• Tengan un excelente intermedio de semana! Es un lindo día para ser positivo, y nunca dejarse rendir nwn
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  • -El sol de media mañana bañaba la ciudad con un brillo dorado, y las calles vibraban con el bullicio cotidiano. Lyssara ajustó la correa de su cámara mientras avanzaba por la avenida principal; el Museo Astraeum se alzaba al final del camino, un edificio de cristal y piedra clara que reflejaba la luz como si fuera un templo moderno. No solía perder el tiempo en lugares así, pero uno de sus compañeros de instituto había insistido demasiado.-

    “Tenés que ir, Vaelthorn. El museo tiene una exposición de fotografía salvaje, justo tu tipo de cosas.”

    -Eso la había convencido. O al menos, había despertado su curiosidad. Caminó por el vestíbulo, donde el eco de sus pasos se mezclaba con risas, murmullos y clics de cámaras ajenas. Sus ojos color ámbar se alzaron hacia una serie de retratos que colgaban del techo, cada uno mostrando animales en plena libertad: lobos corriendo entre la nieve, ciervos envueltos en neblina, aves que parecían suspendidas en el aire eterno del instante.-

    No está mal… -murmuró, alzando la cámara y tomando una foto del reflejo del vidrio sobre una de las imágenes-

    -El lente captó algo que el ojo humano no habría notado: una mancha de luz, casi como un resplandor en forma de silueta, justo sobre uno de los lobos fotografiados. Lyssara entrecerró los ojos y bajó la cámara. No creía en casualidades.-

    Disculpá, ¿eres fotógrafa también?

    -La voz la sacó de su concentración. Un chico de su edad, con una credencial de guía colgando del cuello, la observaba con una sonrisa curiosa. Ella lo miró de reojo, analizando rápido: pulso tranquilo, olor neutro, sin amenaza aparente.-

    Más o menos. Fotógrafa y dueña de un santuario salvaje.

    Wow, eso suena… muy distinto a la vida de ciudad. ¿Y te gusta el arte?

    Depende del día. Y del tema.

    -El chico rió bajo, cruzándose de brazos mientras observaban juntos las fotografías. El sol entraba por los ventanales, tiñendo todo de dorado y cálido. Afuera, se escuchaban los motores, el murmullo del tráfico, la vida humana continuando sin pausa.-

    ¿Sabías que esta exposición se llama “El Instinto y la Luz”?

    -Lyssara lo miró apenas, arqueando una ceja con una media sonrisa-

    Qué nombre más… irónico.

    -Y mientras hablaba, una corriente de aire atravesó la sala, moviendo las cortinas y haciendo que los focos del techo titilaran un segundo. En la imagen del lobo, el brillo volvió a aparecer, más fuerte esta vez, casi como si el animal dentro de la foto hubiera abierto los ojos.-
    -El sol de media mañana bañaba la ciudad con un brillo dorado, y las calles vibraban con el bullicio cotidiano. Lyssara ajustó la correa de su cámara mientras avanzaba por la avenida principal; el Museo Astraeum se alzaba al final del camino, un edificio de cristal y piedra clara que reflejaba la luz como si fuera un templo moderno. No solía perder el tiempo en lugares así, pero uno de sus compañeros de instituto había insistido demasiado.- “Tenés que ir, Vaelthorn. El museo tiene una exposición de fotografía salvaje, justo tu tipo de cosas.” -Eso la había convencido. O al menos, había despertado su curiosidad. Caminó por el vestíbulo, donde el eco de sus pasos se mezclaba con risas, murmullos y clics de cámaras ajenas. Sus ojos color ámbar se alzaron hacia una serie de retratos que colgaban del techo, cada uno mostrando animales en plena libertad: lobos corriendo entre la nieve, ciervos envueltos en neblina, aves que parecían suspendidas en el aire eterno del instante.- No está mal… -murmuró, alzando la cámara y tomando una foto del reflejo del vidrio sobre una de las imágenes- -El lente captó algo que el ojo humano no habría notado: una mancha de luz, casi como un resplandor en forma de silueta, justo sobre uno de los lobos fotografiados. Lyssara entrecerró los ojos y bajó la cámara. No creía en casualidades.- Disculpá, ¿eres fotógrafa también? -La voz la sacó de su concentración. Un chico de su edad, con una credencial de guía colgando del cuello, la observaba con una sonrisa curiosa. Ella lo miró de reojo, analizando rápido: pulso tranquilo, olor neutro, sin amenaza aparente.- Más o menos. Fotógrafa y dueña de un santuario salvaje. Wow, eso suena… muy distinto a la vida de ciudad. ¿Y te gusta el arte? Depende del día. Y del tema. -El chico rió bajo, cruzándose de brazos mientras observaban juntos las fotografías. El sol entraba por los ventanales, tiñendo todo de dorado y cálido. Afuera, se escuchaban los motores, el murmullo del tráfico, la vida humana continuando sin pausa.- ¿Sabías que esta exposición se llama “El Instinto y la Luz”? -Lyssara lo miró apenas, arqueando una ceja con una media sonrisa- Qué nombre más… irónico. -Y mientras hablaba, una corriente de aire atravesó la sala, moviendo las cortinas y haciendo que los focos del techo titilaran un segundo. En la imagen del lobo, el brillo volvió a aparecer, más fuerte esta vez, casi como si el animal dentro de la foto hubiera abierto los ojos.-
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  • Las últimas cacerías habían sido perfectas.
    Nunca lo hacía por el dinero, pero lo aceptaba porque necesitaba comida e invertir en nuevas armas.

