• ❝ 𝑵𝒊𝒏𝒈𝒖𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒊𝒄𝒂𝒕𝒓𝒊𝒄𝒆𝒔 𝒆𝒏 𝒎𝒊 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛𝒐𝒏 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒖𝒏 𝒆𝒏𝒆𝒎𝒊𝒈𝒐, 𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝑎𝑚𝑎𝑏𝑎... ❞

    𝑀𝑒 𝑛𝑒𝑔𝑢𝑒 𝑎 𝑟𝑒𝑐𝑖𝑏𝑖𝑟 𝑎𝑠𝑖𝑠𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑐𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑝𝑢𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑡𝑎𝑞𝑢𝑒, 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑠𝑒𝑛𝑡𝑖𝑎 𝑑𝑖𝑔𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑒 𝑠𝑒𝑟𝑣𝑖𝑐𝑖𝑜. 𝑆𝑒𝑛𝑡𝑖𝑟 𝑒𝑙 𝑒𝑠𝑐𝑜𝑧𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑝𝑖𝑒𝑙 𝘩𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑒𝑛𝑖𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑏𝑖𝑎 𝑎𝑢𝑡𝑜𝑖𝑚𝑝𝑢𝑒𝑠𝑡𝑜.

    𝑃𝑜𝑟 𝑚𝑖 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑒𝑙 𝑗𝑒𝑓𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑜 𝘩𝑎𝑏𝑒𝑟 𝑠𝑖𝑑𝑜 𝑠𝑒𝑐𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑜 𝑖𝑛𝑐𝑙𝑢𝑠𝑜 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑦 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠... 𝑒𝑠𝑜𝑠 𝑚𝑎𝑙𝑑𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑑𝑒𝑗𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑞𝑢𝑖𝑙𝑎.

    Instalados en la segunda casa de seguridad dejó a su jefe en la seguridad de su oficina y muy bien custodiado; necesitaba mínimo tomar una ducha.

    Bajo las gotas frias de agua esperaba estas se llevaran no solo los restos de sangre y el dolor fisico sino también las heridas internas, esas que seguían escupiendo sangre y dolor pero era imposible... estaba ahí dónde todo comenzó.

    Después de su ducha se cambió y antes de presentarse ante su jefe para disculparse quiso serenarse, recuperar su calma y frialdad.
    Su lugar seguro: la biblioteca.

    —Evie... Evie... ¿el ajedrez no te enseñó que un mal movimiento te puede hacer perder a tu reina?

    Susurró mirando el juego del mismo que reposaba sobre la mesita de centro.
    ❝ 𝑵𝒊𝒏𝒈𝒖𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒊𝒄𝒂𝒕𝒓𝒊𝒄𝒆𝒔 𝒆𝒏 𝒎𝒊 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛𝒐𝒏 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒖𝒏 𝒆𝒏𝒆𝒎𝒊𝒈𝒐, 𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝑎𝑚𝑎𝑏𝑎... ❞ 𝑀𝑒 𝑛𝑒𝑔𝑢𝑒 𝑎 𝑟𝑒𝑐𝑖𝑏𝑖𝑟 𝑎𝑠𝑖𝑠𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑐𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑝𝑢𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑡𝑎𝑞𝑢𝑒, 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑠𝑒𝑛𝑡𝑖𝑎 𝑑𝑖𝑔𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑒 𝑠𝑒𝑟𝑣𝑖𝑐𝑖𝑜. 𝑆𝑒𝑛𝑡𝑖𝑟 𝑒𝑙 𝑒𝑠𝑐𝑜𝑧𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑝𝑖𝑒𝑙 𝘩𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑒𝑛𝑖𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑏𝑖𝑎 𝑎𝑢𝑡𝑜𝑖𝑚𝑝𝑢𝑒𝑠𝑡𝑜. 𝑃𝑜𝑟 𝑚𝑖 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑒𝑙 𝑗𝑒𝑓𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑜 𝘩𝑎𝑏𝑒𝑟 𝑠𝑖𝑑𝑜 𝑠𝑒𝑐𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑜 𝑖𝑛𝑐𝑙𝑢𝑠𝑜 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑦 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠... 𝑒𝑠𝑜𝑠 𝑚𝑎𝑙𝑑𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑑𝑒𝑗𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑞𝑢𝑖𝑙𝑎. Instalados en la segunda casa de seguridad dejó a su jefe en la seguridad de su oficina y muy bien custodiado; necesitaba mínimo tomar una ducha. Bajo las gotas frias de agua esperaba estas se llevaran no solo los restos de sangre y el dolor fisico sino también las heridas internas, esas que seguían escupiendo sangre y dolor pero era imposible... estaba ahí dónde todo comenzó. Después de su ducha se cambió y antes de presentarse ante su jefe para disculparse quiso serenarse, recuperar su calma y frialdad. Su lugar seguro: la biblioteca. —Evie... Evie... ¿el ajedrez no te enseñó que un mal movimiento te puede hacer perder a tu reina? Susurró mirando el juego del mismo que reposaba sobre la mesita de centro.
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  • Rayos..
    Mi pocima se agotó *suspiro frustrado. * tocara pasar la semana dormido...

