• “Corre el rumor.”

    Aquella noche no era diferente de cualquier otra; Kazuo dormía junto a su prometida. Pero algo lo hizo inquietarse, haciendo que abriera sus brillantes ojos azules, los cuales resplandecían como los de un felino en la oscuridad.

    Se incorporó, sintiendo una leve taquicardia en el pecho. Miró a Elizabeth, cerciorándose de que todo estaba en orden. Su mirada se arrastró lentamente por su figura hasta que se detuvo en su vientre. Habían pasado ya más del primer trimestre, y su embarazo era más que evidente a estas alturas.

    Fue entonces cuando sintió una punzada de miedo. Aún no había encontrado a nadie que pudiera darle información sobre su caso. La descendencia de demonios era muy escasa, y la de humanos con estos, algo muy raro de ver.

    Se deslizó hasta salir del lecho, como una culebra silenciosa, teniendo especial cuidado en no despertar a Elizabeth de su profundo sueño. Como un gato, caminó hacia el exterior sin hacer un solo ruido. Era tan silencioso que ni siquiera la madera protestaba bajo el peso de sus pies.
    Caminó descalzo, sintiendo la hierba y la humedad de la tierra bajo sus pies. La noche estaba bastante iluminada, ya que tan solo faltaban cinco días para que la luna estuviera en su total plenitud.

    Siguió caminando, bajando una pequeña cuesta hasta dar con el torii de madera que daba la bienvenida a su templo. Tras este, un recorrido de escaleras de piedra descendía para permitir bajar del monte.
    Kazuo dirigió sus pasos hasta la estructura de madera, de un rojo desgastado por el paso de los siglos. Soltó un trémulo suspiro antes de flanquear sus columnas. Una luz cálida lo recibió, al igual que un bullicio constante. Había llegado al mundo de los espíritus.

    Se encontraba en una ciudad estancada en una perpetua noche. Yōkais, espíritus y criaturas de todas las clases y reinos deambulaban por sus calles. Puestos de comida, comercios y espectáculos callejeros eran los protagonistas, convirtiendo aquella ciudad en un festival sin intención de tocar fin.

    Así de fácil era para Kazuo caminar entre dos mundos, como si de alguna forma no fuera capaz de pertenecer del todo a ninguno de los dos.

    Caminó por la arteria principal de aquella ciudad nocturna, poniendo especial atención en las conversaciones que lo rodeaban. Su intención no era escuchar lo ajeno, sino buscar respuestas al desasosiego de su corazón.

    Mientras caminaba, no se hicieron esperar los seres que lo invitaban a sus negocios: mercaderes, restaurantes de comida… incluso un burdel que le ofrecía opio y buena compañía. En todas esas ocasiones, Kazuo declinó las ofertas con esa amabilidad que tanto lo caracterizaba.

    Pero el zorro no estaba allí por ocio. Había ido con un claro objetivo: buscar respuestas.
    El yōkai siguió recorriendo las intrincadas calles. Estas estaban tejidas de una forma que parecía que aquella ciudad no tuviese ni un principio ni un fin. Cualquier alma descarriada se habría perdido en la eternidad de estas, sin ser consciente del tiempo que había pasado en ellas. Por suerte, Kazuo no era un mero visitante.

    Frustrado al no obtener respuestas, se dirigió a la parte más alta de la ciudad. Allí observó cómo su luz iluminaba el cielo de una forma que ninguna otra ciudad podía hacer, ni siquiera las modernas que había podido ver en otros planos temporales. Necesitaba respuestas, y con la mayor premura posible.

    Kazuo juntó sus manos, dejando un hueco entre ellas, como si quisiera arropar algo. De pronto, un suave brillo dorado emergió desde el interior de sus manos, filtrándose la luz a través de los huecos entre sus dedos, como si un amanecer intentase abrirse paso entre un cielo encapotado por densas nubes.

    —Corre el rumor de que la semilla de un zorro floreció en el vientre de una joven humana… —comenzó a decir Kazuo, con los labios cerca de aquellas manos bañadas por el oro.

    —Corre el rumor de que este busca respuestas sobre cómo terminará todo aquello… —su voz vibraba de una forma diferente, como si la intención de esta calase como un antiguo hechizo.
    Kazuo comenzó a abrir sus manos lentamente, dejando salir el brillo de estas, acompañado de unos pétalos de cerezo que alzaron vuelo con la primera brisa del viento.

    El zorro siguió con la mirada cómo estos volaban, impregnados con una súplica.