    La vida es buena destruyendo aquellas aberraciones que la oscuridad expulsa cual pasatiempo de matar a los humanos fuese.
    Las últimas cacerías habían sido perfectas. Nunca lo hacía por el dinero, pero lo aceptaba porque necesitaba comida e invertir en nuevas armas. La vida es buena destruyendo aquellas aberraciones que la oscuridad expulsa cual pasatiempo de matar a los humanos fuese.
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  • Dulce o truco
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    Era halloween y al castaño lo habían retado sus amigos a salir en falda a pedir dulces y el siempre cumplia con los retos, luego de enviarles una foto para comprobarles que llevaba puesto aquello suspiró y salió de su hogar en su auto rumbo a un barrio donde creía no lo reconocerian los vecinos, se acercó a uno de los hogares y tocó el timbre con rapidez, esperando pronto terminar con aquello, encontrándose avergonzado en cuanto sintió la puerta comenzar a abrirse, pronunciando así de golpe.

    — Dulce o truco¡!
    Era halloween y al castaño lo habían retado sus amigos a salir en falda a pedir dulces y el siempre cumplia con los retos, luego de enviarles una foto para comprobarles que llevaba puesto aquello suspiró y salió de su hogar en su auto rumbo a un barrio donde creía no lo reconocerian los vecinos, se acercó a uno de los hogares y tocó el timbre con rapidez, esperando pronto terminar con aquello, encontrándose avergonzado en cuanto sintió la puerta comenzar a abrirse, pronunciando así de golpe. — Dulce o truco¡!
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  • ⠈⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄ ᩭᘏᗢ

    "危険は様々な形をとると彼らは言う…
    彼女は彼を絹と深紅の花びらで飾る。
    彼女の美しさは時を超越し、
    彼女の気まぐれはあなたの運命を決定づけ、
    無謀な者への導き手となる。
    彼女は燃える所に君臨する。
    彼女を慕う心は捧げ物となり、
    彼女を呼び求める魂は伝説となる。"

