• Se detuvo un momento al recibir el regalo con el texto en el calcetín, sus ojos entrecerrándose ligeramente mientras procesaba las palabras. La sorpresa fue evidente en su rostro, pero también una pequeña sonrisa de complicidad apareció en sus labios, mostrando una reacción inesperada.

    —¿Un regalo bajo mi árbol? —Dijo en tono suave, casi divertido, al leer el mensaje.— Típico de alguien que sabe cómo sorprenderme.

    Aunque parecía que la situación le resultaba algo inusual o incluso algo cómica, no era de rechazar gestos amables. Con una ligera inclinación de cabeza, tomó el calcetín con el texto.

    —Gracias, 桑蒂 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐠𝐨 ᴬᵒᶦ 葵... Aunque no te hayas molestado en esconderlo muy bien.

    Lo puso con cuidado bajo su árbol de navidad.

    Se detuvo un momento al recibir el regalo con el texto en el calcetín, sus ojos entrecerrándose ligeramente mientras procesaba las palabras. La sorpresa fue evidente en su rostro, pero también una pequeña sonrisa de complicidad apareció en sus labios, mostrando una reacción inesperada. —¿Un regalo bajo mi árbol? —Dijo en tono suave, casi divertido, al leer el mensaje.— Típico de alguien que sabe cómo sorprenderme. Aunque parecía que la situación le resultaba algo inusual o incluso algo cómica, no era de rechazar gestos amables. Con una ligera inclinación de cabeza, tomó el calcetín con el texto. —Gracias, [Santi]... Aunque no te hayas molestado en esconderlo muy bien. Lo puso con cuidado bajo su árbol de navidad.
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  • 𝓢𝐚𝐢𝐥𝐨𝐫𝐬 𝐭𝐞𝐥𝐥 𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐞𝐬, 𝓟𝐢𝐫𝐚𝐭𝐞𝐬 𝐦𝐚𝐤𝐞 𝐥𝐞𝐠𝐞𝐧𝐝𝐬!!
    Fandom ACOTAR
    Categoría Slice of Life
    Al timón de un imponente y excéntrico barco iba liderando la travesía Zima, un pirata (Aunque actualmente reconocido corsario) nacido en las costas de Hybern. Zima era un hombre educado y elegante, debería de medir casi los dos metros, y aún así usaba unas botas con algo de tacón, vestía de rojo, y su cabello era rizado y caía en bucles sobre sus hombros, tenía une elegante y bien cuidado bigote que le daba casi el aspecto de un burgués cortesano, sobre todo por las joyas que decoraban sus dedos, siete anillos.

    El primero de los anillos lo llevaba en el pulgar de la mano izquierda, era de hueso o tal vez de marfil, se suponía que esa clase de anillos no debían de mostrarse por que tenían un significado oscuro pero Zima lo exhibía con orgullo. El segundo anillo decoraba su dedo índice, era de oro, tenía engastada una gran piedra de color verde, casi se podría decir que era el anillo de un rey ¿Verdad? El tercer anillo descansaba en el pulgar de su mano izquierda, era de hierro, era ancho y tosco, y estaba grabado con unas palabras "Rumbo al horizonte", El cuarto y quinto anillo los portaba en el dedo corazón, era un conjunto de anillos de plata con unos rubíes engastados, era como si aquellos anillos hubieran sido forjados para estar juntos, para encontrarse el uno al otro. El sexto anillo descansaba en el anular, era un sencillo anillo de oro blanco, no había decoraciones, ni piedras preciosas, nada, solo un anillo de oro blanco. El séptimo anillo y último era invisible y estaba colocado en el meñique de Zima, era un anillo hecho con la brisa del mar y los vientos del este, era un anillo maldito.

    Zima, silbaba una saloma mientras giraba dos nudos a estribor, corrigiendo el rumbo de su travesía, iba a llegar a su destino en cualquier momento. Pronto, muy pronto atracaría en la depresión de tierra que separaba la corte Noche de la corte Día, y pronto muy pronto comenzaría su nuevo viaje.

