• -esta ofendido con esa transformación forzada que el enano de circo que se cree reye le hizo pero en venganza se trepó al trono del enano y Robin su lugar junto a su corona -
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  • « Que nuestro viaje esté libre de problemas, y que nos lleve hacia las estrellas. »


    Los Anónimos habían sido generados al dejarlo viajar con ellos en el Expreso Astral, especialmente porque no tenía un destino al cual dirigirse y porque tampoco era claro el momento en que debería dejarlos. Podría ser que abandonara el vagón en su próxima parada o podrían pasar meses, incluso años, hasta que encontrara el lugar que buscaba; era un tripulante que tenía un ticket de viaje sin un destino concreto, pero existía la esperanza de encontrar el momento adecuado para dejarlos y continuar con su propio camino.

    Era una nueva vida, un nuevo camino y una nueva oportunidad. Pero, también, era una nueva experiencia que se salía de sus manos y de la que, en su mayoría, no podía tener el control y mucho menos la comodidad de antes. Por supuesto que era consciente de que su vida sería diferente, de que todo cambiaría y que adaptarse no le debía suponer un reto mayor pero... Nada lo había preparado para ese sufrimiento.

    En el momento que Marzo lo sugiriera, había sido una idea increíble con la que casi todos estuvieron de acuerdo. Además que, a su parecer, tenía sentido pues, al final, la habitación de Stelle tenía espacio de sobra y era mejor que dormir sobre un montón de cartones arrugados en el suelo del Vagón panorámico. Sin embargo, Sunday nunca esperó que aquella noche fuese tan... Peculiar. Incluso llegó a considerar que la idea de los cartones no era tan mala después de todo.

    Lo primero que le había resultado pesado, más no imposible, era vestir aquella camisa. Si bien no tenía un equipaje que llevar consigo, creía que utilizar la ropa de la Trazacaminos Stelle, era un poco excesivo pero, después de todas las molestias que les había llegado a ocasionar, portar una camiseta con una leyenda como esa no era nada a pesar de no compartir su estilo. Lo segundo que creía soportable, aún, era compartir la cama con ella y escuchar sus pequeños ronquidos al dormir(?), sí, no estaba acostumbrado a ese tipo de sonidos, pero creía que si fuesen un poco más armoniosos, como la voz de su hermana Robin, lo llegaría a tolerar sin esfuerzo. Pero, lo que había rebasado la paciencia del Halovian, era esa maldita muñeca de la Bufona Enmascarada que estaba en la cama. Justo a su lado, donde si decidía darle la espalda a Stelle, la encontraría mirándole con esos enormes ojos que se mantenían fijos en su cara.

    De solo pensar en su voz, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo; sabía que esa era solo una muñeca y nada más, un simple recuerdo que Stelle tenía en su habitación o una mera muñeca de colección que se veía bonita, pero no podía quitarse la sensación de esos recuerdos que estaban atados a ella. La desesperación de mantener la tranquilidad en Colonipenal, tener que usarla como un reemplazo de su hermana ante los ojos de los demás y, aún así, soportar sus chistes ácidos que intentaban sacarlo de sus casillas. Era estúpido que, ahora que se trataba de un simple montón de trapos, fuese más incómodo que cuando sí podía burlarse de él.

    — ... —

    Era una primera noche incómoda, extraña y que le producía tantas sensaciones que no sabía bien qué clase de emoción terminaba sintiendo. Lo único que sabía era que aquella noche cambiaría su vida para siempre y, si lograba sobrevivir, creía que podría mantenerse en el Expreso Astral por cientos de miles de kilómetros de vías pero, si no lograba tener el dominio suficiente, él mismo se terminaría aventando por alguna ventana antes de escuchar los ronquidos de Stelle un día más. (???)