    * termina de vestirse, después de darse un baño.*
    Ojala no ocurra nada..
    Rayos.. Mi pocima se agotó *suspiro frustrado. * tocara pasar la semana dormido... * termina de vestirse, después de darse un baño.* Ojala no ocurra nada..
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  • Sentada en el alféizar, Hella se relamió. La punta de su lengua tomó una gota del líquido oscuro que se deslizaba desde su nariz hasta sus labios carmesí. No fue sangre ajena, sino la propia como un recordatorio del precio por husmear en los rincones donde lo prohibido duerme.
    Sentada en el alféizar, Hella se relamió. La punta de su lengua tomó una gota del líquido oscuro que se deslizaba desde su nariz hasta sus labios carmesí. No fue sangre ajena, sino la propia como un recordatorio del precio por husmear en los rincones donde lo prohibido duerme.
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  • ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía.

    —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos.

    Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo.

    Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre.

    —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien.

    El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador.

    El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta.

    Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue.

    Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante.

    —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento.

    Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida.

    La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño.

    Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas.

    Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba.

    Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado.

    —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!!

    Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó.

    Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia.

    —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío.

    Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla.

    Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo.

    Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica.

    Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
    ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía. —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos. Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo. Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre. —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien. El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador. El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta. Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue. Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante. —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento. Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida. La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño. Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas. Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba. Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado. —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!! Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó. Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia. —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío. Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla. Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo. Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica. Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
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  • Hoy es de esos días, que sólo quiero estar en tus brazos, scrolleando en celular, sin pensar nada, ni trabajar, estoy cansada y algo desanimada, pero... no me malentiendas, no es nada relacionado a nosotros, sólo estoy... un poco agotada.
    Hoy es de esos días, que sólo quiero estar en tus brazos, scrolleando en celular, sin pensar nada, ni trabajar, estoy cansada y algo desanimada, pero... no me malentiendas, no es nada relacionado a nosotros, sólo estoy... un poco agotada.
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  • Cita tensa y vigilada.
    Fandom Original
    Categoría Otros
    El despacho era vasto, desproporcionado incluso para una sola persona. Los muros de madera oscura estaban cubiertos por estanterías repletas de libros que parecían observadores mudos de cada palabra pronunciada allí. Una alfombra persa extendía sus tonos rojizos bajo el escritorio de caoba maciza, tan pulido que reflejaba las luces cálidas del candelabro de cristal que colgaba del techo. La chimenea al fondo crepitaba con elegancia calculada, llenando la estancia de un calor que, paradójicamente, no alcanzaba a suavizar la frialdad que flotaba en el aire.

    Ella permanecía de pie junto al ventanal, una figura recortada contra la noche. El vestido negro que llevaba parecía devorar la luz, y el brillo de la copa de vino en su mano era el único punto de vulnerabilidad que dejaba entrever. Desde allí podía ver el jardín exterior: esculturas de mármol bañadas por faroles, y, más allá, sombras que se movían con disciplina. Vigilancia. Siempre vigilancia.

    Se giró despacio, sus tacones resonando con eco suave en el mármol del suelo. Frente a ella, sentado con una calma en apariencia imperturbable, estaba él. Sus manos entrelazadas descansaban sobre el escritorio, pero la rigidez de sus hombros lo traicionaba. Parecía esperar, medir, calcular.

    Ella dejó la copa sobre una mesa lateral sin probar una sola gota. El tintineo del cristal al tocar la superficie sonó como un campanazo que anunciaba el inicio de algo inevitable. Entonces habló. Su voz era baja, firme, impregnada de una ironía que no necesitaba adornos:

    —Nunca imaginé que terminaríamos aquí… en un despacho que ni siquiera nos pertenece, rodeados de ojos que no pestañean.

    Hizo una pausa, avanzando un par de pasos hacia él, lenta, deliberadamente.

