• Noche perpetua, un cielo negro que se pierde más allá de la vista.
    Un campo de rosas, pétalos carmesí, gotas escarlatas que se extienden hasta el oscuro horizonte.
    Allí yace Hansel Russo, de rodillas en medio de estatuas grotescamente troceadas y con sus restos esparcidos de un lado a otro.
    Otra vez estaba ahí, en ese mundo odioso y onírico. Pero ésta vez era diferente, pues en una de sus manos se encuentra enredado un peculiar hilo rojizo.

    —Mi pequeño y miserable Hansel, ¿Sabes qué es eso?—

    Russo alzó la mirada con el ceño fruncido, odiaba con su alma aquella voz burlona y arrogante.
    Al verlo notó que el hilo pasa por el lado de ese monstruo y se extiende hasta más allá de noche perpetua. No supo que responder, por lo que guardó silencio.

    —Es una distracción, Hansel, eso es. En algún futuro tratara de hacerte olvidar tu glorioso propósito.—

    —¿Cuál propósito, sufrir hasta los ochenta?—

    —¡Exacto!—

    Russo apretó los dientes, mientras cerraba sus manos en puños que tiemblan de rabia.

    —Pero no te preocupes, mi pequeño y miserable Hansel. Sé perfectamente cómo arreglarlo. —

    Hansel Russo presenció como ese monstruo tomó el hilo rojo desde dos alejados extremos con sus negras zarpas. Él tiró del hilo, lo tensó y lo estiró. Pero en su último intento lo cortó, tuvo que usar tanta fuerza que hizo temblar a Noche perpetua.

    Por un segundo, exactamente uno, Hansel Russo sintió frío, sintió como una aguda punzada atravesó su corazón y lo obligó a detenerse en ese corto momento. Por alguna razón se sentía vacío, como si le faltara algo, sentía un frío totalmente ajeno al que provocaba Noche perpetua.
    El hilo rojo se contrajo hasta perderse en el cielo negro, mientras que la parte de Russo quedó colgando en aquellas negras zarpas. Su brillo rojizo estaba muriendo, cada vez se tornaba más y más opaco.

    —¿Qué... Qué hiciste?—

    Tartamudeó el confundido Russo, quien miraba sin entender nada. Mientras que el monstruo, él sonreía, mostraba sus puntiagudos dientes en una sonrisa retorcida y demencial.

    —Tenía que ver con algo del destino, una cosa sin importancia; Algo con encontrarse con alguien especial. — Su respuesta iba cargada con aquella burla, con aquella arrogancia que le recordaba a Russo la enorme diferencia entre un humano y un ente de ese tipo.

    —Hansel Russo, aquel que marqué para ser mi punto de conexión con el mundo terrenal. Tu propósito es dar a conocer mi existencia, por cualquier medio que sea necesario. —

    El hombre de la marcas sintió como el aire era despojado de sus pulmones, de una forma tan agresiva que lo hizo caer de cara entre las rosas carmesí. No importa cuánto intentara, el aire simplemente no volvía y de a poco perdía la conciencia.

    —Así como te salvé de que cobraran tu alma en ese mugroso departamento, o como hiciste hace años en ese hospital psiquiátrico. Noche perpetua debe ser conocido, luego mi nombre será revelado. —

    Y eso fue lo último que escuchó Russo, luego de eso se hundió en un profundo silencio entre aquel mar de sangre y pétalos.

    .
    .
    .





    //Cualquiera diría que nomás ando torturando a Hansel a lo wey-
    PERO! Let me cook boy, todo va a tener su sentido- Si es que consigo dárselo