    [ Difumino la imagen no porque sea mala, pero sí para evitar que piensen es mala y no entiendo la delgada línea entre una y otra cosa, así que más vale prevenir. (???) Y es que me encanta porque fue la inspiración de esta bobería. (??)]
    « Que nuestro viaje esté libre de problemas, y que nos lleve hacia las estrellas. » Los Anónimos habían sido generados al dejarlo viajar con ellos en el Expreso Astral, especialmente porque no tenía un destino al cual dirigirse y porque tampoco era claro el momento en que debería dejarlos. Podría ser que abandonara el vagón en su próxima parada o podrían pasar meses, incluso años, hasta que encontrara el lugar que buscaba; era un tripulante que tenía un ticket de viaje sin un destino concreto, pero existía la esperanza de encontrar el momento adecuado para dejarlos y continuar con su propio camino. Era una nueva vida, un nuevo camino y una nueva oportunidad. Pero, también, era una nueva experiencia que se salía de sus manos y de la que, en su mayoría, no podía tener el control y mucho menos la comodidad de antes. Por supuesto que era consciente de que su vida sería diferente, de que todo cambiaría y que adaptarse no le debía suponer un reto mayor pero... Nada lo había preparado para ese sufrimiento. En el momento que Marzo lo sugiriera, había sido una idea increíble con la que casi todos estuvieron de acuerdo. Además que, a su parecer, tenía sentido pues, al final, la habitación de Stelle tenía espacio de sobra y era mejor que dormir sobre un montón de cartones arrugados en el suelo del Vagón panorámico. Sin embargo, Sunday nunca esperó que aquella noche fuese tan... Peculiar. Incluso llegó a considerar que la idea de los cartones no era tan mala después de todo. Lo primero que le había resultado pesado, más no imposible, era vestir aquella camisa. Si bien no tenía un equipaje que llevar consigo, creía que utilizar la ropa de la Trazacaminos Stelle, era un poco excesivo pero, después de todas las molestias que les había llegado a ocasionar, portar una camiseta con una leyenda como esa no era nada a pesar de no compartir su estilo. Lo segundo que creía soportable, aún, era compartir la cama con ella y escuchar sus pequeños ronquidos al dormir(?), sí, no estaba acostumbrado a ese tipo de sonidos, pero creía que si fuesen un poco más armoniosos, como la voz de su hermana Robin, lo llegaría a tolerar sin esfuerzo. Pero, lo que había rebasado la paciencia del Halovian, era esa maldita muñeca de la Bufona Enmascarada que estaba en la cama. Justo a su lado, donde si decidía darle la espalda a Stelle, la encontraría mirándole con esos enormes ojos que se mantenían fijos en su cara. De solo pensar en su voz, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo; sabía que esa era solo una muñeca y nada más, un simple recuerdo que Stelle tenía en su habitación o una mera muñeca de colección que se veía bonita, pero no podía quitarse la sensación de esos recuerdos que estaban atados a ella. La desesperación de mantener la tranquilidad en Colonipenal, tener que usarla como un reemplazo de su hermana ante los ojos de los demás y, aún así, soportar sus chistes ácidos que intentaban sacarlo de sus casillas. Era estúpido que, ahora que se trataba de un simple montón de trapos, fuese más incómodo que cuando sí podía burlarse de él. — ... — Era una primera noche incómoda, extraña y que le producía tantas sensaciones que no sabía bien qué clase de emoción terminaba sintiendo. Lo único que sabía era que aquella noche cambiaría su vida para siempre y, si lograba sobrevivir, creía que podría mantenerse en el Expreso Astral por cientos de miles de kilómetros de vías pero, si no lograba tener el dominio suficiente, él mismo se terminaría aventando por alguna ventana antes de escuchar los ronquidos de Stelle un día más. (???) [ Difumino la imagen no porque sea mala, pero sí para evitar que piensen es mala y no entiendo la delgada línea entre una y otra cosa, así que más vale prevenir. (???) Y es que me encanta porque fue la inspiración de esta bobería. (??)]
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  • Tras una mañana de inspiración, Robin logró componer un fragmento de canción que plasmaba los pensamientos que últimamente rondaban su mente: lo eterno que puede ser un sentimiento y lo efímero que resulta el tiempo a su lado.