    —Divulgad mi mensaje. Sed mis oídos en todas partes. Traedme lo que busco, pues lo anhelo con desespero. Solo y cuando hayáis finalizado vuestro cometido, seréis libres de marchitaros… —No era una orden como tal; más bien, se trataba de una súplica.

    Kazuo observó cómo los pétalos de sakura se dispersaban en movimientos suaves, bajando hasta la ciudad, donde pensaban divulgar aquel rumor y así escuchar lo que los demonios y espíritus tenían que decir sobre aquello.
    Era su última esperanza. Si aun así no obtenía respuestas, el futuro que le esperaba a él y a su amada Elizabeth era totalmente incierto.
    “Corre el rumor.” Aquella noche no era diferente de cualquier otra; Kazuo dormía junto a su prometida. Pero algo lo hizo inquietarse, haciendo que abriera sus brillantes ojos azules, los cuales resplandecían como los de un felino en la oscuridad. Se incorporó, sintiendo una leve taquicardia en el pecho. Miró a Elizabeth, cerciorándose de que todo estaba en orden. Su mirada se arrastró lentamente por su figura hasta que se detuvo en su vientre. Habían pasado ya más del primer trimestre, y su embarazo era más que evidente a estas alturas. Fue entonces cuando sintió una punzada de miedo. Aún no había encontrado a nadie que pudiera darle información sobre su caso. La descendencia de demonios era muy escasa, y la de humanos con estos, algo muy raro de ver. Se deslizó hasta salir del lecho, como una culebra silenciosa, teniendo especial cuidado en no despertar a Elizabeth de su profundo sueño. Como un gato, caminó hacia el exterior sin hacer un solo ruido. Era tan silencioso que ni siquiera la madera protestaba bajo el peso de sus pies. Caminó descalzo, sintiendo la hierba y la humedad de la tierra bajo sus pies. La noche estaba bastante iluminada, ya que tan solo faltaban cinco días para que la luna estuviera en su total plenitud. Siguió caminando, bajando una pequeña cuesta hasta dar con el torii de madera que daba la bienvenida a su templo. Tras este, un recorrido de escaleras de piedra descendía para permitir bajar del monte. Kazuo dirigió sus pasos hasta la estructura de madera, de un rojo desgastado por el paso de los siglos. Soltó un trémulo suspiro antes de flanquear sus columnas. Una luz cálida lo recibió, al igual que un bullicio constante. Había llegado al mundo de los espíritus. Se encontraba en una ciudad estancada en una perpetua noche. Yōkais, espíritus y criaturas de todas las clases y reinos deambulaban por sus calles. Puestos de comida, comercios y espectáculos callejeros eran los protagonistas, convirtiendo aquella ciudad en un festival sin intención de tocar fin. Así de fácil era para Kazuo caminar entre dos mundos, como si de alguna forma no fuera capaz de pertenecer del todo a ninguno de los dos. Caminó por la arteria principal de aquella ciudad nocturna, poniendo especial atención en las conversaciones que lo rodeaban. Su intención no era escuchar lo ajeno, sino buscar respuestas al desasosiego de su corazón. Mientras caminaba, no se hicieron esperar los seres que lo invitaban a sus negocios: mercaderes, restaurantes de comida… incluso un burdel que le ofrecía opio y buena compañía. En todas esas ocasiones, Kazuo declinó las ofertas con esa amabilidad que tanto lo caracterizaba. Pero el zorro no estaba allí por ocio. Había ido con un claro objetivo: buscar respuestas. El yōkai siguió recorriendo las intrincadas calles. Estas estaban tejidas de una forma que parecía que aquella ciudad no tuviese ni un principio ni un fin. Cualquier alma descarriada se habría perdido en la eternidad de estas, sin ser consciente del tiempo que había pasado en ellas. Por suerte, Kazuo no era un mero visitante. Frustrado al no obtener respuestas, se dirigió a la parte más alta de la ciudad. Allí observó cómo su luz iluminaba el cielo de una forma que ninguna otra ciudad podía hacer, ni siquiera las modernas que había podido ver en otros planos temporales. Necesitaba respuestas, y con la mayor premura posible. Kazuo juntó sus manos, dejando un hueco entre ellas, como si quisiera arropar algo. De pronto, un suave brillo dorado emergió desde el interior de sus manos, filtrándose la luz a través de los huecos entre sus dedos, como si un amanecer intentase abrirse paso entre un cielo encapotado por densas nubes. —Corre el rumor de que la semilla de un zorro floreció en el vientre de una joven humana… —comenzó a decir Kazuo, con los labios cerca de aquellas manos bañadas por el oro. —Corre el rumor de que este busca respuestas sobre cómo terminará todo aquello… —su voz vibraba de una forma diferente, como si la intención de esta calase como un antiguo hechizo. Kazuo comenzó a abrir sus manos lentamente, dejando salir el brillo de estas, acompañado de unos pétalos de cerezo que alzaron vuelo con la primera brisa del viento. El zorro siguió con la mirada cómo estos volaban, impregnados con una súplica. —Divulgad mi mensaje. Sed mis oídos en todas partes. Traedme lo que busco, pues lo anhelo con desespero. Solo y cuando hayáis finalizado vuestro cometido, seréis libres de marchitaros… —No era una orden como tal; más bien, se trataba de una súplica. Kazuo observó cómo los pétalos de sakura se dispersaban en movimientos suaves, bajando hasta la ciudad, donde pensaban divulgar aquel rumor y así escuchar lo que los demonios y espíritus tenían que decir sobre aquello. Era su última esperanza. Si aun así no obtenía respuestas, el futuro que le esperaba a él y a su amada Elizabeth era totalmente incierto.
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  • Pasar tiempo con mi hermoso búho me hace tan feliz, es que el es muy lindo, el es el motivo de mi felicidad y mi sonrisa, es todo lo que necesito, te quiero Stolas ᎶᎧᏋᏖᎥᏗ
    Pasar tiempo con mi hermoso búho me hace tan feliz, es que el es muy lindo, el es el motivo de mi felicidad y mi sonrisa, es todo lo que necesito, te quiero [Goet1aprince]
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  • “¿Cómo se sacia lo insaciable? ¿Cómo se llenan los vacíos de un alma herida? ¿Cómo se trueca el dolor por dicha, sin quebrar lo que aún queda en pie?”