    Noche perpetua, un cielo negro que se pierde más allá de la vista. Un campo de rosas, pétalos carmesí, gotas escarlatas que se extienden hasta el oscuro horizonte. Allí yace Hansel Russo, de rodillas en medio de estatuas grotescamente troceadas y con sus restos esparcidos de un lado a otro. Otra vez estaba ahí, en ese mundo odioso y onírico. Pero ésta vez era diferente, pues en una de sus manos se encuentra enredado un peculiar hilo rojizo. —Mi pequeño y miserable Hansel, ¿Sabes qué es eso?— Russo alzó la mirada con el ceño fruncido, odiaba con su alma aquella voz burlona y arrogante. Al verlo notó que el hilo pasa por el lado de ese monstruo y se extiende hasta más allá de noche perpetua. No supo que responder, por lo que guardó silencio. —Es una distracción, Hansel, eso es. En algún futuro tratara de hacerte olvidar tu glorioso propósito.— —¿Cuál propósito, sufrir hasta los ochenta?— —¡Exacto!— Russo apretó los dientes, mientras cerraba sus manos en puños que tiemblan de rabia. —Pero no te preocupes, mi pequeño y miserable Hansel. Sé perfectamente cómo arreglarlo. — Hansel Russo presenció como ese monstruo tomó el hilo rojo desde dos alejados extremos con sus negras zarpas. Él tiró del hilo, lo tensó y lo estiró. Pero en su último intento lo cortó, tuvo que usar tanta fuerza que hizo temblar a Noche perpetua. Por un segundo, exactamente uno, Hansel Russo sintió frío, sintió como una aguda punzada atravesó su corazón y lo obligó a detenerse en ese corto momento. Por alguna razón se sentía vacío, como si le faltara algo, sentía un frío totalmente ajeno al que provocaba Noche perpetua. El hilo rojo se contrajo hasta perderse en el cielo negro, mientras que la parte de Russo quedó colgando en aquellas negras zarpas. Su brillo rojizo estaba muriendo, cada vez se tornaba más y más opaco. —¿Qué... Qué hiciste?— Tartamudeó el confundido Russo, quien miraba sin entender nada. Mientras que el monstruo, él sonreía, mostraba sus puntiagudos dientes en una sonrisa retorcida y demencial. —Tenía que ver con algo del destino, una cosa sin importancia; Algo con encontrarse con alguien especial. — Su respuesta iba cargada con aquella burla, con aquella arrogancia que le recordaba a Russo la enorme diferencia entre un humano y un ente de ese tipo. —Hansel Russo, aquel que marqué para ser mi punto de conexión con el mundo terrenal. Tu propósito es dar a conocer mi existencia, por cualquier medio que sea necesario. — El hombre de la marcas sintió como el aire era despojado de sus pulmones, de una forma tan agresiva que lo hizo caer de cara entre las rosas carmesí. No importa cuánto intentara, el aire simplemente no volvía y de a poco perdía la conciencia. —Así como te salvé de que cobraran tu alma en ese mugroso departamento, o como hiciste hace años en ese hospital psiquiátrico. Noche perpetua debe ser conocido, luego mi nombre será revelado. — Y eso fue lo último que escuchó Russo, luego de eso se hundió en un profundo silencio entre aquel mar de sangre y pétalos. . . . //Cualquiera diría que nomás ando torturando a Hansel a lo wey- PERO! Let me cook boy, todo va a tener su sentido- Si es que consigo dárselo :STK-21:
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  • A la primera reacción..
    Gao será un alfa... Y no el sumiso (?)
    A la primera reacción.. Gao será un alfa... Y no el sumiso (?)
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  • Aquella joven se apoyó en el mostrador de la tienda de conveniencia, mirando distraídamente hacia la puerta principal. El día avanzaba lento, y la pequeña campana que colgaba del marco no había sonado en horas. El aburrimiento comenzaba a apoderarse de ella, algo poco común en una ciudad donde siempre había personas entrando y saliendo.

    Dio un largo suspiro, sintiendo el peso del silencio que solo se interrumpía por el zumbido del refrigerador y el suave murmullo del aire acondicionado. La tienda, normalmente bulliciosa y llena de movimiento, hoy parecía un desierto. Los estantes, repletos de artículos cotidianos como snacks, bebidas y revistas, le resultaban extrañamente monótonos. Incluso los productos que solían captar su atención, como las coloridas bolsas de dulces y las revistas con portadas llamativas, se veían hoy carentes de vida.

    —¿Dónde están todos cuando se necesita un poco de acción? —murmuró para sí misma, dejando caer la cabeza sobre sus brazos cruzados en el mostrador.

    Para no sucumbir por completo al aburrimiento, decidió dar una vuelta por los pasillos de la tienda. Repasó el inventario con la mirada: galletas, cereales, latas de sopa alineadas con precisión, y una fila de botellas de refresco perfectamente organizadas. Hizo un esfuerzo por encontrar algo que necesitara ser ordenado o limpiado, pero todo parecía estar en su lugar. Incluso los precios en las etiquetas estaban correctamente actualizados.

