• —El mundo es de quienes encuentran balance donde sólo hay caos, de quienes forman lo inteligible con los jirones que desgarra el tirón entre el querer y el deber.
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    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz

    El mundo desaparece.
    El blanco se derrite en rojo.
    El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras.
    Todo es pintura líquida… pero vibra como carne.

    Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta.
    Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí.

    Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente.

    Hakos Baelz.

    Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo.

    —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta.

    Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios.

    Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado.

    —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad?
    Has venido a parar aquí… a mi estudio.

    Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto.

    —Relájate. No voy a matarte. Aún no.
    Primero… voy a ver cómo te ves por dentro.
    Y luego…
    quizá te rehaga un poquito.

    La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo.

    El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo.
    Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente.
    Su corazón late al ritmo del Caos.

    Y Hakos sonríe, encantada.
    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz El mundo desaparece. El blanco se derrite en rojo. El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras. Todo es pintura líquida… pero vibra como carne. Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta. Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí. Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente. Hakos Baelz. Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo. —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta. Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios. Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado. —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad? Has venido a parar aquí… a mi estudio. Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto. —Relájate. No voy a matarte. Aún no. Primero… voy a ver cómo te ves por dentro. Y luego… quizá te rehaga un poquito. La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo. El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo. Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente. Su corazón late al ritmo del Caos. Y Hakos sonríe, encantada.
    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz

    El mundo desaparece.
    El blanco se derrite en rojo.
    El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras.
    Todo es pintura líquida… pero vibra como carne.

    Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta.
    Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí.

    Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente.

    Hakos Baelz.

    Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo.

    —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta.

    Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios.

    Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado.

    —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad?
    Has venido a parar aquí… a mi estudio.

    Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto.

    —Relájate. No voy a matarte. Aún no.
    Primero… voy a ver cómo te ves por dentro.
    Y luego…
    quizá te rehaga un poquito.

    La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo.

    El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo.
    Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente.
    Su corazón late al ritmo del Caos.

    Y Hakos sonríe, encantada.
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    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido.

    Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba:
    su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez.

    Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido.

    —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres.

    Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo.

    Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse:

    «Muéstrame el corte… y déjame recordar.»

    Entonces todo ocurrió a la vez.

    Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero.
    Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba.

    Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció.

    No como espada.
    No como memoria.
    Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo.

    La grieta se cerró con un susurro de luz.

    Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.

    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido. Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba: su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez. Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido. —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres. Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo. Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse: «Muéstrame el corte… y déjame recordar.» Entonces todo ocurrió a la vez. Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero. Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba. Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció. No como espada. No como memoria. Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo. La grieta se cerró con un susurro de luz. Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.
    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido.

    Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba:
    su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez.

    Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido.

    —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres.

    Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo.

    Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse:

    «Muéstrame el corte… y déjame recordar.»

    Entonces todo ocurrió a la vez.

    Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero.
    Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba.

    Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció.

    No como espada.
    No como memoria.
    Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo.

    La grieta se cerró con un susurro de luz.

    Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.

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    El mundo desaparece.
    El blanco se derrite en rojo.
    El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras.
    Todo es pintura líquida… pero vibra como carne.

    Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta.
    Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí.

    Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente.

    Hakos Baelz.

    Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo.

    —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta.

    Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios.

    Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado.

    —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad?
    Has venido a parar aquí… a mi estudio.

    Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto.

    —Relájate. No voy a matarte. Aún no.
    Primero… voy a ver cómo te ves por dentro.
    Y luego…
    quizá te rehaga un poquito.

    La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo.

    El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo.
    Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente.
    Su corazón late al ritmo del Caos.