    »Aun con el sendero cubierto de niebla, se esforzaba por comprender cada alma que cruzaba su paso. Muy pocas hallaban consuelo; de muchas otras, tristemente, fue desvaneciéndose el recuerdo: la luz de una mirada, la forma única de un rostro, como acuarelas borradas por el tiempo. Algunos recuerdos ardían más que otros. Guardó la pintura en un cofre de madera, tallado a mano, como quien encierra un fragmento de eternidad.«

    —Hay dolores que no se curan… Una lección más aprendida.
    “¿Cómo se sacia lo insaciable? ¿Cómo se llenan los vacíos de un alma herida? ¿Cómo se trueca el dolor por dicha, sin quebrar lo que aún queda en pie?” »Aun con el sendero cubierto de niebla, se esforzaba por comprender cada alma que cruzaba su paso. Muy pocas hallaban consuelo; de muchas otras, tristemente, fue desvaneciéndose el recuerdo: la luz de una mirada, la forma única de un rostro, como acuarelas borradas por el tiempo. Algunos recuerdos ardían más que otros. Guardó la pintura en un cofre de madera, tallado a mano, como quien encierra un fragmento de eternidad.« —Hay dolores que no se curan… Una lección más aprendida.
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    Quiero hablar de un manga que he estado leyendo.
    Sé llama "Gamaran". Trata sobre artes marciales y UUFFF!!
    Es épico 🏻🏻
    Justamente de ahí decidí usar el nombre de "Kurogane" para el perfil... Porque Gama es excelente 🏻🏻
    Demuestra que la constancia, la disciplina y el trabajo duro obtienen sus frutos.
    Igual que de una semilla crece un árbol, lleva tiempo pero tarde o temprano todo eso ofrece sus resultados...
    Quiero hablar de un manga que he estado leyendo. Sé llama "Gamaran". Trata sobre artes marciales y UUFFF!! Es épico 🤩👍🏻👌🏻😁 Justamente de ahí decidí usar el nombre de "Kurogane" para el perfil... Porque Gama es excelente 🤩🤩🤩🤩👍🏻👌🏻😁 Demuestra que la constancia, la disciplina y el trabajo duro obtienen sus frutos. Igual que de una semilla crece un árbol, lleva tiempo pero tarde o temprano todo eso ofrece sus resultados...
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  • El taller de Jett, ese rincón casi sagrado escondido entre riscos y placas oxidadas de ciudades olvidadas, olía a aceite quemado, metal viejo y frustración. El Deora II descansaba en el centro, elevado por soportes mientras chispas saltaban de las herramientas que Jett maniobraba con impaciencia. Llevaba horas allí, quizá más, con las mangas arremangadas, las manos ennegrecidas y la mandíbula tensa.