    Zima, tras la caída del antiguo rey de Hybern había prometido ser Corsario y servir a la corona pero una vez que uno es pirata, siempre será pirata ¿Verdad? Bueno, técnicamente estuvo cumpliendo la promesa, sirvió al rey mientras estuvo vivo pero... Muerto el perro se acababa la rabia, jé. Zima era un buscador de la libertad eterna, un quebrantador de leyes nato, un ser caótico que tenía una única misión, por ahora, conseguir a un cuentacuentos, o mejor dicho a un vidente, para que le ayudase a encontrar cierto tesoro antaño desaparecido, no era de extrañar que un pirata buscase tesoros enterrados pero si uno leía bien entre las líneas de Zima podía darse cuenta que no era un piratucho común, que él iba más allá. Quería poder y estatus, quería gobernar los mares y ser considerado el rey de las mareas, quería... el poder que guardaba 𝓮𝓵 𝓽𝓮𝓼𝓸𝓻𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓪𝓻.
    Al timón de un imponente y excéntrico barco iba liderando la travesía Zima, un pirata (Aunque actualmente reconocido corsario) nacido en las costas de Hybern. Zima era un hombre educado y elegante, debería de medir casi los dos metros, y aún así usaba unas botas con algo de tacón, vestía de rojo, y su cabello era rizado y caía en bucles sobre sus hombros, tenía une elegante y bien cuidado bigote que le daba casi el aspecto de un burgués cortesano, sobre todo por las joyas que decoraban sus dedos, siete anillos. El primero de los anillos lo llevaba en el pulgar de la mano izquierda, era de hueso o tal vez de marfil, se suponía que esa clase de anillos no debían de mostrarse por que tenían un significado oscuro pero Zima lo exhibía con orgullo. El segundo anillo decoraba su dedo índice, era de oro, tenía engastada una gran piedra de color verde, casi se podría decir que era el anillo de un rey ¿Verdad? El tercer anillo descansaba en el pulgar de su mano izquierda, era de hierro, era ancho y tosco, y estaba grabado con unas palabras "Rumbo al horizonte", El cuarto y quinto anillo los portaba en el dedo corazón, era un conjunto de anillos de plata con unos rubíes engastados, era como si aquellos anillos hubieran sido forjados para estar juntos, para encontrarse el uno al otro. El sexto anillo descansaba en el anular, era un sencillo anillo de oro blanco, no había decoraciones, ni piedras preciosas, nada, solo un anillo de oro blanco. El séptimo anillo y último era invisible y estaba colocado en el meñique de Zima, era un anillo hecho con la brisa del mar y los vientos del este, era un anillo maldito. Zima, silbaba una saloma mientras giraba dos nudos a estribor, corrigiendo el rumbo de su travesía, iba a llegar a su destino en cualquier momento. Pronto, muy pronto atracaría en la depresión de tierra que separaba la corte Noche de la corte Día, y pronto muy pronto comenzaría su nuevo viaje. Zima, tras la caída del antiguo rey de Hybern había prometido ser Corsario y servir a la corona pero una vez que uno es pirata, siempre será pirata ¿Verdad? Bueno, técnicamente estuvo cumpliendo la promesa, sirvió al rey mientras estuvo vivo pero... Muerto el perro se acababa la rabia, jé. Zima era un buscador de la libertad eterna, un quebrantador de leyes nato, un ser caótico que tenía una única misión, por ahora, conseguir a un cuentacuentos, o mejor dicho a un vidente, para que le ayudase a encontrar cierto tesoro antaño desaparecido, no era de extrañar que un pirata buscase tesoros enterrados pero si uno leía bien entre las líneas de Zima podía darse cuenta que no era un piratucho común, que él iba más allá. Quería poder y estatus, quería gobernar los mares y ser considerado el rey de las mareas, quería... el poder que guardaba 𝓮𝓵 𝓽𝓮𝓼𝓸𝓻𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓪𝓻.
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    Vaya semana eh?.. oh! Qué día es? (?

    Hoy en palabras que enamoran

    #RomanticThursday
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  • "Feliz Navidad, rubia"

    — Lo malo de Dean Winchester es que es de pocas palabras, pero el regalo tiene la mejor de las intenciones, realmente. Sabe lo frías que son las noches de cacería. Y en su instinto de proteger a la rubia... Ha encontrado el que cree que es el regalo perfecto—

    Claire Novak

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Navidad3D
    "Feliz Navidad, rubia" — Lo malo de Dean Winchester es que es de pocas palabras, pero el regalo tiene la mejor de las intenciones, realmente. Sabe lo frías que son las noches de cacería. Y en su instinto de proteger a la rubia... Ha encontrado el que cree que es el regalo perfecto— [WxywardGrl] #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Navidad3D
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  • De la cena de Navidad, ya sólo quedaban platos por lavar, envoltorios por barrer. El silencio de la madrugada hacía más intensa la música de las luces navideñas.