    Finalmente, se acercó a la caja registradora y sacó un cuaderno de bocetos que tenía guardado debajo del mostrador. Si el día iba a seguir tan aburrido, al menos podría entretenerse un poco dibujando. Abrió el cuaderno en una página en blanco y se quedó mirando el papel por un momento, esperando que la inspiración llegara. Al poco tiempo, su mano comenzó a moverse, trazando líneas y sombras al azar. Dibujaba sin un objetivo claro, permitiendo que sus pensamientos fluyeran con cada trazo.

    Mientras las líneas tomaban forma, su expresión se suavizó. Dibujar siempre había sido una forma de escapar, de evadir la rutina cuando todo a su alrededor parecía detenerse. Pronto, un paisaje urbano empezó a surgir en la página, con calles estrechas y edificios altos que parecían perderse en las nubes. Era un lugar imaginario, lleno de detalles y recovecos, un espacio donde podía perderse cuando la realidad se volvía demasiado predecible.

    Después de un rato, la campana de la puerta finalmente sonó, sacándola de su ensueño. Carmina levantó la vista, sorprendida por el sonido que había roto la calma que envolvía la tienda. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras cerraba el cuaderno de bocetos y lo dejaba a un lado.

    —¡Bienvenido! —dijo con una energía renovada, sintiendo cómo el lugar volvía a llenarse de vida con la llegada de un cliente. Quizá este día aburrido no sería tan aburrido después de todo.
    Aquella joven se apoyó en el mostrador de la tienda de conveniencia, mirando distraídamente hacia la puerta principal. El día avanzaba lento, y la pequeña campana que colgaba del marco no había sonado en horas. El aburrimiento comenzaba a apoderarse de ella, algo poco común en una ciudad donde siempre había personas entrando y saliendo. Dio un largo suspiro, sintiendo el peso del silencio que solo se interrumpía por el zumbido del refrigerador y el suave murmullo del aire acondicionado. La tienda, normalmente bulliciosa y llena de movimiento, hoy parecía un desierto. Los estantes, repletos de artículos cotidianos como snacks, bebidas y revistas, le resultaban extrañamente monótonos. Incluso los productos que solían captar su atención, como las coloridas bolsas de dulces y las revistas con portadas llamativas, se veían hoy carentes de vida. —¿Dónde están todos cuando se necesita un poco de acción? —murmuró para sí misma, dejando caer la cabeza sobre sus brazos cruzados en el mostrador. Para no sucumbir por completo al aburrimiento, decidió dar una vuelta por los pasillos de la tienda. Repasó el inventario con la mirada: galletas, cereales, latas de sopa alineadas con precisión, y una fila de botellas de refresco perfectamente organizadas. Hizo un esfuerzo por encontrar algo que necesitara ser ordenado o limpiado, pero todo parecía estar en su lugar. Incluso los precios en las etiquetas estaban correctamente actualizados. Finalmente, se acercó a la caja registradora y sacó un cuaderno de bocetos que tenía guardado debajo del mostrador. Si el día iba a seguir tan aburrido, al menos podría entretenerse un poco dibujando. Abrió el cuaderno en una página en blanco y se quedó mirando el papel por un momento, esperando que la inspiración llegara. Al poco tiempo, su mano comenzó a moverse, trazando líneas y sombras al azar. Dibujaba sin un objetivo claro, permitiendo que sus pensamientos fluyeran con cada trazo. Mientras las líneas tomaban forma, su expresión se suavizó. Dibujar siempre había sido una forma de escapar, de evadir la rutina cuando todo a su alrededor parecía detenerse. Pronto, un paisaje urbano empezó a surgir en la página, con calles estrechas y edificios altos que parecían perderse en las nubes. Era un lugar imaginario, lleno de detalles y recovecos, un espacio donde podía perderse cuando la realidad se volvía demasiado predecible. Después de un rato, la campana de la puerta finalmente sonó, sacándola de su ensueño. Carmina levantó la vista, sorprendida por el sonido que había roto la calma que envolvía la tienda. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras cerraba el cuaderno de bocetos y lo dejaba a un lado. —¡Bienvenido! —dijo con una energía renovada, sintiendo cómo el lugar volvía a llenarse de vida con la llegada de un cliente. Quizá este día aburrido no sería tan aburrido después de todo.
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    //Friendly reminder. Quién agrega primero amigos es quien busca interacción, así que ya sabéis por qué el día menos pensado me pongo a hacer limpieza y no os dejo a ni uno.
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  • 𝖀𝖓 𝖕𝖊𝖓𝖘𝖆𝖒𝖎𝖊𝖓𝖙𝖔

    "El amor de un mortal es sufrimiento para el inmortal que lo pierde en su final."

