El **nuevo auto de Jett**, aún disfrazado bajo el nombre de **Elytium**, avanzaba a velocidad constante por una antigua ruta olvidada, donde la carretera se difuminaba con la tierra. Las ventanas abiertas dejaban que el viento reseco de la **sabana árida** se colara, llevando consigo olor a pasto quemado y a historia enterrada. A lo lejos, la tierra ondulaba como un océano de polvo dorado.
Jett encendió el estéreo. Un tema instrumental con guitarras reverberantes acompañaba el zumbido bajo del motor. La velocidad era tranquila, fluida, como si el auto también disfrutara del viaje sin prisas.
Pero entonces… lo vio.
En mitad de la sabana, rompiendo la monotonía de la tierra y los arbustos bajos, **sobresalía un enorme brazo metálico**. Retorcido, oxidado, como si hubiese estado ahí por siglos. Surgía del suelo con brutalidad, enterrado hasta el codo. **Un grillete abollado** apretaba su muñeca, sujeto con **cadenas que se perdían en el subsuelo**, tensas como si aún intentaran contener algo que ya no estaba.
Lo más insólito, sin embargo, era **la postura del brazo**: la mano estaba cerrada… salvo por **el dedo medio, en alto**, apuntando al cielo como una última declaración de guerra, de desprecio o simplemente de resignación burlona.
Jett frenó suavemente, las ruedas levantando una nube fina de polvo. Bajó el volumen de la música y se reclinó en el asiento mientras soltaba una carcajada.
—Ja… ¿en serio? —dijo en voz alta, con una mezcla de asombro y diversión—. **Bueno… al menos hacer eso debió haberse sentido satisfactorio, hombre.**
Afuera, el viento soplaba suave entre los pastizales. Las cadenas vibraban ligeramente, chirriando como viejas notas de un lamento olvidado. Pero el gesto seguía ahí, desafiante. Como si aquel que lo dejara enterrado no se arrepintiera de nada.
Jett observó por un rato más, sonriendo, antes de encender el motor otra vez.
—Tú sí que sabes despedirte con estilo —dijo, con una última mirada al brazo, antes de acelerar y seguir su camino sin parar de reír el resto del camino—.
Jett encendió el estéreo. Un tema instrumental con guitarras reverberantes acompañaba el zumbido bajo del motor. La velocidad era tranquila, fluida, como si el auto también disfrutara del viaje sin prisas.
Pero entonces… lo vio.
En mitad de la sabana, rompiendo la monotonía de la tierra y los arbustos bajos, **sobresalía un enorme brazo metálico**. Retorcido, oxidado, como si hubiese estado ahí por siglos. Surgía del suelo con brutalidad, enterrado hasta el codo. **Un grillete abollado** apretaba su muñeca, sujeto con **cadenas que se perdían en el subsuelo**, tensas como si aún intentaran contener algo que ya no estaba.
Lo más insólito, sin embargo, era **la postura del brazo**: la mano estaba cerrada… salvo por **el dedo medio, en alto**, apuntando al cielo como una última declaración de guerra, de desprecio o simplemente de resignación burlona.
Jett frenó suavemente, las ruedas levantando una nube fina de polvo. Bajó el volumen de la música y se reclinó en el asiento mientras soltaba una carcajada.
—Ja… ¿en serio? —dijo en voz alta, con una mezcla de asombro y diversión—. **Bueno… al menos hacer eso debió haberse sentido satisfactorio, hombre.**
Afuera, el viento soplaba suave entre los pastizales. Las cadenas vibraban ligeramente, chirriando como viejas notas de un lamento olvidado. Pero el gesto seguía ahí, desafiante. Como si aquel que lo dejara enterrado no se arrepintiera de nada.
Jett observó por un rato más, sonriendo, antes de encender el motor otra vez.
—Tú sí que sabes despedirte con estilo —dijo, con una última mirada al brazo, antes de acelerar y seguir su camino sin parar de reír el resto del camino—.
El **nuevo auto de Jett**, aún disfrazado bajo el nombre de **Elytium**, avanzaba a velocidad constante por una antigua ruta olvidada, donde la carretera se difuminaba con la tierra. Las ventanas abiertas dejaban que el viento reseco de la **sabana árida** se colara, llevando consigo olor a pasto quemado y a historia enterrada. A lo lejos, la tierra ondulaba como un océano de polvo dorado.
Jett encendió el estéreo. Un tema instrumental con guitarras reverberantes acompañaba el zumbido bajo del motor. La velocidad era tranquila, fluida, como si el auto también disfrutara del viaje sin prisas.
Pero entonces… lo vio.
En mitad de la sabana, rompiendo la monotonía de la tierra y los arbustos bajos, **sobresalía un enorme brazo metálico**. Retorcido, oxidado, como si hubiese estado ahí por siglos. Surgía del suelo con brutalidad, enterrado hasta el codo. **Un grillete abollado** apretaba su muñeca, sujeto con **cadenas que se perdían en el subsuelo**, tensas como si aún intentaran contener algo que ya no estaba.
Lo más insólito, sin embargo, era **la postura del brazo**: la mano estaba cerrada… salvo por **el dedo medio, en alto**, apuntando al cielo como una última declaración de guerra, de desprecio o simplemente de resignación burlona.
Jett frenó suavemente, las ruedas levantando una nube fina de polvo. Bajó el volumen de la música y se reclinó en el asiento mientras soltaba una carcajada.
—Ja… ¿en serio? —dijo en voz alta, con una mezcla de asombro y diversión—. **Bueno… al menos hacer eso debió haberse sentido satisfactorio, hombre.**
Afuera, el viento soplaba suave entre los pastizales. Las cadenas vibraban ligeramente, chirriando como viejas notas de un lamento olvidado. Pero el gesto seguía ahí, desafiante. Como si aquel que lo dejara enterrado no se arrepintiera de nada.
Jett observó por un rato más, sonriendo, antes de encender el motor otra vez.
—Tú sí que sabes despedirte con estilo —dijo, con una última mirada al brazo, antes de acelerar y seguir su camino sin parar de reír el resto del camino—.
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