    "Para tenerte todo el tiempo que quisiera se me queda corta una vida entera.
    Después de amarte solo le temo a la muerte. Miedo a no encontrarnos y no tener la misma suerte.
    Pero si hay otra vida, voy a encontrarte vida mía, pa' volver a quererte."
    Tras una mañana de inspiración, Robin logró componer un fragmento de canción que plasmaba los pensamientos que últimamente rondaban su mente: lo eterno que puede ser un sentimiento y lo efímero que resulta el tiempo a su lado. "Para tenerte todo el tiempo que quisiera se me queda corta una vida entera. Después de amarte solo le temo a la muerte. Miedo a no encontrarnos y no tener la misma suerte. Pero si hay otra vida, voy a encontrarte vida mía, pa' volver a quererte."
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  • Sunday
    Las fiestas de fin de año son un gran acontecimiento en cualquier rincón del universo, y para Robin no eran la excepción. Como cantante, siempre se aseguraba de cerrar sus fechas y conciertos con suficiente antelación para poder regresar a tiempo al lado de su querido hermano, Sunday. Después de todo, él era su familia, su refugio, su lugar feliz. Volver junto a él valía cualquier esfuerzo, incluso si el costo era alto, y no solo en términos económicos.

    El proceso no era sencillo. Planificar las últimas presentaciones del año, coordinar los viajes y cumplir con los compromisos laborales requería una organización meticulosa. Había ocasiones en las que terminaba su último concierto casi al borde del agotamiento, pero nada le importaba más que estar al lado de su hermano para las celebraciones.

    Cuando finalmente llegaba, el cansancio desaparecía al ser recibida por el abrazo cálido de Sunday. Para ella, esos momentos compartidos eran más valiosos que cualquier escenario o aplauso, un recordatorio de que siempre habría un lugar donde sentirse en casa. — Feliz navidad, hermano. —
    [SundayHSR1] Las fiestas de fin de año son un gran acontecimiento en cualquier rincón del universo, y para Robin no eran la excepción. Como cantante, siempre se aseguraba de cerrar sus fechas y conciertos con suficiente antelación para poder regresar a tiempo al lado de su querido hermano, Sunday. Después de todo, él era su familia, su refugio, su lugar feliz. Volver junto a él valía cualquier esfuerzo, incluso si el costo era alto, y no solo en términos económicos. El proceso no era sencillo. Planificar las últimas presentaciones del año, coordinar los viajes y cumplir con los compromisos laborales requería una organización meticulosa. Había ocasiones en las que terminaba su último concierto casi al borde del agotamiento, pero nada le importaba más que estar al lado de su hermano para las celebraciones. Cuando finalmente llegaba, el cansancio desaparecía al ser recibida por el abrazo cálido de Sunday. Para ella, esos momentos compartidos eran más valiosos que cualquier escenario o aplauso, un recordatorio de que siempre habría un lugar donde sentirse en casa. — Feliz navidad, hermano. —
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    || Misma vibra de CSM. Siempre simp, nunca simp'nt. (?)

    — Robin-Chwaaan ~ ♡
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  • « ¿Qué haría por mi hermana? Cualquier cosa, lo que ella quisiera o deseara podría hacerlo realidad. Cuando se trata de Robin, no hay límites. »

    Ese día era de las pocas ocasiones en que lograban coincidir, donde Robin regresaba de alguna gira en planetas lejanos o que Sunday no debía encargarse de los asuntos de La Familia o sus otros múltiples deberes. Era una simple reunión fraternal, de esas que raras veces podían tener y donde, tras arduos días de intenso trabajo así colo desvelos, había logrado despejar un par de horas solo para ella. Recorrer las calles de Colonipenal era siempre... Interesante. Siempre había personas felices por todos lados, disfrutando del planeta de los sueños, de las festividades, y en cada rincón se podía apreciar, precisamente, la felicidad en sus rostros. Se trataba de un lugar perfecto, un planeta que tenía actividad de día y de noche, donde las caras tristes casi nunca se veían ante el ojo público; pero, lo más inportante, era que, al estar con Robin, comprendía la cercanía que tenían de lograr ese sueño infantil que se convirtiera en promesa: Un mundo donde nada malo sucedía, donde los sueños se podían hacer realidad y todos eran felices.

