──── 𝘐𝘭 𝘵𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘴𝘦𝘯𝘻𝘢 𝘷𝘦𝘥𝘦𝘳𝘵𝘪, 𝘤𝘢𝘳𝘰 𝘢𝘮𝘪𝘤𝘰. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟏𝟐]
[] 𝑅𝑜𝑚𝑎, 𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 — 𝟾:𝟶𝟶 𝑃.𝑀.
El vuelo privado despegaba de Le Bourget bajo una lluvia fina que parecía querer lavar París de la sangre que Santiago había dejado apenas la noche anterior.
En la cabina del Gulfstream, el argentino se recostaba en el sillón de cuero blanco, las piernas cruzadas, una copa de Malbec mendocino en la mano derecha y el pasaporte diplomático italiano (Falsificado con la perfección que solo él sabía conseguir) sobre la mesa de caoba.
El ministro francés ya no era problema, fue noticia mundial y él se percató de esto observando a un par de personas hablando del asesinato del ministro al ver sus teléfonos móviles; sin percatarse que tenían al asesino a unos dos asientos de distancia.
Nadie vio nada. Nadie
vería nada jamás.
Santiago sonrió mirando por la ventanilla cómo las luces de París se hacían pequeñas. En menos de dos horas estaría en Ciampino, y de ahí directo al Palazzo Chigi. Porque el actual presidente del Consiglio no olvidara nunca quién lo había puesto allí.
Recordaba perfectamente la noche en la villa de Frascati: el candidato rival saliendo al jardín a fumarse un toscano, creyéndose a salvo.
Dos balas silenciadas en la nuca, luego el cuerpo arrastrado hasta la piscina y hundido con pesas de gimnasio. A la mañana siguiente los periódicos hablaban de “trágico suicidio”.
Dos meses después, su cliente juraba como presidente.
Y cada vez que Santiago aparecía, siempre sin avisar, siempre entrando por puertas que nadie sabía que existían, donde el hombre más poderoso de Italia se ponía pálido y empezaba a sudar.
──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘢𝘪𝘳𝘦, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ó. ────
Le diría esta noche, usando el nombre de pila solo para recordarle que podía acabar con ella cuando quisiera.
──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘔𝘦𝘳𝘤𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘣𝘭𝘪𝘯𝘥𝘢𝘥𝘰, 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘦𝘴𝘱𝘢𝘭𝘥𝘢𝘴, 𝘭𝘰𝘴 𝘢𝘷𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰… 𝘠 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰, 𝘨𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘴𝘪𝘨𝘶𝘦𝘴 𝘷𝘪𝘷𝘰. ────
Apuró el vino, dejó la copa vacía y se ajustó el traje negro hecho en Buenos Aires, corte perfecto, tela que no arruga ni con sangre.
Roma lo esperaba.
Y el presidente sabía que, cuando Santiago llegaba, alguien más tenía que irse.
──── 𝘝𝘪𝘯𝘦 𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳 𝘤ó𝘮𝘰 𝘷𝘢𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘢𝘲𝘶í. 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ò. ¿𝘠𝘢 𝘵𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰𝘵𝘪𝘤𝘪𝘢𝘴? ────
El presidente italiano se puso pálido, sabía perfectamente quién era él y que habia perpetrado el crimen de una forma perfecta.
──── 𝘔á𝘴 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘪𝘥𝘪𝘰𝘵𝘦𝘻 𝘴𝘪 𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘢𝘤𝘢𝘣𝘢𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴. 𝘗𝘦𝘳𝘰, 𝘴é 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘳á𝘴. . . ¿𝘖 𝘴í? ────
Extendió su mano con sl fin de estrechar la de Niccoló. Solo quería asegurarse y ver cuán leal le era aquel hombre donde sus ojos carmesí lo estudiaban detenidamente.
[] 𝑅𝑜𝑚𝑎, 𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 — 𝟾:𝟶𝟶 𝑃.𝑀.
El vuelo privado despegaba de Le Bourget bajo una lluvia fina que parecía querer lavar París de la sangre que Santiago había dejado apenas la noche anterior.
En la cabina del Gulfstream, el argentino se recostaba en el sillón de cuero blanco, las piernas cruzadas, una copa de Malbec mendocino en la mano derecha y el pasaporte diplomático italiano (Falsificado con la perfección que solo él sabía conseguir) sobre la mesa de caoba.
El ministro francés ya no era problema, fue noticia mundial y él se percató de esto observando a un par de personas hablando del asesinato del ministro al ver sus teléfonos móviles; sin percatarse que tenían al asesino a unos dos asientos de distancia.
Nadie vio nada. Nadie
vería nada jamás.
Santiago sonrió mirando por la ventanilla cómo las luces de París se hacían pequeñas. En menos de dos horas estaría en Ciampino, y de ahí directo al Palazzo Chigi. Porque el actual presidente del Consiglio no olvidara nunca quién lo había puesto allí.
Recordaba perfectamente la noche en la villa de Frascati: el candidato rival saliendo al jardín a fumarse un toscano, creyéndose a salvo.
Dos balas silenciadas en la nuca, luego el cuerpo arrastrado hasta la piscina y hundido con pesas de gimnasio. A la mañana siguiente los periódicos hablaban de “trágico suicidio”.
Dos meses después, su cliente juraba como presidente.
Y cada vez que Santiago aparecía, siempre sin avisar, siempre entrando por puertas que nadie sabía que existían, donde el hombre más poderoso de Italia se ponía pálido y empezaba a sudar.
──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘢𝘪𝘳𝘦, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ó. ────
Le diría esta noche, usando el nombre de pila solo para recordarle que podía acabar con ella cuando quisiera.
