Manos entrelazadas.
Sonrisas suaves y miradas de amor.
Jean miró a sus padres sintiéndose incómodo.
«Debería retirarme» pensó.
Pero cuando estuvo a punto de levantarse, el conde Phantomhive lo detuvo con solo posar sus ojos en él.
—¿Te irás? —inquirió su otro padre, Charles Grey, con una ceja alzada. —La comida aún no se sirvió.
—No —se apresuró a responder Jean, acomodándose de nuevo en el asiento. —Es solo que…
—¿Qué? —alzó el mentón Ciel, por alguna razón, viéndose de lo más molesto. —¿No quieres quedarte a comer con tus padres?
Grey hizo un puchero, luciendo ofendido.
—Hoy es un día especial, y no nos has dicho nada.
Jean miró a los adultos con confusión.
No podía comprender a qué se estaban refiriendo.
Pero de pronto, como si de una corriente de aire se tratase, el entendimiento cruzó su mente suavemente.
—Tienen razón —concordó Jean, sintiéndose un tonto por haberlo recordado recién—, lamento ser un hijo tan terrible y olvidar algo tan importante.
Sus padres sonrieron.
—No eres para nada un hijo terrible —le contestó Ciel, posando la mano libre sobre la suya. Pudiendo sentir el calor de su piel y la frialdad del anillo de zafiro en su meñique.
Grey se inclinó, del otro lado de la mesa, para hacer lo mismo.
—¡Así es! —añadió él, con una sonrisa tan radiante que calentó su corazón. —¿Cómo podrías ser terrible? ¡Eres nuestro orgullo!
—No lo pienses mucho —agregó Ciel, con una sonrisa suave pero brillante. —Disfruta de esta cena.
Jean asintió.
El afecto que sentía por ellos se acumuló en su pecho como un calor agradable, y su cuerpo se sintió relajado, como si estuviera flotando sobre algo aterciopelado y denso.
—Gracias.
Sintió como su propio rostro adquiría una suavidad que hace años no experimentaba. Pasar un tiempo con sus padres era una comodidad que había creído perdida. Un punto sin retorno desde que…
Abruptamente, Jean se levantó del asiento, provocando que esta se cayera hacia el suelo ante la mirada atónita de sus padres.
Pero, aunque éstos le preguntaron qué pasaba, Jean no respondió, con la vista fija en ningún punto en específico.
—Por supuesto —murmuró, mientras apretaba sus manos en puños, y la sonrisa de alegría que se había dibujado en sus labios iba tornándose amarga. —Esto no está sucediendo.
«No puede ser real».
Cerró los ojos.
Las voces de sus padres fueron perdiéndose lentamente, como si estuvieran alejándose cada vez más hasta desaparecer.
Cuando abrió los ojos, Jean se encontró recostado sobre el sillón del salón.
Estaba tapado con una manta, supuso que Sebastián lo habría hecho al verlo.
A su lado había un libro, el que había estado leyendo antes de quedarse dormido, y posiblemente, la culpable del sueño cursilesco que había tenido Jean.
Suspiró.
«Algo así nunca pasará».
Era la manifestación de sus anhelos más profundos, mezclados con la trama del libro de romance dramático que estaba leyendo.
Muy a su pesar, sonrió.
Había sido un sueño infantil, pero incluso en su absurdez, Jean se había sentido feliz.
Y algo había quedado pendiente por decir.
«Feliz día, padres».
No se acercaría al conde Phantomhive ni al conde Grey para decirles estas palabras. Ni lo diría en voz alta, ni volvería a pensar en esto con la misma intensidad.
—Lo que del sueño es, en el sueño permanece.
- - -
| Quería hacer algo lindo para el día del padre, pero salió esta cosa... más tarde lo corrijo mejor.
- - -
Charles Grey Ciel Phantomhive
Sonrisas suaves y miradas de amor.
Jean miró a sus padres sintiéndose incómodo.
«Debería retirarme» pensó.
Pero cuando estuvo a punto de levantarse, el conde Phantomhive lo detuvo con solo posar sus ojos en él.
—¿Te irás? —inquirió su otro padre, Charles Grey, con una ceja alzada. —La comida aún no se sirvió.
—No —se apresuró a responder Jean, acomodándose de nuevo en el asiento. —Es solo que…
—¿Qué? —alzó el mentón Ciel, por alguna razón, viéndose de lo más molesto. —¿No quieres quedarte a comer con tus padres?
Grey hizo un puchero, luciendo ofendido.
—Hoy es un día especial, y no nos has dicho nada.
Jean miró a los adultos con confusión.
No podía comprender a qué se estaban refiriendo.
Pero de pronto, como si de una corriente de aire se tratase, el entendimiento cruzó su mente suavemente.
—Tienen razón —concordó Jean, sintiéndose un tonto por haberlo recordado recién—, lamento ser un hijo tan terrible y olvidar algo tan importante.
Sus padres sonrieron.
—No eres para nada un hijo terrible —le contestó Ciel, posando la mano libre sobre la suya. Pudiendo sentir el calor de su piel y la frialdad del anillo de zafiro en su meñique.
Grey se inclinó, del otro lado de la mesa, para hacer lo mismo.
—¡Así es! —añadió él, con una sonrisa tan radiante que calentó su corazón. —¿Cómo podrías ser terrible? ¡Eres nuestro orgullo!
—No lo pienses mucho —agregó Ciel, con una sonrisa suave pero brillante. —Disfruta de esta cena.
Jean asintió.
El afecto que sentía por ellos se acumuló en su pecho como un calor agradable, y su cuerpo se sintió relajado, como si estuviera flotando sobre algo aterciopelado y denso.
