstrame de qué eres capaz.”

    Y… me destransformo.

    Totalmente.
    Sin protección.
    Sin escamas.
    Sin fuego.

    Lili (murmurando en Tharésh'Kael):
    —No me hagas esto… dragona loca…

    Albedo gruñe, encantada.

    Albedo:
    —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme.

    Lili:
    —No me hace falta… soy más rápida que tú.

    El aire vibra.
    Salto.
    Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero.

    No retrocede ni un milímetro.

    Ni. Uno.

    Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna.
    La agarra como si fuera un palo de escoba.

    Y me estampa contra el suelo.

    El impacto me corta el aire.
    Las costillas crujen.

    Y sin darme un segundo, me pisa el pecho.
    Me hunde en la tierra.
    Presiona.
    Y presiona.
    Y presiona.

    Siento cómo mis costillas se rompen.
    Cómo las astillas se clavan en mis pulmones.
    La sangre sube por mi garganta.

    No puedo respirar.
    No puedo moverme.
    Los ojos se me ponen en blanco.

    Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho.

    Por primera vez.

    La sombra.

    Veythra.

    Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego.

    Veythra (en mi interior):
    —Levanta, princesa del Caos.
    —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos.

    Mi cuerpo se recompone en un latido.
    Las costillas vuelven a su sitio.
    La sangre retrocede.
    El dolor se apaga.

    Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto.

    Y entonces ocurre.

    Del costado de mi cuerpo nace una sombra.
    Una copia perfecta de Albedo.
    Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras.

    La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella.
    El choque es brutal.
    Las dos formas se despedazan.

    Pero Albedo…
    La verdadera…
    Es demasiado.

    La hace pedazos.

    La machaca.

    Y yo…

    Yo no entiendo nada.

    Lili:
    —Basta…

    Retrocedo.
    Me aparto temblando.
    Mis pies dan un paso, luego otro.

    Y echo a correr.

    Huyo.
    Del combate.
    De Albedo.
    De Arc.
    De Veythra.
    De mí misma.

    Detrás, escucho su risa ronca.

    Albedo:
    —Ahora se ponía divertido…
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    El combate de las dos hijas del Caos

    Había entrenado a solas con Arc.
    Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas.
    Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido.

    Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza.

    Albedo:
    —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte.

    La esquina de mi ojo tiembla.
    Mi orgullo también.

    Lili:
    —¿A quién llamas enana… descerebrada?

    Una vena se le marca en la frente.
    Y se ríe.
    Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado.

    Albedo:
    —¿Quieres que peleemos, enana?

    Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel.
    Mis huesos crujen.
    Escamas nacen.
    La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado.

    Albedo no se queda atrás.
    Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal.
    Dientes afilados.
    Músculos tensos.
    Una bestia lista para destrozar.

    Dentro de mí, la dragona resopla con desdén.

    Arc (en mi interior):
    —Engreída…

    Y entonces su voz se apaga.
    Como una llama extinguida por el viento.

    “Muéstrame de qué eres capaz.”

    Y… me destransformo.

    Totalmente.
    Sin protección.
    Sin escamas.
    Sin fuego.

    Lili (murmurando en Tharésh'Kael):
    —No me hagas esto… dragona loca…

    Albedo gruñe, encantada.

    Albedo:
    —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme.

    Lili:
    —No me hace falta… soy más rápida que tú.

    El aire vibra.
    Salto.
    Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero.

    No retrocede ni un milímetro.

    Ni. Uno.

    Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna.
    La agarra como si fuera un palo de escoba.

    Y me estampa contra el suelo.

    El impacto me corta el aire.
    Las costillas crujen.

    Y sin darme un segundo, me pisa el pecho.
    Me hunde en la tierra.
    Presiona.
    Y presiona.
    Y presiona.

    Siento cómo mis costillas se rompen.
    Cómo las astillas se clavan en mis pulmones.
    La sangre sube por mi garganta.