    "ᴰᶦᶜᵉⁿ ᑫᵘᵉ ᵉˡ ᵖᵉˡᶦᵍʳᵒ ᵃᵈᵒᵖᵗᵃ ᵈᶦᶠᵉʳᵉⁿᵗᵉˢ ᶠᵒʳᵐᵃˢ...
    ᴱˡˡᵃ ˡᵒ ᵛᶦˢᵗᵉ ᵉⁿ ˢᵉᵈᵃ ʸ ᵖᵉ́ᵗᵃˡᵒˢ ᶜᵃʳᵐᵉˢᶦ́.
    ˢᵘ ᵇᵉˡˡᵉᶻᵃ ᵈᵉˢᵃᶠᶦ́ᵃ ᵉˡ ᵗᶦᵉᵐᵖᵒ,
    ˢᵘ ᵃⁿᵗᵒʲᵒ ᵗᵘ ᵈᵉˢᵗᶦⁿᵒ,
    ᴳᵘᶦ́ᵃ ᵈᵉ ˡᵒˢ ᶦᵐᵖʳᵘᵈᵉⁿᵗᵉˢ.
    ᴿᵉᶦⁿᵃ ᵉⁿ ᵈᵒ́ⁿᵈᵉ ᵃʳᵈᵉ.
    ᴱˡ ᶜᵒʳᵃᶻᵒ́ⁿ ᑫᵘᵉ ˡᵃ ᵈᵉˢᵉᵃ ˢᵉ ᵛᵘᵉˡᵛᵉ ᵒᶠʳᵉⁿᵈᵃ,
    ʸ ᵉˡ ᵃˡᵐᵃ ᑫᵘᵉ ˡᵃ ᶦⁿᵛᵒᶜᵃ, ˡᵉʸᵉⁿᵈᵃ."



    ─────────────────────────────────────
    {Busco roles nuevos♥, además de los ya existentes claro, realmente me gustaría darle nuevos vínculos a la "niña" ya sean temporales o permanentes, que el sitio anda quietito :c
    Mi DM está abierto, así que ¡interesadxs sean bienvenidxs!}
    ⠈⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄ ᩭᘏᗢ "危険は様々な形をとると彼らは言う… 彼女は彼を絹と深紅の花びらで飾る。 彼女の美しさは時を超越し、 彼女の気まぐれはあなたの運命を決定づけ、 無謀な者への導き手となる。 彼女は燃える所に君臨する。 彼女を慕う心は捧げ物となり、 彼女を呼び求める魂は伝説となる。" "ᴰᶦᶜᵉⁿ ᑫᵘᵉ ᵉˡ ᵖᵉˡᶦᵍʳᵒ ᵃᵈᵒᵖᵗᵃ ᵈᶦᶠᵉʳᵉⁿᵗᵉˢ ᶠᵒʳᵐᵃˢ... ᴱˡˡᵃ ˡᵒ ᵛᶦˢᵗᵉ ᵉⁿ ˢᵉᵈᵃ ʸ ᵖᵉ́ᵗᵃˡᵒˢ ᶜᵃʳᵐᵉˢᶦ́. ˢᵘ ᵇᵉˡˡᵉᶻᵃ ᵈᵉˢᵃᶠᶦ́ᵃ ᵉˡ ᵗᶦᵉᵐᵖᵒ, ˢᵘ ᵃⁿᵗᵒʲᵒ ᵗᵘ ᵈᵉˢᵗᶦⁿᵒ, ᴳᵘᶦ́ᵃ ᵈᵉ ˡᵒˢ ᶦᵐᵖʳᵘᵈᵉⁿᵗᵉˢ. ᴿᵉᶦⁿᵃ ᵉⁿ ᵈᵒ́ⁿᵈᵉ ᵃʳᵈᵉ. ᴱˡ ᶜᵒʳᵃᶻᵒ́ⁿ ᑫᵘᵉ ˡᵃ ᵈᵉˢᵉᵃ ˢᵉ ᵛᵘᵉˡᵛᵉ ᵒᶠʳᵉⁿᵈᵃ, ʸ ᵉˡ ᵃˡᵐᵃ ᑫᵘᵉ ˡᵃ ᶦⁿᵛᵒᶜᵃ, ˡᵉʸᵉⁿᵈᵃ." ───────────────────────────────────── {Busco roles nuevos♥, además de los ya existentes claro, realmente me gustaría darle nuevos vínculos a la "niña" ya sean temporales o permanentes, que el sitio anda quietito :c Mi DM está abierto, así que ¡interesadxs sean bienvenidxs!}
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  • ATENCION: Contenido sensible, lea bajo su propio cuidado.