—Gracias.
Sintió como su propio rostro adquiría una suavidad que hace años no experimentaba. Pasar un tiempo con sus padres era una comodidad que había creído perdida. Un punto sin retorno desde que…
Abruptamente, Jean se levantó del asiento, provocando que esta se cayera hacia el suelo ante la mirada atónita de sus padres.
Pero, aunque éstos le preguntaron qué pasaba, Jean no respondió, con la vista fija en ningún punto en específico.
—Por supuesto —murmuró, mientras apretaba sus manos en puños, y la sonrisa de alegría que se había dibujado en sus labios iba tornándose amarga. —Esto no está sucediendo.
«No puede ser real».
Cerró los ojos.
Las voces de sus padres fueron perdiéndose lentamente, como si estuvieran alejándose cada vez más hasta desaparecer.
Cuando abrió los ojos, Jean se encontró recostado sobre el sillón del salón.
Estaba tapado con una manta, supuso que Sebastián lo habría hecho al verlo.
A su lado había un libro, el que había estado leyendo antes de quedarse dormido, y posiblemente, la culpable del sueño cursilesco que había tenido Jean.
Suspiró.
«Algo así nunca pasará».
Era la manifestación de sus anhelos más profundos, mezclados con la trama del libro de romance dramático que estaba leyendo.
Muy a su pesar, sonrió.
Había sido un sueño infantil, pero incluso en su absurdez, Jean se había sentido feliz.
Y algo había quedado pendiente por decir.
«Feliz día, padres».
No se acercaría al conde Phantomhive ni al conde Grey para decirles estas palabras. Ni lo diría en voz alta, ni volvería a pensar en esto con la misma intensidad.
—Lo que del sueño es, en el sueño permanece.
- - -
| Quería hacer algo lindo para el día del padre, pero salió esta cosa... más tarde lo corrijo mejor.
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Charles Grey Ciel Phantomhive
Manos entrelazadas.
Sonrisas suaves y miradas de amor.
Jean miró a sus padres sintiéndose incómodo.
«Debería retirarme» pensó.
Pero cuando estuvo a punto de levantarse, el conde Phantomhive lo detuvo con solo posar sus ojos en él.
—¿Te irás? —inquirió su otro padre, Charles Grey, con una ceja alzada. —La comida aún no se sirvió.
—No —se apresuró a responder Jean, acomodándose de nuevo en el asiento. —Es solo que…
—¿Qué? —alzó el mentón Ciel, por alguna razón, viéndose de lo más molesto. —¿No quieres quedarte a comer con tus padres?
Grey hizo un puchero, luciendo ofendido.
—Hoy es un día especial, y no nos has dicho nada.
Jean miró a los adultos con confusión.
No podía comprender a qué se estaban refiriendo.
Pero de pronto, como si de una corriente de aire se tratase, el entendimiento cruzó su mente suavemente.
—Tienen razón —concordó Jean, sintiéndose un tonto por haberlo recordado recién—, lamento ser un hijo tan terrible y olvidar algo tan importante.
Sus padres sonrieron.
—No eres para nada un hijo terrible —le contestó Ciel, posando la mano libre sobre la suya. Pudiendo sentir el calor de su piel y la frialdad del anillo de zafiro en su meñique.
Grey se inclinó, del otro lado de la mesa, para hacer lo mismo.
—¡Así es! —añadió él, con una sonrisa tan radiante que calentó su corazón. —¿Cómo podrías ser terrible? ¡Eres nuestro orgullo!
—No lo pienses mucho —agregó Ciel, con una sonrisa suave pero brillante. —Disfruta de esta cena.
Jean asintió.
El afecto que sentía por ellos se acumuló en su pecho como un calor agradable, y su cuerpo se sintió relajado, como si estuviera flotando sobre algo aterciopelado y denso.
—Gracias.
Sintió como su propio rostro adquiría una suavidad que hace años no experimentaba. Pasar un tiempo con sus padres era una comodidad que había creído perdida. Un punto sin retorno desde que…
Abruptamente, Jean se levantó del asiento, provocando que esta se cayera hacia el suelo ante la mirada atónita de sus padres.
Pero, aunque éstos le preguntaron qué pasaba, Jean no respondió, con la vista fija en ningún punto en específico.
—Por supuesto —murmuró, mientras apretaba sus manos en puños, y la sonrisa de alegría que se había dibujado en sus labios iba tornándose amarga. —Esto no está sucediendo.
«No puede ser real».
Cerró los ojos.
Las voces de sus padres fueron perdiéndose lentamente, como si estuvieran alejándose cada vez más hasta desaparecer.
Cuando abrió los ojos, Jean se encontró recostado sobre el sillón del salón.
Estaba tapado con una manta, supuso que Sebastián lo habría hecho al verlo.
A su lado había un libro, el que había estado leyendo antes de quedarse dormido, y posiblemente, la culpable del sueño cursilesco que había tenido Jean.
Suspiró.
«Algo así nunca pasará».
Era la manifestación de sus anhelos más profundos, mezclados con la trama del libro de romance dramático que estaba leyendo.
Muy a su pesar, sonrió.
Había sido un sueño infantil, pero incluso en su absurdez, Jean se había sentido feliz.
Y algo había quedado pendiente por decir.
«Feliz día, padres».
No se acercaría al conde Phantomhive ni al conde Grey para decirles estas palabras. Ni lo diría en voz alta, ni volvería a pensar en esto con la misma intensidad.
—Lo que del sueño es, en el sueño permanece.
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| Quería hacer algo lindo para el día del padre, pero salió esta cosa... 😅 más tarde lo corrijo mejor.
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