    No puedo respirar.
    No puedo moverme.
    Los ojos se me ponen en blanco.

    Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho.

    Por primera vez.

    La sombra.

    Veythra.

    Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego.

    Veythra (en mi interior):
    —Levanta, princesa del Caos.
    —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos.

    Mi cuerpo se recompone en un latido.
    Las costillas vuelven a su sitio.
    La sangre retrocede.
    El dolor se apaga.

    Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto.

    Y entonces ocurre.

    Del costado de mi cuerpo nace una sombra.
    Una copia perfecta de Albedo.
    Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras.

    La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella.
    El choque es brutal.
    Las dos formas se despedazan.

    Pero Albedo…
    La verdadera…
    Es demasiado.

    La hace pedazos.

    La machaca.

    Y yo…

    Yo no entiendo nada.

    Lili:
    —Basta…

    Retrocedo.
    Me aparto temblando.
    Mis pies dan un paso, luego otro.

    Y echo a correr.

    Huyo.
    Del combate.
    De Albedo.
    De Arc.
    De Veythra.
    De mí misma.

    Detrás, escucho su risa ronca.

    Albedo:
    —Ahora se ponía divertido…
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El combate de las dos hijas del Caos Había entrenado a solas con Arc. Había invocado su armadura dracónica, sentido sus escamas abrazar mis huesos, su fuego pulsar en mis venas. Y aún así… me acerqué a Albedo con el corazón latiendo demasiado rápido. Ella levantó la vista, con esa arrogancia suya que siempre roza la amenaza. Albedo: —Hola, enana. Será mejor que te apartes. Estoy entrenando y podrías lastimarte. La esquina de mi ojo tiembla. Mi orgullo también. Lili: —¿A quién llamas enana… descerebrada? Una vena se le marca en la frente. Y se ríe. Se ríe mientras aprieta el puño y revienta una barra de metal como si fuera papel mojado. Albedo: —¿Quieres que peleemos, enana? Respiro hondo y dejo que Arc tome mi piel. Mis huesos crujen. Escamas nacen. La armadura dracónica cubre mi cuerpo con un brillo lunar-azulado. Albedo no se queda atrás. Se transforma en la Orca Brutal, su forma de fuerza descomunal. Dientes afilados. Músculos tensos. Una bestia lista para destrozar. Dentro de mí, la dragona resopla con desdén. Arc (en mi interior): —Engreída… Y entonces su voz se apaga. Como una llama extinguida por el viento. “Muéstrame de qué eres capaz.” Y… me destransformo. Totalmente. Sin protección. Sin escamas. Sin fuego. Lili (murmurando en Tharésh'Kael): —No me hagas esto… dragona loca… Albedo gruñe, encantada. Albedo: —Será mejor que vayas con todo. No voy a contenerme. Lili: —No me hace falta… soy más rápida que tú. El aire vibra. Salto. Le pateo el cuello en un golpe limpio, certero. No retrocede ni un milímetro. Ni. Uno. Antes de entender qué ha pasado, me atrapa la pierna. La agarra como si fuera un palo de escoba. Y me estampa contra el suelo. El impacto me corta el aire. Las costillas crujen. Y sin darme un segundo, me pisa el pecho. Me hunde en la tierra. Presiona. Y presiona. Y presiona. Siento cómo mis costillas se rompen. Cómo las astillas se clavan en mis pulmones. La sangre sube por mi garganta. No puedo respirar. No puedo moverme. Los ojos se me ponen en blanco. Y en ese filo entre vivir y morir… la escucho. Por primera vez. La sombra. Veythra. Su voz en Tharésh'Kael me atraviesa como una columna de hielo y fuego. Veythra (en mi interior): —Levanta, princesa del Caos. —Hija de Jennifer… yo te mostraré el auténtico poder del Caos. Mi cuerpo se recompone en un latido. Las costillas vuelven a su sitio. La sangre retrocede. El dolor se apaga. Agarro el pie de Albedo con fuerza nueva… pero ella sigue siendo más fuerte. Me zafa como si fuera un insecto. Y entonces ocurre. Del costado de mi cuerpo nace una sombra. Una copia perfecta de Albedo. Una Albedo oscura, hecha de tinieblas puras. La sombra-orca ruge y se abalanza sobre ella. El choque es brutal. Las dos formas se despedazan. Pero Albedo… La verdadera… Es demasiado. La hace pedazos. La machaca. Y yo… Yo no entiendo nada. Lili: —Basta… Retrocedo. Me aparto temblando. Mis pies dan un paso, luego otro. Y echo a correr. Huyo. Del combate. De Albedo. De Arc. De Veythra. De mí misma. Detrás, escucho su risa ronca. Albedo: —Ahora se ponía divertido…
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    El campo de entrenamiento