    —¿Y vas a ver... hmph... delfines? —la rubia se esforzaba por luchar contra la somnolencia para seguir hablando.

    —¿Delfines? ¿De dónde salió eso? —Hilde sacudió la cabecita rubia, involuntariamente, por la risilla que le había causado esa pregunta.

    —No sé... Los delfines son bonitos, creo ¿Te gustan los delfines, Hilde? —

    —Okay... te estás muriendo de sueño. Ya, ve a la cama, Lillet—.

    —No quiero. Te vas pronto. ¿Qué tal si esta es la última vez que hablo contigo, y nunca más puedo preguntar qué piensas de los delfines? ¿Que tal si... es la última Navidad que pasamos juntas? —

    —¿De nuevo con eso? Por favor, no hagas esto más difícil de lo que debe ser—.

    —Perdón... Es sólo que... ah, no importa, olvídalo —la rubia suspiró. Se aferró a su hermana, aspiró su aroma con mucha fuerza.

    Hilde la miró. Normalmente, hubiera tenido para ella palabras para tranquilizarla, hacerle entender que era un viaje de rutina.

    Pero esta noche, a menos de dos días de su vuelo... dudó. Por primera vez en toda su vida, Hilde sintió incertidumbre. Por primera vez, el futuro logró asustarla.

    —¿...Hilde? —la vocecita de Lillet se hizo presente cuando su hermana tardó más de la cuenta en responder.

    —Lillet... ¿por qué quieres ser una bruja? —

    Lillet abrió los ojos. La pregunta pareció desconcertarla. —¿Por qué quiero ser bruja? —

    —Sí, ¿por qué? ¿No sería más fácil una vida normal? Tener un trabajo como cualquier otro, conocer a alguien, casarte, tener hijos... olvidarte de esto. De todo esto—.

    —Porque quiero ayudar a la gente. Y porque quiero estar contigo —aunque la pregunta pareció confundirla, Lillet respondió con total naturalidad.

    —¿Lo haces por mí?—

    —Siempre lo he hecho por ti—.

    —¿Qué? —algo dentro de Hilde, una de esas piezas de ese rompecabezas que era ella, pareció moverse de su sitio.

    —Si yo hubiera podido hacer magia, antes... Habría podido ir contigo. Con... el Rey, ¿recuerdas? —

    —...—

    —Habría podido acompañarte. No tendrías que haber ido sola. ¿Te sentías sola, Hilde? Siempre me pregunté qué hacías ahí, tan lejos, por tanto tiempo, o si sabías lo mucho que Mamá, Papá y yo te extrañábamos—.

    Opacos. Los ojos de Hilde habían perdido el brillo, y no lograban siquiera reflejar el color de las luces navideñas.

    —Si yo fuera una mejor bruja, podría ayudarte. No tendrías tanto qué hacer, pasaríamos más tiempo juntas —Lillet bostezó cuando terminó de explicar.

    Silencio.

    El temporizador apagó las luces. Lo único que ahí se escuchaba era el suave siseo de la respiración de Lillet. Se había quedado dormida en los brazos de su hermana.

    Hilde no pudo dormir. Ni esa noche, ni la siguiente, ni la que le siguió a esa.