    Desde fuera, el auto parecía haber sobrevivido con dignidad: unos rasguños, algunos paneles torcidos, el alerón un poco torcido… Pero debajo, en sus entrañas de titanio y sueños, la historia era otra.

    —Vamos, viejo amigo, no me hagas esto ahora… —susurró Jett, con el ceño fruncido mientras soltaba una cubierta lateral. Al quitarla, parte del chasis interno cayó con un sonido hueco, seco. Crujió.

    Se detuvo. Su respiración también.

    Levantó una plancha inferior y notó que varias soldaduras se habían fracturado, como cicatrices abiertas en la médula de su compañero de carretera. La columna de tracción estaba desgastada, la suspensión trasera oxidada en las juntas dimensionales, y lo peor: la fractura central se extendía como una grieta traicionera entre el corazón del motor y la caja de cambios multiversal.

    Jett maldijo, bajo y seco. Intentó una soldadura rápida, pero el calor hizo que la estructura gimiera.

    —No, no, no, no... —insistió, sudando, como si su voluntad pudiera sostener el metal quebrado. Colocó refuerzos, tornillos, selladores… una y otra vez.

    Pero nada sostuvo.

    Un último intento, desesperado, con una nueva placa de refuerzo... y entonces se oyó el estallido que destrozo el optimismo de Jett.

    Un crujido largo, profundo, como si el auto suspirara su último aliento.

    El Deora se había partidó en dos.

    Primero cayó el frente, luego la sección trasera, separándose de forma definitiva. Partes internas quedaron expuestas, cables colgando, fluidos goteando con lentitud sobre el suelo del taller. La imagen era la de un cadáver mecánico que se negó a fingir más.

    Jett se quedó de pie, inmóvil.

    Los sonidos del taller parecían haberse apagado. Solo el eco de su respiración agitada, los zumbidos de herramientas que ya no sostenía, y la visión de su más fiel compañero partido en dos.

    Se dejó caer al suelo, con las piernas estiradas, cubierto de grasa y frustración. No lloró. No hablaba. Pero sus ojos estaban vacíos, como si una parte de él se hubiera roto con el chasis.

    Acarició uno de los costados del Deora, manchando más aún su mano.

    —Te llevé a través del Reino Torcido, el laberinto de hielo en las nubes, incluso el circuito del tiempo invertido… Maldición sobrevivimos juntos a un hoyo negro—susurró con voz quebrada—. M..mi viejo amigo, almenos te f.. fuiste como un héroe, no es asi.

    El silencio fue la única respuesta.

    Por primera vez en mucho tiempo, Jett no supo a dónde ir. Solo podía mirar las mitades de su viejo amigo, y preguntarse si algún viaje, algún día… podría continuar sin él.
    El taller de Jett, ese rincón casi sagrado escondido entre riscos y placas oxidadas de ciudades olvidadas, olía a aceite quemado, metal viejo y frustración. El Deora II descansaba en el centro, elevado por soportes mientras chispas saltaban de las herramientas que Jett maniobraba con impaciencia. Llevaba horas allí, quizá más, con las mangas arremangadas, las manos ennegrecidas y la mandíbula tensa. Desde fuera, el auto parecía haber sobrevivido con dignidad: unos rasguños, algunos paneles torcidos, el alerón un poco torcido… Pero debajo, en sus entrañas de titanio y sueños, la historia era otra. —Vamos, viejo amigo, no me hagas esto ahora… —susurró Jett, con el ceño fruncido mientras soltaba una cubierta lateral. Al quitarla, parte del chasis interno cayó con un sonido hueco, seco. Crujió. Se detuvo. Su respiración también. Levantó una plancha inferior y notó que varias soldaduras se habían fracturado, como cicatrices abiertas en la médula de su compañero de carretera. La columna de tracción estaba desgastada, la suspensión trasera oxidada en las juntas dimensionales, y lo peor: la fractura central se extendía como una grieta traicionera entre el corazón del motor y la caja de cambios multiversal. Jett maldijo, bajo y seco. Intentó una soldadura rápida, pero el calor hizo que la estructura gimiera. —No, no, no, no... —insistió, sudando, como si su voluntad pudiera sostener el metal quebrado. Colocó refuerzos, tornillos, selladores… una y otra vez. Pero nada sostuvo. Un último intento, desesperado, con una nueva placa de refuerzo... y entonces se oyó el estallido que destrozo el optimismo de Jett. Un crujido largo, profundo, como si el auto suspirara su último aliento. El Deora se había partidó en dos. Primero cayó el frente, luego la sección trasera, separándose de forma definitiva. Partes internas quedaron expuestas, cables colgando, fluidos goteando con lentitud sobre el suelo del taller. La imagen era la de un cadáver mecánico que se negó a fingir más. Jett se quedó de pie, inmóvil. Los sonidos del taller parecían haberse apagado. Solo el eco de su respiración agitada, los zumbidos de herramientas que ya no sostenía, y la visión de su más fiel compañero partido en dos. Se dejó caer al suelo, con las piernas estiradas, cubierto de grasa y frustración. No lloró. No hablaba. Pero sus ojos estaban vacíos, como si una parte de él se hubiera roto con el chasis. Acarició uno de los costados del Deora, manchando más aún su mano. —Te llevé a través del Reino Torcido, el laberinto de hielo en las nubes, incluso el circuito del tiempo invertido… Maldición sobrevivimos juntos a un hoyo negro—susurró con voz quebrada—. M..mi viejo amigo, almenos te f.. fuiste como un héroe, no es asi. El silencio fue la única respuesta. Por primera vez en mucho tiempo, Jett no supo a dónde ir. Solo podía mirar las mitades de su viejo amigo, y preguntarse si algún viaje, algún día… podría continuar sin él.
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  • La noche caía con una tranquilidad inusual en aquella ciudad colgante entre riscos, iluminada por linternas de papel que danzaban suavemente con el viento. En una callejuela secundaria, oculta entre los niveles bajos del distrito, un pequeño puesto de ramen iluminaba el empedrado con su calidez. Jett estaba sentado en un banco de madera, sorbiendo el caldo humeante de su tazón con una satisfacción apenas disimulada.