    El aire aquí es más frío.
    Más claro.
    Más fácil de respirar.

    Me planto en el centro, cierro los ojos y murmuro en Tharésh'Kael, dejando que el idioma del Caos fluya sin pensar:

    —Arc… ¿cómo destruimos a la sombra?

    La respuesta no es palabra.
    Es un rugido interior.

    Arc se revuelve dentro de mi alma, serpenteando alrededor de mis emociones, furiosa por algo que no entiendo.

    Arc:
    “Deja de autocompadecerte.”
    “No podemos destruir a Veythra.”
    “Es parte del legado Queen.”
    “Ni podrías aunque quisieras…”

    Abro los ojos de golpe.

    —¿Veythra…? ¿La sombra tiene nombre?

    La dragona respira dentro de mí.
    Su fuego recorre mis costillas.

    Arc:
    “A su debido tiempo, hija de Jennifer.”
    “Primero quiero ver cómo te desenvuelves en combate.”

    Siento un tirón brusco en mi cuello, como si alguien invisible me obligara a mirar. Me giro sin querer.

    Y ahí está.

    Albedo.

    De pie en la arena del campo de entrenamiento Queen.
    Inmóvil.
    Casi expectante.
    Con esa presencia fría, blanca, impecable.

    Levanto la barbilla.
    La sombra detrás de mis ojos sonríe.
    El dragón se prepara.

    —Tst…
    De acuerdo.
    Será pan comido.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El aire aquí es más frío. Más claro. Más fácil de respirar. Me planto en el centro, cierro los ojos y murmuro en Tharésh'Kael, dejando que el idioma del Caos fluya sin pensar: —Arc… ¿cómo destruimos a la sombra? La respuesta no es palabra. Es un rugido interior. Arc se revuelve dentro de mi alma, serpenteando alrededor de mis emociones, furiosa por algo que no entiendo. Arc: “Deja de autocompadecerte.” “No podemos destruir a Veythra.” “Es parte del legado Queen.” “Ni podrías aunque quisieras…” Abro los ojos de golpe. —¿Veythra…? ¿La sombra tiene nombre? La dragona respira dentro de mí. Su fuego recorre mis costillas. Arc: “A su debido tiempo, hija de Jennifer.” “Primero quiero ver cómo te desenvuelves en combate.” Siento un tirón brusco en mi cuello, como si alguien invisible me obligara a mirar. Me giro sin querer. Y ahí está. Albedo. De pie en la arena del campo de entrenamiento Queen. Inmóvil. Casi expectante. Con esa presencia fría, blanca, impecable. Levanto la barbilla. La sombra detrás de mis ojos sonríe. El dragón se prepara. —Tst… De acuerdo. Será pan comido.
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    El campo de entrenamiento

    El aire aquí es más frío.
    Más claro.
    Más fácil de respirar.

    Me planto en el centro, cierro los ojos y murmuro en Tharésh'Kael, dejando que el idioma del Caos fluya sin pensar:

    —Arc… ¿cómo destruimos a la sombra?

    La respuesta no es palabra.
    Es un rugido interior.

    Arc se revuelve dentro de mi alma, serpenteando alrededor de mis emociones, furiosa por algo que no entiendo.