    De la cena de Navidad, ya sólo quedaban platos por lavar, envoltorios por barrer. El silencio de la madrugada hacía más intensa la música de las luces navideñas. —¿Y vas a ver... hmph... delfines? —la rubia se esforzaba por luchar contra la somnolencia para seguir hablando. —¿Delfines? ¿De dónde salió eso? —Hilde sacudió la cabecita rubia, involuntariamente, por la risilla que le había causado esa pregunta. —No sé... Los delfines son bonitos, creo ¿Te gustan los delfines, Hilde? — —Okay... te estás muriendo de sueño. Ya, ve a la cama, Lillet—. —No quiero. Te vas pronto. ¿Qué tal si esta es la última vez que hablo contigo, y nunca más puedo preguntar qué piensas de los delfines? ¿Que tal si... es la última Navidad que pasamos juntas? — —¿De nuevo con eso? Por favor, no hagas esto más difícil de lo que debe ser—. —Perdón... Es sólo que... ah, no importa, olvídalo —la rubia suspiró. Se aferró a su hermana, aspiró su aroma con mucha fuerza. Hilde la miró. Normalmente, hubiera tenido para ella palabras para tranquilizarla, hacerle entender que era un viaje de rutina. Pero esta noche, a menos de dos días de su vuelo... dudó. Por primera vez en toda su vida, Hilde sintió incertidumbre. Por primera vez, el futuro logró asustarla. —¿...Hilde? —la vocecita de Lillet se hizo presente cuando su hermana tardó más de la cuenta en responder. —Lillet... ¿por qué quieres ser una bruja? — Lillet abrió los ojos. La pregunta pareció desconcertarla. —¿Por qué quiero ser bruja? — —Sí, ¿por qué? ¿No sería más fácil una vida normal? Tener un trabajo como cualquier otro, conocer a alguien, casarte, tener hijos... olvidarte de esto. De todo esto—. —Porque quiero ayudar a la gente. Y porque quiero estar contigo —aunque la pregunta pareció confundirla, Lillet respondió con total naturalidad. —¿Lo haces por mí?— —Siempre lo he hecho por ti—. —¿Qué? —algo dentro de Hilde, una de esas piezas de ese rompecabezas que era ella, pareció moverse de su sitio. —Si yo hubiera podido hacer magia, antes... Habría podido ir contigo. Con... el Rey, ¿recuerdas? — —...— —Habría podido acompañarte. No tendrías que haber ido sola. ¿Te sentías sola, Hilde? Siempre me pregunté qué hacías ahí, tan lejos, por tanto tiempo, o si sabías lo mucho que Mamá, Papá y yo te extrañábamos—. Opacos. Los ojos de Hilde habían perdido el brillo, y no lograban siquiera reflejar el color de las luces navideñas. —Si yo fuera una mejor bruja, podría ayudarte. No tendrías tanto qué hacer, pasaríamos más tiempo juntas —Lillet bostezó cuando terminó de explicar. Silencio. El temporizador apagó las luces. Lo único que ahí se escuchaba era el suave siseo de la respiración de Lillet. Se había quedado dormida en los brazos de su hermana. Hilde no pudo dormir. Ni esa noche, ni la siguiente, ni la que le siguió a esa.
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  • La decisión de Inari
    Fandom Oc
    Categoría Fantasía
    * Rol con 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 *

    Llegó el día de la noche más larga del año: el Tōji, conocido comúnmente como el solsticio de invierno.

    Aquella mañana, Kazuo se levantó temprano para bajar a la ciudad a los pies del monte Inari. Su primera tarea fue recoger la bolsa de yuzu olvidada en el puesto de comida del señor Yamamoto, quien había guardado la fruta con amabilidad. Más tarde, se dirigió a la tienda de telas y kimonos de la señora Fujimoto. Allí, la dueña del lujoso local tenía listas las prendas de la pareja: ambas piezas en un elegante color turquesa, cuidadosamente diseñadas siguiendo las indicaciones de Elizabeth.

    Los kimonos eran un auténtico espectáculo visual. Los bordados y los exquisitos detalles los convertían en verdaderas obras de arte.

    Kazuo agradeció enormemente a la señora Fujimoto por su trabajo impecable, como siempre. Con sus encargos hechos, se dispuso a regresar al templo, no sin antes detenerse en una pastelería para comprar unos dulces típicos que serían el desayuno de ambos.

    Al llegar al templo, el sol apenas comenzaba a asomarse débilmente entre las nubes. Probablemente Elizabeth todavía estaría durmiendo, así que Kazuo tenía tiempo suficiente para alistar todo lo necesario para el ritual de purificación y preparar el desayuno.

    Llevó el té, los dulces y el yuzu a las termas. Con paciencia, llenó una alberca de madera utilizando un balde, hasta que estuvo completa. Luego troceó los frutos de yuzu y los dejó caer al agua. Decidió añadir también algunas ramas de romero, una planta poco común en la región pero conocida en muchas culturas por sus propiedades purificadoras. El agua pronto adquirió un aroma cítrico y herbal embriagador.