    Eso es lo que cualquiera le diría a un ser etéreo, como es mi caso. Pero yo no lo veo de esa forma. El inmortal vive con la certeza de la vida eterna, sabiendo que tiene el infinito por delante para sentir y experimentar cuanto desee, hasta saciar su hambre. ¿Y el mortal? Él se aferra a cada sentimiento, a cada experiencia con una pasión feroz, una pasión arrolladora que me hace sentir, nuevamente, que estoy vivo, que no soy un mero espectador en este vasto mundo y su transcurrir.

    Un mortal sabe que desde el instante en que nace, ya está muriendo, y lo demuestra viviendo con fuerza cada suspiro. Amo el amor de un mortal; amo la intensidad con la que arde en mi piel, amo con cada beso en mis labios, sintiéndose como el primero, amo cada efímero segundo que puedo compartir a su lado, impregnándome de esa ansia por la vida, por sentir, por querer. Amo la reacción en sus ojos al pronumciarle un "Te amo", como lo reciben haciéndote sentir un éxtasis genuino y sincero .

    La mortalidad es sufrimiento para quien ve partir a su ser amado, pero más me dolería no haber aprovechado cada bocanada de aire que la vida me concede para estar junto a él.
    𝖀𝖓 𝖕𝖊𝖓𝖘𝖆𝖒𝖎𝖊𝖓𝖙𝖔 "El amor de un mortal es sufrimiento para el inmortal que lo pierde en su final." Eso es lo que cualquiera le diría a un ser etéreo, como es mi caso. Pero yo no lo veo de esa forma. El inmortal vive con la certeza de la vida eterna, sabiendo que tiene el infinito por delante para sentir y experimentar cuanto desee, hasta saciar su hambre. ¿Y el mortal? Él se aferra a cada sentimiento, a cada experiencia con una pasión feroz, una pasión arrolladora que me hace sentir, nuevamente, que estoy vivo, que no soy un mero espectador en este vasto mundo y su transcurrir. Un mortal sabe que desde el instante en que nace, ya está muriendo, y lo demuestra viviendo con fuerza cada suspiro. Amo el amor de un mortal; amo la intensidad con la que arde en mi piel, amo con cada beso en mis labios, sintiéndose como el primero, amo cada efímero segundo que puedo compartir a su lado, impregnándome de esa ansia por la vida, por sentir, por querer. Amo la reacción en sus ojos al pronumciarle un "Te amo", como lo reciben haciéndote sentir un éxtasis genuino y sincero . La mortalidad es sufrimiento para quien ve partir a su ser amado, pero más me dolería no haber aprovechado cada bocanada de aire que la vida me concede para estar junto a él.
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  • Carmina estaba detrás del mostrador de su pequeña tienda de conveniencia, revisando las fechas de caducidad de los productos en los estantes. Era una mañana tranquila, y el suave zumbido de las luces fluorescentes llenaba el espacio con un ruido de fondo constante. La mayoría de los clientes aún no llegaban, lo que le daba tiempo para organizar y limpiar.

    Mientras acomodaba los frascos de café instantáneo, un recuerdo cálido se abrió paso en su mente. La cocina de su abuelo Pietro siempre olía a café recién molido. Incluso en esta época, cuando las máquinas de cápsulas y los baristas dominaban el panorama, él insistía en usar su viejo molinillo manual cada mañana. "El café sabe mejor cuando lo haces con tus propias manos," solía decirle, con una sonrisa llena de sabiduría. Carmina podía casi escuchar el sonido del molinillo y ver la expresión de concentración en su rostro mientras giraba la manivela con calma.