    Arc:
    “Deja de autocompadecerte.”
    “No podemos destruir a Veythra.”
    “Es parte del legado Queen.”
    “Ni podrías aunque quisieras…”

    Abro los ojos de golpe.

    —¿Veythra…? ¿La sombra tiene nombre?

    La dragona respira dentro de mí.
    Su fuego recorre mis costillas.

    Arc:
    “A su debido tiempo, hija de Jennifer.”
    “Primero quiero ver cómo te desenvuelves en combate.”

    Siento un tirón brusco en mi cuello, como si alguien invisible me obligara a mirar. Me giro sin querer.

    Y ahí está.

    Albedo.

    De pie en la arena del campo de entrenamiento Queen.
    Inmóvil.
    Casi expectante.
    Con esa presencia fría, blanca, impecable.

    Levanto la barbilla.
    La sombra detrás de mis ojos sonríe.
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    —Tst…
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    El campo de entrenamiento

    El aire aquí es más frío.
    Más claro.
    Más fácil de respirar.

    Me planto en el centro, cierro los ojos y murmuro en Tharésh'Kael, dejando que el idioma del Caos fluya sin pensar:

    —Arc… ¿cómo destruimos a la sombra?

    La respuesta no es palabra.
    Es un rugido interior.

    Arc se revuelve dentro de mi alma, serpenteando alrededor de mis emociones, furiosa por algo que no entiendo.

    Arc:
    “Deja de autocompadecerte.”
    “No podemos destruir a Veythra.”
    “Es parte del legado Queen.”
    “Ni podrías aunque quisieras…”

    Abro los ojos de golpe.

    —¿Veythra…? ¿La sombra tiene nombre?

    La dragona respira dentro de mí.
    Su fuego recorre mis costillas.

    Arc:
    “A su debido tiempo, hija de Jennifer.”
    “Primero quiero ver cómo te desenvuelves en combate.”

    Siento un tirón brusco en mi cuello, como si alguien invisible me obligara a mirar. Me giro sin querer.

    Y ahí está.

    Albedo.

    De pie en la arena del campo de entrenamiento Queen.
    Inmóvil.
    Casi expectante.
    Con esa presencia fría, blanca, impecable.

    Levanto la barbilla.
    La sombra detrás de mis ojos sonríe.
    El dragón se prepara.

    —Tst…
    De acuerdo.
    Será pan comido.
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    Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

    La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

    Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

    Ayane:
    —Akane… qué alegría verte, cielo.

    Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

    Akane:
    —Buenos días, mis lunas.

    Lili:
    —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

    Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


    ---

    En mi habitación

    Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
    Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

    Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


    ---

    Las transformaciones de Akane

    Akane:
    —Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
    La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
    Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

    La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

    Akane:
    —Luego vino la ogresa.
    —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
    —Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

    Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

    Akane:
    —Pero no me quedé así.
    Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
    —La Oni Lunar.
    Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

    Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

    Lili:
    —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

    Akane asiente.

    Akane:
    —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
    —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
    —Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
    —Por eso él… está suelto ahora.

    Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
    Es el momento. Debo decírselo.


    ---

    Mi confesión sobre Oz

    Lili:
    —Akane…
    —Oz me dijo que ha cambiado.

    Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

    Lili:
    —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
    —Que no quiere arrebatarle nada.
    —Que se apartará para dejarla reinar.
    —Y… y que ahora es mi maestro.
    —Mi papi.

    Akane deja de respirar por un segundo.
    Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

    Akane:
    —¿Papi, hm?
    —Qué palabra tan grande, pequeña luna.

    Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


    ---

    Las pesadillas

    Lili:
    —He soñado cosas raras.
    —Pesadas.
    —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
    —No sé qué me pasa.

    Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

    Akane:
    —Lili…
    —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
    —Pero no estás sola, ¿sí?
    —Y no estás rota.

    Lili:
    —¿Te… te lo parece?

    Ella me besa la frente.

    Akane:
    —Me lo dice tu luna.