    Con el baño y el desayuno listos, Kazuo regresó al templo. Al entrar en su dormitorio, encontró a Elizabeth todavía dormida en el lecho que compartían. Se recostó a su lado y, con suaves caricias, la despertó.

    —Mi vida… Hoy es el día. Tengo algo preparado en las termas —dijo con dulzura.

    Elizabeth, adormilada, se estiró en la cama, su cabello carmesí desordenado. Sus palabras terminaron de despertarla.

    —¿Qué? ¿Es hoy? ¿Cómo llegó tan rápido? ¡No estoy preparada para esto! —exclamó con nerviosismo.

    Kazuo le dedicó una sonrisa cálida y acarició su rostro entre sus manos.

    —Estamos preparados, mi amor. Confío plenamente en nosotros y en lo que sentimos —le susurró con extrema ternura.

    Finalmente, logró que Elizabeth se levantara, y juntos se dirigieron a las termas.

    Al llegar, todo estaba dispuesto. La alberca llena de agua cálida con yuzu y romero desprendía un vapor fragante. En el agua flotaba una bandeja con dos tacitas de té y los dulces que Kazuo había comprado.

    Ambos iniciaron el rito: sumergirse en esas aguas para purificar el espíritu y atraer buena suerte y longevidad, algo que ambos deseaban con fervor. Disfrutaron del desayuno mientras se vertían mutuamente la infusión con cuencos hechos con sus manos. Era un acto íntimo y sagrado, reservado únicamente para ellos.

    Terminado el ritual de Yuzuyu, se vistieron con los kimonos diseñados por la señora Fujimoto. Con amor y cuidado, se ayudaron mutuamente a ponerse cada prenda.

    Kazuo quedó sin aliento al ver a Elizabeth lista. Era como una diosa; su belleza rivalizaba con la de las rosas más perfectas.

    Esperaron pacientemente hasta el ocaso, cuando la línea que separa el mundo humano del de los espíritus es más débil. Tomados de la mano, caminaron por el sendero que cruzaba un viejo torii rojo.

    Kazuo se detuvo frente al torii, extendió su mano hacia la estructura y la envolvió en llamas azules, tan brillantes como sus ojos. Tomó la mano de Elizabeth y la acercó a la suya, rodeándola también con aquel fuego que, aunque parecía intenso, no quemaba; apenas emitía un leve frío.

    Un orbe salió disparado de sus manos hacia el torii, dejando una estela azul antes de desaparecer al cruzar la puerta. Las llamas se extinguieron lentamente.

    Ambos sintieron una mezcla de nerviosismo y emoción. Elizabeth apretó suavemente la mano de Kazuo, dándole la seguridad que necesitaba. Sin dudar, atravesaron juntos el torii, sintiendo una caricia invisible recorrer sus cuerpos, como si emergieran del agua.

    Música, luces y risas los recibieron al otro lado. El mundo de los espíritus no era sombrío ni lúgubre. Era un lugar lleno de vida y alegría, donde demonios, espíritus y criaturas sobrenaturales se movían entre un ambiente festivo.

    La ciudad era enorme, envuelta en una noche perpetua pero iluminada con lámparas de papel y aceite en todos los colores imaginables. El cielo estaba decorado por enormes peces koi espirituales que flotaban majestuosamente.

    Elizabeth observaba todo con fascinación, deteniéndose en cada detalle. Aunque para Kazuo aquel lugar no era nuevo, ver la emoción en los ojos de su amada le hacía redescubrirlo como si fuera la primera vez.

