• Te buscaré no puedo seguir sin esos labios
    Que me besaron, labios que se quedaron aquí
    Te encontraré te haré sentir lo mismo por mí... Así
    Hola, ¿cómo estás? Te invito a bailar
    Esas simples palabras me hicieron temblar
    No sé si fue tu forma de hablar
    No mames me hiciste volar hasta aquí
    Y por más que odie el olor a cigarro
    Con gusto respiró el humo de tus manos
    No me gustan esos vicios
    Pero me gustas tú
    Te buscaré no puedo seguir sin esos labios Que me besaron, labios que se quedaron aquí Te encontraré te haré sentir lo mismo por mí... Así Hola, ¿cómo estás? Te invito a bailar Esas simples palabras me hicieron temblar No sé si fue tu forma de hablar No mames me hiciste volar hasta aquí Y por más que odie el olor a cigarro Con gusto respiró el humo de tus manos No me gustan esos vicios Pero me gustas tú
    Me encocora
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    "Alcanzar todo mi potencial... Tch Tch!"

    Akane repitió esas palabras en su mente, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
    ¿Potencial? ¿Ellos realmente creían que tenían algo que enseñarle?

    Recordó los días corriendo sin comida, su cuerpo exhausto mientras su abuela le gritaba que "A mis hijas las entrene más fuerte que a ti".

    Tambien recordó las hachas gigantes que volaban hacia ella sin previo aviso. "Es solo el calentamiento," era lo que decía Jennifer, mientras Akane esquivaba con el terror en sus ojos.

    "Tch Tch... si creen que sobreviví a eso para ahora someterme a su entrenamiento, estan locos!!".
    "Alcanzar todo mi potencial... Tch Tch!" Akane repitió esas palabras en su mente, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. ¿Potencial? ¿Ellos realmente creían que tenían algo que enseñarle? Recordó los días corriendo sin comida, su cuerpo exhausto mientras su abuela le gritaba que "A mis hijas las entrene más fuerte que a ti". Tambien recordó las hachas gigantes que volaban hacia ella sin previo aviso. "Es solo el calentamiento," era lo que decía Jennifer, mientras Akane esquivaba con el terror en sus ojos. "Tch Tch... si creen que sobreviví a eso para ahora someterme a su entrenamiento, estan locos!!".
    Me encocora
    2
    0 comentarios 0 compartidos
  • ° Ante tus palabras levantaría levemente la mirada para posarla sobre ti. Mi mirada reflejaba confusión y cierto desprecio°

    ° Sin mencionar que te " barrería " con la mirada.°

    –" A ver repíteme ¿qué quieres que le haga qué tu traje?

    –" ¡¿Tienes una idea de cuánto me va a llevar hacer eso!?"
    ° Ante tus palabras levantaría levemente la mirada para posarla sobre ti. Mi mirada reflejaba confusión y cierto desprecio° ° Sin mencionar que te " barrería " con la mirada.° –" A ver repíteme ¿qué quieres que le haga qué tu traje? –" ¡¿Tienes una idea de cuánto me va a llevar hacer eso!?"
    Me gusta
    Me shockea
    Me enjaja
    6
    0 turnos 0 maullidos
  • Wukong no es humano y ni un bruto indomable. - Palabras de Buda.-
    Wukong no es humano y ni un bruto indomable. - Palabras de Buda.-
    2 turnos 0 maullidos
  • La luz tenue del escenario iluminaba su rostro con un resplandor cálido, pero Irene no lo notaba. Estaba acostumbrada. La música era el único lugar donde no se sentía observada, sino libre.

    Sostenía el micrófono con una mano temblorosa al principio, aunque nadie lo notaría. Cerró los ojos apenas comenzó la melodía suave. Stay, de Rihanna. La había cantado muchas veces, pero cada vez era distinta. Esta noche, la canción le apretaba el pecho con fuerza.

    Su voz comenzó a fluir como un susurro sincero, quebrándose en las notas justas, llenando el bar de una melancolía dulce y espesa. Algunos clientes en las mesas dejaron sus copas a medio camino. Otros, desde la barra, bajaron el volumen de sus conversaciones sin darse cuenta. Incluso el jefe, desde la cocina, asomó un poco la cabeza. Era difícil ignorarla cuando cantaba así: como si estuviera pidiendo algo que no sabía poner en palabras.