    No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
    Algo que no quiere que yo cargue todavía.

    Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

    Nos reímos.
    Jugamos a ver formas en el techo.
    Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
    Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

    Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo. Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla. Ayane: —Akane… qué alegría verte, cielo. Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto. Akane: —Buenos días, mis lunas. Lili: —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón! Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada. --- En mi habitación Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación. Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo. Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace. --- Las transformaciones de Akane Akane: —Lo primero que apareció en mí fue la goblina. La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo. Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida. La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida. Akane: —Luego vino la ogresa. —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver. —Era enorme. Poderosa. Y muy sola. Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada. Akane: —Pero no me quedé así. Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo. —La Oni Lunar. Mi forma favorita. Mi forma verdadera. Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada. Lili: —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer? Akane asiente. Akane: —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también. —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló. —Y… abrió una grieta en el sello de Oz. —Por eso él… está suelto ahora. Su voz cae un poco. Yo trago saliva. Es el momento. Debo decírselo. --- Mi confesión sobre Oz Lili: —Akane… —Oz me dijo que ha cambiado. Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen. Lili: —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho. —Que no quiere arrebatarle nada. —Que se apartará para dejarla reinar. —Y… y que ahora es mi maestro. —Mi papi. Akane deja de respirar por un segundo. Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme. Akane: —¿Papi, hm? —Qué palabra tan grande, pequeña luna. Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan. --- Las pesadillas Lili: —He soñado cosas raras. —Pesadas. —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados. —No sé qué me pasa. Akane me toma la cara entre las manos, despacio. Akane: —Lili… —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero. —Pero no estás sola, ¿sí? —Y no estás rota. Lili: —¿Te… te lo parece? Ella me besa la frente. Akane: —Me lo dice tu luna. No añade más. Lo noto: algo la preocupa. Algo que no quiere que yo cargue todavía. Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías. Nos reímos. Jugamos a ver formas en el techo. Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola. Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes. Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

    La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

    Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

    Ayane:
    —Akane… qué alegría verte, cielo.

    Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

    Akane:
    —Buenos días, mis lunas.

    Lili:
    —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

    Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


    ---

    En mi habitación

    Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
    Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

    Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


    ---

    Las transformaciones de Akane

    Akane:
    —Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
    La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
    Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

    La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

    Akane:
    —Luego vino la ogresa.
    —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
    —Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

    Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

    Akane:
    —Pero no me quedé así.
    Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
    —La Oni Lunar.
    Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

    Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

    Lili:
    —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

    Akane asiente.

    Akane:
    —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
    —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
    —Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
    —Por eso él… está suelto ahora.

    Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
    Es el momento. Debo decírselo.


    ---

    Mi confesión sobre Oz

    Lili:
    —Akane…
    —Oz me dijo que ha cambiado.

    Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

    Lili:
    —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
    —Que no quiere arrebatarle nada.
    —Que se apartará para dejarla reinar.
    —Y… y que ahora es mi maestro.
    —Mi papi.

    Akane deja de respirar por un segundo.
    Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

    Akane:
    —¿Papi, hm?
    —Qué palabra tan grande, pequeña luna.

    Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


    ---

    Las pesadillas

    Lili:
    —He soñado cosas raras.
    —Pesadas.
    —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
    —No sé qué me pasa.

    Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

    Akane:
    —Lili…
    —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
    —Pero no estás sola, ¿sí?
    —Y no estás rota.

    Lili:
    —¿Te… te lo parece?

    Ella me besa la frente.

    Akane:
    —Me lo dice tu luna.

    No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
    Algo que no quiere que yo cargue todavía.

    Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

    Nos reímos.
    Jugamos a ver formas en el techo.
    Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
    Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

    Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
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    Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

    La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

    Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

    Ayane:
    —Akane… qué alegría verte, cielo.

    Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

    Akane:
    —Buenos días, mis lunas.