    Al fondo, una imponente estructura con una escalera dorada conducía a un majestuoso templo. Allí, las deidades celebraban el solsticio de invierno. En ese lugar se determinaría el destino de ambos.
    * Rol con [Liz_bloodFlame] * Llegó el día de la noche más larga del año: el Tōji, conocido comúnmente como el solsticio de invierno. Aquella mañana, Kazuo se levantó temprano para bajar a la ciudad a los pies del monte Inari. Su primera tarea fue recoger la bolsa de yuzu olvidada en el puesto de comida del señor Yamamoto, quien había guardado la fruta con amabilidad. Más tarde, se dirigió a la tienda de telas y kimonos de la señora Fujimoto. Allí, la dueña del lujoso local tenía listas las prendas de la pareja: ambas piezas en un elegante color turquesa, cuidadosamente diseñadas siguiendo las indicaciones de Elizabeth. Los kimonos eran un auténtico espectáculo visual. Los bordados y los exquisitos detalles los convertían en verdaderas obras de arte. Kazuo agradeció enormemente a la señora Fujimoto por su trabajo impecable, como siempre. Con sus encargos hechos, se dispuso a regresar al templo, no sin antes detenerse en una pastelería para comprar unos dulces típicos que serían el desayuno de ambos. Al llegar al templo, el sol apenas comenzaba a asomarse débilmente entre las nubes. Probablemente Elizabeth todavía estaría durmiendo, así que Kazuo tenía tiempo suficiente para alistar todo lo necesario para el ritual de purificación y preparar el desayuno. Llevó el té, los dulces y el yuzu a las termas. Con paciencia, llenó una alberca de madera utilizando un balde, hasta que estuvo completa. Luego troceó los frutos de yuzu y los dejó caer al agua. Decidió añadir también algunas ramas de romero, una planta poco común en la región pero conocida en muchas culturas por sus propiedades purificadoras. El agua pronto adquirió un aroma cítrico y herbal embriagador. Con el baño y el desayuno listos, Kazuo regresó al templo. Al entrar en su dormitorio, encontró a Elizabeth todavía dormida en el lecho que compartían. Se recostó a su lado y, con suaves caricias, la despertó. —Mi vida… Hoy es el día. Tengo algo preparado en las termas —dijo con dulzura. Elizabeth, adormilada, se estiró en la cama, su cabello carmesí desordenado. Sus palabras terminaron de despertarla. —¿Qué? ¿Es hoy? ¿Cómo llegó tan rápido? ¡No estoy preparada para esto! —exclamó con nerviosismo. Kazuo le dedicó una sonrisa cálida y acarició su rostro entre sus manos. —Estamos preparados, mi amor. Confío plenamente en nosotros y en lo que sentimos —le susurró con extrema ternura. Finalmente, logró que Elizabeth se levantara, y juntos se dirigieron a las termas. Al llegar, todo estaba dispuesto. La alberca llena de agua cálida con yuzu y romero desprendía un vapor fragante. En el agua flotaba una bandeja con dos tacitas de té y los dulces que Kazuo había comprado. Ambos iniciaron el rito: sumergirse en esas aguas para purificar el espíritu y atraer buena suerte y longevidad, algo que ambos deseaban con fervor. Disfrutaron del desayuno mientras se vertían mutuamente la infusión con cuencos hechos con sus manos. Era un acto íntimo y sagrado, reservado únicamente para ellos. Terminado el ritual de Yuzuyu, se vistieron con los kimonos diseñados por la señora Fujimoto. Con amor y cuidado, se ayudaron mutuamente a ponerse cada prenda. Kazuo quedó sin aliento al ver a Elizabeth lista. Era como una diosa; su belleza rivalizaba con la de las rosas más perfectas. Esperaron pacientemente hasta el ocaso, cuando la línea que separa el mundo humano del de los espíritus es más débil. Tomados de la mano, caminaron por el sendero que cruzaba un viejo torii rojo. Kazuo se detuvo frente al torii, extendió su mano hacia la estructura