    Se dirigió al área de productos frescos, donde empezó a revisar la sección de frutas y verduras. Mientras elegía cuáles desechar, recordó cómo Pietro la llevaba al mercado los fines de semana. Siempre seleccionaba las hierbas y especias con cuidado, diciendo que cada ingrediente tenía una historia y un propósito. "Tienes que saber escuchar lo que la tierra te ofrece," le explicaba mientras le mostraba cómo diferenciar el romero fresco del que había perdido su fragancia. Aunque ahora Carmina no vendía hierbas en su tienda, esa lección se quedó con ella, enseñándole a valorar la calidad y la esencia de las cosas, incluso en un lugar tan moderno y ajetreado como su tienda.

    Pasó un paño por las superficies del mostrador, sus pensamientos aún sumidos en esos días. Aunque la tienda estaba lejos de la acogedora botica de su abuelo, donde las plantas secas colgaban del techo y el olor a hierbas impregnaba el aire, ella había intentado conservar algo de esa calidez. Pietro siempre decía que un negocio era más que una transacción; era un intercambio de energía y un lugar donde las personas se encontraban para conectar, aunque solo fuera por un breve momento.

    Carmina ajustó la pequeña planta de lavanda que tenía junto a la caja registradora, un guiño a los días pasados. Pietro solía tener plantas por toda la casa, cada una con un propósito. La lavanda, decía, era para la calma y el equilibrio. "Las personas están tan ocupadas hoy en día que a veces se olvidan de respirar," le había dicho una vez mientras arreglaba unas macetas en la ventana. "Pero un pequeño toque de naturaleza siempre puede ayudar."

    El sonido de la puerta automática interrumpió sus pensamientos cuando un cliente entró. Carmina saludó con una sonrisa y lo ayudó a encontrar lo que buscaba. Al finalizar la transacción, el cliente se marchó con un agradecimiento, y Carmina se quedó un momento mirando la puerta cerrarse. Quizás su tienda no tenía la magia antigua de la botica de Pietro, pero aún era un lugar donde podía poner en práctica lo que él le había enseñado: la importancia de los pequeños gestos y de hacer sentir a las personas bienvenidas.

    Terminó de acomodar la caja de barras energéticas en el estante y se permitió una pequeña sonrisa. Su abuelo le había dejado más que recuerdos; le había dejado un legado de conexión y cuidado, algo que intentaba honrar cada día, incluso en una simple tienda de conveniencia en plena ciudad.

    Carmina estaba detrás del mostrador de su pequeña tienda de conveniencia, revisando las fechas de caducidad de los productos en los estantes. Era una mañana tranquila, y el suave zumbido de las luces fluorescentes llenaba el espacio con un ruido de fondo constante. La mayoría de los clientes aún no llegaban, lo que le daba tiempo para organizar y limpiar. Mientras acomodaba los frascos de café instantáneo, un recuerdo cálido se abrió paso en su mente. La cocina de su abuelo Pietro siempre olía a café recién molido. Incluso en esta época, cuando las máquinas de cápsulas y los baristas dominaban el panorama, él insistía en usar su viejo molinillo manual cada mañana. "El café sabe mejor cuando lo haces con tus propias manos," solía decirle, con una sonrisa llena de sabiduría. Carmina podía casi escuchar el sonido del molinillo y ver la expresión de concentración en su rostro mientras giraba la manivela con calma. Se dirigió al área de productos frescos, donde empezó a revisar la sección de frutas y verduras. Mientras elegía cuáles desechar, recordó cómo Pietro la llevaba al mercado los fines de semana. Siempre seleccionaba las hierbas y especias con cuidado, diciendo que cada ingrediente tenía una historia y un propósito. "Tienes que saber escuchar lo que la tierra te ofrece," le explicaba mientras le mostraba cómo diferenciar el romero fresco del que había perdido su fragancia. Aunque ahora Carmina no vendía hierbas en su tienda, esa lección se quedó con ella, enseñándole a valorar la calidad y la esencia de las cosas, incluso en un lugar tan moderno y ajetreado como su tienda. Pasó un paño por las superficies del mostrador, sus pensamientos aún sumidos en esos días. Aunque la tienda estaba lejos de la acogedora botica de su abuelo, donde las plantas secas colgaban del techo y el olor a hierbas impregnaba el aire, ella había intentado conservar algo de esa calidez. Pietro siempre decía que un negocio era más que una transacción; era un intercambio de energía y un lugar donde las personas se encontraban para conectar, aunque solo fuera por un breve momento. Carmina ajustó la pequeña planta de lavanda que tenía junto a la caja registradora, un guiño a los días pasados. Pietro solía tener plantas por toda la casa, cada una con un propósito. La lavanda, decía, era para la calma y el equilibrio. "Las personas están tan ocupadas hoy en día que a veces se olvidan de respirar," le había dicho una vez mientras arreglaba unas macetas en la ventana. "Pero un pequeño toque de naturaleza siempre puede ayudar." El sonido de la puerta automática interrumpió sus pensamientos cuando un cliente entró. Carmina saludó con una sonrisa y lo ayudó a encontrar lo que buscaba. Al finalizar la transacción, el cliente se marchó con un agradecimiento, y Carmina se quedó un momento mirando la puerta cerrarse. Quizás su tienda no tenía la magia antigua de la botica de Pietro, pero aún era un lugar donde podía poner en práctica lo que él le había enseñado: la importancia de los pequeños gestos y de hacer sentir a las personas bienvenidas. Terminó de acomodar la caja de barras energéticas en el estante y se permitió una pequeña sonrisa. Su abuelo le había dejado más que recuerdos; le había dejado un legado de conexión y cuidado, algo que intentaba honrar cada día, incluso en una simple tienda de conveniencia en plena ciudad.
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  • 𓇬 𓂃 ⸰ 𓋼𓍊𓋼 ִֶָ 𓈒 Y-Yo... ¡Yo nunca vi esto! ¿por qué nadie me avisó? (? Voy a guardarlos para la noche, que es... cuando mi cerebro más piensa tonterías, así tapo lo amargo con algo dulce ¡Gracias 新井 直人 Naoto !