    Lili:
    —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

    Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


    ---

    En mi habitación

    Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
    Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

    Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


    ---

    Las transformaciones de Akane

    Akane:
    —Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
    La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
    Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

    La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

    Akane:
    —Luego vino la ogresa.
    —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
    —Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

    Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

    Akane:
    —Pero no me quedé así.
    Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
    —La Oni Lunar.
    Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

    Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

    Lili:
    —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

    Akane asiente.

    Akane:
    —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
    —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
    —Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
    —Por eso él… está suelto ahora.

    Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
    Es el momento. Debo decírselo.


    ---

    Mi confesión sobre Oz

    Lili:
    —Akane…
    —Oz me dijo que ha cambiado.

    Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

    Lili:
    —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
    —Que no quiere arrebatarle nada.
    —Que se apartará para dejarla reinar.
    —Y… y que ahora es mi maestro.
    —Mi papi.

    Akane deja de respirar por un segundo.
    Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

    Akane:
    —¿Papi, hm?
    —Qué palabra tan grande, pequeña luna.

    Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


    ---

    Las pesadillas

    Lili:
    —He soñado cosas raras.
    —Pesadas.
    —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
    —No sé qué me pasa.

    Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

    Akane:
    —Lili…
    —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
    —Pero no estás sola, ¿sí?
    —Y no estás rota.

    Lili:
    —¿Te… te lo parece?

    Ella me besa la frente.

    Akane:
    —Me lo dice tu luna.

    No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
    Algo que no quiere que yo cargue todavía.

    Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

    Nos reímos.
    Jugamos a ver formas en el techo.
    Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
    Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

    Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo. Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla. Ayane: —Akane… qué alegría verte, cielo. Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto. Akane: —Buenos días, mis lunas. Lili: —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón! Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada. --- En mi habitación Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación. Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo. Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace. --- Las transformaciones de Akane Akane: —Lo primero que apareció en mí fue la goblina. La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo. Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida. La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida. Akane: —Luego vino la ogresa. —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver. —Era enorme. Poderosa. Y muy sola. Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada. Akane: —Pero no me quedé así. Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo. —La Oni Lunar. Mi forma favorita. Mi forma verdadera. Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada. Lili: —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer? Akane asiente. Akane: —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también. —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló. —Y… abrió una grieta en el sello de Oz. —Por eso él… está suelto ahora. Su voz cae un poco. Yo trago saliva. Es el momento. Debo decírselo. --- Mi confesión sobre Oz Lili: —Akane… —Oz me dijo que ha cambiado. Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen. Lili: —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho. —Que no quiere arrebatarle nada. —Que se apartará para dejarla reinar. —Y… y que ahora es mi maestro. —Mi papi. Akane deja de respirar por un segundo. Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme. Akane: —¿Papi, hm? —Qué palabra tan grande, pequeña luna. Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan. --- Las pesadillas Lili: —He soñado cosas raras. —Pesadas. —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados. —No sé qué me pasa. Akane me toma la cara entre las manos, despacio. Akane: —Lili… —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero. —Pero no estás sola, ¿sí? —Y no estás rota. Lili: —¿Te… te lo parece? Ella me besa la frente. Akane: —Me lo dice tu luna. No añade más. Lo noto: algo la preocupa. Algo que no quiere que yo cargue todavía. Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías. Nos reímos. Jugamos a ver formas en el techo. Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola. Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes. Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
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  • — La luz tenue del atardecer apenas lograba perforar la pesada atmósfera de la sala del trono. Artoria, ataviada con su armadura de combate, pero con la capa de piel cubriendo sus hombros para resguardarse del frío que comenzaba a calar, se encontraba reclinada en su asiento. No era el trono formal, sino una silla auxiliar más cómoda, diseñada para los momentos de reflexión o de espera.
    ​Sus ojos, un matiz melancólico de azul, observaban un punto indefinido en la distancia, perdidos en pensamientos que solo ella conocía. El brillo metálico de su armadura, pulida hasta el extremo, contrastaba con la suavidad de la piel de su capa, creando un aura de fuerza y, a la vez, de una cierta vulnerabilidad oculta.
    ​Un leve suspiro escapó de sus labios. La corona, siempre presente, parecía pesar más de lo habitual esta noche. Las decisiones del día, las preocupaciones por el reino y las cargas de su destino se agolpaban en su mente. A pesar de la imponente presencia que irradiaba, había un instante de quietud, una pausa en la eterna vigilancia de la realeza. La imagen de la monarca guerrera, en un raro momento de introspección, llenaba la sala, silenciosa y majestuosa.—
    — La luz tenue del atardecer apenas lograba perforar la pesada atmósfera de la sala del trono. Artoria, ataviada con su armadura de combate, pero con la capa de piel cubriendo sus hombros para resguardarse del frío que comenzaba a calar, se encontraba reclinada en su asiento. No era el trono formal, sino una silla auxiliar más cómoda, diseñada para los momentos de reflexión o de espera. ​Sus ojos, un matiz melancólico de azul, observaban un punto indefinido en la distancia, perdidos en pensamientos que solo ella conocía. El brillo metálico de su armadura, pulida hasta el extremo, contrastaba con la suavidad de la piel de su capa, creando un aura de fuerza y, a la vez, de una cierta vulnerabilidad oculta. ​Un leve suspiro escapó de sus labios. La corona, siempre presente, parecía pesar más de lo habitual esta noche. Las decisiones del día, las preocupaciones por el reino y las cargas de su destino se agolpaban en su mente. A pesar de la imponente presencia que irradiaba, había un instante de quietud, una pausa en la eterna vigilancia de la realeza. La imagen de la monarca guerrera, en un raro momento de introspección, llenaba la sala, silenciosa y majestuosa.—
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    El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul

    —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda.
    Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño.
    Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos.

    Me río.
    Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven.

    Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías.
    Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua.
    Y me gusta.

    Mi sonrisa deja de ser humana.
    Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora.

    Le voy a arrancar la sonrisa a Akane.

    Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida.
    Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros.
    Nuestra mirada se cruza:
    la mía, vacía y devoradora,
    la suya, firme pero herida por lo que ve.

    Esa fracción de segundo dura una eternidad.

    Ataco otra vez.
    Y otra.
    Y otra.

    Soy rápida, sí.
    Letal, sí.
    Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro.

    Es entonces cuando Akane deja de contenerse.

    Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka.
    Ese combate que marcó a ambas.
    Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio.

    Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer:

    Dominar.
    Someter.
    Destruir.
    Amar.

    Akane respira profundo y su cuerpo cambia.

    Sus músculos se tensan.
    Sus venas brillan bajo la piel.
    Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha.
    Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre.

    Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul.
    Imponente.
    Hermosa.
    Peligrosa.

    Pero no retrocede.

    Me deja alcanzarla.

    Mis uñas rasgan su piel.
    Mis colmillos buscan su cuello.
    Mi instinto ruge hambre, furia, caos.

    La muerdo.
    La araño.
    Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma.

    Y ella…

    Me abraza.

    Me sostiene.

    Me arropa con sus alas azules.
    Con sus brazos firmes.
    Con su calor.
    Con su fuerza.

    Me acuna.
    Me mece.
    Me susurra.
    Me besa la cabeza.

    Y todo el odio se rompe como cristal.

    Mi corazón se detiene un instante.
    La sombra se deshace, humeante.
    Mis garras se retraen.
    Mi mandíbula tiembla.

    Y sólo quedo yo.

    Yo.
    Lili.

    Pequeña.
    Humana.
    Temblando entre los brazos de Akane.

    Y lloro.

    Lloro como si me desgarraran desde dentro.
    Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira.
    Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón.

    Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice:

    Akane:
    No permitas NUNCA que nadie te vea llorar.
    Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así…

    Tú no eres presa, Lili.
    Eres hija de Reinas.