y la envolvió en llamas azules, tan brillantes como sus ojos. Tomó la mano de Elizabeth y la acercó a la suya, rodeándola también con aquel fuego que, aunque parecía intenso, no quemaba; apenas emitía un leve frío. Un orbe salió disparado de sus manos hacia el torii, dejando una estela azul antes de desaparecer al cruzar la puerta. Las llamas se extinguieron lentamente. Ambos sintieron una mezcla de nerviosismo y emoción. Elizabeth apretó suavemente la mano de Kazuo, dándole la seguridad que necesitaba. Sin dudar, atravesaron juntos el torii, sintiendo una caricia invisible recorrer sus cuerpos, como si emergieran del agua. Música, luces y risas los recibieron al otro lado. El mundo de los espíritus no era sombrío ni lúgubre. Era un lugar lleno de vida y alegría, donde demonios, espíritus y criaturas sobrenaturales se movían entre un ambiente festivo. La ciudad era enorme, envuelta en una noche perpetua pero iluminada con lámparas de papel y aceite en todos los colores imaginables. El cielo estaba decorado por enormes peces koi espirituales que flotaban majestuosamente. Elizabeth observaba todo con fascinación, deteniéndose en cada detalle. Aunque para Kazuo aquel lugar no era nuevo, ver la emoción en los ojos de su amada le hacía redescubrirlo como si fuera la primera vez. Al fondo, una imponente estructura con una escalera dorada conducía a un majestuoso templo. Allí, las deidades celebraban el solsticio de invierno. En ese lugar se determinaría el destino de ambos.
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  • El señor oscuro se encontraba de espaldas y no procuro darse la vuelta.
    Sauron inclino la cabeza, quizás en una muestra de reconocimiento mas que de servilismo. Las palabras de Morgoth, llenaron el lugar.
    —Los que se arrastran ante mi suelen titubear al cruzar estos umbrales, pero tu…no dudas.
    El señor oscuro se encontraba de espaldas y no procuro darse la vuelta. Sauron inclino la cabeza, quizás en una muestra de reconocimiento mas que de servilismo. Las palabras de Morgoth, llenaron el lugar. —Los que se arrastran ante mi suelen titubear al cruzar estos umbrales, pero tu…no dudas.
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  • — Entre el bullicio de la gente, no soy más que una extraña que camina con pasos disonantes, que se distorsiona con las eras venideras, en pocas palabras, una reliquia de eras antiguas.—
    — Entre el bullicio de la gente, no soy más que una extraña que camina con pasos disonantes, que se distorsiona con las eras venideras, en pocas palabras, una reliquia de eras antiguas.—
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  • Papá siempre me dijo: "No te beses con mujeres ya que eres una", "Deja en paz a Eva y molesta a Adan" y por ultimo "Ignora las palabras de Lilith". Esa ultima es imposible de cumplir, digo ¿han visto a Lilith? Tiene lindas caderas y labios dulces... ¡Santo padre infernal! Si soy lesbiana D:
    Papá siempre me dijo: "No te beses con mujeres ya que eres una", "Deja en paz a Eva y molesta a Adan" y por ultimo "Ignora las palabras de Lilith". Esa ultima es imposible de cumplir, digo ¿han visto a Lilith? Tiene lindas caderas y labios dulces... ¡Santo padre infernal! Si soy lesbiana D:
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  • Sostuvo la daga entre sus dedos, notando el peso exacto del arma. No era especialmente grande ni ostentosa, pero su filo relucía bajo la luz, impecable y mortal. Giró el mango con la mano, examinando la forma en que encajaba contra su palma. No era una daga común, no para alguien como él. Había algo en ese simple objeto que le resultaba desconcertante, algo que no tenía nada que ver con el arma en sí, sino con el acto de entregarla.