    "Dónde cesa el dolor"

    Bajo la tenue luz de una lámpara de bombilla desnuda, la sombra de Elisa se proyectaba, temblorosa, contra la pared desconchada de su habitación. Tenía once años, y el miedo era la única compañía que reconocía desde que tenía uso de razón. Fuera, tras la delgada puerta de madera, resonaban los pasos pesados de su padre. Cada talonazo contra el suelo de cemento era el redoble de un tambor que anunciaba una nueva sesión de tormento.

    Esa noche, la furia del hombre había sido peor que de costumbre. La culpa fue un plato de sopa derramado, un accidente infantil que para él fue una afrenta imperdonable. Los golpes, primero puños cerrados, luego las patas de una silla, llovieron sobre su frágil cuerpo con una metódica crueldad. Elisa ya no lloraba. Había aprendido que las lágrimas avivaban la ira, no la apagaban. Se encogió, como un animalito herido, intentando que su mente se fugara lejos de allí, a un campo de flores que una vez vio en un libro de la escuela.

    Pero el cuerpo tiene un límite. Un último e injusto golpe en la cabeza, seco y sordo, apagó la luz de sus ojos. Ya no sintió el dolor. Solo una frialdad repentina que trepó por sus extremidades. Y entonces, dejó de respirar.

    Su pequeña forma yacía inmóvil en el suelo, un cuadro de una tragedia doméstica y silenciosa. Pero Elisa no estaba allí. O sí, pero ya no en ese cuerpo roto. Flotaba, ingrávida, observando la escena con una tranquilidad que nunca antes había conocido. No había miedo. No había tristeza. Solo una paz vasta y profunda, como un océano en calma después de una tormenta eterna.

    Fue entonces cuando Cillian llegó.

    No entró por la puerta. Simplemente estaba allí. No era un espectro con capa y guadaña, ni una figura esquelética y terrorífica. Se manifestó como una silueta serena, envuelta en una penumbra que no era oscuridad, sino la ausencia total de luz y ruido. No tenía rostro definido, pero Elisa sintió una atención inmensa y antigua posarse sobre ella.

    "¿Eres... el final?" preguntó la voz de Elisa, que ya no salía de sus labios, sino de la esencia misma de lo que ahora era.

    La figura se inclinó ligeramente. Su voz no era un sonido, sino un concepto que se implantó directamente en la conciencia de la niña. Era suave como la seda y firme como el granito.

    Soy el fin del dolor, Elisa. Soy el silencio después del grito.

    Una oleada de alivio, tan intensa que casi era tangible, inundó a la niña. Por primera vez en su vida, alguien —o algo— hablaba con una verdad que no hería.

    "¿Vas a llevarme lejos?"

    Sí. A un lugar donde los golpes no existen. Donde las voces no gritan. Donde el miedo se disuelve como el azúcar en la leche.

    Elisa miró hacia su cuerpo, pequeño y quebrado en el suelo. No sentía apego por él. Era la cárcel de la que por fin escapaba. Sintió lástima por la criatura que había estado atrapada allí dentro, pero no era ella ya.

    "Estoy lista", susurró su esencia. "Por favor, llévame. No quiero volver. Nunca más."

    Cillian extendió lo que podría ser una mano, una elongación de la penumbra. Elisa, sin vacilar, se acercó. No había frío en ese contacto, sino una neutralidad perfecta, el equilibrio absoluto.

    Tu vida fue corta y llena de sombras, prosiguió la voz en su mente. Lo siento. No es justo. Pero el viaje ha terminado. Descansarás.

    "¿Habrá luz?" preguntó Elisa, con un atisbo de la curiosidad infantil que la violencia nunca logró arrebatarle del todo. "En los libros... siempre hablan de una luz."

    La figura pareció contemplarla. Para ti, sí. Porque es lo que anhelas. Para otros, es la quietud de un bosque, el abrazo de un ser querido, o simplemente... el sueño eterno. Tú mereces la luz, pequeña guerrera.