    El hombre que atendía el puesto —un anciano de cabello gris recogido en una coleta baja y voz áspera pero amable— le lanzó una mirada curiosa mientras secaba un tazón.

    —¿Te dolió la caída? —preguntó con una ceja levantada, mirando más allá del hombro de Jett, al Deora II estacionado cerca. El auto, normalmente reluciente, estaba cubierto de polvo y presentaba marcas de raspaduras por ambos flancos.

    Jett tragó el último bocado de huevo cocido y soltó una risilla.

    —¿Eso? Nah, los Vigías. —Se acomodó en el taburete, recargando los codos en la barra—. ¿Sabes? Todo por tomar un atajo por esas colinas del sur… esas que parecen hechas a mano por un dios apurado.

    El anciano asintió, como si supiera exactamente de qué colinas hablaba.

    —Vi a una pareja ahí. Él estaba pálido, ella... bueno, se notaba que el bebé no pensaba esperar mucho. Así que les ofrecí mi servicio de transporte interdimensional de emergencia gratuita. Subieron sin preguntar y *boom*, directo al hospital de la capital colina abajo.

    —¿Y los Vigías? —preguntó el anciano, girando el caldo con su cuchara de madera.

    —Aparecieron cuando crucé el límite de velocidad por el Arco del Silencio —dijo Jett, levantando el dedo índice como si fuera una lección—. Odiaban que alguien pisara sus senderos sagrados con ruedas y estilo. Me siguieron en esas máquinas flotantes que chillan más que arrancar una guitarra sin afinar.

    La escena se había grabado en su mente con precisión cinematográfica: el motor rugiendo mientras derrapaba por un sendero de tierra; una de las torres de vigilancia activando luces rojas; los Vigías bajando en su transporte elegante, frío, silencioso… hasta que empezaron a disparar haces de parálisis.

    —Tuve que improvisar. Me metí por un acueducto abandonado, pegué un salto sobre el puente de los Cien Suspiros —exageró, levantando la mano—, perdí un espejo retrovisor ahí. ¡Y luego usé una rampa hecha con una carreta caída para pasar por encima de uno de sus drones!

    —¿Y el hospital?

    —Llegué justo a tiempo —sonrió, mirando su auto por un momento—. Dejé a la pareja con el personal. El padre me dio un apretón de manos tan fuerte que por poco me deja sin nudillos.

    —¿Y luego escapaste?

    —Claro. Solo había una salida: una pendiente de piedra que baja hacia el túnel de tren abandonado. Cerré los ojos, pisé el acelerador, y recé a los dioses de los amortiguadores. Lo demás... son esas rayas que viste.

    El anciano lo miró largo rato y luego soltó una risa ronca.

    —Eres todo un personaje, chico. Uno de esos que sólo aparecen cuando el mundo quiere entretenerse un rato.

    Jett levantó su tazón con los restos de caldo y brindó.

    —Pero hey, almenos la joven pareja tiene una historia interesante para contar, jajajaja.