    Sunday esbozó una pequeña sonrisa, miró su reloj de pulsera un momento y se percató del tiempo que llevaban dentro de aquel establecimiento: Más de quince minutos. Quizá menos o quizás un poco más, pero creía que existía un dilema interno con el que su hermana no podía lidiar por alguna razón.

    — ¿Aún no has encontrado la tarta que logre convencerte? —Preguntó. En su voz se notó el pesar, ese mismo que poco después desapareció para convertirse en una alegría que llenó su pecho. Le bastaba sólo con mirarla analizando la vitrina de exhibición con tanto detalle, que le hacía olvidar sus males.— Haz pasado mucho tiempo fuera y el menú cambia constantemente. Si no te sientes segura de elegir solo una, puedes tomar las que quieras, podemos aprovechar para comer alguna más tarde. Así que no te preocupes por eso. Tenemos tiempo.

    O quizá no. Quizá sus pies comenzarían a matarle por lo ajustados que eran los tacones de Robin y lo incómodo que le resultaban al estar más ajustados de sus zapatos habituales. Pero, ¿cómo iba a negarse a cambiarlos con ella cuando la vio quejarse de ellos en silencio? ¿Cómo iba a dejar que siguiera caminando así mientras las zapatillas le rozaban la piel hasta lastimarla? No, era imposible que se permitiera algo así y, por ello, le había sugerido intercambiarlos por unos cuantos minutos hasta que decidieran volver a casa. El problema, era que ninguno parecía interesado en volver para arruinar el momento. Incluso él, no le importaba rozarse los talones, pisar los zapatos o tener las piernas temblorosas cada vez que olvidaba cómo mantener el equilibrio con ellos, o cada vez que pasaba demasiado tiempo en un solo lugar.

    Justo en ese momento, Sunday comenzaba a sentir algo. Era algo así como... ¿arrepentimiento? ¿remordimiento? ¿pesar? No, más bien era algo como incomodidad. Una que comenzaba a matarle los tobillos con cada segundo que pasaba. De verdad, ahora que se detenía a pensarlo, ¿por qué aquella había sido la primera idea que cruzara por su cabeza? Probablemente, porque era la que causaba menos aflicciones en su hermana.

    — ¿Qué tal si eliges la tartaleta de fresas? Una decisión como esa sería perfecta, es similar a la que solíamos comer cuando éramos pequeños.