    Elisa sintió cómo su esencia comenzaba a desprenderse por completo de la habitación, del olor a alcohol y enfado, del sonido de los ronquidos que ahora emanaban del salón. La figura de la Muerte la envolvía, no como un verdugo, sino como la nodriza más gentil, la madre que nunca tuvo.

    Miró hacia atrás por última vez. Vio su cuerpo, ya solo un cascarón vacío, y supo que la justicia en ese mundo era un concepto falaz. Pero la justicia de lo que venía después era perfecta. Era la cesación de todo sufrimiento.

    "Gracias", dijo Elisa, y fueron las palabras más sinceras que jamás había pronunciado. "Gracias por venir."

    Cillian no respondió con palabras. Solo transmitió una emoción: una aceptación infinita, un "de nada" que abarcaba eones.

    Y entonces, se fueron.

    La habitación quedó en silencio, solo roto por el tic-tac de un reloj viejo. El cuerpo de Elisa estaba en paz, pero la paz verdadera, la que ella anhelaba, no estaba en esa casa. Se la llevaba consigo, de la mano de la única entidad que, en toda su corta y difícil vida, le había ofrecido consuelo y una promesa de quietud. Por fin, por fin, se iba a un lugar donde nadie podría volver a hacerle daño. Y esa partida no era una tragedia, sino la bienvenida a un merecido y eterno descanso.
    ATENCION: Contenido sensible, lea bajo su propio cuidado. "Dónde cesa el dolor" Bajo la tenue luz de una lámpara de bombilla desnuda, la sombra de Elisa se proyectaba, temblorosa, contra la pared desconchada de su habitación. Tenía once años, y el miedo era la única compañía que reconocía desde que tenía uso de razón. Fuera, tras la delgada puerta de madera, resonaban los pasos pesados de su padre. Cada talonazo contra el suelo de cemento era el redoble de un tambor que anunciaba una nueva sesión de tormento. Esa noche, la furia del hombre había sido peor que de costumbre. La culpa fue un plato de sopa derramado, un accidente infantil que para él fue una afrenta imperdonable. Los golpes, primero puños cerrados, luego las patas de una silla, llovieron sobre su frágil cuerpo con una metódica crueldad. Elisa ya no lloraba. Había aprendido que las lágrimas avivaban la ira, no la apagaban. Se encogió, como un animalito herido, intentando que su mente se fugara lejos de allí, a un campo de flores que una vez vio en un libro de la escuela. Pero el cuerpo tiene un límite. Un último e injusto golpe en la cabeza, seco y sordo, apagó la luz de sus ojos. Ya no sintió el dolor. Solo una frialdad repentina que trepó por sus extremidades. Y entonces, dejó de respirar. Su pequeña forma yacía inmóvil en el suelo, un cuadro de una tragedia doméstica y silenciosa. Pero Elisa no estaba allí. O sí, pero ya no en ese cuerpo roto. Flotaba, ingrávida, observando la escena con una tranquilidad que nunca antes había conocido. No había miedo. No había tristeza. Solo una paz vasta y profunda, como un océano en calma después de una tormenta eterna. Fue entonces cuando Cillian llegó. No entró por la puerta. Simplemente estaba allí. No era un espectro con capa y guadaña, ni una figura esquelética y terrorífica. Se manifestó como una silueta serena, envuelta en una penumbra que no era oscuridad, sino la ausencia total de luz y ruido. No tenía rostro definido, pero Elisa sintió una atención inmensa y antigua posarse sobre ella. "¿Eres... el final?" preguntó la voz de Elisa, que ya no salía de sus labios, sino de la esencia misma de lo que ahora era. La figura se inclinó ligeramente. Su voz no era un sonido, sino un concepto que se implantó directamente en la conciencia de la niña. Era suave como la seda y firme como el granito. Soy el fin del dolor, Elisa. Soy el silencio después del grito. Una oleada de alivio, tan intensa que casi era tangible, inundó a la niña. Por primera vez en su vida, alguien —o algo— hablaba con una verdad que no hería. "¿Vas a llevarme lejos?" Sí. A un lugar donde los golpes no existen. Donde las voces no gritan. Donde el miedo se disuelve como el azúcar en la leche. Elisa miró hacia su cuerpo, pequeño y quebrado en el suelo. No sentía apego por él. Era la cárcel de la que por fin escapaba. Sintió lástima por la criatura que había estado atrapada allí dentro, pero no era ella ya. "Estoy lista", susurró su esencia. "Por favor, llévame. No quiero volver. Nunca más." Cillian extendió lo que podría ser una mano, una elongación de la penumbra. Elisa, sin vacilar, se acercó. No había frío en ese