    El viento agitó las linternas suavemente. Afuera, bajo el brillo tenue de las farolas, el Deora II descansaba como un corcel tras la batalla: maltrecho, pero orgulloso.
    La noche caía con una tranquilidad inusual en aquella ciudad colgante entre riscos, iluminada por linternas de papel que danzaban suavemente con el viento. En una callejuela secundaria, oculta entre los niveles bajos del distrito, un pequeño puesto de ramen iluminaba el empedrado con su calidez. Jett estaba sentado en un banco de madera, sorbiendo el caldo humeante de su tazón con una satisfacción apenas disimulada. El hombre que atendía el puesto —un anciano de cabello gris recogido en una coleta baja y voz áspera pero amable— le lanzó una mirada curiosa mientras secaba un tazón. —¿Te dolió la caída? —preguntó con una ceja levantada, mirando más allá del hombro de Jett, al Deora II estacionado cerca. El auto, normalmente reluciente, estaba cubierto de polvo y presentaba marcas de raspaduras por ambos flancos. Jett tragó el último bocado de huevo cocido y soltó una risilla. —¿Eso? Nah, los Vigías. —Se acomodó en el taburete, recargando los codos en la barra—. ¿Sabes? Todo por tomar un atajo por esas colinas del sur… esas que parecen hechas a mano por un dios apurado. El anciano asintió, como si supiera exactamente de qué colinas hablaba. —Vi a una pareja ahí. Él estaba pálido, ella... bueno, se notaba que el bebé no pensaba esperar mucho. Así que les ofrecí mi servicio de transporte interdimensional de emergencia gratuita. Subieron sin preguntar y *boom*, directo al hospital de la capital colina abajo. —¿Y los Vigías? —preguntó el anciano, girando el caldo con su cuchara de madera. —Aparecieron cuando crucé el límite de velocidad por el Arco del Silencio —dijo Jett, levantando el dedo índice como si fuera una lección—. Odiaban que alguien pisara sus senderos sagrados con ruedas y estilo. Me siguieron en esas máquinas flotantes que chillan más que arrancar una guitarra sin afinar. La escena se había grabado en su mente con precisión cinematográfica: el motor rugiendo mientras derrapaba por un sendero de tierra; una de las torres de vigilancia activando luces rojas; los Vigías bajando en su transporte elegante, frío, silencioso… hasta que empezaron a disparar haces de parálisis. —Tuve que improvisar. Me metí por un acueducto abandonado, pegué un salto sobre el puente de los Cien Suspiros —exageró, levantando la mano—, perdí un espejo retrovisor ahí. ¡Y luego usé una rampa hecha con una carreta caída para pasar por encima de uno de sus drones! —¿Y el hospital? —Llegué justo a tiempo —sonrió, mirando su auto por un momento—. Dejé a la pareja con el personal. El padre me dio un apretón de manos tan fuerte que por poco me deja sin nudillos. —¿Y luego escapaste? —Claro. Solo había una salida: una pendiente de piedra que baja hacia el túnel de tren abandonado. Cerré los ojos, pisé el acelerador, y recé a los dioses de los amortiguadores. Lo demás... son esas rayas que viste. El anciano lo miró largo rato y luego soltó una risa ronca. —Eres todo un personaje, chico. Uno de esos que sólo aparecen cuando el mundo quiere entretenerse un rato. Jett levantó su tazón con los restos de caldo y brindó. —Pero hey, almenos la joven pareja tiene una historia interesante para contar, jajajaja. El viento agitó las linternas suavemente. Afuera, bajo el brillo tenue de las farolas, el Deora II descansaba como un corcel tras la batalla: maltrecho, pero orgulloso.
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  • Ironía.

    Su padre le observaba en una constante ironía cuando vestía de su habitual traje de médico. Asher ya conocía esas miradas puesto que siempre se las otorgaba, sin embargo, en lugar de enojarse simplemente reía con él.

    Sabía cuán irónico era que un vampiro estudiara medicina y trabajara como médico. Sabía que él tenía preocupación por si alguna vez Asher no podría controlar su sed durante alguna operación o intervención. Pero Asher se había vuelto un experto en no regarla en momentos importantes, bueno al menos en esa parte de su vida.

    Cuando miraba y tocaba la sangre de los pacientes, no estaba sediento, al contrario, sentía que estaba completamente lleno y no podría beber más aunque no hubiera tomado ni una sola gota en días, aunque no era todo el tiempo, a veces necesitaba sucumbir a los deseos sanguinarios de su oscuro ser por causa inevitable, tomaba unas pastillas personalizadas que eran en base a una sangre especial, la menos común de todas.