    —Y sin embargo, aquí estamos. Tú sentado como si dominaras la situación… y yo preguntándome cuánto tiempo nos dejarán seguir hablando antes de que alguien decida interrumpir.
    El despacho era vasto, desproporcionado incluso para una sola persona. Los muros de madera oscura estaban cubiertos por estanterías repletas de libros que parecían observadores mudos de cada palabra pronunciada allí. Una alfombra persa extendía sus tonos rojizos bajo el escritorio de caoba maciza, tan pulido que reflejaba las luces cálidas del candelabro de cristal que colgaba del techo. La chimenea al fondo crepitaba con elegancia calculada, llenando la estancia de un calor que, paradójicamente, no alcanzaba a suavizar la frialdad que flotaba en el aire. Ella permanecía de pie junto al ventanal, una figura recortada contra la noche. El vestido negro que llevaba parecía devorar la luz, y el brillo de la copa de vino en su mano era el único punto de vulnerabilidad que dejaba entrever. Desde allí podía ver el jardín exterior: esculturas de mármol bañadas por faroles, y, más allá, sombras que se movían con disciplina. Vigilancia. Siempre vigilancia. Se giró despacio, sus tacones resonando con eco suave en el mármol del suelo. Frente a ella, sentado con una calma en apariencia imperturbable, estaba él. Sus manos entrelazadas descansaban sobre el escritorio, pero la rigidez de sus hombros lo traicionaba. Parecía esperar, medir, calcular. Ella dejó la copa sobre una mesa lateral sin probar una sola gota. El tintineo del cristal al tocar la superficie sonó como un campanazo que anunciaba el inicio de algo inevitable. Entonces habló. Su voz era baja, firme, impregnada de una ironía que no necesitaba adornos: —Nunca imaginé que terminaríamos aquí… en un despacho que ni siquiera nos pertenece, rodeados de ojos que no pestañean. Hizo una pausa, avanzando un par de pasos hacia él, lenta, deliberadamente. —Y sin embargo, aquí estamos. Tú sentado como si dominaras la situación… y yo preguntándome cuánto tiempo nos dejarán seguir hablando antes de que alguien decida interrumpir.
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    Individual
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  • When innocence born, it is bound to be broken
    The shadows appear and they darken the mind
    Dying of fear, dying of knowing

    How deep it cuts, enough is enough
    Something's got to give
    I know my mistakes

    https://www.youtube.com/watch?v=bOI1nGaJz-s
    When innocence born, it is bound to be broken The shadows appear and they darken the mind Dying of fear, dying of knowing How deep it cuts, enough is enough Something's got to give I know my mistakes https://www.youtube.com/watch?v=bOI1nGaJz-s
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  • —El viaje a la playa me ha dejado agotada
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  • "𝑂ℎ, 𝐶𝑎𝑛𝑎𝑑𝑎"
    Fandom The Originals
    Categoría Aventura
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ༄ 🇸​🇹​🇦​🇷​🇹​🇪​🇷​ 🇹​🇴​...
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ⤹ Freya Mikaelson


    Tras la llamada de Klaus en mitad de la noche, la cual no les había pillado por sorpresa, gracias a los increíbles poderes y la conexión con sus hermanos de su esposa, habían gestionado la vuelta del hibrido en un tiempo record.
    Y es que con el apellido Mikaelson y la cantidad de dinero, bienes y posesiones que la familia había acumulado durante los siglos, no había nada que no fuera sencillo de conseguir.

    Cualquiera podría pensar que después de la primera llegada, del primer resucitado, la sorpresa iría disminuyendo ante la segunda proeza, pero ni mucho menos, no cuando la familia había perdido a tantas personas a lo largo de los años. Estaban todos anhelantes por tener noticias de los seres queridos que faltaban, a pesar de no saber a qué se debían aquellos milagros, ni si los podían tildar como tal.
    Elijah había sido el siguiente, y entre ambos hermanos, no habían dejado de aparecer más personas, licántropos, otros vampiros… el fenómeno no se limitaba tan solo a la familia Mikaelson. Y Keelan no sabía si eso era una buena, o una mala señal.

    La última en regresar había sido Hayley, y el más elegante de los hermanos había sido el encargado de viajar a por ella.

    Keelan no era un hombre cotilla, pero no había que ser un lince para ver la emoción contenía en los ojos de Elijah al recibir noticias sobre la vuelta de la híbrida. Quizás si conseguían esquivar la bala que estaba claro que se dirigía hacia ellos, pudieran volver a tener todos una segunda oportunidad.
    Klaus y Hayley como padres.
    Elijah y Hayley como pareja… y todos como familia, como una familia que no enfrentaba un peligro mortal cada semana. Porque no estaba dispuesto a permitir que aquello ocurriera, no ahora que estaban todos, no con Nik en sus vidas…

    El lobo está presente en aquella reunión familiar tras la llegada de Hayley, escucha y comparte el buen humor que reina en el ambiente, pero se mantiene en un segundo plano haciendo gala de su carácter más reservado.