    ℛ𝑜𝒷𝒾𝓃 🎙🎶

    « ¿Qué haría por mi hermana? Cualquier cosa, lo que ella quisiera o deseara podría hacerlo realidad. Cuando se trata de Robin, no hay límites. » Ese día era de las pocas ocasiones en que lograban coincidir, donde Robin regresaba de alguna gira en planetas lejanos o que Sunday no debía encargarse de los asuntos de La Familia o sus otros múltiples deberes. Era una simple reunión fraternal, de esas que raras veces podían tener y donde, tras arduos días de intenso trabajo así colo desvelos, había logrado despejar un par de horas solo para ella. Recorrer las calles de Colonipenal era siempre... Interesante. Siempre había personas felices por todos lados, disfrutando del planeta de los sueños, de las festividades, y en cada rincón se podía apreciar, precisamente, la felicidad en sus rostros. Se trataba de un lugar perfecto, un planeta que tenía actividad de día y de noche, donde las caras tristes casi nunca se veían ante el ojo público; pero, lo más inportante, era que, al estar con Robin, comprendía la cercanía que tenían de lograr ese sueño infantil que se convirtiera en promesa: Un mundo donde nada malo sucedía, donde los sueños se podían hacer realidad y todos eran felices. Sunday esbozó una pequeña sonrisa, miró su reloj de pulsera un momento y se percató del tiempo que llevaban dentro de aquel establecimiento: Más de quince minutos. Quizá menos o quizás un poco más, pero creía que existía un dilema interno con el que su hermana no podía lidiar por alguna razón. — ¿Aún no has encontrado la tarta que logre convencerte? —Preguntó. En su voz se notó el pesar, ese mismo que poco después desapareció para convertirse en una alegría que llenó su pecho. Le bastaba sólo con mirarla analizando la vitrina de exhibición con tanto detalle, que le hacía olvidar sus males.— Haz pasado mucho tiempo fuera y el menú cambia constantemente. Si no te sientes segura de elegir solo una, puedes tomar las que quieras, podemos aprovechar para comer alguna más tarde. Así que no te preocupes por eso. Tenemos tiempo. O quizá no. Quizá sus pies comenzarían a matarle por lo ajustados que eran los tacones de Robin y lo incómodo que le resultaban al estar más ajustados de sus zapatos habituales. Pero, ¿cómo iba a negarse a cambiarlos con ella cuando la vio quejarse de ellos en silencio? ¿Cómo iba a dejar que siguiera caminando así mientras las zapatillas le rozaban la piel hasta lastimarla? No, era imposible que se permitiera algo así y, por ello, le había sugerido intercambiarlos por unos cuantos minutos hasta que decidieran volver a casa. El problema, era que ninguno parecía interesado en volver para arruinar el momento. Incluso él, no le importaba rozarse los talones, pisar los zapatos o tener las piernas temblorosas cada vez que olvidaba cómo mantener el equilibrio con ellos, o cada vez que pasaba demasiado tiempo en un solo lugar. Justo en ese momento, Sunday comenzaba a sentir algo. Era algo así como... ¿arrepentimiento? ¿remordimiento? ¿pesar? No, más bien era algo como incomodidad. Una que comenzaba a matarle los tobillos con cada segundo que pasaba. De verdad, ahora que se detenía a pensarlo, ¿por qué aquella había sido la primera idea que cruzara por su cabeza? Probablemente, porque era la que causaba menos aflicciones en su hermana. — ¿Qué tal si eliges la tartaleta de fresas? Una decisión como esa sería perfecta, es similar a la que solíamos comer cuando éramos pequeños. [Just_Intonation]
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  • El atardecer teñía de oro y escarlata la cubierta del Thousand Sunny. La tripulación de los Sombreros de Paja se encontraba dispersa, cada uno ocupado en sus propias tareas o distracciones. Nico Robin, sin embargo, había encontrado un rincón tranquilo en el jardín del barco, sentada bajo la sombra de un árbol frutal.

    Tenía un libro en las manos, pero no lo estaba leyendo. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, y el murmullo de las olas contra el casco del barco era el único sonido que la acompañaba.

    "Niña demonio."
    El apodo cruzó su mente como una sombra pasajera, un eco de un tiempo lejano. Había aprendido a vivir con esas palabras, a llevarlas como una cicatriz que nunca desaparecía del todo. Era un título impuesto por un mundo que temía lo que no comprendía.

    De niña, ese apodo era un veneno que infectaba cada rincón de su vida. "Niña demonio" no era solo una etiqueta; era una condena. Los susurros de los aldeanos, el miedo en sus miradas, las piedras que lanzaban mientras huía... Todo eso había sido la banda sonora de su infancia. Por un tiempo, incluso ella llegó a creerlo.

    "Si soy el diablo que dicen, entonces no importa lo que haga", pensaba en sus años más oscuros. Fue un mecanismo de defensa, una forma de sobrevivir cuando el mundo entero estaba en su contra.

    Pero ahora, años después, mientras sentía la calidez del sol sobre su piel, Robin se preguntaba: ¿qué significaba realmente ese apodo?

    Había una verdad oculta en esas palabras. Si ser una "niña demonio" significaba querer descubrir la historia que el mundo trataba de enterrar, entonces aceptaba el título con orgullo. Si significaba ser una amenaza para un sistema corrupto, entonces lo llevaría como una medalla.

    Sin embargo, también sabía que no podía reducirse solo a ese apodo. No era solo la "Niña demonio." Era arqueóloga, amiga, compañera. Era alguien que reía con los chistes de Luffy, que encontraba belleza en las cosas más pequeñas, que protegía a su tripulación con la misma determinación con la que protegía sus sueños.

    Un suave golpe la sacó de sus pensamientos. Franky, con una sonrisa despreocupada, estaba junto a ella con una taza de té.
    —Pareces profunda en tus pensamientos, Robin. ¿Todo bien?