contacto, sino una neutralidad perfecta, el equilibrio absoluto. Tu vida fue corta y llena de sombras, prosiguió la voz en su mente. Lo siento. No es justo. Pero el viaje ha terminado. Descansarás. "¿Habrá luz?" preguntó Elisa, con un atisbo de la curiosidad infantil que la violencia nunca logró arrebatarle del todo. "En los libros... siempre hablan de una luz." La figura pareció contemplarla. Para ti, sí. Porque es lo que anhelas. Para otros, es la quietud de un bosque, el abrazo de un ser querido, o simplemente... el sueño eterno. Tú mereces la luz, pequeña guerrera. Elisa sintió cómo su esencia comenzaba a desprenderse por completo de la habitación, del olor a alcohol y enfado, del sonido de los ronquidos que ahora emanaban del salón. La figura de la Muerte la envolvía, no como un verdugo, sino como la nodriza más gentil, la madre que nunca tuvo. Miró hacia atrás por última vez. Vio su cuerpo, ya solo un cascarón vacío, y supo que la justicia en ese mundo era un concepto falaz. Pero la justicia de lo que venía después era perfecta. Era la cesación de todo sufrimiento. "Gracias", dijo Elisa, y fueron las palabras más sinceras que jamás había pronunciado. "Gracias por venir." Cillian no respondió con palabras. Solo transmitió una emoción: una aceptación infinita, un "de nada" que abarcaba eones. Y entonces, se fueron. La habitación quedó en silencio, solo roto por el tic-tac de un reloj viejo. El cuerpo de Elisa estaba en paz, pero la paz verdadera, la que ella anhelaba, no estaba en esa casa. Se la llevaba consigo, de la mano de la única entidad que, en toda su corta y difícil vida, le había ofrecido consuelo y una promesa de quietud. Por fin, por fin, se iba a un lugar donde nadie podría volver a hacerle daño. Y esa partida no era una tragedia, sino la bienvenida a un merecido y eterno descanso.
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    ||Se busca Renesme, si te interesa el personaje puedes comentar este post o hablarme por privado, muchas gracias por su atención!
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  • Noche de halloween
    Fandom Scooby doo
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    — como cada época de halloween la joven se dedicaba a entrar a sitios abandonados, normalmente lo hacía con su grupo de amigos pero aquella noche decidió hacerlo sola, pésima idea.
    Llevaba puestos unos lentes, un suéter anaranjado y una falda, era una noche un tanto fresca, corría un viento que hacía todo más tenebroso.
    Finalmente luego de observar los alrededores, comenzó a adentrarse al sitio, abriendo el portón principal para luego dirigirse hacia aquel la entrada hogar que parecía más una mansión abandonada, una vez dentro continuó caminando con lentitud hasta que escuchó un ruido junto a la sensación de alguien pasar cerca suyo, provocando que se tropezara y cayera de pecho al ruidoso suelo, comenzando con nerviosismo a buscar sus lentes los cuales habrían caído y provocaban que su vista se volviera borrosa.
    — como cada época de halloween la joven se dedicaba a entrar a sitios abandonados, normalmente lo hacía con su grupo de amigos pero aquella noche decidió hacerlo sola, pésima idea. Llevaba puestos unos lentes, un suéter anaranjado y una falda, era una noche un tanto fresca, corría un viento que hacía todo más tenebroso. Finalmente luego de observar los alrededores, comenzó a adentrarse al sitio, abriendo el portón principal para luego dirigirse hacia aquel la entrada hogar que parecía más una mansión abandonada, una vez dentro continuó caminando con lentitud hasta que escuchó un ruido junto a la sensación de alguien pasar cerca suyo, provocando que se tropezara y cayera de pecho al ruidoso suelo, comenzando con nerviosismo a buscar sus lentes los cuales habrían caído y provocaban que su vista se volviera borrosa.
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  • Ya lo he decidido.
    Alguien más se quedará con mis hoteles...
    No me entristece.
    Empezaré una nueva vida...
    Perdido en el tiempo.
    Ya sabes dónde encontrarme...
    Ya lo he decidido. Alguien más se quedará con mis hoteles... No me entristece. Empezaré una nueva vida... Perdido en el tiempo. Ya sabes dónde encontrarme...
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  • La zorra dio a luz a sus cachorros, fuertes y sanos. Sus pelajes, de un naranja con vetas rojas de fuego, reflejaban los colores mismos de la tierra.