    ⸻⸻⸻
    ⋆˚࿔ #IC #Personajes3D #3D #PJ3D #Interacción 𝜗𝜚˚⋆
    𓇬 𓂃🪐 ⸰ 𓋼𓍊𓋼 ִֶָ 🧸 𓈒 Y-Yo... ¡Yo nunca vi esto!😣💗 ¿por qué nadie me avisó? (? Voy a guardarlos para la noche, que es... cuando mi cerebro más piensa tonterías, así tapo lo amargo con algo dulce 🥺¡Gracias [BlueM00n] ! ⸻⸻⸻ ⋆˚࿔ #IC #Personajes3D #3D #PJ3D #Interacción 𝜗𝜚˚⋆
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    || :: Sin falta, hoy estaré publicando la primer búsqueda/clasificado para Hoshiko. Necesito que mi hijita consiga algo de interacción FxF ♡( ◡‿◡ )
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    || 💫 :: Sin falta, hoy estaré publicando la primer búsqueda/clasificado para Hoshiko. Necesito que mi hijita consiga algo de interacción FxF ♡( ◡‿◡ ) ⸻⸻⸻ ⋆˚࿔ #Comunidad3D #OOC #Personajes3D #búsqueda #lgbtq 𝜗𝜚˚⋆
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    ||Si les debo alguna interacción prometo ponerme al corriente en esta y todas mis cuentas.
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  • El reloj en la pared del hospital avanzaba con lentitud, marcando el ritmo de una noche silenciosa. Shoko se encontraba sentada en su escritorio, rodeada de expedientes, jeringas y botellas de alcohol desinfectante. El resplandor frío de la lámpara le proyectaba sombras suaves en el rostro mientras llenaba su último reporte del día. Su bata de laboratorio estaba ligeramente arrugada, y su cabello recogido de manera descuidada apenas contenía los mechones sueltos que se rebelaban hacia los lados.

    Alzó la mirada por un momento y dejó el bolígrafo sobre el escritorio, suspirando profundamente. La tranquilidad del lugar hacía eco de una soledad que ya le era demasiado familiar. Había aceptado esa parte de su vida con una indiferencia estudiada, pero en noches como esa, donde el silencio era abrumador, no podía evitar reflexionar en cómo había llegado hasta allí.

    Nunca había querido realmente el papel de médica en el mundo del jujutsu, pero ahí estaba. Su vida se había transformado en una constante de sangre, maldiciones y decisiones que no podía cambiar. Se preguntaba si alguna vez había tenido una verdadera elección, o si siempre había estado destinada a seguir ese camino, manteniéndose al margen, curando las heridas de los demás mientras dejaba las propias sin atender.