    Ella tomó la taza con un agradecimiento silencioso y esbozó una leve sonrisa.
    —Solo reflexionaba sobre cómo las palabras pueden definirnos... o cómo elegimos redefinirlas.

    Franky rió, sin comprender del todo, pero respetando su espacio.
    —Bueno, sea lo que sea, eres súper como eres. No necesitas cambiar nada.

    Robin asintió, permitiendo que la simplicidad de sus palabras calmara sus pensamientos. El viento sopló con suavidad, llevando consigo el eco de viejos apodos. Esta vez, no sonaban tan amenazantes, sino como fragmentos de una historia que ya no la encadenaban.

    "Soy Nico Robin," pensó con firmeza. "Y soy mucho más que un apodo."
    El atardecer teñía de oro y escarlata la cubierta del Thousand Sunny. La tripulación de los Sombreros de Paja se encontraba dispersa, cada uno ocupado en sus propias tareas o distracciones. Nico Robin, sin embargo, había encontrado un rincón tranquilo en el jardín del barco, sentada bajo la sombra de un árbol frutal. Tenía un libro en las manos, pero no lo estaba leyendo. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, y el murmullo de las olas contra el casco del barco era el único sonido que la acompañaba. "Niña demonio." El apodo cruzó su mente como una sombra pasajera, un eco de un tiempo lejano. Había aprendido a vivir con esas palabras, a llevarlas como una cicatriz que nunca desaparecía del todo. Era un título impuesto por un mundo que temía lo que no comprendía. De niña, ese apodo era un veneno que infectaba cada rincón de su vida. "Niña demonio" no era solo una etiqueta; era una condena. Los susurros de los aldeanos, el miedo en sus miradas, las piedras que lanzaban mientras huía... Todo eso había sido la banda sonora de su infancia. Por un tiempo, incluso ella llegó a creerlo. "Si soy el diablo que dicen, entonces no importa lo que haga", pensaba en sus años más oscuros. Fue un mecanismo de defensa, una forma de sobrevivir cuando el mundo entero estaba en su contra. Pero ahora, años después, mientras sentía la calidez del sol sobre su piel, Robin se preguntaba: ¿qué significaba realmente ese apodo? Había una verdad oculta en esas palabras. Si ser una "niña demonio" significaba querer descubrir la historia que el mundo trataba de enterrar, entonces aceptaba el título con orgullo. Si significaba ser una amenaza para un sistema corrupto, entonces lo llevaría como una medalla. Sin embargo, también sabía que no podía reducirse solo a ese apodo. No era solo la "Niña demonio." Era arqueóloga, amiga, compañera. Era alguien que reía con los chistes de Luffy, que encontraba belleza en las cosas más pequeñas, que protegía a su tripulación con la misma determinación con la que protegía sus sueños. Un suave golpe la sacó de sus pensamientos. Franky, con una sonrisa despreocupada, estaba junto a ella con una taza de té. —Pareces profunda en tus pensamientos, Robin. ¿Todo bien? Ella tomó la taza con un agradecimiento silencioso y esbozó una leve sonrisa. —Solo reflexionaba sobre cómo las palabras pueden definirnos... o cómo elegimos redefinirlas. Franky rió, sin comprender del todo, pero respetando su espacio. —Bueno, sea lo que sea, eres súper como eres. No necesitas cambiar nada. Robin asintió, permitiendo que la simplicidad de sus palabras calmara sus pensamientos. El viento sopló con suavidad, llevando consigo el eco de viejos apodos. Esta vez, no sonaban tan amenazantes, sino como fragmentos de una historia que ya no la encadenaban. "Soy Nico Robin," pensó con firmeza. "Y soy mucho más que un apodo."
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  • El rubio vive sus días en el barco entre la calma de la cocina y el caos de la tripulación. Sus mañanas comienzan mas temprano que los demás, con cuchillos danzando en sus manos mientras prepara platos que reflejan su amor y dedicación. El resto del día es un torbellino de gritos, peleas por comida y duelos verbales con Zoro, equilibrados por su caballerosidad hacia Nami y Robin.

