• La reunión llevaba horas y ya estaba fastidiado por ello, aunque aún debía terminar de atender muchos asuntos, suspirando y bebiendo de la copa.
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  • —Tras lo acontecido en los últimos dias y la reunión con Asuntos Internos, Tessaro envía un mensaje de texto a Sean Wesson y Lauren Smith para informarles de la nueva situación :

    : Hammond ha sido destituido provisionalmente como Jefe de Equipo
    : Adivinad quien es el nuevo jefe
    : Os veo mañana a las nueve.
    : Descansad.
    —Tras lo acontecido en los últimos dias y la reunión con Asuntos Internos, Tessaro envía un mensaje de texto a [WESS0N] y [F0RENSIC.CRIMINOL0GIST] para informarles de la nueva situación : 📱 💬: Hammond ha sido destituido provisionalmente como Jefe de Equipo 📱 💬: Adivinad quien es el nuevo jefe 📱 💬: Os veo mañana a las nueve. 📱 💬: Descansad.
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  • En lo que Ileria se encarga de algunos asuntos en otros planos, se encuentra tranquilamente en aquel elegante reino donde se encontró a Vinny.

    En ocasiones sale a pasear, pero para hacer las cosas más divertidas, lo hace vestido de mujer, todo para asustar a los pervertidos y enfermos que piensan dañar a las mujeres, principalmente a las trabajadoras se■uales.

    En la plaza del centro había juntado a un montón de hombres a su alrededor, todos que la buscaban cortejar.

    "Señorita, tiene un nombre muy lindo, aunque no dejo de pensar que Gaige es un nombre muy masculino para una bella dama como usted"

    Pequeña sonrisa que se dibuja en los labios del hombre para poder responder con aquella delicada y suave voz que ocupa para aparentar.

    —¿Tu crees? Yo creo que Gaige es un nombre muy femenino para un hombre. —

    Parpadeo un par de ocasiones de manera coqueta y al cabo de unos segundos, todos los hombres que estaban a su alrededor se alejaron.
    En lo que Ileria se encarga de algunos asuntos en otros planos, se encuentra tranquilamente en aquel elegante reino donde se encontró a Vinny. En ocasiones sale a pasear, pero para hacer las cosas más divertidas, lo hace vestido de mujer, todo para asustar a los pervertidos y enfermos que piensan dañar a las mujeres, principalmente a las trabajadoras se■uales. En la plaza del centro había juntado a un montón de hombres a su alrededor, todos que la buscaban cortejar. "Señorita, tiene un nombre muy lindo, aunque no dejo de pensar que Gaige es un nombre muy masculino para una bella dama como usted" Pequeña sonrisa que se dibuja en los labios del hombre para poder responder con aquella delicada y suave voz que ocupa para aparentar. —¿Tu crees? Yo creo que Gaige es un nombre muy femenino para un hombre. — Parpadeo un par de ocasiones de manera coqueta y al cabo de unos segundos, todos los hombres que estaban a su alrededor se alejaron.
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  • Billy W Maximoff

    — Tras la vuelta de las vacaciones era hora de poner todos los asuntos en orden y retomar aquellas tareas paradas durante el período estival.

    Mientras hacía limpieza se topó con la cajita que contenía sus regalos de cumpleaños, encontrando entre ellos el cupón que le había regalado Billy para usarlo en la librería donde se encontraba trabajando desde hacía un tiempo.

    Se lo quedó mirando unos segundos, tras los cuales curvó sus labios en una sonrisa divertida. ¿Qué mejor manera de afrontar la vuelta a la rutina que entre libros y más libros? Cogió rápidamente sus cosas y salió de su casa para coger la moto y acercarse hasta el local para hacerle una visita al joven Maximoff —
    [illusion_brass_koala_385] — Tras la vuelta de las vacaciones era hora de poner todos los asuntos en orden y retomar aquellas tareas paradas durante el período estival. Mientras hacía limpieza se topó con la cajita que contenía sus regalos de cumpleaños, encontrando entre ellos el cupón que le había regalado Billy para usarlo en la librería donde se encontraba trabajando desde hacía un tiempo. Se lo quedó mirando unos segundos, tras los cuales curvó sus labios en una sonrisa divertida. ¿Qué mejor manera de afrontar la vuelta a la rutina que entre libros y más libros? Cogió rápidamente sus cosas y salió de su casa para coger la moto y acercarse hasta el local para hacerle una visita al joven Maximoff —
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  • Tokio lo recibía con un torbellino de luces y murmullos. Una ciudad que nunca dormía, que lo devoraba todo, pero que al mismo tiempo le ofrecía un silencio extraño en los rincones donde nadie miraba. Viktor había aprendido a leer esos silencios, y era precisamente en ellos donde ahora estaba construyendo lo suyo: un restaurante que no era simplemente un negocio, sino una declaración personal.