──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘔𝘦𝘳𝘤𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘣𝘭𝘪𝘯𝘥𝘢𝘥𝘰, 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘦𝘴𝘱𝘢𝘭𝘥𝘢𝘴, 𝘭𝘰𝘴 𝘢𝘷𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰… 𝘠 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰, 𝘨𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘴𝘪𝘨𝘶𝘦𝘴 𝘷𝘪𝘷𝘰. ────
Apuró el vino, dejó la copa vacía y se ajustó el traje negro hecho en Buenos Aires, corte perfecto, tela que no arruga ni con sangre.
Roma lo esperaba.
Y el presidente sabía que, cuando Santiago llegaba, alguien más tenía que irse.
──── 𝘝𝘪𝘯𝘦 𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳 𝘤ó𝘮𝘰 𝘷𝘢𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘢𝘲𝘶í. 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ò. ¿𝘠𝘢 𝘵𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰𝘵𝘪𝘤𝘪𝘢𝘴? ────
El presidente italiano se puso pálido, sabía perfectamente quién era él y que habia perpetrado el crimen de una forma perfecta.
──── 𝘔á𝘴 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘪𝘥𝘪𝘰𝘵𝘦𝘻 𝘴𝘪 𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘢𝘤𝘢𝘣𝘢𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴. 𝘗𝘦𝘳𝘰, 𝘴é 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘳á𝘴. . . ¿𝘖 𝘴í? ────
Extendió su mano con sl fin de estrechar la de Niccoló. Solo quería asegurarse y ver cuán leal le era aquel hombre donde sus ojos carmesí lo estudiaban detenidamente.
──── 𝘐𝘭 𝘵𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘴𝘦𝘯𝘻𝘢 𝘷𝘦𝘥𝘦𝘳𝘵𝘪, 𝘤𝘢𝘳𝘰 𝘢𝘮𝘪𝘤𝘰. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟏𝟐]
[🇮🇹] 𝑅𝑜𝑚𝑎, 𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 — 𝟾:𝟶𝟶 𝑃.𝑀.
El vuelo privado despegaba de Le Bourget bajo una lluvia fina que parecía querer lavar París de la sangre que Santiago había dejado apenas la noche anterior.
En la cabina del Gulfstream, el argentino se recostaba en el sillón de cuero blanco, las piernas cruzadas, una copa de Malbec mendocino en la mano derecha y el pasaporte diplomático italiano (Falsificado con la perfección que solo él sabía conseguir) sobre la mesa de caoba.
El ministro francés ya no era problema, fue noticia mundial y él se percató de esto observando a un par de personas hablando del asesinato del ministro al ver sus teléfonos móviles; sin percatarse que tenían al asesino a unos dos asientos de distancia.
Nadie vio nada. Nadie
vería nada jamás.
Santiago sonrió mirando por la ventanilla cómo las luces de París se hacían pequeñas. En menos de dos horas estaría en Ciampino, y de ahí directo al Palazzo Chigi. Porque el actual presidente del Consiglio no olvidara nunca quién lo había puesto allí.
Recordaba perfectamente la noche en la villa de Frascati: el candidato rival saliendo al jardín a fumarse un toscano, creyéndose a salvo.
Dos balas silenciadas en la nuca, luego el cuerpo arrastrado hasta la piscina y hundido con pesas de gimnasio. A la mañana siguiente los periódicos hablaban de “trágico suicidio”.
Dos meses después, su cliente juraba como presidente.
Y cada vez que Santiago aparecía, siempre sin avisar, siempre entrando por puertas que nadie sabía que existían, donde el hombre más poderoso de Italia se ponía pálido y empezaba a sudar.
──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘢𝘪𝘳𝘦, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ó. ────
Le diría esta noche, usando el nombre de pila solo para recordarle que podía acabar con ella cuando quisiera.
──── 𝘎𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘔𝘦𝘳𝘤𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘣𝘭𝘪𝘯𝘥𝘢𝘥𝘰, 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘦𝘴𝘱𝘢𝘭𝘥𝘢𝘴, 𝘭𝘰𝘴 𝘢𝘷𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰… 𝘠 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰, 𝘨𝘳𝘢𝘻𝘪𝘦 𝘢 𝘮í 𝘴𝘪𝘨𝘶𝘦𝘴 𝘷𝘪𝘷𝘰. ────
Apuró el vino, dejó la copa vacía y se ajustó el traje negro hecho en Buenos Aires, corte perfecto, tela que no arruga ni con sangre.
Roma lo esperaba.
Y el presidente sabía que, cuando Santiago llegaba, alguien más tenía que irse.
──── 𝘝𝘪𝘯𝘦 𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳 𝘤ó𝘮𝘰 𝘷𝘢𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘢𝘲𝘶í. 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘕𝘪𝘤𝘤𝘰𝘭ò. ¿𝘠𝘢 𝘵𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰𝘵𝘪𝘤𝘪𝘢𝘴? ────
El presidente italiano se puso pálido, sabía perfectamente quién era él y que habia perpetrado el crimen de una forma perfecta.
──── 𝘔á𝘴 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘪𝘥𝘪𝘰𝘵𝘦𝘻 𝘴𝘪 𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘢𝘤𝘢𝘣𝘢𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴. 𝘗𝘦𝘳𝘰, 𝘴é 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘳á𝘴. . . ¿𝘖 𝘴í? ────
Extendió su mano con sl fin de estrechar la de Niccoló. Solo quería asegurarse y ver cuán leal le era aquel hombre donde sus ojos carmesí lo estudiaban detenidamente.