    Y Hakos sonríe, encantada.
    Lili atrapada en el Lienzo del Caos — Hakos Baelz El mundo desaparece. El blanco se derrite en rojo. El rojo se pliega sobre sí mismo hasta formar cuadros, espirales, manchas, símbolos que cambian cada vez que los miras. Todo es pintura líquida… pero vibra como carne. Lili intenta respirar, pero el aire es espeso como tinta. Intenta moverse… pero su cuerpo está clavado en el lienzo, como si hubiera sido pintada allí. Una sombra pequeña y risueña aparece dando saltitos, dejando huellas de color que se retuercen detrás de ella como colas de serpiente. Hakos Baelz. Su silueta vibra entre caricatura y entidad primordial. Sus ojos, demasiado brillantes, lo ven todo y nada al mismo tiempo. —Ejejeje… ¿Así que tú eres la hijita que tanto se resiste a romperse? —dice mientras se inclina hacia Lili, observando su rostro atrapado entre pinceladas vivas—. Qué mona. Qué trágica. Qué… deliciosamente incorrecta. Lili fuerza un grito, pero la voz se derrama como pintura negra por sus labios. Hakos la empuja con un dedo… pero su dedo se hunde en el lienzo como si Lili fuera solo un boceto mal terminado. —Ay, Lili, Lili, Lili… —suspira fingiendo angustia—. ¿Ves lo que pasa cuando juegas con una espada que corta el hilo de la realidad? Has venido a parar aquí… a mi estudio. Levanta una brocha cuya punta palpita como un ojo abierto. —Relájate. No voy a matarte. Aún no. Primero… voy a ver cómo te ves por dentro. Y luego… quizá te rehaga un poquito. La risa de Hakos Baelz se dobla sobre sí misma, repitiéndose con ecos imposibles, como si varios futuros se rieran al mismo tiempo. El lienzo empieza a absorber a Lili más profundo. Sus brazos desaparecen bajo capas de color viviente. Su corazón late al ritmo del Caos. Y Hakos sonríe, encantada.
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    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido.

    Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba:
    su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez.

    Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido.

    —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres.

    Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo.

    Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse:

    «Muéstrame el corte… y déjame recordar.»

    Entonces todo ocurrió a la vez.

    Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero.
    Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba.

    Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció.

    No como espada.
    No como memoria.
    Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo.

    La grieta se cerró con un susurro de luz.

    Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.

    Cuando Lili cayó fuera del tiempo, perdida en un espacio donde no existían ni segundos ni direcciones, fueron Tsukumo Sana, guardiana del espacio, y Aikaterine, regente del tiempo, quienes la encontraron. La miraron con esa calma antigua de quienes sostienen el universo desde antes del primer latido. Ellas comprendieron algo que Lili aún no recordaba: su alma estaba fragmentada entre ella misma y el filo de Veythra, la espada que, durante el eclipse, había rasgado realidad y memoria a la vez. Bajo la luz inmóvil de ese lugar sin hora, Sana le ofreció una esfera de polvo cósmico donde vibraba el eco del instante perdido. —Si cruzas —le dijo— verás el momento del corte. No lo que fuiste, sino lo que eres. Aikaterine, a su lado, sostuvo el equilibrio, abriendo el camino entre los pliegues del tiempo. Lili pronunció las palabras que debían pronunciarse: «Muéstrame el corte… y déjame recordar.» Entonces todo ocurrió a la vez. Volvió al instante en que su madre Jennifer sostenía con ella la espada. El filo de Veythra vibraba, reclamando su nombre verdadero. Una risa infantil —la risa del Caos— resonó en la grieta abierta, mientras la herida entre planos se iluminaba. Y allí, en el centro del corte, Veythra apareció. No como espada. No como memoria. Sino como un espíritu incompleto, proyectado desde el borde del abismo. La grieta se cerró con un susurro de luz. Lili quedó atrapada en el sueño del lienzo del Caos y Veythra se proyecto en cuerpo y alma en el pasado.
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  • Después de la confrontación cósmica con sus compañeras del consejo, un dolor agudo y punzante se extendió por el vientre de Baelz. La punzada era feroz y alarmante. A pesar de ser madre primeriza, sabía que ignorar esa señal por más tiempo sería un error insensato