    Cuando encuentra un momento de soledad, se pierde en el horizonte con un cigarrillo en los labios, soñando con el All Blue. Pero siempre vuelve a la cocina. Ahí, en el calor del trabajo, encuentra su propósito: alimentar no sólo el cuerpo, sino el espíritu de su familia.
    El rubio vive sus días en el barco entre la calma de la cocina y el caos de la tripulación. Sus mañanas comienzan mas temprano que los demás, con cuchillos danzando en sus manos mientras prepara platos que reflejan su amor y dedicación. El resto del día es un torbellino de gritos, peleas por comida y duelos verbales con Zoro, equilibrados por su caballerosidad hacia Nami y Robin. Cuando encuentra un momento de soledad, se pierde en el horizonte con un cigarrillo en los labios, soñando con el All Blue. Pero siempre vuelve a la cocina. Ahí, en el calor del trabajo, encuentra su propósito: alimentar no sólo el cuerpo, sino el espíritu de su familia.
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  • El sonido de las olas golpeando suavemente el casco del Thousand Sunny llenaba el aire mientras Robin descansaba en la cubierta. La tarde era tranquila, el sol proyectaba un cálido resplandor dorado sobre el océano, y el bullicio habitual de sus compañeros piratas parecía haberse desvanecido, al menos por unos momentos. Robin, sentada con un libro abierto en sus manos, no leía realmente. Sus ojos recorrían las líneas de texto, pero su mente estaba atrapada en pensamientos del pasado.

    Había sido Miss All Sunday, la mano derecha de Crocodile, una figura envuelta en misterio y miedo. Aún podía sentir el peso de la máscara que había llevado durante tanto tiempo: el papel de la mujer inescrutable que siempre tenía un as bajo la manga, que ofrecía una sonrisa mientras urdía traiciones y esquemas. No tenía elección entonces; vivir como una herramienta era la única manera de sobrevivir. Había aprendido a no confiar en nadie, a mantener a todos a distancia y a asumir que cualquier conexión era una amenaza.

    Pero todo eso había cambiado.

    Robin alzó la vista del libro y observó el barco que ahora llamaba hogar. Luffy reía ruidosamente en la proa, probablemente porque Usopp había contado una de sus exageradas historias. Chopper trotaba alrededor, intentando convencer a Sanji de que no necesitaba comer más verduras. Incluso Zoro, que dormía bajo la sombra de las velas, irradiaba una tranquilidad contagiosa. Era una vida que jamás imaginó tener.

    "Robin-chwan, ¿un té?" La voz de Sanji la sacó de sus pensamientos. Él había aparecido con una taza perfectamente preparada, inclinándose como siempre con una mezcla de devoción y dramatismo. Robin sonrió, aceptando la taza. "Gracias, Sanji-kun."

    Esa simple interacción la llenó de calidez. Era tan... normal. No había dobles intenciones, no había cálculos. Solo una pequeña muestra de amabilidad que, en otra época, habría considerado peligrosa o manipuladora.

    Mientras sorbía el té, sus pensamientos volvieron a Arabasta, donde todo comenzó a cambiar. Luffy y los demás habían enfrentado a Crocodile no solo por el país, sino por sus propios ideales de justicia y amistad. Habían sido lo opuesto a todo lo que conocía: desinteresados, honestos y, de alguna manera, increíblemente tercos. Y cuando Luffy le ofreció un lugar en su barco, no lo había entendido. ¿Por qué querrían a alguien como ella, una mujer con una recompensa que la marcaba como peligrosa y una historia llena de sombras?

    Ahora sabía la respuesta. Luffy no veía el pasado como una carga insuperable. Para él, lo único que importaba era quién eras en ese momento y hacia dónde querías ir.

    Robin cerró los ojos, dejando que la brisa marina acariciara su rostro. Había noches en las que las sombras del pasado intentaban alcanzarla, susurros de traiciones pasadas y memorias de soledad. Pero ahora, tenía voces más fuertes que esas sombras: el grito entusiasta de Luffy, la risa escandalosa de Nami, las bromas de Usopp, las disputas de Zoro y Sanji.