    Pero aún faltaba uno más… Este se resistía a salir, y parecía que aquello tendría un triste final.

    Inari, testigo de la escena, descendió de los cielos bajando por una escalera dorada que aparecía y se desvanecía con cada paso. Sin importar la suciedad del suelo —incluidos los desechos del nacimiento—, la diosa se arrodilló a su lado.

    Acarició a la exhausta zorra, desde la cabeza hasta el vientre aún abultado. El animal la miró con súplica en los ojos, como si comprendiera por instinto quién era aquella presencia divina.

    —Te concederé la gracia de la vida. Bendeciré a tu hijo, con la condición de que también será mío. Será reclamado, su futuro sellado, su cometido sagrado —dijo la diosa con una voz que sonaba como un eco lejano.

    Su mano se iluminó, posándose sobre el vientre de la madre. Entonces, las fuerzas que le faltaban a la zorra regresaron, como el agua que el desierto reclama.

    El último de sus hijos nació. Era más pequeño, más frágil. Y su pelaje… el blanco plateado de este rivalizaba con el brillo de la luna llena de aquella noche. Su madre lamió su rostro, y él abrió los ojos: azules, como el zafiro; intensos, profundos. Aquella mirada evocaba que se trataba de algo sagrado.

    El kami Inari se desvaneció en un suspiro, como si el aire mismo se hubiera contenido en su presencia. El sonido nocturno regresó junto con la oscuridad, pero aquellos ojos azules tenían brillo propio: dos diminutos faros que guiaban en la noche.
    La zorra dio a luz a sus cachorros, fuertes y sanos. Sus pelajes, de un naranja con vetas rojas de fuego, reflejaban los colores mismos de la tierra. Pero aún faltaba uno más… Este se resistía a salir, y parecía que aquello tendría un triste final. Inari, testigo de la escena, descendió de los cielos bajando por una escalera dorada que aparecía y se desvanecía con cada paso. Sin importar la suciedad del suelo —incluidos los desechos del nacimiento—, la diosa se arrodilló a su lado. Acarició a la exhausta zorra, desde la cabeza hasta el vientre aún abultado. El animal la miró con súplica en los ojos, como si comprendiera por instinto quién era aquella presencia divina. —Te concederé la gracia de la vida. Bendeciré a tu hijo, con la condición de que también será mío. Será reclamado, su futuro sellado, su cometido sagrado —dijo la diosa con una voz que sonaba como un eco lejano. Su mano se iluminó, posándose sobre el vientre de la madre. Entonces, las fuerzas que le faltaban a la zorra regresaron, como el agua que el desierto reclama. El último de sus hijos nació. Era más pequeño, más frágil. Y su pelaje… el blanco plateado de este rivalizaba con el brillo de la luna llena de aquella noche. Su madre lamió su rostro, y él abrió los ojos: azules, como el zafiro; intensos, profundos. Aquella mirada evocaba que se trataba de algo sagrado. El kami Inari se desvaneció en un suspiro, como si el aire mismo se hubiera contenido en su presencia. El sonido nocturno regresó junto con la oscuridad, pero aquellos ojos azules tenían brillo propio: dos diminutos faros que guiaban en la noche.
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