    Había elegido esa carrera por ser simplemente hermosa en el ámbito de salvar vidas. Le encantaba ayudar a otros así no recibiera el mismo trato, no le importaba, su satisfacción se basaba en realizar un buen trabajo y complacer de alguna manera, el bienestar adverso y desconocido.
    Ironía. Su padre le observaba en una constante ironía cuando vestía de su habitual traje de médico. Asher ya conocía esas miradas puesto que siempre se las otorgaba, sin embargo, en lugar de enojarse simplemente reía con él. Sabía cuán irónico era que un vampiro estudiara medicina y trabajara como médico. Sabía que él tenía preocupación por si alguna vez Asher no podría controlar su sed durante alguna operación o intervención. Pero Asher se había vuelto un experto en no regarla en momentos importantes, bueno al menos en esa parte de su vida. Cuando miraba y tocaba la sangre de los pacientes, no estaba sediento, al contrario, sentía que estaba completamente lleno y no podría beber más aunque no hubiera tomado ni una sola gota en días, aunque no era todo el tiempo, a veces necesitaba sucumbir a los deseos sanguinarios de su oscuro ser por causa inevitable, tomaba unas pastillas personalizadas que eran en base a una sangre especial, la menos común de todas. Había elegido esa carrera por ser simplemente hermosa en el ámbito de salvar vidas. Le encantaba ayudar a otros así no recibiera el mismo trato, no le importaba, su satisfacción se basaba en realizar un buen trabajo y complacer de alguna manera, el bienestar adverso y desconocido.
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  • °La tarde envolvía el parque en una mezcla de luces cálidas y sombras largas. Una farola titilaba suavemente, bañando de ámbar el rostro de una chica que se aferraba a su delgado poste metálico como si fuera su único ancla. Su cuerpo, medio recargado, medio abrazado a la farola, parecía estar ahí desde hacía rato, inmóvil, ajeno al paso del tiempo.

    El mundo seguía su curso a su alrededor. Gente caminaba entre risas y charlas apagadas, los autos zumbaban en la carretera cercana, y las hojas de los árboles susurraban con la brisa templada. Pero ella no los veía. Su mirada estaba fija, perdida en un solo punto del parque: una banca vacía.

    Era una banca como cualquier otra, vieja, con la pintura descascarada y marcas del tiempo, pero para ella era todo menos común. Sus ojos, cargados de algo más profundo que simple nostalgia, se mantenían clavados ahí, como si esperara que en cualquier momento alguien apareciera y tomara asiento. Alguien que tal vez ya no llegaría nunca.

    Entre sus dedos, un cigarro ardía con lentitud. De vez en cuando lo llevaba a sus labios, exhalando una nube de humo que flotaba en espirales perezosas antes de desvanecerse en el aire. Cada calada parecía un intento por calmar algo que no se calmaba.

    Y aún así, no decía nada, no se movía. Solo permanecía ahí, abrazada a la farola, mirando esa banca vacía como si el pasado pudiera volver a ocuparla.°

    –(" Soy tan estúpida..")
    °La tarde envolvía el parque en una mezcla de luces cálidas y sombras largas. Una farola titilaba suavemente, bañando de ámbar el rostro de una chica que se aferraba a su delgado poste metálico como si fuera su único ancla. Su cuerpo, medio recargado, medio abrazado a la farola, parecía estar ahí desde hacía rato, inmóvil, ajeno al paso del tiempo. El mundo seguía su curso a su alrededor. Gente caminaba entre risas y charlas apagadas, los autos zumbaban en la carretera cercana, y las hojas de los árboles susurraban con la brisa templada. Pero ella no los veía. Su mirada estaba fija, perdida en un solo punto del parque: una banca vacía. Era una banca como cualquier otra, vieja, con la pintura descascarada y marcas del tiempo, pero para ella era todo menos común. Sus ojos, cargados de algo más profundo que simple nostalgia, se mantenían clavados ahí, como si esperara que en cualquier momento alguien apareciera y tomara asiento. Alguien que tal vez ya no llegaría nunca. Entre sus dedos, un cigarro ardía con lentitud. De vez en cuando lo llevaba a sus labios, exhalando una nube de humo que flotaba en espirales perezosas antes de desvanecerse en el aire. Cada calada parecía un intento por calmar algo que no se calmaba. Y aún así, no decía nada, no se movía. Solo permanecía ahí, abrazada a la farola, mirando esa banca vacía como si el pasado pudiera volver a ocuparla.° –(" Soy tan estúpida..")
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  • Vi a la chica que se deshacía por amor.
    No era como los otros mortales que cortan flores o escriben promesas huecas.
    Ella se quitó el alma.
    La desprendió de su carne con la delicadeza con la que se quita un vestido que ya no abriga.
    Y se la dio. Así, desnuda de todo, esperando que él —al menos— le tendiera la mirada.