    El edificio era discreto, una fachada tradicional que podía pasar desapercibida entre cientos de locales, pero por dentro se estaba transformando. Tablas de madera pulida, paredes reforzadas y un salón que empezaba a tomar forma. Mientras caminaba entre andamios y polvo de cemento, Viktor se detuvo en el centro, observando el espacio vacío como si ya pudiera verlo terminado. Lo imaginaba lleno de luz cálida, aromas intensos y voces mezcladas en un murmullo sofisticado. Pero sobre todo, lo imaginaba como suyo.

    Ayudar a Noah siempre había sido parte de su vida; lo hacía con convicción, aunque eso significara poner sus propios planes en pausa. Pero esta vez era diferente. Esta vez, Viktor necesitaba algo que no estuviera ligado al peso de los Veyrith, algo que no fuera sombra de nadie. Este restaurante era su forma de dejar una huella, de demostrarse —quizá más a sí mismo que a los demás— que podía levantar algo con sus propias manos.

    Apoyó una mano en la madera áspera de una de las columnas, cerrando los ojos unos segundos. Recordó los años en los que había sido solo un jugador más en el tablero de otros, cumpliendo órdenes, cargando con expectativas que nunca había pedido. Ese eco aún lo seguía, pero aquí… aquí había una oportunidad distinta. El restaurante no sería solo una pantalla para sus negocios; sería un refugio, un lugar que hablaría de él sin necesidad de palabras.

    En el despacho improvisado del segundo piso, desplegó los planos sobre la mesa. Con un cigarro encendido en los labios, trazaba con el dedo las líneas de los pasillos, de las habitaciones privadas, de la cocina que quería perfecta hasta en el último detalle. Había elegido chefs que no solo fueran talentosos, sino que transmitieran en cada plato una identidad. No buscaba simpleza; buscaba arte, precisión y alma.

    Sabía que pronto volvería a sumergirse en los asuntos de Noah, y no dudaba en hacerlo. Pero mientras tanto, cada decisión que tomaba sobre ese restaurante lo acercaba más a algo que sentía suyo. Por primera vez en mucho tiempo, se permitía imaginar un futuro donde no solo sobrevivía a base de cálculos y estrategias, sino donde podía sentarse en ese mismo salón, copa en mano, y sentirse dueño de su propio destino.