    Tan solo cuando Elijah propone aquel “plan de búsqueda” sus ojos saltan del original a su mujer, y de esta al mapa que había usado para localizar a sus hermanos, el cual seguía allí, en una pequeña mesa junto con el péndulo.

    >> Al final Freya había encontrado dos señales realmente claras, más fuertes que cualquiera, señales de criaturas sobrenaturales que habían vuelto a la vida y que quizás les dieran, con sus marcas, más información sobre que estaba ocurriendo.
    Hayley y Elijah habían resuelto rastrear la señal de Idaho, y la propia Freya estaba preparándose para viajar a Canadá donde se encontraba su segundo sujeto.

    El último de los Malraux entra en la habitación cargando a un Nik por completo dormido después de estar jugando hasta el agotamiento con Rebekah y Marcel.
    Tras depositar al niño de forma delicada en su cama, el moreno se dirige hacia el armario, abriendo este de par en par y mirándolo con ojo crítico.

    — ¿Crees que nuestra ropa de abrigo será suficiente en Canadá? Como médico te puedo decir que la hipotermia es algo muy serio…

    Su comentario obtiene lo que busca, la mirada de confusión de su esposa, una mirada que él combate con su mejor sonrisa, mientras se acerca a ella y la atrapa por la cintura.

    — No pensaras que vas a ir sola hasta Canadá para buscar a una criatura sobrenatural resucitada de la que no sabemos absolutamente nada, y que quizás no quiere que la encuentren, ¿verdad? Tu eres más lista que eso, Freya.
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ༄ 🇸​🇹​🇦​🇷​🇹​🇪​🇷​ 🇹​🇴​... ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ⤹ [THE0LDERSISTER] Tras la llamada de Klaus en mitad de la noche, la cual no les había pillado por sorpresa, gracias a los increíbles poderes y la conexión con sus hermanos de su esposa, habían gestionado la vuelta del hibrido en un tiempo record. Y es que con el apellido Mikaelson y la cantidad de dinero, bienes y posesiones que la familia había acumulado durante los siglos, no había nada que no fuera sencillo de conseguir. Cualquiera podría pensar que después de la primera llegada, del primer resucitado, la sorpresa iría disminuyendo ante la segunda proeza, pero ni mucho menos, no cuando la familia había perdido a tantas personas a lo largo de los años. Estaban todos anhelantes por tener noticias de los seres queridos que faltaban, a pesar de no saber a qué se debían aquellos milagros, ni si los podían tildar como tal. Elijah había sido el siguiente, y entre ambos hermanos, no habían dejado de aparecer más personas, licántropos, otros vampiros… el fenómeno no se limitaba tan solo a la familia Mikaelson. Y Keelan no sabía si eso era una buena, o una mala señal. La última en regresar había sido Hayley, y el más elegante de los hermanos había sido el encargado de viajar a por ella. Keelan no era un hombre cotilla, pero no había que ser un lince para ver la emoción contenía en los ojos de Elijah al recibir noticias sobre la vuelta de la híbrida. Quizás si conseguían esquivar la bala que estaba claro que se dirigía hacia ellos, pudieran volver a tener todos una segunda oportunidad. Klaus y Hayley como padres. Elijah y Hayley como pareja… y todos como familia, como una familia que no enfrentaba un peligro mortal cada semana. Porque no estaba dispuesto a permitir que aquello ocurriera, no ahora que estaban todos, no con Nik en sus vidas… El lobo está presente en aquella reunión familiar tras la llegada de Hayley, escucha y comparte el buen humor que reina en el ambiente, pero se mantiene en un segundo plano haciendo gala de su carácter más reservado. Tan solo cuando Elijah propone aquel “plan de búsqueda” sus ojos saltan del original a su mujer, y de esta al mapa que había usado para localizar a sus hermanos, el cual seguía allí, en una pequeña mesa junto con el péndulo. >> Al final Freya había encontrado dos señales realmente claras, más fuertes que cualquiera, señales de criaturas sobrenaturales que habían vuelto a la vida y que quizás les dieran, con sus marcas, más información sobre que estaba ocurriendo. Hayley y Elijah habían resuelto rastrear la señal de Idaho, y la propia Freya estaba preparándose para viajar a Canadá donde se encontraba su segundo sujeto. El último de los Malraux entra en la habitación cargando a un Nik por completo dormido después de estar jugando hasta el agotamiento con Rebekah y Marcel. Tras depositar al niño de forma delicada en su cama, el moreno se dirige hacia el armario, abriendo este de par en par y mirándolo con ojo crítico. — ¿Crees que nuestra ropa de abrigo será suficiente en Canadá? Como médico te puedo decir que la hipotermia es algo muy serio… Su comentario obtiene lo que busca, la mirada de confusión de su esposa, una mirada que él combate con su mejor sonrisa, mientras se acerca a ella y la atrapa por la cintura. — No pensaras que vas a ir sola hasta Canadá para buscar a una criatura sobrenatural resucitada de la que no sabemos absolutamente nada, y que quizás no quiere que la encuentren, ¿verdad? Tu eres más lista que eso, Freya.
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    Grupal
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  • La nieve caía suave sobre las calles de la ciudad, pero en los callejones donde Renjiro caminaba, solo quedaban huellas rojas. La primera víctima había intentado huir entre la multitud, pero el Fénix lo arrastró a la sombra y lo atravesó con su lanza ardiente, dejándolo colgado contra un muro ennegrecido por el fuego.