    Pensó en Geto y Gojo. En la juventud que compartieron, esos días cuando las cosas parecían tan sencillas y llenas de promesas. Las risas, las bromas pesadas, la camaradería que alguna vez le hizo pensar que todo tendría un propósito mayor. Pero las cosas habían cambiado. Geto se había desviado hacia un camino oscuro, Gojo se había vuelto cada vez más distante, y ella... ella había quedado varada en un espacio intermedio.

    "No soy como ellos", murmuró para sí misma, su tono más resignado que triste. Shoko nunca había querido estar en el centro de la acción, ni ser la heroína de la historia. Su trabajo era sencillo: salvar a los que podía, enmendar lo que estaba roto, y seguir adelante. Pero no podía evitar preguntarse, a veces, si ese enfoque desapegado era una forma de protegerse. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado decisiones diferentes? ¿Si hubiera sido más cercana, más abierta, más vulnerable?

    Las luces parpadeantes del quirófano al otro lado del pasillo rompieron su línea de pensamiento, recordándole que la noche aún no terminaba. Se levantó lentamente, estirándose mientras se dirigía a la máquina de café, sin mucha prisa. La soledad de la enfermería le daba espacio para pensar, para meditar en los fantasmas del pasado. Al menos, ahí, no tenía que fingir ser alguien que no era.

    Pero, aun así, mientras bebía el amargo café, un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿Cuánto más puedo seguir así?.
    El reloj en la pared del hospital avanzaba con lentitud, marcando el ritmo de una noche silenciosa. Shoko se encontraba sentada en su escritorio, rodeada de expedientes, jeringas y botellas de alcohol desinfectante. El resplandor frío de la lámpara le proyectaba sombras suaves en el rostro mientras llenaba su último reporte del día. Su bata de laboratorio estaba ligeramente arrugada, y su cabello recogido de manera descuidada apenas contenía los mechones sueltos que se rebelaban hacia los lados. Alzó la mirada por un momento y dejó el bolígrafo sobre el escritorio, suspirando profundamente. La tranquilidad del lugar hacía eco de una soledad que ya le era demasiado familiar. Había aceptado esa parte de su vida con una indiferencia estudiada, pero en noches como esa, donde el silencio era abrumador, no podía evitar reflexionar en cómo había llegado hasta allí. Nunca había querido realmente el papel de médica en el mundo del jujutsu, pero ahí estaba. Su vida se había transformado en una constante de sangre, maldiciones y decisiones que no podía cambiar. Se preguntaba si alguna vez había tenido una verdadera elección, o si siempre había estado destinada a seguir ese camino, manteniéndose al margen, curando las heridas de los demás mientras dejaba las propias sin atender. Pensó en Geto y Gojo. En la juventud que compartieron, esos días cuando las cosas parecían tan sencillas y llenas de promesas. Las risas, las bromas pesadas, la camaradería que alguna vez le hizo pensar que todo tendría un propósito mayor. Pero las cosas habían cambiado. Geto se había desviado hacia un camino oscuro, Gojo se había vuelto cada vez más distante, y ella... ella había quedado varada en un espacio intermedio. "No soy como ellos", murmuró para sí misma, su tono más resignado que triste. Shoko nunca había querido estar en el centro de la acción, ni ser la heroína de la historia. Su trabajo era sencillo: salvar a los que podía, enmendar lo que estaba roto, y seguir adelante. Pero no podía evitar preguntarse, a veces, si ese enfoque desapegado era una forma de protegerse. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado decisiones diferentes? ¿Si hubiera sido más cercana, más abierta, más vulnerable? Las luces parpadeantes del quirófano al otro lado del pasillo rompieron su línea de pensamiento, recordándole que la noche aún no terminaba. Se levantó lentamente, estirándose mientras se dirigía a la máquina de café, sin mucha prisa. La soledad de la enfermería le daba espacio para pensar, para meditar en los fantasmas del pasado. Al menos, ahí, no tenía que fingir ser alguien que no era. Pero, aun así, mientras bebía el amargo café, un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿Cuánto más puedo seguir así?.
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