    La conclusión le resultaba tan inevitable como inquietante: en una ciudad que tragaba imperios y olvidaba nombres, Viktor estaba decidido a dejar el suyo grabado. Y lo haría no con gritos, sino con un lugar donde cada persona que cruzara la puerta sentiría que estaba entrando en su mundo.
    Tokio lo recibía con un torbellino de luces y murmullos. Una ciudad que nunca dormía, que lo devoraba todo, pero que al mismo tiempo le ofrecía un silencio extraño en los rincones donde nadie miraba. Viktor había aprendido a leer esos silencios, y era precisamente en ellos donde ahora estaba construyendo lo suyo: un restaurante que no era simplemente un negocio, sino una declaración personal. El edificio era discreto, una fachada tradicional que podía pasar desapercibida entre cientos de locales, pero por dentro se estaba transformando. Tablas de madera pulida, paredes reforzadas y un salón que empezaba a tomar forma. Mientras caminaba entre andamios y polvo de cemento, Viktor se detuvo en el centro, observando el espacio vacío como si ya pudiera verlo terminado. Lo imaginaba lleno de luz cálida, aromas intensos y voces mezcladas en un murmullo sofisticado. Pero sobre todo, lo imaginaba como suyo. Ayudar a Noah siempre había sido parte de su vida; lo hacía con convicción, aunque eso significara poner sus propios planes en pausa. Pero esta vez era diferente. Esta vez, Viktor necesitaba algo que no estuviera ligado al peso de los Veyrith, algo que no fuera sombra de nadie. Este restaurante era su forma de dejar una huella, de demostrarse —quizá más a sí mismo que a los demás— que podía levantar algo con sus propias manos. Apoyó una mano en la madera áspera de una de las columnas, cerrando los ojos unos segundos. Recordó los años en los que había sido solo un jugador más en el tablero de otros, cumpliendo órdenes, cargando con expectativas que nunca había pedido. Ese eco aún lo seguía, pero aquí… aquí había una oportunidad distinta. El restaurante no sería solo una pantalla para sus negocios; sería un refugio, un lugar que hablaría de él sin necesidad de palabras. En el despacho improvisado del segundo piso, desplegó los planos sobre la mesa. Con un cigarro encendido en los labios, trazaba con el dedo las líneas de los pasillos, de las habitaciones privadas, de la cocina que quería perfecta hasta en el último detalle. Había elegido chefs que no solo fueran talentosos, sino que transmitieran en cada plato una identidad. No buscaba simpleza; buscaba arte, precisión y alma. Sabía que pronto volvería a sumergirse en los asuntos de Noah, y no dudaba en hacerlo. Pero mientras tanto, cada decisión que tomaba sobre ese restaurante lo acercaba más a algo que sentía suyo. Por primera vez en mucho tiempo, se permitía imaginar un futuro donde no solo sobrevivía a base de cálculos y estrategias, sino donde podía sentarse en ese mismo salón, copa en mano, y sentirse dueño de su propio destino. La conclusión le resultaba tan inevitable como inquietante: en una ciudad que tragaba imperios y olvidaba nombres, Viktor estaba decidido a dejar el suyo grabado. Y lo haría no con gritos, sino con un lugar donde cada persona que cruzara la puerta sentiría que estaba entrando en su mundo.
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  • - como tenía nada que hacer pensó ayudar a su tío melodías con el sombrero de jabalí , mientras estaba ocupado con sus asuntos reales aunque el lugar estaba algo vacío .-

    Creo que sería , más divertido especialmente ver gente del reino.
    - como tenía nada que hacer pensó ayudar a su tío melodías con el sombrero de jabalí , mientras estaba ocupado con sus asuntos reales aunque el lugar estaba algo vacío .- Creo que sería , más divertido especialmente ver gente del reino.
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  • ༒𝐋𝐄𝐓 𝐌𝐄 𝐂𝐀𝐓𝐂𝐇 𝐘𝐎𝐔༒



    ── 𝐓ú 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭á 𝐚𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐫𝐨.


    Las puertas del bar se abrieron con violencia y la nieve irrumpió como un látigo gélido que apagó la música de golpe. El murmullo alegre se quebró en un silencio abrupto cuando cuatro hombres entraron. Altos, cubiertos por largos abrigos negros, botas que retumbaban sobre la madera vieja. No hacía falta que pronunciaran palabra: la multitud comprendió de inmediato a qué clase de depredadores estaba mirando.

    "Hay un bastardo que me debe algo."

    Los clientes se replegaron hacia las paredes, intentando desaparecer bajo la penumbra. El humo de los cigarrillos quedó suspendido en el aire, detenido como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Solo una figura permaneció imperturbable, sentado con esa arrogancia propia de quienes creen que jamás podrán ser tocados.

    El Ministro de Defensa de Rusia.

    Canoso, con traje impecable y un vaso de vodka aún húmedo en la mano, alzó la mirada hacia los intrusos. No había miedo en sus ojos, sino fastidio, como si la escena fuera una ofensa menor a su autoridad.

    — Ministro. Vendrá con nosotros — anunció uno de los hombres, su voz grave, un eco oscuro que llenó la sala con un peso insoportable.

    "Se encuentra en San Petersburgo. Localícenlo y tráiganmelo aquí."