    El segundo corrió directo hacia la avenida principal. Renjiro lo alcanzó en un parpadeo, sujetándolo del cuello y estrellándolo contra el asfalto. El crujir de huesos se mezcló con el grito ahogado del hombre antes de que una llamarada lo consumiera, iluminando la noche con un resplandor infernal.

    Los demás intentaron dispersarse, pero fue inútil. Cada esquina del callejón se convirtió en su trampa mortal: un corte limpio en la garganta, una lanza atravesando estómagos, manos que ardían como cuchillas y que destrozaban carne y hueso. La sangre corría como un río espeso, tiñendo la nieve de carmesí.

    Cuando el último empresario cayó de rodillas, implorando con las manos temblorosas, Renjiro lo miró con la misma calma con la que observa un amanecer. Bajó la lanza y le perforó el pecho, dejando que su cuerpo se desplomara sin vida.

    El silencio llegó después de la masacre, roto solo por el goteo de sangre derramándose sobre el suelo helado.

    Entonces lo notó: no estaba solo.
    Al otro extremo del callejón, más allá de la penumbra, una silueta se mantenía de pie, observándolo con firmeza. No había gritos de horror, ni huida. Solo alguien que se había quedado a presenciar la brutalidad de un Fénix ejecutando su deber.

    Renjiro ladeó la cabeza, aún con la lanza chorreando sangre, y habló en voz baja, grave:

    —…Sal de las sombras. No tengo paciencia para los que se esconden.
    La nieve caía suave sobre las calles de la ciudad, pero en los callejones donde Renjiro caminaba, solo quedaban huellas rojas. La primera víctima había intentado huir entre la multitud, pero el Fénix lo arrastró a la sombra y lo atravesó con su lanza ardiente, dejándolo colgado contra un muro ennegrecido por el fuego. El segundo corrió directo hacia la avenida principal. Renjiro lo alcanzó en un parpadeo, sujetándolo del cuello y estrellándolo contra el asfalto. El crujir de huesos se mezcló con el grito ahogado del hombre antes de que una llamarada lo consumiera, iluminando la noche con un resplandor infernal. Los demás intentaron dispersarse, pero fue inútil. Cada esquina del callejón se convirtió en su trampa mortal: un corte limpio en la garganta, una lanza atravesando estómagos, manos que ardían como cuchillas y que destrozaban carne y hueso. La sangre corría como un río espeso, tiñendo la nieve de carmesí. Cuando el último empresario cayó de rodillas, implorando con las manos temblorosas, Renjiro lo miró con la misma calma con la que observa un amanecer. Bajó la lanza y le perforó el pecho, dejando que su cuerpo se desplomara sin vida. El silencio llegó después de la masacre, roto solo por el goteo de sangre derramándose sobre el suelo helado. Entonces lo notó: no estaba solo. Al otro extremo del callejón, más allá de la penumbra, una silueta se mantenía de pie, observándolo con firmeza. No había gritos de horror, ni huida. Solo alguien que se había quedado a presenciar la brutalidad de un Fénix ejecutando su deber. Renjiro ladeó la cabeza, aún con la lanza chorreando sangre, y habló en voz baja, grave: —…Sal de las sombras. No tengo paciencia para los que se esconden.
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