    Miró el filo una vez más, como si pudiera encontrar una respuesta grabada en su superficie. Su reflejo en el metal le devolvió una mirada dura, cansada, pero lo que realmente veía era otra cosa. Un mensaje, una intención. El tipo de gesto que alguien como él no estaba acostumbrado a recibir.

    —Hmph... —Murmuró, casi para sí mismo, mientras le daba vueltas al objeto. Sus pensamientos eran un remolino de preguntas que no sabía cómo formular, y tampoco estaba seguro de querer responderlas. No era un hombre que pensara demasiado en regalos, y mucho menos en el significado detrás de ellos. Pero esto... esto tenía peso, más allá del metal.

    Giró la daga una última vez y dejó escapar un largo suspiro. La apoyó con cuidado sobre la mesa cercana, dejando que el eco metálico rompiera el silencio. No sabía cómo recibir algo así. No sabía cómo aceptarlo sin sentir que estaba tomando algo que no era suyo, algo que no merecía.

    —Es solo un arma. —Se dijo, pero no podía engañarse. No era solo un arma. Era confianza, era algo que alguien le estaba ofreciendo de manera genuina, y eso lo ponía más incómodo que cualquier pelea que hubiera tenido.

    Se pasó una mano por la nuca, mirando la daga de reojo como si pudiera morderlo. Podía haberla rechazado, devolverla, decir que no la necesitaba. Pero algo en él sabía que no sería lo correcto. Aceptarla significaba algo. Algo que él no sabía si estaba listo para cargar. Finalmente, tomó la daga de nuevo y la sostuvo frente a su rostro. El filo capturó la luz de la lámpara, enviando un destello que casi lo hizo parpadear.

    —Bien... —Murmuró, en voz apenas audible.— Supongo que alguien como yo puede hacerle justicia.

    La deslizó dentro de su chaqueta, en un lugar donde pudiera alcanzarla rápido si lo necesitaba. La sensación del metal frío contra su costado lo hizo sentir algo extrañamente familiar. No era solo el arma. Era la idea de que alguien creyera que él podría usarla, que él podría proteger algo, o a alguien.

    De espaldas a la habitación, se permitió un leve gesto: una sonrisa apenas perceptible que desapareció tan rápido como había llegado. No era un hombre de palabras dulces ni de grandes gestos, pero en ese momento decidió algo.

    —Si la uso, será para algo que importe... —dijo en voz baja. Luego, cerró los ojos por un instante, dejando que el peso de aquel inesperado regalo se asentara, no solo en su chaqueta, sino en algún rincón olvidado de su alma.
    Sostuvo la daga entre sus dedos, notando el peso exacto del arma. No era especialmente grande ni ostentosa, pero su filo relucía bajo la luz, impecable y mortal. Giró el mango con la mano, examinando la forma en que encajaba contra su palma. No era una daga común, no para alguien como él. Había algo en ese simple objeto que le resultaba desconcertante, algo que no tenía nada que ver con el arma en sí, sino con el acto de entregarla. Miró el filo una vez más, como si pudiera encontrar una respuesta grabada en su superficie. Su reflejo en el metal le devolvió una mirada dura, cansada, pero lo que realmente veía era otra cosa. Un mensaje, una intención. El tipo de gesto que alguien como él no estaba acostumbrado a recibir. —Hmph... —Murmuró, casi para sí mismo, mientras le daba vueltas al objeto. Sus pensamientos eran un remolino de preguntas que no sabía cómo formular, y tampoco estaba seguro de querer responderlas. No era un hombre que pensara demasiado en regalos, y mucho menos en el significado detrás de ellos. Pero esto... esto tenía peso, más allá del metal. Giró la daga una última vez y dejó escapar un largo suspiro. La apoyó con cuidado sobre la mesa cercana, dejando que el eco metálico rompiera el silencio. No sabía cómo recibir algo así. No sabía cómo aceptarlo sin sentir que estaba tomando algo que no era suyo, algo que no merecía. —Es solo un arma. —Se dijo, pero no podía engañarse. No era solo un arma. Era confianza, era algo que alguien le estaba ofreciendo de manera genuina, y eso lo ponía más incómodo que cualquier pelea que hubiera tenido. Se pasó una mano por la nuca, mirando la daga de reojo como si pudiera morderlo. Podía haberla rechazado, devolverla, decir que no la necesitaba. Pero algo en él sabía que no sería lo correcto. Aceptarla significaba algo. Algo que él no sabía si estaba listo para cargar. Finalmente, tomó la daga de nuevo y la sostuvo frente a su rostro. El filo capturó la luz de la lámpara, enviando un destello que casi lo hizo parpadear. —Bien... —Murmuró, en voz apenas audible.— Supongo que alguien como yo puede hacerle justicia. La deslizó dentro de su chaqueta, en un lugar donde pudiera alcanzarla rápido si lo necesitaba. La sensación del metal frío contra su costado lo hizo sentir algo extrañamente familiar. No era solo el arma. Era la idea de que alguien creyera que él podría usarla, que él podría proteger algo, o a alguien. De espaldas a la habitación, se permitió un leve gesto: una sonrisa apenas perceptible que desapareció tan rápido como había llegado. No era un hombre de palabras dulces ni de grandes gestos, pero en ese momento decidió algo. —Si la uso, será para algo que importe... —dijo en voz baja. Luego, cerró los ojos por un instante, dejando que el peso de aquel inesperado regalo se asentara, no solo en su chaqueta, sino en algún rincón olvidado de su alma.
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