    Los guardaespaldas del político apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Una mano buscó la chaqueta, pero el disparo llegó antes. Un estampido seco. Después otro, y otro. El aire se llenó de pólvora y sangre. Los cuerpos se desplomaron sin remedio, muñecos rotos que ya no respondían a nadie.

    El Ministro golpeó la mesa con furia, su voz retumbó entre las paredes cargadas de humo:

    — ¿Quién diablos son ustedes? ¿¡Saben quién soy?!

    Un puñetazo brutal lo arrancó de su asiento. Cayó al suelo como cualquier hombre, los brazos torcidos y sujetos por una fuerza que lo reducía a prisionero. La indignación lo ahogaba, pero sus palabras se perdían en gruñidos confusos, apenas reconocibles como ruso entre los golpes y el miedo.

    "Dejen limpio el lugar. Ningún cabo suelto. San Petersburgo no es un sitio que deba ser provocado… no todavía."

    La sentencia cayó como un cuchillo. Nadie dentro del bar tuvo oportunidad de escapar. Dos de los hombres bloquearon la salida, fríos y calculadores, mientras los otros arrojaban botellas incendiarias contra las vigas y cortinas. El fuego se expandió como una bestia hambrienta, devorando madera, vidrio y carne por igual. Los gritos se alzaron, desesperados, mientras las ventanas comenzaban a ennegrecerse.

    Arrastrado hacia la calle, el Ministro alcanzó a girar la cabeza. Sus ojos vidriosos reflejaron las siluetas atrapadas detrás de los cristales, los cuerpos forcejeando inútilmente contra un destino sellado. La nieve seguía cayendo con suavidad, indiferente al infierno que ardía a sus pies.

    . . .

    En Moscú, Kiev observaba un reloj antiguo en la palma de su mano. El metal ennegrecido llevaba la marca del tiempo, un recuerdo de su padre que cuando joven le parecía un tesoro inalcanzable. Ahora, sin embargo, lo contemplaba con frialdad, como si cada tic tac fuera simplemente un recordatorio de que el pasado no tiene valor en el presente.

    Lo dejó sobre el escritorio. Frente a él, los papeles estaban desplegados como piezas de ajedrez: informes, fotografías, nombres. Uno brillaba más que el resto: Ayla Klein.

    Su mirada recorrió con calma cada hoja, hasta que un detalle detuvo el movimiento de sus ojos. En una foto, un cruce de miradas. No era nada para la mayoría, pero para él era suficiente: Ryan. Esa cercanía con la alemana no era un accidente. Lo había encontrado, el error, la grieta. El talón de Aquiles.

    Una sonrisa lenta torció sus labios, apenas un gesto que nunca llegaba a suavizar su expresión. Isha había hecho bien su trabajo, aunque debía vigilarla para que no dejara más cenizas tras de sí.

    Al lado de esa carpeta, otra. El árbol completo de los Di Vincenzo: territorios, hermanos, aliados, hasta empleados insignificantes. El primer nombre resaltaba inevitable: Elisabetta. Curioso, irónico quizá, que dos mujeres tan distintas compartieran un destino tan contradictorio.

    ¿De qué le servían esas piezas? Mucho. No como aliadas, sino como puntos débiles. Todo dependía de cómo se moviera la partida, de qué tan cerca estuviera su hermano de convertirse en una molestia. Las mafias solo conocían un lenguaje: el interés propio. Y si alguien se interponía en el suyo, el problema sería inevitable.

    Un ruido lo sacó de su concentración. El cachorro mordía su pata, jugando como si el mundo no fuera más que un terreno blando para hincar los dientes. Kiev lo observó un instante.

    — Sigues siendo tan pequeño… — murmuró, ¿Cuántas veces había pisado su diminuta cola y recibido, a cambio, mordidas furiosas en el pantalón antes de que el animal huyera llorando? La cuenta lo había perdido, por eso mismo tuvo que colocarle ese "cosa" para cubrirla hasta buscar algo más viable.