    La canción terminó con un silencio breve, seguido de unos aplausos suaves, dispersos pero sentidos. Irene sonrió apenas, hizo una pequeña reverencia con la cabeza y bajó del pequeño escenario sin mirar a nadie directamente. Sabía que si se detenía a recibir elogios, se quebraría. Y no tenía tiempo para eso.

    Volvió tras la barra, se ató el delantal con rapidez y tomó la bandeja. La música de fondo regresó, más animada, y el murmullo del bar se reanudó como si nada. Como si esa voz no hubiese sido suya.

    —Mesa seis pidió otra ronda —le dijo Álex, su compañero de turno, señalando con la barbilla.

    —Voy —respondió ella sin pensarlo.

    Faltaban tres horas para las cuatro de la madrugada, su hora de salida. Sus pies ya dolían y su garganta se sentía áspera, pero estaba acostumbrada. El cansancio no pesaba tanto como la necesidad.

    Sirvió dos tragos más, esquivó un par de miradas curiosas y siguió trabajando. Porque así era su vida: un escenario por un instante, y después, volver al mundo.
    La luz tenue del escenario iluminaba su rostro con un resplandor cálido, pero Irene no lo notaba. Estaba acostumbrada. La música era el único lugar donde no se sentía observada, sino libre. Sostenía el micrófono con una mano temblorosa al principio, aunque nadie lo notaría. Cerró los ojos apenas comenzó la melodía suave. Stay, de Rihanna. La había cantado muchas veces, pero cada vez era distinta. Esta noche, la canción le apretaba el pecho con fuerza. Su voz comenzó a fluir como un susurro sincero, quebrándose en las notas justas, llenando el bar de una melancolía dulce y espesa. Algunos clientes en las mesas dejaron sus copas a medio camino. Otros, desde la barra, bajaron el volumen de sus conversaciones sin darse cuenta. Incluso el jefe, desde la cocina, asomó un poco la cabeza. Era difícil ignorarla cuando cantaba así: como si estuviera pidiendo algo que no sabía poner en palabras. La canción terminó con un silencio breve, seguido de unos aplausos suaves, dispersos pero sentidos. Irene sonrió apenas, hizo una pequeña reverencia con la cabeza y bajó del pequeño escenario sin mirar a nadie directamente. Sabía que si se detenía a recibir elogios, se quebraría. Y no tenía tiempo para eso. Volvió tras la barra, se ató el delantal con rapidez y tomó la bandeja. La música de fondo regresó, más animada, y el murmullo del bar se reanudó como si nada. Como si esa voz no hubiese sido suya. —Mesa seis pidió otra ronda —le dijo Álex, su compañero de turno, señalando con la barbilla. —Voy —respondió ella sin pensarlo. Faltaban tres horas para las cuatro de la madrugada, su hora de salida. Sus pies ya dolían y su garganta se sentía áspera, pero estaba acostumbrada. El cansancio no pesaba tanto como la necesidad. Sirvió dos tragos más, esquivó un par de miradas curiosas y siguió trabajando. Porque así era su vida: un escenario por un instante, y después, volver al mundo.
    Me gusta
    Me encocora
    6
    2 turnos 0 maullidos
  • [ 𝑴𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐 𝒊𝒏𝒇𝒆𝒍𝒊𝒛. ── 𝐇𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞 . . . ¡𝐌𝐈𝐄𝐑𝐃𝐀! ]





    El estruendo fue brutal. El golpe sobre el escritorio retumbó por toda la oficina, desparramando papeles como si el aire mismo hubiese estallado. En una esquina, los restos de un vaso roto brillaban bajo la luz tenue, fragmentos de vidrio que parecían ecos del caos. El italiano respiraba con dificultad, como si el simple acto de contenerse fuera una carga demasiado pesada.

    Había perdido el control. Por completo.

    La sangre aún manchaba su camisa. Un rastro imborrable de la reunión que había tenido con el ruso.

