El vapor llenaba el baño, difuminando la luz que entraba por la ventana. Margo estaba sumergida hasta los hombros, con los ojos cerrados, tratando de sacarse el peso de la noche anterior, de las imágenes que aún quemaban en su cabeza.
Un golpe suave en la puerta la hizo levantar apenas la mirada.
—¿Puedo? —la voz de Reid se coló por la rendija, cautelosa, como si temiera romper algo más que la puerta.
Margo esbozó una sonrisa ligera, cansada, y dejó que entrara:
—Sí, Spence si no te importa la humedad.
Él entró, un poco nervioso, con la carpeta cerrada en las manos. La tensión del caso aún estaba marcada en su rostro, pero sus ojos brillaban con esa mezcla de curiosidad y cuidado que siempre la desconcertaba.
—Pensé que tal vez querrías —titubeó— hablar del caso. O no hablar o no hacer nada en absoluto.
Ella rió suavemente, dejando que su espalda se hundiera un poco más en el agua caliente.
—Eso suena como un plan, Doctor Reid. Te dejo decidir cuál de las tres opciones quieres.
Él se sentó en el borde de la tina, con cuidado de no salpicarla, y respiró hondo. La vio cerrar los ojos otra vez y, sin decir nada más, simplemente se quedó ahí, ofreciendo presencia, un hombro seguro, un silencio que entendía más de lo que las palabras podrían.
Y en ese instante, después de un caso tan intenso, Margo se permitió sentir alivio.
Porque Spencer no venía a rescatarla.
Solo estaba ahí.
Un golpe suave en la puerta la hizo levantar apenas la mirada.
—¿Puedo? —la voz de Reid se coló por la rendija, cautelosa, como si temiera romper algo más que la puerta.
Margo esbozó una sonrisa ligera, cansada, y dejó que entrara:
—Sí, Spence si no te importa la humedad.
Él entró, un poco nervioso, con la carpeta cerrada en las manos. La tensión del caso aún estaba marcada en su rostro, pero sus ojos brillaban con esa mezcla de curiosidad y cuidado que siempre la desconcertaba.
—Pensé que tal vez querrías —titubeó— hablar del caso. O no hablar o no hacer nada en absoluto.
Ella rió suavemente, dejando que su espalda se hundiera un poco más en el agua caliente.
—Eso suena como un plan, Doctor Reid. Te dejo decidir cuál de las tres opciones quieres.
Él se sentó en el borde de la tina, con cuidado de no salpicarla, y respiró hondo. La vio cerrar los ojos otra vez y, sin decir nada más, simplemente se quedó ahí, ofreciendo presencia, un hombro seguro, un silencio que entendía más de lo que las palabras podrían.
Y en ese instante, después de un caso tan intenso, Margo se permitió sentir alivio.
Porque Spencer no venía a rescatarla.
Solo estaba ahí.
El vapor llenaba el baño, difuminando la luz que entraba por la ventana. Margo estaba sumergida hasta los hombros, con los ojos cerrados, tratando de sacarse el peso de la noche anterior, de las imágenes que aún quemaban en su cabeza.
Un golpe suave en la puerta la hizo levantar apenas la mirada.
—¿Puedo? —la voz de Reid se coló por la rendija, cautelosa, como si temiera romper algo más que la puerta.
Margo esbozó una sonrisa ligera, cansada, y dejó que entrara:
—Sí, Spence si no te importa la humedad.
Él entró, un poco nervioso, con la carpeta cerrada en las manos. La tensión del caso aún estaba marcada en su rostro, pero sus ojos brillaban con esa mezcla de curiosidad y cuidado que siempre la desconcertaba.
—Pensé que tal vez querrías —titubeó— hablar del caso. O no hablar o no hacer nada en absoluto.
Ella rió suavemente, dejando que su espalda se hundiera un poco más en el agua caliente.
—Eso suena como un plan, Doctor Reid. Te dejo decidir cuál de las tres opciones quieres.
Él se sentó en el borde de la tina, con cuidado de no salpicarla, y respiró hondo. La vio cerrar los ojos otra vez y, sin decir nada más, simplemente se quedó ahí, ofreciendo presencia, un hombro seguro, un silencio que entendía más de lo que las palabras podrían.
Y en ese instante, después de un caso tan intenso, Margo se permitió sentir alivio.
Porque Spencer no venía a rescatarla.
Solo estaba ahí.