    Y en esos momentos, cuando los recuerdos la acechaban, recordaba algo simple pero poderoso: ya no era Miss All Sunday. Era Nico Robin, la arqueóloga de los Piratas del Sombrero de Paja, y nunca había sentido tanto alivio por ello.
    El sonido de las olas golpeando suavemente el casco del Thousand Sunny llenaba el aire mientras Robin descansaba en la cubierta. La tarde era tranquila, el sol proyectaba un cálido resplandor dorado sobre el océano, y el bullicio habitual de sus compañeros piratas parecía haberse desvanecido, al menos por unos momentos. Robin, sentada con un libro abierto en sus manos, no leía realmente. Sus ojos recorrían las líneas de texto, pero su mente estaba atrapada en pensamientos del pasado. Había sido Miss All Sunday, la mano derecha de Crocodile, una figura envuelta en misterio y miedo. Aún podía sentir el peso de la máscara que había llevado durante tanto tiempo: el papel de la mujer inescrutable que siempre tenía un as bajo la manga, que ofrecía una sonrisa mientras urdía traiciones y esquemas. No tenía elección entonces; vivir como una herramienta era la única manera de sobrevivir. Había aprendido a no confiar en nadie, a mantener a todos a distancia y a asumir que cualquier conexión era una amenaza. Pero todo eso había cambiado. Robin alzó la vista del libro y observó el barco que ahora llamaba hogar. Luffy reía ruidosamente en la proa, probablemente porque Usopp había contado una de sus exageradas historias. Chopper trotaba alrededor, intentando convencer a Sanji de que no necesitaba comer más verduras. Incluso Zoro, que dormía bajo la sombra de las velas, irradiaba una tranquilidad contagiosa. Era una vida que jamás imaginó tener. "Robin-chwan, ¿un té?" La voz de Sanji la sacó de sus pensamientos. Él había aparecido con una taza perfectamente preparada, inclinándose como siempre con una mezcla de devoción y dramatismo. Robin sonrió, aceptando la taza. "Gracias, Sanji-kun." Esa simple interacción la llenó de calidez. Era tan... normal. No había dobles intenciones, no había cálculos. Solo una pequeña muestra de amabilidad que, en otra época, habría considerado peligrosa o manipuladora. Mientras sorbía el té, sus pensamientos volvieron a Arabasta, donde todo comenzó a cambiar. Luffy y los demás habían enfrentado a Crocodile no solo por el país, sino por sus propios ideales de justicia y amistad. Habían sido lo opuesto a todo lo que conocía: desinteresados, honestos y, de alguna manera, increíblemente tercos. Y cuando Luffy le ofreció un lugar en su barco, no lo había entendido. ¿Por qué querrían a alguien como ella, una mujer con una recompensa que la marcaba como peligrosa y una historia llena de sombras? Ahora sabía la respuesta. Luffy no veía el pasado como una carga insuperable. Para él, lo único que importaba era quién eras en ese momento y hacia dónde querías ir. Robin cerró los ojos, dejando que la brisa marina acariciara su rostro. Había noches en las que las sombras del pasado intentaban alcanzarla, susurros de traiciones pasadas y memorias de soledad. Pero ahora, tenía voces más fuertes que esas sombras: el grito entusiasta de Luffy, la risa escandalosa de Nami, las bromas de Usopp, las disputas de Zoro y Sanji. Y en esos momentos, cuando los recuerdos la acechaban, recordaba algo simple pero poderoso: ya no era Miss All Sunday. Era Nico Robin, la arqueóloga de los Piratas del Sombrero de Paja, y nunca había sentido tanto alivio por ello.
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  • -Robin después de un tiempo estando entre conciertos por todo el universo, finalmente pudo regresa a su casa, lo primero que hizo fue tomar un baño caliente pasa relajarse, de ahi se puso su pijama y se fue a la cama.

    La pobre estaba agotada pero al menos ya estaría mucho más relajada. -
    -Robin después de un tiempo estando entre conciertos por todo el universo, finalmente pudo regresa a su casa, lo primero que hizo fue tomar un baño caliente pasa relajarse, de ahi se puso su pijama y se fue a la cama. La pobre estaba agotada pero al menos ya estaría mucho más relajada. -
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