    Una reunión que, evidentemente, no había terminado bien.

    El rubio permanecía de pie. Inmóvil. Pero sus nudillos, endurecidos por la tensión, hablaban por él. Sus hombros rígidos, el semblante encendido por una ira contenida que no era habitual en él.

    Su habitual aire despreocupado, parecía lejano, diluido en la atmósfera viciada de la oficina. Se pasó una mano por el cabello, un gesto breve, cargado de frustración. Pero no era la escena, ni siquiera el recuerdo de la sangre, lo que lo carcomía por dentro.

    Era Marcos.

    Detrás de él, cabizbajo, en silencio.

    —¿Tú lo sabías? —preguntó sin girarse del todo, apenas ladeando el rostro. Su voz era baja, afilada. La mirada dorada lo alcanzó con una frialdad.

    No hubo respuesta. Solo el silencio cobarde de una cabeza que se hundía aún más.

    Ryan no lo toleró.

    Se giró de golpe y lo tomó por la camisa.

    —Responde —espetó, la voz tensa, quebrada por la furia.

    —Señor Ryan… él tiene que irse. Es… por su bien.

    Ryan soltó una carcajada breve, amarga, sin humor.

    —¿Por su bien? —repitió, casi con desprecio—. Va a desatar una puta guerra si se cruza con el hermano de Elisabetta. Ese imbécil está completamente fuera de sí… ¿y me dices que lo hace por su bien? Una cosa es ir a Rusia para reclamar la herencia de su padre. Otra muy distinta… es expandirse sin control.


    Solo hubo silencio por parte del pelinegro.

    Ryan no pudo soportar verlo más.

    Lo soltó de golpe, como si su sola cercanía lo asqueara, y se dio la vuelta. Caminó hacia su escritorio y se dejó caer en la silla con un suspiro denso, frustrado. Uno que no solo cargaba ira, sino hartazgo.

    No era solo su familia.
    Ni los rostros conocidos que ahora se desdibujaban entre traiciones. Ni siquiera los que buscaban su cabeza desde las sombras, uno por uno, como perros hambrientos.

    Era todo.

    Los amigos que preguntaban por Kiev.
    Las llamadas, los mensajes.
    “¿Se puede hablar con él?”
    “¿Cómo está?”
    “¿Volverá pronto?”

    ¿Y qué debía responder?

    ¿Que Kiev los había borrado a todos sin mirar atrás?
    ¿Que no quería lazos? ¿Que ni siquiera fingía interés por conservar lo que alguna vez fue parte de su mundo?
    ¿Que a él, a Ryan, lo había dejado de lado como si fuera uno más entre sus trabajadores y lo engaño de esa manera?

    Su mirada cayó sobre Marcos, aún ahí. Dudoso. Indeciso.
    Ese gesto solo aumentó la rabia que le carcomía por dentro.

    —Lárgate. No quiero volver a verte por aquí —espetó con voz seca. Tomó una botella de whisky, se sirvió lentamente en un vaso. Iba a beber, pero se detuvo al verlo todavía allí.
    —Dije que te largues.

    Pero el pelinegro, en lugar de retroceder, avanzó. Sacó una carta del bolsillo interior del saco y la dejó sobre el escritorio, en silencio.

    —¿Qué es esto? —preguntó Ryan, sin tocarla aún. Su tono ya no era airado, sino frío. Dejó el vaso sobre el escritorio.

    —La razón, señor. El señor Kiev nunca la vio. Intercepté la carta antes de que llegara a sus manos… y la escondí. No tiene remitente.

    El italiano frunció el ceño, miró la carta con desconfianza. Luego la tomó con cautela, como si ya sospechara que lo que iba a leer no le gustaría. La abrió. Sacó el contenido.

    Y entonces su mano tembló.

    Las palabras escritas lo helaron. Sintió cómo el aire se volvía más denso, cómo el peso del pasado caía sobre él de golpe.

    —¿Es de esa mujer? —preguntó sin mirar a Marcos.

    —No lo sé. Creí que era una mentira más… pero luego recordé ciertas cosas, de antes del secuestro de mi señor.
    Parece que… ella volvió.