    Pero no.
    Él no era el mismo hombre que le había susurrado abrigo cuando el mundo soplaba frío.
    Ya no recogía las grietas de su voz, ni se detenía cuando sus ojos se apagaban.
    Donde antes florecía ternura, ahora sólo quedaban astillas.

    Y ella, ciega en su ternura, seguía creyendo.
    Creía que el eco de aquel hombre aún habitaba en sus huesos.
    Como si el recuerdo pudiera revivir la carne.
    Como si el pasado no ardiera como papel viejo al contacto del presente.

    Yo, que corto hilos, no comprendí.
    ¿Por qué darlo todo a quien ya ha dejado de ver?
    ¿Por qué desgarrar cuerpo, alma y pensamiento por una sombra?

    Pero entonces entendí algo, muy bajito, como si me lo confesara el tiempo:
    él nunca fue.
    Fue una ilusión tejida con manos expertas,
    un cebo lanzado al lago de su esperanza.
    Ella cayó como se cae en un sueño dulce, y despertó en una pesadilla mansa.

    Ahora ella abraza cenizas, llamándolas fuego.
    Y él…
    él sólo observa, como si nunca hubiera sido otra cosa que hielo.
    Vi a la chica que se deshacía por amor. No era como los otros mortales que cortan flores o escriben promesas huecas. Ella se quitó el alma. La desprendió de su carne con la delicadeza con la que se quita un vestido que ya no abriga. Y se la dio. Así, desnuda de todo, esperando que él —al menos— le tendiera la mirada. Pero no. Él no era el mismo hombre que le había susurrado abrigo cuando el mundo soplaba frío. Ya no recogía las grietas de su voz, ni se detenía cuando sus ojos se apagaban. Donde antes florecía ternura, ahora sólo quedaban astillas. Y ella, ciega en su ternura, seguía creyendo. Creía que el eco de aquel hombre aún habitaba en sus huesos. Como si el recuerdo pudiera revivir la carne. Como si el pasado no ardiera como papel viejo al contacto del presente. Yo, que corto hilos, no comprendí. ¿Por qué darlo todo a quien ya ha dejado de ver? ¿Por qué desgarrar cuerpo, alma y pensamiento por una sombra? Pero entonces entendí algo, muy bajito, como si me lo confesara el tiempo: él nunca fue. Fue una ilusión tejida con manos expertas, un cebo lanzado al lago de su esperanza. Ella cayó como se cae en un sueño dulce, y despertó en una pesadilla mansa. Ahora ella abraza cenizas, llamándolas fuego. Y él… él sólo observa, como si nunca hubiera sido otra cosa que hielo.
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  • *Atrapados en el tráfico incesante, iban todos estresados y molestos por eso, en el auto de Adam con él al volante, Cal a su lado, y detrás Shinn y Elios.*

    -¡Todo es culpa tuya, Shinn! ¡Perdiste demasiado tiempo recuperándote! ¡Elios y yo estamos retrasados!
    -¡Apenas me dará tiempo de llegar!
    -Siempre que tienes más prisa es cuando todo se atrasa...
    -En verdad lo lamento... Pero creo que podemos recuperar el tiempo perdido si nos apresuramos...

    *Adam choca el volante con la mano para hacer sonar el claxon.*

    -¡Si tan sólo avanzaran más rápido!
    -¡Muévete maldición!

    //La ia a veces hace cosas cómicas, y aunque seas específico siempre hace de las suyas
    *Atrapados en el tráfico incesante, iban todos estresados y molestos por eso, en el auto de Adam con él al volante, Cal a su lado, y detrás Shinn y Elios.* -¡Todo es culpa tuya, Shinn! ¡Perdiste demasiado tiempo recuperándote! ¡Elios y yo estamos retrasados! -¡Apenas me dará tiempo de llegar! -Siempre que tienes más prisa es cuando todo se atrasa... -En verdad lo lamento... Pero creo que podemos recuperar el tiempo perdido si nos apresuramos... *Adam choca el volante con la mano para hacer sonar el claxon.* -¡Si tan sólo avanzaran más rápido! -¡Muévete maldición! //La ia a veces hace cosas cómicas, y aunque seas específico siempre hace de las suyas 😅
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