—Habían pasado un par de días desde que Eira se había aventurado a través de uno de los portales mágicos de su reino, el proposito principal era una misión de exploración que le habían dictaminado las hadas mayores, sin embargo ella se había impuesto a sí misma una tarea de ardua exploración profunda, sin la aprobación del consejo. La curiosidad era, sin duda, una de sus mayores virtudes; por eso, cada encargo o investigación que recibía, ella solía doblegarlo a su favor, permitiéndose explorar más allá de lo solicitado, usando como excusa que “la bestia podría haberse ido muy lejos”.—
—En este mismo viaje, había logrado ingresar al mundo humano, un lugar donde tuvo que aprender a ocultar sus alas y a no mostrar demasiado su verdadero ser, consciente de que incluso su nombre podía ser peligroso para los mortales. A pesar de ello, se había adaptado sorprendentemente bien. Convivia entre las personas con amabilidad, sin perder nunca la elegancia y firmeza propias de un hada guardiana.—
—Una tarde, mientras paseaba por la zona, descubrió un lugar nuevo al que parecían dirigirse personas, entusiasmadas o agotadas, algunos traian pequeños aparatos eléctricos con los que simulaban trabajar; otros, simplemente charlaban entre sí, haciendo migas, algo que le hizo recordar a las reuniones de su hogar.—
—Eira se sentó en uno de los bancos y pidió té acompañado de postres de distintos sabores, aunque pronto se dio cuenta de que nada de aquello se comparaba con las delicias de su reino, lo que la dejó ligeramente decepcionada.—
—Aburrida, comenzó a observar su entorno, hasta que encontró tu mirada, algo que la impacto, pues no comprendió que estabas haciendo. Se quedó allí, fijando sus ojos color agua marina en los tuyos durante un largo rato, como si intentara leer tu alma. —
—En este mismo viaje, había logrado ingresar al mundo humano, un lugar donde tuvo que aprender a ocultar sus alas y a no mostrar demasiado su verdadero ser, consciente de que incluso su nombre podía ser peligroso para los mortales. A pesar de ello, se había adaptado sorprendentemente bien. Convivia entre las personas con amabilidad, sin perder nunca la elegancia y firmeza propias de un hada guardiana.—
—Una tarde, mientras paseaba por la zona, descubrió un lugar nuevo al que parecían dirigirse personas, entusiasmadas o agotadas, algunos traian pequeños aparatos eléctricos con los que simulaban trabajar; otros, simplemente charlaban entre sí, haciendo migas, algo que le hizo recordar a las reuniones de su hogar.—
—Eira se sentó en uno de los bancos y pidió té acompañado de postres de distintos sabores, aunque pronto se dio cuenta de que nada de aquello se comparaba con las delicias de su reino, lo que la dejó ligeramente decepcionada.—
—Aburrida, comenzó a observar su entorno, hasta que encontró tu mirada, algo que la impacto, pues no comprendió que estabas haciendo. Se quedó allí, fijando sus ojos color agua marina en los tuyos durante un largo rato, como si intentara leer tu alma. —
—Habían pasado un par de días desde que Eira se había aventurado a través de uno de los portales mágicos de su reino, el proposito principal era una misión de exploración que le habían dictaminado las hadas mayores, sin embargo ella se había impuesto a sí misma una tarea de ardua exploración profunda, sin la aprobación del consejo. La curiosidad era, sin duda, una de sus mayores virtudes; por eso, cada encargo o investigación que recibía, ella solía doblegarlo a su favor, permitiéndose explorar más allá de lo solicitado, usando como excusa que “la bestia podría haberse ido muy lejos”.—
—En este mismo viaje, había logrado ingresar al mundo humano, un lugar donde tuvo que aprender a ocultar sus alas y a no mostrar demasiado su verdadero ser, consciente de que incluso su nombre podía ser peligroso para los mortales. A pesar de ello, se había adaptado sorprendentemente bien. Convivia entre las personas con amabilidad, sin perder nunca la elegancia y firmeza propias de un hada guardiana.—
—Una tarde, mientras paseaba por la zona, descubrió un lugar nuevo al que parecían dirigirse personas, entusiasmadas o agotadas, algunos traian pequeños aparatos eléctricos con los que simulaban trabajar; otros, simplemente charlaban entre sí, haciendo migas, algo que le hizo recordar a las reuniones de su hogar.—
—Eira se sentó en uno de los bancos y pidió té acompañado de postres de distintos sabores, aunque pronto se dio cuenta de que nada de aquello se comparaba con las delicias de su reino, lo que la dejó ligeramente decepcionada.—
—Aburrida, comenzó a observar su entorno, hasta que encontró tu mirada, algo que la impacto, pues no comprendió que estabas haciendo. Se quedó allí, fijando sus ojos color agua marina en los tuyos durante un largo rato, como si intentara leer tu alma. —