    Esto lo molesto aún más. ¿Qué quería?

    El contenido de la carta era evidentemente falso. O al menos eso quiso creer. Kiev simplemente no podría ...

    Era absurdo. Imposible.
    Pero las palabras resonaban.
    Le recordaban una conversación lejana, olvidada casi a propósito. Una noche en la que Rubí lo había rescatado de los Di Conti.

    Y entonces, lo entendió.

    —Maldita sea… —murmuró, casi para sí.

    Ryan sostuvo la mirada de Marcos unos segundos más. Fría. Inquebrantable.

    —Vete —dijo finalmente, sin levantar la voz.

    El pelinegro abrió la boca, como si aún quisiera explicar algo, pero la expresión de Ryan fue suficiente. No había espacio para disculpas. Ni para excusas.

    Lo observó marcharse.
    El sonido de la puerta al cerrarse fue como un disparo seco en el silencio de la oficina.

    Entonces Ryan se dejó caer hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio. Se cubrió la cabeza con ambas manos.

    Y por un momento… solo respiró.

    Temblaba. Esto lo estaba matando.

    La carta seguía sobre la mesa, no lo volvió a mirar. Simplemente la arrugó y lo tiró a la basura.

    Llamo a uno de sus hombres y dió una orden.

    Nadie debía acercarse.
    No quería ver a ninguno de sus hombres.
    A ninguno de sus amigos.
    Ni siquiera una sombra.
    Nada.

    Mucho menos nada de ruido.

    Quería estar solo.