    —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar—

    Sólo tus madres pueden abrazarte así…
    Y yo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda. Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño. Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos. Me río. Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven. Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías. Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua. Y me gusta. Mi sonrisa deja de ser humana. Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora. Le voy a arrancar la sonrisa a Akane. Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida. Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros. Nuestra mirada se cruza: la mía, vacía y devoradora, la suya, firme pero herida por lo que ve. Esa fracción de segundo dura una eternidad. Ataco otra vez. Y otra. Y otra. Soy rápida, sí. Letal, sí. Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro. Es entonces cuando Akane deja de contenerse. Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka. Ese combate que marcó a ambas. Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio. Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer: Dominar. Someter. Destruir. Amar. Akane respira profundo y su cuerpo cambia. Sus músculos se tensan. Sus venas brillan bajo la piel. Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha. Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre. Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul. Imponente. Hermosa. Peligrosa. Pero no retrocede. Me deja alcanzarla. Mis uñas rasgan su piel. Mis colmillos buscan su cuello. Mi instinto ruge hambre, furia, caos. La muerdo. La araño. Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma. Y ella… Me abraza. Me sostiene. Me arropa con sus alas azules. Con sus brazos firmes. Con su calor. Con su fuerza. Me acuna. Me mece. Me susurra. Me besa la cabeza. Y todo el odio se rompe como cristal. Mi corazón se detiene un instante. La sombra se deshace, humeante. Mis garras se retraen. Mi mandíbula tiembla. Y sólo quedo yo. Yo. Lili. Pequeña. Humana. Temblando entre los brazos de Akane. Y lloro. Lloro como si me desgarraran desde dentro. Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira. Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón. Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice: Akane: No permitas NUNCA que nadie te vea llorar. Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así… Tú no eres presa, Lili. Eres hija de Reinas. —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar— Sólo tus madres pueden abrazarte así… Y yo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Azuka 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫 Yokin

    El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul

    —Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda.
    Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño.
    Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos.

    Me río.
    Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven.

    Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías.
    Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua.
    Y me gusta.

    Mi sonrisa deja de ser humana.
    Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora.

    Le voy a arrancar la sonrisa a Akane.

    Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida.
    Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros.
    Nuestra mirada se cruza:
    la mía, vacía y devoradora,
    la suya, firme pero herida por lo que ve.

    Esa fracción de segundo dura una eternidad.

    Ataco otra vez.
    Y otra.
    Y otra.

    Soy rápida, sí.
    Letal, sí.
    Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro.

    Es entonces cuando Akane deja de contenerse.

    Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka.
    Ese combate que marcó a ambas.
    Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio.

    Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer:

    Dominar.
    Someter.
    Destruir.
    Amar.

    Akane respira profundo y su cuerpo cambia.

    Sus músculos se tensan.
    Sus venas brillan bajo la piel.
    Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha.
    Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre.

    Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul.
    Imponente.
    Hermosa.
    Peligrosa.

    Pero no retrocede.

    Me deja alcanzarla.

    Mis uñas rasgan su piel.
    Mis colmillos buscan su cuello.
    Mi instinto ruge hambre, furia, caos.

    La muerdo.
    La araño.
    Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma.

    Y ella…

    Me abraza.

    Me sostiene.

    Me arropa con sus alas azules.
    Con sus brazos firmes.
    Con su calor.
    Con su fuerza.

    Me acuna.
    Me mece.
    Me susurra.
    Me besa la cabeza.

    Y todo el odio se rompe como cristal.

    Mi corazón se detiene un instante.
    La sombra se deshace, humeante.
    Mis garras se retraen.
    Mi mandíbula tiembla.

    Y sólo quedo yo.

    Yo.
    Lili.

    Pequeña.
    Humana.
    Temblando entre los brazos de Akane.

    Y lloro.

    Lloro como si me desgarraran desde dentro.
    Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira.
    Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón.

    Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice:

    Akane:
    No permitas NUNCA que nadie te vea llorar.
    Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así…

    Tú no eres presa, Lili.
    Eres hija de Reinas.

    —Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar—

    Sólo tus madres pueden abrazarte así…
    Y yo.
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