    El reloj volvió a marcar el segundo, tic, tac. Fue cuando se dio cuenta que debía moverse. Se levantó, tomó la camisa que descansaba sobre la silla. Había asuntos que atender, y pronto, el hombre que le debía algo estaría frente a él.
    ༒𝐋𝐄𝐓 𝐌𝐄 𝐂𝐀𝐓𝐂𝐇 𝐘𝐎𝐔༒ ── 𝐓ú 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐬𝐞 𝐞𝐬𝐭á 𝐚𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐫𝐨. Las puertas del bar se abrieron con violencia y la nieve irrumpió como un látigo gélido que apagó la música de golpe. El murmullo alegre se quebró en un silencio abrupto cuando cuatro hombres entraron. Altos, cubiertos por largos abrigos negros, botas que retumbaban sobre la madera vieja. No hacía falta que pronunciaran palabra: la multitud comprendió de inmediato a qué clase de depredadores estaba mirando. "Hay un bastardo que me debe algo." Los clientes se replegaron hacia las paredes, intentando desaparecer bajo la penumbra. El humo de los cigarrillos quedó suspendido en el aire, detenido como si el tiempo mismo se hubiera congelado. Solo una figura permaneció imperturbable, sentado con esa arrogancia propia de quienes creen que jamás podrán ser tocados. El Ministro de Defensa de Rusia. Canoso, con traje impecable y un vaso de vodka aún húmedo en la mano, alzó la mirada hacia los intrusos. No había miedo en sus ojos, sino fastidio, como si la escena fuera una ofensa menor a su autoridad. — Ministro. Vendrá con nosotros — anunció uno de los hombres, su voz grave, un eco oscuro que llenó la sala con un peso insoportable. "Se encuentra en San Petersburgo. Localícenlo y tráiganmelo aquí." Los guardaespaldas del político apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Una mano buscó la chaqueta, pero el disparo llegó antes. Un estampido seco. Después otro, y otro. El aire se llenó de pólvora y sangre. Los cuerpos se desplomaron sin remedio, muñecos rotos que ya no respondían a nadie. El Ministro golpeó la mesa con furia, su voz retumbó entre las paredes cargadas de humo: — ¿Quién diablos son ustedes? ¿¡Saben quién soy?! Un puñetazo brutal lo arrancó de su asiento. Cayó al suelo como cualquier hombre, los brazos torcidos y sujetos por una fuerza que lo reducía a prisionero. La indignación lo ahogaba, pero sus palabras se perdían en gruñidos confusos, apenas reconocibles como ruso entre los golpes y el miedo. "Dejen limpio el lugar. Ningún cabo suelto. San Petersburgo no es un sitio que deba ser provocado… no todavía." La sentencia cayó como un cuchillo. Nadie dentro del bar tuvo oportunidad de escapar. Dos de los hombres bloquearon la salida, fríos y calculadores, mientras los otros arrojaban botellas incendiarias contra las vigas y cortinas. El fuego se expandió como una bestia hambrienta, devorando madera, vidrio y carne por igual. Los gritos se alzaron, desesperados, mientras las ventanas comenzaban a ennegrecerse. Arrastrado hacia la calle, el Ministro alcanzó a girar la cabeza. Sus ojos vidriosos reflejaron las siluetas atrapadas detrás de los cristales, los cuerpos forcejeando inútilmente contra un destino sellado. La nieve seguía cayendo con suavidad, indiferente al infierno que ardía a sus pies. . . . En Moscú, Kiev observaba un reloj antiguo en la palma de su mano. El metal ennegrecido llevaba la marca del tiempo, un recuerdo de su padre que cuando joven le parecía un tesoro inalcanzable. Ahora, sin embargo, lo contemplaba con frialdad, como si cada tic tac fuera simplemente un recordatorio de que el pasado no tiene valor en el presente. Lo dejó sobre el escritorio. Frente a él, los papeles estaban desplegados como piezas de ajedrez: informes, fotografías, nombres. Uno brillaba más que el resto: Ayla Klein. Su mirada recorrió con calma cada hoja, hasta que un detalle detuvo el movimiento de sus ojos. En una foto, un cruce de miradas. No era nada para la mayoría, pero para él era suficiente: Ryan. Esa cercanía con la alemana no era un accidente. Lo había encontrado, el error, la grieta. El talón de Aquiles. Una sonrisa lenta torció sus labios, apenas un gesto que nunca llegaba a suavizar su expresión. Isha había hecho bien su trabajo, aunque debía vigilarla para que no dejara más cenizas tras de sí. Al lado de esa carpeta, otra. El árbol completo de los Di Vincenzo: territorios, hermanos, aliados, hasta empleados insignificantes. El primer nombre resaltaba inevitable: Elisabetta. Curioso, irónico quizá, que dos mujeres tan distintas compartieran un destino tan contradictorio. ¿De qué le servían esas piezas? Mucho. No como aliadas, sino como puntos débiles. Todo dependía de cómo se moviera la partida, de qué tan cerca estuviera su hermano de convertirse en una molestia. Las mafias solo conocían un lenguaje: el interés propio. Y si alguien se interponía en el suyo, el problema sería inevitable. Un ruido lo sacó de su concentración. El cachorro mordía su pata, jugando como si el mundo no fuera más que un terreno blando para hincar los dientes. Kiev lo observó un instante. — Sigues siendo tan pequeño… — murmuró, ¿Cuántas veces había pisado su diminuta cola y recibido, a cambio, mordidas furiosas en el pantalón antes de que el animal huyera llorando? La cuenta lo había perdido, por eso mismo tuvo que colocarle ese "cosa" para cubrirla hasta buscar algo más viable. El reloj volvió a marcar el segundo, tic, tac. Fue cuando se dio cuenta que debía moverse. Se levantó, tomó la camisa que descansaba sobre la silla. Había asuntos que atender, y pronto, el hombre que le debía algo estaría frente a él.
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  • Mientras mi prometida atiende sus asuntos de trabajo…
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    — 𝙵𝚊𝚟𝚘𝚛 𝚍𝚎 𝚕𝚎𝚎𝚛:

    ✤ ┆ Me reservo el derecho de admisión

    ✤ ┆ Si tú agregas, tu inicias la interacción o viceversa

    ✤ ┆ Mis imágenes y estados están disponibles para rol, a menos que haya una mención específica. De ser así, es un rol privado

    ✤ ┆ Mis mensajes privados son para acordar tramas entre usuarios

    ✤ ┆ Soy tolerante con diversas tramas de rol, pero personalmente no me gusta el meta rol. Favor de no usar información de mi personaje indiscriminadamente

    ✤ ┆ No tengo problema con rolear con personajes de otros fandoms

    ✤ ┆ Las ships no son mi prioridad. Prefiero construir una interacción con sustancia. Las situaciones forzadas nunca son agradables.

    ✤ ┆ Soy una persona que suele ocuparse por asuntos irl, por lo que mi tiempo de respuesta es variable. Aunque son libres de comentarme si consideran que me tardo demasiado. Pero favor de no presionarme

    ✤ ┆ Hago limpieza de la cuenta de vez en cuando, no me gusta conservar adornos

    ✤ ┆ Si llego a hacer comentarios fuera de rol, tendrán el siguiente símbolo: // o la misma publicación estará marcada como corresponde

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    **Éste post será probablemente modificado
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  • Aaah...
    Shinn se dió cuenta que había cierta contaminación, y Ace se ofreció amablemente a hacer la purga, pero no, era yo quien tenía que jalar el gatillo...
    Es molesto pero... Necesario. Y el barro resultó ser tan frágil que pude romperlo con mis propias manos. Aunque descubrí que estaba sucio...
    Así que todo esto fue por higiene en el fondo, y a la larga será más saludable.
    Pero no hay tiempo de quejarse. Hay ciertos asuntos que atender, y deudas que pagar. Además, seguimos festejando la libertad. ¡VIVA LA LIBERTAD!
    Aaah... Shinn se dió cuenta que había cierta contaminación, y Ace se ofreció amablemente a hacer la purga, pero no, era yo quien tenía que jalar el gatillo... Es molesto pero... Necesario. Y el barro resultó ser tan frágil que pude romperlo con mis propias manos. Aunque descubrí que estaba sucio... Así que todo esto fue por higiene en el fondo, y a la larga será más saludable. Pero no hay tiempo de quejarse. Hay ciertos asuntos que atender, y deudas que pagar. Además, seguimos festejando la libertad. ¡VIVA LA LIBERTAD!
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