    Porque si alguien entraba... Iba a descargar su ira sobre el.
    [ 𝑴𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐 𝒊𝒏𝒇𝒆𝒍𝒊𝒛. ── 𝐇𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞 . . . ¡𝐌𝐈𝐄𝐑𝐃𝐀! ] El estruendo fue brutal. El golpe sobre el escritorio retumbó por toda la oficina, desparramando papeles como si el aire mismo hubiese estallado. En una esquina, los restos de un vaso roto brillaban bajo la luz tenue, fragmentos de vidrio que parecían ecos del caos. El italiano respiraba con dificultad, como si el simple acto de contenerse fuera una carga demasiado pesada. Había perdido el control. Por completo. La sangre aún manchaba su camisa. Un rastro imborrable de la reunión que había tenido con el ruso. Una reunión que, evidentemente, no había terminado bien. El rubio permanecía de pie. Inmóvil. Pero sus nudillos, endurecidos por la tensión, hablaban por él. Sus hombros rígidos, el semblante encendido por una ira contenida que no era habitual en él. Su habitual aire despreocupado, parecía lejano, diluido en la atmósfera viciada de la oficina. Se pasó una mano por el cabello, un gesto breve, cargado de frustración. Pero no era la escena, ni siquiera el recuerdo de la sangre, lo que lo carcomía por dentro. Era Marcos. Detrás de él, cabizbajo, en silencio. —¿Tú lo sabías? —preguntó sin girarse del todo, apenas ladeando el rostro. Su voz era baja, afilada. La mirada dorada lo alcanzó con una frialdad. No hubo respuesta. Solo el silencio cobarde de una cabeza que se hundía aún más. Ryan no lo toleró. Se giró de golpe y lo tomó por la camisa. —Responde —espetó, la voz tensa, quebrada por la furia. —Señor Ryan… él tiene que irse. Es… por su bien. Ryan soltó una carcajada breve, amarga, sin humor. —¿Por su bien? —repitió, casi con desprecio—. Va a desatar una puta guerra si se cruza con el hermano de Elisabetta. Ese imbécil está completamente fuera de sí… ¿y me dices que lo hace por su bien? Una cosa es ir a Rusia para reclamar la herencia de su padre. Otra muy distinta… es expandirse sin control. Solo hubo silencio por parte del pelinegro. Ryan no pudo soportar verlo más. Lo soltó de golpe, como si su sola cercanía lo asqueara, y se dio la vuelta. Caminó hacia su escritorio y se dejó caer en la silla con un suspiro denso, frustrado. Uno que no solo cargaba ira, sino hartazgo. No era solo su familia. Ni los rostros conocidos que ahora se desdibujaban entre traiciones. Ni siquiera los que buscaban su cabeza desde las sombras, uno por uno, como perros hambrientos. Era todo. Los amigos que preguntaban por Kiev. Las llamadas, los mensajes. “¿Se puede hablar con él?” “¿Cómo está?” “¿Volverá pronto?” ¿Y qué debía responder? ¿Que Kiev los había borrado a todos sin mirar atrás? ¿Que no quería lazos? ¿Que ni siquiera fingía interés por conservar lo que alguna vez fue parte de su mundo? ¿Que a él, a Ryan, lo había dejado de lado como si fuera uno más entre sus trabajadores y lo engaño de esa manera? Su mirada cayó sobre Marcos, aún ahí. Dudoso. Indeciso. Ese gesto solo aumentó la rabia que le carcomía por dentro. —Lárgate. No quiero volver a verte por aquí —espetó con voz seca. Tomó una botella de whisky, se sirvió lentamente en un vaso. Iba a beber, pero se detuvo al verlo todavía allí. —Dije que te largues. Pero el pelinegro, en lugar de retroceder, avanzó. Sacó una carta del bolsillo interior del saco y la dejó sobre el escritorio, en silencio. —¿Qué es esto? —preguntó Ryan, sin tocarla aún. Su tono ya no era airado, sino frío. Dejó el vaso sobre el escritorio. —La razón, señor. El señor Kiev nunca la vio. Intercepté la carta antes de que llegara a sus manos… y la escondí. No tiene remitente. El italiano frunció el ceño, miró la carta con desconfianza. Luego la tomó con cautela, como si ya sospechara que lo que iba a leer no le gustaría. La abrió. Sacó el contenido. Y entonces su mano tembló. Las palabras escritas lo helaron. Sintió cómo el aire se volvía más denso, cómo el peso del pasado caía sobre él de golpe. —¿Es de esa mujer? —preguntó sin mirar a Marcos. —No lo sé. Creí que era una mentira más… pero luego recordé ciertas cosas, de antes del secuestro de mi señor. Parece que… ella volvió. Esto lo molesto aún más. ¿Qué quería? El contenido de la carta era evidentemente falso. O al menos eso quiso creer. Kiev simplemente no podría ... Era absurdo. Imposible. Pero las palabras resonaban. Le recordaban una conversación lejana, olvidada casi a propósito. Una noche en la que Rubí lo había rescatado de los Di Conti. Y entonces, lo entendió. —Maldita sea… —murmuró, casi para sí. Ryan sostuvo la mirada de Marcos unos segundos más. Fría. Inquebrantable. —Vete —dijo finalmente, sin levantar la voz. El pelinegro abrió la boca, como si aún quisiera explicar algo, pero la expresión de Ryan fue suficiente. No había espacio para disculpas. Ni para excusas. Lo observó marcharse. El sonido de la puerta al cerrarse fue como un disparo seco en el silencio de la oficina. Entonces Ryan se dejó caer hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio. Se cubrió la cabeza con ambas manos. Y por un momento… solo respiró. Temblaba. Esto lo estaba matando. La carta seguía sobre la mesa, no lo volvió a mirar. Simplemente la arrugó y lo tiró a la basura. Llamo a uno de sus hombres y dió una orden. Nadie debía acercarse. No quería ver a ninguno de sus hombres. A ninguno de sus amigos. Ni siquiera una sombra. Nada. Mucho menos nada de ruido. Quería estar solo. Porque si alguien entraba... Iba a descargar su ira sobre el.
    Me shockea
    Me gusta
    Me endiabla
    Me encocora
    Me enjaja
    23
    21 turnos 0 maullidos
  • Reunión
    Fandom Los Bridgerton
    Categoría Original
    Aquella noche en cuestión fui testigo de las palabras desagradables que usó Lady Gunningworth a modo de despedida con su hija pequeña.
    Se marcho solo con Rosamund, justo como mi hermano y yo sabríamos que acabaría haciendo.

    La ayude a montarse en mi caballo, los tres regresamos a nuestro hogar y la joven lleva estos dos días hospedándose en el cuarto de Daphne.