    Apretó los dientes, dominada por la urgencia, abrió un portal que la llevó al único lugar donde a nadie le importaba si era madre de pequeños seres de Caos. El mundo humano. Se pusó un gran gorro que cubria sus orejas puntiagudas y con esfuerzo, enroscó su cola para ocultarla bajo sus pantalones. Paso el portal y el olor a desinfectante la invadío al instante

    Se apoyó temblorosa en el mostrador, su rostro pálido y la respiración entrecortada. Rellenó los cientos de papeles con nombres falsos y datos irrelevantes, y paso a la camilla

    Un joven doctor entró a revisarla, el cansancio por las largas horas de trabajo era visible. Baelz estaba tensa, expectante, fingiendo calma. El doctor puso gel frío y deslizó sobre su vientre uno de esos aparatos que Baelz jamás habia visto. De repente en la pantalla aparecieron las pequeñas sombras de los fetos en movimiento

    Doctor: —¡Wow! Señora... necesito que se quede muy quieta. Esto no es normal. Hay múltiples latidos. Uno, dos, tres y cuatro pequeños. Felicidades

    Baelz casi salta de la felicidad, una chispa de orgullo caotico encendiéndose en sus ojos, hasta que la expresión del doctor se endureció

    Doctor: —Mmmm... Un momento hay un quinto.. — El médico se detuvo, señalando una pequeña sombra en la esquina de la pantalla —Es significativamente más pequeño que los demás. Su desarrollo es muy lento, casi se ha detenido. Honestamente, con la tensión que este embarazo múltiple está causando en su útero, es muy probable que no sobreviva. Lo más probable es que... no logre llegar a término.

    La expresión de Baelz cambio por completo. La incertidumbre, el abrumador miedo a fallar como madre, se instaló en su pecho como una estaca de hielo

    Al salir de aquel hospital se sentó en una banca cercana con una expresión serena, casi petrificada. Aunque tenia miedo, eso era obvio, se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos y se aferró a la fe. El caos los protegería
    Después de la confrontación cósmica con sus compañeras del consejo, un dolor agudo y punzante se extendió por el vientre de Baelz. La punzada era feroz y alarmante. A pesar de ser madre primeriza, sabía que ignorar esa señal por más tiempo sería un error insensato Apretó los dientes, dominada por la urgencia, abrió un portal que la llevó al único lugar donde a nadie le importaba si era madre de pequeños seres de Caos. El mundo humano. Se pusó un gran gorro que cubria sus orejas puntiagudas y con esfuerzo, enroscó su cola para ocultarla bajo sus pantalones. Paso el portal y el olor a desinfectante la invadío al instante Se apoyó temblorosa en el mostrador, su rostro pálido y la respiración entrecortada. Rellenó los cientos de papeles con nombres falsos y datos irrelevantes, y paso a la camilla Un joven doctor entró a revisarla, el cansancio por las largas horas de trabajo era visible. Baelz estaba tensa, expectante, fingiendo calma. El doctor puso gel frío y deslizó sobre su vientre uno de esos aparatos que Baelz jamás habia visto. De repente en la pantalla aparecieron las pequeñas sombras de los fetos en movimiento Doctor: —¡Wow! Señora... necesito que se quede muy quieta. Esto no es normal. Hay múltiples latidos. Uno, dos, tres y cuatro pequeños. Felicidades Baelz casi salta de la felicidad, una chispa de orgullo caotico encendiéndose en sus ojos, hasta que la expresión del doctor se endureció Doctor: —Mmmm... Un momento hay un quinto.. — El médico se detuvo, señalando una pequeña sombra en la esquina de la pantalla —Es significativamente más pequeño que los demás. Su desarrollo es muy lento, casi se ha detenido. Honestamente, con la tensión que este embarazo múltiple está causando en su útero, es muy probable que no sobreviva. Lo más probable es que... no logre llegar a término. La expresión de Baelz cambio por completo. La incertidumbre, el abrumador miedo a fallar como madre, se instaló en su pecho como una estaca de hielo Al salir de aquel hospital se sentó en una banca cercana con una expresión serena, casi petrificada. Aunque tenia miedo, eso era obvio, se obligó a mantener la compostura. Cerró los ojos y se aferró a la fe. El caos los protegería
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    No puedo mantener la compostura.
    Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
    Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.

    Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
    No.
    Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.

    Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”

    La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
    Y lo entiende.
    Sin que yo tenga que explicarlo.
    Sin que exista ninguna duda entre nosotras.

    Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
    De que soy su hija.

    Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”

    Su abrazo se vuelve eterno.
    Mi pecho se abre.
    Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.

    Cierro los ojos.

    Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
    Hakos Baelz.
    Observándome.
    Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.

    En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
    Y por primera vez, entre ellas, la mía.

    Una figura elegante.
    Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
    Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.

    Abro los ojos.

    Y mi piel es roja como el fuego.
    Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.

    Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”

    Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.

    Arc: “No la encontrarás aquí.”
    Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
    “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 No puedo mantener la compostura. Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo. Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho. Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos. No. Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima. Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.” La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado. Y lo entiende. Sin que yo tenga que explicarlo. Sin que exista ninguna duda entre nosotras. Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo. De que soy su hija. Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.” Su abrazo se vuelve eterno. Mi pecho se abre. Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer. Cierro los ojos. Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras. Hakos Baelz. Observándome. Sonriendo con esa chispa de destino inevitable. En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos. Y por primera vez, entre ellas, la mía. Una figura elegante. Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas. Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo. Abro los ojos. Y mi piel es roja como el fuego. Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar. Lili: “Necesito encontrar a Veythra.” Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente. Arc: “No la encontrarás aquí.” Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse. “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
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    No puedo mantener la compostura.
    Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
    Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.

    Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
    No.
    Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.

    Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”

    La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
    Y lo entiende.
    Sin que yo tenga que explicarlo.
    Sin que exista ninguna duda entre nosotras.

    Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
    De que soy su hija.

    Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”

    Su abrazo se vuelve eterno.
    Mi pecho se abre.
    Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.

    Cierro los ojos.

    Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
    Hakos Baelz.
    Observándome.
    Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.

    En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
    Y por primera vez, entre ellas, la mía.

    Una figura elegante.
    Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
    Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.

    Abro los ojos.

    Y mi piel es roja como el fuego.
    Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.

    Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”

    Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.

    Arc: “No la encontrarás aquí.”
    Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
    “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
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    Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
    Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.

    Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
    No.
    Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.

    Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”

    La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
    Y lo entiende.
    Sin que yo tenga que explicarlo.
    Sin que exista ninguna duda entre nosotras.

    Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
    De que soy su hija.

    Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”

    Su abrazo se vuelve eterno.
    Mi pecho se abre.
    Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.

    Cierro los ojos.

    Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
    Hakos Baelz.
    Observándome.
    Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.

    En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
    Y por primera vez, entre ellas, la mía.

    Una figura elegante.
    Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
    Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.

    Abro los ojos.

    Y mi piel es roja como el fuego.
    Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.

    Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”

    Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.

    Arc: “No la encontrarás aquí.”
    Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
    “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 No puedo mantener la compostura. Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo. Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho. Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos. No. Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima. Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.” La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado. Y lo entiende. Sin que yo tenga que explicarlo. Sin que exista ninguna duda entre nosotras. Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo. De que soy su hija. Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.” Su abrazo se vuelve eterno. Mi pecho se abre. Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer. Cierro los ojos. Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras. Hakos Baelz. Observándome. Sonriendo con esa chispa de destino inevitable. En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos. Y por primera vez, entre ellas, la mía. Una figura elegante. Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas. Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo. Abro los ojos. Y mi piel es roja como el fuego. Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar. Lili: “Necesito encontrar a Veythra.” Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente. Arc: “No la encontrarás aquí.” Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse. “Tu tiempo aquí… ha terminado.”
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    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Cuando el blanco absoluto se disipa… No hay luna. No hay sol. No hay Veythra. Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire. Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza. Y entonces lo veo. Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada: una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar. Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo. Un instante. Un latido. Una repulsión que me revuelve la sangre. No hago nada. Aún no. Solo… me giro. Me alejo. No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí. Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo. Me acerco con cuidado. —¿Dónde estamos? —pregunto. La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros. —Me llamo… Selin —dice con voz rota. El nombre me corta la respiración. Selin. Como mi abuela. Como la Elunai. Como el origen de todo. Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin. Y Akane también. ¿Será…? ¿Puede ser…? La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo. La niña tiembla como un animalillo acorralado. Y entonces una voz irrumpe como un trueno: —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA! El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano. Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias. Mi visión se distorsiona. Mi corazón se enciende. Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno. Camino hacia él. No oigo mi respiración. No oigo al mundo. Solo siento una certeza fría. El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí. El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable. Una ejecución. Una sentencia. Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto. Y tomo la pequeña mano de Selin. —Vámonos —le digo. No pregunto. No dudo. Solo la saco de ese mundo de mierda. La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo. Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio. Una guerrera aparece frente a nosotras. Armadura negra. Ojos rojizos. Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire. Sus armas se levantan hacia mí. —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma. Mi sangre se hiela. Ella… es Jennifer. Mi madre. Pero joven. Feroz. Impiadosa. La Jennifer de las leyendas del Caos. Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere. La luna, el Caos, Elunai. Todo lo que soy. Ella se detiene. Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto. La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto. —Pido perdón. No sabía… —¿Quién eres? —pregunto. Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo. —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora— Levanta la vista, seria, solemne. —al servicio de su hija: Lili. Selin se esconde detrás de mí. Onix me mira, esperando órdenes. Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷


    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







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    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Cuando el blanco absoluto se disipa… No hay luna. No hay sol. No hay Veythra. Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire. Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza. Y entonces lo veo. Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada: una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar. Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo. Un instante. Un latido. Una repulsión que me revuelve la sangre. No hago nada. Aún no. Solo… me giro. Me alejo. No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí. Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo. Me acerco con cuidado. —¿Dónde estamos? —pregunto. La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros. —Me llamo… Selin —dice con voz rota. El nombre me corta la respiración. Selin. Como mi abuela. Como la Elunai. Como el origen de todo. Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin. Y Akane también. ¿Será…? ¿Puede ser…? La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo. La niña tiembla como un animalillo acorralado. Y entonces una voz irrumpe como un trueno: —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA! El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano. Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias. Mi visión se distorsiona. Mi corazón se enciende. Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno. Camino hacia él. No oigo mi respiración. No oigo al mundo. Solo siento una certeza fría. El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí. El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable. Una ejecución. Una sentencia. Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto. Y tomo la pequeña mano de Selin. —Vámonos —le digo. No pregunto. No dudo. Solo la saco de ese mundo de mierda. La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo. Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio. Una guerrera aparece frente a nosotras. Armadura negra. Ojos rojizos. Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire. Sus armas se levantan hacia mí. —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma. Mi sangre se hiela. Ella… es Jennifer. Mi madre. Pero joven. Feroz. Impiadosa. La Jennifer de las leyendas del Caos. Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere. La luna, el Caos, Elunai. Todo lo que soy. Ella se detiene. Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto. La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto. —Pido perdón. No sabía… —¿Quién eres? —pregunto. Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo. —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora— Levanta la vista, seria, solemne. —al servicio de su hija: Lili. Selin se esconde detrás de mí. Onix me mira, esperando órdenes. Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
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