La mañana se abría paso. Ángela ya descansaba en casa, aunque su piel aún mostraba el recuerdo de la plata y la herida de bala casi me la había arrebatado. Yo permanecía fuera, incluso despues de toda la noche, en el almacén donde teníamos la oficina central, incapaz de quedarme quieta mientras en mi cabeza seguía repitiéndose su respiración entrecortada y su mirada al borde de desvanecerse.
La mesa frente a mí estaba cubierta de fotos, nombres, direcciones, informes viejos y nuevos. Algunos papeles tenían manchas de café, otros… de sangre. Movía las piezas como si fuera un tablero de ajedrez, repasando cada conexión, cada aliado, cada sombra que podía haber participado.
Pasé las yemas de los dedos por una fotografía de un hombre que había aparecido en varios puntos de la investigación. Sabía que era una pieza clave, pero no todavía la pieza.
Encendí un cigarro, aunque ni siquiera me apetecía fumar; era más el ritual de pensar con algo entre los labios. Mis contactos estaban trabajando, pero yo no esperaba informes perfectos, no con Ángela tan cerca de la muerte hacía apenas unas horas.
—Si no lo hicieron por dinero, lo hicieron por miedo… —murmuré para mí misma, mirando el mapa en la pared, marcado con hilos rojos que conectaban nombres y lugares.
A cada pista nueva, mi rabia se templaba y se afilaba. No podía permitirme un arrebato todavía. Primero sabría sus nombres completos, sus rostros, dónde dormían. Luego, cuando estuviera lista, iría por cada uno… y entonces comprenderían que no se toca lo que es mío.
La mesa frente a mí estaba cubierta de fotos, nombres, direcciones, informes viejos y nuevos. Algunos papeles tenían manchas de café, otros… de sangre. Movía las piezas como si fuera un tablero de ajedrez, repasando cada conexión, cada aliado, cada sombra que podía haber participado.
Pasé las yemas de los dedos por una fotografía de un hombre que había aparecido en varios puntos de la investigación. Sabía que era una pieza clave, pero no todavía la pieza.
Encendí un cigarro, aunque ni siquiera me apetecía fumar; era más el ritual de pensar con algo entre los labios. Mis contactos estaban trabajando, pero yo no esperaba informes perfectos, no con Ángela tan cerca de la muerte hacía apenas unas horas.
—Si no lo hicieron por dinero, lo hicieron por miedo… —murmuré para mí misma, mirando el mapa en la pared, marcado con hilos rojos que conectaban nombres y lugares.
A cada pista nueva, mi rabia se templaba y se afilaba. No podía permitirme un arrebato todavía. Primero sabría sus nombres completos, sus rostros, dónde dormían. Luego, cuando estuviera lista, iría por cada uno… y entonces comprenderían que no se toca lo que es mío.
La mañana se abría paso. Ángela ya descansaba en casa, aunque su piel aún mostraba el recuerdo de la plata y la herida de bala casi me la había arrebatado. Yo permanecía fuera, incluso despues de toda la noche, en el almacén donde teníamos la oficina central, incapaz de quedarme quieta mientras en mi cabeza seguía repitiéndose su respiración entrecortada y su mirada al borde de desvanecerse.
La mesa frente a mí estaba cubierta de fotos, nombres, direcciones, informes viejos y nuevos. Algunos papeles tenían manchas de café, otros… de sangre. Movía las piezas como si fuera un tablero de ajedrez, repasando cada conexión, cada aliado, cada sombra que podía haber participado.
Pasé las yemas de los dedos por una fotografía de un hombre que había aparecido en varios puntos de la investigación. Sabía que era una pieza clave, pero no todavía la pieza.
Encendí un cigarro, aunque ni siquiera me apetecía fumar; era más el ritual de pensar con algo entre los labios. Mis contactos estaban trabajando, pero yo no esperaba informes perfectos, no con Ángela tan cerca de la muerte hacía apenas unas horas.
—Si no lo hicieron por dinero, lo hicieron por miedo… —murmuré para mí misma, mirando el mapa en la pared, marcado con hilos rojos que conectaban nombres y lugares.
A cada pista nueva, mi rabia se templaba y se afilaba. No podía permitirme un arrebato todavía. Primero sabría sus nombres completos, sus rostros, dónde dormían. Luego, cuando estuviera lista, iría por cada uno… y entonces comprenderían que no se toca lo que es mío.
0
turnos
0
maullidos