    Posy Gunningworth
    Aquella noche en cuestión fui testigo de las palabras desagradables que usó Lady Gunningworth a modo de despedida con su hija pequeña. Se marcho solo con Rosamund, justo como mi hermano y yo sabríamos que acabaría haciendo. La ayude a montarse en mi caballo, los tres regresamos a nuestro hogar y la joven lleva estos dos días hospedándose en el cuarto de Daphne. [Cx_Gunningorwth]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Terminado
    34 turnos 0 maullidos
  • El color del verano corre por mis mejillas.
    Tengo unas palabras maldecidas atascadas en mi garganta.
    El color del verano corre por mis mejillas. Tengo unas palabras maldecidas atascadas en mi garganta.
    Me encocora
    Me gusta
    Me endiabla
    15
    0 turnos 0 maullidos
  • — haaaaaa... Mí cabeza, me duele la garganta..

    *Mira de reojo*

    — por qué el agua brilla?

    *Se levanta como puede y mira su reflejo*

    — OH MY-!! mí pelo, mis ojos.. que me pasó?... Supongo que el golpe me afectó la cabeza.. me siento... Rara.. como menos vulnerable, uh? Siento mi sangre arder... Agh..

    ( Así que ya desperté.. este control.. es algo más que estuvo bloqueado todo el tiempo

    ?: por mucho tiempo mis antepasados estuvieron aparentando la forma de este mundo)

    — uh??

    ( ?: siglos después de la extinción de la mayoría de razas, solo se habían ocultado en formas diferentes para parecer más débiles y usando la minoría de sus poderes para mantener el orden en un mundo extranjero.. )

    — que carajo?.. tengo doble conciencia??

    ( ?: es hora.. )

    *Siente un ardor en todo su cuerpo*

    — UGH.. ok, ok.. solo necesito descan-

    *Dice palabras en otro idioma*

    — ok, si... Solo necesito descansar de esta doble parte.. ugh...

    *Se recuesta de nuevo*


    — ..... Tengo hambre.... Por primera vez....
    — haaaaaa... Mí cabeza, me duele la garganta.. *Mira de reojo* — por qué el agua brilla? *Se levanta como puede y mira su reflejo* — OH MY-!! mí pelo, mis ojos.. que me pasó?... Supongo que el golpe me afectó la cabeza.. me siento... Rara.. como menos vulnerable, uh? Siento mi sangre arder... Agh.. ( Así que ya desperté.. este control.. es algo más que estuvo bloqueado todo el tiempo ?: por mucho tiempo mis antepasados estuvieron aparentando la forma de este mundo) — uh?? ( ?: siglos después de la extinción de la mayoría de razas, solo se habían ocultado en formas diferentes para parecer más débiles y usando la minoría de sus poderes para mantener el orden en un mundo extranjero.. ) — que carajo?.. tengo doble conciencia?? ( ?: es hora.. ) *Siente un ardor en todo su cuerpo* — UGH.. ok, ok.. solo necesito descan- *Dice palabras en otro idioma* — ok, si... Solo necesito descansar de esta doble parte.. ugh... *Se recuesta de nuevo* :STK-31: — ..... Tengo hambre.... Por primera vez....
    Me gusta
    Me shockea
    2
    2 turnos 0 maullidos
  • - Después de haber leído aquel diario que la dejo tan perpleja y de haber escuchado de palabras de su padre el como había sido todo, tenia una serie de sentimientos contradictorios, por un lado entendía, por el otro, se sentía triste... siempre quiso un hermano. ᅳ Yo también debo dejar ir a Emma... cuanto lamento no haberte conocido... espero ir a tu tumba... junto a papá.
    - Después de haber leído aquel diario que la dejo tan perpleja y de haber escuchado de palabras de su padre el como había sido todo, tenia una serie de sentimientos contradictorios, por un lado entendía, por el otro, se sentía triste... siempre quiso un hermano. ᅳ Yo también debo dejar ir a Emma... cuanto lamento no haberte conocido... espero ir a tu tumba... junto a papá.
    Me gusta
    2
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados